VARSOVIA
જ⁀➴ Miedo… ¿yo? No, miedo tendríais que tener vosotros.
Me llamo Tokio. Aunque muchos ya me conocéis.
Sabéis lo que hice, lo que robé, lo que perdí. Pero lo que no sabéis es que, en medio de todo aquello, hubo alguien más. Alguien que no estuvo en Toledo, alguien que no empezó el atraco con nosotros. Alguien que no siguió las reglas, no como el resto, al menos.
Una pieza escondida, guardada hasta el último momento.
Así que hoy, no vengo a hablaros de mí, sino de ella.
Varsovia...
Dicen que mezclar amor y trabajo nunca funciona, y joder, qué gran verdad... Que me lo digan a mí... La última vez que vi a mi novio lo dejé en un charco de sangre.
Y si le hubieran preguntado a ella, hubiera respondido lo mismo...
Piel pálida, media melena oscura. Ojos pardos, mirada fría, calculadora, embaucadora... Una pantera en la cima de un árbol esperando para atacar.
Varsovia era experta en manipulaciones, robos, atracos y sobretodo y su gran especialidad: las torturas. Era una piedra, fría como el hielo.
Si sentía dolor o miedo tú no te ibas a dar ni cuenta, era una especialista en ocultar sus emociones, como un jodido robot. Al menos hasta que los sentimientos estaban de por medio, entonces las cosas cambiaban, y mucho...
¿Y por qué ella entró después que los demás? ¿Por qué no estuvo en Toledo? Muy sencillo. Porque ella era nuestro Plan B.
El as que el Profesor tenía escondido en la manga. La carta que solo se jugaba si las cosas se ponían feas.
Y creedme... Se habían puesto muy... feas.
62 horas de atraco y ya llevábamos 400 millones de euros impresos. Sin duda el momento en el que más felices fuimos ahí dentro. Y entonces nos relajamos, y en un atraco por muy bien que vayan las cosas si te relajas, las cosas siempre terminan jodiéndose.
Los rehenes ya habían empezado a planear su estrategia de fuga, e iban a jodernos pero bien.
Entonces, se dio la orden. Escuché a Berlín hablar con el profesor, sobre el plan Varsovia, casi pedirlo con insistencia. Pero nunca supe qué significaba.
Hasta ahora.
Los rehenes acababan de abrirle la cabeza a Oslo y sus intenciones eran hacer estallar el carrito de explosivos contra la pared, reventándola para poder salir.
Fuera los esperarían ambulancias, policías y hasta la jodida benemérita.
¿Que cómo pudo pasársenos esto?
¿Algo tan importante como un puto plan de fuga?
Porque el cerebro de la operación se había ausentado para echar el polvo de su vida con la Inspectora al mando del atraco.
"Irene... Si las cosas se tuercen, si se complican, significará que necesito tiempo para enmendarlo todo fuera. Entonces necesitaré que entres y me ayudes a ganar ese tan preciado tiempo. Tendrás que hacérselo perder a la policía. En el instante en el que sea la voz de una mujer quien toma el mando en las negociaciones ahí dentro se empezarán a preguntar qué ha pasado conmigo, así que necesito que pongas todos los ases sobre la mesa. Sé lo buena que eres en esto, Irene... Sé que no me vas a fallar."
Y las cosas se habían complicado, pero bien.
Y ahí estaba ella, el diablo sobre ruedas, sobrevolando nuestras cabezas, aterrizando de forma perfecta sobre el suelo, quemando rueda, dejando ahí sellada la marca para siempre. Ni siquiera se deshizo del casco, no le dio apenas tiempo a bajarse de la moto que su cuerpo ya había rotado en dirección a la salida y había empezado a disparar.
Para nosotros era una desconocida. Para él, no.
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EL PROFESOR
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El Profesor confiaba en ella por encima de casi cualquiera.
¿Y por qué?... Pues muy sencillo: porque se conocían desde el instituto.
La primera vez que cruzaron miradas fue en un pasillo lleno de risas crueles. El profesor tenía 19 años, y ella apenas 16.
Él, el chico de gafas acorralado. Ella, "La Rarita de Donosti". La chica a que todos temían.
Dio un paso al frente, y en cuestión de segundos los que se metían con él estaban en el suelo o demasiado asustados como para volver a abrir la boca.
—Esos imbéciles no van a volver a llamarte friki.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque una chica les ha pateado el culo.
Bonito, ¿verdad? La chica a la que todos le hacían bullying en el instituto sacó los cojones suficientes para defender al chico nuevo.
Así es como empiezan las buenas relaciones. Con cariño y violencia.
Y os preguntaréis. ¿Por qué Berlín insistía tanto en que El Profesor activase el plan Varsovia?
Bien... pues agarraos... que se viene la jarana...
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BERLÍN
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Berlín y Varsovia se conocieron gracias al Él. A nuestro querido Profesor...
Lo que no os que contado es que ella se había enamorado locamente de su mejor y único amigo. De su inteligencia, de su manera de recolocarse las gafas, de su dulzura, de su vulnerabilidad.
El profesor era todo lo que Varsovia no tenía. Así que, podría decirse que él fue su primer amor.
Era una triste historia en la que Berlín no podía faltar. Al fin y al cabo, era el hermano del Profesor, así que supo en todo momento de los sentimientos de la mejor amiga del menor. Y así fue como terminó pasándose los 10 años restantes recordándole a ella que su amor jamás sería correspondido, que su hermano nunca se enamoraría de vuelta. Y eso, teniendo en cuenta la fragilidad de una adolescente de 16 años, te jode la puta autoestima.
¿Pero por qué haría él algo así?
¿Recordarle cada día algo tan doloroso como el no poder ser correspondido?
Pues porque Berlín era un narcisista, un egocéntrico con una absoluta falta de empatía. Un excéntrico, y cada vez que la chica le mencionaba a su hermano, él sólo podía sentir que la rabia se apoderaba de él. Los jodidos celos...
Tal vez con otra persona le hubiera dado igual, pero con ella no, porque los dos, sin saberlo, estaban predestinados a quererse, a odiarse y a estar juntos... para siempre.
Hay normas que parecen una tontería… hasta que las rompes.
Y tal vez, si ella hubiera sabido que al romper una en concreto, conocería a aquel desgraciado, hubiera obedecido por primera vez en su vida.
"Sólo... Solo voy a pedirte algo... S-sabes que puedes hacer lo que quieras, e-esta es tu casa. P-pero... E-esa habitación, la de mi hermano... Es la única condición. No le gusta que toquen sus cosas, que... Bueno, que entren en su habitación. Ni siquiera yo."
Le había pedido él. Pero ella tenía dieciséis años y esa mezcla de curiosidad y rebeldía que hace que la prohibición siempre sea más atractiva.
El profesor salió en bici a por un recado, y ella se quedó allí, en el sofá, rodeada de palomitas y chucherías. Pero la mirada se le fue al pasillo. A aquella puerta cerrada. A la habitación prohibida.
Esperó cinco minutos. Se asomó a la ventana para asegurarse de que él ya se había ido. Y entonces... entró.
La habitación de Berlín no se parecía a nada que hubiera visto antes: olor a perfume caro, trajes perfectamente doblados, un piano apoyado contra la pared. Todo ordenado, limpio, elegante…
¿Cómo iba a pensar ella que en cualquier momento él podría volver a casa?...
No hizo ruido. Solo apareció detrás de ella, y pulsó dos notas del piano. Clang. Ella por poco se desmayó del susto.
"No me gusta que merodeen por mi habitación... ¿No te lo ha dicho mi hermanito?..."
La miraba como si hubiera encontrado a alguien a quien poner a prueba. Y vaya si haía acertado...
Ella era la mejor amiga de su hermano pequeño, temblando de curiosidad y miedo. Y él, aun a sus veintidos años, un depredador elegante.
Disfrutando de ver cómo la chica que había entrado en su territorio se desmoronaba con solo un par de palabras.
A partir de ahí, todo se fue a la mierda.
Lo de Berlín y Varsovia nunca fue una historia de amor al uso. Fue algo mucho más jodido.
Era una relación tóxica, de esas que te joden la vida, que no te dejan pasar página.
Se lo ocultaron al Profesor como dos putos profesionales. Nunca lo supo. O al menos, no lo quiso saber...
Varsovia perdió la virginidad en esa misma casa, sin que él se diera ni cuenta. En la habitación prohibida, la de su hermano.
Era de noche, Sergio estaba estudiando en su cuarto. Y al otro lado de la pared, ella ya no era la chica nerviosa que se ponía roja cada vez que él le hablaba. Andrés la había convertido en otra cosa: en alguien capaz de desear lo que más miedo le daba.
Había perdido la virginidad con el tío más narcisista y cabrón que podría haberse cruzado. Y lo peor... es que a ella le encantaba.
No les importaba si estaban solos o no en casa. Se pasaban el día follando como animales...
Y claro, con las paredes tan finas, ya podéis imaginaros el resto...
El muy cabrón tenía que taparle la boca para que El Profesor no tuviera que escuchar cómo su mejor amiga se corría a grito limpio con el nombre de su hermano.
Y no sabéis lo cachondo que lo ponía ese jueguecito sucio. Haberle robado la chica a su hermano, el morbo de lo prohibido; la diferencia de edad, que ella era una de esas chicas que tanto le gustaban; dócil, sumisa, pero con un carácter de la hostia.
Si ella estaba hoy en el asalto, él había sido el culpable. Si ella se metió en el mundo del crimen, no fue por casualidad. Y sí, es verdad, ya apuntaba a maneras, pero... Tener a Berlín a su lado, desde tan joven, la había impulsado a tomar ese camino.
Robaron juntos, atracaron juntos.
Entonces, ¿cual fue el problema? ¿Cómo pasaron de echar los mejores polvos durante su adolescencia, de adorarse, de no poder vivir el uno sin el otro, a odiarse, a detestarse?
Porque Berlín era como un maldito coleccionista de fracasos, y ella ardía de celos cada vez que lo veía con otra.
Varsovia no se quedaba atrás, era vengativa, rencorosa. Si podía cobrar venganza lo haría, pasara el tiempo que pasara.
Ella sabía cuál era su punto débil, así que lo usó en su contra: Berlín se moría de celos cada vez que ella quedaba con su hermanito, porque sabía que había estado enamorada de él, y que, probablemente lo seguía estando; que lo suyo era solo sexo. Y aquello, le repateaba el ego.
Se hacían daño, pero no podían dejar de volver.
Eran como dos yonquis compartiendo la misma aguja. Lo suyo era adicción pura.
No era una pareja. No eran amantes. Eran dinamita. Y los dos sabían perfectamente que algún día acabarían volándose por los aires.
Siempre creí que yo era la única de este equipo que se pasaba el día pensando en sexo, pero luego llegó ella, y entonces las cosas cambiaron. Lo mío con Río se quedó en nada en comparación con la tensión sexual que había entre esos dos, y por supuesto, yo fui la primera en darse cuenta.
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LA INSPECTORA
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Y os preguntaréis... ¿cómo surgió el nombre de Varsovia? ¿El nombre del plan?...
Muy sencillo:
De una poli que llegó rota a la ciudad equivocada.
Aquí es donde entra La Inspectora Murillo, a cargo de la investigación del atraco a la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre.
¿Pero qué era lo que unía la historia de estas dos mujeres?
Lo de la inspectora y ella empezó mucho antes de que nos encerráramos en la Fábrica. No hubo monos rojos ni caretas; hubo nieve. La ciudad olía a carbón húmedo y a vodka barato.
VARSOVIA...
La inspectora había viajado huyendo de un divorcio con una hija en medio y un ex marido que le había jodido la puta vida.
¿Y quién creéis que se encontró la Inspectora en aquella ciudad?...
Lucile. Una identidad falsa.
La primera conversación fue de manual: dos desconocidas que se reconocen en el cansancio. Una broma pequeña, una frase mal hablada, un gesto amable. Después vino lo importante: callarse en el momento exacto. Ella tenía ese don: saber cuándo no decir nada para que el otro lo diga todo. La inspectora habló de trabajo, del peso de mandar cuando todo el mundo te mira, del asco a los jefes que mandan desde un despacho sin pisar la calle.
Varsovia tenía que acercarse a la inspectora, ganar su confianza, entrarle por donde nadie podía: por la vida privada. Y lo hizo como siempre lo hacía: con una precisión quirúrgica. Forzó un encuentro de lo más simple. Un teléfono roto, un gesto amable, una sonrisa de esas que desmontan las defensas.
En menos de cinco minutos ya no era una desconocida: era esa mujer que aparece cuando más la necesitas.
¿Sabéis cuánto tardó ella en hacer que una mujer "heterosexual" se corriera contra sus labios más de cinco veces en una misma noche?
Tres... días...
Porque si hay algo que definía a Varsovia era eso: podía convertir la misión más fría en la historia más caliente. Y lo que empezó con un café y un par de arreglos de móvil acabó en una cama donde la inspectora se dejó follar por una delincuente.
Y aquí viene lo jodido: no fue solo sexo. Raquel Murillo se enganchó. Se pilló por ella. Porque Varsovia tenía eso: sabía tocar la tecla exacta entre el deseo y el vacío. Y cuando eso se mezclaba, no había quien escapara.
Lo que nadie esperaba es que Irene también sintiera algo. Ella, la de piedra, la que parecía un robot, también cayó. Quizá no en la misma medida, quizá no del mismo modo, pero en esa cama no todo fue parte del plan.
Al final, la inspectora descubrió quién era en realidad. Una criminal con orden de búsqueda. Y cuando todo se desmoronó, Varsovia huyó. Se escapó con vida, sí. Pero nunca se escapó de lo que había pasado allí. Porque puedes huir de la policía, puedes huir de un país entero… pero no puedes huir de lo que sientes.
"Le voy a dar otra oportunidad... Y va a ser la última, si gana ésta, habrá ganado la partida, pero no sé por qué creo que va a perder..."