Hipótesis Parcial
Esto no es solo una enfermedad. No es un parásito. No es una plaga.
No se comporta como algo que busca destruir para alimentarse. No consume sin propósito. No es un depredador ni un virus. No hay un instinto primitivo de supervivencia o expansión descontrolada, como lo tendría cualquier entidad biológica conocida. En su avance, hay orden. En su acción, hay intención.
Es un reemplazo. Un desplazamiento.
Allí donde el Vacío avanza, no deja ruina, sino transformación. No reduce el mundo a cenizas, ni lo marchita como haría una maldición ordinaria. No hay rastro de putrefacción ni descomposición en los cuerpos que toca. Los edificios no se derrumban, las estructuras permanecen intactas. Pero lo que yace en su interior... Ya no es lo mismo.
El cuerpo sigue en pie, pero su esencia se ha perdido.
Los infectados no muestran signos de lucha. No se debaten contra la corrupción que los devora. No gritan. No suplican. No huyen.
He visto la desesperación en los ojos de los moribundos antes. He visto el terror, la negación, la rabia de quienes se aferran a su existencia con las últimas fuerzas que su carne les permite. He visto almas condenadas desgarrarse las gargantas en su último aliento, implorando piedad a dioses que no escuchan.
Pero en los ojos de los caídos ante el Vacío... No hay nada de eso.
Solo hay resignación. Aceptación.
Como si nunca hubiera habido otra opción. Como si en el momento exacto en que la corrupción los toca, en el instante en que su piel se torna pálida y sus venas ennegrecen... dejan de ser.
O, peor aún, dejan de querer ser.
El Silencio
Esto es lo que más me inquieta.
No hay ruido en el Vacío. No hay rugidos de ira, ni aullidos de agonía, ni gritos de desesperación. No hay jadeos ni respiración forzada. No hay lamentos. Solo el silencio.
Un silencio absoluto.
El tipo de silencio que se siente en los espacios donde la vida ha sido arrancada por completo. Un vacío que no es ausencia de sonido, sino ausencia de significado.
Incluso cuando se mueven, cuando avanzan juntos en su inexorable camino, no hay sonido. Sus pasos no resuenan en la tierra. Sus cuerpos no desplazan el aire. No hay susurros de comunicación, ni gestos de reconocimiento entre ellos. Son un solo ente, actuando en armonía perfecta, carente de individualidad.
He intentado hablarles. No responden. No reaccionan. Solo me observan.
Y en esa mirada, hay algo más aterrador que el odio o la furia. No hay emoción alguna, ni rastro de lo que alguna vez fueron. No hay juicio ni desprecio. Hay algo peor: comprensión. No soy un obstáculo. No soy una amenaza. Soy irrelevante.
Para ellos, yo no soy más que una anomalía pasajera en el curso natural de su expansión. Un detalle insignificante en algo que ya ha sido decidido.
¿Qué los guía?
No encuentro un origen. No hay registros de su llegada. No hay signos de un punto de inicio. No hay una explicación clara de cuándo comenzaron a esparcirse, solo la certeza de que lo hicieron.
Solo rastros. Solo la evidencia de su paso.
Como si siempre hubieran estado ahí. Como si no hubieran aparecido, sino despertado. Como si hubieran permanecido dormidos en el corazón del mundo, esperando el momento adecuado para reclamar lo que les pertenece.
Pero si hay una expansión, entonces debe haber un centro. Si hay un enjambre, debe haber un núcleo. Un origen. Una voluntad. Algo que los llama. Algo que los espera.
Y si existe un corazón en este abismo...
¿Qué late en su interior?
〈 Continuación: 𝒜𝓇𝒸𝒽𝒾𝓋𝑜 𝒱𝐼: 𝒜𝒹𝓋𝑒𝓇𝓉𝑒𝓃𝒸𝒾𝒶 𝐹𝒾𝓃𝒶𝓁 〉