¿En qué momento la vida pone en movimiento los planes que tiene para ti? ¿En qué momento sientes que eres parte de un plan mayor? ¿Cuándo empieza uno a sentir que forma parte de un plan mayor? Dicen que la vida siempre está en movimiento, que las decisiones tienen consecuencias. Que el presente es el producto de las decisiones del pasado. Dicen que el pasado nos forma, nos crea. Nos genera. ¿Es que acaso estamos destinados a ser una persona en específico?
Daryl Dixon se hizo esas preguntas muchas veces desde el advenimiento del fin del mundo. Pues el fin del mundo fue el momento exacto en que la vida puso muchas cosas en marcha para Daryl. El fin del mundo… lo cambió todo. O esa era la opinión que tenía él. Porque, contra todo pronóstico, e irónicamente, que los muertos se levantaran de su tumba le dio a Daryl la oportunidad de ser otra persona. Una persona distinta de la que, probablemente hubiera sido… Pero estaba realmente equivocado. Hubo un momento en que el plan para Daryl Dixon se puso en marcha. Un plan que empezó a gestarse mucho antes de los caminantes, de las guerras contra Woodbury o Salvadores…
Daryl Dixon se crio en un barrio pobre del estado de Virginia. Uno de esos barrios donde la policía no se molesta en vigilar. Uno de esos barrios donde los índices de crímenes y violencia eran demasiado altos como para controlarlos. Pero, de niño, Daryl se mantenía alejado de todo aquello. Vivía con su madre, su padre y su hermano Merle en una casita al final de una de las calles menos transitadas. Su hermano Merle era unos diez años mayor que el chico, así que Daryl aprendió a disfrutar de la soledad. Durante los primeros años de su vida, su padre no pasaba demasiado tiempo por casa, por lo que la vida entera de Daryl se resumía en su madre. Era una gran mujer. Buena, tierna, agradable y… adoraba al pequeño Daryl. Fue la primera persona en decirle que, lejos de lo que su padre se esforzaría en recordarle en años posteriores, era bueno y listo. Ella instó a Daryl a hacer amigos, a salir, a divertirse como cualquier crio. Y aunque Daryl era bastante reservado, la verdad era que no le fue difícil congeniar con los chicos del barrio. Los conocía del colegio y fuera de este pasaban el tiempo aquí y allá montando en bici y metiéndose en algún que otro lio típico de críos de siete años.
A pesar de los comportamientos agresivos de su padre y de las ausencias de Merle, el cual se pasó los primeros años de la vida de Daryl saliendo y entrando de reformatorios, Daryl era un niño feliz… Hasta que un día, mientras iba hacia su casa se dio cuenta de que todo el mundo lo miraba… Sus amigos, sus vecinos… Daryl no lo entendía hasta que vio la razón. Su casa había ardido. La mitad de la casa. Desde el dormitorio de sus padres, en la planta baja, el fuego se había extendido y había calcinado la mitad del salón de la casa, como también la planta superior donde estaban los dormitorios de Daryl y Merle. De su madre no quedaron más que cenizas. Según dijo la policía, el fuego se había iniciado en la cama donde su madre había estado bebiendo vino y fumando.
Desde entonces la vida de Daryl dio un giro radical de ciento ochenta grados.
Su padre no tenia dinero para arreglar la casa ni tampoco para irse a ningún otro lado. Así que Daryl pasó años durmiendo en el salón de la casa. Hasta que Merle empezó a tener edad para traer chicas a casa. Entonces Daryl se veía obligado a dormir en el suelo de la cocina…
Su padre, durante los meses de verano se llevaba a los chicos a la montaña, a otros estados, a veces a Canadá. Era uno de esos, como Daryl lo describiría después, “gilipollas de la liga del rifle”. Pero no eran las típicas vacaciones de verano en familia. Los enseñaba a cazar, a rastrear, a valerse por si solos. A veces de las peores formas. Dejaba a los chicos en mitad del bosque. Solos. Y los esperaba en el pueblo durante semanas esperando a que regresaran. Aquello curtió a ambos hermanos. Y eso les venia bien a los dos, pues las semanas que pasaban perdidos en el bosque eran semanas en las que no sufrían los abusos a los que su padre les sometía. Pues la pena, el alcohol y las pastillas son una muy mala combinación y, desde que su madre murió, Daryl aprendió a conocer la otra cara de su padre. Esa cara que un hijo nunca debería conocer de un padre. Golpes, quemaduras, palizas…
A los nueve años Daryl aprovechó que Merle se había largado y que su padre no estaba en casa y se escapó de casa. Pero se perdió. Pasó días perdido en mitad del bosque y nadie se molestó en buscarlo. Pero las semanas de supervivencia que pasaba los veranos no habían sido estériles y el chico aprendió a sacarse las castañas del fuego él solo. Consiguió encontrar el camino de vuelta a casa…
Y así vivió los primeros años de vida sin su madre. Entre palizas, una casa medio calcinada y un frio “de cojones” en invierno. Solo. Porque Merle había alcanzado la edad legal para largarse. A los catorce años, Daryl dejó de ir al instituto y a nadie le importó.
Y tampoco le importó a nadie que el padre de Daryl perdiera la casa apostándola al póker. Así que Daryl y su padre tuvieron que meterse a vivir en la casa de un amigo de su padre. Un camello de poca monta. Y decir “casa” era decir demasiado. Era una caravana bastante oxidada, roñosa y con olor a meados y alcohol. Daryl dormía en el suelo y juraba que echaba de menos el suelo de su cocina…
Así fue hasta que un día Merle entró en la caravana y le dijo que cogiera sus cosas, que se largaban. Daryl tenía diecisiete años.
Y aunque la intención de Merle era buena sacando a su hermano de aquel lugar y llevándoselo consigo, la verdad era que Merle no tenia medios ni tampoco una buena vida. Arrastró a Daryl por los peores lugares, haciendo lo que todo el mundo hacia en aquel barrio. Alcohol, drogas, atracos… Repitiendo la misma operación día tras día. Hasta que Daryl dejó de sentirse arrastrado y terminaba participando de forma activa porque no veía otra salida para él. Así pasó su vida, evitando la cárcel y visitando a Merle en los penales cuando lo atrapaban. Recogiéndolo cuando salía… De casa en casa de conocidos: camellos, yonkis…
Descubrió que las drogas y el alcohol eran una buena forma de olvidar, de dejar de pensar, de dejar el pasado atrás. Porque, por un rato, mientras pasaba el subidón de la cocaína o mientras dormía la mona después de una larga borrachera no tenia que pensar en la cantidad de cicatrices que marcaban su cuerpo. En aquella época, Merle ingresó de nuevo en prisión, imputado de cargos de robo a mano armada y agresión con agravantes. Pasaría bastante tiempo a la sombra. Y Daryl se vio… solo. Otra vez.
Tenía veinticuatro años cuando el vecino de al lado del yonkie con el que Daryl vivía, dueño de un taller de reparación de motocicletas, intentó hacer de Daryl algo más que un despojo humano y acogió al chico como su aprendiz. Y Daryl, que estaba acojonado de pensar en el cabreo de Merle cuando saliera de la cárcel y viera que Daryl había jodido su preciada moto, aceptó la oferta si con ello aprendía a reparar la moto de su hermano. Y el tiempo pasó…
No todo era tan bonito, pronto Daryl aprendió que aquel taller era solamente una tapadera. Era uno de esos negocios aparentemente legales que salvaguardaban los negocios sucios de una banda de moteros. Pero Pullman, que así se llamaba el nuevo jefe de Daryl, era brillante y Daryl aprendía muy rápido. Era listo, avispado y quería saber sobre todo lo que Pullman quisiera enseñarle. Y ese talento no pasó desapercibido para el líder de la banda de moteros. Jaxter, quien al parecer había oído hablar de Daryl los últimos años, de su talento para ganar peleas callejeras, de su habilidad para escabullirse, de su facilidad para calar a las personas, pronto se interesó en él. Pero Daryl siempre lo rechazaba. Había tenido la suficiente dosis de drogas, peleas y delitos en su vida como para saber que no era eso lo que quería para el resto de su vida. Pero, la verdad era que un chico de barrio, de un barrio pobre, no tenia demasiadas elecciones en la vida. Aun así, Daryl era de esos que creían en su propio destino. Se sentía mas optimista ahora que no tenía que lidiar con Merle, ahora que sentía que era dueño de su destino… de sus decisiones…
Los años que pasó en el taller de Pullman fueron los más felices que Daryl recordaría en mucho tiempo. A los treinta años, Dixon prácticamente dirigía el negocio de Pullman. El viejo, victima del reuma, apenas podía ya hacerse cargo de su propio taller, por lo que Daryl y otro chico más del barrio se hacían cargo de las motocicletas que llegaban al taller. Y todo iba bien. Daryl ganaba su propio sueldo, ya no tenia que robar, ya no tenia que atracar gasolineras y había dejado la cocaína. Pero seguía viviendo en casa de otro de los camellos, amigos de Merle. Esas seguían siendo sus compañías… Y Daryl sentía que no había avanzado nada en su vida. Tenia treinta y dos años ya y su mayor logro en la vida había sido sobrevivir a las palizas de su padre y aprender a reparar una motocicleta sin ayuda de nadie…
Entonces la conoció.
Se llamaba Jolene Baxter. Era preciosa, lista, divertida. Era valiente, tremendamente inteligente y tenia la risa más bonita que Daryl hubiera escuchado nunca. Congeniaron muy rápidamente. Y, aunque tenían aspiraciones distintas en la vida, la verdad era que se entendían bastante bien. ¿Lo malo? Era la hija de Jaxter. Y Jaxter, después de la reticencia de Daryl a unirse a su banda, lo había convertido en un paria social a oídos de todos sus conocidos. Pronto, la primera vez que descubrió que su hija y el joven Dixon se veían de forma privada, dejó muy claro que no lo quería cerca de su hija. A Daryl le costó varios días reponerse de aquella paliza. Varios hematomas, una muñeca rota y un par de costillas fracturadas.
Daryl sabia que tenia que alejarse de Jolene, pero siempre acababan encontrándose. No se buscaban y, sin embargo, sus caminos no hacían más que cruzarse. Una y otra vez. Incluso aunque Daryl intentó dejarla en varias ocasiones, siempre terminaban olvidándose de eso entre las sabanas de uno o de otro.
La segunda vez que los hombres de Jaxter le propinaron una paliza, Jaxter dejó muy claro que, aunque intentase aparentar que era un hombre nuevo él sabia la clase de chusma que era y que no habría un tercer aviso. La tercera vez que tuviera que apartarlo de Jolene, lo mataría.
Y prácticamente, así fue. De no haber sido por Merle, el cual acababa de salir de la cárcel y se enfrentó a los hombres de Jaxter, salvando la vida de su hermano. Al preguntarle a Daryl la razón de aquella paliza y enterarse de todo lo sucedido solo le dijo que era un gilipollas y que “ningún coño, por muy rubio que fuera, merecía la pena como para morir por ella”.
Le dejó claro que era un gilipollas y un imbécil y entonces la vida volvió a la normalidad para Daryl y Merle. Sobre todo, desde que Pullman murió cuando una banda enemiga atracó su taller. Daryl se quedó sin trabajo y… pronto volvió a las andadas de atracos, peleas de barrio, drogas y alcohol. Claramente, Daryl había perdido la esperanza de encontrar una vida mejor, la esperanza de que su suerte, algún día pudiera cambiar. A pesar de intentarlo…
Se trasladaron a Atlanta y entonces… los muertos empezaron a levantarse de la tumba.
El mundo empezó a irse a la mierda y lo único que a Daryl se le ocurrió fue robar la moto de Merle y volver a aquel lugar donde tantas palizas se había llevado. Jolene y sus padres vivían en una cercana al taller, pero cuando Daryl llegó, quedó claro que allí no había nadie. Regresó al taller solo para encontrarse con la más desoladora realidad. Al entrar en el despacho de administración encontró los cadáveres de Jolene y su madre. Ambas con un disparo en la cabeza. Aquel fue el segundo momento más doloroso de la vida de Daryl. Había recorrido kilómetros para rescatar a Jolene y había llegado, a juzgar por el estado del cadáver, cuatro días tarde.
No tuvo tiempo de recuperarse de la sorpresa cuando el caminante de Jaxter, el padre de Jolene, se abalanzó sobre él. Y así, tras acabar con el caminante, Daryl volvió a Atlanta donde Merle lo acusó de calzonazos, de gilipollas y de inconsciente. “¿El mundo se va a la mierda y tu te preocupas de una fulana cualquiera? Créeme, chico, los únicos que importamos somos tú y yo”.
Así que esa noche, los hermanos Dixon cargaron las alforjas de la moto, prepararon equipaje ligero, sus armas y se largaron de la ciudad.
Y parecía que así sería todo…