"El hombre del árbol"
(Perspectiva de Cillian)
— Hay algo en la lluvia que me recuerda al principio.
Cuando el universo aún no sabía que podía morir, ya existía el sonido de la caída.
Es lo más cercano a mí que la vida puede producir: el suspiro de algo que deja de ser para transformarse.
Fumo por costumbre, no por necesidad. El humo me enseña cómo se disuelve la existencia.
Cada bocanada es un alma que exhala. Cada chispa, un final diminuto.
Apoyo mi espalda contra el árbol. Lo conozco.
Ha muerto tres veces. Ha nacido cuatro. Y todavía guarda en su savia la memoria de los cuerpos que descansan bajo sus raíces.
Entonces lo siento.
Una presencia leve, temblorosa, curiosa.
Un hombre camina por el parque, y sin saberlo, me ve.
No es la primera vez que alguien me mira. Pero cada mirada es distinta.
Algunos me ven como un monstruo.
Otros como un ángel.
Otros, simplemente, no me ven.
Pero él…
Él me reconoce, aunque no sepa cómo.
Lo miro.
Y en su interior, algo se quiebra: una fibra mínima, invisible, la cuerda que lo ata a la negación del fin.
Lo veo todo en él.
Su infancia, su primera herida, su último sueño.
Veo la forma que tendrá su muerte: tranquila, tibia, bajo un sol que aún no ha nacido.
No lo toco.
No lo llamo.
No es su momento.
Pero me quedo un instante más, observando cómo el miedo y la comprensión bailan dentro de sus ojos.
Esa mezcla sagrada que solo los mortales pueden sentir: el terror ante la nada y el deseo imposible de seguir existiendo.
El cigarro se apaga entre mis dedos.
La brasa muere.
Yo también sonrío.
No por crueldad.
Por ternura.
Porque en él, en su respiración entrecortada, en el temblor de su alma, recuerdo algo que no debería recordar:
lo que se siente estar vivo.
Doy un paso atrás.
La niebla me envuelve, y desaparezco del lugar que nunca fue mío.
Lo dejaré ir.
Por ahora.
Hay muchos nombres antes que el suyo…
Pero cuando el tiempo lo reclame,
cuando su cuerpo y su alma se cansen de fingir eternidad, volveré a buscarlo.
Y entonces, él entenderá.
Que nunca fue perseguido.
Que siempre fue acompañado.
Porque yo no sigo a los vivos.
Los espero.
(Perspectiva de Cillian)
— Hay algo en la lluvia que me recuerda al principio.
Cuando el universo aún no sabía que podía morir, ya existía el sonido de la caída.
Es lo más cercano a mí que la vida puede producir: el suspiro de algo que deja de ser para transformarse.
Fumo por costumbre, no por necesidad. El humo me enseña cómo se disuelve la existencia.
Cada bocanada es un alma que exhala. Cada chispa, un final diminuto.
Apoyo mi espalda contra el árbol. Lo conozco.
Ha muerto tres veces. Ha nacido cuatro. Y todavía guarda en su savia la memoria de los cuerpos que descansan bajo sus raíces.
Entonces lo siento.
Una presencia leve, temblorosa, curiosa.
Un hombre camina por el parque, y sin saberlo, me ve.
No es la primera vez que alguien me mira. Pero cada mirada es distinta.
Algunos me ven como un monstruo.
Otros como un ángel.
Otros, simplemente, no me ven.
Pero él…
Él me reconoce, aunque no sepa cómo.
Lo miro.
Y en su interior, algo se quiebra: una fibra mínima, invisible, la cuerda que lo ata a la negación del fin.
Lo veo todo en él.
Su infancia, su primera herida, su último sueño.
Veo la forma que tendrá su muerte: tranquila, tibia, bajo un sol que aún no ha nacido.
No lo toco.
No lo llamo.
No es su momento.
Pero me quedo un instante más, observando cómo el miedo y la comprensión bailan dentro de sus ojos.
Esa mezcla sagrada que solo los mortales pueden sentir: el terror ante la nada y el deseo imposible de seguir existiendo.
El cigarro se apaga entre mis dedos.
La brasa muere.
Yo también sonrío.
No por crueldad.
Por ternura.
Porque en él, en su respiración entrecortada, en el temblor de su alma, recuerdo algo que no debería recordar:
lo que se siente estar vivo.
Doy un paso atrás.
La niebla me envuelve, y desaparezco del lugar que nunca fue mío.
Lo dejaré ir.
Por ahora.
Hay muchos nombres antes que el suyo…
Pero cuando el tiempo lo reclame,
cuando su cuerpo y su alma se cansen de fingir eternidad, volveré a buscarlo.
Y entonces, él entenderá.
Que nunca fue perseguido.
Que siempre fue acompañado.
Porque yo no sigo a los vivos.
Los espero.
"El hombre del árbol"
(Perspectiva de Cillian)
— Hay algo en la lluvia que me recuerda al principio.
Cuando el universo aún no sabía que podía morir, ya existía el sonido de la caída.
Es lo más cercano a mí que la vida puede producir: el suspiro de algo que deja de ser para transformarse.
Fumo por costumbre, no por necesidad. El humo me enseña cómo se disuelve la existencia.
Cada bocanada es un alma que exhala. Cada chispa, un final diminuto.
Apoyo mi espalda contra el árbol. Lo conozco.
Ha muerto tres veces. Ha nacido cuatro. Y todavía guarda en su savia la memoria de los cuerpos que descansan bajo sus raíces.
Entonces lo siento.
Una presencia leve, temblorosa, curiosa.
Un hombre camina por el parque, y sin saberlo, me ve.
No es la primera vez que alguien me mira. Pero cada mirada es distinta.
Algunos me ven como un monstruo.
Otros como un ángel.
Otros, simplemente, no me ven.
Pero él…
Él me reconoce, aunque no sepa cómo.
Lo miro.
Y en su interior, algo se quiebra: una fibra mínima, invisible, la cuerda que lo ata a la negación del fin.
Lo veo todo en él.
Su infancia, su primera herida, su último sueño.
Veo la forma que tendrá su muerte: tranquila, tibia, bajo un sol que aún no ha nacido.
No lo toco.
No lo llamo.
No es su momento.
Pero me quedo un instante más, observando cómo el miedo y la comprensión bailan dentro de sus ojos.
Esa mezcla sagrada que solo los mortales pueden sentir: el terror ante la nada y el deseo imposible de seguir existiendo.
El cigarro se apaga entre mis dedos.
La brasa muere.
Yo también sonrío.
No por crueldad.
Por ternura.
Porque en él, en su respiración entrecortada, en el temblor de su alma, recuerdo algo que no debería recordar:
lo que se siente estar vivo.
Doy un paso atrás.
La niebla me envuelve, y desaparezco del lugar que nunca fue mío.
Lo dejaré ir.
Por ahora.
Hay muchos nombres antes que el suyo…
Pero cuando el tiempo lo reclame,
cuando su cuerpo y su alma se cansen de fingir eternidad, volveré a buscarlo.
Y entonces, él entenderá.
Que nunca fue perseguido.
Que siempre fue acompañado.
Porque yo no sigo a los vivos.
Los espero.


