Desde pequeño fui un gran admirador de los bosques, campos, ríos y lagos, y tenía una conexión especial con la naturaleza, pues siempre que me encontraba en lugares naturales, el tiempo parecía volar.
Una tarde como cualquier otra, me encontraba en mi casa; eran aproximadamente las 2 de la tarde y no tenía nada que hacer. Así que, en una mezcla de aburrimiento y necesidad de hacer algo, se me ocurrió la maravillosa idea de trazar una ruta alrededor de las montañas que quedan cerca de mi pueblo.

Encendí mi laptop y me puse a ver el mapa. Dibujé una ruta algo larga, de unas 3 horas, y tenía el equipamiento necesario para durar incluso un día caminando. Para esta expedición necesitaba entrar a un terreno abandonado que una vez fue un corral de ovejas y cabras.
La idea de traspasar un terreno que no conocía me aterraba un poco, pero estaba abandonado, así que no existía ningún problema aparente.
Tenía mucho tiempo que no realizaba una ruta de senderismo, pero ya lo había hecho muchas otras veces.
Me pregunté a mí mismo: "¿Qué podía salir mal?" Todo podía salir mal, solo que no lo tenía contemplado.

Emprendí mi viaje a través de unos caminos que no eran muy transitados, con la excepción de que por ese lugar se transportaban inmigrantes ilegales, pero no le di mucha importancia.
Seguí caminando a través de caminos que eran dignos de estar en una película de terror: árboles espinosos por todos lados, ramas y espinas por todo el suelo, curvas peligrosas. El camino se encontraba parcialmente dañado; en algunas secciones estaba lleno de agua y enlodado.

Continué por el camino hasta que me encontré, no con uno, ni dos, ni tres, sino con 15 inmigrantes ilegales, todos sentados en una sombra a las orillas del camino. Había uno sentado en una moto, que parecía ser el líder de este grupo de personas. Este, mientras yo cruzaba por delante de ellos, me detuvo.

—¿Qué estás haciendo por aquí? —preguntó con voz seria.

Procedí a explicarle que estaba haciendo ejercicio, y él simplemente me dejó ir.
Me fui de allí sin dar más explicaciones de las necesarias, no quería tener nada que ver con esa gente.

Después de otro buen rato caminando, al fin había llegado al terreno abandonado. Me quedé inspeccionando que no hubiera nadie cerca de mí para, posteriormente, saltar la reja y adentrarme en el bosque.
A lo lejos escuché un sonido proveniente del sendero: parecía ser el sonido de una moto. Esto me hizo entrar en pánico total, pues pensaba que se habían percatado de que entré a ese lugar. Corrí con todas mis fuerzas en dirección al bosque, hasta perderme en él.

Una vez que me sentía seguro, me senté a beber agua y a apreciar el lugar; un sitio muy verde, lleno de árboles, lleno de vida. La fauna local me dio la bienvenida con el canto de las aves y el sonido del viento chocando con las copas de los árboles.
Una vez descansado, seguí caminando hacia las montañas. El camino se hacía cada vez más incómodo y difícil de transitar entre tanta maleza. Seguí ascendiendo con dificultad a través de todos esos árboles, hasta que por fin encontré un sitio óptimo para armar mi hamaca.
La armé y me dispuse a descansar otro rato mientras comía algunas cosas que traía en mi mochila. Disfruté de la paz, sin ruido, respirando ese aire puro que me hacía sentir vivo. Todos esos sentimientos no se podían sustituir con ninguna pantalla, ni ningún videojuego, ni ningún video estúpido.

Me quedé allí, viviendo el presente, hasta que me percaté de que el sol ya empezaba a caer. Rápidamente, recogí todo lo que había llevado y, en lugar de devolverme por donde había llegado, decidí seguir caminando hasta encontrarme con un camino que, según mi mapa, estaba a unos 2.5 km de mí.
Seguí caminando algo preocupado, porque desde mi posición no podía ver ningún camino. Continué ascendiendo la montaña y cada vez me desesperaba más y más por encontrar una maldita salida de ese lugar.

Hasta que, por fin, a lo lejos vi un camino. Me alegré solo un poco, porque ahora tenía que descender de allí y no tenía la menor idea de cómo hacerlo. Me centré en la cima de la montaña, no me desilusioné y seguí caminando a través de la maleza que cada vez era más difícil de transitar.
Pasados unos minutos, encontré una manera de bajar; sentí mucha tranquilidad al ver un camino que, al parecer, las cabras y ovejas utilizaban para subir a la montaña. No lo pensé dos veces y bajé como pude.
Grande fue mi sorpresa cuando me percaté de que estaba en una finca privada. No quise llamar la atención porque me encontraba muy asustado. Tenía que salir de allí rápido, porque no sabía si los dueños de esa finca eran amigables. Caminé en dirección al camino que vi desde arriba en la montaña, pero al final era un callejón que llevaba a un corral de gallinas. Simplemente, me devolví en dirección a otro camino que había visto, pero fui sorprendido por el sonido de unos pasos que venían hacia mí. Sentí una gran adrenalina y ganas de esconderme, pero no corrí, no hice movimientos bruscos; simplemente seguí caminando normal hasta encontrarme con un hombre que cargaba una escopeta entre sus manos.

—¡Hey! ¿Qué estás haciendo? —gritó el hombre mirándome amenazadoramente a los ojos.

—Ehh… Simplemente estaba caminando por aquí, señor —dije mientras me detenía y lo miraba.

—¿Ah, sí? ¿Y qué se te perdió por aquí? ¿Estás solo? —dijo ásperamente, desconfiando de mí.

Estaba muy nervioso, pero decidí actuar con calma y contarle toda la historia de cómo llegué a su terreno.
Él seguía desconfiado, pero finalmente me dejó ir.
Estaba feliz de haberla librado; me sentí muy aliviado de haber salido de esa situación tan extrema. No sabía qué hubiera pasado si, en vez de hablar con él, hubiera salido corriendo.

Ahora, cada vez que hago una ruta de senderismo, pregunto en todos los lugares posibles antes de entrar a un sitio que no deba, y si es posible hablo con los dueños de las fincas para poder pasear libremente.

Gracias por leer.