• — N-No... no puede ser... ella... está aquí. —

    Nicole ha sentido una energía sobrecargada de oscuridad, y además, un aura espiritual que ella conoce, el cual ha llegado a la tierra, se trata de su hermana Judith Thompson. La toma por sorpresa, esto la aterra, es uno de los tantos peligros que se aproximan en tiempos futuros, sin embargo, no se esperaba que sería tan pronto.
    — N-No... no puede ser... ella... está aquí. — Nicole ha sentido una energía sobrecargada de oscuridad, y además, un aura espiritual que ella conoce, el cual ha llegado a la tierra, se trata de su hermana Judith Thompson. La toma por sorpresa, esto la aterra, es uno de los tantos peligros que se aproximan en tiempos futuros, sin embargo, no se esperaba que sería tan pronto.
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  • Aurora avanzaba con paso firme, por unas calles poco transitadas pero ya conocidas por la pelinegra. Sin embargo, la tranquilidad fue interrumpida de golpe: seis hombres aparecieron de la nada, sus ojos cargados de una intención oscura e inexplicable.

    Sin tiempo para reaccionar, Aurora intentó defenderse con toda su fuerza, esquivando golpes y respondiendo con rapidez, pero el número en su contra era abrumador. Uno a uno, la rodearon y sin piedad comenzaron a atacarla con ferocidad; Ella resistía, cada movimiento cálido de voluntad, pero pronto la fatiga empezó a ganarle terreno.


    El amargo filo de la navaja cortó el aire, y con seis puñaladas consecutivas, desgarraron su cuerpo, una de aquellas puñaladas alcanzó un corte profundo y terrible, rozando su corazón.


    El daño no solo le provocó un dolor insoportable, sino que también ralentizó su proceso de curación, poniendo en grave peligro su vida. Alguien cercano, horrorizado ante la escena, llamó de inmediato al hospital y a la policía, mientras Aurora luchaba por mantenerse consciente, sus manos temblorosas buscando fuerza en un cuerpo herido, atrapada entre el dolor y la esperanza de sobrevivir.
    Aurora avanzaba con paso firme, por unas calles poco transitadas pero ya conocidas por la pelinegra. Sin embargo, la tranquilidad fue interrumpida de golpe: seis hombres aparecieron de la nada, sus ojos cargados de una intención oscura e inexplicable. Sin tiempo para reaccionar, Aurora intentó defenderse con toda su fuerza, esquivando golpes y respondiendo con rapidez, pero el número en su contra era abrumador. Uno a uno, la rodearon y sin piedad comenzaron a atacarla con ferocidad; Ella resistía, cada movimiento cálido de voluntad, pero pronto la fatiga empezó a ganarle terreno. El amargo filo de la navaja cortó el aire, y con seis puñaladas consecutivas, desgarraron su cuerpo, una de aquellas puñaladas alcanzó un corte profundo y terrible, rozando su corazón. El daño no solo le provocó un dolor insoportable, sino que también ralentizó su proceso de curación, poniendo en grave peligro su vida. Alguien cercano, horrorizado ante la escena, llamó de inmediato al hospital y a la policía, mientras Aurora luchaba por mantenerse consciente, sus manos temblorosas buscando fuerza en un cuerpo herido, atrapada entre el dolor y la esperanza de sobrevivir.
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  • •Rol:libre•

    Ella yacía frente a la chimenea del salón privado del "Kiss Paradise", el club clandestino más exclusivo y temido de la ciudad.
    La luz del fuego delineaba cada curva de su figura, envuelta en un vestido blanco demasiado delicado para un lugar donde la traición era la moneda de cambio. Su presencia no pasaba desapercibida: era hermosa, sí, pero también inquietante. En ese club, la belleza nunca venía sin un precio.

    Cuando él cruzó la puerta, se detuvo por un instante. No era fácil sorprenderlo —no en un ambiente donde había visto de todo—, pero ella tenía una forma de dominar la habitación sin siquiera moverse. Nadie sabía quién era realmente. Su nombre cambiaba según a quién se lo dijera, y aun así, todos coincidían en una cosa: había que tenerle miedo.

    Ella alzó la mirada hacia él, como si supiera exactamente en qué segundo aparecería.
    No sonrió. No hizo falta.

    —Llegas tarde —dijo con una voz suave, aunque cargada de un peso que solo tienen los secretos.

    Él se tensó. Su nombre, en ese lugar, debía ser un fantasma, pero ella lo pronunció como si lo hubiera guardado muy cerca del corazón… o muy cerca del arma adecuada.

    Ella se incorporó lentamente, dejando que el vestido blanco cayese a su alrededor como una lágrima de seda.
    —Tenemos un trato pendiente —continuó, con esa calma peligrosa que solo tienen quienes conocen el valor exacto de la información—. Y en este club… la casa nunca pierde.

    Él entendió entonces que no era solo una mujer misteriosa recostada frente al fuego. Era una encrucijada. Una puerta. Una promesa de salvación… o una sentencia disfrazada de deseo.

    Y mientras la veía acercarse, él comprendió algo con absoluta claridad: ya había apostado por ella. Y en el "Kiss Paradis", las apuestas siempre tienen un precio.
    •Rol:libre• Ella yacía frente a la chimenea del salón privado del "Kiss Paradise", el club clandestino más exclusivo y temido de la ciudad. La luz del fuego delineaba cada curva de su figura, envuelta en un vestido blanco demasiado delicado para un lugar donde la traición era la moneda de cambio. Su presencia no pasaba desapercibida: era hermosa, sí, pero también inquietante. En ese club, la belleza nunca venía sin un precio. Cuando él cruzó la puerta, se detuvo por un instante. No era fácil sorprenderlo —no en un ambiente donde había visto de todo—, pero ella tenía una forma de dominar la habitación sin siquiera moverse. Nadie sabía quién era realmente. Su nombre cambiaba según a quién se lo dijera, y aun así, todos coincidían en una cosa: había que tenerle miedo. Ella alzó la mirada hacia él, como si supiera exactamente en qué segundo aparecería. No sonrió. No hizo falta. —Llegas tarde —dijo con una voz suave, aunque cargada de un peso que solo tienen los secretos. Él se tensó. Su nombre, en ese lugar, debía ser un fantasma, pero ella lo pronunció como si lo hubiera guardado muy cerca del corazón… o muy cerca del arma adecuada. Ella se incorporó lentamente, dejando que el vestido blanco cayese a su alrededor como una lágrima de seda. —Tenemos un trato pendiente —continuó, con esa calma peligrosa que solo tienen quienes conocen el valor exacto de la información—. Y en este club… la casa nunca pierde. Él entendió entonces que no era solo una mujer misteriosa recostada frente al fuego. Era una encrucijada. Una puerta. Una promesa de salvación… o una sentencia disfrazada de deseo. Y mientras la veía acercarse, él comprendió algo con absoluta claridad: ya había apostado por ella. Y en el "Kiss Paradis", las apuestas siempre tienen un precio.
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  • Mi meta del 24 era mandar a mi esposo a terminar el año con otro hijo de por medio pero el miserable no se deja ....

    -se cruzó de brazos molesto pero al escuchar a los demás retrocedió presintiendo el peligro -

    Pueden dejar de mirar mi trasero ?!!! Ya tiene dueño
    Mi meta del 24 era mandar a mi esposo a terminar el año con otro hijo de por medio pero el miserable no se deja .... -se cruzó de brazos molesto pero al escuchar a los demás retrocedió presintiendo el peligro - Pueden dejar de mirar mi trasero ?!!! Ya tiene dueño
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  • #Seductivesunday

    Tu mirada es un ancla de dulce peligro,
    un código oculto que no pide asilo.
    Mi anhelo te bebe en cada destello,
    un ruego sin voz, un secreto bello.
    No hay escape posible a este imán de tus ojos,
    donde el deseo traza sus intensos antojos.
    La seducción es este juego de espejos,
    acortando distancias sin mover los pellejos.
    Y cuando la vista se vuelve un tacto,
    la pasión estalla, firmando el exacto
    momento en que el mundo se vuelve ceniza
    #Seductivesunday Tu mirada es un ancla de dulce peligro, un código oculto que no pide asilo. Mi anhelo te bebe en cada destello, un ruego sin voz, un secreto bello. No hay escape posible a este imán de tus ojos, donde el deseo traza sus intensos antojos. La seducción es este juego de espejos, acortando distancias sin mover los pellejos. Y cuando la vista se vuelve un tacto, la pasión estalla, firmando el exacto momento en que el mundo se vuelve ceniza
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  • Volví… más enferma que nunca, más peligrosa, más brillante, más adicta al juego que a la vida misma.
    ¿Me echaste de menos?
    Volví… más enferma que nunca, más peligrosa, más brillante, más adicta al juego que a la vida misma. ¿Me echaste de menos?
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  • Cap: 02.

    Por el rabillo del ojo pudo notar la enormidad de la estructura, una presencia que se erguía hasta el cielo con arrogancia. Tan imponente como una montaña, pero de superficie lisa y desprovista de color. Era negra como el azabache, igual que el plumaje de la bestia que le ruge desde los pies del árbol, una amenaza gutural que filtra su potencia por debajo de la piel y hace temblar los huesos del muchacho.

    Respira con fuerza, y ni siquiera así logra escucharse a si mismo por culpa del animal, e intenta regular la respiración, mientras siente el corazón a pocos latidos de salirse por la garganta. Tenía miedo a tal grado que aún siente el dolor de las heridas, esas que cerraron hace ya largo rato y cuya única prueba de existencia eran las grandes manchas rojizas contrastando con su sudorosa piel blanca.

    El tronco del árbol es quien ahora sufre el frenesí de la bestia de ojos rojos, quien toma distancia y corre en furia ciega para saltar con la intención de atrapar a su víctima. Las garras de sus patas, largas y filosas, arañan profundamente el grosor de la corteza, haciéndola sangrar savia con cada salto fallido.

    La curiosidad, junto con la ingenuidad, lo arrastraron hasta tal momento; caminó, indefinidamente, hasta dar con un denso bosquejo, cuyos árboles entrelazan sus ramas cual sistema nervioso. Entre tronco y tronco logró distinguir un borrón azulado, veloz, la primera cosa en movimiento que ha visto en días, y eso fue suficiente para atraer su atención tal como los noctuidos en la noche que persiguen el fuego. La bestia de ojos rojos fue su fuego, las heridas quemaduras y el miedo la cicatriz.

    Entre rugidos avanzó el día, el sol amenazó con esconderse, las sombras ganaron fuerza e indicaron que pronto la noche caería sobre el bosque. La bestia se fue, pero su presencia quedó tan marcada como los zarpazos en el tronco. Él seguía sin bajar, un poco por inseguridad, pero tenía la mirada perdida en las estrellas, buscando la respuesta a la única pregunta que tenía lugar en su cabeza: "¿Por qué me odian?".

    Era doloroso. Injusto e irritante. Pero, esa insistencia con mirarlo, le hizo pensar que algo esperaban de él, alguna expectativa silenciosa que cumplir. Solo debía descubrir cuál era o, tal vez, debía llegar al firmamento y cuestionarlas, confrontarlas directamente.

    Esa noche hubo viento, uno feroz e indómito. Las ramas se estremecían con cada ráfaga, un peligro potencial de ser arrancadas. Él tuvo que aferrarse al árbol, tal fue la fuerza usada que sus negras uñas estaban clavadas en la corteza. No era algo natural, sino un fenómeno producido por aquella arrogante estructura.

    De pronto el firmamento brilló menos. Algo lo estaba opacando, una luz morada que provenía de la tierra. La estructura brillaba, sus caras estaban iluminadas con líneas que fueron talladas en forma de cuadrados incompletos. Perduró horas, hasta que expulsó algo desde la punta: una figura alargada, estrecha tal vez, que surcó los cielos sin tener que recurrir a un par de alas.
    Cap: 02. Por el rabillo del ojo pudo notar la enormidad de la estructura, una presencia que se erguía hasta el cielo con arrogancia. Tan imponente como una montaña, pero de superficie lisa y desprovista de color. Era negra como el azabache, igual que el plumaje de la bestia que le ruge desde los pies del árbol, una amenaza gutural que filtra su potencia por debajo de la piel y hace temblar los huesos del muchacho. Respira con fuerza, y ni siquiera así logra escucharse a si mismo por culpa del animal, e intenta regular la respiración, mientras siente el corazón a pocos latidos de salirse por la garganta. Tenía miedo a tal grado que aún siente el dolor de las heridas, esas que cerraron hace ya largo rato y cuya única prueba de existencia eran las grandes manchas rojizas contrastando con su sudorosa piel blanca. El tronco del árbol es quien ahora sufre el frenesí de la bestia de ojos rojos, quien toma distancia y corre en furia ciega para saltar con la intención de atrapar a su víctima. Las garras de sus patas, largas y filosas, arañan profundamente el grosor de la corteza, haciéndola sangrar savia con cada salto fallido. La curiosidad, junto con la ingenuidad, lo arrastraron hasta tal momento; caminó, indefinidamente, hasta dar con un denso bosquejo, cuyos árboles entrelazan sus ramas cual sistema nervioso. Entre tronco y tronco logró distinguir un borrón azulado, veloz, la primera cosa en movimiento que ha visto en días, y eso fue suficiente para atraer su atención tal como los noctuidos en la noche que persiguen el fuego. La bestia de ojos rojos fue su fuego, las heridas quemaduras y el miedo la cicatriz. Entre rugidos avanzó el día, el sol amenazó con esconderse, las sombras ganaron fuerza e indicaron que pronto la noche caería sobre el bosque. La bestia se fue, pero su presencia quedó tan marcada como los zarpazos en el tronco. Él seguía sin bajar, un poco por inseguridad, pero tenía la mirada perdida en las estrellas, buscando la respuesta a la única pregunta que tenía lugar en su cabeza: "¿Por qué me odian?". Era doloroso. Injusto e irritante. Pero, esa insistencia con mirarlo, le hizo pensar que algo esperaban de él, alguna expectativa silenciosa que cumplir. Solo debía descubrir cuál era o, tal vez, debía llegar al firmamento y cuestionarlas, confrontarlas directamente. Esa noche hubo viento, uno feroz e indómito. Las ramas se estremecían con cada ráfaga, un peligro potencial de ser arrancadas. Él tuvo que aferrarse al árbol, tal fue la fuerza usada que sus negras uñas estaban clavadas en la corteza. No era algo natural, sino un fenómeno producido por aquella arrogante estructura. De pronto el firmamento brilló menos. Algo lo estaba opacando, una luz morada que provenía de la tierra. La estructura brillaba, sus caras estaban iluminadas con líneas que fueron talladas en forma de cuadrados incompletos. Perduró horas, hasta que expulsó algo desde la punta: una figura alargada, estrecha tal vez, que surcó los cielos sin tener que recurrir a un par de alas.
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  • 𝐌𝐚𝐠𝐢𝐜𝐨𝐧𝐠𝐫𝐞𝐬𝐨 𝐔́𝐧𝐢𝐜𝐨 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐒𝐨𝐜𝐢𝐞𝐝𝐚𝐝 𝐀𝐦𝐞𝐫𝐢𝐜𝐚𝐧𝐚.
    Fandom Harry Potter
    Categoría Romance
    STARTER PARA ───── 𝑸𝑼𝑬𝑬𝑵𝑰𝑬 𝐆𝐎𝐋𝐃𝐒𝐓𝐄𝐈𝐍


    Edificio Woolworth.
    Nueva York, Estados Unidos de América.

    El cómo había llegado hasta allí era una pregunta que llevaba planteándose incluso desde antes de que se iniciara su viaje. Sabía bien que debería dirigirse hacia el MACUSA para realizar un par de trámites que a él le parecían desde luego innecesarios.

    La seguridad se había extremado aquellos días dado el actual peligro en el mundo mágico. Las cosas no estaban tan bien como el Ministro aseguraba, y el pueblo lo sabía. ¿Cómo no saberlo?

    El Ministerio de Magia Británico también estaba al tanto del peligro que representaban aquellos que deseaban presentarse próximamente a las elecciones generales para liderar el mundo mágico. Grindelwald estaba entre ellos, y aunque la inmensa mayoría deseaba que gobernara puesto que sus ideales eran compartidos por gran parte de la comunidad mágica, sus ideas eran descabelladas para muchos. La pureza de la sangre, los no-mags (gente no mágica) y muchas otras cosas más tenían al mundo patas arriba. El miedo los dominaba, claro; era comprensible.

    Pero por suerte, Abraxas pertenecía a ese bando al que no le preocupaba lo que sucediera con los derechos de las personas no mágicas. La pureza de sangre siempre había existido en su familia, era parte de esa gran mayoría que apoyaba la causa. Aunque, para ser sinceros, a él poco le importaban esas luchas.

    Había oído hablar de Grindelwald y se había interesado en formar parte de sus filas. Dado su poder como cambiaformas, podría resultar de gran utilidad como espía. Cambiando su aspecto a voluntad —ya fuese un animal, una persona (incluyendo géneros diversos)—, Abraxas era capaz de adquirir la forma que quisiera en su propio beneficio.

    Su familia había apoyado y defendido con suma satisfacción su decisión de viajar hasta Nueva York para presentarse ante Grindelwald y servir a sus propósitos. Lo que en absoluto le apetecía era tener que presentarse al MACUSA y entregar toda aquella información sobre él.

    Allí todos lo observaban de cerca, su apellido era bien conocido y aunque, precisamente, una Lestrange trabajara para el Ministerio Británico de Magia como ayudante del Jefe del Departamento de Seguridad Mágica, el rostro de Abraxas ya despertaba ciertas sospechas de que sus intenciones podrían no llegar a ser las esperadas.

    —¿Queda algo más? ¿O ya puedo visitar su hermoso país? —preguntó, después de firmar el que creyó (y esperó) que fuese el último pergamino de permisos del MACUSA.
    —Oficina del permiso de varitas. Una planta más abajo.
    —¿Permiso de varitas?

    Pero la ventanilla del servicio en el que se encontraba se cerró de malas formas. Abraxas apretó los dientes, marcándose su mandíbula bajo los pómulos. Tragó saliva y removió sus cabellos, apartándolos de su rostro. Si había algo que no soportaba era que tocaran sus cosas, y su varita era tal vez lo más preciado que tenía en posesión. Podría resultar extraño que alguien se aferrara tanto a su varita, pero para él simbolizaba demasiado como para que un funcionario estúpido se dedicara a toquetearla sin más.

    De alguna forma era como que alguien toqueteara a tu esposa, a tu hija, y tú no pudieras hacer nada. Su varita era una extensión de sí mismo, una de sus fuentes de poder. Si alguien la tocaba con sus malditas manos podría apropiarse de ese poder o incluso mermarlo de alguna forma. No, no permitiría que nadie tocara su varita.

    Abraxas no era especialmente conocido por su buen comportamiento con respecto a la ley. Así que no tuvo que lidiar demasiado con la duda de si marcharse de allí sin presentar el último trámite o quedarse y ser un ciudadano ejemplar.

    Lestrange bajó, cruzó la entrada principal y en seguida alguien lo detuvo. Un tipo de uniforme policial llamó su atención. Era un sujeto corpulento, calvo y de piel más roja que blanca. En su camisa había restos del desayuno, migas de rosquilla. Y si se acercaba lo suficiente, su boca desprendería el olor del café que había ingerido horas antes.

    —Caballero.
    Abraxas se detuvo en seco, girándose.
    —La Oficina del permiso de varitas está por aquí.

    No era de extrañar que lo supiera. Allí todo el mundo lo sabía todo. La seguridad se había extremado y algo tan simple como revisar una varita parecía ser de especial importancia aquellos días. Menuda estupidez, pensó.

    Pero no pudo hacer mucho: el guardia lo llevó hasta la oficina y, para cuando quiso darse cuenta, estaba esperando para ser atendido.

    Su mirada repasó por completo todo el lugar y a las personas que allí se encontraban. No podía imaginarse a ninguna de ellas tocando su varita. ¿Deberían hacerlo? ¿Formaba acaso eso parte del procedimiento?

    —¿Sr. Lestrange? —preguntó una voz femenina tan dulce que logró confundirlo.

    Su mirada buscó en dirección a la voz, hacia su derecha. Una mujer rubia, con aspecto reluciente, aguardaba con una dulce sonrisa.

    —Sí.
    —Está en el lugar indicado. Venga conmigo.

    ¿Contigo?

    Lestrange volvió a mirar al resto de mesas; nadie allí se había levantado para recibir a nadie, así que supuso que era simplemente una funcionaria que se dedicaba a distribuir a los clientes a las mesas asignadas. Pero los pasos seguían avanzando y las mesas vacías se iban alejando. Entonces ella tomó asiento tras un escritorio. “Queenie Goldstein”, rezaba el cartel sobre la madera de roble.

    —Por favor, siéntese.

    Una sonrisa por cada palabra. Pero en el gesto de él no había ninguna sonrisa, sino más bien desconfianza; una evidente desconfianza y una clara incomodidad que ni siquiera se molestó en ocultar.

    —Tranquilo, no le robaré mucho tiempo, tan solo necesito un par de documentos y su varita. Será rápido, ya lo verá…
    —No voy a darle mi varita.

    Quizá aquella fue la primera vez en toda su vida que alguien se negaba a algo tan sencillo como mostrar su varita. Normalmente solían presentarse más molestos cuando les solicitaba que les entregara todos los documentos que eran necesarios, ¿pero aquello?

    La mirada de Abraxas se mantenía fija en los ojos de la bruja de manera severa. Bien sabía él que la cosa no se terminaba ahí, pero seguiría firme en su respuesta.
    STARTER PARA [L3GEREMENS] Edificio Woolworth. Nueva York, Estados Unidos de América. El cómo había llegado hasta allí era una pregunta que llevaba planteándose incluso desde antes de que se iniciara su viaje. Sabía bien que debería dirigirse hacia el MACUSA para realizar un par de trámites que a él le parecían desde luego innecesarios. La seguridad se había extremado aquellos días dado el actual peligro en el mundo mágico. Las cosas no estaban tan bien como el Ministro aseguraba, y el pueblo lo sabía. ¿Cómo no saberlo? El Ministerio de Magia Británico también estaba al tanto del peligro que representaban aquellos que deseaban presentarse próximamente a las elecciones generales para liderar el mundo mágico. Grindelwald estaba entre ellos, y aunque la inmensa mayoría deseaba que gobernara puesto que sus ideales eran compartidos por gran parte de la comunidad mágica, sus ideas eran descabelladas para muchos. La pureza de la sangre, los no-mags (gente no mágica) y muchas otras cosas más tenían al mundo patas arriba. El miedo los dominaba, claro; era comprensible. Pero por suerte, Abraxas pertenecía a ese bando al que no le preocupaba lo que sucediera con los derechos de las personas no mágicas. La pureza de sangre siempre había existido en su familia, era parte de esa gran mayoría que apoyaba la causa. Aunque, para ser sinceros, a él poco le importaban esas luchas. Había oído hablar de Grindelwald y se había interesado en formar parte de sus filas. Dado su poder como cambiaformas, podría resultar de gran utilidad como espía. Cambiando su aspecto a voluntad —ya fuese un animal, una persona (incluyendo géneros diversos)—, Abraxas era capaz de adquirir la forma que quisiera en su propio beneficio. Su familia había apoyado y defendido con suma satisfacción su decisión de viajar hasta Nueva York para presentarse ante Grindelwald y servir a sus propósitos. Lo que en absoluto le apetecía era tener que presentarse al MACUSA y entregar toda aquella información sobre él. Allí todos lo observaban de cerca, su apellido era bien conocido y aunque, precisamente, una Lestrange trabajara para el Ministerio Británico de Magia como ayudante del Jefe del Departamento de Seguridad Mágica, el rostro de Abraxas ya despertaba ciertas sospechas de que sus intenciones podrían no llegar a ser las esperadas. —¿Queda algo más? ¿O ya puedo visitar su hermoso país? —preguntó, después de firmar el que creyó (y esperó) que fuese el último pergamino de permisos del MACUSA. —Oficina del permiso de varitas. Una planta más abajo. —¿Permiso de varitas? Pero la ventanilla del servicio en el que se encontraba se cerró de malas formas. Abraxas apretó los dientes, marcándose su mandíbula bajo los pómulos. Tragó saliva y removió sus cabellos, apartándolos de su rostro. Si había algo que no soportaba era que tocaran sus cosas, y su varita era tal vez lo más preciado que tenía en posesión. Podría resultar extraño que alguien se aferrara tanto a su varita, pero para él simbolizaba demasiado como para que un funcionario estúpido se dedicara a toquetearla sin más. De alguna forma era como que alguien toqueteara a tu esposa, a tu hija, y tú no pudieras hacer nada. Su varita era una extensión de sí mismo, una de sus fuentes de poder. Si alguien la tocaba con sus malditas manos podría apropiarse de ese poder o incluso mermarlo de alguna forma. No, no permitiría que nadie tocara su varita. Abraxas no era especialmente conocido por su buen comportamiento con respecto a la ley. Así que no tuvo que lidiar demasiado con la duda de si marcharse de allí sin presentar el último trámite o quedarse y ser un ciudadano ejemplar. Lestrange bajó, cruzó la entrada principal y en seguida alguien lo detuvo. Un tipo de uniforme policial llamó su atención. Era un sujeto corpulento, calvo y de piel más roja que blanca. En su camisa había restos del desayuno, migas de rosquilla. Y si se acercaba lo suficiente, su boca desprendería el olor del café que había ingerido horas antes. —Caballero. Abraxas se detuvo en seco, girándose. —La Oficina del permiso de varitas está por aquí. No era de extrañar que lo supiera. Allí todo el mundo lo sabía todo. La seguridad se había extremado y algo tan simple como revisar una varita parecía ser de especial importancia aquellos días. Menuda estupidez, pensó. Pero no pudo hacer mucho: el guardia lo llevó hasta la oficina y, para cuando quiso darse cuenta, estaba esperando para ser atendido. Su mirada repasó por completo todo el lugar y a las personas que allí se encontraban. No podía imaginarse a ninguna de ellas tocando su varita. ¿Deberían hacerlo? ¿Formaba acaso eso parte del procedimiento? —¿Sr. Lestrange? —preguntó una voz femenina tan dulce que logró confundirlo. Su mirada buscó en dirección a la voz, hacia su derecha. Una mujer rubia, con aspecto reluciente, aguardaba con una dulce sonrisa. —Sí. —Está en el lugar indicado. Venga conmigo. ¿Contigo? Lestrange volvió a mirar al resto de mesas; nadie allí se había levantado para recibir a nadie, así que supuso que era simplemente una funcionaria que se dedicaba a distribuir a los clientes a las mesas asignadas. Pero los pasos seguían avanzando y las mesas vacías se iban alejando. Entonces ella tomó asiento tras un escritorio. “Queenie Goldstein”, rezaba el cartel sobre la madera de roble. —Por favor, siéntese. Una sonrisa por cada palabra. Pero en el gesto de él no había ninguna sonrisa, sino más bien desconfianza; una evidente desconfianza y una clara incomodidad que ni siquiera se molestó en ocultar. —Tranquilo, no le robaré mucho tiempo, tan solo necesito un par de documentos y su varita. Será rápido, ya lo verá… —No voy a darle mi varita. Quizá aquella fue la primera vez en toda su vida que alguien se negaba a algo tan sencillo como mostrar su varita. Normalmente solían presentarse más molestos cuando les solicitaba que les entregara todos los documentos que eran necesarios, ¿pero aquello? La mirada de Abraxas se mantenía fija en los ojos de la bruja de manera severa. Bien sabía él que la cosa no se terminaba ahí, pero seguiría firme en su respuesta.
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  • me he dado cuenta... de que soy el unico orco de este mundo de ficrol... se siente solitario no poder encontrar mas iguales de mi especie con quien compartir...

    -se pone tenso por que parece que esta en peligro de extinción.-

    me he dado cuenta... de que soy el unico orco de este mundo de ficrol... se siente solitario no poder encontrar mas iguales de mi especie con quien compartir... -se pone tenso por que parece que esta en peligro de extinción.-
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  • No soy peligrosa… a menos que me mires demasiado
    No soy peligrosa… a menos que me mires demasiado 🔥
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