• //Llegó tarde pero #SeductiveSunday //

    𝕸𝖊𝖒𝖔𝖗𝖎𝖆𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖅𝖔𝖗𝖗𝖔 - 𝐊𝐚𝐳𝐮𝐨

    Quería consumirla, poseerla y, al mismo
    tiempo, temía la intensidad con la que sentía todo aquello.

    Una vez... Tan solo tuve que percibir su aroma una sola vez para dejarme atrapar de una forma que, en ese momento, no sabría nombrar. Olía a tierra, pino, sol; una sinfonía de olores que se alojaban en la parte trasera de mi paladar, provocando que incluso pudiera saborearlo, una efervescencia que explotaba en mi boca como una gota de agua al caer sobre suelo firme. Olía a montaña, olía a mi hogar. ¿Pero qué era esto? No había explicación ni lógica. Su cercanía provocó en mi cuerpo una auténtica hecatombe, una reacción en cadena con un desenlace frustrante. No sería hasta dos años después de abstinencia cuando pudiera emborracharme de aquella esencia que tan hondo había calado en mí.

    Cuando ese mar carmesí que tenía como ojos me engulló, al mismo tiempo que ese aroma, algo en mí se rompió. Era como si, en ese mismo segundo, el aire hubiera abandonado mis pulmones, porque solo querían oxigenarse con el aire impregnado de aquel aroma adictivo. Mis pupilas se dilataban como dos cuencas negras, mi piel se erizaba, y mi pecho cabalgaba en una desenfrenada carrera, sin un fin concreto en aquel inmenso horizonte de mi mente. Por primera vez en siglos, no era capaz de controlar la vorágine de sensaciones que se agolpaban, una tras otra, aporreando mi cabeza en un intento desesperado de abrirse paso, de intentar buscar una explicación para aquella sensación tan abrumadora.

    Sus ojos, su pelo, su piel, sus labios, su voz... su olor. Todo me atraía como una polilla es atraída por la luz, de una forma ciega y resignada, pues el resplandor no me dejaba ver más allá de mis narices. No soy un hombre común; Soy un zorro, hijo de Inari e hijo del bosque. Mis sentidos van más allá de lo común; para mí, un aroma, un sabor, puede tener más significado que una historia contada con palabras. Aquel olor me evocaba deseo, anhelo, hambre, peligro... un peligro al que, contra todo pronóstico, hice caso omiso, porque necesitaba impregnarme de aquella esencia y no dejaría escapar la más mínima oportunidad.

    La fuerza empleada para no dejar que mis instintos más primitivos, más salvajes, más animales, se abalanzaran sobre aquella mujer era hercúlea. Una fuerza que iba en contra de todo lo que mi cuerpo pedía a gritos. Ella... La deseaba; joder, la acababa de conocer y todo mi ser la reclamaba de una forma tan voraz que ni siquiera me dejaba pensar con claridad. Era como encontrar algo que no sabías que habías perdido, y que de pronto te arrebatan para luego volver a desaparecer.

    Cuando, al día siguiente, solo percibí los matices residuales de su ausencia, sentí que algo de mí había sido arrancado. Dirigí mis pasos a la habitación donde había dormido aquella noche. El futón, perfectamente recogido, y el yukata que le había prestado, cuidadosamente doblado a su lado. Me adentré, e inmediatamente su aroma me abofeteó la cara como un oleaje salvaje que rompía contra un acantilado. Me arrodillé junto a las pertenencias prestadas y devueltas. Sin poder contenerme, tomé aquel yukata entre mis manos, llevando aquella fina seda a mi rostro. Entonces inhalé profundamente, hundiendo mi rostro entre las telas de la prenda que horas antes, Elizabeth se había puesto. Memoricé cada matiz que me recordaba a la montaña, esa mezcla de olores terrosos que me embriagaban y me hacían entrar en un estado febril. Mis puños se cerraban en aquella tela, apretándola con tanta fuerza que mis nudillos se ponían blancos del esfuerzo. Mi cuerpo languidecía hasta dejarse caer sobre el futón donde ella había dormido la noche anterior. Aún con el yukata en mis manos apretadas, me deslicé por las sábanas y la colcha de dicho futón. Olía a ella; toda su esencia estaba en aquellos simples objetos. Quería adherir aquel olor a mi piel, volverlo parte de la mía. Parecía un gato que se retuerce en una zona que desea marcar con su olor.

    Para cualquier persona normal, aquel acto podría catalogarse como propio de alguien pervertido, tóxico o incluso enfermizo. Pero para mí, un zorro, aquel olor me hacía entrar en colapso, en un frenesí incontrolable y en constante ebullición. No se le puede pedir a un felino que no reaccione a la nepeta, ni impedir que una mariposa se sienta atraída por las feromonas de una hermosa flor. Para mí, era exactamente lo mismo; aquel aroma provocaba una reacción química en todo mi cuerpo, llevándolo a una excitación acalorada, intensa e irrefrenable.

    Cada noche volvía a emborracharme de la fragancia que aquella mujer de cabellos de fuego había dejado de forma inocente. Me imaginaba estar con ella, enredados en aquellas sábanas, y no podía evitar sentir ese placer tan exquisito. Lo hice hasta que su olor se disipó con el paso del tiempo. Durante dos largos años, iba cada noche al mismo punto donde la conocí por primera vez, con la esperanza de volver a verla, de volver a olerla. En mi forma de gran zorro blanco, corría montaña arriba, intentando encontrar aquellos olores que tanto me recordaban aquellos parajes. Pero... no, nada era igual, nada era comparable a aquel olor que tanto anhelaba y que jamás se borraría de mi memoria. La espera había sido dolorosa. Una agonía que apenas podía soportar en aquellas noches de soledad, donde solo podía consolarme lastimosamente a mí mismo, imaginando cómo sería que mi boca recorriera cada parte de su cuerpo. Estaba enfermo, enfermo por no poder engullir la medicina que necesitaba para sanar. Y esa medicina era ella.

    Durante el tiempo que pasó sin su presencia, no era capaz de mantener otros encuentros íntimos con otros seres. Ni las mujeres ni los hombres con los que normalmente conseguía "satisfacer" mis deseos me provocaban la más mínima reacción de anhelo. No era difícil para mí obtener placer ajeno, de hecho, era realmente fácil. Mi presencia causaba esa necesidad primitiva de deseo cuando mis labios seducían con un suave ronroneo. Pero cuando todo iba a culminar, mi cuerpo rechazaba aquel contacto. Todo mi ser aborrecía en ese último momento aquello que no estaba relacionado con aquella esencia que se había alojado en mi mente. Por lo tanto, finalmente desistí de tener y buscar cualquier tipo de relación carnal. Prefería autocomplacerme pensando en cómo sabrían sus labios en mi boca, cómo se sentiría su piel bajo las yemas de mis dedos, cómo su olor inundaría mi olfato hasta entrar en mi lengua.

    Cuando al fin la tuve tan cerca nuevamente, sentí que su sola presencia desataba algo violento dentro de mí, un sofoco que emergía desde lo más profundo de mi ser y que solo sería aplacado con el consumo de aquella mujer. Mía... Deseaba hacerla mía de todas las formas posibles, que su aroma quedara impregnado en mi cuerpo y que el mío quedara impregnado en el suyo. Dejarme llevar por mi lado más salvaje y animal; dejar que mis colmillos ansiosos marcaran cada zona de su piel, reclamando lo que quería que fuera mío. En cada encuentro no podía hacer más que venerar aquel cuerpo; no podía dejar de arrodillarme ante ella. Lo que me hizo rendirme al completo fue saber más, conocer quién estaba debajo de todas esas sensaciones primitivas, hizo que me volviera siervo de lo que ella representaba. Y lo que representaba, era todo para mí, como si todo lo anterior a ella se quedara en la nada.

    Ahora que es mía y yo soy suyo, me doy cuenta de que jamás podría curarme de su adicción. Era mi opio, mi droga recurrente y de la que no deseaba desintoxicarme. De hecho, al contrario, quería intoxicarme por cada poro de mi piel. Fundirme a su cuerpo hasta que no se supiera dónde empezaba el mío y dónde terminaba el de ella.

    A veces considero que peco de soberbio y posesivo si el tema a discutir se trata de Elizabeth, faltando enormemente a lo que es mi ética como mensajero de Inari. Pero simplemente no puedo. Estoy tan enfermizamente enamorado, que no hay unas directrices que nos guían para manejar la situación que nos rodea a ambos. Tendremos que ser nosotros mismos quienes vayamos descubriendo a dónde nos lleva esta desenfrenada pasión.

    𝑬𝒍𝒊𝒛𝒂𝒃𝒆𝒕𝒉 ✴ 𝑩𝒍𝒐𝒐𝒅𝒇𝒍𝒂𝒎𝒆
    //Llegó tarde pero #SeductiveSunday // 𝕸𝖊𝖒𝖔𝖗𝖎𝖆𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖅𝖔𝖗𝖗𝖔 - 𝐊𝐚𝐳𝐮𝐨 Quería consumirla, poseerla y, al mismo tiempo, temía la intensidad con la que sentía todo aquello. Una vez... Tan solo tuve que percibir su aroma una sola vez para dejarme atrapar de una forma que, en ese momento, no sabría nombrar. Olía a tierra, pino, sol; una sinfonía de olores que se alojaban en la parte trasera de mi paladar, provocando que incluso pudiera saborearlo, una efervescencia que explotaba en mi boca como una gota de agua al caer sobre suelo firme. Olía a montaña, olía a mi hogar. ¿Pero qué era esto? No había explicación ni lógica. Su cercanía provocó en mi cuerpo una auténtica hecatombe, una reacción en cadena con un desenlace frustrante. No sería hasta dos años después de abstinencia cuando pudiera emborracharme de aquella esencia que tan hondo había calado en mí. Cuando ese mar carmesí que tenía como ojos me engulló, al mismo tiempo que ese aroma, algo en mí se rompió. Era como si, en ese mismo segundo, el aire hubiera abandonado mis pulmones, porque solo querían oxigenarse con el aire impregnado de aquel aroma adictivo. Mis pupilas se dilataban como dos cuencas negras, mi piel se erizaba, y mi pecho cabalgaba en una desenfrenada carrera, sin un fin concreto en aquel inmenso horizonte de mi mente. Por primera vez en siglos, no era capaz de controlar la vorágine de sensaciones que se agolpaban, una tras otra, aporreando mi cabeza en un intento desesperado de abrirse paso, de intentar buscar una explicación para aquella sensación tan abrumadora. Sus ojos, su pelo, su piel, sus labios, su voz... su olor. Todo me atraía como una polilla es atraída por la luz, de una forma ciega y resignada, pues el resplandor no me dejaba ver más allá de mis narices. No soy un hombre común; Soy un zorro, hijo de Inari e hijo del bosque. Mis sentidos van más allá de lo común; para mí, un aroma, un sabor, puede tener más significado que una historia contada con palabras. Aquel olor me evocaba deseo, anhelo, hambre, peligro... un peligro al que, contra todo pronóstico, hice caso omiso, porque necesitaba impregnarme de aquella esencia y no dejaría escapar la más mínima oportunidad. La fuerza empleada para no dejar que mis instintos más primitivos, más salvajes, más animales, se abalanzaran sobre aquella mujer era hercúlea. Una fuerza que iba en contra de todo lo que mi cuerpo pedía a gritos. Ella... La deseaba; joder, la acababa de conocer y todo mi ser la reclamaba de una forma tan voraz que ni siquiera me dejaba pensar con claridad. Era como encontrar algo que no sabías que habías perdido, y que de pronto te arrebatan para luego volver a desaparecer. Cuando, al día siguiente, solo percibí los matices residuales de su ausencia, sentí que algo de mí había sido arrancado. Dirigí mis pasos a la habitación donde había dormido aquella noche. El futón, perfectamente recogido, y el yukata que le había prestado, cuidadosamente doblado a su lado. Me adentré, e inmediatamente su aroma me abofeteó la cara como un oleaje salvaje que rompía contra un acantilado. Me arrodillé junto a las pertenencias prestadas y devueltas. Sin poder contenerme, tomé aquel yukata entre mis manos, llevando aquella fina seda a mi rostro. Entonces inhalé profundamente, hundiendo mi rostro entre las telas de la prenda que horas antes, Elizabeth se había puesto. Memoricé cada matiz que me recordaba a la montaña, esa mezcla de olores terrosos que me embriagaban y me hacían entrar en un estado febril. Mis puños se cerraban en aquella tela, apretándola con tanta fuerza que mis nudillos se ponían blancos del esfuerzo. Mi cuerpo languidecía hasta dejarse caer sobre el futón donde ella había dormido la noche anterior. Aún con el yukata en mis manos apretadas, me deslicé por las sábanas y la colcha de dicho futón. Olía a ella; toda su esencia estaba en aquellos simples objetos. Quería adherir aquel olor a mi piel, volverlo parte de la mía. Parecía un gato que se retuerce en una zona que desea marcar con su olor. Para cualquier persona normal, aquel acto podría catalogarse como propio de alguien pervertido, tóxico o incluso enfermizo. Pero para mí, un zorro, aquel olor me hacía entrar en colapso, en un frenesí incontrolable y en constante ebullición. No se le puede pedir a un felino que no reaccione a la nepeta, ni impedir que una mariposa se sienta atraída por las feromonas de una hermosa flor. Para mí, era exactamente lo mismo; aquel aroma provocaba una reacción química en todo mi cuerpo, llevándolo a una excitación acalorada, intensa e irrefrenable. Cada noche volvía a emborracharme de la fragancia que aquella mujer de cabellos de fuego había dejado de forma inocente. Me imaginaba estar con ella, enredados en aquellas sábanas, y no podía evitar sentir ese placer tan exquisito. Lo hice hasta que su olor se disipó con el paso del tiempo. Durante dos largos años, iba cada noche al mismo punto donde la conocí por primera vez, con la esperanza de volver a verla, de volver a olerla. En mi forma de gran zorro blanco, corría montaña arriba, intentando encontrar aquellos olores que tanto me recordaban aquellos parajes. Pero... no, nada era igual, nada era comparable a aquel olor que tanto anhelaba y que jamás se borraría de mi memoria. La espera había sido dolorosa. Una agonía que apenas podía soportar en aquellas noches de soledad, donde solo podía consolarme lastimosamente a mí mismo, imaginando cómo sería que mi boca recorriera cada parte de su cuerpo. Estaba enfermo, enfermo por no poder engullir la medicina que necesitaba para sanar. Y esa medicina era ella. Durante el tiempo que pasó sin su presencia, no era capaz de mantener otros encuentros íntimos con otros seres. Ni las mujeres ni los hombres con los que normalmente conseguía "satisfacer" mis deseos me provocaban la más mínima reacción de anhelo. No era difícil para mí obtener placer ajeno, de hecho, era realmente fácil. Mi presencia causaba esa necesidad primitiva de deseo cuando mis labios seducían con un suave ronroneo. Pero cuando todo iba a culminar, mi cuerpo rechazaba aquel contacto. Todo mi ser aborrecía en ese último momento aquello que no estaba relacionado con aquella esencia que se había alojado en mi mente. Por lo tanto, finalmente desistí de tener y buscar cualquier tipo de relación carnal. Prefería autocomplacerme pensando en cómo sabrían sus labios en mi boca, cómo se sentiría su piel bajo las yemas de mis dedos, cómo su olor inundaría mi olfato hasta entrar en mi lengua. Cuando al fin la tuve tan cerca nuevamente, sentí que su sola presencia desataba algo violento dentro de mí, un sofoco que emergía desde lo más profundo de mi ser y que solo sería aplacado con el consumo de aquella mujer. Mía... Deseaba hacerla mía de todas las formas posibles, que su aroma quedara impregnado en mi cuerpo y que el mío quedara impregnado en el suyo. Dejarme llevar por mi lado más salvaje y animal; dejar que mis colmillos ansiosos marcaran cada zona de su piel, reclamando lo que quería que fuera mío. En cada encuentro no podía hacer más que venerar aquel cuerpo; no podía dejar de arrodillarme ante ella. Lo que me hizo rendirme al completo fue saber más, conocer quién estaba debajo de todas esas sensaciones primitivas, hizo que me volviera siervo de lo que ella representaba. Y lo que representaba, era todo para mí, como si todo lo anterior a ella se quedara en la nada. Ahora que es mía y yo soy suyo, me doy cuenta de que jamás podría curarme de su adicción. Era mi opio, mi droga recurrente y de la que no deseaba desintoxicarme. De hecho, al contrario, quería intoxicarme por cada poro de mi piel. Fundirme a su cuerpo hasta que no se supiera dónde empezaba el mío y dónde terminaba el de ella. A veces considero que peco de soberbio y posesivo si el tema a discutir se trata de Elizabeth, faltando enormemente a lo que es mi ética como mensajero de Inari. Pero simplemente no puedo. Estoy tan enfermizamente enamorado, que no hay unas directrices que nos guían para manejar la situación que nos rodea a ambos. Tendremos que ser nosotros mismos quienes vayamos descubriendo a dónde nos lleva esta desenfrenada pasión. [Liz_bloodFlame]
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  • Carmina salió de casa una tarde de otoño, cuando el aire era fresco y las hojas de los árboles caían en una cascada de colores dorados y rojizos. La calle estaba tranquila, solo el sonido de las hojas crujientes bajo sus pies acompañaba sus pensamientos. Llevaba consigo una bufanda que su abuela Lucia le había tejido, y cada vez que el viento la rodeaba, sentía el cálido abrazo de su familia, como un consuelo en medio de la incertidumbre.

    Mientras avanzaba, miraba a su alrededor. Observaba cómo el sol bañaba los árboles en un resplandor cálido, creando sombras alargadas que hacían que el paisaje pareciera un cuadro. Carmina no pudo evitar sonreír al ver a algunos niños jugando con las hojas caídas y a las personas con una expresión de calma, como si el mundo entero compartiera un instante de paz.

    Sus pensamientos, sin embargo, no estaban tan serenos. Sentía que algo dentro de ella había cambiado, como si una parte de sí misma se le hubiera escapado sin darse cuenta. Se esforzaba por recordar esa versión suya que era plena y segura, pero todo parecía lejano, como si no fuera realmente suyo. La inquietud de no reconocerse a sí misma le pesaba más que cualquier otra cosa, y a esa sensación se unía una soledad que últimamente la inundaba, incluso cuando estaba rodeada de otros.

    Carmina se detuvo un momento y se sentó en una banca, rodeada de hojas y del aroma terroso del otoño. Cerró los ojos y respiró profundo, dejando que el viento frío llenara sus pulmones. En medio de sus pensamientos, comprendió que esos momentos de tranquilidad, de simple belleza, le recordaban lo que realmente importaba. Las dudas y la tristeza eran parte de ella, sí, pero también lo eran esos instantes de felicidad que parecían surgir de la nada, como pequeñas luces en medio de la penumbra.

    Miró al cielo, donde unas nubes suaves se movían lentamente, y de repente sintió que, a pesar de la incertidumbre, todo estaba bien. Aunque no tenía todas las respuestas y aún no entendía por qué sentía que algo de sí misma se había perdido, comprendía que a veces solo era cuestión de permitir que el tiempo y el cambio siguieran su curso. Aquel paseo en medio del otoño le enseñó que la felicidad podía estar en los detalles más simples y que, a pesar de sus miedos y de esa soledad que la envolvía, siempre habría momentos para encontrar paz en lo inesperado.

    Con una sonrisa tranquila y una nostalgia en el corazón, Carmina se levantó y siguió caminando, sintiendo que, de algún modo, ese día de otoño había traído un poco de claridad a su alma, incluso si no tenía todas las respuestas.

    Carmina salió de casa una tarde de otoño, cuando el aire era fresco y las hojas de los árboles caían en una cascada de colores dorados y rojizos. La calle estaba tranquila, solo el sonido de las hojas crujientes bajo sus pies acompañaba sus pensamientos. Llevaba consigo una bufanda que su abuela Lucia le había tejido, y cada vez que el viento la rodeaba, sentía el cálido abrazo de su familia, como un consuelo en medio de la incertidumbre. Mientras avanzaba, miraba a su alrededor. Observaba cómo el sol bañaba los árboles en un resplandor cálido, creando sombras alargadas que hacían que el paisaje pareciera un cuadro. Carmina no pudo evitar sonreír al ver a algunos niños jugando con las hojas caídas y a las personas con una expresión de calma, como si el mundo entero compartiera un instante de paz. Sus pensamientos, sin embargo, no estaban tan serenos. Sentía que algo dentro de ella había cambiado, como si una parte de sí misma se le hubiera escapado sin darse cuenta. Se esforzaba por recordar esa versión suya que era plena y segura, pero todo parecía lejano, como si no fuera realmente suyo. La inquietud de no reconocerse a sí misma le pesaba más que cualquier otra cosa, y a esa sensación se unía una soledad que últimamente la inundaba, incluso cuando estaba rodeada de otros. Carmina se detuvo un momento y se sentó en una banca, rodeada de hojas y del aroma terroso del otoño. Cerró los ojos y respiró profundo, dejando que el viento frío llenara sus pulmones. En medio de sus pensamientos, comprendió que esos momentos de tranquilidad, de simple belleza, le recordaban lo que realmente importaba. Las dudas y la tristeza eran parte de ella, sí, pero también lo eran esos instantes de felicidad que parecían surgir de la nada, como pequeñas luces en medio de la penumbra. Miró al cielo, donde unas nubes suaves se movían lentamente, y de repente sintió que, a pesar de la incertidumbre, todo estaba bien. Aunque no tenía todas las respuestas y aún no entendía por qué sentía que algo de sí misma se había perdido, comprendía que a veces solo era cuestión de permitir que el tiempo y el cambio siguieran su curso. Aquel paseo en medio del otoño le enseñó que la felicidad podía estar en los detalles más simples y que, a pesar de sus miedos y de esa soledad que la envolvía, siempre habría momentos para encontrar paz en lo inesperado. Con una sonrisa tranquila y una nostalgia en el corazón, Carmina se levantó y siguió caminando, sintiendo que, de algún modo, ese día de otoño había traído un poco de claridad a su alma, incluso si no tenía todas las respuestas.
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  • * US OPEN : RANDALL VS HUNTLEY FINALES.
    Categoría Acción
    * “ DAMAS Y CABALLEROS, HASTA AQUÍ HEMOS LLEGADO EN ESTÁ MUY REÑIDA COMPETENCIA. BOWE HUNTLEY ES EL NUEVO CAMPEÓN, SE ALZA SOBRE EL TITULO DEL ABIERTO DE ESTE AÑO. ”


    los oídos de Bowe rezumaban con los vitoreos de la gente que clamaba su nombre en el recinto. Todo su cuerpo electrificado mientras caminó hasta donde estaba Randall y estrechó su mano al final del partido. Brandon no era tan buen chico como pensaba la gente, le había dado un apretón que contenía tanta ira que Bowen podría jurar que la idea de partirle la mano por su reciente victoria flotaba en el aire.

    El flamante vencedor del abierto de Estados Unidos se dedicó a saludar a cuánta gente pasaba por su lado de camino a los vestidores para poder darse una ducha antes de la conferencia de prensa. Se sentó sobre una banca en soledad mientras se miraba las manos con orgullo, cada ampolla y herida que lo habían llevado hasta ahí. La sonrisa no lo abandono ni dentro ni fuera de la ducha, sentía que aquel día sería de lo más memorable. Caminó a buscar sus cosas para meterlas en su bolso cuando escuchó la puerta abrirse así que elevó la mirada para ver de quién se trataba.

    𝗡𝗜𝗡𝗔 𝗥𝗜𝗩𝗔
    * “ DAMAS Y CABALLEROS, HASTA AQUÍ HEMOS LLEGADO EN ESTÁ MUY REÑIDA COMPETENCIA. BOWE HUNTLEY ES EL NUEVO CAMPEÓN, SE ALZA SOBRE EL TITULO DEL ABIERTO DE ESTE AÑO. ” los oídos de Bowe rezumaban con los vitoreos de la gente que clamaba su nombre en el recinto. Todo su cuerpo electrificado mientras caminó hasta donde estaba Randall y estrechó su mano al final del partido. Brandon no era tan buen chico como pensaba la gente, le había dado un apretón que contenía tanta ira que Bowen podría jurar que la idea de partirle la mano por su reciente victoria flotaba en el aire. El flamante vencedor del abierto de Estados Unidos se dedicó a saludar a cuánta gente pasaba por su lado de camino a los vestidores para poder darse una ducha antes de la conferencia de prensa. Se sentó sobre una banca en soledad mientras se miraba las manos con orgullo, cada ampolla y herida que lo habían llevado hasta ahí. La sonrisa no lo abandono ni dentro ni fuera de la ducha, sentía que aquel día sería de lo más memorable. Caminó a buscar sus cosas para meterlas en su bolso cuando escuchó la puerta abrirse así que elevó la mirada para ver de quién se trataba. [HOUSE0FASHES]
    Tipo
    Individual
    Líneas
    20
    Estado
    Disponible
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  • Tanto tiempo encerrado en su estacion, haciendo absolutamente nada mas que esperar ¿Qué? Solo él sabía.
    7 años de soledad le estaban afectando, no se involucraba con nadie o nada, sintiendo que se estaba volviendo muy frustrante no tener un proposito o meta... sintiendo un vacio tan profundo que hacia que quiciera poder arrancar de su cuerpo.

    Habia decidido dar un paso diferente a su rutina. Caminando en la calle sin rumbo. Pensando en como seria todo de poder hacer algo diferente, matar a demonios poderosos ya no era divertido y el soberano no era una opción viable. Su vida o este caso muerte... ya no cobraba sentido.
    Hasta ese dia.
    De la nada y sin aviso, sintiendo un extraño resplandor que lo ilumino y dejo sin poder ver nada a su alrededor, su cuerpo se sintio muy pesado

    Y un susurro le hablo con ternura.

    "Salva sus vidas"

    Y sin mas su alrededor se veia exactamente igual, pero llovia con una gran intensidad.

    —¿Qué caraj...?

    Volteando a su costado logro ver una pequeña figura muy hermosa. Sus grietas le sorprendieron y ambos cruzaron miradas. El ciervo estaba confundido, ese edificio no estaba alli hace unos segundos. ¿Que estaba pasando?

    El demonio de la radio habia viajado a otra dimencion.

    Tanto tiempo encerrado en su estacion, haciendo absolutamente nada mas que esperar ¿Qué? Solo él sabía. 7 años de soledad le estaban afectando, no se involucraba con nadie o nada, sintiendo que se estaba volviendo muy frustrante no tener un proposito o meta... sintiendo un vacio tan profundo que hacia que quiciera poder arrancar de su cuerpo. Habia decidido dar un paso diferente a su rutina. Caminando en la calle sin rumbo. Pensando en como seria todo de poder hacer algo diferente, matar a demonios poderosos ya no era divertido y el soberano no era una opción viable. Su vida o este caso muerte... ya no cobraba sentido. Hasta ese dia. De la nada y sin aviso, sintiendo un extraño resplandor que lo ilumino y dejo sin poder ver nada a su alrededor, su cuerpo se sintio muy pesado Y un susurro le hablo con ternura. "Salva sus vidas" Y sin mas su alrededor se veia exactamente igual, pero llovia con una gran intensidad. —¿Qué caraj...? Volteando a su costado logro ver una pequeña figura muy hermosa. Sus grietas le sorprendieron y ambos cruzaron miradas. El ciervo estaba confundido, ese edificio no estaba alli hace unos segundos. ¿Que estaba pasando? El demonio de la radio habia viajado a otra dimencion.
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  • -En completo silencio y soledad, se estaba preguntando que sucedia... Lo desconoce y sólo le queda ... esperar.
    -En completo silencio y soledad, se estaba preguntando que sucedia... Lo desconoce y sólo le queda ... esperar.
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  • -Coke permanecía arrodillado en la tierra árida, con la espada clavada en la tierra detrás de él como un recordatorio constante de lo que había dejado atrás. El peso de su armadura se sentía más pesado que nunca, como si cada pedazo de acero estuviera diseñado para contener las emociones que trataba de sofocar. El frío envolvía su cuerpo, aferrándose a él como una sombra inquebrantable. Sabía que esa frialdad no venía del aire, sino de algo mucho más profundo, un vacío que habitaba en su interior y que crecía con cada respiración.-

    ¿Sabes cuál es la peor debilidad del ser humano? —se dijo a sí mismo, en un murmullo apenas audible— Es el amor...

    -Recordar esas palabras le dejaba un sabor amargo en la boca. El amor no era un faro que lo guiara, sino una carga que arrastraba consigo a cada paso, una herida abierta que nunca dejaba de sangrar. No importaba cuánto intentara ignorarlo; siempre volvía. El amor era una trampa: te hacía vulnerable, te arrancaba las defensas y luego te dejaba solo, con el alma expuesta a la tormenta.-

    -Se inclinó hacia adelante, apoyando una mano enguantada en el suelo helado. La nieve se acumulaba lentamente sobre su capa, formando un manto blanco que se derretía al contacto con su cuerpo, solo para volverse a congelar al instante. Había algo cruel en esa sensación: un ciclo interminable de esperanza y desilusión. Eso era el amor, una batalla constante entre lo que pudo ser y lo que jamás sería.-

    -Su mirada, oculta bajo el yelmo, se posó en la nada frente a él. No quedaba nadie. Las voces que antes lo acompañaban, las promesas de compañía y las risas compartidas, todo se había desvanecido como humo en el viento. Y sin embargo, el peso de esos recuerdos seguía allí, apretándole el pecho como una armadura que nunca podría quitarse.-

    No importa... —susurró, dejando que el viento helado se llevara sus palabras—

    -Estaba solo. Y quizás siempre lo había estado. Pero había algo en esa soledad que lo mantenía de pie. Tal vez era la última chispa de orgullo, o quizás el simple hecho de que rendirse no era una opción. Se levantó lentamente, con la espada a su espalda temblando bajo el peso de su decisión. Cada movimiento dolía, pero el dolor era lo único que le recordaba que aún existía.-

    -El mundo a su alrededor era una extensión de su propio vacío: árboles sin hojas, suelo seco y quebradizo, y un cielo gris que parecía eterno. Pero, ¿qué importaba? No había nadie para compartir esa vista, nadie que lo detuviera o lo alentara. Era libre en su tristeza, un caballero perdido en un campo sin batallas.-

    -Caminó sin rumbo fijo, sintiendo el eco de sus pasos resonar en la nada, como si el mismo suelo lo reconociera pero no se atreviera a detenerlo. Las sombras se alargaban a su alrededor, intentando susurrarle secretos que ya no quería escuchar. El amor, esa debilidad maldita, había dejado su marca. Pero en esa marca también había fuerza. Una vez que lo pierdes todo, ya no hay nada más que temer.-

    -La espada descansaba tranquila a su espalda, como un juramento no pronunciado, esperando el momento en que tendría que ser levantada nuevamente. Porque incluso en la más profunda soledad, incluso cuando todo parecía perdido, Coke sabía una cosa: mientras pudiera seguir adelante, había un camino. Por oscuro que fuera, por vacío que pareciera, ese camino era suyo. Y con cada paso que daba, el amor que una vez lo rompió también lo empujaba a seguir caminando, un recordatorio silencioso de que aún estaba aquí, aunque nadie más lo estuviera.-

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    https://youtu.be/M3cUCNCJSbM?si=en3K2_VKqA8Gcbdp

    si yo lo estoy ustedes igual lo estaran alv, bye.//
    -Coke permanecía arrodillado en la tierra árida, con la espada clavada en la tierra detrás de él como un recordatorio constante de lo que había dejado atrás. El peso de su armadura se sentía más pesado que nunca, como si cada pedazo de acero estuviera diseñado para contener las emociones que trataba de sofocar. El frío envolvía su cuerpo, aferrándose a él como una sombra inquebrantable. Sabía que esa frialdad no venía del aire, sino de algo mucho más profundo, un vacío que habitaba en su interior y que crecía con cada respiración.- ¿Sabes cuál es la peor debilidad del ser humano? —se dijo a sí mismo, en un murmullo apenas audible— Es el amor... -Recordar esas palabras le dejaba un sabor amargo en la boca. El amor no era un faro que lo guiara, sino una carga que arrastraba consigo a cada paso, una herida abierta que nunca dejaba de sangrar. No importaba cuánto intentara ignorarlo; siempre volvía. El amor era una trampa: te hacía vulnerable, te arrancaba las defensas y luego te dejaba solo, con el alma expuesta a la tormenta.- -Se inclinó hacia adelante, apoyando una mano enguantada en el suelo helado. La nieve se acumulaba lentamente sobre su capa, formando un manto blanco que se derretía al contacto con su cuerpo, solo para volverse a congelar al instante. Había algo cruel en esa sensación: un ciclo interminable de esperanza y desilusión. Eso era el amor, una batalla constante entre lo que pudo ser y lo que jamás sería.- -Su mirada, oculta bajo el yelmo, se posó en la nada frente a él. No quedaba nadie. Las voces que antes lo acompañaban, las promesas de compañía y las risas compartidas, todo se había desvanecido como humo en el viento. Y sin embargo, el peso de esos recuerdos seguía allí, apretándole el pecho como una armadura que nunca podría quitarse.- No importa... —susurró, dejando que el viento helado se llevara sus palabras— -Estaba solo. Y quizás siempre lo había estado. Pero había algo en esa soledad que lo mantenía de pie. Tal vez era la última chispa de orgullo, o quizás el simple hecho de que rendirse no era una opción. Se levantó lentamente, con la espada a su espalda temblando bajo el peso de su decisión. Cada movimiento dolía, pero el dolor era lo único que le recordaba que aún existía.- -El mundo a su alrededor era una extensión de su propio vacío: árboles sin hojas, suelo seco y quebradizo, y un cielo gris que parecía eterno. Pero, ¿qué importaba? No había nadie para compartir esa vista, nadie que lo detuviera o lo alentara. Era libre en su tristeza, un caballero perdido en un campo sin batallas.- -Caminó sin rumbo fijo, sintiendo el eco de sus pasos resonar en la nada, como si el mismo suelo lo reconociera pero no se atreviera a detenerlo. Las sombras se alargaban a su alrededor, intentando susurrarle secretos que ya no quería escuchar. El amor, esa debilidad maldita, había dejado su marca. Pero en esa marca también había fuerza. Una vez que lo pierdes todo, ya no hay nada más que temer.- -La espada descansaba tranquila a su espalda, como un juramento no pronunciado, esperando el momento en que tendría que ser levantada nuevamente. Porque incluso en la más profunda soledad, incluso cuando todo parecía perdido, Coke sabía una cosa: mientras pudiera seguir adelante, había un camino. Por oscuro que fuera, por vacío que pareciera, ese camino era suyo. Y con cada paso que daba, el amor que una vez lo rompió también lo empujaba a seguir caminando, un recordatorio silencioso de que aún estaba aquí, aunque nadie más lo estuviera.- ════════════════════════════════════════ https://youtu.be/M3cUCNCJSbM?si=en3K2_VKqA8Gcbdp si yo lo estoy ustedes igual lo estaran alv, bye.//
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  • Bordear el bosque tras la lluvia siempre le reconforta el espíritu. Tras una noche tormentosa y un mal dormir en un bar, los recuerdos de las personas que va conociendo se quedan en su psiquis, les dedica una sonrisa cuando sobrevuelan frente a él, como eventuales gotas de rocío.
    El agua escurre y el Sol amanece, es momento de ver el dorado en todo el paisaje, que durará 15 minutos hasta que la luz mute a su esplendor.

    No tiene miedo de recorrer la carretera a pie. Después de haber conocido a las criaturas mas variopintas, tiene fe en que se cruzará a la persona que deba conocer en el camino y, caso contrario, su destino tal vez sea seguir ese camino asfaltado en soledad.

    Con una mano en su bolsillo y el último cigarrillo en los labios, avanza tranquilo, con la bruma del alba dejada atrás y las cúpulas geométricas de la ciudad ma cercana, por delante.
    Lleva poco dinero y mucho cansancio, pero ni aún en esa situación, deja de ser lo más peligroso que merodea ese paramo entre civilizaciones.
    O al menos, eso le reconforta pensar.
    Bordear el bosque tras la lluvia siempre le reconforta el espíritu. Tras una noche tormentosa y un mal dormir en un bar, los recuerdos de las personas que va conociendo se quedan en su psiquis, les dedica una sonrisa cuando sobrevuelan frente a él, como eventuales gotas de rocío. El agua escurre y el Sol amanece, es momento de ver el dorado en todo el paisaje, que durará 15 minutos hasta que la luz mute a su esplendor. No tiene miedo de recorrer la carretera a pie. Después de haber conocido a las criaturas mas variopintas, tiene fe en que se cruzará a la persona que deba conocer en el camino y, caso contrario, su destino tal vez sea seguir ese camino asfaltado en soledad. Con una mano en su bolsillo y el último cigarrillo en los labios, avanza tranquilo, con la bruma del alba dejada atrás y las cúpulas geométricas de la ciudad ma cercana, por delante. Lleva poco dinero y mucho cansancio, pero ni aún en esa situación, deja de ser lo más peligroso que merodea ese paramo entre civilizaciones. O al menos, eso le reconforta pensar.
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  • El jardín seguía envuelto en ese silencio pesado, bajo la luz fría de la luna llena. Daniel permaneció de rodillas, la mirada fija en el cielo, pero con el corazón lleno de desesperación. El aire nocturno ya no traía consuelo, solo amplificaba su soledad. El peso de las expectativas, de la magia que no lograba dominar, lo aplastaba como un yugo imposible de cargar.

    Sabía que alguien estaba allí. Los pasos suaves que había escuchado no eran imaginarios. Pero no volteó. No podía. La sensación de fracaso le robaba cualquier energía que le quedara para enfrentarse a alguien más. Sentía su presencia cercana, cálida, pero las palabras que necesitaba escuchar no llegaban de ninguna parte. Solo el silencio del jardín, y la luna, que seguía sin ofrecer respuestas.

    La presión sobre sus hombros parecía volverse aún más insoportable al pensar en Adriana. El simple pensamiento de su nombre le provocaba un nudo en el estómago. ¿Cómo podría casarse con ella? ¿Cómo podría hacerla feliz si ni siquiera podía cumplir con las expectativas que se le imponían? Había soñado con un futuro juntos, con verla sonreír cada día, con que algún día fuera la madre de sus hijos. Pero ahora, todo parecía tan distante, tan imposible.

    Daniel bajó la cabeza, apretando los puños con fuerza. La frustración, la impotencia... todo lo que lo había llevado al límite esa noche lo consumía por completo.

    —Solo quiero ser suficiente... para ella, para todos—

    murmuró para sí, sintiendo cómo el vacío lo arrastraba más y más profundo.

    El viento soplaba suavemente, moviendo las hojas a su alrededor, como si intentara consolarlo, pero no había consuelo. No cuando su magia no respondía, no cuando se sentía atrapado en un ciclo interminable de expectativas incumplidas.

    Daniel finalmente se puso de pie. Aún exhausto, aún roto por dentro, pero con una resolución vacilante. No sabía qué haría a continuación, no sabía cómo enfrentaría los días por venir. Pero en ese momento, se prometió a sí mismo que, de alguna manera, encontraría una salida.

    — Ayudame por favor—

    Dijo viendo a la luna una ultima vez
    El jardín seguía envuelto en ese silencio pesado, bajo la luz fría de la luna llena. Daniel permaneció de rodillas, la mirada fija en el cielo, pero con el corazón lleno de desesperación. El aire nocturno ya no traía consuelo, solo amplificaba su soledad. El peso de las expectativas, de la magia que no lograba dominar, lo aplastaba como un yugo imposible de cargar. Sabía que alguien estaba allí. Los pasos suaves que había escuchado no eran imaginarios. Pero no volteó. No podía. La sensación de fracaso le robaba cualquier energía que le quedara para enfrentarse a alguien más. Sentía su presencia cercana, cálida, pero las palabras que necesitaba escuchar no llegaban de ninguna parte. Solo el silencio del jardín, y la luna, que seguía sin ofrecer respuestas. La presión sobre sus hombros parecía volverse aún más insoportable al pensar en Adriana. El simple pensamiento de su nombre le provocaba un nudo en el estómago. ¿Cómo podría casarse con ella? ¿Cómo podría hacerla feliz si ni siquiera podía cumplir con las expectativas que se le imponían? Había soñado con un futuro juntos, con verla sonreír cada día, con que algún día fuera la madre de sus hijos. Pero ahora, todo parecía tan distante, tan imposible. Daniel bajó la cabeza, apretando los puños con fuerza. La frustración, la impotencia... todo lo que lo había llevado al límite esa noche lo consumía por completo. —Solo quiero ser suficiente... para ella, para todos— murmuró para sí, sintiendo cómo el vacío lo arrastraba más y más profundo. El viento soplaba suavemente, moviendo las hojas a su alrededor, como si intentara consolarlo, pero no había consuelo. No cuando su magia no respondía, no cuando se sentía atrapado en un ciclo interminable de expectativas incumplidas. Daniel finalmente se puso de pie. Aún exhausto, aún roto por dentro, pero con una resolución vacilante. No sabía qué haría a continuación, no sabía cómo enfrentaría los días por venir. Pero en ese momento, se prometió a sí mismo que, de alguna manera, encontraría una salida. — Ayudame por favor— Dijo viendo a la luna una ultima vez
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  • Vaya... Temprano en la mañana hubo mucha soledad aquí.
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  • ═══════════ ∘◦ᵒ ᵒ◦∘ ════
    𝕴𝖑𝖑𝖚𝖒𝖎𝖓𝖆𝖙𝖎

    Nosotros inventamos las enfermedades y te vendemos la cura.

    Nosotros inventamos la pobreza y te vendemos libros falsos de riquezas

    Nosotros creamos la religión para que rezes ciegamente

    Nosotros asesinamos lo bueno para que lo malo prevalezca.

    Nosotros te hacemos creer que el amor no existe pero te vendemos regalos de San Valentín

    Nosotros inventamos las mentiras y las falsas filosofías para que Hombre y Mujer peleen entre si y no haya unidad nunca.

    Nosotros hacemos la guerra y vendemos las armas

    Nosotros dividimos a las familias para que la soledad reine

    Nosotros simplemente hacemos lo correcto...


    ɪʟʟᴜᴍɪɴᴀᴛɪ
    ══════════════════════
    ═══════════ ∘◦ᵒ 👁️ ᵒ◦∘ ════ 𝕴𝖑𝖑𝖚𝖒𝖎𝖓𝖆𝖙𝖎 Nosotros inventamos las enfermedades y te vendemos la cura. Nosotros inventamos la pobreza y te vendemos libros falsos de riquezas Nosotros creamos la religión para que rezes ciegamente Nosotros asesinamos lo bueno para que lo malo prevalezca. Nosotros te hacemos creer que el amor no existe pero te vendemos regalos de San Valentín Nosotros inventamos las mentiras y las falsas filosofías para que Hombre y Mujer peleen entre si y no haya unidad nunca. Nosotros hacemos la guerra y vendemos las armas Nosotros dividimos a las familias para que la soledad reine Nosotros simplemente hacemos lo correcto... 👁️ 👑🍷 ɪʟʟᴜᴍɪɴᴀᴛɪ ══════════════════════
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