• "No puedo perder nada más..."
    Fandom Los Originales
    Categoría Drama
    𖦹.

      ━━━━ "...𝒏𝙞 𝙖 𝙣𝒂𝙙𝒊𝙚 𝙢𝒂́𝙨"

           ˚ ͙۪۪̥◌ › ︴ᴡɪᴛʜ﹕Keelan Malraux ︴
     
     
     
    Perder a un hermano era algo que la primogénita Mikaelson no desearía ni siquiera a su peor enemigo. Y ella los había perdido demasiadas veces… La primera vez cuando Dahlia se la llevó apartándola de su familia siendo demasiado pequeña como para guardar demasiados recuerdos a los que aferrarse. La segunda vez… había sucedido con la muerte de su hermano Finn por culpa de Lucien Castle… La tercera… Puede que la tercera hubiera sido la peor, la que más dolió… A pesar de saber que sus hermanos partían en paz y que morían bajo sus propios términos… Uno para salvar a su hija y su familia y el otro para acompañar en la vida eterna a su hermano menor.

    Pero ese sentimiento agridulce no desaparecía de la boca del estómago de Freya Mikaelson. Ni siquiera cuando nació su hijo, al que puso el nombre de su hermano.

    Era feliz. Sí. Lo era… Tenía un marido estupendo y un hijo al que adoraba con locura desenfrenada, pero… ¿Cómo de feliz se puede ser viendo para siempre un enorme vacío en el hueco que deberían ocupar tus hermanos y tu cuñada?

    Habían pasado años… complicados. Porque, aunque Nueva Orleans ahora era un espacio tranquilo y seguro, la verdad era que donde mirase veia la enorme grieta del vacío que vivía su familia. Lo veia en Hope. Lo veia en Rebekah… Incluso lo veia en Kol las pocas veces que había acudido de visita…

    Pero la vida había seguido. Keelan se había convertido en jefe de emergencias en el hospital. Era respetado, era querido. Era una figura de referencia para sus colegas y para el barrio francés. Por su parte, Freya trabajaba en el ayuntamiento, una forma de asegurarse de mantener el orden en su ciudad…

    Pero esa paz se había ido al cuerno unas semanas atrás cuando un tipo, que más tarde conocerían como el arcángel Miguel, se presentó en el complejo intentando venderles la idea de una raza superior. Por su seguridad Kol, Rebekah y Marcel decidieron ocultarse. Y, por ende, Hope tambien tuvo que ser puesta a salvo…

    Y, como las desgracias nunca vienen solas…

    >>El sol la cegaba. Podía sentir el calor en su piel y una quemazón lacerante en su brazo derecho. No… No era su brazo… Pero lo reconocía… Esos dedos largos y finos… Miró a su alrededor… Estaba en mitad de una pradera… Todo era verde… Sabía que estaba lejos de casa… Algo se lo decía… El calor…

    Entonces vio aquella marca… Una media luna engarzada con una triqueta… No reconocía ese símbolo. Pero sentía el enorme poder que emanaba de este, como el eco vibrante del dolor ligado a tan poderoso hechizo…

    Y entonces…

    Despertó sobresaltada incorporándose como un resorte en la cama. Su frente, su cuello y su pecho estaban empapados en sudor a pesar de la camiseta de tirantes de su pijama, a pesar de la dulce brisa nocturna que se filtraba por la ventana abierta de su dormitorio en el Complejo.

    Su respiración era agitada y su cerebro trabajaba para recomponer las imágenes que había visto en aquel sueño… Lo había sentido… Era real… Sabía que él había vuelto a casa…

    Notó el beso que su marido dejó sobre su hombro cuando se incorporó y le preguntó, preocupado qué era lo que ocurría. Freya miró a su marido con una expresión que navegaba entre la alegría incontrolada y la aterrorizada incomprensión, porque solo algo muy poderoso podría haber logrado traer de vuelta a…

    -Klaus… -le dijo a Keelan- Es Klaus. Ha regresado…


    ⸻ 𝙘𝙧𝙚𝙙𝙨 𝙛𝙤𝙧𝙢𝙖𝙩𝙤 𝙙𝙚 𝙩𝙚𝙭𝙩𝙤: https://x.com/WH0YAGONNACALL/status/1479143818029113345

    ⸻ 𝙘𝙧𝙚𝙙𝙨 𝙚𝙙𝙞𝙩 𝙥𝙤𝙧𝙩𝙖𝙙𝙖: me aka Freya Mikaelson
    𖦹.   ━━━━ "...𝒏𝙞 𝙖 𝙣𝒂𝙙𝒊𝙚 𝙢𝒂́𝙨"        ˚ ͙۪۪̥◌ › ︴ᴡɪᴛʜ﹕[las7malraux] ︴       Perder a un hermano era algo que la primogénita Mikaelson no desearía ni siquiera a su peor enemigo. Y ella los había perdido demasiadas veces… La primera vez cuando Dahlia se la llevó apartándola de su familia siendo demasiado pequeña como para guardar demasiados recuerdos a los que aferrarse. La segunda vez… había sucedido con la muerte de su hermano Finn por culpa de Lucien Castle… La tercera… Puede que la tercera hubiera sido la peor, la que más dolió… A pesar de saber que sus hermanos partían en paz y que morían bajo sus propios términos… Uno para salvar a su hija y su familia y el otro para acompañar en la vida eterna a su hermano menor. Pero ese sentimiento agridulce no desaparecía de la boca del estómago de Freya Mikaelson. Ni siquiera cuando nació su hijo, al que puso el nombre de su hermano. Era feliz. Sí. Lo era… Tenía un marido estupendo y un hijo al que adoraba con locura desenfrenada, pero… ¿Cómo de feliz se puede ser viendo para siempre un enorme vacío en el hueco que deberían ocupar tus hermanos y tu cuñada? Habían pasado años… complicados. Porque, aunque Nueva Orleans ahora era un espacio tranquilo y seguro, la verdad era que donde mirase veia la enorme grieta del vacío que vivía su familia. Lo veia en Hope. Lo veia en Rebekah… Incluso lo veia en Kol las pocas veces que había acudido de visita… Pero la vida había seguido. Keelan se había convertido en jefe de emergencias en el hospital. Era respetado, era querido. Era una figura de referencia para sus colegas y para el barrio francés. Por su parte, Freya trabajaba en el ayuntamiento, una forma de asegurarse de mantener el orden en su ciudad… Pero esa paz se había ido al cuerno unas semanas atrás cuando un tipo, que más tarde conocerían como el arcángel Miguel, se presentó en el complejo intentando venderles la idea de una raza superior. Por su seguridad Kol, Rebekah y Marcel decidieron ocultarse. Y, por ende, Hope tambien tuvo que ser puesta a salvo… Y, como las desgracias nunca vienen solas… >>El sol la cegaba. Podía sentir el calor en su piel y una quemazón lacerante en su brazo derecho. No… No era su brazo… Pero lo reconocía… Esos dedos largos y finos… Miró a su alrededor… Estaba en mitad de una pradera… Todo era verde… Sabía que estaba lejos de casa… Algo se lo decía… El calor… Entonces vio aquella marca… Una media luna engarzada con una triqueta… No reconocía ese símbolo. Pero sentía el enorme poder que emanaba de este, como el eco vibrante del dolor ligado a tan poderoso hechizo… Y entonces… Despertó sobresaltada incorporándose como un resorte en la cama. Su frente, su cuello y su pecho estaban empapados en sudor a pesar de la camiseta de tirantes de su pijama, a pesar de la dulce brisa nocturna que se filtraba por la ventana abierta de su dormitorio en el Complejo. Su respiración era agitada y su cerebro trabajaba para recomponer las imágenes que había visto en aquel sueño… Lo había sentido… Era real… Sabía que él había vuelto a casa… Notó el beso que su marido dejó sobre su hombro cuando se incorporó y le preguntó, preocupado qué era lo que ocurría. Freya miró a su marido con una expresión que navegaba entre la alegría incontrolada y la aterrorizada incomprensión, porque solo algo muy poderoso podría haber logrado traer de vuelta a… -Klaus… -le dijo a Keelan- Es Klaus. Ha regresado… ⸻ 𝙘𝙧𝙚𝙙𝙨 𝙛𝙤𝙧𝙢𝙖𝙩𝙤 𝙙𝙚 𝙩𝙚𝙭𝙩𝙤: https://x.com/WH0YAGONNACALL/status/1479143818029113345 ⸻ 𝙘𝙧𝙚𝙙𝙨 𝙚𝙙𝙞𝙩 𝙥𝙤𝙧𝙩𝙖𝙙𝙖: me aka [THE0LDERSISTER]
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  • 𒊹 "Zaldrīzes Vezof" – La Crónica de la Llama que Caminó

    (“Dragón de Seda”) — De los escritos perdidos del Archimaestre Belor del Dominio)

    “La vi una vez, envuelta en blanco como los huesos de los caídos, en medio del salón del trono aún no mancillado por la guerra. Su vestido no ocultaba nada, pero tampoco ofrecía nada a voluntad: dejaba a la vista el costado, la cintura, y el ombligo como si no temiera al juicio de ningún dios. Su escote era un suspiro contenido, y sus brazos desnudos parecían más peligrosos que cualquier espada.

    El aire se detenía cuando Seirys Targaryen caminaba. El silencio no era respeto… era terror. Era fascinación.

    Dicen que aquel vestido fue tejido en Lys, en un telar consagrado al placer. Que las telas estaban perfumadas con néctar de flor nocturna y sal marina del mar Angosto. Que la prenda misma fue cosida por manos que se cortaron a sí mismas para no sentir deseos indebidos.

    Pero no fue el vestido lo que hizo temblar a los hombres ese día.
    Fue la manera en que ella lo portaba. Como si el fuego de Valyria le acariciara la piel. Como si la desnudez no fuera debilidad sino dominio.

    Aegon la miró con miedo. Aemond con rabia. Gwayne con lujuria reprimida. Y Criston Cole… con la semilla de un odio que florecería en vergüenza.

    Mas nadie osó hablar. Porque Maegaryon, el dragón verde mohoso de ojos dorados, rugía desde las sombras de Rocadragón, soñando fuego mientras su jinete sonreía con labios de malicia y profecía.”


    𒊹 "Zaldrīzes Vezof" – La Crónica de la Llama que Caminó (“Dragón de Seda”) — De los escritos perdidos del Archimaestre Belor del Dominio) “La vi una vez, envuelta en blanco como los huesos de los caídos, en medio del salón del trono aún no mancillado por la guerra. Su vestido no ocultaba nada, pero tampoco ofrecía nada a voluntad: dejaba a la vista el costado, la cintura, y el ombligo como si no temiera al juicio de ningún dios. Su escote era un suspiro contenido, y sus brazos desnudos parecían más peligrosos que cualquier espada. El aire se detenía cuando Seirys Targaryen caminaba. El silencio no era respeto… era terror. Era fascinación. Dicen que aquel vestido fue tejido en Lys, en un telar consagrado al placer. Que las telas estaban perfumadas con néctar de flor nocturna y sal marina del mar Angosto. Que la prenda misma fue cosida por manos que se cortaron a sí mismas para no sentir deseos indebidos. Pero no fue el vestido lo que hizo temblar a los hombres ese día. Fue la manera en que ella lo portaba. Como si el fuego de Valyria le acariciara la piel. Como si la desnudez no fuera debilidad sino dominio. Aegon la miró con miedo. Aemond con rabia. Gwayne con lujuria reprimida. Y Criston Cole… con la semilla de un odio que florecería en vergüenza. Mas nadie osó hablar. Porque Maegaryon, el dragón verde mohoso de ojos dorados, rugía desde las sombras de Rocadragón, soñando fuego mientras su jinete sonreía con labios de malicia y profecía.”
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  • The Bloody Coffee - The Meeting
    Fandom Jujutsu Kaisen/Original.
    Categoría Slice of Life
    ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Cafetería Nébula, 2:03 a. m.
    ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Colorado, USA.

    ⠀⠀Una nevada fina golpeaba los ventanales como dedos impacientes. El vapor de las tazas flotaba en el aire, trazando formas efímeras que a Tascio le resultaban... familiares.

    ⠀⠀Estaba sentado al fondo, donde la luz era más tenue y la soledad, más cómoda. Su abrigo oscuro colgaba como una sombra más de su silueta. Frente a él, un café negro apenas tocado, y un cuaderno lleno de garabatos, sellos, y palabras que no pronunciaba desde hacía semanas. Mucha simbología perdida, incluso en la portada, hasta pequeños garabatos en la mesa, mostrando lo desordenado de sus pensamientos, obsesivo de su objetivo.

    ⠀⠀La ciudad dormía. Pero él no. La noche es joven.

    ⠀⠀Sintió el cambio antes de oírlo: una presión sutil, como si el aire se doblara para no tocar algo.
    ⠀⠀El timbre de la puerta ni siquiera sonó. No se escucharon pasos, solo la tenue luz del local pudo dar la imagen que daba origen a esa atmósfera. Una mujer, de buenas proporciones, ojos cuales rubíes, y esa caballera negra lisa, con los bordados de la luz sobre ella, similar al estrellado cielo.

    ⠀⠀La vio entrar. E inmediatamente supo que lo natural había sido pateado por la puerta, el de ojos malva miró a la mujer, detenidamente. Da igual si se diera cuenta, le fascinaba y de alguna manera, quería que ella lo supiera.

    ⠀⠀El aura que emitía esa mujer era maleficio puro. Abrazaba su figura como un vestido aterciopelado, elegante, distinto a cualquier tela.

    ⠀⠀Sonrió, sin levantar la vista del cuaderno. El cual cerró.

    ⠀⠀Alzó la cabeza, y con el ánimo de alguien que invita a lo prohibido, con un temple indemne se acercó, su figura musculada entonces cortó cualquier distancia e... ¡Invadió su espacio personal!
    ⠀⠀⸻ "¿De dónde eres?¿qué eres?¿cómo te llamas?¿te gustan los wafles?" ⸻ Incluso la sacudió brevemente. Ahora, su expresión parecía la de un fanático obsesivo.

    ⠀⠀Aquella criatura de la noche había despertado algo terrorífico con su mera presencia: el fanatismo de un adicto a la mitología.

    𝙀𝙢𝙚𝙢 𝙇𝙤𝙪𝙞𝙨
    ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Cafetería Nébula, 2:03 a. m. ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Colorado, USA. ⠀⠀Una nevada fina golpeaba los ventanales como dedos impacientes. El vapor de las tazas flotaba en el aire, trazando formas efímeras que a Tascio le resultaban... familiares. ⠀⠀Estaba sentado al fondo, donde la luz era más tenue y la soledad, más cómoda. Su abrigo oscuro colgaba como una sombra más de su silueta. Frente a él, un café negro apenas tocado, y un cuaderno lleno de garabatos, sellos, y palabras que no pronunciaba desde hacía semanas. Mucha simbología perdida, incluso en la portada, hasta pequeños garabatos en la mesa, mostrando lo desordenado de sus pensamientos, obsesivo de su objetivo. ⠀⠀La ciudad dormía. Pero él no. La noche es joven. ⠀⠀Sintió el cambio antes de oírlo: una presión sutil, como si el aire se doblara para no tocar algo. ⠀⠀El timbre de la puerta ni siquiera sonó. No se escucharon pasos, solo la tenue luz del local pudo dar la imagen que daba origen a esa atmósfera. Una mujer, de buenas proporciones, ojos cuales rubíes, y esa caballera negra lisa, con los bordados de la luz sobre ella, similar al estrellado cielo. ⠀⠀La vio entrar. E inmediatamente supo que lo natural había sido pateado por la puerta, el de ojos malva miró a la mujer, detenidamente. Da igual si se diera cuenta, le fascinaba y de alguna manera, quería que ella lo supiera. ⠀⠀El aura que emitía esa mujer era maleficio puro. Abrazaba su figura como un vestido aterciopelado, elegante, distinto a cualquier tela. ⠀⠀Sonrió, sin levantar la vista del cuaderno. El cual cerró. ⠀⠀Alzó la cabeza, y con el ánimo de alguien que invita a lo prohibido, con un temple indemne se acercó, su figura musculada entonces cortó cualquier distancia e... ¡Invadió su espacio personal! ⠀⠀⸻ "¿De dónde eres?¿qué eres?¿cómo te llamas?¿te gustan los wafles?" ⸻ Incluso la sacudió brevemente. Ahora, su expresión parecía la de un fanático obsesivo. ⠀⠀Aquella criatura de la noche había despertado algo terrorífico con su mera presencia: el fanatismo de un adicto a la mitología. ⠀ [EmemL0uis]
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  • Hen lentor se perzys, ēdruta se vestri
    Fandom HOTD
    Categoría Otros
    𓆩⟡𓆪 𝐓𝐇𝐄 𝐃𝐀𝐔𝐆𝐇𝐓𝐄𝐑 𝐎𝐅 𝐅𝐈𝐑𝐄 𝐇𝐀𝐒 𝐂𝐎𝐌𝐄 𓆩⟡𓆪

    Fortaleza Roja. Atardecer. Las sombras de dragón se arrastran sobre las piedras calientes de Desembarco del Rey.

    Primero fue el rugido.
    Luego, la sombra.
    Y por último, el silencio absoluto, como si los dioses mismos contuvieran el aliento.

    Desde las nubes descendió la criatura: un monstruo de alas extendidas, escamas como obsidiana líquida y ojos dorados, ardientes como el sol al morir. Era Maegaryon, el último susurro vivo de Valyria, comparable en tamaño al mismísimo Balerion el Terror Negro.
    Y sobre su lomo, firme, erguida como si cabalgara el mismísimo destino, venía ella.

    Seirys Ahai.
    La hija olvidada. La sangre bastarda que el fuego no quiso consumir.
    El secreto que camina con corona de humo y perfume de ceniza.

    Las calles quedaron vacías. Los comerciantes bajaron sus toldos. Las madres apretaron a sus hijos contra sus pechos. Y desde las altas torres, los ojos curiosos se asomaban, queriendo saber si era una reina o una maldición lo que caía del cielo.

    Vestía telas negras de Lys, ligeras y fluidas, dejando al descubierto vientre, brazos y piernas, como si la guerra misma hubiese decidido vestirse de mujer. Joyas rojas y doradas relucían en su piel pálida. Su cabello, blanco como la sal del Mar Angosto, caía hasta la cintura.
    Sonreía. Pero no era una sonrisa dulce. Era una línea irónica, casi cruel, como si supiera algo que el resto aún no había aprendido…
    …Pero pronto lo harían.

    Sobre su espalda, desde la nuca hasta media columna, un tatuaje escrito en alto valyrio resplandecía débilmente a la luz del atardecer:

    > “Hen lentor se perzys. Dāria se nykēla.”
    (Entre el fuego y el miedo. Reina sin corona).



    Maegaryon aterrizó en los jardines interiores del Torreón de Maegor, quebrando algunas columnas viejas y haciendo volar las hojas secas.
    Y entonces, todo se detuvo.

    El sonido. El aire. La respiración del mundo.

    Las puertas se abrieron lentamente. El sol, sangrando en el horizonte, bañaba a Seirys con un resplandor rojizo, como si el cielo también quisiera inclinarse ante ella.

    Ella descendió del dragón con calma. No había prisa en sus pasos, solo intención.
    A su alrededor, los soldados tragaban saliva. Algunos bajaban la mirada. Otros la seguían con ojos grandes, preguntándose si estaban viendo un presagio o una aparición.

    La música comenzó a sonar en alguna parte, un ritmo lejano de cuerdas orientales, de tambores antiguos… una versión oscura, solemne, de una marcha triunfal.
    No decía su nombre, pero todos sabían.
    Todos sentían.

    > Ella no vino a pedir un lugar. Vino a reclamarlo.



    Caminó entre los corredores del Torreón, los pliegues de su ropa silbando contra la piedra. Su presencia era una respuesta a preguntas que aún no se habían formulado.
    Una promesa. Una amenaza.
    Y también, una historia por escribirse.

    Seirys no buscaba presentaciones. Quien tuviese ojos, la reconocería.
    Quien tuviese miedo, la respetaría.
    Y quien tuviese el valor de acercarse, quizá... viviría para contar su versión.




    ¿La vera primero el único ojo violeta de Aemond? ¿El gesto inquisidor de Alicent? ¿La risa de Daemon desde un balcón? ¿O la sonrisa irónica de Rhaenyra desde su trono de sombras?

    El juego de tronos tiene una nueva pieza.
    Y su fuego no es un susurro.
    Es rugido.

    𓆩⟡𓆪 𝐓𝐇𝐄 𝐃𝐀𝐔𝐆𝐇𝐓𝐄𝐑 𝐎𝐅 𝐅𝐈𝐑𝐄 𝐇𝐀𝐒 𝐂𝐎𝐌𝐄 𓆩⟡𓆪 Fortaleza Roja. Atardecer. Las sombras de dragón se arrastran sobre las piedras calientes de Desembarco del Rey. Primero fue el rugido. Luego, la sombra. Y por último, el silencio absoluto, como si los dioses mismos contuvieran el aliento. Desde las nubes descendió la criatura: un monstruo de alas extendidas, escamas como obsidiana líquida y ojos dorados, ardientes como el sol al morir. Era Maegaryon, el último susurro vivo de Valyria, comparable en tamaño al mismísimo Balerion el Terror Negro. Y sobre su lomo, firme, erguida como si cabalgara el mismísimo destino, venía ella. Seirys Ahai. La hija olvidada. La sangre bastarda que el fuego no quiso consumir. El secreto que camina con corona de humo y perfume de ceniza. Las calles quedaron vacías. Los comerciantes bajaron sus toldos. Las madres apretaron a sus hijos contra sus pechos. Y desde las altas torres, los ojos curiosos se asomaban, queriendo saber si era una reina o una maldición lo que caía del cielo. Vestía telas negras de Lys, ligeras y fluidas, dejando al descubierto vientre, brazos y piernas, como si la guerra misma hubiese decidido vestirse de mujer. Joyas rojas y doradas relucían en su piel pálida. Su cabello, blanco como la sal del Mar Angosto, caía hasta la cintura. Sonreía. Pero no era una sonrisa dulce. Era una línea irónica, casi cruel, como si supiera algo que el resto aún no había aprendido… …Pero pronto lo harían. Sobre su espalda, desde la nuca hasta media columna, un tatuaje escrito en alto valyrio resplandecía débilmente a la luz del atardecer: > “Hen lentor se perzys. Dāria se nykēla.” (Entre el fuego y el miedo. Reina sin corona). Maegaryon aterrizó en los jardines interiores del Torreón de Maegor, quebrando algunas columnas viejas y haciendo volar las hojas secas. Y entonces, todo se detuvo. El sonido. El aire. La respiración del mundo. Las puertas se abrieron lentamente. El sol, sangrando en el horizonte, bañaba a Seirys con un resplandor rojizo, como si el cielo también quisiera inclinarse ante ella. Ella descendió del dragón con calma. No había prisa en sus pasos, solo intención. A su alrededor, los soldados tragaban saliva. Algunos bajaban la mirada. Otros la seguían con ojos grandes, preguntándose si estaban viendo un presagio o una aparición. La música comenzó a sonar en alguna parte, un ritmo lejano de cuerdas orientales, de tambores antiguos… una versión oscura, solemne, de una marcha triunfal. No decía su nombre, pero todos sabían. Todos sentían. > Ella no vino a pedir un lugar. Vino a reclamarlo. Caminó entre los corredores del Torreón, los pliegues de su ropa silbando contra la piedra. Su presencia era una respuesta a preguntas que aún no se habían formulado. Una promesa. Una amenaza. Y también, una historia por escribirse. Seirys no buscaba presentaciones. Quien tuviese ojos, la reconocería. Quien tuviese miedo, la respetaría. Y quien tuviese el valor de acercarse, quizá... viviría para contar su versión. ¿La vera primero el único ojo violeta de Aemond? ¿El gesto inquisidor de Alicent? ¿La risa de Daemon desde un balcón? ¿O la sonrisa irónica de Rhaenyra desde su trono de sombras? El juego de tronos tiene una nueva pieza. Y su fuego no es un susurro. Es rugido.
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  • Cuando Iluna salió con un suéter que parecía hecho para alguien tres veces más grande, la calle estaba tan desierta que hasta los fantasmas parecían haberse ido a dormir.

    — Otra noche de: Iluna vs el insomnio, ¿Quien ganó está vez? El insomnio, claro —murmuró, hablando sola porque, bueno, ¿quien más iba a escuchar sus monólogos a estas horas?. Rune estaba demasiado ocupado durmiendo (o planeando como dominar el mundo, quién sabe).

    Un bache traicionero apareció bajo sus pies, pero ella se salvó de caer de cara con una pirueta torpe que terminó en un zapatazo contra el suelo.

    — Si esto fuera una peli de terror, este sería el momento donde aparece el asesino... —murmuró, mirando alrededor con una sonrisa cansada— Pero como es mi vida, solo habrá un gato callejero que me juzgue y un story en instagram con un "casi morí lol".

    El viento sopló, llevándose su risa.

    — De todos modos, si muero me gustaría un epitafio que diga "Murió como vivió: tropezando con sus propios pies y culpando a Mercurio Retrogrado"... y que Rune herede todo, menos mi deuda de la uni y del arriendo.
    Cuando Iluna salió con un suéter que parecía hecho para alguien tres veces más grande, la calle estaba tan desierta que hasta los fantasmas parecían haberse ido a dormir. — Otra noche de: Iluna vs el insomnio, ¿Quien ganó está vez? El insomnio, claro —murmuró, hablando sola porque, bueno, ¿quien más iba a escuchar sus monólogos a estas horas?. Rune estaba demasiado ocupado durmiendo (o planeando como dominar el mundo, quién sabe). Un bache traicionero apareció bajo sus pies, pero ella se salvó de caer de cara con una pirueta torpe que terminó en un zapatazo contra el suelo. — Si esto fuera una peli de terror, este sería el momento donde aparece el asesino... —murmuró, mirando alrededor con una sonrisa cansada— Pero como es mi vida, solo habrá un gato callejero que me juzgue y un story en instagram con un "casi morí lol". El viento sopló, llevándose su risa. — De todos modos, si muero me gustaría un epitafio que diga "Murió como vivió: tropezando con sus propios pies y culpando a Mercurio Retrogrado"... y que Rune herede todo, menos mi deuda de la uni y del arriendo.
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  • El cielo crepitó con un leve zumbido antes de abrirse como una flor en pleno estallido. Un portal giratorio, azul intenso, se desplegó sobre una llanura verdosa y húmeda, con colinas suaves y una aldea rudimentaria a lo lejos. De él emergieron dos figuras: la primera, de movimientos ligeros y sonrisa amable, llevaba una capa azul marino ondeando tras de sí; la segunda, más alta, de presencia firme y piel grisácea con alas aún replegadas. Nival y Kaelis Winter habían llegado a una nueva dimensión.

    No tardaron en notar el caos. A lo lejos, una multitud avanzaba colérica, antorchas en alto, gritos enardecidos llenando el aire con acusaciones y miedo. Frente a ellos, una figura pequeña corría desesperada, tropezando con las piedras del camino y jadeando entre sollozos. Era una niña de apenas seis o siete años, con el cabello enmarañado y los ojos desorbitados por el terror. Nival entrecerró los ojos, el viento agitando los bordes de su capa.

    —¿Qué demonios…? —murmuró, ya con la mano alzada.

    Sin perder un segundo, con un chasquido de sus dedos, abrió un portal directamente frente a la niña, que apenas alcanzó a verlo antes de caer de rodillas y atravesarlo. Al otro lado la esperaba Nival, quien la recibió con los brazos abiertos y una voz tranquila:

    —Tranquila, ya no tienes que correr.

    Ella se aferró a su capa sin decir palabra, temblando. Kaelis, desde lo alto, se dejó caer con elegancia y firmeza frente a la turba enfurecida. Su sola presencia los detuvo. El sol detrás de sus alas extendidas y la mirada violeta fija como la de un juez celestial bastaron para hacerlos dudar.

    —¿Por qué persiguen a una niña? —tronó su voz, profunda y serena, como un río que ha olvidado lo que es la prisa.

    Un hombre de rostro curtido y expresión endurecida dio un paso al frente.
    —¡Esa niña trajo desgracias! ¡Desde que apareció, las cosechas se han marchitado y el ganado enferma! ¡Es una bruja, una criatura maldita!

    —¿Y culparla es más fácil que buscar respuestas? —intervino Nival, apareciendo detrás de ellos mediante otro portal, su tono cargado de un desdén frío. La niña lo seguía de cerca, ahora resguardada por la seguridad que inspiraban los dos hermanos.

    Kaelis, con un movimiento de sus alas, creó una ráfaga de viento que apagó las antorchas y silenció los gritos.
    —¿Desgracias? ¿O negligencia? Tal vez solo están buscando algo o alguien a quien culpar.

    Ante la presión de los hermanos, los aldeanos empezaron a bajar la voz. Algunos desviaban la mirada, otros comenzaban a retroceder con incertidumbre. Nival se acuclilló frente a la niña y le sonrió.

    —¿Quieres quedarte un tiempo aquí con nosotros? Podemos descubrir qué pasa de verdad.

    La pequeña asintió tímidamente, todavía apretando con fuerza los bordes de su vestido.

    Durante los días siguientes, Nival y Kaelis se instalaron en las afueras de la aldea. No tardaron en descubrir que las desgracias que aquejaban al pueblo no eran más que consecuencia de una plaga que se estaba propagando por toda la región, causada por un desequilibrio natural en la tierra. Nada que tuviera que ver con brujería ni maldiciones.

    Nival, con su dominio del Wakfu, ayudó a purificar los manantiales cercanos. Kaelis, en cambio, se dedicó a levantar barreras naturales y restaurar el bosque adyacente con ayuda de las corrientes de aire. Incluso enseñaron a los aldeanos a manejar mejor sus cultivos y a proteger sus cosechas con métodos más eficientes.

    La niña —que finalmente les dijo que su nombre era Elia— comenzó a sonreír más a menudo, siguiendo a Nival como una sombra curiosa. Le gustaba cuando él hacía pequeños portales para que jugara con mariposas que parecían surgir de otra dimensión. Por las noches, ella se acurrucaba entre ambos hermanos, escuchando con asombro sus relatos de mundos lejanos, dragones antiguos, y estrellas que hablaban entre sí.

    La aldea, lentamente, cambió. La desconfianza dio paso al agradecimiento. El miedo, a la comprensión. Cuando los campos florecieron de nuevo y los niños volvieron a correr entre las casas, algunos incluso pidieron disculpas a Elia, reconociendo el error cometido.

    —¿Ves? —le dijo Nival una tarde, mientras miraban un atardecer color ámbar—. A veces solo hay que abrir un portal… no al espacio, sino al corazón de los demás.

    Kaelis, a su lado, asentía con su calma habitual.
    —Y quedarse el tiempo necesario para asegurarse de que no se cierre.

    Los hermanos permanecieron en aquel mundo algunas lunas más. Lo suficiente para que Elia encontrara un hogar, lo suficiente para que el pueblo recordara lo que era la empatía. Y cuando llegó el momento, cuando las nubes volvieron a hablar en su idioma secreto, Nival abrió un nuevo portal… y los hermanos se despidieron con una sonrisa.

    Sin promesas. Sin destino fijo. Solo con el viento como testigo… y un corazón más en paz.
    El cielo crepitó con un leve zumbido antes de abrirse como una flor en pleno estallido. Un portal giratorio, azul intenso, se desplegó sobre una llanura verdosa y húmeda, con colinas suaves y una aldea rudimentaria a lo lejos. De él emergieron dos figuras: la primera, de movimientos ligeros y sonrisa amable, llevaba una capa azul marino ondeando tras de sí; la segunda, más alta, de presencia firme y piel grisácea con alas aún replegadas. Nival y Kaelis Winter habían llegado a una nueva dimensión. No tardaron en notar el caos. A lo lejos, una multitud avanzaba colérica, antorchas en alto, gritos enardecidos llenando el aire con acusaciones y miedo. Frente a ellos, una figura pequeña corría desesperada, tropezando con las piedras del camino y jadeando entre sollozos. Era una niña de apenas seis o siete años, con el cabello enmarañado y los ojos desorbitados por el terror. Nival entrecerró los ojos, el viento agitando los bordes de su capa. —¿Qué demonios…? —murmuró, ya con la mano alzada. Sin perder un segundo, con un chasquido de sus dedos, abrió un portal directamente frente a la niña, que apenas alcanzó a verlo antes de caer de rodillas y atravesarlo. Al otro lado la esperaba Nival, quien la recibió con los brazos abiertos y una voz tranquila: —Tranquila, ya no tienes que correr. Ella se aferró a su capa sin decir palabra, temblando. Kaelis, desde lo alto, se dejó caer con elegancia y firmeza frente a la turba enfurecida. Su sola presencia los detuvo. El sol detrás de sus alas extendidas y la mirada violeta fija como la de un juez celestial bastaron para hacerlos dudar. —¿Por qué persiguen a una niña? —tronó su voz, profunda y serena, como un río que ha olvidado lo que es la prisa. Un hombre de rostro curtido y expresión endurecida dio un paso al frente. —¡Esa niña trajo desgracias! ¡Desde que apareció, las cosechas se han marchitado y el ganado enferma! ¡Es una bruja, una criatura maldita! —¿Y culparla es más fácil que buscar respuestas? —intervino Nival, apareciendo detrás de ellos mediante otro portal, su tono cargado de un desdén frío. La niña lo seguía de cerca, ahora resguardada por la seguridad que inspiraban los dos hermanos. Kaelis, con un movimiento de sus alas, creó una ráfaga de viento que apagó las antorchas y silenció los gritos. —¿Desgracias? ¿O negligencia? Tal vez solo están buscando algo o alguien a quien culpar. Ante la presión de los hermanos, los aldeanos empezaron a bajar la voz. Algunos desviaban la mirada, otros comenzaban a retroceder con incertidumbre. Nival se acuclilló frente a la niña y le sonrió. —¿Quieres quedarte un tiempo aquí con nosotros? Podemos descubrir qué pasa de verdad. La pequeña asintió tímidamente, todavía apretando con fuerza los bordes de su vestido. Durante los días siguientes, Nival y Kaelis se instalaron en las afueras de la aldea. No tardaron en descubrir que las desgracias que aquejaban al pueblo no eran más que consecuencia de una plaga que se estaba propagando por toda la región, causada por un desequilibrio natural en la tierra. Nada que tuviera que ver con brujería ni maldiciones. Nival, con su dominio del Wakfu, ayudó a purificar los manantiales cercanos. Kaelis, en cambio, se dedicó a levantar barreras naturales y restaurar el bosque adyacente con ayuda de las corrientes de aire. Incluso enseñaron a los aldeanos a manejar mejor sus cultivos y a proteger sus cosechas con métodos más eficientes. La niña —que finalmente les dijo que su nombre era Elia— comenzó a sonreír más a menudo, siguiendo a Nival como una sombra curiosa. Le gustaba cuando él hacía pequeños portales para que jugara con mariposas que parecían surgir de otra dimensión. Por las noches, ella se acurrucaba entre ambos hermanos, escuchando con asombro sus relatos de mundos lejanos, dragones antiguos, y estrellas que hablaban entre sí. La aldea, lentamente, cambió. La desconfianza dio paso al agradecimiento. El miedo, a la comprensión. Cuando los campos florecieron de nuevo y los niños volvieron a correr entre las casas, algunos incluso pidieron disculpas a Elia, reconociendo el error cometido. —¿Ves? —le dijo Nival una tarde, mientras miraban un atardecer color ámbar—. A veces solo hay que abrir un portal… no al espacio, sino al corazón de los demás. Kaelis, a su lado, asentía con su calma habitual. —Y quedarse el tiempo necesario para asegurarse de que no se cierre. Los hermanos permanecieron en aquel mundo algunas lunas más. Lo suficiente para que Elia encontrara un hogar, lo suficiente para que el pueblo recordara lo que era la empatía. Y cuando llegó el momento, cuando las nubes volvieron a hablar en su idioma secreto, Nival abrió un nuevo portal… y los hermanos se despidieron con una sonrisa. Sin promesas. Sin destino fijo. Solo con el viento como testigo… y un corazón más en paz.
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  • El cabron me hizo ver películas de terror ahora se queda a dormir conmigo para acompañarme Bobby
    El cabron me hizo ver películas de terror ahora se queda a dormir conmigo para acompañarme [zephyr_blue_koala_874]
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  • ¡Aún tenía tiempo! ¡¿Como pude ser tan distraída?! ¡No! ¡No! ¡NO!

    • Su enemigo personal finalmente se habia presentado, aquel astro tan hermoso y brillante que muchos poetas y músicos tomaban como inspiración provocaba en ella el terror mas grande que una persona pudiera sentir, una gran luna llena.

    Poco a poco su cuerpo iba tomando la forma de una criatura temida por la gente, su piel blanca se tornaba grisacea y llena de grietas, su mirada transmitía ira y enojo pero al mismo tiempo una inmensa tristeza.

    Y así, como cada noche de luna llena corría a esconderse para no ser amenazada por la gente del pueblo... esperando y rezando por que en esta ocasión no perdiera la razón. •
    ¡Aún tenía tiempo! ¡¿Como pude ser tan distraída?! ¡No! ¡No! ¡NO! • Su enemigo personal finalmente se habia presentado, aquel astro tan hermoso y brillante que muchos poetas y músicos tomaban como inspiración provocaba en ella el terror mas grande que una persona pudiera sentir, una gran luna llena. Poco a poco su cuerpo iba tomando la forma de una criatura temida por la gente, su piel blanca se tornaba grisacea y llena de grietas, su mirada transmitía ira y enojo pero al mismo tiempo una inmensa tristeza. Y así, como cada noche de luna llena corría a esconderse para no ser amenazada por la gente del pueblo... esperando y rezando por que en esta ocasión no perdiera la razón. •
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  • - luego de unas horas en el avión al fin llegó a Estambul, Turquía.
    La joven suspiro mientras bajaba las escaleras en dirección a la entrada, hace 20 años que no pasaba este país por órdenes de la madre de Aslan, Hulya, quien jamás la reconoció como hija adoptiva y la envío fuera de su territorio al fallecer el padre de Aslan, solo por tener sangre inglesa.
    El padre de Aslan la adoptó cuando tenía 11 años, la encontraron en los límites de Estambul, como no recordaba nombre y su pasado, el padre de Aslan le puso Angyar, un nombre compuesto de ángel y su apellido que en irlandés significaba muerte, al saber que la joven no era turca.
    Cómo ella y Aslan , su hijo, se parecían decidió pasarlos por hermanos, ya que tenían la misma edad.
    Todos esos recuerdos comenzaron a brotar a pesar de que fueron 4 años que se crío con Aslan, lo considero como un hermano.-

    Heme aquí..

    - murmuró entre suspiro con algo de pesar, y miro la salida del aeropuerto donde todos esperaban a alguien.
    Un rubio alto de 1,89 cm con camisa negra lentes de sol, llamaba la atención de todos. Supo que era su hermano, camino hacia la multitud, y uno de los guardias se le acercó y le dió la bienvenida, tomando su bolso. En eso la multitud se disperso y el rubio se acercó a la joven, alzando una ceja mirandola-

    Aslan: te ves del terror hermana, como te van a durar los novios así?

    - la joven suspiro cerrando los ojos un segundo, sabía que se refería a sus ojeras, abrió los ojos mirándolo fijamente-

    También es un gusto verte Aslan, veo que no has cambiado.

    - el hombre sonrió con una mirada aguda, un silencio quedó entre ellos y luego el avanzó para ir hacia la van que los traía , la joven los siguió. Subieron a la van sentándose uno frente a otro-

    Aslan: ya estoy enterado de todo lo que te ocurrió hermana, 3 atentados en tu contra el último te dejo en coma por 5 meses, cuando volviste fue una suerte que reconocieras a tu hijo y a Jack.

    - el turco miraba la ventana y luego sacaba un dulce de su bolsillo, para comérselo. La joven lo miro casi como si lo tratara de matarlo con la mirada.-

    Veo que has estado siguiendo mis pasos, ¿para que me llamaste Soykan?

    - el turco dió una carcajadas, conocía a su hermana y sabía que la estaba sacando de quicio-

    Aslan: de ¿quién es tu hijo Angyar?, sus rasgos no son ingleses. Lo único que tiene de ti son sus ojos..

    - la mujer lo miró fieramente estaba a punto de golpearlo si decis algo mas-

    Eso no es de tu incumbencia, te agradezco que lo hayas cuidado.

    - el hombre levanto la mano en señal de pausa-

    Aslan: sabes que mis servicios no son baratos hermana, dejaste tus obligaciones hace 20 años atrás y me he tenido que hacer cargo de eso. Ahora que estás aquí , tienes que hacerte cargo de las relaciones exteriores.

    - entrecerró la mirada la joven, sabía que su hermano era un manipulador pero utilizar la seguridad de su hijo era bajo-

    Que quieres que haya...

    - el turco sonrió al sentirse triunfante en este debate-

    Aslan: hablaremos en la casa
    - luego de unas horas en el avión al fin llegó a Estambul, Turquía. La joven suspiro mientras bajaba las escaleras en dirección a la entrada, hace 20 años que no pasaba este país por órdenes de la madre de Aslan, Hulya, quien jamás la reconoció como hija adoptiva y la envío fuera de su territorio al fallecer el padre de Aslan, solo por tener sangre inglesa. El padre de Aslan la adoptó cuando tenía 11 años, la encontraron en los límites de Estambul, como no recordaba nombre y su pasado, el padre de Aslan le puso Angyar, un nombre compuesto de ángel y su apellido que en irlandés significaba muerte, al saber que la joven no era turca. Cómo ella y Aslan , su hijo, se parecían decidió pasarlos por hermanos, ya que tenían la misma edad. Todos esos recuerdos comenzaron a brotar a pesar de que fueron 4 años que se crío con Aslan, lo considero como un hermano.- Heme aquí.. - murmuró entre suspiro con algo de pesar, y miro la salida del aeropuerto donde todos esperaban a alguien. Un rubio alto de 1,89 cm con camisa negra lentes de sol, llamaba la atención de todos. Supo que era su hermano, camino hacia la multitud, y uno de los guardias se le acercó y le dió la bienvenida, tomando su bolso. En eso la multitud se disperso y el rubio se acercó a la joven, alzando una ceja mirandola- Aslan: te ves del terror hermana, como te van a durar los novios así? - la joven suspiro cerrando los ojos un segundo, sabía que se refería a sus ojeras, abrió los ojos mirándolo fijamente- También es un gusto verte Aslan, veo que no has cambiado. - el hombre sonrió con una mirada aguda, un silencio quedó entre ellos y luego el avanzó para ir hacia la van que los traía , la joven los siguió. Subieron a la van sentándose uno frente a otro- Aslan: ya estoy enterado de todo lo que te ocurrió hermana, 3 atentados en tu contra el último te dejo en coma por 5 meses, cuando volviste fue una suerte que reconocieras a tu hijo y a Jack. - el turco miraba la ventana y luego sacaba un dulce de su bolsillo, para comérselo. La joven lo miro casi como si lo tratara de matarlo con la mirada.- Veo que has estado siguiendo mis pasos, ¿para que me llamaste Soykan? - el turco dió una carcajadas, conocía a su hermana y sabía que la estaba sacando de quicio- Aslan: de ¿quién es tu hijo Angyar?, sus rasgos no son ingleses. Lo único que tiene de ti son sus ojos.. - la mujer lo miró fieramente estaba a punto de golpearlo si decis algo mas- Eso no es de tu incumbencia, te agradezco que lo hayas cuidado. - el hombre levanto la mano en señal de pausa- Aslan: sabes que mis servicios no son baratos hermana, dejaste tus obligaciones hace 20 años atrás y me he tenido que hacer cargo de eso. Ahora que estás aquí , tienes que hacerte cargo de las relaciones exteriores. - entrecerró la mirada la joven, sabía que su hermano era un manipulador pero utilizar la seguridad de su hijo era bajo- Que quieres que haya... - el turco sonrió al sentirse triunfante en este debate- Aslan: hablaremos en la casa
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  • La oscuridad fue mi refugio.
    Mi santuario.
    Cómoda, húmeda.
    Pero insuficiente.

    Una semana pasó desde aquel bonito vals con el padrecito fluorescente, con su sal, su cruz, su luz, y ese aroma a redención rancia que me dejó en la piel. Una semana tragando la mierda de la ciudad subterránea, entre tuberías oxidadas y secretos de alcantarilla. Hasta que decidí moverme.

    No tan cerca, no tan lejos. Lo justo. Una pizca de sensatez, no más, mezclada con kilos de hambre.

    Porque necesitaba alimento. No migajas, no un par de almas rotas goteando desesperación como grifos viejos. Necesitaba una fuente. Un río. Una tormenta emocional que me llenara hasta el último rincón.

    Y no tenía un plan. ¿Para qué? Las mentes preparadas saben improvisar.

    Allí fui.
    St. Dymphna Behavioral Health Center.
    A las afueras de Missoula, Montana.
    Pequeño. Discreto. Olvidado. Perfecto.

    Los primeros en notarme fueron, naturalmente, los que ya estaban rotos. Los locos. Los que oyen voces, ven formas y lamen paredes. Les hablé. Les susurré. Les hice reír. Les hice gritar. Uno intentó dibujarme con su mierda. Lindo detalle.

    El personal lo anotó como un “aumento moderado en los episodios alucinatorios grupales”.

    Delicioso.

    Tres días después, una enfermera “muy profesional” reportó haber visto una sombra extraña en un pasillo.

    Pobrecita.

    No supo que yo también la vi a ella. Y a lo que lloraba cuando pensaba que nadie miraba. Me la bebí despacio.

    Y ella contagió a sus compañeras. El terror empezó a fluir. Como intravenosa directa al alma.

    Silencioso, lento, espeso.

    Tres días más y yo era el secreto peor guardado del hospital. Mi nombre no se decía, pero mi silueta se garabateaba en las paredes con lápices mordidos y uñas ensangrentadas.

    Y yo, radiante. Vital. Glorioso.

    Podía haberme ido en ese mismo momento, habría sido lo usual, no necesito reflectores ni los aplausos del publico. Podía dejar que lo archivaran como un brote de histeria colectiva.

    Pero no.

    ¿Sabes por qué vine en realidad? Por él.

    Por ese santo de mirada indolente que aún paseaba por mis pensamientos. Por su fe. Por su puñetera luz.

    Me entretuvo. Me divirtió. Y eso, padrecito, tuve que honrarlo.

    Así que hice mi obra.

    Una función especial, solo por una noche.

    Maté a todos.
    A todos y cada uno.
    76 pacientes.
    28 empleados.
    No quedó uno solo con vida.
    Ni un cuerpo sin desmembrar, ni un grito sin atender, ni un ojo sin vaciar. Me tomé mi tiempo. Jugué con ellos. Adiviné sus miedos. Se los di. Y los devoré.

    Y al final…

    Al final, al fondo del pasillo de las habitaciones, donde las luces titilaban y los rezos se evaporaban, dejé mi firma, un retrato hecho con sangre, uñas, carne seca. El rostro del hombre que me hizo sonreír aquella noche, dos semanas atrás.

    ¿Ves lo que me haces hacer, padrecito?
    ¿No es hermoso?
    La oscuridad fue mi refugio. Mi santuario. Cómoda, húmeda. Pero insuficiente. Una semana pasó desde aquel bonito vals con el padrecito fluorescente, con su sal, su cruz, su luz, y ese aroma a redención rancia que me dejó en la piel. Una semana tragando la mierda de la ciudad subterránea, entre tuberías oxidadas y secretos de alcantarilla. Hasta que decidí moverme. No tan cerca, no tan lejos. Lo justo. Una pizca de sensatez, no más, mezclada con kilos de hambre. Porque necesitaba alimento. No migajas, no un par de almas rotas goteando desesperación como grifos viejos. Necesitaba una fuente. Un río. Una tormenta emocional que me llenara hasta el último rincón. Y no tenía un plan. ¿Para qué? Las mentes preparadas saben improvisar. Allí fui. St. Dymphna Behavioral Health Center. A las afueras de Missoula, Montana. Pequeño. Discreto. Olvidado. Perfecto. Los primeros en notarme fueron, naturalmente, los que ya estaban rotos. Los locos. Los que oyen voces, ven formas y lamen paredes. Les hablé. Les susurré. Les hice reír. Les hice gritar. Uno intentó dibujarme con su mierda. Lindo detalle. El personal lo anotó como un “aumento moderado en los episodios alucinatorios grupales”. Delicioso. Tres días después, una enfermera “muy profesional” reportó haber visto una sombra extraña en un pasillo. Pobrecita. No supo que yo también la vi a ella. Y a lo que lloraba cuando pensaba que nadie miraba. Me la bebí despacio. Y ella contagió a sus compañeras. El terror empezó a fluir. Como intravenosa directa al alma. Silencioso, lento, espeso. Tres días más y yo era el secreto peor guardado del hospital. Mi nombre no se decía, pero mi silueta se garabateaba en las paredes con lápices mordidos y uñas ensangrentadas. Y yo, radiante. Vital. Glorioso. Podía haberme ido en ese mismo momento, habría sido lo usual, no necesito reflectores ni los aplausos del publico. Podía dejar que lo archivaran como un brote de histeria colectiva. Pero no. ¿Sabes por qué vine en realidad? Por él. Por ese santo de mirada indolente que aún paseaba por mis pensamientos. Por su fe. Por su puñetera luz. Me entretuvo. Me divirtió. Y eso, padrecito, tuve que honrarlo. Así que hice mi obra. Una función especial, solo por una noche. Maté a todos. A todos y cada uno. 76 pacientes. 28 empleados. No quedó uno solo con vida. Ni un cuerpo sin desmembrar, ni un grito sin atender, ni un ojo sin vaciar. Me tomé mi tiempo. Jugué con ellos. Adiviné sus miedos. Se los di. Y los devoré. Y al final… Al final, al fondo del pasillo de las habitaciones, donde las luces titilaban y los rezos se evaporaban, dejé mi firma, un retrato hecho con sangre, uñas, carne seca. El rostro del hombre que me hizo sonreír aquella noche, dos semanas atrás. ¿Ves lo que me haces hacer, padrecito? ¿No es hermoso?
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