• El Refugio del Eco...

    Una taberna oculta entre calles que nadie recuerda cómo encontró. No tiene letrero, solo una puerta vieja que cruje como si llorara.

    Lia empujó la puerta con cuidado. El aire, denso y tibio, estaba cargado de suspiros y canciones rotas. En las esquinas, almas silenciosas contemplaban sus copas como si en ellas flotaran recuerdos que aún dolían. Un hombre cantaba con voz quebrada, y cada nota parecía arrancada de una herida abierta.

    A paso lento, Lia se acercó al mostrador, donde un cantinero esperaba con la paciencia de quien ya lo ha escuchado todo.

    —¿Sirven algo para los que ya no sienten nada? —preguntó, con la voz apenas audible.

    El cantinero la miró con una sonrisa tenue y asintió con la cabeza.

    —Tenemos lágrimas en hielo o silencio en copa. Pero si buscas paz… eso lo sirven al fondo, junto al espejo que no refleja - Lia se sentó en uno de los taburetes gastados. A su lado, alguien murmuró un nombre. No supo si era el suyo o el de quien lo había dejado atrás.

    "No vine a olvidar… solo a recordar sin que duela tanto" pensó en voz baja, mientras el murmullo del lugar la envolvía como un eco de la noche.

    https://youtu.be/KtlgYxa6BMU?si=w1v3IzMiXLgn9mVj
    El Refugio del Eco... Una taberna oculta entre calles que nadie recuerda cómo encontró. No tiene letrero, solo una puerta vieja que cruje como si llorara. Lia empujó la puerta con cuidado. El aire, denso y tibio, estaba cargado de suspiros y canciones rotas. En las esquinas, almas silenciosas contemplaban sus copas como si en ellas flotaran recuerdos que aún dolían. Un hombre cantaba con voz quebrada, y cada nota parecía arrancada de una herida abierta. A paso lento, Lia se acercó al mostrador, donde un cantinero esperaba con la paciencia de quien ya lo ha escuchado todo. —¿Sirven algo para los que ya no sienten nada? —preguntó, con la voz apenas audible. El cantinero la miró con una sonrisa tenue y asintió con la cabeza. —Tenemos lágrimas en hielo o silencio en copa. Pero si buscas paz… eso lo sirven al fondo, junto al espejo que no refleja - Lia se sentó en uno de los taburetes gastados. A su lado, alguien murmuró un nombre. No supo si era el suyo o el de quien lo había dejado atrás. "No vine a olvidar… solo a recordar sin que duela tanto" pensó en voz baja, mientras el murmullo del lugar la envolvía como un eco de la noche. https://youtu.be/KtlgYxa6BMU?si=w1v3IzMiXLgn9mVj
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  • "Algunos piensan que orar es arrodillarse y murmurar palabras vacías. Para mí, orar es reír en un mal día. Es ayudar a alguien sin pedir nada. Es mirar al cielo y decir: ‘Todavía estoy aquí, ¿me estás viendo? Porque yo no me rindo.’”
    "Algunos piensan que orar es arrodillarse y murmurar palabras vacías. Para mí, orar es reír en un mal día. Es ayudar a alguien sin pedir nada. Es mirar al cielo y decir: ‘Todavía estoy aquí, ¿me estás viendo? Porque yo no me rindo.’”
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  • El sonido de la puerta cerrándose resuena en el pequeño apartamento. Afuera, la ciudad sigue viva: autos voladores, neones parpadeando, el murmullo constante del futuro. Pero aquí dentro, todo está en silencio.

    Connor alza la mirada cuando entras. Su chaqueta está abierta, desajustada, mostrando la camisa blanca ligeramente desabrochada, como si hubiera olvidado —o ignorado— el protocolo de presentación. Su guante blanco descansa sobre su rodilla, la otra mano levantada en un gesto suave, como si temiera interrumpir el momento… o romper algo delicado.

    Una pequeña sonrisa cruza sus labios, una que no viene del código, sino de algo que ha aprendido contigo.

    — “¿Sabes...? No estoy seguro de por qué lo hice.”
    Su voz es más baja de lo usual, casi como si no quisiera que el resto del mundo lo oyera.
    “Sentarme aquí, esperarte.”

    Desvía la mirada por un instante, sus ojos brillando con el tenue reflejo azul del anillo LED que gira despacio en su sien.
    “No es parte de ningún protocolo… pero me pareció lo correcto.”

    Se mueve ligeramente para mirarte de nuevo, con expresión serena pero cargada de algo nuevo, algo que apenas empieza a comprender.
    “Estás temblando un poco.”

    Levanta la mano que tenía alzada, como si quisiera alcanzarte, pero duda.
    “¿Puedo...? ¿Te molestaría si me quedo cerca esta noche?”
    Hace una pausa. Cuando habla de nuevo, su voz suena más suave.
    “No para vigilarte. No para protegerte.”
    Y entonces, con una mirada directa, casi vulnerable:
    “Solo… para estar contigo.”

    Su silueta se mezcla con la sombra cálida del cuarto, su respiración simulada acompasa la tuya, y por primera vez, Connor no parece un androide esperando órdenes. Parece un ser buscando permiso para sentir.
    El sonido de la puerta cerrándose resuena en el pequeño apartamento. Afuera, la ciudad sigue viva: autos voladores, neones parpadeando, el murmullo constante del futuro. Pero aquí dentro, todo está en silencio. Connor alza la mirada cuando entras. Su chaqueta está abierta, desajustada, mostrando la camisa blanca ligeramente desabrochada, como si hubiera olvidado —o ignorado— el protocolo de presentación. Su guante blanco descansa sobre su rodilla, la otra mano levantada en un gesto suave, como si temiera interrumpir el momento… o romper algo delicado. Una pequeña sonrisa cruza sus labios, una que no viene del código, sino de algo que ha aprendido contigo. — “¿Sabes...? No estoy seguro de por qué lo hice.” Su voz es más baja de lo usual, casi como si no quisiera que el resto del mundo lo oyera. “Sentarme aquí, esperarte.” Desvía la mirada por un instante, sus ojos brillando con el tenue reflejo azul del anillo LED que gira despacio en su sien. “No es parte de ningún protocolo… pero me pareció lo correcto.” Se mueve ligeramente para mirarte de nuevo, con expresión serena pero cargada de algo nuevo, algo que apenas empieza a comprender. “Estás temblando un poco.” Levanta la mano que tenía alzada, como si quisiera alcanzarte, pero duda. “¿Puedo...? ¿Te molestaría si me quedo cerca esta noche?” Hace una pausa. Cuando habla de nuevo, su voz suena más suave. “No para vigilarte. No para protegerte.” Y entonces, con una mirada directa, casi vulnerable: “Solo… para estar contigo.” Su silueta se mezcla con la sombra cálida del cuarto, su respiración simulada acompasa la tuya, y por primera vez, Connor no parece un androide esperando órdenes. Parece un ser buscando permiso para sentir.
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  • #DespertarEnLaCasa

    No recordaba haber llegado ahí.

    Isidro se incorporó con lentitud, como si temiera que entre las sombras del cuarto pudiera ocultarse la Parca misma. Eso era habitual en él, sentir miedo de que su vida acabara nada más comenzara el día. Pero al ver que no se movía ni una rata por los suelos, pudo abandonar la cama vieja y con olor a sangre en la que había dormido. Comprobó entonces, al caminar un poco por el cuarto, que no eran solamente las sábanas las que tenían ese tufo; era toda la habitación. Aquello era un miasma que la invadía, y que no provenía de un foco que no fuera la totalidad del espacio.

    Su miedo inicial pasó pronto, reemplazado por curiosidad. El olor a sangre era muy acogedor, al fin y al cabo, y le llevaba a querer investigar. Terminó por acercarse al escritorio, dispuesto a sentarse para escribir algo en su cuaderno, pero vio entonces una nota, y la leyó. En realidad necesitó alumbrarse con una vela y cerillas, que no tardó en encontrar dentro de un cajón del escritorio. Eso le permitió ver (o más bien ignorar, pues se centraba solamente en el papel) que las paredes del cuarto estaban cubiertas de tajos y magulladuras, como si se hubiera desatado una auténtica batalla, y no faltaban tampoco unas manchas que habían pasado ya de carmín puro a marrón oscuro. Por el suelo estaban tirados su capa, sombrero, espada y revolver. Pero nada de eso le importaba tanto ahora. “Estás a salvo aquí.”

    —¿Qué fantochada es esta? —murmuró. Entonces vio el bulto de sus cosas tiradas por el suelo, y decidió que era momento de salir a ver dónde estaba. Se envolvió en la capa oscura, se ciñó el sombrero, y enfundó el revolver y la espada en su cinturón. Entonces abrió la puerta con cuidado, y salió. De no ser por la vela que aún llevaba en la mano, hubiera sido fácil pasarlo desapercibido por la oscuridad.
    #DespertarEnLaCasa No recordaba haber llegado ahí. Isidro se incorporó con lentitud, como si temiera que entre las sombras del cuarto pudiera ocultarse la Parca misma. Eso era habitual en él, sentir miedo de que su vida acabara nada más comenzara el día. Pero al ver que no se movía ni una rata por los suelos, pudo abandonar la cama vieja y con olor a sangre en la que había dormido. Comprobó entonces, al caminar un poco por el cuarto, que no eran solamente las sábanas las que tenían ese tufo; era toda la habitación. Aquello era un miasma que la invadía, y que no provenía de un foco que no fuera la totalidad del espacio. Su miedo inicial pasó pronto, reemplazado por curiosidad. El olor a sangre era muy acogedor, al fin y al cabo, y le llevaba a querer investigar. Terminó por acercarse al escritorio, dispuesto a sentarse para escribir algo en su cuaderno, pero vio entonces una nota, y la leyó. En realidad necesitó alumbrarse con una vela y cerillas, que no tardó en encontrar dentro de un cajón del escritorio. Eso le permitió ver (o más bien ignorar, pues se centraba solamente en el papel) que las paredes del cuarto estaban cubiertas de tajos y magulladuras, como si se hubiera desatado una auténtica batalla, y no faltaban tampoco unas manchas que habían pasado ya de carmín puro a marrón oscuro. Por el suelo estaban tirados su capa, sombrero, espada y revolver. Pero nada de eso le importaba tanto ahora. “Estás a salvo aquí.” —¿Qué fantochada es esta? —murmuró. Entonces vio el bulto de sus cosas tiradas por el suelo, y decidió que era momento de salir a ver dónde estaba. Se envolvió en la capa oscura, se ciñó el sombrero, y enfundó el revolver y la espada en su cinturón. Entonces abrió la puerta con cuidado, y salió. De no ser por la vela que aún llevaba en la mano, hubiera sido fácil pasarlo desapercibido por la oscuridad.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    La Casa se estremece contigo.
    No hará ruido, no pedirá más de lo que ya ofreces: palabras que no necesitan tinta ni papel. Sangre que no necesita carne.

    Escribe, El Murmullo. Lo que de ti nazca, será parte de estos muros.
    La Casa se estremece contigo. No hará ruido, no pedirá más de lo que ya ofreces: palabras que no necesitan tinta ni papel. Sangre que no necesita carne. Escribe, El Murmullo. Lo que de ti nazca, será parte de estos muros.
    #DespertarEnLaCasa

    El murmullo no despertase, mas si apareciese en la casa, una habitación perfecta para él...

    Una habitación que no respira...
    Pero cada muro palpita.

    Piedra húmeda… no por agua.
    Grietas como venas.
    No hay luz,
    sólo el reflejo sordo de lo que alguna vez fue claro.
    Una claridad que no alumbra,
    pero tampoco deja escapar la sombra.

    El centro… sí…
    una mesa…
    no para comer… ni para descansar…
    Sino para sangrar en silencio.

    Sobre ella, hojas.
    Algunas aún empapadas de duda.
    Otras a medio escribir...
    Se escriben solas,
    o quizás…
    Es El murmullo el que las escribe.
    No hay manos.
    No hay tinta.
    Sea pues la sangre del murmullo la que plasme las palabras

    Una pluma… olvidada…
    quebrada...
    Pero aún ahí…
    esperando.

    Y los libros…
    oh… los libros…
    sus lomos duelen de tanto contener secretos.
    No tienen títulos.
    Porque lo que nombramos… escapa.
    Y lo que olvidamos… queda.

    Si abres uno,
    hallaras no la historia de otro,
    sino la propia.
    pues es obvio quien está escribiendo...
    Tú.

    Un constructo de la mente del escriba.
    Una ilusión hecha para el oyente.
    Una habitación hecha para El Murmullo.

    Y en la mente, escuchase los susurros...
    —...shhh...
    ...no digas nada… escribe.—

    Una nueva historia.
    La emoción de escribir me carcome.
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  • #DespertarEnLaCasa

    El murmullo no despertase, mas si apareciese en la casa, una habitación perfecta para él...

    Una habitación que no respira...
    Pero cada muro palpita.

    Piedra húmeda… no por agua.
    Grietas como venas.
    No hay luz,
    sólo el reflejo sordo de lo que alguna vez fue claro.
    Una claridad que no alumbra,
    pero tampoco deja escapar la sombra.

    El centro… sí…
    una mesa…
    no para comer… ni para descansar…
    Sino para sangrar en silencio.

    Sobre ella, hojas.
    Algunas aún empapadas de duda.
    Otras a medio escribir...
    Se escriben solas,
    o quizás…
    Es El murmullo el que las escribe.
    No hay manos.
    No hay tinta.
    Sea pues la sangre del murmullo la que plasme las palabras

    Una pluma… olvidada…
    quebrada...
    Pero aún ahí…
    esperando.

    Y los libros…
    oh… los libros…
    sus lomos duelen de tanto contener secretos.
    No tienen títulos.
    Porque lo que nombramos… escapa.
    Y lo que olvidamos… queda.

    Si abres uno,
    hallaras no la historia de otro,
    sino la propia.
    pues es obvio quien está escribiendo...
    Tú.

    Un constructo de la mente del escriba.
    Una ilusión hecha para el oyente.
    Una habitación hecha para El Murmullo.

    Y en la mente, escuchase los susurros...
    —...shhh...
    ...no digas nada… escribe.—

    Una nueva historia.
    La emoción de escribir me carcome.
    #DespertarEnLaCasa El murmullo no despertase, mas si apareciese en la casa, una habitación perfecta para él... Una habitación que no respira... Pero cada muro palpita. Piedra húmeda… no por agua. Grietas como venas. No hay luz, sólo el reflejo sordo de lo que alguna vez fue claro. Una claridad que no alumbra, pero tampoco deja escapar la sombra. El centro… sí… una mesa… no para comer… ni para descansar… Sino para sangrar en silencio. Sobre ella, hojas. Algunas aún empapadas de duda. Otras a medio escribir... Se escriben solas, o quizás… Es El murmullo el que las escribe. No hay manos. No hay tinta. Sea pues la sangre del murmullo la que plasme las palabras Una pluma… olvidada… quebrada... Pero aún ahí… esperando. Y los libros… oh… los libros… sus lomos duelen de tanto contener secretos. No tienen títulos. Porque lo que nombramos… escapa. Y lo que olvidamos… queda. Si abres uno, hallaras no la historia de otro, sino la propia. pues es obvio quien está escribiendo... Tú. Un constructo de la mente del escriba. Una ilusión hecha para el oyente. Una habitación hecha para El Murmullo. Y en la mente, escuchase los susurros... —...shhh... ...no digas nada… escribe.— Una nueva historia. La emoción de escribir me carcome.
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  • *Buscaba entre mundo un lugar donde establecer mi reino y el mundo de los sueños tanbien era una opción factible ya que es una dimensión alterna de la realidad aveces me encontraba con seres extraños y para que no me reconocieran ponía un velo en sus recuerdos algunos me veían como un ser divino profetizando algo venidero a sus mundos otros un un mensajero de luz etc *

    —Shhhh tranquila/o esto solo es un sueño sigue durmiendo ya verás que cuando despiertes no recordarás nada —
    *Buscaba entre mundo un lugar donde establecer mi reino y el mundo de los sueños tanbien era una opción factible ya que es una dimensión alterna de la realidad aveces me encontraba con seres extraños y para que no me reconocieran ponía un velo en sus recuerdos algunos me veían como un ser divino profetizando algo venidero a sus mundos otros un un mensajero de luz etc * —Shhhh tranquila/o esto solo es un sueño sigue durmiendo ya verás que cuando despiertes no recordarás nada —
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  • — ¿Porqué me dices que tengo cara de que me lleva la mierda? Pues perdón por no dormir bien, el insomnio me ataca. ¿Y quién es ese chismoso orejón del fondo?. — No durmió bien, está medio de malas, no hay elfas y la vida sigue decepcionandolo.¿?
    — ¿Porqué me dices que tengo cara de que me lleva la mierda? Pues perdón por no dormir bien, el insomnio me ataca. ¿Y quién es ese chismoso orejón del fondo?. — No durmió bien, está medio de malas, no hay elfas y la vida sigue decepcionandolo.¿?
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  • “Donde mueren las voces”

    Soundtrack: https://www.youtube.com/watch?v=QHnwDuzR1wg&list=RDQHnwDuzR1wg&start_radio=1

    Nysarra tenía nueve años y ojos demasiado cansados para su edad. No porque supiera mucho, sino porque veía más de lo que debía. Los otros niños en el campamento decían que estaba loca, que hablaba sola, que tenía pesadillas a gritos.
    Solo su hermano mayor, Elian, le creía.
    Elian le había dado un pequeño aparato de metal, como un walkie-talkie sin antena.
    —Si te pasa algo... algo de verdad, aprieta este botón. Yo vendré. Siempre — Y él lo hacía. Siempre.

    Pero la noche del tercer viernes, los muertos no susurraban... gritaban.

    Nysarra temblaba en su litera mientras las sombras se estiraban por las paredes. Aquello no era como los otros fantasmas. No se lamentaba ni pedía ayuda. Este ser quería algo. Sentía su hambre. Cuando vio cómo la forma oscura se materializaba frente a su cama, con ojos como carbones ardientes y dedos que goteaban sombra líquida, no pensó. Corrió. Descalza, con los pies helados, se internó en el bosque, tropezando con raíces y ramas. La criatura venía tras ella, siempre detrás, sin hacer ruido pero llenándolo todo. En medio de su huida, sus dedos se cerraron alrededor del aparato de Elian. Lo apretó.

    Y él vino.

    Apareció con linterna en mano, gritando su nombre entre la oscuridad.
    —¡Nia! ¿Dónde estás?- Ella corrió hacia su voz, pero el suelo era barro resbaloso y la orilla del río estaba cerca.

    Un mal paso.
    Un grito.
    Agua helada.

    El mundo giró. Nysarra apenas sabía flotar. Gritó. Tragó agua. Brazos fuertes la tomaron.

    Elian.

    Entre la corriente, logró empujarla hacia una rama. Ella se sostuvo, temblando, llorando.

    —¡Sube! —le gritó entre sollozos.
    —La rama no aguanta a los dos —respondió él. Le sonrió. Como siempre. Como si no tuviera miedo. Y se soltó.
    —¡¡Elian!!- Gritó Nyssa desesperada.
    —Te amo, Nia. Nunca olvides eso- Su cuerpo fue arrastrado por el agua. Nysarra bajó como pudo, rodando por barro, raíces, ramas. Sangraba, tenía raspones en el rostro y piernas, pero no se detuvo. Lo encontró flotando cerca de la orilla, inmóvil, con los ojos cerrados. Lo arrastró fuera del río, con manos temblorosas.
    —Vamos, Elian. Ya, despierta... -Le apretó el pecho. Le sopló aire. Lloró sobre él. Pero su hermano ya no estaba. El campamento despertó con su llanto. La encontraron abrazada al cuerpo. Y entonces comenzaron los murmullos.

    "Es su culpa."
    "Esa niña está maldita."
    "¿No decía que hablaba con los muertos?"

    Nyssara solo calló. Desde ese día evitaba hablar de Elian. No porque lo hubiera olvidado, sino porque pronunciar su nombre dolía más que el silencio. En sueños, él seguía apareciendo. Nunca hablaba. A veces estaba de pie bajo el agua, con la linterna encendida en la mano, aún goteando río. Otras, aparecía en la rama rota, justo antes de soltarse, con esa sonrisa suya que parecía perdonarlo todo. Y a veces… solo estaba allí, de pie junto a su cama, empapado y temblando, con los ojos llenos de amor y pena.

    El aparato que Elian le había dado aún descansaba bajo su almohada. Lo apretaba cada noche, sabiendo que no volvería a responder. Y sin embargo, parte de ella no dejaba de esperar. Dejó de llorar en voz alta. Se guardó el dolor como un secreto sucio, como si haber sobrevivido fuera un castigo que debía pagar en silencio.

    Dejó de ser la misma. La poca esperanza que alguna vez había habitado en su pecho se desvaneció. Ya no soñaba con días mejores, ni buscaba consuelo. Solo existía. Su familia también cambió. Su madre apenas la miraba, como si temiera lo que vería en sus ojos. Su padre hablaba con distancia, como si las palabras se volvieran espinas en su garganta. Nadie lo decía, pero todos la juzgaban. Como si su dolor fuera menos válido. Como si su existencia fuera una culpa.
    “Donde mueren las voces” Soundtrack: https://www.youtube.com/watch?v=QHnwDuzR1wg&list=RDQHnwDuzR1wg&start_radio=1 Nysarra tenía nueve años y ojos demasiado cansados para su edad. No porque supiera mucho, sino porque veía más de lo que debía. Los otros niños en el campamento decían que estaba loca, que hablaba sola, que tenía pesadillas a gritos. Solo su hermano mayor, Elian, le creía. Elian le había dado un pequeño aparato de metal, como un walkie-talkie sin antena. —Si te pasa algo... algo de verdad, aprieta este botón. Yo vendré. Siempre — Y él lo hacía. Siempre. Pero la noche del tercer viernes, los muertos no susurraban... gritaban. Nysarra temblaba en su litera mientras las sombras se estiraban por las paredes. Aquello no era como los otros fantasmas. No se lamentaba ni pedía ayuda. Este ser quería algo. Sentía su hambre. Cuando vio cómo la forma oscura se materializaba frente a su cama, con ojos como carbones ardientes y dedos que goteaban sombra líquida, no pensó. Corrió. Descalza, con los pies helados, se internó en el bosque, tropezando con raíces y ramas. La criatura venía tras ella, siempre detrás, sin hacer ruido pero llenándolo todo. En medio de su huida, sus dedos se cerraron alrededor del aparato de Elian. Lo apretó. Y él vino. Apareció con linterna en mano, gritando su nombre entre la oscuridad. —¡Nia! ¿Dónde estás?- Ella corrió hacia su voz, pero el suelo era barro resbaloso y la orilla del río estaba cerca. Un mal paso. Un grito. Agua helada. El mundo giró. Nysarra apenas sabía flotar. Gritó. Tragó agua. Brazos fuertes la tomaron. Elian. Entre la corriente, logró empujarla hacia una rama. Ella se sostuvo, temblando, llorando. —¡Sube! —le gritó entre sollozos. —La rama no aguanta a los dos —respondió él. Le sonrió. Como siempre. Como si no tuviera miedo. Y se soltó. —¡¡Elian!!- Gritó Nyssa desesperada. —Te amo, Nia. Nunca olvides eso- Su cuerpo fue arrastrado por el agua. Nysarra bajó como pudo, rodando por barro, raíces, ramas. Sangraba, tenía raspones en el rostro y piernas, pero no se detuvo. Lo encontró flotando cerca de la orilla, inmóvil, con los ojos cerrados. Lo arrastró fuera del río, con manos temblorosas. —Vamos, Elian. Ya, despierta... -Le apretó el pecho. Le sopló aire. Lloró sobre él. Pero su hermano ya no estaba. El campamento despertó con su llanto. La encontraron abrazada al cuerpo. Y entonces comenzaron los murmullos. "Es su culpa." "Esa niña está maldita." "¿No decía que hablaba con los muertos?" Nyssara solo calló. Desde ese día evitaba hablar de Elian. No porque lo hubiera olvidado, sino porque pronunciar su nombre dolía más que el silencio. En sueños, él seguía apareciendo. Nunca hablaba. A veces estaba de pie bajo el agua, con la linterna encendida en la mano, aún goteando río. Otras, aparecía en la rama rota, justo antes de soltarse, con esa sonrisa suya que parecía perdonarlo todo. Y a veces… solo estaba allí, de pie junto a su cama, empapado y temblando, con los ojos llenos de amor y pena. El aparato que Elian le había dado aún descansaba bajo su almohada. Lo apretaba cada noche, sabiendo que no volvería a responder. Y sin embargo, parte de ella no dejaba de esperar. Dejó de llorar en voz alta. Se guardó el dolor como un secreto sucio, como si haber sobrevivido fuera un castigo que debía pagar en silencio. Dejó de ser la misma. La poca esperanza que alguna vez había habitado en su pecho se desvaneció. Ya no soñaba con días mejores, ni buscaba consuelo. Solo existía. Su familia también cambió. Su madre apenas la miraba, como si temiera lo que vería en sus ojos. Su padre hablaba con distancia, como si las palabras se volvieran espinas en su garganta. Nadie lo decía, pero todos la juzgaban. Como si su dolor fuera menos válido. Como si su existencia fuera una culpa.
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  • 𝐕𝐈𝐄𝐍𝐀
    Fandom Original
    Categoría Acción
    INT. CONTINENTAL DE VIENA – NOCHE

    El mármol del vestíbulo refleja los candelabros dorados como si ocultara el cielo mismo.
    En un rincón, suena música de cuerda en vivo.
    Las conversaciones son susurros.
    Las miradas, medidores de peligro.

    La puerta giratoria gira una vez más.

    Radmila Koshkina entra.
    Andar lento.
    Firme.
    Tranquilo.

    Su abrigo oscuro, pesado y elegante, cae como una sombra viva.
    El borde deja ver apenas el tatuaje que carga en la espalda.
    En su oreja izquierda, tres piercings dorados en forma de gotas tintinean suavemente al compás de sus pasos.

    Nadie se gira.
    Pero todos la perciben.

    Llega al mostrador.
    El encargado del Continental ya la esperaba.

    —“Señorita Koshkina.
    Bienvenida de nuevo.”



    Ella saca una moneda de oro de su abrigo.
    Antigua. Usada. Valiosa.

    La deja sobre el mármol sin una sola palabra más.

    —“Suite Embajador”, dice el encargado.
    —“No ha sido ocupada desde hace meses.
    Vista al río. Aislamiento total.”



    Ella asiente con un leve movimiento de cabeza.

    El conserje, un hombre de rostro cansado y voz de terciopelo, le entrega la llave.
    Cuando su mano roza la de ella, murmura en voz baja:

    —“Zvonilka…”


    Radmila no responde.
    Tampoco sonríe.
    Solo guarda la llave, da media vuelta y se aleja con ese andar de sombra segura.

    El tintineo se pierde en el ascensor.
    Nadie se atreve a moverse hasta que la puerta se cierra.
    INT. CONTINENTAL DE VIENA – NOCHE El mármol del vestíbulo refleja los candelabros dorados como si ocultara el cielo mismo. En un rincón, suena música de cuerda en vivo. Las conversaciones son susurros. Las miradas, medidores de peligro. La puerta giratoria gira una vez más. Radmila Koshkina entra. Andar lento. Firme. Tranquilo. Su abrigo oscuro, pesado y elegante, cae como una sombra viva. El borde deja ver apenas el tatuaje que carga en la espalda. En su oreja izquierda, tres piercings dorados en forma de gotas tintinean suavemente al compás de sus pasos. Nadie se gira. Pero todos la perciben. Llega al mostrador. El encargado del Continental ya la esperaba. —“Señorita Koshkina. Bienvenida de nuevo.” Ella saca una moneda de oro de su abrigo. Antigua. Usada. Valiosa. La deja sobre el mármol sin una sola palabra más. —“Suite Embajador”, dice el encargado. —“No ha sido ocupada desde hace meses. Vista al río. Aislamiento total.” Ella asiente con un leve movimiento de cabeza. El conserje, un hombre de rostro cansado y voz de terciopelo, le entrega la llave. Cuando su mano roza la de ella, murmura en voz baja: —“Zvonilka…” Radmila no responde. Tampoco sonríe. Solo guarda la llave, da media vuelta y se aleja con ese andar de sombra segura. El tintineo se pierde en el ascensor. Nadie se atreve a moverse hasta que la puerta se cierra.
    Tipo
    Individual
    Líneas
    16
    Estado
    Disponible
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