El silencio en el jardín era absoluto, roto solo por el crujido de la hierba seca bajo tus pies. Ella, en cambio, se movía sin peso, una sombra de porcelana entre la bruma. Se detuvo y dejó que el ala de su sombrero descansara contra su pecho, exponiendo su cuello pálido a la humedad del aire.

Se giró hacia ti, dedicándote una sonrisa pequeña, casi ensayada, pero con una mirada que parecía ver a través de ti.

— Qué clima tan generoso—murmuró, observando cómo tu aliento formaba nubes blancas mientras el de ella no existía.—El sol es un tirano que nos obliga a brillar, pero este gris... este gris es humilde. No pide nada de nosotros, ni siquiera que finjamos estar vivos.

No temblaba. Mientras tú sentías el rigor de la tarde, ella parecía fundirse con el paisaje, cómoda en la ausencia de calor, como si el jardín nublado fuera el único lugar donde su naturaleza no fuera un secreto, sino una coincidencia.
El silencio en el jardín era absoluto, roto solo por el crujido de la hierba seca bajo tus pies. Ella, en cambio, se movía sin peso, una sombra de porcelana entre la bruma. Se detuvo y dejó que el ala de su sombrero descansara contra su pecho, exponiendo su cuello pálido a la humedad del aire. Se giró hacia ti, dedicándote una sonrisa pequeña, casi ensayada, pero con una mirada que parecía ver a través de ti. — Qué clima tan generoso—murmuró, observando cómo tu aliento formaba nubes blancas mientras el de ella no existía.—El sol es un tirano que nos obliga a brillar, pero este gris... este gris es humilde. No pide nada de nosotros, ni siquiera que finjamos estar vivos. No temblaba. Mientras tú sentías el rigor de la tarde, ella parecía fundirse con el paisaje, cómoda en la ausencia de calor, como si el jardín nublado fuera el único lugar donde su naturaleza no fuera un secreto, sino una coincidencia.
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