En los jardines de Naboo, bajo la luz dorada del atardecer, Padmé paseaba descalza entre las flores silvestres, dejando que la brisa tibia jugara con su vestido vaporoso y su cabello suelto.
A lo lejos, los lagos brillaban como espejos encantados, y el canto de los pájaros envolvía el aire con una calma casi mágica. Sentada en la hierba, con una cesta a su lado, Padmé escribía a mano en un pequeño cuaderno de tapas de cuero. No era un discurso, ni un informe del Senado, sino pensamientos sueltos, pequeñas reflexiones sobre la paz, el amor, y los sueños que aún guardaba para la galaxia.
Cada tanto se detenía, observando a una mariposa que pasaba cerca o acariciando las flores que la rodeaban, como si pudiera hablarles en silencio. Su rostro, sereno y cálido, parecía pertenecer a otra era, una donde la guerra no existía y la política no le pesaba tanto en los hombros.
A su lado, un droide servía té de jazmín en una pequeña taza de porcelana, pero Padmé apenas lo notó. Estaba en su mundo. Uno donde la belleza y la esperanza aún eran posibles. Donde, por un momento, podía ser solo una mujer entre flores, soñando con un futuro mejor.
En los jardines de Naboo, bajo la luz dorada del atardecer, Padmé paseaba descalza entre las flores silvestres, dejando que la brisa tibia jugara con su vestido vaporoso y su cabello suelto.
A lo lejos, los lagos brillaban como espejos encantados, y el canto de los pájaros envolvía el aire con una calma casi mágica. Sentada en la hierba, con una cesta a su lado, Padmé escribía a mano en un pequeño cuaderno de tapas de cuero. No era un discurso, ni un informe del Senado, sino pensamientos sueltos, pequeñas reflexiones sobre la paz, el amor, y los sueños que aún guardaba para la galaxia.
Cada tanto se detenía, observando a una mariposa que pasaba cerca o acariciando las flores que la rodeaban, como si pudiera hablarles en silencio. Su rostro, sereno y cálido, parecía pertenecer a otra era, una donde la guerra no existía y la política no le pesaba tanto en los hombros.
A su lado, un droide servía té de jazmín en una pequeña taza de porcelana, pero Padmé apenas lo notó. Estaba en su mundo. Uno donde la belleza y la esperanza aún eran posibles. Donde, por un momento, podía ser solo una mujer entre flores, soñando con un futuro mejor.