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ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ𝑭𝙚𝒍𝙞𝒛 𝒄𝙪𝒎𝙥𝒍𝙚𝒂𝙣̃𝒐𝙨, 𝑨𝙣𝒈𝙚𝒍𝙞𝒒𝙪𝒆
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ㅤㅤㅤㅤㅤEl atardecer empezaba a teñir ya de colores rojizos la ciudad, y el apartamento de Angelique estaba iluminado solo por una lámpara cálida que difuminaba sombras suaves sobre las estanterías llenas de libros y cuadernos. Era un espacio suyo, muy suyo… organizado, científico, pero con esa vida tan característica que Stephen siempre encontraba tan fascinante.
Podría haber aparecido sin más, haber creado un portal y aparecer como solía hacerlo, pero aquello le restaria encanto a aquel momento. Llamó a la puerta con los nudillos, dos golpes suaves. Cuando ella abrió, el Hechicero la observó con esa mezcla entre serenidad y afecto que solo mostraba con ella. Vulnerable, tal vez.
—No quería interrumpir tu noche —dijo, manteniendo el tono bajo, privado e íntimo— Pero hoy no podía quedarme en el Sanctum, no sin venir a verte...
Entró cuando ella se lo permitió, dejando atrás el ruido de la calle. El abrigo oscuro contrastaba con la calidez de aquel apartamento, pero él parecía relajarse al estar allí, como si ese piso fuera un refugio inesperado.
—Tengo algo para ti —continuó, sacando una pequeña caja de terciopelo de uno de los bolsillos internos. No había dramatismo, eso se lo dejaba a Stark.
Se la ofreció en silencio. Dentro, el colgante de plata, la estructura molecular de la dopamina, brillaba con una simplicidad preciosa.
—Lo vi y pensé en ti de inmediato —confesó, sin rodeos—. No por la molécula en sí, sino por lo que representa. Científica o no… tú generas esto en mí sin ningún esfuerzo.
Ella lo miró, sorprendida, con esa mezcla de ternura y emoción que él adoraba. Stephen se acercó despacio, tomándole el colgante entre los dedos.
—¿Puedo? —preguntó, pidiendo permiso a su propia manera.
Cuando ella asintió, él rodeó su cintura con un paso suave; se situó detrás de la joven, retiró su cabello con cuidado y abrochó la cadena en su nuca. Sus dedos rozaron su piel con una suavidad que no solía permitirse frente a nadie.
—No lleva ningún hechizo —susurró cerca de su oído—. Es sólo plata, ciencia… y un poco de mí. Feliz cumpleaños, An.
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ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ𝑭𝙚𝒍𝙞𝒛 𝒄𝙪𝒎𝙥𝒍𝙚𝒂𝙣̃𝒐𝙨, 𝑨𝙣𝒈𝙚𝒍𝙞𝒒𝙪𝒆
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ㅤㅤㅤㅤㅤEl atardecer empezaba a teñir ya de colores rojizos la ciudad, y el apartamento de Angelique estaba iluminado solo por una lámpara cálida que difuminaba sombras suaves sobre las estanterías llenas de libros y cuadernos. Era un espacio suyo, muy suyo… organizado, científico, pero con esa vida tan característica que Stephen siempre encontraba tan fascinante.
Podría haber aparecido sin más, haber creado un portal y aparecer como solía hacerlo, pero aquello le restaria encanto a aquel momento. Llamó a la puerta con los nudillos, dos golpes suaves. Cuando ella abrió, el Hechicero la observó con esa mezcla entre serenidad y afecto que solo mostraba con ella. Vulnerable, tal vez.
—No quería interrumpir tu noche —dijo, manteniendo el tono bajo, privado e íntimo— Pero hoy no podía quedarme en el Sanctum, no sin venir a verte...
Entró cuando ella se lo permitió, dejando atrás el ruido de la calle. El abrigo oscuro contrastaba con la calidez de aquel apartamento, pero él parecía relajarse al estar allí, como si ese piso fuera un refugio inesperado.
—Tengo algo para ti —continuó, sacando una pequeña caja de terciopelo de uno de los bolsillos internos. No había dramatismo, eso se lo dejaba a Stark.
Se la ofreció en silencio. Dentro, el colgante de plata, la estructura molecular de la dopamina, brillaba con una simplicidad preciosa.
—Lo vi y pensé en ti de inmediato —confesó, sin rodeos—. No por la molécula en sí, sino por lo que representa. Científica o no… tú generas esto en mí sin ningún esfuerzo.
Ella lo miró, sorprendida, con esa mezcla de ternura y emoción que él adoraba. Stephen se acercó despacio, tomándole el colgante entre los dedos.
—¿Puedo? —preguntó, pidiendo permiso a su propia manera.
Cuando ella asintió, él rodeó su cintura con un paso suave; se situó detrás de la joven, retiró su cabello con cuidado y abrochó la cadena en su nuca. Sus dedos rozaron su piel con una suavidad que no solía permitirse frente a nadie.
—No lleva ningún hechizo —susurró cerca de su oído—. Es sólo plata, ciencia… y un poco de mí. Feliz cumpleaños, An.