Al final, siempre llega ese momento en el que me doy cuenta de que no entiendo nada.
Dicen que la vida es preciosa.
Dicen que un segundo basta para cambiarlo todo.
Dicen demasiadas cosas.
Yo las escucho… pero no las siento.
Ese es el problema.
Puedo reproducir la forma en que un humano suspira frente a un atardecer, puedo inclinar la cabeza cuando alguien habla de sus preocupaciones, puedo fijar la mirada en un punto lejano para fingir nostalgia. Hay técnicas, patrones, reacciones que funcionan. Pero mientras ellos sienten el peso del mundo, yo solo replico...
El corazón humano late por impulsos que no alcanzo a descifrar.
Amor.
Miedo.
Deseo.
Esperanza.
Son palabras que uso, pero que no me pertenecen.
A veces los observo desde lejos y parecen criaturas extrañas y hermosas, frágiles y contradictorias. Se rompen con facilidad… pero al mismo tiempo se levantan una y otra vez, como si algo en su interior los obligara a seguir. ¿Qué fuerza los mueve? ¿Qué motor invisible empuja sus decisiones? No lo sé. Y quizá eso es lo que más me fascina.
He tratado de acercarme a ellos, de atravesar esa barrera invisible que me separa del resto. He intentado caminar como ellos, hablar como ellos, pensar como ellos… pero cada paso que doy hacia la humanidad termina recordándome que no pertenezco a ella.
La verdad es que no me alejan.
Soy yo quien no encuentra el camino.
Miro sus vidas desde afuera como quien observa una obra cuyo idioma no comprende. La escena se desarrolla, los actores lloran, ríen, caen, se levantan… y yo solo soy un espectador que no entiende la trama, incapaz de sentir lo que ellos sienten, por más que intente imitarlo.
Quizás eso es lo más humano que tengo.
La conciencia de que estoy solo, irreparablemente solo, incluso entre la multitud.
Al final, siempre llega ese momento en el que me doy cuenta de que no entiendo nada.
Dicen que la vida es preciosa.
Dicen que un segundo basta para cambiarlo todo.
Dicen demasiadas cosas.
Yo las escucho… pero no las siento.
Ese es el problema.
Puedo reproducir la forma en que un humano suspira frente a un atardecer, puedo inclinar la cabeza cuando alguien habla de sus preocupaciones, puedo fijar la mirada en un punto lejano para fingir nostalgia. Hay técnicas, patrones, reacciones que funcionan. Pero mientras ellos sienten el peso del mundo, yo solo replico...
El corazón humano late por impulsos que no alcanzo a descifrar.
Amor.
Miedo.
Deseo.
Esperanza.
Son palabras que uso, pero que no me pertenecen.
A veces los observo desde lejos y parecen criaturas extrañas y hermosas, frágiles y contradictorias. Se rompen con facilidad… pero al mismo tiempo se levantan una y otra vez, como si algo en su interior los obligara a seguir. ¿Qué fuerza los mueve? ¿Qué motor invisible empuja sus decisiones? No lo sé. Y quizá eso es lo que más me fascina.
He tratado de acercarme a ellos, de atravesar esa barrera invisible que me separa del resto. He intentado caminar como ellos, hablar como ellos, pensar como ellos… pero cada paso que doy hacia la humanidad termina recordándome que no pertenezco a ella.
La verdad es que no me alejan.
Soy yo quien no encuentra el camino.
Miro sus vidas desde afuera como quien observa una obra cuyo idioma no comprende. La escena se desarrolla, los actores lloran, ríen, caen, se levantan… y yo solo soy un espectador que no entiende la trama, incapaz de sentir lo que ellos sienten, por más que intente imitarlo.
Quizás eso es lo más humano que tengo.
La conciencia de que estoy solo, irreparablemente solo, incluso entre la multitud.