• Debo admitirlo... ese fue un gran golpe señorita, tu dominio de la espada es impecable...
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  • https://twittrol.com/thread/1023
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    Kurogane Cal Devens en Twittrol
    Dai En Kai En Tei, el Emperador de las llamas... Una gran conflagración, una especie de sol en miniatura...
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  • Gracias a gran odin!
    Por lo menos la manchas de sangre salio del pelo ~
    ¿Por que, aparecieron tantos heridos este dia? Por lo menos ya hise mi trabajo.
    Gracias a gran odin! Por lo menos la manchas de sangre salio del pelo ~ ¿Por que, aparecieron tantos heridos este dia? Por lo menos ya hise mi trabajo.
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  • Mi cachorro y yo, mi hermoso Constantin, ahora es mi obsesión y no permitiré que se aleje de mí, nunca Constantin Aurelian Reis
    Mi cachorro y yo, mi hermoso Constantin, ahora es mi obsesión y no permitiré que se aleje de mí, nunca [cosmic_garnet_rhino_424]
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  • China Antigua.- Tras terminar sus labores en la secta, atendiendo los pendientes propios de la misma y ayudar a sus jovenes discipulos enseñandoles varias lecciones; por la noche se dio tiempo para dar una caminata por los alrededores velando por todos mientras sostenía en la zurda una flauta que si bien no era tan diestro en ella como la secta Lan, podia relajarse y tocar alguna bella melodia que habia escuchado-

    https://www.youtube.com/watch?v=-e18-AIQ94c

    Esta todo tan tranquilo...
    China Antigua.- Tras terminar sus labores en la secta, atendiendo los pendientes propios de la misma y ayudar a sus jovenes discipulos enseñandoles varias lecciones; por la noche se dio tiempo para dar una caminata por los alrededores velando por todos mientras sostenía en la zurda una flauta que si bien no era tan diestro en ella como la secta Lan, podia relajarse y tocar alguna bella melodia que habia escuchado- https://www.youtube.com/watch?v=-e18-AIQ94c Esta todo tan tranquilo...
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  • Se me hacía un poco tarde para mi cita con Lilith Romanov pero ya le había avisado, había organizado todo tal cual lo planeado para después de un lapso de tiempo, llegar y tocar la puerta con una ramo con tus flores favoritas y un atuendo para la ocasión.

    -Hola amor
    Se me hacía un poco tarde para mi cita con [drift_fuchsia_fox_888] pero ya le había avisado, había organizado todo tal cual lo planeado para después de un lapso de tiempo, llegar y tocar la puerta con una ramo con tus flores favoritas y un atuendo para la ocasión. -Hola amor
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  • La noche había caído como un velo denso sobre la aldea, ocultando los caminos bajo la neblina espesa del otoño. Las hojas secas crujían con el viento, pero sobre los techos, no había sonido alguno. Solo una figura quieta, imponente, inmóvil como una estatua esculpida en la oscuridad.

    𝘼𝙠𝙖𝙯𝙖.

    De pie sobre las tejas inclinadas de una vieja casa de madera, observaba en silencio. Su mirada, dorada y penetrante, recorría las calles con una atención depredadora, como si el más leve susurro del aire pudiera delatar una presencia digna de su interés. No era la curiosidad lo que lo movía. Era la búsqueda.

    El silencio lo envolvía, pero no era ajeno al murmullo lejano del miedo humano, ni al rastro tenue del olor a sangre que a veces flotaba en el aire. La noche para él no era un velo, sino un campo de caza perfecto.

    Sus tatuajes brillaban apenas con el reflejo de la luna, y cada músculo de su cuerpo estaba en reposo, pero tenso, como la cuerda de un arco lista para romperse. No necesitaba moverse para ser peligroso. Su sola presencia pesaba.
    La noche había caído como un velo denso sobre la aldea, ocultando los caminos bajo la neblina espesa del otoño. Las hojas secas crujían con el viento, pero sobre los techos, no había sonido alguno. Solo una figura quieta, imponente, inmóvil como una estatua esculpida en la oscuridad. 𝘼𝙠𝙖𝙯𝙖. De pie sobre las tejas inclinadas de una vieja casa de madera, observaba en silencio. Su mirada, dorada y penetrante, recorría las calles con una atención depredadora, como si el más leve susurro del aire pudiera delatar una presencia digna de su interés. No era la curiosidad lo que lo movía. Era la búsqueda. El silencio lo envolvía, pero no era ajeno al murmullo lejano del miedo humano, ni al rastro tenue del olor a sangre que a veces flotaba en el aire. La noche para él no era un velo, sino un campo de caza perfecto. Sus tatuajes brillaban apenas con el reflejo de la luna, y cada músculo de su cuerpo estaba en reposo, pero tenso, como la cuerda de un arco lista para romperse. No necesitaba moverse para ser peligroso. Su sola presencia pesaba.
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  • Vamos amor no puedes decir que me odias porque soy realmente encantador.
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  • Mi Dios Rao, me protegerá... Hoy y siempre..
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  • La noche caía sobre la mansión de Yūrei, y las sombras se alargaban por los pasillos como si quisieran susurrarle secretos olvidados. Sentada frente a un antiguo escritorio de madera, sus dedos rozaban con delicadeza un pergamino amarillento, repasando los nombres y rostros de aquellos que, hace años, intentaron arrebatarle lo más sagrado que poseía: sus hijos.

    Nunca había buscado venganza, ni siquiera justicia en el sentido humano. Aquellos padres que alguna vez caminaron cerca de sus hijos pensaron que podrían manipularlos, controlarlos, o incluso destruirlos. No entendían que en Yūrei convergían fuerzas que ningún mortal podía comprender: demoníacas, celestiales, yokai y espirituales. Y cuando intentaron actuar… desaparecieron. No fue un castigo sádico, sino un acto de protección, silencioso y definitivo. Los ecos de su desaparición nunca alcanzaron la tierra humana; eran secretos que ella guardaba con el mismo cuidado con el que cuidaba los latidos de sus hijos.

    Su mirada se perdió en la ventana, donde la luz de la luna iluminaba los jardines congelados en el tiempo. Cada estrella parecía recordarle la eternidad de su existencia, y el precio que había pagado por permitir que sus hijos vivieran sin cargar con su peso completo. La furia contenida en su ser podía ser devastadora, pero siempre la contuvo, siempre la canalizó para proteger sin mostrarlo.

    —Nunca entenderán… —susurró, la voz apenas un eco en la sala—. Pero ellos… ellos viven. Y eso basta.

    El silencio de la mansión parecía responderle con complicidad. Sus hijos, lejos, seguramente dormían, ajenos a la tormenta que Yūrei había contenido por ellos desde las sombras. Y aun así, no sentía culpa, sino la certeza serena de que lo imposible podía ser protegido si uno estaba dispuesto a pagar el precio.

    Y en ese instante, la madre de lo imposible volvió a cerrar los ojos, dejando que la eternidad de su existencia se entrelazara con la seguridad silenciosa de quienes más amaba.
    La noche caía sobre la mansión de Yūrei, y las sombras se alargaban por los pasillos como si quisieran susurrarle secretos olvidados. Sentada frente a un antiguo escritorio de madera, sus dedos rozaban con delicadeza un pergamino amarillento, repasando los nombres y rostros de aquellos que, hace años, intentaron arrebatarle lo más sagrado que poseía: sus hijos. Nunca había buscado venganza, ni siquiera justicia en el sentido humano. Aquellos padres que alguna vez caminaron cerca de sus hijos pensaron que podrían manipularlos, controlarlos, o incluso destruirlos. No entendían que en Yūrei convergían fuerzas que ningún mortal podía comprender: demoníacas, celestiales, yokai y espirituales. Y cuando intentaron actuar… desaparecieron. No fue un castigo sádico, sino un acto de protección, silencioso y definitivo. Los ecos de su desaparición nunca alcanzaron la tierra humana; eran secretos que ella guardaba con el mismo cuidado con el que cuidaba los latidos de sus hijos. Su mirada se perdió en la ventana, donde la luz de la luna iluminaba los jardines congelados en el tiempo. Cada estrella parecía recordarle la eternidad de su existencia, y el precio que había pagado por permitir que sus hijos vivieran sin cargar con su peso completo. La furia contenida en su ser podía ser devastadora, pero siempre la contuvo, siempre la canalizó para proteger sin mostrarlo. —Nunca entenderán… —susurró, la voz apenas un eco en la sala—. Pero ellos… ellos viven. Y eso basta. El silencio de la mansión parecía responderle con complicidad. Sus hijos, lejos, seguramente dormían, ajenos a la tormenta que Yūrei había contenido por ellos desde las sombras. Y aun así, no sentía culpa, sino la certeza serena de que lo imposible podía ser protegido si uno estaba dispuesto a pagar el precio. Y en ese instante, la madre de lo imposible volvió a cerrar los ojos, dejando que la eternidad de su existencia se entrelazara con la seguridad silenciosa de quienes más amaba.
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