• Que emoción... Espero no caer tan pronto y quien será mi servant.....?

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  • El viento soplaba con suavidad en la cima de la montaña, acariciando las hojas del árbol solitario donde descansaba un hombre de semblante tranquilo, recostado con los brazos detrás de la cabeza. A unos metros, sentado al borde del risco, estaba Kyu —el Pequeño Vagabundo— con las piernas colgando y la mirada fija en el vasto horizonte teñido de dorado por la puesta de sol.

    —Dime, Kyu… —preguntó su maestro con voz pausada—, ¿has comenzado a recordar algo?

    El pequeño asintió levemente, con una sonrisa serena en el rostro.
    —Sí… una canción —respondió, apretando contra su pecho el libro donde anotaba sus pensamientos—. Es una canción de cuna… no sé por qué, pero cada vez que la tarareo, siento que me guía. Como si me estuviera llamando.

    —¿A dónde te guía? —preguntó el maestro, sin moverse.

    —Hacia mi mamá… creo. No recuerdo su rostro… ni siquiera su nombre. Y no sé si tengo apellido. Pero siento que esa canción es suya. Y que si la sigo… podré encontrarla.

    El maestro cerró los ojos y sonrió con ternura.
    —Tienes un corazón muy fuerte, pequeño.

    Kyu se volteó un poco, dejando que su mirada se perdiera en el cielo.
    —No sé qué encontraré cuando llegue. Quizás... quizás no me reconozcan. O quizá ya no estén… pero… quiero saber. Quiero entender por qué nací en este mundo tan raro… tan lleno de cosas buenas, y también de cosas feas. Pero con gente que aún así sonríe.

    El maestro lo observó en silencio, su mirada velada por una sombra de nostalgia. En su mente, pensó con tristeza:
    *"Para este punto, después de todos los desastres que sufrió el mundo… probablemente ya están muertos. Tal vez nunca lo sepa con certeza. Pero no puedo destruir esa esperanza en sus ojos… no ahora. No cuando ha llegado tan lejos..."*

    Y así, sin palabras que rompieran el momento, ambos se quedaron en la cima, envueltos en el murmullo del viento, compartiendo el silencio y los pensamientos que sólo el horizonte podía guardar. El sol descendía poco a poco, tiñendo de esperanza un cielo que parecía prometer que, algún día, las respuestas llegarían.
    El viento soplaba con suavidad en la cima de la montaña, acariciando las hojas del árbol solitario donde descansaba un hombre de semblante tranquilo, recostado con los brazos detrás de la cabeza. A unos metros, sentado al borde del risco, estaba Kyu —el Pequeño Vagabundo— con las piernas colgando y la mirada fija en el vasto horizonte teñido de dorado por la puesta de sol. —Dime, Kyu… —preguntó su maestro con voz pausada—, ¿has comenzado a recordar algo? El pequeño asintió levemente, con una sonrisa serena en el rostro. —Sí… una canción —respondió, apretando contra su pecho el libro donde anotaba sus pensamientos—. Es una canción de cuna… no sé por qué, pero cada vez que la tarareo, siento que me guía. Como si me estuviera llamando. —¿A dónde te guía? —preguntó el maestro, sin moverse. —Hacia mi mamá… creo. No recuerdo su rostro… ni siquiera su nombre. Y no sé si tengo apellido. Pero siento que esa canción es suya. Y que si la sigo… podré encontrarla. El maestro cerró los ojos y sonrió con ternura. —Tienes un corazón muy fuerte, pequeño. Kyu se volteó un poco, dejando que su mirada se perdiera en el cielo. —No sé qué encontraré cuando llegue. Quizás... quizás no me reconozcan. O quizá ya no estén… pero… quiero saber. Quiero entender por qué nací en este mundo tan raro… tan lleno de cosas buenas, y también de cosas feas. Pero con gente que aún así sonríe. El maestro lo observó en silencio, su mirada velada por una sombra de nostalgia. En su mente, pensó con tristeza: *"Para este punto, después de todos los desastres que sufrió el mundo… probablemente ya están muertos. Tal vez nunca lo sepa con certeza. Pero no puedo destruir esa esperanza en sus ojos… no ahora. No cuando ha llegado tan lejos..."* Y así, sin palabras que rompieran el momento, ambos se quedaron en la cima, envueltos en el murmullo del viento, compartiendo el silencio y los pensamientos que sólo el horizonte podía guardar. El sol descendía poco a poco, tiñendo de esperanza un cielo que parecía prometer que, algún día, las respuestas llegarían.
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  • #SeductiveSunday
    #Hot

    Con esto me voy con el gran morfeo, descansen y sueñen bellamente.
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  • Luciérnaga vino a recogerme para dormir, descansen superior.
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  • Feliz noche
    Descasa y toma agua... Abríguese bien.
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  • https://youtu.be/rdXoLsw49_U?si=CsplmcA7OmTOEw7A
    Dejo esto porque se acerca colaboración con Fate.
    Y yo seré máster
    https://youtu.be/rdXoLsw49_U?si=CsplmcA7OmTOEw7A Dejo esto porque se acerca colaboración con Fate. Y yo seré máster ❣️
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  • Just like this, here for the night~
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  • "El fin de semana en la ciudad es algo que no te puedes perder" había oído decir más veces de las que podía contar. Había sido una semana ajetreada y la chica, tan aventurera como siempre, quería hacer algo para despejarse y sus amigos le animaron a visitar uno de los antros mas populares entre los estudiantes de su universidad... y tras algunas horas ya se había aburrido. Por lo que se encontraba en el callejón tras la discoteca mientras sus amigos permanecían dentro.

    —2:30 de la madrugada... já

    Lejos de sentir el cansancio, la chica estaba insatisfecha., no tenia ganas de bailar o cantar. La luna llena se alzaba sobre las bulliciosas calles de la ciudad y con la música sonando a través de la puerta a su derecha se encontró fantaseando con tener alguna aventura.

    Solo entonces, se percato de la presencia de alguien más en aquel rincón solitario y poco iluminado. Con una sonrisa y una postura rebosante de confianza fue la primera en romper el silencio.

    —¿y t´ú? ¿también te tomas un descanso de la música a todo volumen?
    "El fin de semana en la ciudad es algo que no te puedes perder" había oído decir más veces de las que podía contar. Había sido una semana ajetreada y la chica, tan aventurera como siempre, quería hacer algo para despejarse y sus amigos le animaron a visitar uno de los antros mas populares entre los estudiantes de su universidad... y tras algunas horas ya se había aburrido. Por lo que se encontraba en el callejón tras la discoteca mientras sus amigos permanecían dentro. —2:30 de la madrugada... já Lejos de sentir el cansancio, la chica estaba insatisfecha., no tenia ganas de bailar o cantar. La luna llena se alzaba sobre las bulliciosas calles de la ciudad y con la música sonando a través de la puerta a su derecha se encontró fantaseando con tener alguna aventura. Solo entonces, se percato de la presencia de alguien más en aquel rincón solitario y poco iluminado. Con una sonrisa y una postura rebosante de confianza fue la primera en romper el silencio. —¿y t´ú? ¿también te tomas un descanso de la música a todo volumen?
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  • La mañana apenas despuntaba en la cima de aquella colina escondida, donde el viento traía consigo el murmullo de hojas y el cantar de aves lejanas. El maestro de Nen, un hombre de mirada aguda y sonrisa contenida, caminaba con paso rápido por el claro del bosque, donde solía encontrar al pequeño vagabundo cada amanecer… pero esta vez, habían pasado **dos días enteros** sin rastro de su alumno.

    —¿Dónde te metiste, mocoso? —murmuró entre dientes, aunque la preocupación se notaba en cada paso tenso que daba.

    Y entonces, como si el mundo hubiese esperado justo ese momento, escuchó una voz familiar:

    —¡¡Maestroooo!! —gritó el pequeño vagabundo mientras corría cuesta abajo, chapoteando en los charcos y agitando algo en su mano con total orgullo—. ¡¡Mireeeeeeee!!

    El hombre se giró, preparado para reprenderlo… hasta que lo vio.

    El niño estaba cubierto de tierra, tenía una curita en la mejilla, y el dobladillo de su pantalón estaba roto. Pero aun así, **su sonrisa era más brillante que el sol filtrado entre los árboles**, y en su mano alzada… sostenía nada más y nada menos que **una licencia de cazador profesional**.

    El maestro se quedó inmóvil unos segundos, como si sus ojos no pudieran creerlo.

    —...¿Eso es… una...? —empezó a decir, pero el pequeño se le adelantó, levantándola aún más alto.

    —¡Sí! ¡Me la dieron después de pasar un montón de pruebas locas y un bosque raro que hablaba! ¡Ah! ¡Y una sala que me quería comer! Pero al final me dejaron quedármela… ¡dijeron que ahora soy un “cazador profesional”! —declaró con orgullo, inflando el pecho.

    El maestro soltó una risa entre incrédula y resignada, se acercó y le dio una leve palmada en la cabeza.

    —Entonces ahora eres un cazador profesional, ¿eh, Kyu? —dijo, llamándolo por su nombre real, algo que no hacía muy seguido.

    Kyu sonrió aún más, como si eso fuera un premio en sí mismo.

    —¡Sí! ¿Eso significa que ahora puedo entrar a ruinas secretas y cazar monstruos peligrosos?

    El maestro entrecerró los ojos y suspiró profundamente, cruzándose de brazos.

    —Eso significa que estuviste en uno de los exámenes más peligrosos que existen y que **podrías haber muerto al menos diez veces sin darte cuenta**.

    Kyu parpadeó.

    —¿Oh? ¡Pero no lo hice! ¡Así que eso fue suerte, ¿verdad?! —rió alegremente.

    El maestro bajó la cabeza y se cubrió la cara con una mano, entre frustración y orgullo.

    —No… eso fue Nen. Y probablemente, una montaña de milagros.

    Y mientras el pequeño bailaba en círculos celebrando su nueva profesión con total entusiasmo, el maestro no pudo evitar sonreír.

    Porque aunque el mundo era brutal y difícil, **ese niño ingenuo, valiente y brillante… lo enfrentaba con una chispa que ningún Peligro podía apagar**.
    La mañana apenas despuntaba en la cima de aquella colina escondida, donde el viento traía consigo el murmullo de hojas y el cantar de aves lejanas. El maestro de Nen, un hombre de mirada aguda y sonrisa contenida, caminaba con paso rápido por el claro del bosque, donde solía encontrar al pequeño vagabundo cada amanecer… pero esta vez, habían pasado **dos días enteros** sin rastro de su alumno. —¿Dónde te metiste, mocoso? —murmuró entre dientes, aunque la preocupación se notaba en cada paso tenso que daba. Y entonces, como si el mundo hubiese esperado justo ese momento, escuchó una voz familiar: —¡¡Maestroooo!! —gritó el pequeño vagabundo mientras corría cuesta abajo, chapoteando en los charcos y agitando algo en su mano con total orgullo—. ¡¡Mireeeeeeee!! El hombre se giró, preparado para reprenderlo… hasta que lo vio. El niño estaba cubierto de tierra, tenía una curita en la mejilla, y el dobladillo de su pantalón estaba roto. Pero aun así, **su sonrisa era más brillante que el sol filtrado entre los árboles**, y en su mano alzada… sostenía nada más y nada menos que **una licencia de cazador profesional**. El maestro se quedó inmóvil unos segundos, como si sus ojos no pudieran creerlo. —...¿Eso es… una...? —empezó a decir, pero el pequeño se le adelantó, levantándola aún más alto. —¡Sí! ¡Me la dieron después de pasar un montón de pruebas locas y un bosque raro que hablaba! ¡Ah! ¡Y una sala que me quería comer! Pero al final me dejaron quedármela… ¡dijeron que ahora soy un “cazador profesional”! —declaró con orgullo, inflando el pecho. El maestro soltó una risa entre incrédula y resignada, se acercó y le dio una leve palmada en la cabeza. —Entonces ahora eres un cazador profesional, ¿eh, Kyu? —dijo, llamándolo por su nombre real, algo que no hacía muy seguido. Kyu sonrió aún más, como si eso fuera un premio en sí mismo. —¡Sí! ¿Eso significa que ahora puedo entrar a ruinas secretas y cazar monstruos peligrosos? El maestro entrecerró los ojos y suspiró profundamente, cruzándose de brazos. —Eso significa que estuviste en uno de los exámenes más peligrosos que existen y que **podrías haber muerto al menos diez veces sin darte cuenta**. Kyu parpadeó. —¿Oh? ¡Pero no lo hice! ¡Así que eso fue suerte, ¿verdad?! —rió alegremente. El maestro bajó la cabeza y se cubrió la cara con una mano, entre frustración y orgullo. —No… eso fue Nen. Y probablemente, una montaña de milagros. Y mientras el pequeño bailaba en círculos celebrando su nueva profesión con total entusiasmo, el maestro no pudo evitar sonreír. Porque aunque el mundo era brutal y difícil, **ese niño ingenuo, valiente y brillante… lo enfrentaba con una chispa que ningún Peligro podía apagar**.
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  • 𝒀𝒐 π’”π’π’š π‘ͺ𝒍𝒂𝒖𝒔… 𝒅𝒆 π‘³π’Šπ’π’π’„π’π’–π’“π’•, 𝒆𝒍 “π’π’Šπ’Μƒπ’” 𝒅𝒆 π‘¬π’π’•π’“π’†π’—π’Šπ’”π’•π’‚ 𝒄𝒐𝒏 𝒆𝒍 π‘½π’‚π’Žπ’‘π’Šπ’“π’, π’šπ’ π’”π’π’š 𝒆𝒍 π‘ͺ𝒂𝒏𝒕𝒂𝒏𝒕𝒆, 𝒆𝒍 π‘»π’“π’‚π’‡π’Šπ’„π’‚π’π’•π’†, π’•π’‚π’Žπ’ƒπ’Šπ’†Μπ’ 𝒆𝒍 𝑫𝒖𝒆𝒏̃𝒐 𝒅𝒆 𝒖𝒏 π‘ͺπ’‚π’”π’Šπ’π’, 𝒑𝒆𝒓𝒐 π’•π’‚π’Žπ’ƒπ’Šπ’†Μπ’ π’”π’π’š 𝒆𝒍 𝒒𝒖𝒆 𝒆𝒔𝒕𝒖𝒗𝒐 𝒂 𝒑𝒖𝒏𝒕𝒐 𝒅𝒆 π’Žπ’π’“π’Šπ’“ 𝒆𝒏 𝒕𝒓𝒆𝒔 π’π’„π’‚π’”π’Šπ’π’π’†π’”, 𝒑𝒐𝒓 𝒔𝒖𝒔 π’Žπ’‚π’π’‚π’” π’…π’†π’„π’Šπ’”π’Šπ’π’π’†π’”, ¿π’„π’Μπ’Žπ’ π’π’π’†π’ˆπ’‚π’Žπ’π’” π’‚π’’π’–πœΎΜ.ᐣ, 𝒅𝒆 𝒍𝒂 π’Žπ’‚π’π’†π’“π’‚ π’Žπ’‚Μπ’” π’†π’”π’•π’–Μπ’‘π’Šπ’…π’‚ 𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒆 𝒑𝒖𝒆𝒅𝒆 𝒓𝒆𝒍𝒂𝒕𝒂𝒓, 𝒑𝒆𝒓𝒐 π’•π’‚π’Žπ’ƒπ’Šπ’†Μπ’ π’†π’”π’•π’π’š π’”π’†π’ˆπ’–π’“π’ 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒐 π’Žπ’† π’‚π’“π’“π’†π’‘π’Šπ’†π’π’•π’ 𝒅𝒆 𝒏𝒂𝒅𝒂, π’‰π’π’š π’•π’†π’π’ˆπ’ 𝒖𝒏𝒂 π’‰π’Šπ’‹π’‚, 𝒖𝒏𝒂 𝒑𝒂𝒓𝒆𝒋𝒂 π’š 𝒖𝒏 𝒑𝒂𝒓 𝒅𝒆 π’‰π’†π’“π’Žπ’‚π’π’‚π’”, π’‚π’”πœΎΜ 𝒒𝒖𝒆 π’—π’π’š 𝒂 π’‚π’ˆπ’“π’‚π’…π’†π’„π’†π’“, 𝒑𝒐𝒓 𝒆𝒍𝒍𝒐, ¿π‘Έπ’–𝒆́ 𝒑𝒐𝒓𝒒𝒖𝒆 π’†π’”π’•π’π’š 𝒄𝒐𝒏𝒕𝒂́𝒏𝒅𝒐𝒍𝒆𝒔 𝒆𝒔𝒕𝒐.ᐣ, 𝒕𝒂𝒍 𝒗𝒆𝒛 𝒑𝒐𝒓𝒒𝒖𝒆 π’†π’”π’•π’π’š π’„π’π’Žπ’†π’π’›π’‚π’π’…π’ 𝒂 π’„π’‚π’Žπ’ƒπ’Šπ’‚π’“, 𝒑𝒐𝒓𝒒𝒖𝒆 π’‡π’Šπ’π’‚π’π’Žπ’†π’π’•π’† π’’π’–π’Šπ’†π’“π’ 𝒔𝒆𝒓 π’Žπ’†π’‹π’π’“ 𝒑𝒆𝒓𝒔𝒐𝒏𝒂 𝒐 𝒕𝒂𝒍 𝒗𝒆𝒛 𝒑𝒐𝒓𝒒𝒖𝒆 𝒂𝒄𝒂𝒃𝒐 𝒅𝒆 π’π’Šπ’ƒπ’“π’‚π’“ 𝒂 𝒍𝒂 π’Žπ’–π’†π’“π’•π’†, π’š π’’π’–π’Šπ’†π’“π’ 𝒅𝒆𝒋𝒂𝒓 𝒖𝒏 π’“π’†π’ˆπ’Šπ’”π’•π’“π’ 𝒅𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒐 π’Žπ’† π’‚π’“π’“π’†π’‘π’Šπ’†π’π’•π’ 𝒅𝒆 𝒉𝒂𝒃𝒆𝒓 π’•π’π’Žπ’‚π’…π’ 𝒍𝒂 π’…π’†π’„π’Šπ’”π’Šπ’Μπ’ π’„π’‚π’”π’Š π’”π’–π’Šπ’„π’Šπ’…π’‚ 𝒆𝒏 𝒆𝒔𝒆 π’Žπ’π’Žπ’†π’π’•π’ 𝒐 𝒕𝒂𝒍 𝒗𝒆𝒛 𝒆𝒔 𝒑𝒐𝒓𝒒𝒖𝒆 π’Žπ’† π’—π’π’π’—πœΎΜ π’…π’†Μπ’ƒπ’Šπ’, π’š π’’π’–π’Šπ’†π’“π’ π’“π’†π’„π’π’“π’…π’‚π’“π’Žπ’† 𝒂 π’ŽπœΎΜ π’Žπ’Šπ’”π’Žπ’, 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒖𝒏𝒄𝒂 π’‡π’–π’Š π’…π’†Μπ’ƒπ’Šπ’, 𝒒𝒖𝒆 π’•π’†π’πœΎΜπ’‚ 𝒖𝒏 π’‚π’Šπ’“π’† 𝒇𝒆𝒓𝒐𝒛, π’š 𝒒𝒖𝒆 π’’π’–π’Šπ’†π’“π’ 𝒓𝒆𝒄𝒖𝒑𝒆𝒓𝒂𝒓𝒍𝒐. 𝑡𝒐 𝒔𝒐𝒍𝒐 𝒑𝒂𝒓𝒂 π’Šπ’π’•π’Šπ’Žπ’Šπ’…π’‚π’“ 𝒂 𝒐𝒕𝒓𝒐𝒔, π’”π’Š 𝒏𝒐 𝒑𝒂𝒓𝒂 π’‘π’“π’π’•π’†π’ˆπ’†π’“ 𝒂 𝒍𝒂𝒔 𝒑𝒆𝒓𝒔𝒐𝒏𝒂𝒔 𝒒𝒖𝒆 π’‚π’Žπ’, 𝒆𝒍𝒍𝒐𝒔 π’Žπ’†π’“π’†π’„π’†π’ π’”π’†π’π’•π’Šπ’“ π’”π’†π’ˆπ’–π’“π’Šπ’…π’‚π’…, π’‘π’π’†π’π’Šπ’•π’–π’…; 𝒔𝒆́ 𝒒𝒖𝒆 𝒑𝒖𝒆𝒅𝒐, 𝒑𝒐𝒓𝒒𝒖𝒆 𝒆𝒍𝒍𝒐𝒔 π’Žπ’†π’“π’†π’„π’†π’ 𝒑𝒐𝒅𝒆𝒓 π’„π’π’π’‡π’Šπ’‚π’“ 𝒆𝒏 π’ŽπœΎΜ.
    𝒀𝒐 π’”π’π’š π‘ͺ𝒍𝒂𝒖𝒔… 𝒅𝒆 π‘³π’Šπ’π’π’„π’π’–π’“π’•, 𝒆𝒍 “π’π’Šπ’Μƒπ’” 𝒅𝒆 π‘¬π’π’•π’“π’†π’—π’Šπ’”π’•π’‚ 𝒄𝒐𝒏 𝒆𝒍 π‘½π’‚π’Žπ’‘π’Šπ’“π’, π’šπ’ π’”π’π’š 𝒆𝒍 π‘ͺ𝒂𝒏𝒕𝒂𝒏𝒕𝒆, 𝒆𝒍 π‘»π’“π’‚π’‡π’Šπ’„π’‚π’π’•π’†, π’•π’‚π’Žπ’ƒπ’Šπ’†Μπ’ 𝒆𝒍 𝑫𝒖𝒆𝒏̃𝒐 𝒅𝒆 𝒖𝒏 π‘ͺπ’‚π’”π’Šπ’π’, 𝒑𝒆𝒓𝒐 π’•π’‚π’Žπ’ƒπ’Šπ’†Μπ’ π’”π’π’š 𝒆𝒍 𝒒𝒖𝒆 𝒆𝒔𝒕𝒖𝒗𝒐 𝒂 𝒑𝒖𝒏𝒕𝒐 𝒅𝒆 π’Žπ’π’“π’Šπ’“ 𝒆𝒏 𝒕𝒓𝒆𝒔 π’π’„π’‚π’”π’Šπ’π’π’†π’”, 𝒑𝒐𝒓 𝒔𝒖𝒔 π’Žπ’‚π’π’‚π’” π’…π’†π’„π’Šπ’”π’Šπ’π’π’†π’”, ¿π’„π’Μπ’Žπ’ π’π’π’†π’ˆπ’‚π’Žπ’π’” π’‚π’’π’–πœΎΜ.ᐣ, 𝒅𝒆 𝒍𝒂 π’Žπ’‚π’π’†π’“π’‚ π’Žπ’‚Μπ’” π’†π’”π’•π’–Μπ’‘π’Šπ’…π’‚ 𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒆 𝒑𝒖𝒆𝒅𝒆 𝒓𝒆𝒍𝒂𝒕𝒂𝒓, 𝒑𝒆𝒓𝒐 π’•π’‚π’Žπ’ƒπ’Šπ’†Μπ’ π’†π’”π’•π’π’š π’”π’†π’ˆπ’–π’“π’ 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒐 π’Žπ’† π’‚π’“π’“π’†π’‘π’Šπ’†π’π’•π’ 𝒅𝒆 𝒏𝒂𝒅𝒂, π’‰π’π’š π’•π’†π’π’ˆπ’ 𝒖𝒏𝒂 π’‰π’Šπ’‹π’‚, 𝒖𝒏𝒂 𝒑𝒂𝒓𝒆𝒋𝒂 π’š 𝒖𝒏 𝒑𝒂𝒓 𝒅𝒆 π’‰π’†π’“π’Žπ’‚π’π’‚π’”, π’‚π’”πœΎΜ 𝒒𝒖𝒆 π’—π’π’š 𝒂 π’‚π’ˆπ’“π’‚π’…π’†π’„π’†π’“, 𝒑𝒐𝒓 𝒆𝒍𝒍𝒐, ¿π‘Έπ’–𝒆́ 𝒑𝒐𝒓𝒒𝒖𝒆 π’†π’”π’•π’π’š 𝒄𝒐𝒏𝒕𝒂́𝒏𝒅𝒐𝒍𝒆𝒔 𝒆𝒔𝒕𝒐.ᐣ, 𝒕𝒂𝒍 𝒗𝒆𝒛 𝒑𝒐𝒓𝒒𝒖𝒆 π’†π’”π’•π’π’š π’„π’π’Žπ’†π’π’›π’‚π’π’…π’ 𝒂 π’„π’‚π’Žπ’ƒπ’Šπ’‚π’“, 𝒑𝒐𝒓𝒒𝒖𝒆 π’‡π’Šπ’π’‚π’π’Žπ’†π’π’•π’† π’’π’–π’Šπ’†π’“π’ 𝒔𝒆𝒓 π’Žπ’†π’‹π’π’“ 𝒑𝒆𝒓𝒔𝒐𝒏𝒂 𝒐 𝒕𝒂𝒍 𝒗𝒆𝒛 𝒑𝒐𝒓𝒒𝒖𝒆 𝒂𝒄𝒂𝒃𝒐 𝒅𝒆 π’π’Šπ’ƒπ’“π’‚π’“ 𝒂 𝒍𝒂 π’Žπ’–π’†π’“π’•π’†, π’š π’’π’–π’Šπ’†π’“π’ 𝒅𝒆𝒋𝒂𝒓 𝒖𝒏 π’“π’†π’ˆπ’Šπ’”π’•π’“π’ 𝒅𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒐 π’Žπ’† π’‚π’“π’“π’†π’‘π’Šπ’†π’π’•π’ 𝒅𝒆 𝒉𝒂𝒃𝒆𝒓 π’•π’π’Žπ’‚π’…π’ 𝒍𝒂 π’…π’†π’„π’Šπ’”π’Šπ’Μπ’ π’„π’‚π’”π’Š π’”π’–π’Šπ’„π’Šπ’…π’‚ 𝒆𝒏 𝒆𝒔𝒆 π’Žπ’π’Žπ’†π’π’•π’ 𝒐 𝒕𝒂𝒍 𝒗𝒆𝒛 𝒆𝒔 𝒑𝒐𝒓𝒒𝒖𝒆 π’Žπ’† π’—π’π’π’—πœΎΜ π’…π’†Μπ’ƒπ’Šπ’, π’š π’’π’–π’Šπ’†π’“π’ π’“π’†π’„π’π’“π’…π’‚π’“π’Žπ’† 𝒂 π’ŽπœΎΜ π’Žπ’Šπ’”π’Žπ’, 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒖𝒏𝒄𝒂 π’‡π’–π’Š π’…π’†Μπ’ƒπ’Šπ’, 𝒒𝒖𝒆 π’•π’†π’πœΎΜπ’‚ 𝒖𝒏 π’‚π’Šπ’“π’† 𝒇𝒆𝒓𝒐𝒛, π’š 𝒒𝒖𝒆 π’’π’–π’Šπ’†π’“π’ 𝒓𝒆𝒄𝒖𝒑𝒆𝒓𝒂𝒓𝒍𝒐. 𝑡𝒐 𝒔𝒐𝒍𝒐 𝒑𝒂𝒓𝒂 π’Šπ’π’•π’Šπ’Žπ’Šπ’…π’‚π’“ 𝒂 𝒐𝒕𝒓𝒐𝒔, π’”π’Š 𝒏𝒐 𝒑𝒂𝒓𝒂 π’‘π’“π’π’•π’†π’ˆπ’†π’“ 𝒂 𝒍𝒂𝒔 𝒑𝒆𝒓𝒔𝒐𝒏𝒂𝒔 𝒒𝒖𝒆 π’‚π’Žπ’, 𝒆𝒍𝒍𝒐𝒔 π’Žπ’†π’“π’†π’„π’†π’ π’”π’†π’π’•π’Šπ’“ π’”π’†π’ˆπ’–π’“π’Šπ’…π’‚π’…, π’‘π’π’†π’π’Šπ’•π’–π’…; 𝒔𝒆́ 𝒒𝒖𝒆 𝒑𝒖𝒆𝒅𝒐, 𝒑𝒐𝒓𝒒𝒖𝒆 𝒆𝒍𝒍𝒐𝒔 π’Žπ’†π’“π’†π’„π’†π’ 𝒑𝒐𝒅𝒆𝒓 π’„π’π’π’‡π’Šπ’‚π’“ 𝒆𝒏 π’ŽπœΎΜ.
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