Su mano es cálida, pequeña, temblorosa en la mía. Finge inocencia, finge sumisión, como si realmente pudiera guiarla, como si el pulso acelerado en su muñeca no la delatara.
La llevo conmigo, deslizándome entre los corredores de su mente, admirando la pulcritud engañosa con la que ha ordenado cada pensamiento, cada recuerdo. Todo en su sitio, como si pudiera domar lo indomable, como si pudiera ocultar lo inevitable.
Pero yo veo más allá.
Empujo las puertas cerradas con un susurro, deslizo mis dedos por las grietas de sus muros cuidadosamente construidos. La llevo a ese lugar donde la sombra es densa, donde los miedos olvidados se apilan como cadáveres en descomposición. Libros llenando estanterías. Es aquí donde debería estremecerse, donde debería gritar, correr, suplicar. Es aquí donde siempre se quiebran.
Pero ella no lo hace.
Sus dedos se deslizan por los lomos, sobre los terrores dormidos, con la ternura de un amante. Los toma entre sus manos, los observa, los desgrana con paciencia, con placer.
Hoja por hoja, palabra por palabra.
Su sonrisa sigue intacta. No es la mueca quebrada de la locura ni el reflejo vacío de la resignación. Es la sonrisa de alguien que pertenece a este lugar, de alguien que ha danzado con estas sombras mucho antes de que yo llegara.
Oh... Eso lo explica.
No hay grietas que yo pueda ensanchar, no hay luz que pueda arrancarle, porque no la tiene. La oscuridad en su interior es vasta, infinita, se enreda con la mía sin esfuerzo, sin lucha.
No puedo devorar lo que ya se ha consumido a sí mismo.
He llegado tarde para jugar con ella.
Ella ya es su propio monstruo.
Su mano es cálida, pequeña, temblorosa en la mía. Finge inocencia, finge sumisión, como si realmente pudiera guiarla, como si el pulso acelerado en su muñeca no la delatara.
La llevo conmigo, deslizándome entre los corredores de su mente, admirando la pulcritud engañosa con la que ha ordenado cada pensamiento, cada recuerdo. Todo en su sitio, como si pudiera domar lo indomable, como si pudiera ocultar lo inevitable.
Pero yo veo más allá.
Empujo las puertas cerradas con un susurro, deslizo mis dedos por las grietas de sus muros cuidadosamente construidos. La llevo a ese lugar donde la sombra es densa, donde los miedos olvidados se apilan como cadáveres en descomposición. Libros llenando estanterías. Es aquí donde debería estremecerse, donde debería gritar, correr, suplicar. Es aquí donde siempre se quiebran.
Pero ella no lo hace.
Sus dedos se deslizan por los lomos, sobre los terrores dormidos, con la ternura de un amante. Los toma entre sus manos, los observa, los desgrana con paciencia, con placer.
Hoja por hoja, palabra por palabra.
Su sonrisa sigue intacta. No es la mueca quebrada de la locura ni el reflejo vacío de la resignación. Es la sonrisa de alguien que pertenece a este lugar, de alguien que ha danzado con estas sombras mucho antes de que yo llegara.
Oh... Eso lo explica.
No hay grietas que yo pueda ensanchar, no hay luz que pueda arrancarle, porque no la tiene. La oscuridad en su interior es vasta, infinita, se enreda con la mía sin esfuerzo, sin lucha.
No puedo devorar lo que ya se ha consumido a sí mismo.
He llegado tarde para jugar con ella.
Ella ya es su propio monstruo.