• El cielo no crujía. No porque estuviera en paz, sino porque esperaba. Como las bestias antes del salto, como el mar antes del naufragio.

    Zeus permanecía en lo alto, donde los vientos no se atreven a susurrar y las nubes no se forman sin su permiso. En la cima invisible del mundo, donde ningún altar llega y ninguna plegaria es necesaria, sus ojos repasaban el horizonte. No buscaba nada. Solo observaba lo inevitable.

    Los siglos pasaban sin que él parpadeara. La historia humana se derramaba como un río desbocado, repitiéndose con disfraces distintos. Reyes que se creían dioses. Dioses que se disfrazaban de hombres. Y en medio de todos ellos, Zeus, eterno y paciente, esperando el punto exacto donde el orden cede a la soberbia.

    Porque siempre llega.

    Debajo, los hombres gritaban órdenes, escribían leyes con tinta que no pesa, y creaban reglas para un mundo que no les pertenece. Pensaban haber domesticado a la tormenta, convertido la furia en fenómeno meteorológico. Se reían de los dioses entre cervezas y pantallas, sin comprender que el olvido no es poder. Es simplemente la antesala del despertar.

    Y entonces… el primer trueno.

    No cayó sobre una ciudad. No mató a nadie. No fue castigo, ni venganza. Fue un anuncio.

    Los pájaros lo sintieron primero. Luego, los perros. Luego, los niños. Aquellos que todavía no han aprendido a ignorar lo que no entienden.

    Él no bajó del cielo. No tuvo que hacerlo. Zeus nunca desciende. El mundo sube hasta él cuando está listo.

    En las montañas más solitarias, los árboles se inclinaron. En los mares más profundos, los remolinos detuvieron su danza. En las ciudades más ruidosas, hubo un segundo de absoluto silencio.

    No era nostalgia lo que lo traía de vuelta. No era la necesidad de un trono, ni de una guerra. Era la memoria. La suya… y la del mundo.

    Porque el mundo lo había olvidado. Y sin embargo, su sombra seguía allí, entre cada tormenta maldita, cada rayo que parte un cielo limpio sin razón. Él no busca sacrificios. Ni fe. Solo respeto.

    Zeus camina de nuevo, con pies que no pisan la tierra pero dejan huellas. No lleva corona. No necesita relámpagos para imponerse. Su mirada basta. Es el trueno contenido, el castigo en potencia, el equilibrio final entre ley y caos.

    Los dioses no mueren, solo se aburren. Zeus no.

    Porque a diferencia de los otros, él no fue creado por la humanidad. Él la soportó. La moldeó. La castigó y la perdonó más veces de las que alguien puede contar.

    Y esta vez, no vino a hablar.

    No necesita presentarse. No busca adoración. Solo quiere que recuerden algo que nunca debieron olvidar:

    Que hay cosas que no pueden ser nombradas sin consecuencia.

    Y entre ellas… está su nombre.

    Zeus.

    #desafiodivino #misiondiarialunes
    El cielo no crujía. No porque estuviera en paz, sino porque esperaba. Como las bestias antes del salto, como el mar antes del naufragio. Zeus permanecía en lo alto, donde los vientos no se atreven a susurrar y las nubes no se forman sin su permiso. En la cima invisible del mundo, donde ningún altar llega y ninguna plegaria es necesaria, sus ojos repasaban el horizonte. No buscaba nada. Solo observaba lo inevitable. Los siglos pasaban sin que él parpadeara. La historia humana se derramaba como un río desbocado, repitiéndose con disfraces distintos. Reyes que se creían dioses. Dioses que se disfrazaban de hombres. Y en medio de todos ellos, Zeus, eterno y paciente, esperando el punto exacto donde el orden cede a la soberbia. Porque siempre llega. Debajo, los hombres gritaban órdenes, escribían leyes con tinta que no pesa, y creaban reglas para un mundo que no les pertenece. Pensaban haber domesticado a la tormenta, convertido la furia en fenómeno meteorológico. Se reían de los dioses entre cervezas y pantallas, sin comprender que el olvido no es poder. Es simplemente la antesala del despertar. Y entonces… el primer trueno. No cayó sobre una ciudad. No mató a nadie. No fue castigo, ni venganza. Fue un anuncio. Los pájaros lo sintieron primero. Luego, los perros. Luego, los niños. Aquellos que todavía no han aprendido a ignorar lo que no entienden. Él no bajó del cielo. No tuvo que hacerlo. Zeus nunca desciende. El mundo sube hasta él cuando está listo. En las montañas más solitarias, los árboles se inclinaron. En los mares más profundos, los remolinos detuvieron su danza. En las ciudades más ruidosas, hubo un segundo de absoluto silencio. No era nostalgia lo que lo traía de vuelta. No era la necesidad de un trono, ni de una guerra. Era la memoria. La suya… y la del mundo. Porque el mundo lo había olvidado. Y sin embargo, su sombra seguía allí, entre cada tormenta maldita, cada rayo que parte un cielo limpio sin razón. Él no busca sacrificios. Ni fe. Solo respeto. Zeus camina de nuevo, con pies que no pisan la tierra pero dejan huellas. No lleva corona. No necesita relámpagos para imponerse. Su mirada basta. Es el trueno contenido, el castigo en potencia, el equilibrio final entre ley y caos. Los dioses no mueren, solo se aburren. Zeus no. Porque a diferencia de los otros, él no fue creado por la humanidad. Él la soportó. La moldeó. La castigó y la perdonó más veces de las que alguien puede contar. Y esta vez, no vino a hablar. No necesita presentarse. No busca adoración. Solo quiere que recuerden algo que nunca debieron olvidar: Que hay cosas que no pueden ser nombradas sin consecuencia. Y entre ellas… está su nombre. Zeus. #desafiodivino #misiondiarialunes
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  • El sol de la tarde teñía el cielo de un naranja profundo cuando Jimoto apartó los últimos escombros de la antigua ruina. Su respiración era pesada, y su frente goteaba sudor, pero la emoción en su pecho lo mantenía en movimiento. Había seguido pistas durante meses, desenterrado documentos olvidados y recorrido paisajes traicioneros, todo en busca de un solo objeto: la esfera del dragón.

    Se encontraba en lo que alguna vez debió ser un templo, ahora reducido a columnas derruidas y muros agrietados cubiertos de musgo. A su alrededor, la vegetación se había abierto paso entre las piedras, abrazando la estructura con raíces retorcidas. A cada paso, sentía el crujir de la historia bajo sus pies, como si los susurros de los antiguos moradores aún flotaran en el aire.

    Su linterna iluminó un pedestal cubierto de inscripciones gastadas por el tiempo. Jimoto pasó la mano sobre ellas, removiendo el polvo acumulado, y entonces la vio.

    Allí, entre fragmentos de piedra y tierra acumulada, descansaba una esfera de cristal ámbar, reluciente a pesar del tiempo y la oscuridad. Cuatro estrellas rojas brillaban en su interior como brasas dormidas.

    El joven explorador sintió que su pecho se oprimía por la emoción. Extendió la mano temblorosa y, con el más absoluto respeto, tomó la esfera. Al instante, una ráfaga de viento recorrió la ruina, como si el mundo mismo reconociera el despertar de algo legendario.
    El sol de la tarde teñía el cielo de un naranja profundo cuando Jimoto apartó los últimos escombros de la antigua ruina. Su respiración era pesada, y su frente goteaba sudor, pero la emoción en su pecho lo mantenía en movimiento. Había seguido pistas durante meses, desenterrado documentos olvidados y recorrido paisajes traicioneros, todo en busca de un solo objeto: la esfera del dragón. Se encontraba en lo que alguna vez debió ser un templo, ahora reducido a columnas derruidas y muros agrietados cubiertos de musgo. A su alrededor, la vegetación se había abierto paso entre las piedras, abrazando la estructura con raíces retorcidas. A cada paso, sentía el crujir de la historia bajo sus pies, como si los susurros de los antiguos moradores aún flotaran en el aire. Su linterna iluminó un pedestal cubierto de inscripciones gastadas por el tiempo. Jimoto pasó la mano sobre ellas, removiendo el polvo acumulado, y entonces la vio. Allí, entre fragmentos de piedra y tierra acumulada, descansaba una esfera de cristal ámbar, reluciente a pesar del tiempo y la oscuridad. Cuatro estrellas rojas brillaban en su interior como brasas dormidas. El joven explorador sintió que su pecho se oprimía por la emoción. Extendió la mano temblorosa y, con el más absoluto respeto, tomó la esfera. Al instante, una ráfaga de viento recorrió la ruina, como si el mundo mismo reconociera el despertar de algo legendario.
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  • El Comienzo de Todo – El Despertar de Jade Green
    Categoría Otros
    Desde que era niña, Jade siempre supo que su vida no sería como la de los demás. En los primeros años de su existencia, vivió en el convento, escondida entre las sombras de las monjas, protegida del mundo exterior por los muros de piedra que la mantenían alejada de quienes la buscaban. No entendía del todo por qué, pero sentía que algo oscuro la acechaba. Algo que no podía escapar, aunque ni su madre ni las monjas hablaran al respecto.

    Recuerdo los días grises y fríos, el canto monótono de las monjas que, a pesar de ser cálido, nunca lograba calmar la sensación constante de inquietud que me embargaba. Sabía que no era una niña común. Había algo en mí, algo que me hacía diferente. A veces, en mis sueños, veía ojos enormes, profundos como el mar. Aquellos ojos eran los mismos que sentía en mi interior. La conexión que no comprendía, la fuerza ancestral que me pertenecía y que, sin quererlo, me arrastraba.

    Era mi madre quien me sacó de allí. La misma mujer que siempre había sido una sombra distante, a veces cálida, a veces fría, pero siempre con un aire de autoridad que parecía rodearla. Esa mujer, la que hablaba en susurros con el viento, que nunca dejaba de estudiar los antiguos textos y las viejas escrituras de la Hermandad del Kraken, fue quien me sacó del convento, de mi protección, de mi escondite. Y lo hizo con una sonrisa que nunca pude descifrar, una sonrisa que llevaba consigo una carga de tristeza y aceptación.

    Al principio, no entendí lo que sucedía. No entendí por qué estaba siendo entregada a aquellos que me miraban como si fuera algo más que una niña, como si fuera una pieza de un rompecabezas al que le faltaba su lugar. Lo comprendí cuando ya era demasiado tarde, cuando mi madre, la mujer que debería haberme protegido, me entregó sin remordimientos a una organización con oscuros fines. La Hermandad del Kraken. ¿Cómo podría ella? ¿Cómo pudo venderme? ¿Por qué me entregó a aquellos que querían usarme como un simple instrumento?

    Me sentí perdida, atrapada en una red de mentiras y manipulaciones. De repente, todo lo que había conocido, todo lo que pensaba que era real, se desmoronó ante mis ojos. A medida que pasaban los años, comencé a entender que mi madre no era simplemente una madre. Era una sacerdotisa, una mujer que había consagrado su vida a un propósito más grande que ella misma. Y ese propósito no me incluía como su hija, sino como un medio para un fin: el despertar del Kraken.

    Mi madre nunca me habló directamente de la Hermandad, ni de lo que se esperaba de mí. Pero yo sabía que, en algún lugar profundo de mi ser, algo se despertaba. Mi vínculo con el Kraken no era un simple destino. Era un llamado que siempre había estado latente, esperando el momento adecuado para salir a la luz.

    Las voces que escuchaba en mis sueños, los ecos de los mares y las olas que parecían hablarme, todo encajaba en un puzzle que me aterraba. El Kraken, ese monstruo primordial, no solo era un mito. Era real. Y yo era la pieza clave para desatarlo.

    Me encontraba en medio de dos mundos. La bondad de Gazú, mi padre adoptivo, el hombre que me dio amor cuando mi madre me abandonó, y el oscuro destino que la Hermandad había trazado para mí. Gazú me ofreció protección, un refugio del caos que me rodeaba, pero el peso de lo que estaba en juego, el destino que me perseguía, me alejaba de él. Mi amor por él era la única ancla que me mantenía a flote, pero ni él ni yo sabíamos lo que se avecinaba.

    Recuerdo las noches solitarias, mirando al horizonte, buscando respuestas que nunca llegaban. Mis poderes, esas habilidades que no entendía del todo, comenzaban a crecer dentro de mí. No era solo una niña común. Había algo en mis venas, algo que me conectaba con las aguas del océano, con el monstruo que se escondía en las profundidades.

    Y ahora, al mirar las olas chocando contra la costa, entendí que no podía escapar de esto. El Kraken ya estaba despertando, y yo no podía ignorarlo. No podía evitarlo. Mi destino estaba sellado, marcado por la sangre de mi madre, por la conexión que no podía cortar. El Kraken me llamaba, y yo tenía que decidir qué hacer con ese poder.

    Me he pasado toda la vida huyendo de lo que soy, pero ahora no puedo seguir corriendo. El futuro está frente a mí, y aunque mi corazón me grite que no debo seguir el camino de la Hermandad, sé que algo más grande que yo ya ha comenzado. Y quizás, por primera vez, pueda elegir qué hacer con el poder que corre por mis venas.

    Sabía que no podía huir para siempre. El Kraken había comenzado a despertar, y su destino estaba intrínsecamente ligado a ese monstruo del abismo. Pero, a medida que la tormenta arremetía alrededor de ella, Jade entendió que no sería solo un instrumento para los fines de la Hermandad. Ella tendría que decidir por sí misma qué hacer con el poder que le otorgaba su sangre y su linaje.

    En ese momento, Jade tomó una decisión.

    "No seré su marioneta", susurró con determinación. "El Kraken no me controlará. Lo despertaré, pero será a mi manera."

    Con un último vistazo a las olas embravecidas, Jade dio un paso atrás, alejándose del borde. El destino no la había elegido, ni la Hermandad, ni el Kraken. Sería ella quien decidiría su futuro, aunque eso significara desafiar a la misma organización que la había creado y, posiblemente, a la fuerza de los mares.

    La lucha por su libertad comenzaba esa noche.
    Desde que era niña, Jade siempre supo que su vida no sería como la de los demás. En los primeros años de su existencia, vivió en el convento, escondida entre las sombras de las monjas, protegida del mundo exterior por los muros de piedra que la mantenían alejada de quienes la buscaban. No entendía del todo por qué, pero sentía que algo oscuro la acechaba. Algo que no podía escapar, aunque ni su madre ni las monjas hablaran al respecto. Recuerdo los días grises y fríos, el canto monótono de las monjas que, a pesar de ser cálido, nunca lograba calmar la sensación constante de inquietud que me embargaba. Sabía que no era una niña común. Había algo en mí, algo que me hacía diferente. A veces, en mis sueños, veía ojos enormes, profundos como el mar. Aquellos ojos eran los mismos que sentía en mi interior. La conexión que no comprendía, la fuerza ancestral que me pertenecía y que, sin quererlo, me arrastraba. Era mi madre quien me sacó de allí. La misma mujer que siempre había sido una sombra distante, a veces cálida, a veces fría, pero siempre con un aire de autoridad que parecía rodearla. Esa mujer, la que hablaba en susurros con el viento, que nunca dejaba de estudiar los antiguos textos y las viejas escrituras de la Hermandad del Kraken, fue quien me sacó del convento, de mi protección, de mi escondite. Y lo hizo con una sonrisa que nunca pude descifrar, una sonrisa que llevaba consigo una carga de tristeza y aceptación. Al principio, no entendí lo que sucedía. No entendí por qué estaba siendo entregada a aquellos que me miraban como si fuera algo más que una niña, como si fuera una pieza de un rompecabezas al que le faltaba su lugar. Lo comprendí cuando ya era demasiado tarde, cuando mi madre, la mujer que debería haberme protegido, me entregó sin remordimientos a una organización con oscuros fines. La Hermandad del Kraken. ¿Cómo podría ella? ¿Cómo pudo venderme? ¿Por qué me entregó a aquellos que querían usarme como un simple instrumento? Me sentí perdida, atrapada en una red de mentiras y manipulaciones. De repente, todo lo que había conocido, todo lo que pensaba que era real, se desmoronó ante mis ojos. A medida que pasaban los años, comencé a entender que mi madre no era simplemente una madre. Era una sacerdotisa, una mujer que había consagrado su vida a un propósito más grande que ella misma. Y ese propósito no me incluía como su hija, sino como un medio para un fin: el despertar del Kraken. Mi madre nunca me habló directamente de la Hermandad, ni de lo que se esperaba de mí. Pero yo sabía que, en algún lugar profundo de mi ser, algo se despertaba. Mi vínculo con el Kraken no era un simple destino. Era un llamado que siempre había estado latente, esperando el momento adecuado para salir a la luz. Las voces que escuchaba en mis sueños, los ecos de los mares y las olas que parecían hablarme, todo encajaba en un puzzle que me aterraba. El Kraken, ese monstruo primordial, no solo era un mito. Era real. Y yo era la pieza clave para desatarlo. Me encontraba en medio de dos mundos. La bondad de Gazú, mi padre adoptivo, el hombre que me dio amor cuando mi madre me abandonó, y el oscuro destino que la Hermandad había trazado para mí. Gazú me ofreció protección, un refugio del caos que me rodeaba, pero el peso de lo que estaba en juego, el destino que me perseguía, me alejaba de él. Mi amor por él era la única ancla que me mantenía a flote, pero ni él ni yo sabíamos lo que se avecinaba. Recuerdo las noches solitarias, mirando al horizonte, buscando respuestas que nunca llegaban. Mis poderes, esas habilidades que no entendía del todo, comenzaban a crecer dentro de mí. No era solo una niña común. Había algo en mis venas, algo que me conectaba con las aguas del océano, con el monstruo que se escondía en las profundidades. Y ahora, al mirar las olas chocando contra la costa, entendí que no podía escapar de esto. El Kraken ya estaba despertando, y yo no podía ignorarlo. No podía evitarlo. Mi destino estaba sellado, marcado por la sangre de mi madre, por la conexión que no podía cortar. El Kraken me llamaba, y yo tenía que decidir qué hacer con ese poder. Me he pasado toda la vida huyendo de lo que soy, pero ahora no puedo seguir corriendo. El futuro está frente a mí, y aunque mi corazón me grite que no debo seguir el camino de la Hermandad, sé que algo más grande que yo ya ha comenzado. Y quizás, por primera vez, pueda elegir qué hacer con el poder que corre por mis venas. Sabía que no podía huir para siempre. El Kraken había comenzado a despertar, y su destino estaba intrínsecamente ligado a ese monstruo del abismo. Pero, a medida que la tormenta arremetía alrededor de ella, Jade entendió que no sería solo un instrumento para los fines de la Hermandad. Ella tendría que decidir por sí misma qué hacer con el poder que le otorgaba su sangre y su linaje. En ese momento, Jade tomó una decisión. "No seré su marioneta", susurró con determinación. "El Kraken no me controlará. Lo despertaré, pero será a mi manera." Con un último vistazo a las olas embravecidas, Jade dio un paso atrás, alejándose del borde. El destino no la había elegido, ni la Hermandad, ni el Kraken. Sería ella quien decidiría su futuro, aunque eso significara desafiar a la misma organización que la había creado y, posiblemente, a la fuerza de los mares. La lucha por su libertad comenzaba esa noche.
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  • -con el despertar de Eva los pecados parasitados despiertan también. El pecado de la ira hace presencia en una extraña apariencia tridimensional?-
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  • La aproximación de las doncellas de hierro, ya perdidas ante las ofrendas que punzan por invocarla, antes de lo esperado, arropan la magnificada ingenuidad de mi principescas musas. Sesgo con el cincel los roces descarados de los astros en sus ojos y abrazo la vastedad de sus setecientas extremidades. Pulso la primera cuerda y, él o ella o ellos, retocan mis hebras con la nieve del atardecer y amanecer que hacen el Amor como uno, como nadas y ahora, frente a mí presencia. Entrecejos de los orbes que habitan. Los orbes que derribo cada vez que me levanto, cegado por el alcohol que no abandona el inmaculado semblante de mi existencia.

    Vierto el contenido de la botella dentro de nueve bocas; relamo con mis trece lenguas el líquido amarillento con aroma a zanahoria recién horneada, y, visto el sabor con el picor de un nuevo ingrediente con el que nutro lo poco que me queda de alimento. He existido en este espacio por siglos; aguardo su llegada desde mi nacimiento. Es momento del despertar de sus tonadas, pero, para mi mala suerte, ellos aún no despiertan. No han madurado; para mí no. Su duermevela ahorca a mis augurios y los venera, en sí mismos, con silbidos del averno que trago como un parajillo en vilo raso.

    Mis dedos pulsan las cuerdas de sus divinidades, esas que caen del firmamento de vigilia acuosa, esa desde la que el espectro de la música manifiesta sus abismos. El todo resuena con ilusiones de voluntades; insisten con enterrarme con la vida que eligieron para mí. Desde el principio, desde el fin.

    Su carne pastosa es una crudeza del olvido que ellos mismos parieron, esos imperios que extraviaron, como un crío pierde, al nacer, su inevitable cordón umbilical. La voz de sus huesos modula música. La voz de sus huesos modula música. La voz de sus huesos modula música. Escucho la música con el terror unificado a la dulzura de lo sagrado de su perpetua inocencia. Apuro el cruce de mis dedos, y descruzo sus entrañas con las pinzas y el cincel con el que escribo, sobre sus pieles de mármol, pintado de esperanzas. Para mí, retienen lo endiosado de sus entes en la lumbre de las palabras que no habitan en mí.

    Convidan una venia ante el altar; con el que arrojo de un puñado de sal y de monedas. Presencian mi danza sin escrúpulos, mi cintura, mi vientre se agita. Se agita, se agita, se agita ante la majestad de los antiguos. La distancia no es un problema. No persiste la distancia entre nuestras fronteras. Somos uno mismo, porque, para mí, soy su principal protagonista. La piel que cuelga desde los monolitos en los que colgué a mi tribu, me insta a parlar con la armonía de una benevolente tragedia. Soy un pañuelo de lágrimas. Soy un pañuelo de lágrimas. Soy un pañuelo de lágrimas. Mis lágrimas bañan con transparencia a todas sus monstruosidades.

    Ellos viven. Ellos me llaman. Ellos no envidian otras vidas. Son uno conmigo.
    Ellos viven. Ellos me llaman. Ellos no envidian otras vidas. Son uno conmigo.
    Ellos viven. Ellos me llaman. Ellos no envidian otras vidas. Son uno conmigo.
    Ellos viven. Ellos me llaman. Ellos no envidian otras vidas. Son uno conmigo.
    Ellos viven. Ellos me llaman. Ellos no envidian otras vidas. Son uno conmigo.

    Soy su hijo. El Elegido. El Profeta. El Loco. Soy una Rosa del Desierto que crece, para siempre de los siempre agradecido, en los mismísimos abismos que perduran desde lo sombreado de sus deseos. En cada una de mis encarnaciones riego la concentración de mis simientes sobre las superficies fértiles, en las que siembro de vez en vez, de vez en vez, de vez en vez, las virtudes que requieren. Ellos son mis sueños y mis pesadillas hechos regalo. El despertar de sus corazones cabalga ya, asomado en lo más álgido como preseas; derrama diversos riachuelos ante sus candores y dunas; promueven el cambio.

    Pulso sus huesos; renazco en la música. Percibo la sinfonía del ramaje de sus corazones. Los insólitos parlan con ecos de ensordecedores silencios. Revisten mi existencia con sus susurros de alba risueña, sus siseos de mar de acuarelas; su ternura nocturna me estremece. Ellos son sólo bestias de cuentos de hadas, mucho tiempo atrás despierta con la ópera de una música prohibida. Conocidos como instrumentos de inescrupulosas bestias. Mis niños. Mi orgulloso edén. Mis hijos. Mis Conquistadores de los Para Siempre.

    Predico una oración.
    Ellos transmiten una endiosada respuesta.
    Predico una oración.
    No perdura mi voz.
    Predico una oración.
    Ellos transmiten una endiosada respuesta.
    Predico una oración.
    No perdura mi voz.
    Predico una oración.

    Todos ellos son un espectáculo desgraciado de existencia; a través de ellos el todo y la nada misma se marchita con ilustre presciencia e historia de etéreos amores, y, renace en una aún colorida dolencia edificada, como otro pensamiento, como otro astro. Como otro yo. El veneno de un yoísmo que se pierde, en una herida de lo más profundo de un misterio. Un enigma de primigenia majestad. Ellos y tan sólo ellos son producto de memorias de deslucidas víctimas de una guerra santa. Esa perforada en la imaginación del alevoso Destino.
    La aproximación de las doncellas de hierro, ya perdidas ante las ofrendas que punzan por invocarla, antes de lo esperado, arropan la magnificada ingenuidad de mi principescas musas. Sesgo con el cincel los roces descarados de los astros en sus ojos y abrazo la vastedad de sus setecientas extremidades. Pulso la primera cuerda y, él o ella o ellos, retocan mis hebras con la nieve del atardecer y amanecer que hacen el Amor como uno, como nadas y ahora, frente a mí presencia. Entrecejos de los orbes que habitan. Los orbes que derribo cada vez que me levanto, cegado por el alcohol que no abandona el inmaculado semblante de mi existencia. Vierto el contenido de la botella dentro de nueve bocas; relamo con mis trece lenguas el líquido amarillento con aroma a zanahoria recién horneada, y, visto el sabor con el picor de un nuevo ingrediente con el que nutro lo poco que me queda de alimento. He existido en este espacio por siglos; aguardo su llegada desde mi nacimiento. Es momento del despertar de sus tonadas, pero, para mi mala suerte, ellos aún no despiertan. No han madurado; para mí no. Su duermevela ahorca a mis augurios y los venera, en sí mismos, con silbidos del averno que trago como un parajillo en vilo raso. Mis dedos pulsan las cuerdas de sus divinidades, esas que caen del firmamento de vigilia acuosa, esa desde la que el espectro de la música manifiesta sus abismos. El todo resuena con ilusiones de voluntades; insisten con enterrarme con la vida que eligieron para mí. Desde el principio, desde el fin. Su carne pastosa es una crudeza del olvido que ellos mismos parieron, esos imperios que extraviaron, como un crío pierde, al nacer, su inevitable cordón umbilical. La voz de sus huesos modula música. La voz de sus huesos modula música. La voz de sus huesos modula música. Escucho la música con el terror unificado a la dulzura de lo sagrado de su perpetua inocencia. Apuro el cruce de mis dedos, y descruzo sus entrañas con las pinzas y el cincel con el que escribo, sobre sus pieles de mármol, pintado de esperanzas. Para mí, retienen lo endiosado de sus entes en la lumbre de las palabras que no habitan en mí. Convidan una venia ante el altar; con el que arrojo de un puñado de sal y de monedas. Presencian mi danza sin escrúpulos, mi cintura, mi vientre se agita. Se agita, se agita, se agita ante la majestad de los antiguos. La distancia no es un problema. No persiste la distancia entre nuestras fronteras. Somos uno mismo, porque, para mí, soy su principal protagonista. La piel que cuelga desde los monolitos en los que colgué a mi tribu, me insta a parlar con la armonía de una benevolente tragedia. Soy un pañuelo de lágrimas. Soy un pañuelo de lágrimas. Soy un pañuelo de lágrimas. Mis lágrimas bañan con transparencia a todas sus monstruosidades. Ellos viven. Ellos me llaman. Ellos no envidian otras vidas. Son uno conmigo. Ellos viven. Ellos me llaman. Ellos no envidian otras vidas. Son uno conmigo. Ellos viven. Ellos me llaman. Ellos no envidian otras vidas. Son uno conmigo. Ellos viven. Ellos me llaman. Ellos no envidian otras vidas. Son uno conmigo. Ellos viven. Ellos me llaman. Ellos no envidian otras vidas. Son uno conmigo. Soy su hijo. El Elegido. El Profeta. El Loco. Soy una Rosa del Desierto que crece, para siempre de los siempre agradecido, en los mismísimos abismos que perduran desde lo sombreado de sus deseos. En cada una de mis encarnaciones riego la concentración de mis simientes sobre las superficies fértiles, en las que siembro de vez en vez, de vez en vez, de vez en vez, las virtudes que requieren. Ellos son mis sueños y mis pesadillas hechos regalo. El despertar de sus corazones cabalga ya, asomado en lo más álgido como preseas; derrama diversos riachuelos ante sus candores y dunas; promueven el cambio. Pulso sus huesos; renazco en la música. Percibo la sinfonía del ramaje de sus corazones. Los insólitos parlan con ecos de ensordecedores silencios. Revisten mi existencia con sus susurros de alba risueña, sus siseos de mar de acuarelas; su ternura nocturna me estremece. Ellos son sólo bestias de cuentos de hadas, mucho tiempo atrás despierta con la ópera de una música prohibida. Conocidos como instrumentos de inescrupulosas bestias. Mis niños. Mi orgulloso edén. Mis hijos. Mis Conquistadores de los Para Siempre. Predico una oración. Ellos transmiten una endiosada respuesta. Predico una oración. No perdura mi voz. Predico una oración. Ellos transmiten una endiosada respuesta. Predico una oración. No perdura mi voz. Predico una oración. Todos ellos son un espectáculo desgraciado de existencia; a través de ellos el todo y la nada misma se marchita con ilustre presciencia e historia de etéreos amores, y, renace en una aún colorida dolencia edificada, como otro pensamiento, como otro astro. Como otro yo. El veneno de un yoísmo que se pierde, en una herida de lo más profundo de un misterio. Un enigma de primigenia majestad. Ellos y tan sólo ellos son producto de memorias de deslucidas víctimas de una guerra santa. Esa perforada en la imaginación del alevoso Destino.
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  • Ghost of you
    Fandom OC
    Categoría Drama
    𝐖̵𝐡̵𝐨̵ 𝐚̵𝐫̵𝐞̵ 𝐲̵𝐨̵𝐮̵...?

    https://open.spotify.com/intl-es/track/0pSqYDTjY1Xt86usTQslAx?si=61ec1718a7654816

    c of the art: mepumepu_ on x

    Rol con [NOT_YOUR_PRINCESS]

    Los años transcurrieron en una nube de inconsciencia para el maldito. Poco recuerda de ellos, y esos escasos recuerdos son más parecidos a la sensación de tener algo en la punta de la lengua, imágenes inalcanzables de épocas que quizá ni siquiera llegaron a ser, o aún no habían sido.

    La magia de Selenne y Osdara era confusa, y, en conjunto, era incluso más difícil de comprender. Eduardo--- no, Gawain, había dejado de intentarlo.

    Su segundo despertar tuvo lugar en el único lugar puro de la ciénaga maldita: el templo de Selene. Allí se resguardo durante diez lunas llenas, y su única compañúa fueron sus propias lágrimas, que le asolaban al descubrir que lo había perdido todo.

    Los Marbth no podían llorar.

    Él ya no era un Marbth. Tampoco era humano. La magia de las Aotrom le había convertido en algo distinto, algo que sacudía la lógica del mismo universo. Una maldición como la de Legoshë no se desvanecía en el tiempo, y Gawain sospechaba que su destino seguía siendo la eternidad y la desidia. Sus recién recuperadas emociones se fueron calmando con el paso de los días. Fue así que se dio cuenta que conservaba las escasas ventajas de ser un maldito. No tenía apetito, tampoco sed. Su corazón no latía, y sus heridas no sangraban. Supuraban un líquido negro como el alquitrán que quemaba la piel de todo el que tocaba. Después, se regeneraban lentamente.

    Desde el despertar, dos cosas habían cambiado.

    1- Podía ver fragmentos del futuro en sueños
    2- La naturaleza volvía a responder ante él.

    Con estos dones, no le resultó difícil hacerse con el control del Ducado De Hiria. Viajó allí sin más plan que contemplar la caída de su madre desde una cómoda presencia.

    Hablando de la reina Leïlla, era evidente que se sentía incómoda en la presencia de aquel que una vez había sido su hijo, mas ella no entendería jamás por qué. Gawain se había encargado de destruir todo lo relacionado con Eduardo Auerswald. El príncipe heredero había quedado enterrado para dejar paso a un Duque de escasas palabras y secos gestos.

    Sin embargo, nunca dejaron de llegarle invitaciones a palacio.

    Y, durante años, así siguió.

    En su vida no hubieron grandes cambios. Aprendió a vivir con el dolor de su memoria hasta que sus emociones se fueron apagando. Su segundo nacer le vio convertirse en un hombre serio y reservado de pocas palabras y mirada penetrante. Su único objetivo era ver caer el reinado de Springlur, como venganza por todo el daño que habían causado.

    Por las noches, en la intimidad de sus aposentos, la lengua de fuego que envolvía la ciudad de Baile dubh todavía se sentía viva en su piel.

    Todo cambió tres años después de su segundo despertar.

    Había cambiado, pero era ella, definitivamente. Eduardo jamás olvidaría la delicadeza de sus rasgos, ni su cara redonda, ni tampoco la peca que había en la punta de su oreja izquierda, Tanto tiempo llevándola en su corazón, la marca de Tinnuiel se había grabado a fuego en él.

    — Asmodeo, al final te mataré como sigas así.

    Gawain reconoció la presencia del Diavle. Curiosas compañías para una princesa.

    No le sorprendió que ella no le recordase, y prefirió que así fuese. Sí le enfureció descubrir que Lilli no sabía quién era, y que nadie se había molestado en contárselo. Maldijo a las Aotrom, maldijo a su madre y al imbécil de su medio hermano, a quien vio cortejar a la joven desde la distancia con gran pesar en su corazón. Nunca entendió por qué ella se entregaría a un necio como él, pero tampoco podía interferir.

    Estaban mejor lejos.

    Sin embargo, parece que el destino no estaba de acuerdo con él.

    Una y otra vez, siguió encontrándose con ella. Hasta que al final Aethlili no pudo evitar darse cuenta de la presencia ajena, y fue ella la que le asaltó en uno de los caminos, daga plateada al cuello y una mirada fiera y oscura. Un estremecimiento muy distinto a su habitual desidia recorrió a Gawain, quien solo pudo mirar a los ojos a la mujer.

    — ¡Dama! Si sois una ladrona creo que no vais a obtener nada de mí. —Dijo rápidamente, haciéndose pasar por un noble desvalido.
    𝐖̵𝐡̵𝐨̵ 𝐚̵𝐫̵𝐞̵ 𝐲̵𝐨̵𝐮̵...? https://open.spotify.com/intl-es/track/0pSqYDTjY1Xt86usTQslAx?si=61ec1718a7654816 c of the art: mepumepu_ on x Rol con [NOT_YOUR_PRINCESS] Los años transcurrieron en una nube de inconsciencia para el maldito. Poco recuerda de ellos, y esos escasos recuerdos son más parecidos a la sensación de tener algo en la punta de la lengua, imágenes inalcanzables de épocas que quizá ni siquiera llegaron a ser, o aún no habían sido. La magia de Selenne y Osdara era confusa, y, en conjunto, era incluso más difícil de comprender. Eduardo--- no, Gawain, había dejado de intentarlo. Su segundo despertar tuvo lugar en el único lugar puro de la ciénaga maldita: el templo de Selene. Allí se resguardo durante diez lunas llenas, y su única compañúa fueron sus propias lágrimas, que le asolaban al descubrir que lo había perdido todo. Los Marbth no podían llorar. Él ya no era un Marbth. Tampoco era humano. La magia de las Aotrom le había convertido en algo distinto, algo que sacudía la lógica del mismo universo. Una maldición como la de Legoshë no se desvanecía en el tiempo, y Gawain sospechaba que su destino seguía siendo la eternidad y la desidia. Sus recién recuperadas emociones se fueron calmando con el paso de los días. Fue así que se dio cuenta que conservaba las escasas ventajas de ser un maldito. No tenía apetito, tampoco sed. Su corazón no latía, y sus heridas no sangraban. Supuraban un líquido negro como el alquitrán que quemaba la piel de todo el que tocaba. Después, se regeneraban lentamente. Desde el despertar, dos cosas habían cambiado. 1- Podía ver fragmentos del futuro en sueños 2- La naturaleza volvía a responder ante él. Con estos dones, no le resultó difícil hacerse con el control del Ducado De Hiria. Viajó allí sin más plan que contemplar la caída de su madre desde una cómoda presencia. Hablando de la reina Leïlla, era evidente que se sentía incómoda en la presencia de aquel que una vez había sido su hijo, mas ella no entendería jamás por qué. Gawain se había encargado de destruir todo lo relacionado con Eduardo Auerswald. El príncipe heredero había quedado enterrado para dejar paso a un Duque de escasas palabras y secos gestos. Sin embargo, nunca dejaron de llegarle invitaciones a palacio. Y, durante años, así siguió. En su vida no hubieron grandes cambios. Aprendió a vivir con el dolor de su memoria hasta que sus emociones se fueron apagando. Su segundo nacer le vio convertirse en un hombre serio y reservado de pocas palabras y mirada penetrante. Su único objetivo era ver caer el reinado de Springlur, como venganza por todo el daño que habían causado. Por las noches, en la intimidad de sus aposentos, la lengua de fuego que envolvía la ciudad de Baile dubh todavía se sentía viva en su piel. Todo cambió tres años después de su segundo despertar. Había cambiado, pero era ella, definitivamente. Eduardo jamás olvidaría la delicadeza de sus rasgos, ni su cara redonda, ni tampoco la peca que había en la punta de su oreja izquierda, Tanto tiempo llevándola en su corazón, la marca de Tinnuiel se había grabado a fuego en él. — Asmodeo, al final te mataré como sigas así. Gawain reconoció la presencia del Diavle. Curiosas compañías para una princesa. No le sorprendió que ella no le recordase, y prefirió que así fuese. Sí le enfureció descubrir que Lilli no sabía quién era, y que nadie se había molestado en contárselo. Maldijo a las Aotrom, maldijo a su madre y al imbécil de su medio hermano, a quien vio cortejar a la joven desde la distancia con gran pesar en su corazón. Nunca entendió por qué ella se entregaría a un necio como él, pero tampoco podía interferir. Estaban mejor lejos. Sin embargo, parece que el destino no estaba de acuerdo con él. Una y otra vez, siguió encontrándose con ella. Hasta que al final Aethlili no pudo evitar darse cuenta de la presencia ajena, y fue ella la que le asaltó en uno de los caminos, daga plateada al cuello y una mirada fiera y oscura. Un estremecimiento muy distinto a su habitual desidia recorrió a Gawain, quien solo pudo mirar a los ojos a la mujer. — ¡Dama! Si sois una ladrona creo que no vais a obtener nada de mí. —Dijo rápidamente, haciéndose pasar por un noble desvalido.
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  • Las catástrofes nunca llegan solas
    Fandom Hazbin hotel
    Categoría Acción
    //Este rol va a ser un eventito grupal, quien quiera es bienvenido, en un principio es para el fandom, pero los personajes de fuera que suelen rolear con nosotros están más que invitados.

    Como por motivo de expresarse con Alduin que normalmente habla primero en su idioma y luego traduce, voy a escribir muy lenta, a medida que se unan personajes se van a establecer turnos.

    Es recomendable leerse el artículo que he subido a cerca del poder de Alduin ya que es un poco raro

    Por todo lo demás, a divertirse!! ///


    Primero fue Skyrim, luego toda Tamriel. Todo sucumbió bajo las garras de Alduin y ni siquiera el sangre de dragón pudo evitarlo. Una vez el mundo fue arrasado, el devorador de mundos regresó a Sovengrd, donde consumió hasta la última alma acabando con toda la posibilidad de vida, concluyendo así su cometido. Pero, no saciado con eso, el primogénito de Akatosh, atravesó realidades hasta llegar al mismísimo infierno, atraído por el olor de cientos de miles de almas allí atrapadas.

    Pero, para cuando llegó, y como ya le sucedió una vez en su propio reino, cayó profundamente dormido, en un sueño tan insondable qué han solo otra gran batalla podría despertar. Fueron siglos y siglos de espera allí inconsciente, pero todo acaba llevando y la violencia y el odio, son se rimientos inherentes a todas las almas humanas, sin importar de qué realidad se tratase, la primera vez qué casi despertó fue cuando el propio rey del lugar, controlado por otro destruyó gran parte del infierno. La segunda cuando las contrapartes de un mismo demonio lucharon por ver quién era más poderoso y la tercera… la tercera solo se estaba preparando pero las dos anteriores ya había desvelado lo suficiente a Alduin. Solo fue necesaria una pequeña chispa, arcángeles descendiendo a los infiernos y conspirando, asentando las bases de un nuevo conflicto. Eso, bastó para qué lo qué fue profecía en Skyrim se cumpliera una vez más pero está vez en el infierno.

    Y anunciaría su llegada con una terrible explosión en el círculo de la ira, tal fue la destrucción qué resonó en todo el infierno, para ser acompañado por una voz tan atronadora qué bien podría confundirse con truenos, en ese momento del cielo comenzaron a caer meteoritos, qué además de destruir tenían la función de obligar a todas aquellas deliciosas almas a salir de sus hogares, Alduin llevaba hambriento siglos y ahora pensaba saciar su apellido con todo aquel qué encontrase a su paso.

    Pero, el despertar de Alduin no sería la única catástrofe de aquella noche, pues si llegada anunció a su vez la de algo igual de destructivo. El terror. El miedo más primitivo, infame y visceral qué se oculta en lo más profundo de las almas humanas, aquel qué solo se deja ver cuando ya no queda más qué desesperación. Y las almas del infierno, en esa noche tenían mucho por lo qué verse engullidos por la tragedia.
    //Este rol va a ser un eventito grupal, quien quiera es bienvenido, en un principio es para el fandom, pero los personajes de fuera que suelen rolear con nosotros están más que invitados. Como por motivo de expresarse con Alduin que normalmente habla primero en su idioma y luego traduce, voy a escribir muy lenta, a medida que se unan personajes se van a establecer turnos. Es recomendable leerse el artículo que he subido a cerca del poder de Alduin ya que es un poco raro Por todo lo demás, a divertirse!! /// Primero fue Skyrim, luego toda Tamriel. Todo sucumbió bajo las garras de Alduin y ni siquiera el sangre de dragón pudo evitarlo. Una vez el mundo fue arrasado, el devorador de mundos regresó a Sovengrd, donde consumió hasta la última alma acabando con toda la posibilidad de vida, concluyendo así su cometido. Pero, no saciado con eso, el primogénito de Akatosh, atravesó realidades hasta llegar al mismísimo infierno, atraído por el olor de cientos de miles de almas allí atrapadas. Pero, para cuando llegó, y como ya le sucedió una vez en su propio reino, cayó profundamente dormido, en un sueño tan insondable qué han solo otra gran batalla podría despertar. Fueron siglos y siglos de espera allí inconsciente, pero todo acaba llevando y la violencia y el odio, son se rimientos inherentes a todas las almas humanas, sin importar de qué realidad se tratase, la primera vez qué casi despertó fue cuando el propio rey del lugar, controlado por otro destruyó gran parte del infierno. La segunda cuando las contrapartes de un mismo demonio lucharon por ver quién era más poderoso y la tercera… la tercera solo se estaba preparando pero las dos anteriores ya había desvelado lo suficiente a Alduin. Solo fue necesaria una pequeña chispa, arcángeles descendiendo a los infiernos y conspirando, asentando las bases de un nuevo conflicto. Eso, bastó para qué lo qué fue profecía en Skyrim se cumpliera una vez más pero está vez en el infierno. Y anunciaría su llegada con una terrible explosión en el círculo de la ira, tal fue la destrucción qué resonó en todo el infierno, para ser acompañado por una voz tan atronadora qué bien podría confundirse con truenos, en ese momento del cielo comenzaron a caer meteoritos, qué además de destruir tenían la función de obligar a todas aquellas deliciosas almas a salir de sus hogares, Alduin llevaba hambriento siglos y ahora pensaba saciar su apellido con todo aquel qué encontrase a su paso. Pero, el despertar de Alduin no sería la única catástrofe de aquella noche, pues si llegada anunció a su vez la de algo igual de destructivo. El terror. El miedo más primitivo, infame y visceral qué se oculta en lo más profundo de las almas humanas, aquel qué solo se deja ver cuando ya no queda más qué desesperación. Y las almas del infierno, en esa noche tenían mucho por lo qué verse engullidos por la tragedia.
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  • Husk

    —Aquella fue una noche en la qué durmió mejor qué muchas otras. Sumido en un profundo y reparador sueño, ni siquiera se percató de qué Husk se despertó y se marchó. No sería hasta pasada media mañana, quizá rozando el medio día qué Angel despertaría.

    En primer lugar, ligeramente confundido al no estar en su habitación. Al menos, hasta qué estuvo lo bastante despierto para rememorar lo sucedido la noche anterior. Haciendo qué así un rubor ligero acudiera a sus mejillas, de hecho se llevó la mano a una de ellas, tomando una pluma de las alas de Husk, qué había quedado en la cama. Con una risita boba, se dejó caer sobre el techo, con un brazos tras la cabeza, observando la pluma carmesí paladeando algunos de los recuerdos de la noche anterior, ya qué pese a todo…

    De algún modo sentía qué aquella noche lo cambió todo. Quizá a medio plazo pero nada sería ya lo mismo. Entonces estiró un brazo y se percató de la nota. Sin soltar la pluma, y si quitar el otro brazo de detrás de su cabeza, así qué la tomó con uno de los brazos inferiores. Y la leyó, tras esto miró un reloj cercano. Hoy tenía el día libre, a fin de cuentas sin el estudio y con los clubes cerrados no es como si pudiera trabajar. Así qué, se levantó para ir a su habitación, pero no sin antes tomar el regalo qué el día anterior le hizo Husk y qué lo “inició todo”.

    No fue hasta qué llegó a su estancia, tras atender a Fat Nuggets qué abrió el regalo encontrándose con una chaquetita con una patita en la espalda, para Nuggets. Emocionado enseguida se la probó a su mascota y le hizo mil fotos. Ya tenía excusa para ir al otro hotel a buscar a Husk.

    Y así lo hizo. Esta vez no tuvo qué ir escondiéndose por que, por alguna razón no había absolutamente nadie en el hotel. Por lo qué fue tranquilo y no tardaría en llegar al “otro hotel”—
    [barcat75] —Aquella fue una noche en la qué durmió mejor qué muchas otras. Sumido en un profundo y reparador sueño, ni siquiera se percató de qué Husk se despertó y se marchó. No sería hasta pasada media mañana, quizá rozando el medio día qué Angel despertaría. En primer lugar, ligeramente confundido al no estar en su habitación. Al menos, hasta qué estuvo lo bastante despierto para rememorar lo sucedido la noche anterior. Haciendo qué así un rubor ligero acudiera a sus mejillas, de hecho se llevó la mano a una de ellas, tomando una pluma de las alas de Husk, qué había quedado en la cama. Con una risita boba, se dejó caer sobre el techo, con un brazos tras la cabeza, observando la pluma carmesí paladeando algunos de los recuerdos de la noche anterior, ya qué pese a todo… De algún modo sentía qué aquella noche lo cambió todo. Quizá a medio plazo pero nada sería ya lo mismo. Entonces estiró un brazo y se percató de la nota. Sin soltar la pluma, y si quitar el otro brazo de detrás de su cabeza, así qué la tomó con uno de los brazos inferiores. Y la leyó, tras esto miró un reloj cercano. Hoy tenía el día libre, a fin de cuentas sin el estudio y con los clubes cerrados no es como si pudiera trabajar. Así qué, se levantó para ir a su habitación, pero no sin antes tomar el regalo qué el día anterior le hizo Husk y qué lo “inició todo”. No fue hasta qué llegó a su estancia, tras atender a Fat Nuggets qué abrió el regalo encontrándose con una chaquetita con una patita en la espalda, para Nuggets. Emocionado enseguida se la probó a su mascota y le hizo mil fotos. Ya tenía excusa para ir al otro hotel a buscar a Husk. Y así lo hizo. Esta vez no tuvo qué ir escondiéndose por que, por alguna razón no había absolutamente nadie en el hotel. Por lo qué fue tranquilo y no tardaría en llegar al “otro hotel”—
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    //Bien,ya me organize todo en una libreta,esta serie tendra un minimo de 15 capitulos contando con 8 temporadas y con varios aspectos de la vida de Hank,los cuales seran:


    1)La Adolescencia de Hank y sus problemas familiares

    2)Su proceso de madurez y ruputura mental

    (Madness Combat 1)

    3)Sus primeras muertes y la busqueda de revancha

    (Madness combat 2,3,4)

    4)Hank conoce alguien especial y olvida su pasado

    (Suceso anterior a Madness Combat 5)

    5)La recaida de Hank y El despertar de la Antipatía

    (Final De Madness Combat 5)

    6)El Hank Muerto Vivo y sus ojos de la muerte

    (Madness Combat 6 y 7)

    7)El encierro en el Purgatorio y Vuelta en Si

    (Madness Combat 8,8.5,9.5(Parte 1),9.5(Parte 2)

    8)El Descanso ansiado y el perdon que tanto se espero

    (Llegamos a el Presente)



    //Me muero de la emocion por empezar :D
    //Bien,ya me organize todo en una libreta,esta serie tendra un minimo de 15 capitulos contando con 8 temporadas y con varios aspectos de la vida de Hank,los cuales seran: 1)La Adolescencia de Hank y sus problemas familiares 2)Su proceso de madurez y ruputura mental (Madness Combat 1) 3)Sus primeras muertes y la busqueda de revancha (Madness combat 2,3,4) 4)Hank conoce alguien especial y olvida su pasado (Suceso anterior a Madness Combat 5) 5)La recaida de Hank y El despertar de la Antipatía (Final De Madness Combat 5) 6)El Hank Muerto Vivo y sus ojos de la muerte (Madness Combat 6 y 7) 7)El encierro en el Purgatorio y Vuelta en Si (Madness Combat 8,8.5,9.5(Parte 1),9.5(Parte 2) 8)El Descanso ansiado y el perdon que tanto se espero (Llegamos a el Presente) //Me muero de la emocion por empezar :D
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  • Nace la brillante luna
    Fandom Mo Dao Zu Shi (The Untamed)
    Categoría Fantasía
    Montaña Celestial.- En una mañana tranquila cuando los primeros rayos tocaban las grandes montañas que rodeaban ese hermoso sitio onírico, poco a poco las copas de los arboles, pinos, cedros se bañaban de ese hermoso color dorado, dejando atrás el manto oscuro lleno de estrellas, para dar paso al canto de las aves, para el despertar de los animales que buscaban su alimento para subsistir dentro de aquel sitio que casi podía considerarse sagrado y cuyas criaturas estaban protegidas por los brazos amorosos de las montañas y los mismos seres que habitaban aquella secta.
    Tal como su nombre lo indicaba, montaña celestial le hacia honor a su nombre pues una mujer se encargó por muchos años de mantener protegido ese sitio del exterior, de un mundo donde las guerras estaban a la orden del día, donde los hombres cometían crímenes, la violencia, la hambruna, la envidia eran palabras que no se escuchaban dentro de las murallas que la gran maestra BaoShan Sanren protegía a sus discípulos, tanto así que coloco una barrera alrededor de la montaña para que solo ellos pudieran entrar. Esta barrera producía una especie de espora azul que flotaba en el aire agregando mas misticismo al lugar.
    Conocida en el mundo del cultivo como una mujer excepcionalmente hábil en el mundo de la medicina, tanto que su cultivo no se comparaba con ninguno de los lideres de los distintos clanes, capaz de poder revivir a los muertos, y aliviar muchos de los males; respetada y venerada por generaciones; se decía que su poder espiritual esta por sobre muchos considerada inmortal.
    Era una mujer de gran belleza, largos cabellos platinados que llegaban hasta la espalda y los cuales solía atarlos con una horquilla blanca que hacía juego con esa túnica blanca que la hacia ver como una hermosa deidad que no parecía que sus pies tocaran el piso firme, sino flotar entre nubes, poseía una piel blanca y aunque sus ojos grisáceos eran hermosos luceros, su mirada era firme e inexpresiva así como su temperamento. Se podría decir que aquella brillante mujer poseía la responsabilidad de guíar a cada uno de sus alumnos por el camino correcto llegando a ser demasiado estricta en ocasiones por mucho que los quisiera como sus hijos, buscaba la perfección, pero conocía a cada uno de ellos como la palma de sus manos.
    Desde que su primer alumno se retiró Yanlin Daoren y tras recibir las lejanas noticias que había fallecido, se empersinó en proteger y ser mas estricta con sus demás discípulos, en protegerlos de todo mal, enseñándoles a cuidarse, protegerse, su segunda alumna Cange era una joven adolescente cuando llegó el pequeño Xiao Xingchen, nombrado así por su tutora, un pequeño que no recordaba sus padres, apareciendo entre las montañas cubiertas de nieve en un pequeño canasto, y ser cuidado casi de manera maternal por su maestra, siendo asi el ultimo discípulo de Baoshan.

    El pequeño Xiao creció como cualquier otro niño, sin embargo a su corta edad de 8 años, tenia la responsabilidad de meditar, cultivar con esmero, destacándose en las matemáticas, la caligrafía, incluso la música, aun con la espada cada vez que las clases terminaban el menor solía quedarse hasta tarde entrenando y perfeccionando sus pasos, algo de lo que Baoshan estaba orgullosa, Xiao Xingchen era su pequeño capullo que protegía y cuidaba, pero sobre todo, protegería del mundo exterior.

    Un pequeño de piel blanca, rasgos delicados, unos tiernos labios como cerezo en flor, y largos cabellos perfumados gracias a las hermosas flores y narcisos que se encontraban en la secta y perfumaban el ambiente, lo mas característico no eran sus ropajes blancos que lo hacían lucir como ser celestial, o la porte que desde muy pequeño desarrolló al seguir a su maestra, sino los ojos azules del pequeño, claros y brillantes que reflejaban la ternura, la inocencia pura de ese pequeño.

    Xiao Xingchen, era el discípulo mas joven que Baoshan poseía y a quien enseñaba con dedicación y reglas estrictas que el menor tenía que cumplir, empezando así ser nombrado pequeña luna.
    Montaña Celestial.- En una mañana tranquila cuando los primeros rayos tocaban las grandes montañas que rodeaban ese hermoso sitio onírico, poco a poco las copas de los arboles, pinos, cedros se bañaban de ese hermoso color dorado, dejando atrás el manto oscuro lleno de estrellas, para dar paso al canto de las aves, para el despertar de los animales que buscaban su alimento para subsistir dentro de aquel sitio que casi podía considerarse sagrado y cuyas criaturas estaban protegidas por los brazos amorosos de las montañas y los mismos seres que habitaban aquella secta. Tal como su nombre lo indicaba, montaña celestial le hacia honor a su nombre pues una mujer se encargó por muchos años de mantener protegido ese sitio del exterior, de un mundo donde las guerras estaban a la orden del día, donde los hombres cometían crímenes, la violencia, la hambruna, la envidia eran palabras que no se escuchaban dentro de las murallas que la gran maestra BaoShan Sanren protegía a sus discípulos, tanto así que coloco una barrera alrededor de la montaña para que solo ellos pudieran entrar. Esta barrera producía una especie de espora azul que flotaba en el aire agregando mas misticismo al lugar. Conocida en el mundo del cultivo como una mujer excepcionalmente hábil en el mundo de la medicina, tanto que su cultivo no se comparaba con ninguno de los lideres de los distintos clanes, capaz de poder revivir a los muertos, y aliviar muchos de los males; respetada y venerada por generaciones; se decía que su poder espiritual esta por sobre muchos considerada inmortal. Era una mujer de gran belleza, largos cabellos platinados que llegaban hasta la espalda y los cuales solía atarlos con una horquilla blanca que hacía juego con esa túnica blanca que la hacia ver como una hermosa deidad que no parecía que sus pies tocaran el piso firme, sino flotar entre nubes, poseía una piel blanca y aunque sus ojos grisáceos eran hermosos luceros, su mirada era firme e inexpresiva así como su temperamento. Se podría decir que aquella brillante mujer poseía la responsabilidad de guíar a cada uno de sus alumnos por el camino correcto llegando a ser demasiado estricta en ocasiones por mucho que los quisiera como sus hijos, buscaba la perfección, pero conocía a cada uno de ellos como la palma de sus manos. Desde que su primer alumno se retiró Yanlin Daoren y tras recibir las lejanas noticias que había fallecido, se empersinó en proteger y ser mas estricta con sus demás discípulos, en protegerlos de todo mal, enseñándoles a cuidarse, protegerse, su segunda alumna Cange era una joven adolescente cuando llegó el pequeño Xiao Xingchen, nombrado así por su tutora, un pequeño que no recordaba sus padres, apareciendo entre las montañas cubiertas de nieve en un pequeño canasto, y ser cuidado casi de manera maternal por su maestra, siendo asi el ultimo discípulo de Baoshan. El pequeño Xiao creció como cualquier otro niño, sin embargo a su corta edad de 8 años, tenia la responsabilidad de meditar, cultivar con esmero, destacándose en las matemáticas, la caligrafía, incluso la música, aun con la espada cada vez que las clases terminaban el menor solía quedarse hasta tarde entrenando y perfeccionando sus pasos, algo de lo que Baoshan estaba orgullosa, Xiao Xingchen era su pequeño capullo que protegía y cuidaba, pero sobre todo, protegería del mundo exterior. Un pequeño de piel blanca, rasgos delicados, unos tiernos labios como cerezo en flor, y largos cabellos perfumados gracias a las hermosas flores y narcisos que se encontraban en la secta y perfumaban el ambiente, lo mas característico no eran sus ropajes blancos que lo hacían lucir como ser celestial, o la porte que desde muy pequeño desarrolló al seguir a su maestra, sino los ojos azules del pequeño, claros y brillantes que reflejaban la ternura, la inocencia pura de ese pequeño. Xiao Xingchen, era el discípulo mas joven que Baoshan poseía y a quien enseñaba con dedicación y reglas estrictas que el menor tenía que cumplir, empezando así ser nombrado pequeña luna.
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