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    La Leyenda de Yue

    Caigo en la cama antes de que la noche termine de asentarse.
    No quiero dormir.
    Necesito hacerlo.
    La perturbación en la Luna sigue latiendo en mi nuca como un tambor antiguo,
    y solo Selin puede decirme qué está temblando allá arriba.

    El sueño me toma de la muñeca y me arrastra con la suavidad de un recuerdo.
    Y allí está ella, Selin, con su luz blanca y sus ojos de niebla.
    Su canto vuelve, ese canto que parece deshacer el tiempo.

    —Deja que te cuente… —

    Y todo el mundo se derrite en una claridad azulada.


    ---

    La leyenda de Yue

    Selin me muestra un universo antiguo, sin eclipses, sin guerras, sin custodios.
    Solo vacío… y criaturas hambrientas.

    —Yue no siempre fue santa del Templo Elunai, hija mía —dice Selin, su voz empapada de luna—. Antes fue un parásito del espacio entre espacios.

    Veo a Yue antes de ser sagrada:
    un ser hermoso, frío, nacida del hambre absoluta.
    Su raza devoraba estrellas, bebía la luz de planetas puros
    hasta dejarlos como cáscaras muertas.

    Y entonces la Luna aparece.
    Blanca, gigante, perfecta.

    Yue cae sobre ella… buscando pureza.
    Y la encuentra.

    Elune.

    La Diosa Lunar no la destruye.
    No lucha.
    Solo extiende un sueño.

    Y Yue queda atrapada.

    Un sueño para ella…
    pero mil años para su alma.
    Mil años con la Diosa.
    Mil años aprendiendo de los espíritus.
    Mil años enamorándose de la luz más pura del cosmos.

    Cuando despierta, para Yue solo ha pasado una noche.
    Pero en su corazón ha pasado una vida entera.

    Una vida que cambió su especie.
    Una vida que la hizo elegir.

    Decidió proteger lo que por primera vez había amado.

    Con Elune a su lado, Yue advirtió a los Elunai del peligro.
    Eligió a los más poderosos entre ellos
    y los sumergió en un sueño sagrado de mil años.

    Selin estaba entre ellos.
    Mi abuela.
    La madre de Jennifer.

    De ese sueño nació lo imposible:
    la magia más poderosa que los Elunai jamás tocaron.
    La magia de protección lunar.
    La magia de los Custodios.


    ---

    Cuando los parásitos de la raza de Yue invadieron la Luna,
    la guerra fue brutal.

    Entonces Yue, en un acto que Selin describe con lágrimas que no existen,
    arrancó de su propio corazón una espada de luz.
    Esa espada la condenó y la liberó.
    La espada de Elune.

    Se convirtió en Espada y Escudo de Elune.
    Aniquiló a su raza entera.
    Y murió en el mismo acto.

    Su alma se fragmentó.
    La del Espada.
    La del Escudo.

    Ambas quedaron dispersas en el cosmos,
    esperando a sus portadores.

    —Tú, hija mía… —Selin coloca un beso frío en mi frente—
    eres la Espada de Elune.
    Veythra.
    Tu sombra lo sabe.

    Siento mi sombra palpitar detrás de mí, orgullosa, viva, como si hubiera esperado siglos ese nombre.

    Pero Selin continúa, y la luz se vuelve más dura.

    —El Escudo de Elune, el poder más puro entre los puros…
    siempre ha pertenecido a la primogénita de Jennifer.
    A Yuna.

    Veo a Yuna bebé, envuelta en luz.
    Veo el escudo elegirla, no por fuerza, sino por inocencia.
    Por pureza absoluta.

    —Ella jamás lo usaría… salvo que no hubiera otra opción. —

    La voz de Selin se quiebra.

    —Ese poder está en peligro. —


    ---

    El despertar

    Despierto violentamente.
    El corazón me explota en el pecho.
    La sombra se contrae.
    La Luna vibra.

    —¡YUNA! —grito incorporándome.

    La habitación parece más pequeña.
    Más oscura.

    —¡Yuna está en peligro! —

    Y por primera vez en mucho tiempo…
    la Luna no responde.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La Leyenda de Yue Caigo en la cama antes de que la noche termine de asentarse. No quiero dormir. Necesito hacerlo. La perturbación en la Luna sigue latiendo en mi nuca como un tambor antiguo, y solo Selin puede decirme qué está temblando allá arriba. El sueño me toma de la muñeca y me arrastra con la suavidad de un recuerdo. Y allí está ella, Selin, con su luz blanca y sus ojos de niebla. Su canto vuelve, ese canto que parece deshacer el tiempo. —Deja que te cuente… — Y todo el mundo se derrite en una claridad azulada. --- La leyenda de Yue Selin me muestra un universo antiguo, sin eclipses, sin guerras, sin custodios. Solo vacío… y criaturas hambrientas. —Yue no siempre fue santa del Templo Elunai, hija mía —dice Selin, su voz empapada de luna—. Antes fue un parásito del espacio entre espacios. Veo a Yue antes de ser sagrada: un ser hermoso, frío, nacida del hambre absoluta. Su raza devoraba estrellas, bebía la luz de planetas puros hasta dejarlos como cáscaras muertas. Y entonces la Luna aparece. Blanca, gigante, perfecta. Yue cae sobre ella… buscando pureza. Y la encuentra. Elune. La Diosa Lunar no la destruye. No lucha. Solo extiende un sueño. Y Yue queda atrapada. Un sueño para ella… pero mil años para su alma. Mil años con la Diosa. Mil años aprendiendo de los espíritus. Mil años enamorándose de la luz más pura del cosmos. Cuando despierta, para Yue solo ha pasado una noche. Pero en su corazón ha pasado una vida entera. Una vida que cambió su especie. Una vida que la hizo elegir. Decidió proteger lo que por primera vez había amado. Con Elune a su lado, Yue advirtió a los Elunai del peligro. Eligió a los más poderosos entre ellos y los sumergió en un sueño sagrado de mil años. Selin estaba entre ellos. Mi abuela. La madre de Jennifer. De ese sueño nació lo imposible: la magia más poderosa que los Elunai jamás tocaron. La magia de protección lunar. La magia de los Custodios. --- Cuando los parásitos de la raza de Yue invadieron la Luna, la guerra fue brutal. Entonces Yue, en un acto que Selin describe con lágrimas que no existen, arrancó de su propio corazón una espada de luz. Esa espada la condenó y la liberó. La espada de Elune. Se convirtió en Espada y Escudo de Elune. Aniquiló a su raza entera. Y murió en el mismo acto. Su alma se fragmentó. La del Espada. La del Escudo. Ambas quedaron dispersas en el cosmos, esperando a sus portadores. —Tú, hija mía… —Selin coloca un beso frío en mi frente— eres la Espada de Elune. Veythra. Tu sombra lo sabe. Siento mi sombra palpitar detrás de mí, orgullosa, viva, como si hubiera esperado siglos ese nombre. Pero Selin continúa, y la luz se vuelve más dura. —El Escudo de Elune, el poder más puro entre los puros… siempre ha pertenecido a la primogénita de Jennifer. A Yuna. Veo a Yuna bebé, envuelta en luz. Veo el escudo elegirla, no por fuerza, sino por inocencia. Por pureza absoluta. —Ella jamás lo usaría… salvo que no hubiera otra opción. — La voz de Selin se quiebra. —Ese poder está en peligro. — --- El despertar Despierto violentamente. El corazón me explota en el pecho. La sombra se contrae. La Luna vibra. —¡YUNA! —grito incorporándome. La habitación parece más pequeña. Más oscura. —¡Yuna está en peligro! — Y por primera vez en mucho tiempo… la Luna no responde.
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    La Leyenda de Yue

    Caigo en la cama antes de que la noche termine de asentarse.
    No quiero dormir.
    Necesito hacerlo.
    La perturbación en la Luna sigue latiendo en mi nuca como un tambor antiguo,
    y solo Selin puede decirme qué está temblando allá arriba.

    El sueño me toma de la muñeca y me arrastra con la suavidad de un recuerdo.
    Y allí está ella, Selin, con su luz blanca y sus ojos de niebla.
    Su canto vuelve, ese canto que parece deshacer el tiempo.

    —Deja que te cuente… —

    Y todo el mundo se derrite en una claridad azulada.


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    La leyenda de Yue

    Selin me muestra un universo antiguo, sin eclipses, sin guerras, sin custodios.
    Solo vacío… y criaturas hambrientas.

    —Yue no siempre fue santa del Templo Elunai, hija mía —dice Selin, su voz empapada de luna—. Antes fue un parásito del espacio entre espacios.

    Veo a Yue antes de ser sagrada:
    un ser hermoso, frío, nacida del hambre absoluta.
    Su raza devoraba estrellas, bebía la luz de planetas puros
    hasta dejarlos como cáscaras muertas.

    Y entonces la Luna aparece.
    Blanca, gigante, perfecta.

    Yue cae sobre ella… buscando pureza.
    Y la encuentra.

    Elune.

    La Diosa Lunar no la destruye.
    No lucha.
    Solo extiende un sueño.

    Y Yue queda atrapada.

    Un sueño para ella…
    pero mil años para su alma.
    Mil años con la Diosa.
    Mil años aprendiendo de los espíritus.
    Mil años enamorándose de la luz más pura del cosmos.

    Cuando despierta, para Yue solo ha pasado una noche.
    Pero en su corazón ha pasado una vida entera.

    Una vida que cambió su especie.
    Una vida que la hizo elegir.

    Decidió proteger lo que por primera vez había amado.

    Con Elune a su lado, Yue advirtió a los Elunai del peligro.
    Eligió a los más poderosos entre ellos
    y los sumergió en un sueño sagrado de mil años.

    Selin estaba entre ellos.
    Mi abuela.
    La madre de Jennifer.

    De ese sueño nació lo imposible:
    la magia más poderosa que los Elunai jamás tocaron.
    La magia de protección lunar.
    La magia de los Custodios.


    ---

    Cuando los parásitos de la raza de Yue invadieron la Luna,
    la guerra fue brutal.

    Entonces Yue, en un acto que Selin describe con lágrimas que no existen,
    arrancó de su propio corazón una espada de luz.
    Esa espada la condenó y la liberó.
    La espada de Elune.

    Se convirtió en Espada y Escudo de Elune.
    Aniquiló a su raza entera.
    Y murió en el mismo acto.

    Su alma se fragmentó.
    La del Espada.
    La del Escudo.

    Ambas quedaron dispersas en el cosmos,
    esperando a sus portadores.

    —Tú, hija mía… —Selin coloca un beso frío en mi frente—
    eres la Espada de Elune.
    Veythra.
    Tu sombra lo sabe.

    Siento mi sombra palpitar detrás de mí, orgullosa, viva, como si hubiera esperado siglos ese nombre.

    Pero Selin continúa, y la luz se vuelve más dura.

    —El Escudo de Elune, el poder más puro entre los puros…
    siempre ha pertenecido a la primogénita de Jennifer.
    A Yuna.

    Veo a Yuna bebé, envuelta en luz.
    Veo el escudo elegirla, no por fuerza, sino por inocencia.
    Por pureza absoluta.

    —Ella jamás lo usaría… salvo que no hubiera otra opción. —

    La voz de Selin se quiebra.

    —Ese poder está en peligro. —


    ---

    El despertar

    Despierto violentamente.
    El corazón me explota en el pecho.
    La sombra se contrae.
    La Luna vibra.

    —¡YUNA! —grito incorporándome.

    La habitación parece más pequeña.
    Más oscura.

    —¡Yuna está en peligro! —

    Y por primera vez en mucho tiempo…
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    La Leyenda de Yue

    Caigo en la cama antes de que la noche termine de asentarse.
    No quiero dormir.
    Necesito hacerlo.
    La perturbación en la Luna sigue latiendo en mi nuca como un tambor antiguo,
    y solo Selin puede decirme qué está temblando allá arriba.

    El sueño me toma de la muñeca y me arrastra con la suavidad de un recuerdo.
    Y allí está ella, Selin, con su luz blanca y sus ojos de niebla.
    Su canto vuelve, ese canto que parece deshacer el tiempo.

    —Deja que te cuente… —

    Y todo el mundo se derrite en una claridad azulada.


    ---

    La leyenda de Yue

    Selin me muestra un universo antiguo, sin eclipses, sin guerras, sin custodios.
    Solo vacío… y criaturas hambrientas.

    —Yue no siempre fue santa del Templo Elunai, hija mía —dice Selin, su voz empapada de luna—. Antes fue un parásito del espacio entre espacios.

    Veo a Yue antes de ser sagrada:
    un ser hermoso, frío, nacida del hambre absoluta.
    Su raza devoraba estrellas, bebía la luz de planetas puros
    hasta dejarlos como cáscaras muertas.

    Y entonces la Luna aparece.
    Blanca, gigante, perfecta.

    Yue cae sobre ella… buscando pureza.
    Y la encuentra.

    Elune.

    La Diosa Lunar no la destruye.
    No lucha.
    Solo extiende un sueño.

    Y Yue queda atrapada.

    Un sueño para ella…
    pero mil años para su alma.
    Mil años con la Diosa.
    Mil años aprendiendo de los espíritus.
    Mil años enamorándose de la luz más pura del cosmos.

    Cuando despierta, para Yue solo ha pasado una noche.
    Pero en su corazón ha pasado una vida entera.

    Una vida que cambió su especie.
    Una vida que la hizo elegir.

    Decidió proteger lo que por primera vez había amado.

    Con Elune a su lado, Yue advirtió a los Elunai del peligro.
    Eligió a los más poderosos entre ellos
    y los sumergió en un sueño sagrado de mil años.

    Selin estaba entre ellos.
    Mi abuela.
    La madre de Jennifer.

    De ese sueño nació lo imposible:
    la magia más poderosa que los Elunai jamás tocaron.
    La magia de protección lunar.
    La magia de los Custodios.


    ---

    Cuando los parásitos de la raza de Yue invadieron la Luna,
    la guerra fue brutal.

    Entonces Yue, en un acto que Selin describe con lágrimas que no existen,
    arrancó de su propio corazón una espada de luz.
    Esa espada la condenó y la liberó.
    La espada de Elune.

    Se convirtió en Espada y Escudo de Elune.
    Aniquiló a su raza entera.
    Y murió en el mismo acto.

    Su alma se fragmentó.
    La del Espada.
    La del Escudo.

    Ambas quedaron dispersas en el cosmos,
    esperando a sus portadores.

    —Tú, hija mía… —Selin coloca un beso frío en mi frente—
    eres la Espada de Elune.
    Veythra.
    Tu sombra lo sabe.

    Siento mi sombra palpitar detrás de mí, orgullosa, viva, como si hubiera esperado siglos ese nombre.

    Pero Selin continúa, y la luz se vuelve más dura.

    —El Escudo de Elune, el poder más puro entre los puros…
    siempre ha pertenecido a la primogénita de Jennifer.
    A Yuna.

    Veo a Yuna bebé, envuelta en luz.
    Veo el escudo elegirla, no por fuerza, sino por inocencia.
    Por pureza absoluta.

    —Ella jamás lo usaría… salvo que no hubiera otra opción. —

    La voz de Selin se quiebra.

    —Ese poder está en peligro. —


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    El despertar

    Despierto violentamente.
    El corazón me explota en el pecho.
    La sombra se contrae.
    La Luna vibra.

    —¡YUNA! —grito incorporándome.

    La habitación parece más pequeña.
    Más oscura.

    —¡Yuna está en peligro! —

    Y por primera vez en mucho tiempo…
    la Luna no responde.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La Leyenda de Yue Caigo en la cama antes de que la noche termine de asentarse. No quiero dormir. Necesito hacerlo. La perturbación en la Luna sigue latiendo en mi nuca como un tambor antiguo, y solo Selin puede decirme qué está temblando allá arriba. El sueño me toma de la muñeca y me arrastra con la suavidad de un recuerdo. Y allí está ella, Selin, con su luz blanca y sus ojos de niebla. Su canto vuelve, ese canto que parece deshacer el tiempo. —Deja que te cuente… — Y todo el mundo se derrite en una claridad azulada. --- La leyenda de Yue Selin me muestra un universo antiguo, sin eclipses, sin guerras, sin custodios. Solo vacío… y criaturas hambrientas. —Yue no siempre fue santa del Templo Elunai, hija mía —dice Selin, su voz empapada de luna—. Antes fue un parásito del espacio entre espacios. Veo a Yue antes de ser sagrada: un ser hermoso, frío, nacida del hambre absoluta. Su raza devoraba estrellas, bebía la luz de planetas puros hasta dejarlos como cáscaras muertas. Y entonces la Luna aparece. Blanca, gigante, perfecta. Yue cae sobre ella… buscando pureza. Y la encuentra. Elune. La Diosa Lunar no la destruye. No lucha. Solo extiende un sueño. Y Yue queda atrapada. Un sueño para ella… pero mil años para su alma. Mil años con la Diosa. Mil años aprendiendo de los espíritus. Mil años enamorándose de la luz más pura del cosmos. Cuando despierta, para Yue solo ha pasado una noche. Pero en su corazón ha pasado una vida entera. Una vida que cambió su especie. Una vida que la hizo elegir. Decidió proteger lo que por primera vez había amado. Con Elune a su lado, Yue advirtió a los Elunai del peligro. Eligió a los más poderosos entre ellos y los sumergió en un sueño sagrado de mil años. Selin estaba entre ellos. Mi abuela. La madre de Jennifer. De ese sueño nació lo imposible: la magia más poderosa que los Elunai jamás tocaron. La magia de protección lunar. La magia de los Custodios. --- Cuando los parásitos de la raza de Yue invadieron la Luna, la guerra fue brutal. Entonces Yue, en un acto que Selin describe con lágrimas que no existen, arrancó de su propio corazón una espada de luz. Esa espada la condenó y la liberó. La espada de Elune. Se convirtió en Espada y Escudo de Elune. Aniquiló a su raza entera. Y murió en el mismo acto. Su alma se fragmentó. La del Espada. La del Escudo. Ambas quedaron dispersas en el cosmos, esperando a sus portadores. —Tú, hija mía… —Selin coloca un beso frío en mi frente— eres la Espada de Elune. Veythra. Tu sombra lo sabe. Siento mi sombra palpitar detrás de mí, orgullosa, viva, como si hubiera esperado siglos ese nombre. Pero Selin continúa, y la luz se vuelve más dura. —El Escudo de Elune, el poder más puro entre los puros… siempre ha pertenecido a la primogénita de Jennifer. A Yuna. Veo a Yuna bebé, envuelta en luz. Veo el escudo elegirla, no por fuerza, sino por inocencia. Por pureza absoluta. —Ella jamás lo usaría… salvo que no hubiera otra opción. — La voz de Selin se quiebra. —Ese poder está en peligro. — --- El despertar Despierto violentamente. El corazón me explota en el pecho. La sombra se contrae. La Luna vibra. —¡YUNA! —grito incorporándome. La habitación parece más pequeña. Más oscura. —¡Yuna está en peligro! — Y por primera vez en mucho tiempo… la Luna no responde.
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    La visión de la Madre-Luna

    Esa misma noche, cuando por fin dejo que el cansancio me aprisione, caigo en un sueño extraño, profundo, distinto…
    No hay jardín de sombras, no hay caos, no hay dolor.

    Solo un vasto espacio blanco.
    Una quietud antigua.
    Un silencio que no pesa.

    Y entonces la veo.

    Una figura femenina
    de cabellos rubios que flotan como hebras de sol en el vacío.
    Su piel irradia una luz suave, casi líquida.

    Se parece a mi madre Jennifer…
    pero sus ojos…
    sus ojos son los de Selin.
    Mi abuela.
    La luna en su forma más pura.

    Ella sonríe con una tristeza hermosa.

    Selin:
    “Hija mía…”

    Su voz no suena, resuena en todo mi cuerpo.

    “Todos te han contado cómo fue el día que naciste…
    La luna del esturión…
    Las perseidas cayendo como espadas de plata…
    La noche en que lo imposible se abrió para darte paso.”

    Camina hacia mí, aunque aquí no exista suelo.
    Su mano se estira…
    no para tocarme, sino para sostener mi alma.

    “Ahora deja que yo te cuente
    cómo fue el día que moriste.”

    Mi pecho se oprime.
    Mis dedos tiemblan sin poder levantarme.
    No entiendo.
    No quiero entender.

    Pero ella continúa, con esa serenidad que rompe.

    “Quiero alinear las piezas de nuevo.
    Las tuyas…
    Y las mías…
    Antes de que el caos te reclame por completo.”

    La luz detrás de ella se oscurece.
    Una sombra se forma.
    Mi sombra.
    Veythra.

    El sueño se tensa como una cuerda a punto de romperse.


    ---

    El despertar

    Me despierto de golpe.
    Empapada en sudor, con el corazón retumbando como si aún estuviera cayendo desde un lugar muy alto.
    Miro a mi alrededor: nada ha cambiado…
    pero todo está distinto.

    Ese sueño no ha sido un sueño.

    Algo en mi interior —algo antiguo, algo lunar, algo materno— me lo confirma.

    Me siento en la cama, los pies fríos contra el suelo del castillo.
    Intento cerrar los ojos, pero cada vez que lo hago aparece la mirada de Selin, y detrás, la sombra de Veythra.

    Esa noche no vuelvo a dormir.
    No puedo.
    No debo.

    Solo una frase late dentro de mi cráneo como un tambor:

    “Déjame que te cuente…”
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La visión de la Madre-Luna Esa misma noche, cuando por fin dejo que el cansancio me aprisione, caigo en un sueño extraño, profundo, distinto… No hay jardín de sombras, no hay caos, no hay dolor. Solo un vasto espacio blanco. Una quietud antigua. Un silencio que no pesa. Y entonces la veo. Una figura femenina de cabellos rubios que flotan como hebras de sol en el vacío. Su piel irradia una luz suave, casi líquida. Se parece a mi madre Jennifer… pero sus ojos… sus ojos son los de Selin. Mi abuela. La luna en su forma más pura. Ella sonríe con una tristeza hermosa. Selin: “Hija mía…” Su voz no suena, resuena en todo mi cuerpo. “Todos te han contado cómo fue el día que naciste… La luna del esturión… Las perseidas cayendo como espadas de plata… La noche en que lo imposible se abrió para darte paso.” Camina hacia mí, aunque aquí no exista suelo. Su mano se estira… no para tocarme, sino para sostener mi alma. “Ahora deja que yo te cuente cómo fue el día que moriste.” Mi pecho se oprime. Mis dedos tiemblan sin poder levantarme. No entiendo. No quiero entender. Pero ella continúa, con esa serenidad que rompe. “Quiero alinear las piezas de nuevo. Las tuyas… Y las mías… Antes de que el caos te reclame por completo.” La luz detrás de ella se oscurece. Una sombra se forma. Mi sombra. Veythra. El sueño se tensa como una cuerda a punto de romperse. --- El despertar Me despierto de golpe. Empapada en sudor, con el corazón retumbando como si aún estuviera cayendo desde un lugar muy alto. Miro a mi alrededor: nada ha cambiado… pero todo está distinto. Ese sueño no ha sido un sueño. Algo en mi interior —algo antiguo, algo lunar, algo materno— me lo confirma. Me siento en la cama, los pies fríos contra el suelo del castillo. Intento cerrar los ojos, pero cada vez que lo hago aparece la mirada de Selin, y detrás, la sombra de Veythra. Esa noche no vuelvo a dormir. No puedo. No debo. Solo una frase late dentro de mi cráneo como un tambor: “Déjame que te cuente…”
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    La visión de la Madre-Luna

    Esa misma noche, cuando por fin dejo que el cansancio me aprisione, caigo en un sueño extraño, profundo, distinto…
    No hay jardín de sombras, no hay caos, no hay dolor.

    Solo un vasto espacio blanco.
    Una quietud antigua.
    Un silencio que no pesa.

    Y entonces la veo.

    Una figura femenina
    de cabellos rubios que flotan como hebras de sol en el vacío.
    Su piel irradia una luz suave, casi líquida.

    Se parece a mi madre Jennifer…
    pero sus ojos…
    sus ojos son los de Selin.
    Mi abuela.
    La luna en su forma más pura.

    Ella sonríe con una tristeza hermosa.

    Selin:
    “Hija mía…”

    Su voz no suena, resuena en todo mi cuerpo.

    “Todos te han contado cómo fue el día que naciste…
    La luna del esturión…
    Las perseidas cayendo como espadas de plata…
    La noche en que lo imposible se abrió para darte paso.”

    Camina hacia mí, aunque aquí no exista suelo.
    Su mano se estira…
    no para tocarme, sino para sostener mi alma.

    “Ahora deja que yo te cuente
    cómo fue el día que moriste.”

    Mi pecho se oprime.
    Mis dedos tiemblan sin poder levantarme.
    No entiendo.
    No quiero entender.

    Pero ella continúa, con esa serenidad que rompe.

    “Quiero alinear las piezas de nuevo.
    Las tuyas…
    Y las mías…
    Antes de que el caos te reclame por completo.”

    La luz detrás de ella se oscurece.
    Una sombra se forma.
    Mi sombra.
    Veythra.

    El sueño se tensa como una cuerda a punto de romperse.


    ---

    El despertar

    Me despierto de golpe.
    Empapada en sudor, con el corazón retumbando como si aún estuviera cayendo desde un lugar muy alto.
    Miro a mi alrededor: nada ha cambiado…
    pero todo está distinto.

    Ese sueño no ha sido un sueño.

    Algo en mi interior —algo antiguo, algo lunar, algo materno— me lo confirma.

    Me siento en la cama, los pies fríos contra el suelo del castillo.
    Intento cerrar los ojos, pero cada vez que lo hago aparece la mirada de Selin, y detrás, la sombra de Veythra.

    Esa noche no vuelvo a dormir.
    No puedo.
    No debo.

    Solo una frase late dentro de mi cráneo como un tambor:

    “Déjame que te cuente…”
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    La visión de la Madre-Luna

    Esa misma noche, cuando por fin dejo que el cansancio me aprisione, caigo en un sueño extraño, profundo, distinto…
    No hay jardín de sombras, no hay caos, no hay dolor.

    Solo un vasto espacio blanco.
    Una quietud antigua.
    Un silencio que no pesa.

    Y entonces la veo.

    Una figura femenina
    de cabellos rubios que flotan como hebras de sol en el vacío.
    Su piel irradia una luz suave, casi líquida.

    Se parece a mi madre Jennifer…
    pero sus ojos…
    sus ojos son los de Selin.
    Mi abuela.
    La luna en su forma más pura.

    Ella sonríe con una tristeza hermosa.

    Selin:
    “Hija mía…”

    Su voz no suena, resuena en todo mi cuerpo.

    “Todos te han contado cómo fue el día que naciste…
    La luna del esturión…
    Las perseidas cayendo como espadas de plata…
    La noche en que lo imposible se abrió para darte paso.”

    Camina hacia mí, aunque aquí no exista suelo.
    Su mano se estira…
    no para tocarme, sino para sostener mi alma.

    “Ahora deja que yo te cuente
    cómo fue el día que moriste.”

    Mi pecho se oprime.
    Mis dedos tiemblan sin poder levantarme.
    No entiendo.
    No quiero entender.

    Pero ella continúa, con esa serenidad que rompe.

    “Quiero alinear las piezas de nuevo.
    Las tuyas…
    Y las mías…
    Antes de que el caos te reclame por completo.”

    La luz detrás de ella se oscurece.
    Una sombra se forma.
    Mi sombra.
    Veythra.

    El sueño se tensa como una cuerda a punto de romperse.


    ---

    El despertar

    Me despierto de golpe.
    Empapada en sudor, con el corazón retumbando como si aún estuviera cayendo desde un lugar muy alto.
    Miro a mi alrededor: nada ha cambiado…
    pero todo está distinto.

    Ese sueño no ha sido un sueño.

    Algo en mi interior —algo antiguo, algo lunar, algo materno— me lo confirma.

    Me siento en la cama, los pies fríos contra el suelo del castillo.
    Intento cerrar los ojos, pero cada vez que lo hago aparece la mirada de Selin, y detrás, la sombra de Veythra.

    Esa noche no vuelvo a dormir.
    No puedo.
    No debo.

    Solo una frase late dentro de mi cráneo como un tambor:

    “Déjame que te cuente…”
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La visión de la Madre-Luna Esa misma noche, cuando por fin dejo que el cansancio me aprisione, caigo en un sueño extraño, profundo, distinto… No hay jardín de sombras, no hay caos, no hay dolor. Solo un vasto espacio blanco. Una quietud antigua. Un silencio que no pesa. Y entonces la veo. Una figura femenina de cabellos rubios que flotan como hebras de sol en el vacío. Su piel irradia una luz suave, casi líquida. Se parece a mi madre Jennifer… pero sus ojos… sus ojos son los de Selin. Mi abuela. La luna en su forma más pura. Ella sonríe con una tristeza hermosa. Selin: “Hija mía…” Su voz no suena, resuena en todo mi cuerpo. “Todos te han contado cómo fue el día que naciste… La luna del esturión… Las perseidas cayendo como espadas de plata… La noche en que lo imposible se abrió para darte paso.” Camina hacia mí, aunque aquí no exista suelo. Su mano se estira… no para tocarme, sino para sostener mi alma. “Ahora deja que yo te cuente cómo fue el día que moriste.” Mi pecho se oprime. Mis dedos tiemblan sin poder levantarme. No entiendo. No quiero entender. Pero ella continúa, con esa serenidad que rompe. “Quiero alinear las piezas de nuevo. Las tuyas… Y las mías… Antes de que el caos te reclame por completo.” La luz detrás de ella se oscurece. Una sombra se forma. Mi sombra. Veythra. El sueño se tensa como una cuerda a punto de romperse. --- El despertar Me despierto de golpe. Empapada en sudor, con el corazón retumbando como si aún estuviera cayendo desde un lugar muy alto. Miro a mi alrededor: nada ha cambiado… pero todo está distinto. Ese sueño no ha sido un sueño. Algo en mi interior —algo antiguo, algo lunar, algo materno— me lo confirma. Me siento en la cama, los pies fríos contra el suelo del castillo. Intento cerrar los ojos, pero cada vez que lo hago aparece la mirada de Selin, y detrás, la sombra de Veythra. Esa noche no vuelvo a dormir. No puedo. No debo. Solo una frase late dentro de mi cráneo como un tambor: “Déjame que te cuente…”
    Me encocora
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    El despertar de mi nueva yo

    La luz…
    Qué cruel podía ser la luz después de tanto tiempo en el Jardín de Sombras.

    Parpadeo.
    Mis pupilas tiemblan, dilatadas, intentando recordar cómo se respira en un mundo que no es oscuro.
    Mi cuerpo… diferente. Más alto, más firme, más definido.
    Tres días fuera.
    Tres años dentro.
    Tres años caminando entre murmullos sin rostro, aprendiendo el idioma de las sombras, cantando con ellas, sobreviviendo a su hambre y a su cariño torcido.

    Aún siento en los labios el roce de Akane.
    Aquel beso…
    Ese instante robado mientras la sombra la tragaba.
    ¿Fue real?
    ¿Fue un sueño?
    Mi corazón no sabe la diferencia y quizá… eso ya no importa.

    Camino con mi flor de loto entre los dedos, la única constancia de mi noche eterna, hacia lo que un día llamé hogar.
    La esperanza aún me quema en la garganta, aunque sé que es tonta, ingenua, casi infantil.

    Oz no está esperándome.
    No está en la entrada.
    No está en ninguna parte.

    Y duele.
    Duele de una manera que no sabía que existía.

    Akane tampoco está.
    Mi Renge no me espera sonriendo.
    No está en la cocina riéndose de mis despistes.
    No me abraza por la espalda como siempre hacía cuando iba a decir algo importante.

    Estoy sola.

    O eso creía.

    Porque en cuanto cruzo el umbral, Jennifer y Ayane me envuelven.
    Jennifer llora.
    Ayane me mira como si hubiera regresado de entre los muertos.

    —Lili… mi niña… —susurra Jennifer, y algo en mí se quiebra.

    Ella me cuenta lo que pasó durante mi ausencia.
    Que tras el regreso de Oz, tuvo que buscar al Ejército del Caos para saber a quién seguían realmente.
    Que para su sorpresa…
    Oz nunca los reclamó.

    Yo no respondo.
    No hace falta.
    Mi pecho ya lo entiende:

    Oz me dejó a Jennifer.
    Para que yo pudiera vivir algo que él nunca supo darme:
    una madre.

    Lo entendí.
    Y lo odié.

    Su regreso sólo me trajo soledad.
    Si él no hubiera vuelto, Akane seguiría aquí.
    Si él no hubiera marchado, yo no habría caído tanto.

    Oz…
    Oz…

    Mi mente es un campo de emociones rotas.

    Pero entonces Jennifer me abraza.
    Y ocurre.

    Algo se despierta en mis entrañas.
    Un rugido profundo, antiguo, como si una criatura dormida durante eras hubiera abierto un ojo dentro de mí.

    Mi piel arde.
    Mi sombra se estremece.
    El aire alrededor se vuelve pesado, eléctrico.

    Un vínculo.
    Un vínculo ancestral, nacido del abrazo de una madre a su hija.

    Y entonces la escucho.

    La voz.

    No es humana.
    No es sombra.
    No es luna.

    Es dragón.

    Un dragón guardián despertándose dentro de mí, uno que parece reconocerme como si me hubiera estado esperando desde antes de mi nacimiento.

    Jennifer me sostiene mientras tiemblo.

    —No tengas miedo —me susurra—. Arc está contigo.

    Ese nombre retumba en mis huesos.

    Arc.
    La sacerdotisa ancestral de Elune.
    La madre espiritual de Jennifer.
    La guía de los Elunai.

    —Esta vez no adoptó forma humana —continúa—. Tomó la forma de un dragón. Tu dragón.
    El que te ayudará a dominar tu sombra…
    El que te ayudará a dominarte a ti misma.

    Y entonces lo siento.

    Una presencia gigantesca, benigna y peligrosa a la vez.
    Un espíritu que se enrosca alrededor de mi alma.
    Sus alas me envuelven.
    Su fuego no quema: purifica.
    Y sus ojos… sus ojos ven a través de mí, hasta el lugar donde Akane se sacrificó, hasta el rincón donde mi sombra aún canta.

    No estoy sola.

    Ni completamente libre.

    Ni completamente perdida.

    Estoy en el punto exacto donde las sombras se inclinan ante un dragón.

    Y ese dragón… late dentro de mí.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 El despertar de mi nueva yo La luz… Qué cruel podía ser la luz después de tanto tiempo en el Jardín de Sombras. Parpadeo. Mis pupilas tiemblan, dilatadas, intentando recordar cómo se respira en un mundo que no es oscuro. Mi cuerpo… diferente. Más alto, más firme, más definido. Tres días fuera. Tres años dentro. Tres años caminando entre murmullos sin rostro, aprendiendo el idioma de las sombras, cantando con ellas, sobreviviendo a su hambre y a su cariño torcido. Aún siento en los labios el roce de Akane. Aquel beso… Ese instante robado mientras la sombra la tragaba. ¿Fue real? ¿Fue un sueño? Mi corazón no sabe la diferencia y quizá… eso ya no importa. Camino con mi flor de loto entre los dedos, la única constancia de mi noche eterna, hacia lo que un día llamé hogar. La esperanza aún me quema en la garganta, aunque sé que es tonta, ingenua, casi infantil. Oz no está esperándome. No está en la entrada. No está en ninguna parte. Y duele. Duele de una manera que no sabía que existía. Akane tampoco está. Mi Renge no me espera sonriendo. No está en la cocina riéndose de mis despistes. No me abraza por la espalda como siempre hacía cuando iba a decir algo importante. Estoy sola. O eso creía. Porque en cuanto cruzo el umbral, Jennifer y Ayane me envuelven. Jennifer llora. Ayane me mira como si hubiera regresado de entre los muertos. —Lili… mi niña… —susurra Jennifer, y algo en mí se quiebra. Ella me cuenta lo que pasó durante mi ausencia. Que tras el regreso de Oz, tuvo que buscar al Ejército del Caos para saber a quién seguían realmente. Que para su sorpresa… Oz nunca los reclamó. Yo no respondo. No hace falta. Mi pecho ya lo entiende: Oz me dejó a Jennifer. Para que yo pudiera vivir algo que él nunca supo darme: una madre. Lo entendí. Y lo odié. Su regreso sólo me trajo soledad. Si él no hubiera vuelto, Akane seguiría aquí. Si él no hubiera marchado, yo no habría caído tanto. Oz… Oz… Mi mente es un campo de emociones rotas. Pero entonces Jennifer me abraza. Y ocurre. Algo se despierta en mis entrañas. Un rugido profundo, antiguo, como si una criatura dormida durante eras hubiera abierto un ojo dentro de mí. Mi piel arde. Mi sombra se estremece. El aire alrededor se vuelve pesado, eléctrico. Un vínculo. Un vínculo ancestral, nacido del abrazo de una madre a su hija. Y entonces la escucho. La voz. No es humana. No es sombra. No es luna. Es dragón. Un dragón guardián despertándose dentro de mí, uno que parece reconocerme como si me hubiera estado esperando desde antes de mi nacimiento. Jennifer me sostiene mientras tiemblo. —No tengas miedo —me susurra—. Arc está contigo. Ese nombre retumba en mis huesos. Arc. La sacerdotisa ancestral de Elune. La madre espiritual de Jennifer. La guía de los Elunai. —Esta vez no adoptó forma humana —continúa—. Tomó la forma de un dragón. Tu dragón. El que te ayudará a dominar tu sombra… El que te ayudará a dominarte a ti misma. Y entonces lo siento. Una presencia gigantesca, benigna y peligrosa a la vez. Un espíritu que se enrosca alrededor de mi alma. Sus alas me envuelven. Su fuego no quema: purifica. Y sus ojos… sus ojos ven a través de mí, hasta el lugar donde Akane se sacrificó, hasta el rincón donde mi sombra aún canta. No estoy sola. Ni completamente libre. Ni completamente perdida. Estoy en el punto exacto donde las sombras se inclinan ante un dragón. Y ese dragón… late dentro de mí.
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    El despertar de mi nueva yo

    La luz…
    Qué cruel podía ser la luz después de tanto tiempo en el Jardín de Sombras.

    Parpadeo.
    Mis pupilas tiemblan, dilatadas, intentando recordar cómo se respira en un mundo que no es oscuro.
    Mi cuerpo… diferente. Más alto, más firme, más definido.
    Tres días fuera.
    Tres años dentro.
    Tres años caminando entre murmullos sin rostro, aprendiendo el idioma de las sombras, cantando con ellas, sobreviviendo a su hambre y a su cariño torcido.

    Aún siento en los labios el roce de Akane.
    Aquel beso…
    Ese instante robado mientras la sombra la tragaba.
    ¿Fue real?
    ¿Fue un sueño?
    Mi corazón no sabe la diferencia y quizá… eso ya no importa.

    Camino con mi flor de loto entre los dedos, la única constancia de mi noche eterna, hacia lo que un día llamé hogar.
    La esperanza aún me quema en la garganta, aunque sé que es tonta, ingenua, casi infantil.

    Oz no está esperándome.
    No está en la entrada.
    No está en ninguna parte.

    Y duele.
    Duele de una manera que no sabía que existía.

    Akane tampoco está.
    Mi Renge no me espera sonriendo.
    No está en la cocina riéndose de mis despistes.
    No me abraza por la espalda como siempre hacía cuando iba a decir algo importante.

    Estoy sola.

    O eso creía.

    Porque en cuanto cruzo el umbral, Jennifer y Ayane me envuelven.
    Jennifer llora.
    Ayane me mira como si hubiera regresado de entre los muertos.

    —Lili… mi niña… —susurra Jennifer, y algo en mí se quiebra.

    Ella me cuenta lo que pasó durante mi ausencia.
    Que tras el regreso de Oz, tuvo que buscar al Ejército del Caos para saber a quién seguían realmente.
    Que para su sorpresa…
    Oz nunca los reclamó.

    Yo no respondo.
    No hace falta.
    Mi pecho ya lo entiende:

    Oz me dejó a Jennifer.
    Para que yo pudiera vivir algo que él nunca supo darme:
    una madre.

    Lo entendí.
    Y lo odié.

    Su regreso sólo me trajo soledad.
    Si él no hubiera vuelto, Akane seguiría aquí.
    Si él no hubiera marchado, yo no habría caído tanto.

    Oz…
    Oz…

    Mi mente es un campo de emociones rotas.

    Pero entonces Jennifer me abraza.
    Y ocurre.

    Algo se despierta en mis entrañas.
    Un rugido profundo, antiguo, como si una criatura dormida durante eras hubiera abierto un ojo dentro de mí.

    Mi piel arde.
    Mi sombra se estremece.
    El aire alrededor se vuelve pesado, eléctrico.

    Un vínculo.
    Un vínculo ancestral, nacido del abrazo de una madre a su hija.

    Y entonces la escucho.

    La voz.

    No es humana.
    No es sombra.
    No es luna.

    Es dragón.

    Un dragón guardián despertándose dentro de mí, uno que parece reconocerme como si me hubiera estado esperando desde antes de mi nacimiento.

    Jennifer me sostiene mientras tiemblo.

    —No tengas miedo —me susurra—. Arc está contigo.

    Ese nombre retumba en mis huesos.

    Arc.
    La sacerdotisa ancestral de Elune.
    La madre espiritual de Jennifer.
    La guía de los Elunai.

    —Esta vez no adoptó forma humana —continúa—. Tomó la forma de un dragón. Tu dragón.
    El que te ayudará a dominar tu sombra…
    El que te ayudará a dominarte a ti misma.

    Y entonces lo siento.

    Una presencia gigantesca, benigna y peligrosa a la vez.
    Un espíritu que se enrosca alrededor de mi alma.
    Sus alas me envuelven.
    Su fuego no quema: purifica.
    Y sus ojos… sus ojos ven a través de mí, hasta el lugar donde Akane se sacrificó, hasta el rincón donde mi sombra aún canta.

    No estoy sola.

    Ni completamente libre.

    Ni completamente perdida.

    Estoy en el punto exacto donde las sombras se inclinan ante un dragón.

    Y ese dragón… late dentro de mí.
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    El despertar de mi nueva yo

    La luz…
    Qué cruel podía ser la luz después de tanto tiempo en el Jardín de Sombras.

    Parpadeo.
    Mis pupilas tiemblan, dilatadas, intentando recordar cómo se respira en un mundo que no es oscuro.
    Mi cuerpo… diferente. Más alto, más firme, más definido.
    Tres días fuera.
    Tres años dentro.
    Tres años caminando entre murmullos sin rostro, aprendiendo el idioma de las sombras, cantando con ellas, sobreviviendo a su hambre y a su cariño torcido.

    Aún siento en los labios el roce de Akane.
    Aquel beso…
    Ese instante robado mientras la sombra la tragaba.
    ¿Fue real?
    ¿Fue un sueño?
    Mi corazón no sabe la diferencia y quizá… eso ya no importa.

    Camino con mi flor de loto entre los dedos, la única constancia de mi noche eterna, hacia lo que un día llamé hogar.
    La esperanza aún me quema en la garganta, aunque sé que es tonta, ingenua, casi infantil.

    Oz no está esperándome.
    No está en la entrada.
    No está en ninguna parte.

    Y duele.
    Duele de una manera que no sabía que existía.

    Akane tampoco está.
    Mi Renge no me espera sonriendo.
    No está en la cocina riéndose de mis despistes.
    No me abraza por la espalda como siempre hacía cuando iba a decir algo importante.

    Estoy sola.

    O eso creía.

    Porque en cuanto cruzo el umbral, Jennifer y Ayane me envuelven.
    Jennifer llora.
    Ayane me mira como si hubiera regresado de entre los muertos.

    —Lili… mi niña… —susurra Jennifer, y algo en mí se quiebra.

    Ella me cuenta lo que pasó durante mi ausencia.
    Que tras el regreso de Oz, tuvo que buscar al Ejército del Caos para saber a quién seguían realmente.
    Que para su sorpresa…
    Oz nunca los reclamó.

    Yo no respondo.
    No hace falta.
    Mi pecho ya lo entiende:

    Oz me dejó a Jennifer.
    Para que yo pudiera vivir algo que él nunca supo darme:
    una madre.

    Lo entendí.
    Y lo odié.

    Su regreso sólo me trajo soledad.
    Si él no hubiera vuelto, Akane seguiría aquí.
    Si él no hubiera marchado, yo no habría caído tanto.

    Oz…
    Oz…

    Mi mente es un campo de emociones rotas.

    Pero entonces Jennifer me abraza.
    Y ocurre.

    Algo se despierta en mis entrañas.
    Un rugido profundo, antiguo, como si una criatura dormida durante eras hubiera abierto un ojo dentro de mí.

    Mi piel arde.
    Mi sombra se estremece.
    El aire alrededor se vuelve pesado, eléctrico.

    Un vínculo.
    Un vínculo ancestral, nacido del abrazo de una madre a su hija.

    Y entonces la escucho.

    La voz.

    No es humana.
    No es sombra.
    No es luna.

    Es dragón.

    Un dragón guardián despertándose dentro de mí, uno que parece reconocerme como si me hubiera estado esperando desde antes de mi nacimiento.

    Jennifer me sostiene mientras tiemblo.

    —No tengas miedo —me susurra—. Arc está contigo.

    Ese nombre retumba en mis huesos.

    Arc.
    La sacerdotisa ancestral de Elune.
    La madre espiritual de Jennifer.
    La guía de los Elunai.

    —Esta vez no adoptó forma humana —continúa—. Tomó la forma de un dragón. Tu dragón.
    El que te ayudará a dominar tu sombra…
    El que te ayudará a dominarte a ti misma.

    Y entonces lo siento.

    Una presencia gigantesca, benigna y peligrosa a la vez.
    Un espíritu que se enrosca alrededor de mi alma.
    Sus alas me envuelven.
    Su fuego no quema: purifica.
    Y sus ojos… sus ojos ven a través de mí, hasta el lugar donde Akane se sacrificó, hasta el rincón donde mi sombra aún canta.

    No estoy sola.

    Ni completamente libre.

    Ni completamente perdida.

    Estoy en el punto exacto donde las sombras se inclinan ante un dragón.

    Y ese dragón… late dentro de mí.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 El despertar de mi nueva yo La luz… Qué cruel podía ser la luz después de tanto tiempo en el Jardín de Sombras. Parpadeo. Mis pupilas tiemblan, dilatadas, intentando recordar cómo se respira en un mundo que no es oscuro. Mi cuerpo… diferente. Más alto, más firme, más definido. Tres días fuera. Tres años dentro. Tres años caminando entre murmullos sin rostro, aprendiendo el idioma de las sombras, cantando con ellas, sobreviviendo a su hambre y a su cariño torcido. Aún siento en los labios el roce de Akane. Aquel beso… Ese instante robado mientras la sombra la tragaba. ¿Fue real? ¿Fue un sueño? Mi corazón no sabe la diferencia y quizá… eso ya no importa. Camino con mi flor de loto entre los dedos, la única constancia de mi noche eterna, hacia lo que un día llamé hogar. La esperanza aún me quema en la garganta, aunque sé que es tonta, ingenua, casi infantil. Oz no está esperándome. No está en la entrada. No está en ninguna parte. Y duele. Duele de una manera que no sabía que existía. Akane tampoco está. Mi Renge no me espera sonriendo. No está en la cocina riéndose de mis despistes. No me abraza por la espalda como siempre hacía cuando iba a decir algo importante. Estoy sola. O eso creía. Porque en cuanto cruzo el umbral, Jennifer y Ayane me envuelven. Jennifer llora. Ayane me mira como si hubiera regresado de entre los muertos. —Lili… mi niña… —susurra Jennifer, y algo en mí se quiebra. Ella me cuenta lo que pasó durante mi ausencia. Que tras el regreso de Oz, tuvo que buscar al Ejército del Caos para saber a quién seguían realmente. Que para su sorpresa… Oz nunca los reclamó. Yo no respondo. No hace falta. Mi pecho ya lo entiende: Oz me dejó a Jennifer. Para que yo pudiera vivir algo que él nunca supo darme: una madre. Lo entendí. Y lo odié. Su regreso sólo me trajo soledad. Si él no hubiera vuelto, Akane seguiría aquí. Si él no hubiera marchado, yo no habría caído tanto. Oz… Oz… Mi mente es un campo de emociones rotas. Pero entonces Jennifer me abraza. Y ocurre. Algo se despierta en mis entrañas. Un rugido profundo, antiguo, como si una criatura dormida durante eras hubiera abierto un ojo dentro de mí. Mi piel arde. Mi sombra se estremece. El aire alrededor se vuelve pesado, eléctrico. Un vínculo. Un vínculo ancestral, nacido del abrazo de una madre a su hija. Y entonces la escucho. La voz. No es humana. No es sombra. No es luna. Es dragón. Un dragón guardián despertándose dentro de mí, uno que parece reconocerme como si me hubiera estado esperando desde antes de mi nacimiento. Jennifer me sostiene mientras tiemblo. —No tengas miedo —me susurra—. Arc está contigo. Ese nombre retumba en mis huesos. Arc. La sacerdotisa ancestral de Elune. La madre espiritual de Jennifer. La guía de los Elunai. —Esta vez no adoptó forma humana —continúa—. Tomó la forma de un dragón. Tu dragón. El que te ayudará a dominar tu sombra… El que te ayudará a dominarte a ti misma. Y entonces lo siento. Una presencia gigantesca, benigna y peligrosa a la vez. Un espíritu que se enrosca alrededor de mi alma. Sus alas me envuelven. Su fuego no quema: purifica. Y sus ojos… sus ojos ven a través de mí, hasta el lugar donde Akane se sacrificó, hasta el rincón donde mi sombra aún canta. No estoy sola. Ni completamente libre. Ni completamente perdida. Estoy en el punto exacto donde las sombras se inclinan ante un dragón. Y ese dragón… late dentro de mí.
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    Las noches antes de la luna nueva

    La habitación está en silencio.
    La luna menguante parece una sonrisa rota colgada del cielo.

    Me duermo sin resistencia.

    Y entonces…


    ---

    El sueño

    Estoy de pie.
    El aire es denso, como una sopa de invierno.
    Me miro las manos… arrugadas, temblorosas, casi transparentes.

    Soy una anciana.

    Mi respiración es un hilo que se corta a ratos. Mi espalda se dobla como un árbol que ha sobrevivido demasiadas tormentas.

    Una presencia se acerca por detrás.
    La siento antes de verla.
    Un frío que no pertenece al mundo de los vivos.

    La muerte.

    Una figura alta, afilada, envuelta en un silencio que pesa más que el propio sueño.
    No tiene ojos, pero sé que me está mirando.

    Me tiembla el pecho…
    Hasta que algo en mí se quiebra de rabia.

    Agarro aire con mis pulmones viejos, me enderezo, y grito:

    Lili:
    —¡Ésta noche no!
    —No te vas a apoderar de mi miedo…
    —Soy Lili Queen Ishtar.
    —Soy poderosa.
    —Si no me crees… ¡enfréntate a mí!
    —¡Se acabaron las pesadillas! ¡Se acabó la sombra!

    La muerte se detiene.
    Y ríe.

    Una risa que no pertenece a ningún ser del mundo humano, ni del lunar, ni del caos.
    Una risa que descompone el aire a mi alrededor, que hace crujir mis huesos viejos.

    La muerte da media vuelta y empieza a caminar.
    Sin prisa.
    Como si supiera con absoluta certeza que la seguiré.

    La sigo.


    ---

    La cueva

    Entramos en una cueva negra, húmeda, más profunda que cualquier noche que haya conocido.
    La oscuridad respira.
    La oscuridad espera.

    Al fondo…
    Un espejo.

    La muerte lo señala con un dedo huesudo.

    Me acerco.
    Mis manos temblorosas se alzan hacia el cristal.

    Y ahí está.


    ---

    La revelación

    En el espejo…
    No veo a la anciana.

    Veo a la sombra.
    Mi sombra.
    Esa que se alimentó de asesinos, violadores, corsarios, pecadores.
    Esa que nació en el Jardín de Sombras cuando tenía trece años.
    Esa que conoce palabras que yo no comprendo.
    Esa que me observa desde el fondo de mis pesadillas.

    La sombra me mira.
    Sonríe.

    Me giro para mirar mis manos.

    Ya no están arrugadas.
    Ni humanas.
    Son negras.
    Vaporosas.
    Fluyen como tinta viva.

    Soy yo.
    La sombra.

    Y en el espejo…

    El reflejo es Lili.

    Lili verdadera.
    Mi cuerpo.
    Mi voz.
    Mi luz.

    Ella alza la mano del otro lado del cristal, con un gesto de súplica que me destroza.

    Yo intento gritar.
    Intento decirle que no quiero.
    Que no era esto.
    Que solo quería dejar de tener miedo.

    Pero no tengo voz.
    Solo un susurro que no entiendo.

    Una palabra antigua.

    La sombra la entiende.
    Yo no.


    ---

    El despertar

    El mundo se rompe como un vidrio.

    Y no soy yo quien despierta.

    La que abre los ojos en la cama Ishtar…
    La que respira con mis pulmones…
    La que mira alrededor con mis ojos…
    No soy yo.

    Es la sombra.

    Yo… yo no sé dónde estoy.
    No sé si existo en una grieta, en un sueño, en un rincón del Jardín de Sombras.

    Pero ya no estoy en mi cuerpo.

    Y algo —alguien—
    está caminando con mis pies.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Las noches antes de la luna nueva La habitación está en silencio. La luna menguante parece una sonrisa rota colgada del cielo. Me duermo sin resistencia. Y entonces… --- El sueño Estoy de pie. El aire es denso, como una sopa de invierno. Me miro las manos… arrugadas, temblorosas, casi transparentes. Soy una anciana. Mi respiración es un hilo que se corta a ratos. Mi espalda se dobla como un árbol que ha sobrevivido demasiadas tormentas. Una presencia se acerca por detrás. La siento antes de verla. Un frío que no pertenece al mundo de los vivos. La muerte. Una figura alta, afilada, envuelta en un silencio que pesa más que el propio sueño. No tiene ojos, pero sé que me está mirando. Me tiembla el pecho… Hasta que algo en mí se quiebra de rabia. Agarro aire con mis pulmones viejos, me enderezo, y grito: Lili: —¡Ésta noche no! —No te vas a apoderar de mi miedo… —Soy Lili Queen Ishtar. —Soy poderosa. —Si no me crees… ¡enfréntate a mí! —¡Se acabaron las pesadillas! ¡Se acabó la sombra! La muerte se detiene. Y ríe. Una risa que no pertenece a ningún ser del mundo humano, ni del lunar, ni del caos. Una risa que descompone el aire a mi alrededor, que hace crujir mis huesos viejos. La muerte da media vuelta y empieza a caminar. Sin prisa. Como si supiera con absoluta certeza que la seguiré. La sigo. --- La cueva Entramos en una cueva negra, húmeda, más profunda que cualquier noche que haya conocido. La oscuridad respira. La oscuridad espera. Al fondo… Un espejo. La muerte lo señala con un dedo huesudo. Me acerco. Mis manos temblorosas se alzan hacia el cristal. Y ahí está. --- La revelación En el espejo… No veo a la anciana. Veo a la sombra. Mi sombra. Esa que se alimentó de asesinos, violadores, corsarios, pecadores. Esa que nació en el Jardín de Sombras cuando tenía trece años. Esa que conoce palabras que yo no comprendo. Esa que me observa desde el fondo de mis pesadillas. La sombra me mira. Sonríe. Me giro para mirar mis manos. Ya no están arrugadas. Ni humanas. Son negras. Vaporosas. Fluyen como tinta viva. Soy yo. La sombra. Y en el espejo… El reflejo es Lili. Lili verdadera. Mi cuerpo. Mi voz. Mi luz. Ella alza la mano del otro lado del cristal, con un gesto de súplica que me destroza. Yo intento gritar. Intento decirle que no quiero. Que no era esto. Que solo quería dejar de tener miedo. Pero no tengo voz. Solo un susurro que no entiendo. Una palabra antigua. La sombra la entiende. Yo no. --- El despertar El mundo se rompe como un vidrio. Y no soy yo quien despierta. La que abre los ojos en la cama Ishtar… La que respira con mis pulmones… La que mira alrededor con mis ojos… No soy yo. Es la sombra. Yo… yo no sé dónde estoy. No sé si existo en una grieta, en un sueño, en un rincón del Jardín de Sombras. Pero ya no estoy en mi cuerpo. Y algo —alguien— está caminando con mis pies.
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    Las noches antes de la luna nueva

    La habitación está en silencio.
    La luna menguante parece una sonrisa rota colgada del cielo.

    Me duermo sin resistencia.

    Y entonces…


    ---

    El sueño

    Estoy de pie.
    El aire es denso, como una sopa de invierno.
    Me miro las manos… arrugadas, temblorosas, casi transparentes.

    Soy una anciana.

    Mi respiración es un hilo que se corta a ratos. Mi espalda se dobla como un árbol que ha sobrevivido demasiadas tormentas.

    Una presencia se acerca por detrás.
    La siento antes de verla.
    Un frío que no pertenece al mundo de los vivos.

    La muerte.

    Una figura alta, afilada, envuelta en un silencio que pesa más que el propio sueño.
    No tiene ojos, pero sé que me está mirando.

    Me tiembla el pecho…
    Hasta que algo en mí se quiebra de rabia.

    Agarro aire con mis pulmones viejos, me enderezo, y grito:

    Lili:
    —¡Ésta noche no!
    —No te vas a apoderar de mi miedo…
    —Soy Lili Queen Ishtar.
    —Soy poderosa.
    —Si no me crees… ¡enfréntate a mí!
    —¡Se acabaron las pesadillas! ¡Se acabó la sombra!

    La muerte se detiene.
    Y ríe.

    Una risa que no pertenece a ningún ser del mundo humano, ni del lunar, ni del caos.
    Una risa que descompone el aire a mi alrededor, que hace crujir mis huesos viejos.

    La muerte da media vuelta y empieza a caminar.
    Sin prisa.
    Como si supiera con absoluta certeza que la seguiré.

    La sigo.


    ---

    La cueva

    Entramos en una cueva negra, húmeda, más profunda que cualquier noche que haya conocido.
    La oscuridad respira.
    La oscuridad espera.

    Al fondo…
    Un espejo.

    La muerte lo señala con un dedo huesudo.

    Me acerco.
    Mis manos temblorosas se alzan hacia el cristal.

    Y ahí está.


    ---

    La revelación

    En el espejo…
    No veo a la anciana.

    Veo a la sombra.
    Mi sombra.
    Esa que se alimentó de asesinos, violadores, corsarios, pecadores.
    Esa que nació en el Jardín de Sombras cuando tenía trece años.
    Esa que conoce palabras que yo no comprendo.
    Esa que me observa desde el fondo de mis pesadillas.

    La sombra me mira.
    Sonríe.

    Me giro para mirar mis manos.

    Ya no están arrugadas.
    Ni humanas.
    Son negras.
    Vaporosas.
    Fluyen como tinta viva.

    Soy yo.
    La sombra.

    Y en el espejo…

    El reflejo es Lili.

    Lili verdadera.
    Mi cuerpo.
    Mi voz.
    Mi luz.

    Ella alza la mano del otro lado del cristal, con un gesto de súplica que me destroza.

    Yo intento gritar.
    Intento decirle que no quiero.
    Que no era esto.
    Que solo quería dejar de tener miedo.

    Pero no tengo voz.
    Solo un susurro que no entiendo.

    Una palabra antigua.

    La sombra la entiende.
    Yo no.


    ---

    El despertar

    El mundo se rompe como un vidrio.

    Y no soy yo quien despierta.

    La que abre los ojos en la cama Ishtar…
    La que respira con mis pulmones…
    La que mira alrededor con mis ojos…
    No soy yo.

    Es la sombra.

    Yo… yo no sé dónde estoy.
    No sé si existo en una grieta, en un sueño, en un rincón del Jardín de Sombras.

    Pero ya no estoy en mi cuerpo.

    Y algo —alguien—
    está caminando con mis pies.
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    Las noches antes de la luna nueva

    La habitación está en silencio.
    La luna menguante parece una sonrisa rota colgada del cielo.

    Me duermo sin resistencia.

    Y entonces…


    ---

    El sueño

    Estoy de pie.
    El aire es denso, como una sopa de invierno.
    Me miro las manos… arrugadas, temblorosas, casi transparentes.

    Soy una anciana.

    Mi respiración es un hilo que se corta a ratos. Mi espalda se dobla como un árbol que ha sobrevivido demasiadas tormentas.

    Una presencia se acerca por detrás.
    La siento antes de verla.
    Un frío que no pertenece al mundo de los vivos.

    La muerte.

    Una figura alta, afilada, envuelta en un silencio que pesa más que el propio sueño.
    No tiene ojos, pero sé que me está mirando.

    Me tiembla el pecho…
    Hasta que algo en mí se quiebra de rabia.

    Agarro aire con mis pulmones viejos, me enderezo, y grito:

    Lili:
    —¡Ésta noche no!
    —No te vas a apoderar de mi miedo…
    —Soy Lili Queen Ishtar.
    —Soy poderosa.
    —Si no me crees… ¡enfréntate a mí!
    —¡Se acabaron las pesadillas! ¡Se acabó la sombra!

    La muerte se detiene.
    Y ríe.

    Una risa que no pertenece a ningún ser del mundo humano, ni del lunar, ni del caos.
    Una risa que descompone el aire a mi alrededor, que hace crujir mis huesos viejos.

    La muerte da media vuelta y empieza a caminar.
    Sin prisa.
    Como si supiera con absoluta certeza que la seguiré.

    La sigo.


    ---

    La cueva

    Entramos en una cueva negra, húmeda, más profunda que cualquier noche que haya conocido.
    La oscuridad respira.
    La oscuridad espera.

    Al fondo…
    Un espejo.

    La muerte lo señala con un dedo huesudo.

    Me acerco.
    Mis manos temblorosas se alzan hacia el cristal.

    Y ahí está.


    ---

    La revelación

    En el espejo…
    No veo a la anciana.

    Veo a la sombra.
    Mi sombra.
    Esa que se alimentó de asesinos, violadores, corsarios, pecadores.
    Esa que nació en el Jardín de Sombras cuando tenía trece años.
    Esa que conoce palabras que yo no comprendo.
    Esa que me observa desde el fondo de mis pesadillas.

    La sombra me mira.
    Sonríe.

    Me giro para mirar mis manos.

    Ya no están arrugadas.
    Ni humanas.
    Son negras.
    Vaporosas.
    Fluyen como tinta viva.

    Soy yo.
    La sombra.

    Y en el espejo…

    El reflejo es Lili.

    Lili verdadera.
    Mi cuerpo.
    Mi voz.
    Mi luz.

    Ella alza la mano del otro lado del cristal, con un gesto de súplica que me destroza.

    Yo intento gritar.
    Intento decirle que no quiero.
    Que no era esto.
    Que solo quería dejar de tener miedo.

    Pero no tengo voz.
    Solo un susurro que no entiendo.

    Una palabra antigua.

    La sombra la entiende.
    Yo no.


    ---

    El despertar

    El mundo se rompe como un vidrio.

    Y no soy yo quien despierta.

    La que abre los ojos en la cama Ishtar…
    La que respira con mis pulmones…
    La que mira alrededor con mis ojos…
    No soy yo.

    Es la sombra.

    Yo… yo no sé dónde estoy.
    No sé si existo en una grieta, en un sueño, en un rincón del Jardín de Sombras.

    Pero ya no estoy en mi cuerpo.

    Y algo —alguien—
    está caminando con mis pies.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Las noches antes de la luna nueva La habitación está en silencio. La luna menguante parece una sonrisa rota colgada del cielo. Me duermo sin resistencia. Y entonces… --- El sueño Estoy de pie. El aire es denso, como una sopa de invierno. Me miro las manos… arrugadas, temblorosas, casi transparentes. Soy una anciana. Mi respiración es un hilo que se corta a ratos. Mi espalda se dobla como un árbol que ha sobrevivido demasiadas tormentas. Una presencia se acerca por detrás. La siento antes de verla. Un frío que no pertenece al mundo de los vivos. La muerte. Una figura alta, afilada, envuelta en un silencio que pesa más que el propio sueño. No tiene ojos, pero sé que me está mirando. Me tiembla el pecho… Hasta que algo en mí se quiebra de rabia. Agarro aire con mis pulmones viejos, me enderezo, y grito: Lili: —¡Ésta noche no! —No te vas a apoderar de mi miedo… —Soy Lili Queen Ishtar. —Soy poderosa. —Si no me crees… ¡enfréntate a mí! —¡Se acabaron las pesadillas! ¡Se acabó la sombra! La muerte se detiene. Y ríe. Una risa que no pertenece a ningún ser del mundo humano, ni del lunar, ni del caos. Una risa que descompone el aire a mi alrededor, que hace crujir mis huesos viejos. La muerte da media vuelta y empieza a caminar. Sin prisa. Como si supiera con absoluta certeza que la seguiré. La sigo. --- La cueva Entramos en una cueva negra, húmeda, más profunda que cualquier noche que haya conocido. La oscuridad respira. La oscuridad espera. Al fondo… Un espejo. La muerte lo señala con un dedo huesudo. Me acerco. Mis manos temblorosas se alzan hacia el cristal. Y ahí está. --- La revelación En el espejo… No veo a la anciana. Veo a la sombra. Mi sombra. Esa que se alimentó de asesinos, violadores, corsarios, pecadores. Esa que nació en el Jardín de Sombras cuando tenía trece años. Esa que conoce palabras que yo no comprendo. Esa que me observa desde el fondo de mis pesadillas. La sombra me mira. Sonríe. Me giro para mirar mis manos. Ya no están arrugadas. Ni humanas. Son negras. Vaporosas. Fluyen como tinta viva. Soy yo. La sombra. Y en el espejo… El reflejo es Lili. Lili verdadera. Mi cuerpo. Mi voz. Mi luz. Ella alza la mano del otro lado del cristal, con un gesto de súplica que me destroza. Yo intento gritar. Intento decirle que no quiero. Que no era esto. Que solo quería dejar de tener miedo. Pero no tengo voz. Solo un susurro que no entiendo. Una palabra antigua. La sombra la entiende. Yo no. --- El despertar El mundo se rompe como un vidrio. Y no soy yo quien despierta. La que abre los ojos en la cama Ishtar… La que respira con mis pulmones… La que mira alrededor con mis ojos… No soy yo. Es la sombra. Yo… yo no sé dónde estoy. No sé si existo en una grieta, en un sueño, en un rincón del Jardín de Sombras. Pero ya no estoy en mi cuerpo. Y algo —alguien— está caminando con mis pies.
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    La guerra que no era mía

    La noche siguiente, el silencio del castillo pesa más que el sueño.
    La luna, tímida, ya menguante, observa desde su herida de luz.
    Y yo… yo siento en mi pecho algo que late al revés,
    como si una segunda respiración tratara de acompañar a la mía.

    Cuando por fin me duermo, caigo.


    ---

    La visión

    Soy un hombre.
    Un soldado.
    Llevo un uniforme que no conozco, pero mis manos —grandes, ásperas, ajenas— saben cómo sostener el fusil.
    Huele a sangre seca. A tierra quemada. A derrota.

    El campo de batalla es un cementerio abierto:
    mis aliados yacen rotos, desparramados entre barro y metralla.
    No queda nadie.
    Ni un gemido.
    Ni un dios que escuche.

    Mis piernas tiemblan.
    Estoy herido, muy herido.
    Me arrodillo esperando el sonido lejano de un rescate.
    Un helicóptero…
    Una bengala…
    Una voz amiga…

    Pero sólo llega ella.
    La Sombra.

    No camina: se desliza,
    como si el suelo fuera un espejo que la refleja y la arrastra a la vez.
    Se detiene frente a mí y siento que me mira.
    Que ya me conoce.
    Que me ha estado esperando desde antes de que yo existiera.

    No habla, pero me entiende.
    No toca, pero me posee.

    Y empiezo a desaparecer.

    Su oscuridad me trepa por los brazos,
    me envuelve el cuello,
    me llena los pulmones con un silencio perfecto.
    No hay dolor.
    No hay miedo.
    Sólo una rendición dulce, inevitable.

    Cuando la Sombra me consume por completo,
    despierto.


    ---

    El despertar

    Me incorporo de golpe, jadeando.
    La habitación está igual de oscura que la noche anterior…
    pero dentro de mí, inexplicablemente, hay paz.
    Una calma que no debería existir después de algo así.
    Una certeza muda: “No era un enemigo… era un regreso.”

    Me acomodo entre las sábanas, aún temblorosa.
    La luna menguante se cuela por la ventana,
    clavando un rayo fino y plateado sobre mi pecho,
    como si marcara allí un símbolo que sólo ella reconoce.

    Cierro los ojos.
    Y esta vez, duermo como un bebé.

    La noche me abraza.
    La Sombra también.
    Y por primera vez… no me siento sola.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La guerra que no era mía La noche siguiente, el silencio del castillo pesa más que el sueño. La luna, tímida, ya menguante, observa desde su herida de luz. Y yo… yo siento en mi pecho algo que late al revés, como si una segunda respiración tratara de acompañar a la mía. Cuando por fin me duermo, caigo. --- La visión Soy un hombre. Un soldado. Llevo un uniforme que no conozco, pero mis manos —grandes, ásperas, ajenas— saben cómo sostener el fusil. Huele a sangre seca. A tierra quemada. A derrota. El campo de batalla es un cementerio abierto: mis aliados yacen rotos, desparramados entre barro y metralla. No queda nadie. Ni un gemido. Ni un dios que escuche. Mis piernas tiemblan. Estoy herido, muy herido. Me arrodillo esperando el sonido lejano de un rescate. Un helicóptero… Una bengala… Una voz amiga… Pero sólo llega ella. La Sombra. No camina: se desliza, como si el suelo fuera un espejo que la refleja y la arrastra a la vez. Se detiene frente a mí y siento que me mira. Que ya me conoce. Que me ha estado esperando desde antes de que yo existiera. No habla, pero me entiende. No toca, pero me posee. Y empiezo a desaparecer. Su oscuridad me trepa por los brazos, me envuelve el cuello, me llena los pulmones con un silencio perfecto. No hay dolor. No hay miedo. Sólo una rendición dulce, inevitable. Cuando la Sombra me consume por completo, despierto. --- El despertar Me incorporo de golpe, jadeando. La habitación está igual de oscura que la noche anterior… pero dentro de mí, inexplicablemente, hay paz. Una calma que no debería existir después de algo así. Una certeza muda: “No era un enemigo… era un regreso.” Me acomodo entre las sábanas, aún temblorosa. La luna menguante se cuela por la ventana, clavando un rayo fino y plateado sobre mi pecho, como si marcara allí un símbolo que sólo ella reconoce. Cierro los ojos. Y esta vez, duermo como un bebé. La noche me abraza. La Sombra también. Y por primera vez… no me siento sola.
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    La guerra que no era mía

    La noche siguiente, el silencio del castillo pesa más que el sueño.
    La luna, tímida, ya menguante, observa desde su herida de luz.
    Y yo… yo siento en mi pecho algo que late al revés,
    como si una segunda respiración tratara de acompañar a la mía.

    Cuando por fin me duermo, caigo.


    ---

    La visión

    Soy un hombre.
    Un soldado.
    Llevo un uniforme que no conozco, pero mis manos —grandes, ásperas, ajenas— saben cómo sostener el fusil.
    Huele a sangre seca. A tierra quemada. A derrota.

    El campo de batalla es un cementerio abierto:
    mis aliados yacen rotos, desparramados entre barro y metralla.
    No queda nadie.
    Ni un gemido.
    Ni un dios que escuche.

    Mis piernas tiemblan.
    Estoy herido, muy herido.
    Me arrodillo esperando el sonido lejano de un rescate.
    Un helicóptero…
    Una bengala…
    Una voz amiga…

    Pero sólo llega ella.
    La Sombra.

    No camina: se desliza,
    como si el suelo fuera un espejo que la refleja y la arrastra a la vez.
    Se detiene frente a mí y siento que me mira.
    Que ya me conoce.
    Que me ha estado esperando desde antes de que yo existiera.

    No habla, pero me entiende.
    No toca, pero me posee.

    Y empiezo a desaparecer.

    Su oscuridad me trepa por los brazos,
    me envuelve el cuello,
    me llena los pulmones con un silencio perfecto.
    No hay dolor.
    No hay miedo.
    Sólo una rendición dulce, inevitable.

    Cuando la Sombra me consume por completo,
    despierto.


    ---

    El despertar

    Me incorporo de golpe, jadeando.
    La habitación está igual de oscura que la noche anterior…
    pero dentro de mí, inexplicablemente, hay paz.
    Una calma que no debería existir después de algo así.
    Una certeza muda: “No era un enemigo… era un regreso.”

    Me acomodo entre las sábanas, aún temblorosa.
    La luna menguante se cuela por la ventana,
    clavando un rayo fino y plateado sobre mi pecho,
    como si marcara allí un símbolo que sólo ella reconoce.

    Cierro los ojos.
    Y esta vez, duermo como un bebé.

    La noche me abraza.
    La Sombra también.
    Y por primera vez… no me siento sola.
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    La guerra que no era mía

    La noche siguiente, el silencio del castillo pesa más que el sueño.
    La luna, tímida, ya menguante, observa desde su herida de luz.
    Y yo… yo siento en mi pecho algo que late al revés,
    como si una segunda respiración tratara de acompañar a la mía.

    Cuando por fin me duermo, caigo.


    ---

    La visión

    Soy un hombre.
    Un soldado.
    Llevo un uniforme que no conozco, pero mis manos —grandes, ásperas, ajenas— saben cómo sostener el fusil.
    Huele a sangre seca. A tierra quemada. A derrota.

    El campo de batalla es un cementerio abierto:
    mis aliados yacen rotos, desparramados entre barro y metralla.
    No queda nadie.
    Ni un gemido.
    Ni un dios que escuche.

    Mis piernas tiemblan.
    Estoy herido, muy herido.
    Me arrodillo esperando el sonido lejano de un rescate.
    Un helicóptero…
    Una bengala…
    Una voz amiga…

    Pero sólo llega ella.
    La Sombra.

    No camina: se desliza,
    como si el suelo fuera un espejo que la refleja y la arrastra a la vez.
    Se detiene frente a mí y siento que me mira.
    Que ya me conoce.
    Que me ha estado esperando desde antes de que yo existiera.

    No habla, pero me entiende.
    No toca, pero me posee.

    Y empiezo a desaparecer.

    Su oscuridad me trepa por los brazos,
    me envuelve el cuello,
    me llena los pulmones con un silencio perfecto.
    No hay dolor.
    No hay miedo.
    Sólo una rendición dulce, inevitable.

    Cuando la Sombra me consume por completo,
    despierto.


    ---

    El despertar

    Me incorporo de golpe, jadeando.
    La habitación está igual de oscura que la noche anterior…
    pero dentro de mí, inexplicablemente, hay paz.
    Una calma que no debería existir después de algo así.
    Una certeza muda: “No era un enemigo… era un regreso.”

    Me acomodo entre las sábanas, aún temblorosa.
    La luna menguante se cuela por la ventana,
    clavando un rayo fino y plateado sobre mi pecho,
    como si marcara allí un símbolo que sólo ella reconoce.

    Cierro los ojos.
    Y esta vez, duermo como un bebé.

    La noche me abraza.
    La Sombra también.
    Y por primera vez… no me siento sola.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La guerra que no era mía La noche siguiente, el silencio del castillo pesa más que el sueño. La luna, tímida, ya menguante, observa desde su herida de luz. Y yo… yo siento en mi pecho algo que late al revés, como si una segunda respiración tratara de acompañar a la mía. Cuando por fin me duermo, caigo. --- La visión Soy un hombre. Un soldado. Llevo un uniforme que no conozco, pero mis manos —grandes, ásperas, ajenas— saben cómo sostener el fusil. Huele a sangre seca. A tierra quemada. A derrota. El campo de batalla es un cementerio abierto: mis aliados yacen rotos, desparramados entre barro y metralla. No queda nadie. Ni un gemido. Ni un dios que escuche. Mis piernas tiemblan. Estoy herido, muy herido. Me arrodillo esperando el sonido lejano de un rescate. Un helicóptero… Una bengala… Una voz amiga… Pero sólo llega ella. La Sombra. No camina: se desliza, como si el suelo fuera un espejo que la refleja y la arrastra a la vez. Se detiene frente a mí y siento que me mira. Que ya me conoce. Que me ha estado esperando desde antes de que yo existiera. No habla, pero me entiende. No toca, pero me posee. Y empiezo a desaparecer. Su oscuridad me trepa por los brazos, me envuelve el cuello, me llena los pulmones con un silencio perfecto. No hay dolor. No hay miedo. Sólo una rendición dulce, inevitable. Cuando la Sombra me consume por completo, despierto. --- El despertar Me incorporo de golpe, jadeando. La habitación está igual de oscura que la noche anterior… pero dentro de mí, inexplicablemente, hay paz. Una calma que no debería existir después de algo así. Una certeza muda: “No era un enemigo… era un regreso.” Me acomodo entre las sábanas, aún temblorosa. La luna menguante se cuela por la ventana, clavando un rayo fino y plateado sobre mi pecho, como si marcara allí un símbolo que sólo ella reconoce. Cierro los ojos. Y esta vez, duermo como un bebé. La noche me abraza. La Sombra también. Y por primera vez… no me siento sola.
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