Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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El despertar de mi nueva yo
La luz…
Qué cruel podía ser la luz después de tanto tiempo en el Jardín de Sombras.
Parpadeo.
Mis pupilas tiemblan, dilatadas, intentando recordar cómo se respira en un mundo que no es oscuro.
Mi cuerpo… diferente. Más alto, más firme, más definido.
Tres días fuera.
Tres años dentro.
Tres años caminando entre murmullos sin rostro, aprendiendo el idioma de las sombras, cantando con ellas, sobreviviendo a su hambre y a su cariño torcido.
Aún siento en los labios el roce de Akane.
Aquel beso…
Ese instante robado mientras la sombra la tragaba.
¿Fue real?
¿Fue un sueño?
Mi corazón no sabe la diferencia y quizá… eso ya no importa.
Camino con mi flor de loto entre los dedos, la única constancia de mi noche eterna, hacia lo que un día llamé hogar.
La esperanza aún me quema en la garganta, aunque sé que es tonta, ingenua, casi infantil.
Oz no está esperándome.
No está en la entrada.
No está en ninguna parte.
Y duele.
Duele de una manera que no sabía que existía.
Akane tampoco está.
Mi Renge no me espera sonriendo.
No está en la cocina riéndose de mis despistes.
No me abraza por la espalda como siempre hacía cuando iba a decir algo importante.
Estoy sola.
O eso creía.
Porque en cuanto cruzo el umbral, Jennifer y Ayane me envuelven.
Jennifer llora.
Ayane me mira como si hubiera regresado de entre los muertos.
—Lili… mi niña… —susurra Jennifer, y algo en mí se quiebra.
Ella me cuenta lo que pasó durante mi ausencia.
Que tras el regreso de Oz, tuvo que buscar al Ejército del Caos para saber a quién seguían realmente.
Que para su sorpresa…
Oz nunca los reclamó.
Yo no respondo.
No hace falta.
Mi pecho ya lo entiende:
Oz me dejó a Jennifer.
Para que yo pudiera vivir algo que él nunca supo darme:
una madre.
Lo entendí.
Y lo odié.
Su regreso sólo me trajo soledad.
Si él no hubiera vuelto, Akane seguiría aquí.
Si él no hubiera marchado, yo no habría caído tanto.
Oz…
Oz…
Mi mente es un campo de emociones rotas.
Pero entonces Jennifer me abraza.
Y ocurre.
Algo se despierta en mis entrañas.
Un rugido profundo, antiguo, como si una criatura dormida durante eras hubiera abierto un ojo dentro de mí.
Mi piel arde.
Mi sombra se estremece.
El aire alrededor se vuelve pesado, eléctrico.
Un vínculo.
Un vínculo ancestral, nacido del abrazo de una madre a su hija.
Y entonces la escucho.
La voz.
No es humana.
No es sombra.
No es luna.
Es dragón.
Un dragón guardián despertándose dentro de mí, uno que parece reconocerme como si me hubiera estado esperando desde antes de mi nacimiento.
Jennifer me sostiene mientras tiemblo.
—No tengas miedo —me susurra—. Arc está contigo.
Ese nombre retumba en mis huesos.
Arc.
La sacerdotisa ancestral de Elune.
La madre espiritual de Jennifer.
La guía de los Elunai.
—Esta vez no adoptó forma humana —continúa—. Tomó la forma de un dragón. Tu dragón.
El que te ayudará a dominar tu sombra…
El que te ayudará a dominarte a ti misma.
Y entonces lo siento.
Una presencia gigantesca, benigna y peligrosa a la vez.
Un espíritu que se enrosca alrededor de mi alma.
Sus alas me envuelven.
Su fuego no quema: purifica.
Y sus ojos… sus ojos ven a través de mí, hasta el lugar donde Akane se sacrificó, hasta el rincón donde mi sombra aún canta.
No estoy sola.
Ni completamente libre.
Ni completamente perdida.
Estoy en el punto exacto donde las sombras se inclinan ante un dragón.
Y ese dragón… late dentro de mí.
El despertar de mi nueva yo
La luz…
Qué cruel podía ser la luz después de tanto tiempo en el Jardín de Sombras.
Parpadeo.
Mis pupilas tiemblan, dilatadas, intentando recordar cómo se respira en un mundo que no es oscuro.
Mi cuerpo… diferente. Más alto, más firme, más definido.
Tres días fuera.
Tres años dentro.
Tres años caminando entre murmullos sin rostro, aprendiendo el idioma de las sombras, cantando con ellas, sobreviviendo a su hambre y a su cariño torcido.
Aún siento en los labios el roce de Akane.
Aquel beso…
Ese instante robado mientras la sombra la tragaba.
¿Fue real?
¿Fue un sueño?
Mi corazón no sabe la diferencia y quizá… eso ya no importa.
Camino con mi flor de loto entre los dedos, la única constancia de mi noche eterna, hacia lo que un día llamé hogar.
La esperanza aún me quema en la garganta, aunque sé que es tonta, ingenua, casi infantil.
Oz no está esperándome.
No está en la entrada.
No está en ninguna parte.
Y duele.
Duele de una manera que no sabía que existía.
Akane tampoco está.
Mi Renge no me espera sonriendo.
No está en la cocina riéndose de mis despistes.
No me abraza por la espalda como siempre hacía cuando iba a decir algo importante.
Estoy sola.
O eso creía.
Porque en cuanto cruzo el umbral, Jennifer y Ayane me envuelven.
Jennifer llora.
Ayane me mira como si hubiera regresado de entre los muertos.
—Lili… mi niña… —susurra Jennifer, y algo en mí se quiebra.
Ella me cuenta lo que pasó durante mi ausencia.
Que tras el regreso de Oz, tuvo que buscar al Ejército del Caos para saber a quién seguían realmente.
Que para su sorpresa…
Oz nunca los reclamó.
Yo no respondo.
No hace falta.
Mi pecho ya lo entiende:
Oz me dejó a Jennifer.
Para que yo pudiera vivir algo que él nunca supo darme:
una madre.
Lo entendí.
Y lo odié.
Su regreso sólo me trajo soledad.
Si él no hubiera vuelto, Akane seguiría aquí.
Si él no hubiera marchado, yo no habría caído tanto.
Oz…
Oz…
Mi mente es un campo de emociones rotas.
Pero entonces Jennifer me abraza.
Y ocurre.
Algo se despierta en mis entrañas.
Un rugido profundo, antiguo, como si una criatura dormida durante eras hubiera abierto un ojo dentro de mí.
Mi piel arde.
Mi sombra se estremece.
El aire alrededor se vuelve pesado, eléctrico.
Un vínculo.
Un vínculo ancestral, nacido del abrazo de una madre a su hija.
Y entonces la escucho.
La voz.
No es humana.
No es sombra.
No es luna.
Es dragón.
Un dragón guardián despertándose dentro de mí, uno que parece reconocerme como si me hubiera estado esperando desde antes de mi nacimiento.
Jennifer me sostiene mientras tiemblo.
—No tengas miedo —me susurra—. Arc está contigo.
Ese nombre retumba en mis huesos.
Arc.
La sacerdotisa ancestral de Elune.
La madre espiritual de Jennifer.
La guía de los Elunai.
—Esta vez no adoptó forma humana —continúa—. Tomó la forma de un dragón. Tu dragón.
El que te ayudará a dominar tu sombra…
El que te ayudará a dominarte a ti misma.
Y entonces lo siento.
Una presencia gigantesca, benigna y peligrosa a la vez.
Un espíritu que se enrosca alrededor de mi alma.
Sus alas me envuelven.
Su fuego no quema: purifica.
Y sus ojos… sus ojos ven a través de mí, hasta el lugar donde Akane se sacrificó, hasta el rincón donde mi sombra aún canta.
No estoy sola.
Ni completamente libre.
Ni completamente perdida.
Estoy en el punto exacto donde las sombras se inclinan ante un dragón.
Y ese dragón… late dentro de mí.
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El despertar de mi nueva yo
La luz…
Qué cruel podía ser la luz después de tanto tiempo en el Jardín de Sombras.
Parpadeo.
Mis pupilas tiemblan, dilatadas, intentando recordar cómo se respira en un mundo que no es oscuro.
Mi cuerpo… diferente. Más alto, más firme, más definido.
Tres días fuera.
Tres años dentro.
Tres años caminando entre murmullos sin rostro, aprendiendo el idioma de las sombras, cantando con ellas, sobreviviendo a su hambre y a su cariño torcido.
Aún siento en los labios el roce de Akane.
Aquel beso…
Ese instante robado mientras la sombra la tragaba.
¿Fue real?
¿Fue un sueño?
Mi corazón no sabe la diferencia y quizá… eso ya no importa.
Camino con mi flor de loto entre los dedos, la única constancia de mi noche eterna, hacia lo que un día llamé hogar.
La esperanza aún me quema en la garganta, aunque sé que es tonta, ingenua, casi infantil.
Oz no está esperándome.
No está en la entrada.
No está en ninguna parte.
Y duele.
Duele de una manera que no sabía que existía.
Akane tampoco está.
Mi Renge no me espera sonriendo.
No está en la cocina riéndose de mis despistes.
No me abraza por la espalda como siempre hacía cuando iba a decir algo importante.
Estoy sola.
O eso creía.
Porque en cuanto cruzo el umbral, Jennifer y Ayane me envuelven.
Jennifer llora.
Ayane me mira como si hubiera regresado de entre los muertos.
—Lili… mi niña… —susurra Jennifer, y algo en mí se quiebra.
Ella me cuenta lo que pasó durante mi ausencia.
Que tras el regreso de Oz, tuvo que buscar al Ejército del Caos para saber a quién seguían realmente.
Que para su sorpresa…
Oz nunca los reclamó.
Yo no respondo.
No hace falta.
Mi pecho ya lo entiende:
Oz me dejó a Jennifer.
Para que yo pudiera vivir algo que él nunca supo darme:
una madre.
Lo entendí.
Y lo odié.
Su regreso sólo me trajo soledad.
Si él no hubiera vuelto, Akane seguiría aquí.
Si él no hubiera marchado, yo no habría caído tanto.
Oz…
Oz…
Mi mente es un campo de emociones rotas.
Pero entonces Jennifer me abraza.
Y ocurre.
Algo se despierta en mis entrañas.
Un rugido profundo, antiguo, como si una criatura dormida durante eras hubiera abierto un ojo dentro de mí.
Mi piel arde.
Mi sombra se estremece.
El aire alrededor se vuelve pesado, eléctrico.
Un vínculo.
Un vínculo ancestral, nacido del abrazo de una madre a su hija.
Y entonces la escucho.
La voz.
No es humana.
No es sombra.
No es luna.
Es dragón.
Un dragón guardián despertándose dentro de mí, uno que parece reconocerme como si me hubiera estado esperando desde antes de mi nacimiento.
Jennifer me sostiene mientras tiemblo.
—No tengas miedo —me susurra—. Arc está contigo.
Ese nombre retumba en mis huesos.
Arc.
La sacerdotisa ancestral de Elune.
La madre espiritual de Jennifer.
La guía de los Elunai.
—Esta vez no adoptó forma humana —continúa—. Tomó la forma de un dragón. Tu dragón.
El que te ayudará a dominar tu sombra…
El que te ayudará a dominarte a ti misma.
Y entonces lo siento.
Una presencia gigantesca, benigna y peligrosa a la vez.
Un espíritu que se enrosca alrededor de mi alma.
Sus alas me envuelven.
Su fuego no quema: purifica.
Y sus ojos… sus ojos ven a través de mí, hasta el lugar donde Akane se sacrificó, hasta el rincón donde mi sombra aún canta.
No estoy sola.
Ni completamente libre.
Ni completamente perdida.
Estoy en el punto exacto donde las sombras se inclinan ante un dragón.
Y ese dragón… late dentro de mí.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
El despertar de mi nueva yo
La luz…
Qué cruel podía ser la luz después de tanto tiempo en el Jardín de Sombras.
Parpadeo.
Mis pupilas tiemblan, dilatadas, intentando recordar cómo se respira en un mundo que no es oscuro.
Mi cuerpo… diferente. Más alto, más firme, más definido.
Tres días fuera.
Tres años dentro.
Tres años caminando entre murmullos sin rostro, aprendiendo el idioma de las sombras, cantando con ellas, sobreviviendo a su hambre y a su cariño torcido.
Aún siento en los labios el roce de Akane.
Aquel beso…
Ese instante robado mientras la sombra la tragaba.
¿Fue real?
¿Fue un sueño?
Mi corazón no sabe la diferencia y quizá… eso ya no importa.
Camino con mi flor de loto entre los dedos, la única constancia de mi noche eterna, hacia lo que un día llamé hogar.
La esperanza aún me quema en la garganta, aunque sé que es tonta, ingenua, casi infantil.
Oz no está esperándome.
No está en la entrada.
No está en ninguna parte.
Y duele.
Duele de una manera que no sabía que existía.
Akane tampoco está.
Mi Renge no me espera sonriendo.
No está en la cocina riéndose de mis despistes.
No me abraza por la espalda como siempre hacía cuando iba a decir algo importante.
Estoy sola.
O eso creía.
Porque en cuanto cruzo el umbral, Jennifer y Ayane me envuelven.
Jennifer llora.
Ayane me mira como si hubiera regresado de entre los muertos.
—Lili… mi niña… —susurra Jennifer, y algo en mí se quiebra.
Ella me cuenta lo que pasó durante mi ausencia.
Que tras el regreso de Oz, tuvo que buscar al Ejército del Caos para saber a quién seguían realmente.
Que para su sorpresa…
Oz nunca los reclamó.
Yo no respondo.
No hace falta.
Mi pecho ya lo entiende:
Oz me dejó a Jennifer.
Para que yo pudiera vivir algo que él nunca supo darme:
una madre.
Lo entendí.
Y lo odié.
Su regreso sólo me trajo soledad.
Si él no hubiera vuelto, Akane seguiría aquí.
Si él no hubiera marchado, yo no habría caído tanto.
Oz…
Oz…
Mi mente es un campo de emociones rotas.
Pero entonces Jennifer me abraza.
Y ocurre.
Algo se despierta en mis entrañas.
Un rugido profundo, antiguo, como si una criatura dormida durante eras hubiera abierto un ojo dentro de mí.
Mi piel arde.
Mi sombra se estremece.
El aire alrededor se vuelve pesado, eléctrico.
Un vínculo.
Un vínculo ancestral, nacido del abrazo de una madre a su hija.
Y entonces la escucho.
La voz.
No es humana.
No es sombra.
No es luna.
Es dragón.
Un dragón guardián despertándose dentro de mí, uno que parece reconocerme como si me hubiera estado esperando desde antes de mi nacimiento.
Jennifer me sostiene mientras tiemblo.
—No tengas miedo —me susurra—. Arc está contigo.
Ese nombre retumba en mis huesos.
Arc.
La sacerdotisa ancestral de Elune.
La madre espiritual de Jennifer.
La guía de los Elunai.
—Esta vez no adoptó forma humana —continúa—. Tomó la forma de un dragón. Tu dragón.
El que te ayudará a dominar tu sombra…
El que te ayudará a dominarte a ti misma.
Y entonces lo siento.
Una presencia gigantesca, benigna y peligrosa a la vez.
Un espíritu que se enrosca alrededor de mi alma.
Sus alas me envuelven.
Su fuego no quema: purifica.
Y sus ojos… sus ojos ven a través de mí, hasta el lugar donde Akane se sacrificó, hasta el rincón donde mi sombra aún canta.
No estoy sola.
Ni completamente libre.
Ni completamente perdida.
Estoy en el punto exacto donde las sombras se inclinan ante un dragón.
Y ese dragón… late dentro de mí.
El despertar de mi nueva yo
La luz…
Qué cruel podía ser la luz después de tanto tiempo en el Jardín de Sombras.
Parpadeo.
Mis pupilas tiemblan, dilatadas, intentando recordar cómo se respira en un mundo que no es oscuro.
Mi cuerpo… diferente. Más alto, más firme, más definido.
Tres días fuera.
Tres años dentro.
Tres años caminando entre murmullos sin rostro, aprendiendo el idioma de las sombras, cantando con ellas, sobreviviendo a su hambre y a su cariño torcido.
Aún siento en los labios el roce de Akane.
Aquel beso…
Ese instante robado mientras la sombra la tragaba.
¿Fue real?
¿Fue un sueño?
Mi corazón no sabe la diferencia y quizá… eso ya no importa.
Camino con mi flor de loto entre los dedos, la única constancia de mi noche eterna, hacia lo que un día llamé hogar.
La esperanza aún me quema en la garganta, aunque sé que es tonta, ingenua, casi infantil.
Oz no está esperándome.
No está en la entrada.
No está en ninguna parte.
Y duele.
Duele de una manera que no sabía que existía.
Akane tampoco está.
Mi Renge no me espera sonriendo.
No está en la cocina riéndose de mis despistes.
No me abraza por la espalda como siempre hacía cuando iba a decir algo importante.
Estoy sola.
O eso creía.
Porque en cuanto cruzo el umbral, Jennifer y Ayane me envuelven.
Jennifer llora.
Ayane me mira como si hubiera regresado de entre los muertos.
—Lili… mi niña… —susurra Jennifer, y algo en mí se quiebra.
Ella me cuenta lo que pasó durante mi ausencia.
Que tras el regreso de Oz, tuvo que buscar al Ejército del Caos para saber a quién seguían realmente.
Que para su sorpresa…
Oz nunca los reclamó.
Yo no respondo.
No hace falta.
Mi pecho ya lo entiende:
Oz me dejó a Jennifer.
Para que yo pudiera vivir algo que él nunca supo darme:
una madre.
Lo entendí.
Y lo odié.
Su regreso sólo me trajo soledad.
Si él no hubiera vuelto, Akane seguiría aquí.
Si él no hubiera marchado, yo no habría caído tanto.
Oz…
Oz…
Mi mente es un campo de emociones rotas.
Pero entonces Jennifer me abraza.
Y ocurre.
Algo se despierta en mis entrañas.
Un rugido profundo, antiguo, como si una criatura dormida durante eras hubiera abierto un ojo dentro de mí.
Mi piel arde.
Mi sombra se estremece.
El aire alrededor se vuelve pesado, eléctrico.
Un vínculo.
Un vínculo ancestral, nacido del abrazo de una madre a su hija.
Y entonces la escucho.
La voz.
No es humana.
No es sombra.
No es luna.
Es dragón.
Un dragón guardián despertándose dentro de mí, uno que parece reconocerme como si me hubiera estado esperando desde antes de mi nacimiento.
Jennifer me sostiene mientras tiemblo.
—No tengas miedo —me susurra—. Arc está contigo.
Ese nombre retumba en mis huesos.
Arc.
La sacerdotisa ancestral de Elune.
La madre espiritual de Jennifer.
La guía de los Elunai.
—Esta vez no adoptó forma humana —continúa—. Tomó la forma de un dragón. Tu dragón.
El que te ayudará a dominar tu sombra…
El que te ayudará a dominarte a ti misma.
Y entonces lo siento.
Una presencia gigantesca, benigna y peligrosa a la vez.
Un espíritu que se enrosca alrededor de mi alma.
Sus alas me envuelven.
Su fuego no quema: purifica.
Y sus ojos… sus ojos ven a través de mí, hasta el lugar donde Akane se sacrificó, hasta el rincón donde mi sombra aún canta.
No estoy sola.
Ni completamente libre.
Ni completamente perdida.
Estoy en el punto exacto donde las sombras se inclinan ante un dragón.
Y ese dragón… late dentro de mí.