• No espero amor ni odio ~
    Ya tengo bastante con mi dolor ~

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    No espero amor ni odio ~ Ya tengo bastante con mi dolor ~ https://vm.tiktok.com/ZMHKEpTFsaHLa-TBmzh/
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  • Sinsmas le resultó más especial que otros años sin duda, aunque al menos había podido divertirse, y desquitarse. Aunque, claro, aquello nunca venía gratis, aunque tampoco le molestaba; no es como que en sinsmas todos no terminasen heridos en mayor o menor medida. Por supuesto, él era de los de menor medida.
    Pero hacerse el desquiciado con la mafia italiana sin duda fue toda una aventura que repetiría.

    Ya para el día siguiente se había despertado con punzadas dolorosas de algunas balas. Como se había bañado se había ido a dormir ¿Lo malo? No se había vendado por lo que su camisa de dormir ahora tenía manchas negras. ¿El otro punto malo? Había sido un osito de consuelo toda la puta noche para cierto borrachito feliz que incluso dormido se le prendió como garrapata. Y demasiado cansado estaba como para batallar toda la noche para que lo soltase, así que acabó por resignarse.
    Sin embargo, ese día se despertó primero. Con siseos dolorosos había logrado apartarse a Arackniss y ahora yacía sentado en el borde de la camaz dándole la espalda. Había ido a por un botiquín y, tras desinfectarse, había comenzado a vendar una herida de su brazo.
    Sinsmas le resultó más especial que otros años sin duda, aunque al menos había podido divertirse, y desquitarse. Aunque, claro, aquello nunca venía gratis, aunque tampoco le molestaba; no es como que en sinsmas todos no terminasen heridos en mayor o menor medida. Por supuesto, él era de los de menor medida. Pero hacerse el desquiciado con la mafia italiana sin duda fue toda una aventura que repetiría. Ya para el día siguiente se había despertado con punzadas dolorosas de algunas balas. Como se había bañado se había ido a dormir ¿Lo malo? No se había vendado por lo que su camisa de dormir ahora tenía manchas negras. ¿El otro punto malo? Había sido un osito de consuelo toda la puta noche para cierto borrachito feliz que incluso dormido se le prendió como garrapata. Y demasiado cansado estaba como para batallar toda la noche para que lo soltase, así que acabó por resignarse. Sin embargo, ese día se despertó primero. Con siseos dolorosos había logrado apartarse a [Grumpyspid3r] y ahora yacía sentado en el borde de la camaz dándole la espalda. Había ido a por un botiquín y, tras desinfectarse, había comenzado a vendar una herida de su brazo.
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  • -Una hormiga soldado al ser capturada por el Hormiguero lo atacó dentro de la boca del Vermilinguo pero pereció violentamente al ser masticada, triturada y devorada, provocando una herida que le hinchó toda la mejilla interior y parte de la trompa, sangrando un poco por la boca... Quejandose de dolor y bajando la hinchazón con una bolsa de hielo.-

    -Una hormiga soldado al ser capturada por el Hormiguero lo atacó dentro de la boca del Vermilinguo pero pereció violentamente al ser masticada, triturada y devorada, provocando una herida que le hinchó toda la mejilla interior y parte de la trompa, sangrando un poco por la boca... Quejandose de dolor y bajando la hinchazón con una bolsa de hielo.-
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  • Siempre es muy triste cuando las personas desaparecen así de repente
    Pero esta vez también es extremo doloroso
    😭😭😭😭😭💔 Siempre es muy triste cuando las personas desaparecen así de repente 😭😭💔 Pero esta vez también es extremo doloroso 😭😭😭😭💔💔
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  • 18-08
    Categoría Otros
    Kazuha

    “Ahora, ¿quién puede decirme cuál es la regla número uno de un vigilante?”

    Voces.

    Ecos que provenían de ningún sitio, y de todos al mismo tiempo. Reverberando en las paredes de piedra, a veces parecían tan cercanos que uno podía jurar estar ahí otra vez, las voces dejando de ser un recuerdo, su vibrar en el aire agitando el serpenteo de las antorchas.

    “¡Muy bien, Kyrie! Ya son cinco preguntas seguidas. ¿Piensas quedarte atrás, Kieran?”

    Voces, sí. Había aprendido a ignorarlas, pero no a callarlas.

    ¿O es que aún quería callarlas? Un mundo en silencio parecía tan distante y extraño, que empezaba a sentirse inhóspito.

    Voces, nada más que voces. Con Kyrie como su epicentro, ondas que distorsionaban los recuerdos, olas que arrastraban lo incómodo, lo doloroso y lo prohibido, desde las profundidades a la superficie. Su ser, una distorsión de la realidad andante.

    Eso -y sólo eso- era ahora. Nada más que un cascarón.

    —Me preguntaste por qué no la había sacado, ¿cierto? —Habló, por fin, después de lo que parecían años. De no ser por el eco de sus pasos en la oscuridad, cualquiera en esas grutas se volvía una sombra, una silueta borrosa de lo que alguna vez fue una persona. Rodeado de las voces, empapado del veneno del memento, la cordura empezaba a perderse.

    Pero se acostumbró. Tenía que acostumbrarse para poder seguirla visitando.

    Pero, ¿qué había de Kazuha? ¿Qué clase de cosas estaba trayendo a flote esa marea inmisericorde que de Kyrie provenía? ¿Qué decían sus voces? ¿Qué mostraban las siluetas en la piedra con el sinuoso danzar de las llamas?

    El carmesí usaba, hacia ella extendía como una sábana que uno se coloca para aplacar el ruido al dormir. Aminoraba el efecto sobre ella, pero no lo cancelaba.

    —Es por esto. Mientras más te acercas a ella, más intenso se vuelve. Si la saco de aquí, no importa a dónde la lleve… el daño que le causaría a la gente es…

    Pausó. Ya estaban frente a la celda, y el efecto empezaba a ser insoportable, desquiciante, doloroso.

    Pero él se acostumbró. Tenía que haberse acostumbrado. ¿Las primeras veces? Ni siquiera podía entrar al pasillo. Aún así, poco a poco y día con día, aprendió a soportar. A escuchar. A dar un paso más cerca, cada vez más cerca.

    —…pero ya no tengo opción. Ya no puedo esperar. Vamos a cortar los barrotes.

    Era fácil. Sorprendentemente fácil, dada la severidad de sus crímenes, cuán destructiva era su existencia.

    Fácil, sí, porque... ¿quién querría liberar a un monstruo?
    [k4zuha] “Ahora, ¿quién puede decirme cuál es la regla número uno de un vigilante?” Voces. Ecos que provenían de ningún sitio, y de todos al mismo tiempo. Reverberando en las paredes de piedra, a veces parecían tan cercanos que uno podía jurar estar ahí otra vez, las voces dejando de ser un recuerdo, su vibrar en el aire agitando el serpenteo de las antorchas. “¡Muy bien, Kyrie! Ya son cinco preguntas seguidas. ¿Piensas quedarte atrás, Kieran?” Voces, sí. Había aprendido a ignorarlas, pero no a callarlas. ¿O es que aún quería callarlas? Un mundo en silencio parecía tan distante y extraño, que empezaba a sentirse inhóspito. Voces, nada más que voces. Con Kyrie como su epicentro, ondas que distorsionaban los recuerdos, olas que arrastraban lo incómodo, lo doloroso y lo prohibido, desde las profundidades a la superficie. Su ser, una distorsión de la realidad andante. Eso -y sólo eso- era ahora. Nada más que un cascarón. —Me preguntaste por qué no la había sacado, ¿cierto? —Habló, por fin, después de lo que parecían años. De no ser por el eco de sus pasos en la oscuridad, cualquiera en esas grutas se volvía una sombra, una silueta borrosa de lo que alguna vez fue una persona. Rodeado de las voces, empapado del veneno del memento, la cordura empezaba a perderse. Pero se acostumbró. Tenía que acostumbrarse para poder seguirla visitando. Pero, ¿qué había de Kazuha? ¿Qué clase de cosas estaba trayendo a flote esa marea inmisericorde que de Kyrie provenía? ¿Qué decían sus voces? ¿Qué mostraban las siluetas en la piedra con el sinuoso danzar de las llamas? El carmesí usaba, hacia ella extendía como una sábana que uno se coloca para aplacar el ruido al dormir. Aminoraba el efecto sobre ella, pero no lo cancelaba. —Es por esto. Mientras más te acercas a ella, más intenso se vuelve. Si la saco de aquí, no importa a dónde la lleve… el daño que le causaría a la gente es… Pausó. Ya estaban frente a la celda, y el efecto empezaba a ser insoportable, desquiciante, doloroso. Pero él se acostumbró. Tenía que haberse acostumbrado. ¿Las primeras veces? Ni siquiera podía entrar al pasillo. Aún así, poco a poco y día con día, aprendió a soportar. A escuchar. A dar un paso más cerca, cada vez más cerca. —…pero ya no tengo opción. Ya no puedo esperar. Vamos a cortar los barrotes. Era fácil. Sorprendentemente fácil, dada la severidad de sus crímenes, cuán destructiva era su existencia. Fácil, sí, porque... ¿quién querría liberar a un monstruo?
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  • ♪ Esta común y corriente canción
    Fue hecha con todo mi corazón
    Para ti, que de lejos se te ve
    Que hay algo causando pena y dolor

    Sé que en silencio sufres sin hablar,
    Sé que sola te sientes, es normal.
    Ven a mí, que todo pasará,
    Olvida todo y conmigo baila ♪
    ♪ Esta común y corriente canción Fue hecha con todo mi corazón Para ti, que de lejos se te ve Que hay algo causando pena y dolor Sé que en silencio sufres sin hablar, Sé que sola te sientes, es normal. Ven a mí, que todo pasará, Olvida todo y conmigo baila ♪
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  • Los días regresaron a una calma engañosa, y con ella, una confianza cautelosa la llevó a aventurarse más allá del corazón de su dominio. Caminó por los bordes de su territorio, allí donde el cementerio de huesos se alzaba como testimonio silencioso de cada victoria, de cada criatura que osó desafiar a la Madre de los Monstruos y cayó bajo su sombra.

    Aquella mañana, sin embargo, el aire estaba… mal. Un aroma metálico quebró la quietud. Sangre. Se detuvo en seco, inclinándose lentamente hasta confirmar lo impensable: un rastro oscuro manchaba la tierra, aún húmedo, pero ya frio.
    Reciente. Su corazón si se tensó. No era el dolor de una bestia desconocida lo que encendía su inquietud, sino una idea mucho más terrible, alguien viniendo por su cría.

    El rastro la obligó a avanzar con prisa, cada paso cargado de un temor que rara vez se permitía sentir. El olor a sangre llenaba el aire, guiándola como un sabuezo, sus sentidos se afinaron, alerta ante cualquier señal: huellas, respiraciones ajenas, la presencia de algo que no debería estar allí.


    ¿Hallaría al final del sendero a una criatura herida, luchando por aferrarse a la vida… o encontraría primero al insensato que se atrevió a derramar sangre tan cerca de su territorio?


    Y si ese alguien seguía respirando… ¿lo haría por mucho tiempo más?

    Ꮩꮜꮮꮯꭺɴꮻ
    Los días regresaron a una calma engañosa, y con ella, una confianza cautelosa la llevó a aventurarse más allá del corazón de su dominio. Caminó por los bordes de su territorio, allí donde el cementerio de huesos se alzaba como testimonio silencioso de cada victoria, de cada criatura que osó desafiar a la Madre de los Monstruos y cayó bajo su sombra. Aquella mañana, sin embargo, el aire estaba… mal. Un aroma metálico quebró la quietud. Sangre. Se detuvo en seco, inclinándose lentamente hasta confirmar lo impensable: un rastro oscuro manchaba la tierra, aún húmedo, pero ya frio. Reciente. Su corazón si se tensó. No era el dolor de una bestia desconocida lo que encendía su inquietud, sino una idea mucho más terrible, alguien viniendo por su cría. El rastro la obligó a avanzar con prisa, cada paso cargado de un temor que rara vez se permitía sentir. El olor a sangre llenaba el aire, guiándola como un sabuezo, sus sentidos se afinaron, alerta ante cualquier señal: huellas, respiraciones ajenas, la presencia de algo que no debería estar allí. ¿Hallaría al final del sendero a una criatura herida, luchando por aferrarse a la vida… o encontraría primero al insensato que se atrevió a derramar sangre tan cerca de su territorio? Y si ese alguien seguía respirando… ¿lo haría por mucho tiempo más? [Beast.tamer]
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  • Los días previos a Navidad, Raden se había encontrado en un estado insólito de absoluta y pura indecisión. Su mente, que parecía un catálogo de reliquias y objetos interesantes, de pronto encontraba que todas las opciones resultaban... insuficientes. Demasiado insuficientes. ¿Un espejo victoriano? ¿Una daga ceremonial?. Había consultado a sus amigas y hasta se había sumergido en las profundidades digitales de 'Gugul', saliendo de allí con dolor de cabeza.

    Nada la convencia. Todo le parecía insuficiente para la obra de arte viviente que era su precioso novio. ¿Que podía darle, que fuera realmente digno de él? ¡¿Es que acaso existía algo, que pudiera ser digno de él?!. Entonces la idea llegó... Quizás el regalo perfecto no era algo extravagante, quizás no era algo que pudiera comprar, adquirir o robar de un museo -aunque esa última idea no la descartaba-. Tal vez, era algo que se debía crear. ¡Aja! ¡Eso era! ¿Cuantas veces había él, preparado comidas y manjares para ella, con una paciencia y un arte que eran otra forma de hechicería? Muchas. Demasiadas. ¡Era su turno! Fallar estrepitosamente era una posibilidad... y por eso mismo, era algo valioso. Ese sería su regalo, su esfuerzo y su posible fracaso, todo envuelto en un intento.

    Desempolvó los libros de cocina -porque el 'yutú' es demasiado complicado- y busco las recetas. ¡Un postre! Porque tal parecía como si hubiera menos probabiludades de fallar con un postre que con una cena. La cocina pronto se transformó en una especie de laboratorio donde la harina volaba por todas partes. Mantequilla, huevos, frutas confitadas, frutos secos y un chorrito de moscatel. La dejó leudar, cubierta con un paño. Y mientras esperaba, la masa de jengibre -harins, melaza, especias- fue extendida y cortada con los moldes que logró conseguir en su cocina: una estrella, una luna creciente y un gatito. Las galletas salieron del horno, perfumando el aire, y las decoró con glacé real.El panettone, ya horneado y dorado, fue su obra principal. La adornó con un glacé en color rojo y escribió un mensaje: 'Feliz Navidad, amor. ~ R'.

    La mesa fue puesta con un mantel de lino y la porcelana blanca del siglo XIX que guardaba para ocasiones especiales. Sobre ella, el panettone y el montón de galletas de jengibre. Pero no era suficiente. Lo mundano necesitaba el sello de lo eterno. Y justo a tiempo, llegó su adquisición final. Un anillo 'guarda-secretos' del siglo XVII. Un aro de plata sobre con incrustaciones de onix. Lo había obtenido tras negociaciones que involucraron tres objetos malditos y una promesa vaga. Su función era simple pero profunda: si él, en algún momento de necesidad o simple deseo, sostenía el anillo y concentraba un pensamiento o mensaje para ella, Raden lo escucharía, dondequiera que estuviera. Sería como tener una llave directa a sus pensamientos.

    Todo estaba listo.

    — Amor, te tengo una sorpresa... —le había dicho antes, colocandose detrás de Donovan Lenheim y cubriendo sus ojos con sus manos -aun ligeramente enharinadas- guiandolo hacia el comedor— ¡Ta-dah! ~

    Al retirar sus manos, él vería la escena. Panettone, galletas de jengibre, y sobre la servilleta de lino junto a un plato, el anillo.

    — ¿Que te parece, hm? ¡Creo que... me volví una alquimista de la repostería! O al menos, logré que algo comestible saliera sin tu ayuda, jeje ~ —luego señaló la pieza de onix— Y ese, es para que nunca, nunca, estemos realmente incomunicados ~
    Los días previos a Navidad, Raden se había encontrado en un estado insólito de absoluta y pura indecisión. Su mente, que parecía un catálogo de reliquias y objetos interesantes, de pronto encontraba que todas las opciones resultaban... insuficientes. Demasiado insuficientes. ¿Un espejo victoriano? ¿Una daga ceremonial?. Había consultado a sus amigas y hasta se había sumergido en las profundidades digitales de 'Gugul', saliendo de allí con dolor de cabeza. Nada la convencia. Todo le parecía insuficiente para la obra de arte viviente que era su precioso novio. ¿Que podía darle, que fuera realmente digno de él? ¡¿Es que acaso existía algo, que pudiera ser digno de él?!. Entonces la idea llegó... Quizás el regalo perfecto no era algo extravagante, quizás no era algo que pudiera comprar, adquirir o robar de un museo -aunque esa última idea no la descartaba-. Tal vez, era algo que se debía crear. ¡Aja! ¡Eso era! ¿Cuantas veces había él, preparado comidas y manjares para ella, con una paciencia y un arte que eran otra forma de hechicería? Muchas. Demasiadas. ¡Era su turno! Fallar estrepitosamente era una posibilidad... y por eso mismo, era algo valioso. Ese sería su regalo, su esfuerzo y su posible fracaso, todo envuelto en un intento. Desempolvó los libros de cocina -porque el 'yutú' es demasiado complicado- y busco las recetas. ¡Un postre! Porque tal parecía como si hubiera menos probabiludades de fallar con un postre que con una cena. La cocina pronto se transformó en una especie de laboratorio donde la harina volaba por todas partes. Mantequilla, huevos, frutas confitadas, frutos secos y un chorrito de moscatel. La dejó leudar, cubierta con un paño. Y mientras esperaba, la masa de jengibre -harins, melaza, especias- fue extendida y cortada con los moldes que logró conseguir en su cocina: una estrella, una luna creciente y un gatito. Las galletas salieron del horno, perfumando el aire, y las decoró con glacé real.El panettone, ya horneado y dorado, fue su obra principal. La adornó con un glacé en color rojo y escribió un mensaje: 'Feliz Navidad, amor. ~ R'. La mesa fue puesta con un mantel de lino y la porcelana blanca del siglo XIX que guardaba para ocasiones especiales. Sobre ella, el panettone y el montón de galletas de jengibre. Pero no era suficiente. Lo mundano necesitaba el sello de lo eterno. Y justo a tiempo, llegó su adquisición final. Un anillo 'guarda-secretos' del siglo XVII. Un aro de plata sobre con incrustaciones de onix. Lo había obtenido tras negociaciones que involucraron tres objetos malditos y una promesa vaga. Su función era simple pero profunda: si él, en algún momento de necesidad o simple deseo, sostenía el anillo y concentraba un pensamiento o mensaje para ella, Raden lo escucharía, dondequiera que estuviera. Sería como tener una llave directa a sus pensamientos. Todo estaba listo. — Amor, te tengo una sorpresa... —le había dicho antes, colocandose detrás de [freaky_lil_monster] y cubriendo sus ojos con sus manos -aun ligeramente enharinadas- guiandolo hacia el comedor— ¡Ta-dah! ~ Al retirar sus manos, él vería la escena. Panettone, galletas de jengibre, y sobre la servilleta de lino junto a un plato, el anillo. — ¿Que te parece, hm? ¡Creo que... me volví una alquimista de la repostería! O al menos, logré que algo comestible saliera sin tu ayuda, jeje ~ —luego señaló la pieza de onix— Y ese, es para que nunca, nunca, estemos realmente incomunicados ~
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  • A veces se pregunta por qué a la gente todo le da igual. Cómo pueden vivir sin detenerse, sin mirar atrás, sin necesitar entender nada. Los ve seguir con sus vidas como si nada hubiera pasado, como si el dolor fuera algo opcional. Y luego está él, que nunca supo hacer eso. Él sigue buscando el porqué, aun sabiendo que cada respuesta le va a doler más que el silencio.

    Se pregunta por qué ella se fue. Por qué lo dejó solo con una hija cuando él todavía estaba aprendiendo a no romperse. Se pregunta en qué momento dejó de ser suficiente, qué no vio venir, qué hizo mal. Sabe que esas preguntas no la traen de vuelta, pero tampoco sabe cómo vivir sin hacérselas. Dejar de preguntar sería aceptar que todo ocurrió sin sentido, y eso le resulta insoportable.

    Mientras otros pasan página sin leerla, él se queda atrapado en cada línea. Fue él quien se quedó, quien tuvo que ser fuerte a la fuerza, quien aprendió a sonreír por su hija mientras por dentro se vaciaba. No cree que haya sido elegido por algo especial; simplemente fue el que no se fue. Y eso, aunque nadie lo diga, también pesa.

    A veces piensa que los demás son más felices porque pasan de todo. Luego entiende que quizá no es felicidad, sino huida. Él no sabe huir. Él se queda con la ausencia, con la rabia, con el amor que no se fue del todo. Se queda preguntándose por qué fue él quien tuvo que convertirse en lo que ahora es: más duro, más callado, más consciente de que querer no siempre basta.

    Sabe que no todas las preguntas tienen respuesta. Lo sabe. Pero aun así sigue haciéndolas. No porque espere justicia, ni cierre, ni consuelo, sino porque entender —aunque duela— es la única forma que conoce de seguir adelante sin perderse del todo. Porque comprender es su manera de sobrevivir.

    Mientras el mundo sigue pasando de todo, él sigue adelante sin entusiasmo, sin épica. No porque haya sanado, sino porque aprendió a cargar. Entendió que no todo se supera, que algunas cosas solo se arrastran con dignidad y aceptó que no hay respuestas para sus preguntas.
    A veces se pregunta por qué a la gente todo le da igual. Cómo pueden vivir sin detenerse, sin mirar atrás, sin necesitar entender nada. Los ve seguir con sus vidas como si nada hubiera pasado, como si el dolor fuera algo opcional. Y luego está él, que nunca supo hacer eso. Él sigue buscando el porqué, aun sabiendo que cada respuesta le va a doler más que el silencio. Se pregunta por qué ella se fue. Por qué lo dejó solo con una hija cuando él todavía estaba aprendiendo a no romperse. Se pregunta en qué momento dejó de ser suficiente, qué no vio venir, qué hizo mal. Sabe que esas preguntas no la traen de vuelta, pero tampoco sabe cómo vivir sin hacérselas. Dejar de preguntar sería aceptar que todo ocurrió sin sentido, y eso le resulta insoportable. Mientras otros pasan página sin leerla, él se queda atrapado en cada línea. Fue él quien se quedó, quien tuvo que ser fuerte a la fuerza, quien aprendió a sonreír por su hija mientras por dentro se vaciaba. No cree que haya sido elegido por algo especial; simplemente fue el que no se fue. Y eso, aunque nadie lo diga, también pesa. A veces piensa que los demás son más felices porque pasan de todo. Luego entiende que quizá no es felicidad, sino huida. Él no sabe huir. Él se queda con la ausencia, con la rabia, con el amor que no se fue del todo. Se queda preguntándose por qué fue él quien tuvo que convertirse en lo que ahora es: más duro, más callado, más consciente de que querer no siempre basta. Sabe que no todas las preguntas tienen respuesta. Lo sabe. Pero aun así sigue haciéndolas. No porque espere justicia, ni cierre, ni consuelo, sino porque entender —aunque duela— es la única forma que conoce de seguir adelante sin perderse del todo. Porque comprender es su manera de sobrevivir. Mientras el mundo sigue pasando de todo, él sigue adelante sin entusiasmo, sin épica. No porque haya sanado, sino porque aprendió a cargar. Entendió que no todo se supera, que algunas cosas solo se arrastran con dignidad y aceptó que no hay respuestas para sus preguntas.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Tenlo en cuenta al responder.
    Parte VIII - El eco de los pasos.

    Dos meses habían pasado desde el incendio.
    La aldea era ahora un pueblo fantasma, las casas vacías crujían con el viento y las huellas de los que partieron se habían borrado con la lluvia, pero Akane... seguía ahí.

    Cada mañana, Akane se levantaba antes del sol.
    Caminaba entre los escombros, saludaba al silencio, y comenzaba su entrenamiento. No solo magia, también el cuerpo. Recordó las enseñanzas de su abuela Jennifer:
    “El poder sin control es solo ruido. El cuerpo debe sostener lo que el alma invoca.”

    Así que volvió a lo básico; Posturas, resistencia, golpes, equilibrio. Al principio, su cuerpo temblaba, pero con cada día, los músculos respondían, la agilidad regresaba. No era la fuerza que tuvo antes pero era suya, ganada con sudor, no con herencia.

    Ahora que su cuerpo se habia fortalecido intento rompe de nuevo el sello de su poder. Akane apretó los dientes, recordó las enseñanzas de Jennifer, recordó el dolor, recordó la espada en su estómago y entonces lo sintió.

    Una presencia, familiar, oscura pero sobre todo...
    Violenta. Akane abrió los ojos, el cielo se había vuelto más gris, el aire más denso y en la distancia, lo vio.

    Estaba de pie entre los árboles, observándola;
    No con sorpresa sino con desprecio.

    Akane se levantó, su sangre hervía pero no de miedo, sino de emoción.

    -Así que viniste.- Murmuró. -Perfecto.-

    Era hora de ajustar cuentas y esta vez, Akane no sangraría sola.
    Parte VIII - El eco de los pasos. Dos meses habían pasado desde el incendio. La aldea era ahora un pueblo fantasma, las casas vacías crujían con el viento y las huellas de los que partieron se habían borrado con la lluvia, pero Akane... seguía ahí. Cada mañana, Akane se levantaba antes del sol. Caminaba entre los escombros, saludaba al silencio, y comenzaba su entrenamiento. No solo magia, también el cuerpo. Recordó las enseñanzas de su abuela Jennifer: “El poder sin control es solo ruido. El cuerpo debe sostener lo que el alma invoca.” Así que volvió a lo básico; Posturas, resistencia, golpes, equilibrio. Al principio, su cuerpo temblaba, pero con cada día, los músculos respondían, la agilidad regresaba. No era la fuerza que tuvo antes pero era suya, ganada con sudor, no con herencia. Ahora que su cuerpo se habia fortalecido intento rompe de nuevo el sello de su poder. Akane apretó los dientes, recordó las enseñanzas de Jennifer, recordó el dolor, recordó la espada en su estómago y entonces lo sintió. Una presencia, familiar, oscura pero sobre todo... Violenta. Akane abrió los ojos, el cielo se había vuelto más gris, el aire más denso y en la distancia, lo vio. Estaba de pie entre los árboles, observándola; No con sorpresa sino con desprecio. Akane se levantó, su sangre hervía pero no de miedo, sino de emoción. -Así que viniste.- Murmuró. -Perfecto.- Era hora de ajustar cuentas y esta vez, Akane no sangraría sola.
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