• *estando en el trabajo con un terrible dolor de cabeza, acompañado con otro muy femenino, retorciéndose de dolor tratando de mostrar una media sonrisa a los clientes*

    Gracias....por...su visita
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  • -Despertar y darse cuenta que nuevamente esta en su templo le puso algo decaído pero ni bien intento levantarse el dolor invadió todo su cuerpo-

    Ahhhhhhhhh!!! Pero que .....

    -enpesando a recordar todo lo que pasó la noche anterior -
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  • Yo soy el único que conoce tu dolor , tu incertidumbre y soledad . Cómo me gustaría que el tiempo nos perteneciera . Y si tú lo deseas ... Te lo diré la veces que quieras .

    Yo jamás te traicionare .
    Yo soy el único que conoce tu dolor , tu incertidumbre y soledad . Cómo me gustaría que el tiempo nos perteneciera . Y si tú lo deseas ... Te lo diré la veces que quieras . Yo jamás te traicionare .
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  • En un inicio, P empezó luchando contra otras marionetas, fuesen más grandes o pequeñas que él. Todas perdían aceite con cada ataque, quizás algún que otro engranaje. Algo con lo que él más o menos estaba familiarizado al ser igual.

    Pero... la primera vez que se enfrentó a un humano no hubo aceite de color negro, ni hubo engranajes, ni tornillos, ni tuercas... hubo sangre, color rojo, hubo quejidos de dolor, hubo carne y el crujir de algunos huesos.

    Era la primera vez viendo sangre y, aún así, algo dentro suyo le dijo que fue grave. Matar a un humano no era lo mismo que aniquilar a una marioneta o un monstruo. Era diferente de alguna forma. Sus ojos se quedaron clavados en su diestra, manchada de sangre casi tanto como su ropa y rostro. Terminó con una vida humana.

    Estaba mal, lo sabía porque conocía las reglas. Una marioneta jamás debe dañar a una persona. Pero él lo hizo. Él podía hacerlo. No lo pensó dos veces. ¿Era malo por eso? Si tuvo que eliminar a esa persona por necesidad, por no tener más opción, ¿eso en qué lo convertía?

    Esa pregunta poco a poco empezó a quedar en un rincón olvidado entre sus pensamientos a medida que continuó con las batallas, mientras más humanos se enfrentaban a él y más sangre manchaba su ropa.
    En un inicio, P empezó luchando contra otras marionetas, fuesen más grandes o pequeñas que él. Todas perdían aceite con cada ataque, quizás algún que otro engranaje. Algo con lo que él más o menos estaba familiarizado al ser igual. Pero... la primera vez que se enfrentó a un humano no hubo aceite de color negro, ni hubo engranajes, ni tornillos, ni tuercas... hubo sangre, color rojo, hubo quejidos de dolor, hubo carne y el crujir de algunos huesos. Era la primera vez viendo sangre y, aún así, algo dentro suyo le dijo que fue grave. Matar a un humano no era lo mismo que aniquilar a una marioneta o un monstruo. Era diferente de alguna forma. Sus ojos se quedaron clavados en su diestra, manchada de sangre casi tanto como su ropa y rostro. Terminó con una vida humana. Estaba mal, lo sabía porque conocía las reglas. Una marioneta jamás debe dañar a una persona. Pero él lo hizo. Él podía hacerlo. No lo pensó dos veces. ¿Era malo por eso? Si tuvo que eliminar a esa persona por necesidad, por no tener más opción, ¿eso en qué lo convertía? Esa pregunta poco a poco empezó a quedar en un rincón olvidado entre sus pensamientos a medida que continuó con las batallas, mientras más humanos se enfrentaban a él y más sangre manchaba su ropa.
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    ——. Prometí acabar con él sufrimiento de este mundo, nadie volverá a sentir dolor cuando logre mi objetivo, lo juro...
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    Las marcas del pasado nunca se borran con el tiempo, solo se profundizan. Nos recuerdan lo que es la vida y su dolor, no nos hacen más fuerte, pero si sobrevivimos mejor.
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  • #MonoRol | La ira de una infancia rota

    Habían pasado aproximadamente dos meses desde la muerte de su madre, y la pequeña Illyiv estaba sentada sobre el pasto seco, mirando la calle frente a ella a través de la reja de la puerta del orfanato al que la habían transferido. El aire estaba cargado con el olor a tierra y hojas secas, y el sol del ocaso bañaba su pálida piel creando reflejos cálidos en ella. A través de la reja, el mundo exterior parecía tan cercano, y a su vez, inalcanzable. Mientras observaba a los transeúntes y los vehículos pasar, un pensamiento sombrío cruzó su mente: "Nunca salí de la prisión, la prisión simplemente cambió de lugar."

    El orfanato era un lugar sombrío y frio, las paredes eran grises y los pasillos eran largos y oscuros. Las habitaciones eran pequeñas y desprovistas de decoración, le recordaban a las habitaciones de la casa en la que había vivido, lo que reforzaba la sensación de estar en una prisión. La rutina diaria era estricta, con horarios rígidos para comer, dormir y realizar actividades. Cada día se desarrollaba con una monotonía agotadora, Illyiv se sentía atrapada y sin control sobre su propia vida.

    En los primeros días, trató de mantenerse apartada de los otros niños. Había pasado tanto tiempo encerrada en casa que no estaba acostumbrada a socializar, en tiempos pasados había ansiado poder compartir con otros niños y tener amigos, pero ahora aquellas ganas se habían desvanecido por completo. El vacío que inundaba cada rincón de su ser la hacían sentir como si estuviera muerta; como si ahora fuera solo un espíritu que vaga por el mundo limitándose a ser tan solo una espectadora. Los traumas de su pasado, el asesinato de su madre y sus constante abusos la habían convertido en una niña retraída y silenciosa. Sus ojos oscuros, que reflejaban una tristeza profunda, eran un contraste inquietante con su cabello blanco como la nieve.

    Sin embargo, su actitud reservada solo atrajo más atención negativa. Los otros niños se dieron cuenta rápidamente de su aislamiento y comenzaron a burlarse de ella. En el comedor, durante el recreo, en cualquier oportunidad que tenían, las burlas no cesaban.

    —¡Miren a la rara! —gritaba una niña mientras Illyiv pasaba, señalándola y riéndose junto a otras dos niñas—. ¿Qué te pasó en la espalda, monstruo?

    Las voces de los niños resonaban en la mente de Illyiv, aturdiéndola. Se sentía abrumada, confusa, sin entender por qué era diferente y por qué no podía encajar. Las heridas de quemaduras en su espalda, resultado de los castigos de su madre, eran un recordatorio constante de su doloroso pasado, pero ahora también se habían convertido en motivo de burlas.

    Una tarde, mientras estaba sentada en el patio, absorta en sus pensamientos, tres niñas se le acercaron. La líder del grupo, una niña robusta de cabello rizado y piel tostada, se paró frente a ella con una expresión burlona.

    —¿Qué haces aquí sentada sola, monstruo? —preguntó con un tono despectivo.

    —... —un breve silencio inundó la escena, Illyiv las miraba con la mirada vacía, y luego añadió—: Podrían simplemente ignorar mi presencia... —su voz débil, vacía, casi un susurró en el viento.

    Las dos niñas que acompañaban a la líder comenzaron a reír, disfrutando de la incomodidad de Illyiv.

    —¡Miren cómo se encoge! ¡Parece una ratita asustada! —exclamó una niña rubia y delgada, que se encontraba a un lado de la líder del grupo, y tras su comentario las tres niñas rieron a carcajadas.

    Illyiv sintió su mente abrumada, como si un torbellino de emociones la envolviera. No entendía por qué la trataban así, no entendía por qué no podía ser como los demás niños. Las palabras de su madre resonaban en su mente: "Qué débil es tu cuerpo." Esas palabras, junto con las burlas, la atormentaban sin descanso.

    —¿Es por eso que mi mamá no quería que me juntara con otros niños? —murmuró Illyiv para sí misma, sintiendo una mezcla de tristeza y rabia.

    La líder del grupo se acercó más, invadiendo el espacio personal de la pequeña peliblanca.

    —¿Que dijiste? ¿Por qué no hablas más fuerte, monstruo? ¿Tienes miedo? —provocó, inclinándose hacia ella.

    Aquellas voces seguían colándose en su mente, las risas se escuchaban de fondo, repitiéndose como ecos que buscaban atormentarla, la pequeña niña de cabello blanco sentía como si su mente pudiera explotar en cualquier momento, su cabeza le dolía. Apretó sus puños, sintiendo como sus propias uñas se clavaban en la suave piel de sus manos, sentía rabia, tristeza, confusión, enojo, irá, frustración, una mezcla de emociones que nisiquiera era capaz de identificar en aquel instante tan breve, su corazón latía como si fuera a salir de su pecho y sentía muchas ganas de llorar, pero en lugar de eso, de repente, en un impulso salvaje y errático, Illyiv se abalanzó sobre la niña. La niña robusta tenía un cuerpo más fuerte, pero Illyiv, fortalecida por los entrenamientos de ballet, se movía con una fuerza inesperada. Ambas cayeron al suelo. Sus pensamientos se nublaron, y solo pudo actuar en base a la ira y frustración acumulada.

    Sus manos, echas puños, comenzaron a estrellarse contra la figura robusta de aquella niña rizada. La niña intentaba defenderse y esquivar sus golpes, pero la pequeña que estaba sobre ella era rápida y tenía una fuerza descomunal, casi como si estuviera poseída, como si una fuerza oscura la impulsara. Las otras dos niñas intentaron quitar a Illyiv de encima de su amiga, pero fue inútil. Illyiv estaba fuera de control, moviéndose con la fuerza de la desesperación. En un momento de furia ciega, arañó la cara de la niña, dejando marcas profundas, sintiendo como aquella capa de piel superficial había quedado atrapada en sus propias uñas.

    La niña rizada, tenía el rostro lleno de lágrimas y su mejilla ensangrentada. Illyiv, con los ojos vidriosos, parecía ajena al caos que había desatado. Los gritos y lloriqueos llenaron el aire, creando una atmósfera de pánico. La niña herida comenzó a llorar, y las otras dos niñas gritaron pidiendo ayuda. Los adultos llegaron corriendo, separando a Illyiv de la niña herida.

    —¡Illyiv, basta! —gritó uno de los cuidadores, sujetándola con fuerza.

    Con la respiración agitada, sus manos temblando, y los ojos llenos de furia, Illyiv fue llevada a una habitación aislada como castigo. Sentada en la oscuridad, sentía una mezcla de emociones: rabia, tristeza, confusión. Las lágrimas comenzaron a caer por su rostro, pero no emitió ningún sonido, en cambio, se dejó hundir en un mar de emociones contradictorias. Una vez más, sabía que llorar no cambiaría nada.

    Mientras la noche caía, Illyiv se acurrucó en la cama, cerrando los ojos y deseando que todo fuera diferente, desconociendo por completo que pronto, su vida estaba por cambiar.
    #MonoRol | La ira de una infancia rota Habían pasado aproximadamente dos meses desde la muerte de su madre, y la pequeña Illyiv estaba sentada sobre el pasto seco, mirando la calle frente a ella a través de la reja de la puerta del orfanato al que la habían transferido. El aire estaba cargado con el olor a tierra y hojas secas, y el sol del ocaso bañaba su pálida piel creando reflejos cálidos en ella. A través de la reja, el mundo exterior parecía tan cercano, y a su vez, inalcanzable. Mientras observaba a los transeúntes y los vehículos pasar, un pensamiento sombrío cruzó su mente: "Nunca salí de la prisión, la prisión simplemente cambió de lugar." El orfanato era un lugar sombrío y frio, las paredes eran grises y los pasillos eran largos y oscuros. Las habitaciones eran pequeñas y desprovistas de decoración, le recordaban a las habitaciones de la casa en la que había vivido, lo que reforzaba la sensación de estar en una prisión. La rutina diaria era estricta, con horarios rígidos para comer, dormir y realizar actividades. Cada día se desarrollaba con una monotonía agotadora, Illyiv se sentía atrapada y sin control sobre su propia vida. En los primeros días, trató de mantenerse apartada de los otros niños. Había pasado tanto tiempo encerrada en casa que no estaba acostumbrada a socializar, en tiempos pasados había ansiado poder compartir con otros niños y tener amigos, pero ahora aquellas ganas se habían desvanecido por completo. El vacío que inundaba cada rincón de su ser la hacían sentir como si estuviera muerta; como si ahora fuera solo un espíritu que vaga por el mundo limitándose a ser tan solo una espectadora. Los traumas de su pasado, el asesinato de su madre y sus constante abusos la habían convertido en una niña retraída y silenciosa. Sus ojos oscuros, que reflejaban una tristeza profunda, eran un contraste inquietante con su cabello blanco como la nieve. Sin embargo, su actitud reservada solo atrajo más atención negativa. Los otros niños se dieron cuenta rápidamente de su aislamiento y comenzaron a burlarse de ella. En el comedor, durante el recreo, en cualquier oportunidad que tenían, las burlas no cesaban. —¡Miren a la rara! —gritaba una niña mientras Illyiv pasaba, señalándola y riéndose junto a otras dos niñas—. ¿Qué te pasó en la espalda, monstruo? Las voces de los niños resonaban en la mente de Illyiv, aturdiéndola. Se sentía abrumada, confusa, sin entender por qué era diferente y por qué no podía encajar. Las heridas de quemaduras en su espalda, resultado de los castigos de su madre, eran un recordatorio constante de su doloroso pasado, pero ahora también se habían convertido en motivo de burlas. Una tarde, mientras estaba sentada en el patio, absorta en sus pensamientos, tres niñas se le acercaron. La líder del grupo, una niña robusta de cabello rizado y piel tostada, se paró frente a ella con una expresión burlona. —¿Qué haces aquí sentada sola, monstruo? —preguntó con un tono despectivo. —... —un breve silencio inundó la escena, Illyiv las miraba con la mirada vacía, y luego añadió—: Podrían simplemente ignorar mi presencia... —su voz débil, vacía, casi un susurró en el viento. Las dos niñas que acompañaban a la líder comenzaron a reír, disfrutando de la incomodidad de Illyiv. —¡Miren cómo se encoge! ¡Parece una ratita asustada! —exclamó una niña rubia y delgada, que se encontraba a un lado de la líder del grupo, y tras su comentario las tres niñas rieron a carcajadas. Illyiv sintió su mente abrumada, como si un torbellino de emociones la envolviera. No entendía por qué la trataban así, no entendía por qué no podía ser como los demás niños. Las palabras de su madre resonaban en su mente: "Qué débil es tu cuerpo." Esas palabras, junto con las burlas, la atormentaban sin descanso. —¿Es por eso que mi mamá no quería que me juntara con otros niños? —murmuró Illyiv para sí misma, sintiendo una mezcla de tristeza y rabia. La líder del grupo se acercó más, invadiendo el espacio personal de la pequeña peliblanca. —¿Que dijiste? ¿Por qué no hablas más fuerte, monstruo? ¿Tienes miedo? —provocó, inclinándose hacia ella. Aquellas voces seguían colándose en su mente, las risas se escuchaban de fondo, repitiéndose como ecos que buscaban atormentarla, la pequeña niña de cabello blanco sentía como si su mente pudiera explotar en cualquier momento, su cabeza le dolía. Apretó sus puños, sintiendo como sus propias uñas se clavaban en la suave piel de sus manos, sentía rabia, tristeza, confusión, enojo, irá, frustración, una mezcla de emociones que nisiquiera era capaz de identificar en aquel instante tan breve, su corazón latía como si fuera a salir de su pecho y sentía muchas ganas de llorar, pero en lugar de eso, de repente, en un impulso salvaje y errático, Illyiv se abalanzó sobre la niña. La niña robusta tenía un cuerpo más fuerte, pero Illyiv, fortalecida por los entrenamientos de ballet, se movía con una fuerza inesperada. Ambas cayeron al suelo. Sus pensamientos se nublaron, y solo pudo actuar en base a la ira y frustración acumulada. Sus manos, echas puños, comenzaron a estrellarse contra la figura robusta de aquella niña rizada. La niña intentaba defenderse y esquivar sus golpes, pero la pequeña que estaba sobre ella era rápida y tenía una fuerza descomunal, casi como si estuviera poseída, como si una fuerza oscura la impulsara. Las otras dos niñas intentaron quitar a Illyiv de encima de su amiga, pero fue inútil. Illyiv estaba fuera de control, moviéndose con la fuerza de la desesperación. En un momento de furia ciega, arañó la cara de la niña, dejando marcas profundas, sintiendo como aquella capa de piel superficial había quedado atrapada en sus propias uñas. La niña rizada, tenía el rostro lleno de lágrimas y su mejilla ensangrentada. Illyiv, con los ojos vidriosos, parecía ajena al caos que había desatado. Los gritos y lloriqueos llenaron el aire, creando una atmósfera de pánico. La niña herida comenzó a llorar, y las otras dos niñas gritaron pidiendo ayuda. Los adultos llegaron corriendo, separando a Illyiv de la niña herida. —¡Illyiv, basta! —gritó uno de los cuidadores, sujetándola con fuerza. Con la respiración agitada, sus manos temblando, y los ojos llenos de furia, Illyiv fue llevada a una habitación aislada como castigo. Sentada en la oscuridad, sentía una mezcla de emociones: rabia, tristeza, confusión. Las lágrimas comenzaron a caer por su rostro, pero no emitió ningún sonido, en cambio, se dejó hundir en un mar de emociones contradictorias. Una vez más, sabía que llorar no cambiaría nada. Mientras la noche caía, Illyiv se acurrucó en la cama, cerrando los ojos y deseando que todo fuera diferente, desconociendo por completo que pronto, su vida estaba por cambiar.
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  • El viento helado cortaba con fuerza, arrastrando pequeñas ráfagas de nieve que danzaban alrededor de su figura. Coke caminaba por el sendero cubierto de blanco, con las manos enterradas en los bolsillos de su abrigo y la mirada perdida en algún punto distante del horizonte. El rojo brillante de la bufanda que llevaba al cuello destacaba como un vivo contraste en aquel paisaje desolado. A primera vista, era solo una bufanda, pero para él, era mucho más.

    Cada hilo, cada nudo en esa pieza de lana cargaba con el peso de una historia. Una historia que aún lo perseguía, como un fantasma que no podía sacudirse. Su mente volvía una y otra vez a aquel día de invierno, cuando ella, con las mejillas enrojecidas por el frío y una sonrisa radiante, le había puesto la bufanda alrededor del cuello con una ternura que casi dolía.

    —No te resfríes, ¿sí? —había dicho mientras ajustaba la bufanda, sus dedos cálidos rozando su piel helada.

    Era tan sencillo en ese momento, tan natural. Pero ahora, esas palabras resonaban como un eco vacío en su memoria, cargadas de un peso que no podía soportar. Ella ya no estaba. El porqué o el cómo habían dejado de importar hacía tiempo. Solo quedaba el vacío, esa ausencia que parecía volverse más palpable con cada paso que daba.

    Coke se detuvo, sintiendo el crujido de la nieve bajo sus botas. Sus dedos acariciaron el tejido áspero de la bufanda, como si al tocarla pudiera revivir aunque fuera un fragmento de lo que había perdido. Cerró los ojos un momento, dejando que los recuerdos lo inundaran, a pesar del dolor que traían consigo.

    Podía verla claramente: su risa resonando en medio del viento, sus ojos brillando con una calidez que contradecía el frío a su alrededor. Esa bufanda era su promesa de cuidado, su manera de decir que siempre estaría ahí. Una promesa que se rompió junto con todo lo demás el día que la perdió.

    El viento sopló con más fuerza, arrancando de sus labios un suspiro pesado. Al abrir los ojos, se dio cuenta de que había comenzado a nevar de nuevo, los copos cayendo suavemente sobre su cabello oscuro. Apretó los labios, resistiendo el impulso de dejarse consumir por la melancolía.

    —Todavía estás aquí, de alguna forma… —susurró, su voz apenas audible, casi como si hablara con la bufanda misma.

    El rojo intenso parecía brillar incluso más bajo el gris del cielo invernal. Coke sabía que no podía quedarse anclado en el pasado para siempre, pero tampoco podía soltarse de aquello que lo mantenía unido a ella. Así que caminó, dejando que el viento y la nieve cubrieran sus huellas mientras el rojo de la bufanda seguía siendo su único faro en medio de un mundo que se sentía cada vez más vacío.

    ------------------------------------------

    Creo que por fin ya cerrare la cuenta, ya me aburre simplemente, cuidense mucho o en todo caso la abandone y ya jajaja :p

    El viento helado cortaba con fuerza, arrastrando pequeñas ráfagas de nieve que danzaban alrededor de su figura. Coke caminaba por el sendero cubierto de blanco, con las manos enterradas en los bolsillos de su abrigo y la mirada perdida en algún punto distante del horizonte. El rojo brillante de la bufanda que llevaba al cuello destacaba como un vivo contraste en aquel paisaje desolado. A primera vista, era solo una bufanda, pero para él, era mucho más. Cada hilo, cada nudo en esa pieza de lana cargaba con el peso de una historia. Una historia que aún lo perseguía, como un fantasma que no podía sacudirse. Su mente volvía una y otra vez a aquel día de invierno, cuando ella, con las mejillas enrojecidas por el frío y una sonrisa radiante, le había puesto la bufanda alrededor del cuello con una ternura que casi dolía. —No te resfríes, ¿sí? —había dicho mientras ajustaba la bufanda, sus dedos cálidos rozando su piel helada. Era tan sencillo en ese momento, tan natural. Pero ahora, esas palabras resonaban como un eco vacío en su memoria, cargadas de un peso que no podía soportar. Ella ya no estaba. El porqué o el cómo habían dejado de importar hacía tiempo. Solo quedaba el vacío, esa ausencia que parecía volverse más palpable con cada paso que daba. Coke se detuvo, sintiendo el crujido de la nieve bajo sus botas. Sus dedos acariciaron el tejido áspero de la bufanda, como si al tocarla pudiera revivir aunque fuera un fragmento de lo que había perdido. Cerró los ojos un momento, dejando que los recuerdos lo inundaran, a pesar del dolor que traían consigo. Podía verla claramente: su risa resonando en medio del viento, sus ojos brillando con una calidez que contradecía el frío a su alrededor. Esa bufanda era su promesa de cuidado, su manera de decir que siempre estaría ahí. Una promesa que se rompió junto con todo lo demás el día que la perdió. El viento sopló con más fuerza, arrancando de sus labios un suspiro pesado. Al abrir los ojos, se dio cuenta de que había comenzado a nevar de nuevo, los copos cayendo suavemente sobre su cabello oscuro. Apretó los labios, resistiendo el impulso de dejarse consumir por la melancolía. —Todavía estás aquí, de alguna forma… —susurró, su voz apenas audible, casi como si hablara con la bufanda misma. El rojo intenso parecía brillar incluso más bajo el gris del cielo invernal. Coke sabía que no podía quedarse anclado en el pasado para siempre, pero tampoco podía soltarse de aquello que lo mantenía unido a ella. Así que caminó, dejando que el viento y la nieve cubrieran sus huellas mientras el rojo de la bufanda seguía siendo su único faro en medio de un mundo que se sentía cada vez más vacío. ------------------------------------------ Creo que por fin ya cerrare la cuenta, ya me aburre simplemente, cuidense mucho o en todo caso la abandone y ya jajaja :p
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    // gracias Siena por el dolor de cabeza
    // gracias Siena por el dolor de cabeza :STK-2:
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