• Jimoto se deslizó entre las sombras, con la vista fija en la gran caja metálica dentro del almacén enemigo. Había sido difícil infiltrarse en la base de la Patrulla Roja, pero ahí estaba: la esfera del dragón, custodiada por unos pocos soldados distraídos. Solo tenía que actuar rápido, tomarla y desaparecer antes de que sonara la alarma.

    Pero entonces, un estruendo sacudió el suelo. Desde el intercomunicador de uno de los soldados, una voz chillona resonó:

    —¡El ataque ha comenzado! ¡Reduciremos la ciudad a cenizas hasta que nos entreguen la información!

    Jimoto sintió un escalofrío. *¿Ataque?* ¿A qué ciudad se referían?

    Salió sigilosamente del almacén y se trepó a una torre de vigilancia para ver a lo lejos. Un humo espeso se alzaba en el horizonte. Desde ahí, pudo ver el resplandor de las llamas devorando los edificios de una ciudad cercana. Gritos, explosiones… gente corriendo por sus vidas.

    Apretó los puños. Tenía la oportunidad de llevarse la esfera ahora. Podía completar su misión.

    Pero…

    Miró la caja. Luego la ciudad.

    Chasqueó la lengua con frustración.

    —Maldición…

    Sin pensarlo dos veces, se lanzó en dirección al caos.

    ***

    Las calles estaban sumidas en el terror. Soldados de la Patrulla Roja disparaban sin piedad, causando explosiones que derrumbaban edificios enteros. La gente huía, algunos atrapados entre escombros, otros rodeados sin salida.

    Entonces, una sombra veloz irrumpió en la escena.

    —¡Hey! ¡Cobardes con uniforme! —gritó Jimoto, aterrizando con un golpe que hizo temblar el pavimento—. ¿Por qué no prueban su suerte con alguien que puede devolver los golpes?

    Los soldados voltearon, sorprendidos.

    —¡Es ese tipo! ¡El de la máscara!

    Sin darles tiempo para reaccionar, Jimoto se lanzó contra ellos, derribando a los primeros con una patada giratoria y esquivando las balas con movimientos ágiles. Cada golpe suyo derribaba a un enemigo, cada salto lo acercaba a más civiles para ponerlos a salvo.

    Pero sabía la verdad: mientras él estaba aquí, los villanos escapaban con la esfera.

    No importaba.

    Ver a las familias reunirse, a los niños correr hacia los brazos de sus padres, le confirmó que había tomado la decisión correcta.

    Cuando el humo se disipó y la Patrulla Roja ya no estaba, Jimoto se quedó de pie entre los escombros, respirando con dificultad.

    Había perdido la esfera… pero había salvado una ciudad.

    Y eso valía más.
    Jimoto se deslizó entre las sombras, con la vista fija en la gran caja metálica dentro del almacén enemigo. Había sido difícil infiltrarse en la base de la Patrulla Roja, pero ahí estaba: la esfera del dragón, custodiada por unos pocos soldados distraídos. Solo tenía que actuar rápido, tomarla y desaparecer antes de que sonara la alarma. Pero entonces, un estruendo sacudió el suelo. Desde el intercomunicador de uno de los soldados, una voz chillona resonó: —¡El ataque ha comenzado! ¡Reduciremos la ciudad a cenizas hasta que nos entreguen la información! Jimoto sintió un escalofrío. *¿Ataque?* ¿A qué ciudad se referían? Salió sigilosamente del almacén y se trepó a una torre de vigilancia para ver a lo lejos. Un humo espeso se alzaba en el horizonte. Desde ahí, pudo ver el resplandor de las llamas devorando los edificios de una ciudad cercana. Gritos, explosiones… gente corriendo por sus vidas. Apretó los puños. Tenía la oportunidad de llevarse la esfera ahora. Podía completar su misión. Pero… Miró la caja. Luego la ciudad. Chasqueó la lengua con frustración. —Maldición… Sin pensarlo dos veces, se lanzó en dirección al caos. *** Las calles estaban sumidas en el terror. Soldados de la Patrulla Roja disparaban sin piedad, causando explosiones que derrumbaban edificios enteros. La gente huía, algunos atrapados entre escombros, otros rodeados sin salida. Entonces, una sombra veloz irrumpió en la escena. —¡Hey! ¡Cobardes con uniforme! —gritó Jimoto, aterrizando con un golpe que hizo temblar el pavimento—. ¿Por qué no prueban su suerte con alguien que puede devolver los golpes? Los soldados voltearon, sorprendidos. —¡Es ese tipo! ¡El de la máscara! Sin darles tiempo para reaccionar, Jimoto se lanzó contra ellos, derribando a los primeros con una patada giratoria y esquivando las balas con movimientos ágiles. Cada golpe suyo derribaba a un enemigo, cada salto lo acercaba a más civiles para ponerlos a salvo. Pero sabía la verdad: mientras él estaba aquí, los villanos escapaban con la esfera. No importaba. Ver a las familias reunirse, a los niños correr hacia los brazos de sus padres, le confirmó que había tomado la decisión correcta. Cuando el humo se disipó y la Patrulla Roja ya no estaba, Jimoto se quedó de pie entre los escombros, respirando con dificultad. Había perdido la esfera… pero había salvado una ciudad. Y eso valía más.
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  • — ¿Otra vez tú? Creí que habías desaparecido. —

    En plena mañana los ruidos de movimiento la despertaron; sonaba como alguien revolviendo desesperadamente los cubiertos metálicos guardados en el cajón. Primero creyó que alguien había invadido su departamento pero mayor fue su sorpresa al ver el mueble de la cocina abriendo y cerrándose por sí solo. Sus gatos, erizados de cabo a rabo, miraban a prudente distancia, juntos entre sí.

    — Sí me dejas dormir, te prenderé un incienso después. —

    Y volvió a envolverse en sus cobijas calientitas, seguía amodorrada.
    — ¿Otra vez tú? Creí que habías desaparecido. — En plena mañana los ruidos de movimiento la despertaron; sonaba como alguien revolviendo desesperadamente los cubiertos metálicos guardados en el cajón. Primero creyó que alguien había invadido su departamento pero mayor fue su sorpresa al ver el mueble de la cocina abriendo y cerrándose por sí solo. Sus gatos, erizados de cabo a rabo, miraban a prudente distancia, juntos entre sí. — Sí me dejas dormir, te prenderé un incienso después. — Y volvió a envolverse en sus cobijas calientitas, seguía amodorrada.
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  • Jimoto había escuchado rumores sobre un grupo de mercenarios con tecnología avanzada, conocidos como la **Patrulla Roja**. No les prestó demasiada atención hasta que, en una aldea remota, vio con sus propios ojos cómo interrogaban a los ancianos sobre las **esferas del dragón**. No podía permitirlo.

    —Oigan, ¿no creen que están siendo un poco insistentes? —dijo, apoyando las manos en los bolsillos mientras caminaba tranquilamente hacia ellos.

    Los soldados, vestidos con uniformes rojos y negros, voltearon con evidente molestia. Uno de ellos, más alto y con un rifle de energía, apuntó directo a Jimoto.

    —¿Y tú quién demonios eres? ¡No te metas en esto!

    Jimoto sonrió con calma. **No necesitaba armas, ni refuerzos, solo su propio poder.**

    —Yo solo pasaba por aquí... pero creo que es mi deber detener a los matones.

    Antes de que los soldados pudieran reaccionar, Jimoto desapareció de su vista. En un parpadeo, **reapareció detrás de ellos**. Un solo golpe en el casco de uno lo dejó inconsciente, otro cayó cuando Jimoto lo derribó con una patada giratoria.

    —¡Dispárenle! —gritó un oficial.

    Pero **era inútil**. Jimoto esquivaba los disparos con una facilidad insultante, moviéndose entre ellos como un viento imparable. Derribó a un grupo entero con una onda de energía que sacudió el suelo. Los pocos que quedaban en pie intentaron huir, pero Jimoto saltó y aterrizó frente a ellos con una sonrisa confiada.

    —Díganle a sus jefes que estas esferas **no** les pertenecen.

    Los mercenarios asintieron temblorosos y huyeron a toda velocidad. Jimoto los observó desaparecer en la distancia y cruzó los brazos.

    **Ahora era oficial.** La Patrulla Roja también estaba en busca de las esferas, lo que significaba que **esto se había convertido en una carrera.**

    **Pero si creían que podían superarlo… estaban muy equivocados.**
    Jimoto había escuchado rumores sobre un grupo de mercenarios con tecnología avanzada, conocidos como la **Patrulla Roja**. No les prestó demasiada atención hasta que, en una aldea remota, vio con sus propios ojos cómo interrogaban a los ancianos sobre las **esferas del dragón**. No podía permitirlo. —Oigan, ¿no creen que están siendo un poco insistentes? —dijo, apoyando las manos en los bolsillos mientras caminaba tranquilamente hacia ellos. Los soldados, vestidos con uniformes rojos y negros, voltearon con evidente molestia. Uno de ellos, más alto y con un rifle de energía, apuntó directo a Jimoto. —¿Y tú quién demonios eres? ¡No te metas en esto! Jimoto sonrió con calma. **No necesitaba armas, ni refuerzos, solo su propio poder.** —Yo solo pasaba por aquí... pero creo que es mi deber detener a los matones. Antes de que los soldados pudieran reaccionar, Jimoto desapareció de su vista. En un parpadeo, **reapareció detrás de ellos**. Un solo golpe en el casco de uno lo dejó inconsciente, otro cayó cuando Jimoto lo derribó con una patada giratoria. —¡Dispárenle! —gritó un oficial. Pero **era inútil**. Jimoto esquivaba los disparos con una facilidad insultante, moviéndose entre ellos como un viento imparable. Derribó a un grupo entero con una onda de energía que sacudió el suelo. Los pocos que quedaban en pie intentaron huir, pero Jimoto saltó y aterrizó frente a ellos con una sonrisa confiada. —Díganle a sus jefes que estas esferas **no** les pertenecen. Los mercenarios asintieron temblorosos y huyeron a toda velocidad. Jimoto los observó desaparecer en la distancia y cruzó los brazos. **Ahora era oficial.** La Patrulla Roja también estaba en busca de las esferas, lo que significaba que **esto se había convertido en una carrera.** **Pero si creían que podían superarlo… estaban muy equivocados.**
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  • Buenas tardes a todos, se que soy nueva en esto pero me gustaría que escucharan una música que por lo menos ami me trae recuerdos y momentos de los cuales los tenia olvidados. La canción es una cover proveniente de Dynasty de verdad espero que les guste..



    Entro a un bar y me acerco a la barra preguntado si hay alguien a cargo del local

    *El gerente del bar sale de su oficina y se acerca hacia ella*
    *le miró y le preguntó si me podría dejar tocar en piano que tienen acá en el bar y si también podría cantar algo*

    *El gerente agarra su móvil y llama a su jefe y le comunica lo que la chica le dijo antes a él, este mismo asiente con la cabeza y cuelga la llamada*

    *El me mira y me dice* -puedes hacerlo pero tendrá que trabajar en el bar a partir de esta noche, usted señorita podrá dirigirse hacia mí únicamente como Señor nada más-

    *Me acerco al piano y empiezo a tocar el mismo emitiendo una musica proveniente de mis labios, empezando a salir una melodía de mi cantar una música que reflejaría mis emociones en todo momento como si de una historia se tratase*




    https://youtu.be/FRI-jZDrV2A?si=gTaS3UDexE8VewqI
    Buenas tardes a todos, se que soy nueva en esto pero me gustaría que escucharan una música que por lo menos ami me trae recuerdos y momentos de los cuales los tenia olvidados. La canción es una cover proveniente de Dynasty de verdad espero que les guste.. Entro a un bar y me acerco a la barra preguntado si hay alguien a cargo del local *El gerente del bar sale de su oficina y se acerca hacia ella* *le miró y le preguntó si me podría dejar tocar en piano que tienen acá en el bar y si también podría cantar algo* *El gerente agarra su móvil y llama a su jefe y le comunica lo que la chica le dijo antes a él, este mismo asiente con la cabeza y cuelga la llamada* *El me mira y me dice* -puedes hacerlo pero tendrá que trabajar en el bar a partir de esta noche, usted señorita podrá dirigirse hacia mí únicamente como Señor nada más- *Me acerco al piano y empiezo a tocar el mismo emitiendo una musica proveniente de mis labios, empezando a salir una melodía de mi cantar una música que reflejaría mis emociones en todo momento como si de una historia se tratase* https://youtu.be/FRI-jZDrV2A?si=gTaS3UDexE8VewqI
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  • -agarro la guitarra de sepa que Adán (si eres Adán y no encuentras la guitarra entonces fuiste tu (?-))
    Deslizó los dedos en las cuerdas tocando algunos acordes revisando la afinación de la guitarra.
    Cómo era de esperarlo estaba en perfectos cuidados y afinación por lo que llevando de la nada a "jueces" de aquella batalla musical los hizo sentarse en el suelo amenazados por exterminadoras con armas angelicales con la orden de apuñalar al juez que se levante-

    Será un dueño musical, el perdedor será mejor que haga un auto sacrificio después de que le saque el casco por el ano a Adán .... Miserable traidor !!!

    -golpeo las cuerdas y con la ira no solo en su cuerpo, se puso a cantar viendoa los jueados "voluntarios"

    Lucifer 𝕾𝖆𝖒𝖆𝖊𝖑 𝕸𝖔𝖗𝖓𝖎𝖓𝖌𝖘𝖙𝖆𝖗 Alastor Dëmøń Lord Sesshomaru Heinrich Rosenberg
    Finwë Elfo

    -porque claramente va a meter a su mascota y pobre de el dónde escoja a Adán como ganador (aquí ganabdome a la gente antes de luchar (??))-
    -agarro la guitarra de sepa que Adán (si eres Adán y no encuentras la guitarra entonces fuiste tu (?-)) Deslizó los dedos en las cuerdas tocando algunos acordes revisando la afinación de la guitarra. Cómo era de esperarlo estaba en perfectos cuidados y afinación por lo que llevando de la nada a "jueces" de aquella batalla musical los hizo sentarse en el suelo amenazados por exterminadoras con armas angelicales con la orden de apuñalar al juez que se levante- Será un dueño musical, el perdedor será mejor que haga un auto sacrificio después de que le saque el casco por el ano a Adán .... Miserable traidor !!! -golpeo las cuerdas y con la ira no solo en su cuerpo, se puso a cantar viendoa los jueados "voluntarios" [LuciHe11] [Dem0n] [Sesshomaru1234] [Heinz_Vamp] [Elf0l1bre] -porque claramente va a meter a su mascota y pobre de el dónde escoja a [1D0what1want] como ganador (aquí ganabdome a la gente antes de luchar (??))-
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  • **El Errante y el Dragón Azul**

    El mundo se abría ante Jimoto como un lienzo infinito, cada viaje una pincelada de experiencias, cada encuentro una historia por contar. Había recorrido valles dorados donde el trigo bailaba con el viento, selvas densas donde la vida vibraba en cada sombra, y desiertos tan vastos que las estrellas parecían más cercanas. Pero fue en las Montañas Esmeralda donde su destino se entrelazó con el de una criatura legendaria.

    El día en que conoció a Shunrei, el Dragón Azul, la neblina cubría los riscos como un manto. Jimoto había oído rumores sobre un ser majestuoso que protegía esas tierras, pero lo que encontró fue una batalla injusta.

    Un grupo de cazadores y taladores clandestinos había invadido el bosque sagrado de la montaña, armados con armas y sierras, listos para acabar con todo lo que se interpusiera en su camino. En el centro del conflicto, Shunrei rugía con furia, su enorme cuerpo de escamas azul celeste reflejando la luz entre los árboles. Su aliento crepitaba con energía, pero algo no estaba bien: sus alas estaban heridas, y aunque peleaba con fiereza, los cazadores lo superaban en número.

    Jimoto no lo pensó dos veces. Se lanzó entre los atacantes con la destreza que había perfeccionado en sus viajes. Con movimientos rápidos, derribó a los taladores más cercanos, arrebatándoles sus herramientas. Usó su velocidad y fuerza para confundir a los cazadores, derribando sin causar mayor daño pues solo quería auyentarles, cuando el líder de los invasores intentó atacar con una daga envenenada, Jimoto la interceptó con su propia mano, partiéndola en dos con un solo movimiento.

    El bosque quedó en silencio. Los cazadores, atónitos, entendieron que no podrían ganar. Uno a uno, huyeron dejando atrás su equipo y su orgullo.

    Shunrei, aún receloso, lo observó con ojos de un azul profundo. Jimoto sintió algo extraño en su mente, como un murmullo antiguo, un lenguaje que no debería entender… pero lo hizo.

    —*Tú… ¿puedes oírme?* —la voz de Shunrei resonó en su mente, profunda y sabia.

    Jimoto parpadeó, sorprendido.

    —Sí… ¿cómo es posible?

    Shunrei inclinó su gran cabeza, inspeccionándolo con curiosidad.

    —*Durante siglos, los humanos han intentado hablarme, pero nunca han comprendido mis palabras. Eres el primero… el único.*

    Desde ese día, Jimoto y Shunrei forjaron una amistad única. El dragón, antiguo guardián de las montañas, compartía con él los secretos de la naturaleza y la historia de los tiempos olvidados. Jimoto, a su vez, le contaba sobre el mundo de los humanos, sobre los lugares que había visto y las maravillas que aún deseaba conocer.

    Juntos, viajaron más allá de las montañas, explorando lo desconocido. Donde Jimoto encontraba peligro, Shunrei lo protegía. Donde el dragón hallaba desesperanza en la humanidad, Jimoto le mostraba la bondad que aún existía.

    Eran diferentes en todo sentido, pero en su soledad compartida encontraron un lazo irrompible. Un viajero de las estrellas y un guardián ancestral, unidos por un destino que aún estaba por escribirse.
    **El Errante y el Dragón Azul** El mundo se abría ante Jimoto como un lienzo infinito, cada viaje una pincelada de experiencias, cada encuentro una historia por contar. Había recorrido valles dorados donde el trigo bailaba con el viento, selvas densas donde la vida vibraba en cada sombra, y desiertos tan vastos que las estrellas parecían más cercanas. Pero fue en las Montañas Esmeralda donde su destino se entrelazó con el de una criatura legendaria. El día en que conoció a Shunrei, el Dragón Azul, la neblina cubría los riscos como un manto. Jimoto había oído rumores sobre un ser majestuoso que protegía esas tierras, pero lo que encontró fue una batalla injusta. Un grupo de cazadores y taladores clandestinos había invadido el bosque sagrado de la montaña, armados con armas y sierras, listos para acabar con todo lo que se interpusiera en su camino. En el centro del conflicto, Shunrei rugía con furia, su enorme cuerpo de escamas azul celeste reflejando la luz entre los árboles. Su aliento crepitaba con energía, pero algo no estaba bien: sus alas estaban heridas, y aunque peleaba con fiereza, los cazadores lo superaban en número. Jimoto no lo pensó dos veces. Se lanzó entre los atacantes con la destreza que había perfeccionado en sus viajes. Con movimientos rápidos, derribó a los taladores más cercanos, arrebatándoles sus herramientas. Usó su velocidad y fuerza para confundir a los cazadores, derribando sin causar mayor daño pues solo quería auyentarles, cuando el líder de los invasores intentó atacar con una daga envenenada, Jimoto la interceptó con su propia mano, partiéndola en dos con un solo movimiento. El bosque quedó en silencio. Los cazadores, atónitos, entendieron que no podrían ganar. Uno a uno, huyeron dejando atrás su equipo y su orgullo. Shunrei, aún receloso, lo observó con ojos de un azul profundo. Jimoto sintió algo extraño en su mente, como un murmullo antiguo, un lenguaje que no debería entender… pero lo hizo. —*Tú… ¿puedes oírme?* —la voz de Shunrei resonó en su mente, profunda y sabia. Jimoto parpadeó, sorprendido. —Sí… ¿cómo es posible? Shunrei inclinó su gran cabeza, inspeccionándolo con curiosidad. —*Durante siglos, los humanos han intentado hablarme, pero nunca han comprendido mis palabras. Eres el primero… el único.* Desde ese día, Jimoto y Shunrei forjaron una amistad única. El dragón, antiguo guardián de las montañas, compartía con él los secretos de la naturaleza y la historia de los tiempos olvidados. Jimoto, a su vez, le contaba sobre el mundo de los humanos, sobre los lugares que había visto y las maravillas que aún deseaba conocer. Juntos, viajaron más allá de las montañas, explorando lo desconocido. Donde Jimoto encontraba peligro, Shunrei lo protegía. Donde el dragón hallaba desesperanza en la humanidad, Jimoto le mostraba la bondad que aún existía. Eran diferentes en todo sentido, pero en su soledad compartida encontraron un lazo irrompible. Un viajero de las estrellas y un guardián ancestral, unidos por un destino que aún estaba por escribirse.
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  • ### **La Revelación de Takeru**

    El crujido aún resonaba en su cabeza.

    Takeru estaba de pie en medio del bosque, con el torso desnudo, el sudor escurriendo por su piel mientras su respiración aún se mantenía agitada tras una sesión intensa de entrenamiento. A su alrededor, los árboles se mecían suavemente con el viento, el río murmuraba en la distancia, y el aroma a tierra húmeda lo envolvía. Sin embargo, su mente estaba en otro lugar.

    **El golpe.**

    Ese último cross que había conectado en el rostro de Harold Smith, su oponente en la pelea de clasificación. Un movimiento limpio, preciso, ejecutado con la técnica impecable de un out-boxer. Pero lo que lo perturbaba no era su perfección… sino la sensación.

    Sintió los huesos rompiéndose bajo su puño.

    El canadiense había caído como un muñeco de trapo, su rostro deformado por el impacto. No se movía. Por un instante, Takeru había pensado que lo había matado.

    Se llevó la mano derecha al rostro y observó sus nudillos vendados, aún con rastros de la sangre seca de la pelea. Nunca antes había sentido algo así. Había golpeado cientos de veces en su vida, había lastimado a muchos hombres en el ring, pero jamás con esta brutalidad. Nunca había sentido que su puño tenía el poder de arrebatarle la vida a otro ser humano.

    —Si no hubiera frenado un poco… lo habría matado.

    El pensamiento le caló hondo.

    Recordó la mirada de su oponente. Harold Smith había entrado en ese almacén con una sola intención: matarlo. No había titubeado, no había mostrado piedad. Cada patada, cada movimiento, cada respiración suya estaba encaminada a la eliminación total de su rival.

    En este torneo no existía la compasión.

    Takeru tomó una piedra cercana y la apretó con fuerza. Sus dedos se hundieron en la superficie rugosa mientras la presión aumentaba. A su alrededor, la naturaleza seguía su curso, indiferente a su conflicto interno.

    **¿Podría hacerlo?**

    Si llegaba el momento… si un rival lo acorralaba, si la única opción era acabar con él antes de que lo hicieran con él… ¿Sería capaz de cruzar esa línea?

    Recordó el miedo en los ojos de Harold en ese último instante, cuando su puño se acercaba, cuando su destino ya estaba sellado.

    —Si dudo… moriré.

    Susurró para sí mismo.

    El Torneo Kengan no era un juego. No era un cuadrilátero con reglas y árbitros. Aquí, la única ley era la victoria, y la derrota podía significar la muerte.

    Inspiró hondo y dejó caer la piedra.

    Matar nunca había sido su propósito. Su boxeo no se trataba de asesinar, sino de superar. De demostrar que era el mejor, de pulir su técnica hasta la perfección. Pero este mundo no respetaba ideales. Si quería sobrevivir, si quería ganar, tenía que estar preparado para tomar la vida de su oponente.

    Y lo más inquietante…

    Es que ahora sabía que podía hacerlo.
    ### **La Revelación de Takeru** El crujido aún resonaba en su cabeza. Takeru estaba de pie en medio del bosque, con el torso desnudo, el sudor escurriendo por su piel mientras su respiración aún se mantenía agitada tras una sesión intensa de entrenamiento. A su alrededor, los árboles se mecían suavemente con el viento, el río murmuraba en la distancia, y el aroma a tierra húmeda lo envolvía. Sin embargo, su mente estaba en otro lugar. **El golpe.** Ese último cross que había conectado en el rostro de Harold Smith, su oponente en la pelea de clasificación. Un movimiento limpio, preciso, ejecutado con la técnica impecable de un out-boxer. Pero lo que lo perturbaba no era su perfección… sino la sensación. Sintió los huesos rompiéndose bajo su puño. El canadiense había caído como un muñeco de trapo, su rostro deformado por el impacto. No se movía. Por un instante, Takeru había pensado que lo había matado. Se llevó la mano derecha al rostro y observó sus nudillos vendados, aún con rastros de la sangre seca de la pelea. Nunca antes había sentido algo así. Había golpeado cientos de veces en su vida, había lastimado a muchos hombres en el ring, pero jamás con esta brutalidad. Nunca había sentido que su puño tenía el poder de arrebatarle la vida a otro ser humano. —Si no hubiera frenado un poco… lo habría matado. El pensamiento le caló hondo. Recordó la mirada de su oponente. Harold Smith había entrado en ese almacén con una sola intención: matarlo. No había titubeado, no había mostrado piedad. Cada patada, cada movimiento, cada respiración suya estaba encaminada a la eliminación total de su rival. En este torneo no existía la compasión. Takeru tomó una piedra cercana y la apretó con fuerza. Sus dedos se hundieron en la superficie rugosa mientras la presión aumentaba. A su alrededor, la naturaleza seguía su curso, indiferente a su conflicto interno. **¿Podría hacerlo?** Si llegaba el momento… si un rival lo acorralaba, si la única opción era acabar con él antes de que lo hicieran con él… ¿Sería capaz de cruzar esa línea? Recordó el miedo en los ojos de Harold en ese último instante, cuando su puño se acercaba, cuando su destino ya estaba sellado. —Si dudo… moriré. Susurró para sí mismo. El Torneo Kengan no era un juego. No era un cuadrilátero con reglas y árbitros. Aquí, la única ley era la victoria, y la derrota podía significar la muerte. Inspiró hondo y dejó caer la piedra. Matar nunca había sido su propósito. Su boxeo no se trataba de asesinar, sino de superar. De demostrar que era el mejor, de pulir su técnica hasta la perfección. Pero este mundo no respetaba ideales. Si quería sobrevivir, si quería ganar, tenía que estar preparado para tomar la vida de su oponente. Y lo más inquietante… Es que ahora sabía que podía hacerlo.
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  • Una nueva aventura
    Fandom Oc/OnePience & RecordOfRagnarok
    Categoría Anime / Mangas
    Mientras ella caminaba por la isla tranquila entre la gente un poco aburrida , algo que le llamo la tensión algo que le dio curiosidad aunque Ella tenía muchos secretos escondidos tenía curiosidad y al fin podría salir de esta lista que fue su prisión por años como una diosa y vio aquel grupo de personas que estaban viendo algo que estaba pasando .....

    "Que estará pasando alli"

    Se había chocado con ella , fuertemente y callo a piso .

    "Oye! Se mas cuidadosos con las damas"

    Cometo Ella aun en el suelo ,así que se comporo nuevamente de pie y vio a quien había chocado.
    Mientras ella caminaba por la isla tranquila entre la gente un poco aburrida , algo que le llamo la tensión algo que le dio curiosidad aunque Ella tenía muchos secretos escondidos tenía curiosidad y al fin podría salir de esta lista que fue su prisión por años como una diosa y vio aquel grupo de personas que estaban viendo algo que estaba pasando ..... "Que estará pasando alli" Se había chocado con ella , fuertemente y callo a piso . "Oye! Se mas cuidadosos con las damas" Cometo Ella aun en el suelo ,así que se comporo nuevamente de pie y vio a quien había chocado.
    Tipo
    Individual
    Líneas
    10
    Estado
    Disponible
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  • Nuevo Comienzo
    Fandom Oc
    Categoría Acción
    Cinco meses habían pasado desde la batalla contra James Vulture, y Takeru había dedicado cada día a mejorar, entrenando en total aislamiento, alejado de la ciudad que conocía tan bien. La victoria había dejado cicatrices, no solo físicas, sino también mentales. La intensidad de aquella pelea, la rabia que sentía al enfrentarse a su antiguo rival, le dejó una lección amarga pero valiosa: la impulsividad y la rabia no eran la clave para ser fuerte, sino la calma y el control.

    El joven había pasado meses entrenando en un bosque apartado, en una región remota, donde el aire fresco y la soledad le daban el espacio para redescubrir su arte. Su estilo de boxeo había cambiado radicalmente. Ya no era el chico impulsivo, el que atacaba sin pensar, lleno de ira y pasión. Ahora, su boxeo era fluido, meticuloso, casi elegante. Había aprendido a leer a su oponente antes de hacer un solo movimiento, y sus golpes se volvieron más certeros, calculados y rápidos.

    El cambio era evidente no solo en su forma de pelear, sino también en su actitud. Takeru ya no reaccionaba ante las provocaciones ni se dejaba llevar por el instinto. Ahora caminaba por la vida con una serenidad que sorprendía a quienes le conocían. Había algo en su mirada, una profundidad tranquila que contrastaba con la energía impulsiva que alguna vez lo definió. La furia había sido reemplazada por una concentración casi zen, una paz interior que le permitía ver el mundo de una manera diferente.

    Cuando regresó a su ciudad, la transformación era imposible de ignorar. Su cuerpo, antes algo delgado y tenso, ahora mostraba una musculatura definida, sin la exageración de los músculos forzados. Su rostro, antes siempre marcado por la tensión, tenía una calma que reflejaba su nuevo estado mental. Los cabellos, que antes caían desordenados sobre su frente, ahora se encontraban más cuidados, y su ropa, aunque sencilla, parecía haber sido escogida con más cuidado.

    El regreso de Takeru no pasó desapercibido. Los viejos conocidos, que recordaban a un chico impetuoso, casi arrogante, no pudieron evitar sorprenderse al ver a alguien tan diferente. Incluso aquellos que lo veían como un rival de poca monta ahora lo miraban con respeto. Había algo diferente en él, algo que inspiraba no solo curiosidad, sino también una sensación de invulnerabilidad tranquila.

    A su paso por las calles de la ciudad, se dio cuenta de cuán distante había llegado de ese joven impetuoso que una vez peleó sin pensar. Aun así, sabía que la batalla interna nunca terminaría. Pero ahora tenía las herramientas, el conocimiento y la serenidad para enfrentarse no solo a los oponentes en el ring, sino también a sus propios demonios.
    Cinco meses habían pasado desde la batalla contra James Vulture, y Takeru había dedicado cada día a mejorar, entrenando en total aislamiento, alejado de la ciudad que conocía tan bien. La victoria había dejado cicatrices, no solo físicas, sino también mentales. La intensidad de aquella pelea, la rabia que sentía al enfrentarse a su antiguo rival, le dejó una lección amarga pero valiosa: la impulsividad y la rabia no eran la clave para ser fuerte, sino la calma y el control. El joven había pasado meses entrenando en un bosque apartado, en una región remota, donde el aire fresco y la soledad le daban el espacio para redescubrir su arte. Su estilo de boxeo había cambiado radicalmente. Ya no era el chico impulsivo, el que atacaba sin pensar, lleno de ira y pasión. Ahora, su boxeo era fluido, meticuloso, casi elegante. Había aprendido a leer a su oponente antes de hacer un solo movimiento, y sus golpes se volvieron más certeros, calculados y rápidos. El cambio era evidente no solo en su forma de pelear, sino también en su actitud. Takeru ya no reaccionaba ante las provocaciones ni se dejaba llevar por el instinto. Ahora caminaba por la vida con una serenidad que sorprendía a quienes le conocían. Había algo en su mirada, una profundidad tranquila que contrastaba con la energía impulsiva que alguna vez lo definió. La furia había sido reemplazada por una concentración casi zen, una paz interior que le permitía ver el mundo de una manera diferente. Cuando regresó a su ciudad, la transformación era imposible de ignorar. Su cuerpo, antes algo delgado y tenso, ahora mostraba una musculatura definida, sin la exageración de los músculos forzados. Su rostro, antes siempre marcado por la tensión, tenía una calma que reflejaba su nuevo estado mental. Los cabellos, que antes caían desordenados sobre su frente, ahora se encontraban más cuidados, y su ropa, aunque sencilla, parecía haber sido escogida con más cuidado. El regreso de Takeru no pasó desapercibido. Los viejos conocidos, que recordaban a un chico impetuoso, casi arrogante, no pudieron evitar sorprenderse al ver a alguien tan diferente. Incluso aquellos que lo veían como un rival de poca monta ahora lo miraban con respeto. Había algo diferente en él, algo que inspiraba no solo curiosidad, sino también una sensación de invulnerabilidad tranquila. A su paso por las calles de la ciudad, se dio cuenta de cuán distante había llegado de ese joven impetuoso que una vez peleó sin pensar. Aun así, sabía que la batalla interna nunca terminaría. Pero ahora tenía las herramientas, el conocimiento y la serenidad para enfrentarse no solo a los oponentes en el ring, sino también a sus propios demonios.
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  • La noche se extendía sobre el mundo como un manto rasgado, sus hilos de plata temblando entre las copas de los árboles. A lo lejos, los cuervos trazaban sombras en el cielo, pero su voz se apagaba aquí, donde solo la brisa y el crujir de las hojas susurraban secretos olvidados.

    Me detuve en el claro, sintiendo la humedad de la tierra bajo mis pies. El humo que escapaba de mi máscara se mezclaba con la niebla que reptaba sobre el suelo, enredándose en las raíces y en los troncos retorcidos de los árboles centenarios. Cerré los ojos un instante. El silencio tenía peso aquí. Y en ese silencio, escuché el deslizamiento casi imperceptible sobre la hojarasca.

    Ahí estaba ella.

    Emergió de la penumbra como un hilo de sombra líquida, su cuerpo ondulando con una gracia inhumana. Su piel era oscura y brillante como la obsidiana, y sus ojos, dos esferas de ámbar incandescente, se fijaron en mí con una calma absoluta. No hubo miedo en su mirada, solo un entendimiento antiguo, profundo.

    —Te esperaba. —Murmuré, aunque no supe por qué.

    La serpiente alzó la cabeza, su lengua hendida probando el aire. Parecía saber algo que yo aún no comprendía.

    —Vienes de lejos. —Dije, observando la cicatriz pálida que surcaba su lomo, una herida vieja, sanada con el tiempo pero nunca olvidada.

    Ella no respondió, pero no necesitaba hacerlo. La historia estaba en su piel, en la forma en que su cuerpo se movía con cautela, en la manera en que su mirada no titubeaba. Había sobrevivido a algo. A alguien.

    La entendí.

    Porque yo también había sido herida. Yo también había deslizado mi cuerpo por la noche, lejos de manos que intentaban atraparme, de cuchillas que buscaban partirme en dos. Yo también había aprendido a moverse en la penumbra, a esperar el momento exacto para morder.

    Un cuervo graznó en la distancia. La serpiente parpadeó lentamente y, con la misma quietud con la que había llegado, comenzó a alejarse.

    —No... —Quise decir. Quédate. Enséñame qué hacer con las cicatrices. Enséñame a recordar sin convertirme en lo que me hirió.

    Pero las serpientes no enseñan con palabras. Enseñan con su existencia, con la forma en que continúan deslizándose, con la certeza de que la piel rota se abandona y una nueva emerge en su lugar.

    La observé desaparecer entre las raíces, su silueta fundiéndose con la tierra.
    La noche se extendía sobre el mundo como un manto rasgado, sus hilos de plata temblando entre las copas de los árboles. A lo lejos, los cuervos trazaban sombras en el cielo, pero su voz se apagaba aquí, donde solo la brisa y el crujir de las hojas susurraban secretos olvidados. Me detuve en el claro, sintiendo la humedad de la tierra bajo mis pies. El humo que escapaba de mi máscara se mezclaba con la niebla que reptaba sobre el suelo, enredándose en las raíces y en los troncos retorcidos de los árboles centenarios. Cerré los ojos un instante. El silencio tenía peso aquí. Y en ese silencio, escuché el deslizamiento casi imperceptible sobre la hojarasca. Ahí estaba ella. Emergió de la penumbra como un hilo de sombra líquida, su cuerpo ondulando con una gracia inhumana. Su piel era oscura y brillante como la obsidiana, y sus ojos, dos esferas de ámbar incandescente, se fijaron en mí con una calma absoluta. No hubo miedo en su mirada, solo un entendimiento antiguo, profundo. —Te esperaba. —Murmuré, aunque no supe por qué. La serpiente alzó la cabeza, su lengua hendida probando el aire. Parecía saber algo que yo aún no comprendía. —Vienes de lejos. —Dije, observando la cicatriz pálida que surcaba su lomo, una herida vieja, sanada con el tiempo pero nunca olvidada. Ella no respondió, pero no necesitaba hacerlo. La historia estaba en su piel, en la forma en que su cuerpo se movía con cautela, en la manera en que su mirada no titubeaba. Había sobrevivido a algo. A alguien. La entendí. Porque yo también había sido herida. Yo también había deslizado mi cuerpo por la noche, lejos de manos que intentaban atraparme, de cuchillas que buscaban partirme en dos. Yo también había aprendido a moverse en la penumbra, a esperar el momento exacto para morder. Un cuervo graznó en la distancia. La serpiente parpadeó lentamente y, con la misma quietud con la que había llegado, comenzó a alejarse. —No... —Quise decir. Quédate. Enséñame qué hacer con las cicatrices. Enséñame a recordar sin convertirme en lo que me hirió. Pero las serpientes no enseñan con palabras. Enseñan con su existencia, con la forma en que continúan deslizándose, con la certeza de que la piel rota se abandona y una nueva emerge en su lugar. La observé desaparecer entre las raíces, su silueta fundiéndose con la tierra.
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