• Entrando a la ducha, dejó las llaves abiertas para que el agua cayera encima, suspirando mientras pensaba en tantas cosas, negando un poco.

    Cerró los ojos y se centró en ducharse, lavando su cuerpo con calma, siendo especialmente cuidadoso con su espalda por la gema y las hendiduras de sus alas.
    Entrando a la ducha, dejó las llaves abiertas para que el agua cayera encima, suspirando mientras pensaba en tantas cosas, negando un poco. Cerró los ojos y se centró en ducharse, lavando su cuerpo con calma, siendo especialmente cuidadoso con su espalda por la gema y las hendiduras de sus alas.
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  • - en el campo de entrenamiento , junto a los caballeros sacros de nivel alto de liones rodiara y de ellos .-

    Caballero sacro
    Ese es el pequeño gato rojo, que esta con lady Nyx

    No tengan miedo lux sera cuidadoso ¿creo?

    Caballero sacro
    Decuerden no hacerlo enojar

    -el entrenamiento de nyx comenzo.-
    - en el campo de entrenamiento , junto a los caballeros sacros de nivel alto de liones rodiara y de ellos .- Caballero sacro Ese es el pequeño gato rojo, que esta con lady Nyx No tengan miedo lux sera cuidadoso ¿creo? Caballero sacro Decuerden no hacerlo enojar -el entrenamiento de nyx comenzo.-
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  • Ajam, ustedes dos deberian ser mas cuidadoso con las personas .....
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  • No soy un dios , bondadoso

    - lo comento con una sonrisa malvada y brurlona-

    Ni tampoco tengo demaciado paciencia con. Seres así , aprovecha esta oportunidad y no hagas que me arrepienta bonita ya sabe que no tengo nada de bondadoso con nadie, muñequita.
    No soy un dios , bondadoso - lo comento con una sonrisa malvada y brurlona- Ni tampoco tengo demaciado paciencia con. Seres así , aprovecha esta oportunidad y no hagas que me arrepienta bonita ya sabe que no tengo nada de bondadoso con nadie, muñequita.
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  • [ ๐‘ด๐’† ๐’…๐’†๐’Ž๐’๐’”๐’•๐’“๐’‚๐’”๐’•๐’† ๐’„๐’๐’Ž๐’ ๐’†๐’“๐’‚ ๐’†๐’ ๐’„๐’Š๐’†๐’๐’, ๐’‚๐’‰๐’๐’“๐’‚, ๐’…é๐’‹๐’‚๐’Ž๐’† ๐’๐’๐’†๐’—๐’‚๐’“๐’•๐’† ๐’‚ ๐’Ž๐’Š ๐’Š๐’๐’‡๐’Š๐’†๐’“๐’๐’ — ๐๐„๐‹๐‹๐€ ๐‚๐ˆ๐€๐Ž. | ๐ŸŽ๐ŸŽ ]





    Mucho antes de nacer, su vida había dejado de pertenecerle. El destino del hombre que sería estaba escrito, marcado en su piel como un animal antes incluso de respirar, antes de que pudiera si quiera abrir los ojos.

    A los veinte años, su padre terminó de forjarlo. Aquella maldita bestia sin alma.
    La más mínima molestia desaparecía de su camino con la facilidad de un suspiro. No había pena, no existía culpa; la vida ajena no valía nada. Eran sacos de carne desechables, basura humana. Y él había aprendido a tratarlos así.

    Se rodeaba únicamente de perros amaestrados, piezas útiles que podía controlar a voluntad. El resto no merecía ni una mirada. Nadie osaba cuestionarlo, ni siquiera dentro de su propia familia, porque quien lo hacía estaba condenado al mismo infierno que él sabía construir con sus propias manos. Matar dejó de ser un acto aislado: se volvió rutina. Un hábito tedioso, otro labor más de su existencia.

    Ese brillo en los ojos, esa arrogancia cruel, no eran rasgos humanos. La manipulación, el engaño, la máscara de caballerosidad que lo hacía parecer inofensivo, todo estaba incrustado en su carne y en sus huesos. Sostener cabezas aún calientes, con la sangre escurriéndose entre sus dedos, se volvió casi natural. No podía ser de otra forma: había sido moldeado para ello, convertido en un arma desde el primer día. El primogénito de los Di Conti. Ese era su mundo, su condena.

    Nunca soñó con felicidad, ni con ternura, ni con misericordia. Esos conceptos no existían en su diccionario. Solo había un hueco, un vacío incapaz de llenarse. Un muñeco sin alma, un instrumento de obediencia. Incluso al renunciar al apellido, incluso al huir y forjarse un nuevo nombre, la redención nunca llegó. Solo encontró nuevas máscaras, nuevas culpas, nuevas sombras que lo siguieron siempre. Y en esa huida arrastró a todos los que se acercaron demasiado: Rubí, Kiev… nadie escapó limpio de su mancha, mucho menos ahora Vanya.

    Pero algo cambió. Algo que jamás esperaba.
    La muerte llegó para reclamarlo y, aun así, no lo aceptó. Fue condenado de otra manera ¿Qué tan maldito debía estar para que incluso la muerte lo negara?

    Entonces lo sintió. Por primera vez. La conciencia. Ese peso en el pecho que ardía y quemaba como un fuego lento. Lo odiaba. Sentir era debilidad. Pero en las noches la pregunta volvía, implacable, como un cuchillo girando en lo hondo. Durante el último año había probado emociones que lo desgarraban y lo embriagaban a la vez volviéndose casi adicto a sentirlo de varias formas. Había sentido, aunque fuese por segundos, algo parecido a la vida. Algo parecido a ser humano.

    ¿Podía ser feliz? ¿Podía robarle a su condena un instante de paz, aunque efímero?

    No era un santo ni lo sería jamás, lo sabía. Pero esos ojos… esos malditos ojos no veían al monstruo. Lo miraban con ternura, con esperanza, como si aún hubiese algo digno de salvarse. Y eso dolía. Dolía más que cualquier bala, más que cualquier herida. Porque en el fondo temía que lo que más odiaba fuese, justamente, la posibilidad de que todavía quedara un hombre debajo de toda esa sangre.



    [ ... ]


    ๐”๐ง๐š ๐ฆ๐š๐ญ๐ญ๐ข๐ง๐š ๐ฆ๐ข ๐ฌ๐จ๐ง' ๐ฌ๐ฏ๐ž๐ ๐ฅ๐ข๐š๐ญ๐จ…

    Fue una de esas mañanas en que el sol se empeñó en iluminar incluso lo que uno preferiría mantener en la sombra. La claridad entró sin permiso, molestándole los párpados hasta obligarlo a cubrirse el rostro con la mano. Sus ojos dorados se abrieron con desgano; Ryan solía levantarse sin problemas, pero esa vez no había dormido bien por los últimos informes que había recibido sobre la situación del ruso y la próxima reunión que esperaba que calmará todo. De igual manera, la cita que tenía lo valía todo.

    ๐Ž๐ก ๐›๐ž๐ฅ๐ฅ๐š ๐œ๐ข๐š๐จ, ๐›๐ž๐ฅ๐ฅ๐š ๐œ๐ข๐š๐จ, ๐›๐ž๐ฅ๐ฅ๐š ๐œ๐ข๐š๐จ, ๐œ๐ข๐š๐จ, ๐œ๐ข๐š๐จ…

    Guardaba en secreto lo más frágil y lo más peligroso que tenía: ella. Una leona que había logrado colarse en su cabeza, rompiendo poco a poco la dureza que siempre lo había acompañado. No supo en qué momento pasó, solo sabía que entre salidas, miradas cómplices, sonrisas robadas y esa forma en que lo miraba, terminó desarmado frente a ella.

    ๐”๐ง๐š ๐ฆ๐š๐ญ๐ญ๐ข๐ง๐š ๐ฆ๐ข ๐ฌ๐จ๐ง' ๐ฌ๐ฏ๐ž๐ ๐ฅ๐ข๐š๐ญ๐จ… ๐ž ๐ก๐จ ๐ญ๐ซ๐จ๐ฏ๐š๐ญ๐จ ๐ฅ’๐ข๐ง๐ฏ๐š๐ฌ๐จ๐ซ.

    En su teléfono aún guardaba una foto, la prueba de que no lo había soñado. Una imagen capaz de arrancarle una sonrisa incluso en medio de la sangre y los informes de la guerra contra el ruso. Cada domingo, cada instante, cada recuerdo: ahí estaba ella.

    Ese día, al terminar de abotonarse la camisa, sus hombros tensos parecieron ceder un poco. El punto de encuentro era una plaza tranquila, casi inocente. No faltaron las bromas, las miradas que quemaban bajo la piel, ni ese beso robado que un niño interrumpió al pasar cerca.

    ๐Ž ๐ฉ๐š๐ซ๐ญ๐ข๐ ๐ข๐š๐ง๐จ, ๐ฉ๐จ๐ซ๐ญ๐š๐ฆ๐ข ๐ฏ๐ข๐š… ๐จ๐ก ๐›๐ž๐ฅ๐ฅ๐š ๐œ๐ข๐š๐จ, ๐›๐ž๐ฅ๐ฅ๐š ๐œ๐ข๐š๐จ…

    El viaje en auto los llevó a un sitio apartado, demasiado silencioso. La calma parecía tan perfecta que resultaba sospechosa. Ella sonreía, pero en sus ojos había un nerviosismo imposible de ocultar. Bastó el crujido de una rama para romper la paz, y el silencio se volvió pesado, casi insoportable, con esa presencia invisible de enemigos que siempre parecían acecharlo.

    ๐Ž ๐ฉ๐š๐ซ๐ญ๐ข๐ ๐ข๐š๐ง๐จ, ๐ฉ๐จ๐ซ๐ญ๐š๐ฆ๐ข ๐ฏ๐ข๐š… ché ๐ฆ๐ข ๐ฌ๐ž๐ง๐ญ๐จ ๐๐ข ๐ฆ๐จ๐ซ๐ข๐ซ.

    La distancia se hizo enorme en un segundo. Un instante la tenía en sus brazos y al siguiente estaba más cerca del enemigo que de él. Buscó su mirada, queriendo encontrar miedo o desconcierto en ella, pero en su lugar apareció la puntería de varias armas. Los hombres armados lo obligaron a retroceder, a mantenerse lejos. Lo que más lo golpeó no fue el arma, sino verla sin sorpresa en el rostro, como si lo hubiera sabido desde antes. Entonces escuchó la voz de su primo, dulce y venenosa, confirmando lo que ya intuía: una traición. Y las palabras de ella terminaron por firmar su condena.

    Intentó reaccionar, pero fue tarde.

    La primera bala le atravesó el pecho con un estallido seco, directo al ventrículo izquierdo. El golpe lo hizo arquearse hacia atrás, el aire se le escapó de golpe en un jadeo áspero y metálico. Sintió el corazón estallar dentro de su caja torácica, cada latido convertido en un espasmo inútil que expulsaba sangre a borbotones. La camisa blanca se manchó de inmediato, tiñéndose en rojo oscuro mientras sus dedos temblorosos intentaban cubrir la herida, inútilmente. El dolor no era solo físico; era como si lo hubieran arrancado de raíz, como si su propia vida se desangrara en cuestión de segundos.

    Apenas logró inhalar, el segundo disparo llegó. La bala le atravesó el cráneo con un estruendo sordo, despojándolo del mundo en un destello blanco. Por un instante lo invadió un zumbido absoluto, como si el universo entero se partiera en dos, y después vino la nada: helada e impecable.

    Y la última figura que alcanzó a ver, justo antes de que todo se apagara, fue la de ella.


    โ - ๐‘จ๐’š๐’๐’‚ โž


    El cuerpo del italiano se desplomó con un golpe sordo contra la hierba húmeda. El silencio que siguió fue más cruel que el propio disparo, como si el mundo entero contuviera el aliento para contemplar su caída.

    La sangre brotó al principio en un hilo fino, tímido… pero pronto se desbordó, oscura y espesa, extendiéndose sobre el césped como un manto carmesí. El contraste con el verde fresco resultaba casi obsceno, un cuadro grotesco pintado por la muerte misma.


    โ - ¿๐‘ท๐’–๐’†๐’…๐’†๐’” ๐’‘๐’“๐’๐’Ž๐’†๐’•๐’†๐’“๐’Ž๐’† ๐’๐’–๐’๐’„๐’‚ ๐’•๐’“๐’‚๐’Š๐’„๐’Š๐’๐’๐’‚๐’“๐’Ž๐’†? โž


    La camisa blanca, elegida aquella mañana, se tiñó lentamente, manchándose de rojo como si la tela hubiera esperado ese destino desde siempre. Cada pliegue, cada costura, absorbía la sangre hasta volverse una segunda piel marcada por la violencia.

    El aire olía a hierro. Y mientras los segundos se alargaban, la quietud del cadáver se volvía más aterradora que el estruendo de la bala que lo había derribado.


    โ - ๐‘ท๐’๐’“๐’’๐’–๐’† ๐’”๐’Š ๐’๐’ ๐’‰๐’‚๐’„๐’†๐’”... โž


    Los ojos quedaron abiertos, vacíos, mirando hacia ninguna parte. El brillo que alguna vez desafiaba al mundo entero se había apagado para siempre. El pecho, inmóvil, sin señal de vida. Una respiración que nunca volvió.


    โ - ๐‘ด๐’† ๐’…๐’๐’๐’†๐’“í๐’‚...โž


    La canasta del picnic rodó hasta volcarse, derramando pan, frutas y vino sobre la tierra como una ofrenda rota a los dioses crueles del destino. El líquido carmesí se mezcló con la sangre en el suelo, confundiendo vida y muerte en una misma mancha.

    A un costado, los lentes de sol yacían olvidados, inútiles, como si aún pretendieran protegerlo de un sol que ya no podía ver.

    —Está muerto —anunció uno de los hombres, la voz áspera, definitiva. Había rodeado a ambos junto con los demás, y al tocar el cuello de Ryan no encontró pulso alguno..


    โ - ๐‘ด๐’† ๐’…๐’๐’๐’†๐’“í๐’‚ ๐’•๐’†๐’๐’†๐’“ ๐’’๐’–๐’† ๐’Ž๐’‚๐’•๐’‚๐’“๐’•๐’†.โž


    Pero entonces, una mano emergió de la hierba ensangrentada y detuvo el movimiento de aquel hombre antes de que pensaran en irse, un agarre firme, con un peso que desafiaba el mismo silencio que habia reinado el lugar.


    — ¿A dónde vas, hijo de puta? — gruñó una voz familiar, rota por el dolor pero mezclada con rabia. Ryan miro a este hombre antes de jalarlo hacia el, escasos centímetros antes de tomar su cuello y romperlo.
    [ ๐‘ด๐’† ๐’…๐’†๐’Ž๐’๐’”๐’•๐’“๐’‚๐’”๐’•๐’† ๐’„๐’๐’Ž๐’ ๐’†๐’“๐’‚ ๐’†๐’ ๐’„๐’Š๐’†๐’๐’, ๐’‚๐’‰๐’๐’“๐’‚, ๐’…é๐’‹๐’‚๐’Ž๐’† ๐’๐’๐’†๐’—๐’‚๐’“๐’•๐’† ๐’‚ ๐’Ž๐’Š ๐’Š๐’๐’‡๐’Š๐’†๐’“๐’๐’ — ๐๐„๐‹๐‹๐€ ๐‚๐ˆ๐€๐Ž. | ๐ŸŽ๐ŸŽ ] Mucho antes de nacer, su vida había dejado de pertenecerle. El destino del hombre que sería estaba escrito, marcado en su piel como un animal antes incluso de respirar, antes de que pudiera si quiera abrir los ojos. A los veinte años, su padre terminó de forjarlo. Aquella maldita bestia sin alma. La más mínima molestia desaparecía de su camino con la facilidad de un suspiro. No había pena, no existía culpa; la vida ajena no valía nada. Eran sacos de carne desechables, basura humana. Y él había aprendido a tratarlos así. Se rodeaba únicamente de perros amaestrados, piezas útiles que podía controlar a voluntad. El resto no merecía ni una mirada. Nadie osaba cuestionarlo, ni siquiera dentro de su propia familia, porque quien lo hacía estaba condenado al mismo infierno que él sabía construir con sus propias manos. Matar dejó de ser un acto aislado: se volvió rutina. Un hábito tedioso, otro labor más de su existencia. Ese brillo en los ojos, esa arrogancia cruel, no eran rasgos humanos. La manipulación, el engaño, la máscara de caballerosidad que lo hacía parecer inofensivo, todo estaba incrustado en su carne y en sus huesos. Sostener cabezas aún calientes, con la sangre escurriéndose entre sus dedos, se volvió casi natural. No podía ser de otra forma: había sido moldeado para ello, convertido en un arma desde el primer día. El primogénito de los Di Conti. Ese era su mundo, su condena. Nunca soñó con felicidad, ni con ternura, ni con misericordia. Esos conceptos no existían en su diccionario. Solo había un hueco, un vacío incapaz de llenarse. Un muñeco sin alma, un instrumento de obediencia. Incluso al renunciar al apellido, incluso al huir y forjarse un nuevo nombre, la redención nunca llegó. Solo encontró nuevas máscaras, nuevas culpas, nuevas sombras que lo siguieron siempre. Y en esa huida arrastró a todos los que se acercaron demasiado: Rubí, Kiev… nadie escapó limpio de su mancha, mucho menos ahora Vanya. Pero algo cambió. Algo que jamás esperaba. La muerte llegó para reclamarlo y, aun así, no lo aceptó. Fue condenado de otra manera ¿Qué tan maldito debía estar para que incluso la muerte lo negara? Entonces lo sintió. Por primera vez. La conciencia. Ese peso en el pecho que ardía y quemaba como un fuego lento. Lo odiaba. Sentir era debilidad. Pero en las noches la pregunta volvía, implacable, como un cuchillo girando en lo hondo. Durante el último año había probado emociones que lo desgarraban y lo embriagaban a la vez volviéndose casi adicto a sentirlo de varias formas. Había sentido, aunque fuese por segundos, algo parecido a la vida. Algo parecido a ser humano. ¿Podía ser feliz? ¿Podía robarle a su condena un instante de paz, aunque efímero? No era un santo ni lo sería jamás, lo sabía. Pero esos ojos… esos malditos ojos no veían al monstruo. Lo miraban con ternura, con esperanza, como si aún hubiese algo digno de salvarse. Y eso dolía. Dolía más que cualquier bala, más que cualquier herida. Porque en el fondo temía que lo que más odiaba fuese, justamente, la posibilidad de que todavía quedara un hombre debajo de toda esa sangre. [ ... ] ๐”๐ง๐š ๐ฆ๐š๐ญ๐ญ๐ข๐ง๐š ๐ฆ๐ข ๐ฌ๐จ๐ง' ๐ฌ๐ฏ๐ž๐ ๐ฅ๐ข๐š๐ญ๐จ… Fue una de esas mañanas en que el sol se empeñó en iluminar incluso lo que uno preferiría mantener en la sombra. La claridad entró sin permiso, molestándole los párpados hasta obligarlo a cubrirse el rostro con la mano. Sus ojos dorados se abrieron con desgano; Ryan solía levantarse sin problemas, pero esa vez no había dormido bien por los últimos informes que había recibido sobre la situación del ruso y la próxima reunión que esperaba que calmará todo. De igual manera, la cita que tenía lo valía todo. ๐Ž๐ก ๐›๐ž๐ฅ๐ฅ๐š ๐œ๐ข๐š๐จ, ๐›๐ž๐ฅ๐ฅ๐š ๐œ๐ข๐š๐จ, ๐›๐ž๐ฅ๐ฅ๐š ๐œ๐ข๐š๐จ, ๐œ๐ข๐š๐จ, ๐œ๐ข๐š๐จ… Guardaba en secreto lo más frágil y lo más peligroso que tenía: ella. Una leona que había logrado colarse en su cabeza, rompiendo poco a poco la dureza que siempre lo había acompañado. No supo en qué momento pasó, solo sabía que entre salidas, miradas cómplices, sonrisas robadas y esa forma en que lo miraba, terminó desarmado frente a ella. ๐”๐ง๐š ๐ฆ๐š๐ญ๐ญ๐ข๐ง๐š ๐ฆ๐ข ๐ฌ๐จ๐ง' ๐ฌ๐ฏ๐ž๐ ๐ฅ๐ข๐š๐ญ๐จ… ๐ž ๐ก๐จ ๐ญ๐ซ๐จ๐ฏ๐š๐ญ๐จ ๐ฅ’๐ข๐ง๐ฏ๐š๐ฌ๐จ๐ซ. En su teléfono aún guardaba una foto, la prueba de que no lo había soñado. Una imagen capaz de arrancarle una sonrisa incluso en medio de la sangre y los informes de la guerra contra el ruso. Cada domingo, cada instante, cada recuerdo: ahí estaba ella. Ese día, al terminar de abotonarse la camisa, sus hombros tensos parecieron ceder un poco. El punto de encuentro era una plaza tranquila, casi inocente. No faltaron las bromas, las miradas que quemaban bajo la piel, ni ese beso robado que un niño interrumpió al pasar cerca. ๐Ž ๐ฉ๐š๐ซ๐ญ๐ข๐ ๐ข๐š๐ง๐จ, ๐ฉ๐จ๐ซ๐ญ๐š๐ฆ๐ข ๐ฏ๐ข๐š… ๐จ๐ก ๐›๐ž๐ฅ๐ฅ๐š ๐œ๐ข๐š๐จ, ๐›๐ž๐ฅ๐ฅ๐š ๐œ๐ข๐š๐จ… El viaje en auto los llevó a un sitio apartado, demasiado silencioso. La calma parecía tan perfecta que resultaba sospechosa. Ella sonreía, pero en sus ojos había un nerviosismo imposible de ocultar. Bastó el crujido de una rama para romper la paz, y el silencio se volvió pesado, casi insoportable, con esa presencia invisible de enemigos que siempre parecían acecharlo. ๐Ž ๐ฉ๐š๐ซ๐ญ๐ข๐ ๐ข๐š๐ง๐จ, ๐ฉ๐จ๐ซ๐ญ๐š๐ฆ๐ข ๐ฏ๐ข๐š… ché ๐ฆ๐ข ๐ฌ๐ž๐ง๐ญ๐จ ๐๐ข ๐ฆ๐จ๐ซ๐ข๐ซ. La distancia se hizo enorme en un segundo. Un instante la tenía en sus brazos y al siguiente estaba más cerca del enemigo que de él. Buscó su mirada, queriendo encontrar miedo o desconcierto en ella, pero en su lugar apareció la puntería de varias armas. Los hombres armados lo obligaron a retroceder, a mantenerse lejos. Lo que más lo golpeó no fue el arma, sino verla sin sorpresa en el rostro, como si lo hubiera sabido desde antes. Entonces escuchó la voz de su primo, dulce y venenosa, confirmando lo que ya intuía: una traición. Y las palabras de ella terminaron por firmar su condena. Intentó reaccionar, pero fue tarde. 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Y mientras los segundos se alargaban, la quietud del cadáver se volvía más aterradora que el estruendo de la bala que lo había derribado. โ - ๐‘ท๐’๐’“๐’’๐’–๐’† ๐’”๐’Š ๐’๐’ ๐’‰๐’‚๐’„๐’†๐’”... โž Los ojos quedaron abiertos, vacíos, mirando hacia ninguna parte. El brillo que alguna vez desafiaba al mundo entero se había apagado para siempre. El pecho, inmóvil, sin señal de vida. Una respiración que nunca volvió. โ - ๐‘ด๐’† ๐’…๐’๐’๐’†๐’“í๐’‚...โž La canasta del picnic rodó hasta volcarse, derramando pan, frutas y vino sobre la tierra como una ofrenda rota a los dioses crueles del destino. El líquido carmesí se mezcló con la sangre en el suelo, confundiendo vida y muerte en una misma mancha. A un costado, los lentes de sol yacían olvidados, inútiles, como si aún pretendieran protegerlo de un sol que ya no podía ver. —Está muerto —anunció uno de los hombres, la voz áspera, definitiva. Había rodeado a ambos junto con los demás, y al tocar el cuello de Ryan no encontró pulso alguno.. โ - ๐‘ด๐’† ๐’…๐’๐’๐’†๐’“í๐’‚ ๐’•๐’†๐’๐’†๐’“ ๐’’๐’–๐’† ๐’Ž๐’‚๐’•๐’‚๐’“๐’•๐’†.โž Pero entonces, una mano emergió de la hierba ensangrentada y detuvo el movimiento de aquel hombre antes de que pensaran en irse, un agarre firme, con un peso que desafiaba el mismo silencio que habia reinado el lugar. — ¿A dónde vas, hijo de puta? — gruñó una voz familiar, rota por el dolor pero mezclada con rabia. Ryan miro a este hombre antes de jalarlo hacia el, escasos centímetros antes de tomar su cuello y romperlo.
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  • El Inicio de un Caos Espiritual parte 1


    Desde algún punto en que nunca me decidía, nada parecía preocuparme. Siempre me la pasaba cada noche mirando en Vallefresno cerca, justo en los pilotes más olvidados. Un islote donde siempre estaba para tener paz y tranquilidad. Incluso, las veladas en la avanzada de Zorangar son lo más maravilloso que hay en lo que se refiere al muelle cercano.

    Mis noches calaban con el frío hasta el tuétano de los huesos si no estabas bien abrigado, claramente. Pero los árboles de alrededor se ocupaban de que fuera fresco y no se transformase en un gélido infierno. Incluso, los animales también paseaban a plena vista a una distancia considerable. Ninguno era ingenuo como para acercarse... pero tal vez algo faltaba en la noche pesada.

    La luna era enorme y bañaba con su brillo hermoso el lugar, como un recordatorio de que siempre estaría ahí para consolarte. El recio viento suave no hacía más que mecer mi cabello como si de una caricia se tratase, haciendo que me acariciara el pelo por un instinto nato de darme algo de cariño. Pero ha cambiado el rumbo de mi tranquilidad. Las dos lunas restantes saldrían más tarde... pero algo no andaba bien para lo que era común. ¿Un instinto?... ¿Qué era...?

    —La noche está hermosa, aunque el frío no cesa con cada soplido... Es como si un espectro me quisiera hablar —dijo con algo de misterio.

    El calor de la fogata que ardía desde que empezó a caer y desatarse el velo de la noche era reconfortante. Sus manos suaves sostuvieron un cuenco de sopa y sus ojos azules cayeron ahí para mirar su reflejo, el cual era como sentir una caída en el precipicio más alto y sin fin... Algo se sintió tan vacío...

    —Hmmm... —gruñó, y con ello dio un sorbete del caldo que estaba hecho de ricas verduras que reservaba y un par de raíces, acompañado de un poco de carne de jabalí seca—. La sopa sabe amarga cuando no hay nadie con quien compartir...

    —Se siente un ambiente tan solitario... Es como si alguien quisiera manifestarse y con ello hablarme de algo. A lo mejor estoy muy cansado —se dijo una vez más, en cuanto se levantó después de tragar el sorbo del caliente caldo que ayudaría a regular su temperatura corporal.

    Pero eso no era algo que realmente le fuera de tanto interés o necesidad de hacer siempre. A pesar de todo, los orcos eran caracterizados por su resistencia y su piel gruesa, que era capaz de soportar el frío inusual que un humano no toleraría en segundos, o regular el calor que tal vez algún otro ser no haría más que tirar la toalla por el infernal clima flameante. Pero eso no era símbolo de que pudiera caminar sobre lava o vivir en un lugar volcánico.

    Se recompuso y, con sus suaves pasos, aún sostenía su sopa. El delicioso caldo temblaba mientras las ondas chocaban al ritmo de las paredes del tazón. Se sentó en su cama y miró con algo de curiosidad su dibujo en su carpa de pieles: el dibujo de su hermano, Thrall, líder de la Horda. Para él, es más que un tesoro. Era algo más que invaluable en lo que podría decirse del término valioso o de importancia material. Claramente es de un afecto enorme, en el que la familia podría identificarse, al ser lo único que le quedaba... Un lobo sobreviviente a tantas cosas que, aun así, en lo que era el lote de la vida, como un leve camino rocoso y con espinas, quizás trampas mortales, supo salir con vida y estar hasta ahora... lo que conoce como su hermano mayor... y para el otro, su hermano menor...

    Se dignó a contemplar la gracia de sus trazos mientras meditaba un poco con aprecio en silencio, bajo el chasquido de la fogata ruidosa y las velas que iluminaban sutilmente. Entonces se dijo para él, como si hablara con su hermano de verdad:

    —Desde que me alejé de ahí, no hago más que echarte de menos... Pero es difícil creer que preferirías más a otros antes que a tu hermano... Pero... de tal modo... —Hizo una pausa, volvió a mirar su reflejo en la luz tenue y con ello volvió a posar su vista en el dibujo. Su voz pragmática de apatía se tornó en lo que era nostalgia—. Te aprecio y admiro... No quería ponerte a escoger entre yo o la Horda... No hago más que decepcionarte, no te lo dije antes... Pero aun así no dejo siempre de dañar todo lo que está a mi paso...

    El dibujo cayó con una lentitud y una dramática caída lenta. Se sintió más que extraño... Fue un escalofrío lo que se desplegó sobre el joven orco y con ello, el material dibujado se acunó sobre el fuego de una vela cercana y ardió con furia. El instinto tomó el control, aunque muy tarde. El fuego comía el papel con hambre grotesca, mientras que, sin otro remedio, tiré el caldo de mis manos para apagar el fuego. El papel quedó reducido a cenizas. Lo único que sobrevivió fue un trozo del rostro de su hermano sonriendo, pero a media cara.

    El escalofrío recorrió una vez más su columna, sintiéndose más frío, y con ello, salió lleno de adrenalina desde la carpa y miró la luna una vez más, como si buscara la respuesta a lo que le había pasado hace un instante... Su corazón latió con algo más de prisa, como si de algún modo hubiera pasado algo mientras la noche transcurría con su frío desolador...

    El Inicio de un Caos Espiritual parte 1 Desde algún punto en que nunca me decidía, nada parecía preocuparme. Siempre me la pasaba cada noche mirando en Vallefresno cerca, justo en los pilotes más olvidados. Un islote donde siempre estaba para tener paz y tranquilidad. Incluso, las veladas en la avanzada de Zorangar son lo más maravilloso que hay en lo que se refiere al muelle cercano. Mis noches calaban con el frío hasta el tuétano de los huesos si no estabas bien abrigado, claramente. Pero los árboles de alrededor se ocupaban de que fuera fresco y no se transformase en un gélido infierno. Incluso, los animales también paseaban a plena vista a una distancia considerable. Ninguno era ingenuo como para acercarse... pero tal vez algo faltaba en la noche pesada. La luna era enorme y bañaba con su brillo hermoso el lugar, como un recordatorio de que siempre estaría ahí para consolarte. El recio viento suave no hacía más que mecer mi cabello como si de una caricia se tratase, haciendo que me acariciara el pelo por un instinto nato de darme algo de cariño. Pero ha cambiado el rumbo de mi tranquilidad. Las dos lunas restantes saldrían más tarde... pero algo no andaba bien para lo que era común. ¿Un instinto?... ¿Qué era...? —La noche está hermosa, aunque el frío no cesa con cada soplido... Es como si un espectro me quisiera hablar —dijo con algo de misterio. El calor de la fogata que ardía desde que empezó a caer y desatarse el velo de la noche era reconfortante. Sus manos suaves sostuvieron un cuenco de sopa y sus ojos azules cayeron ahí para mirar su reflejo, el cual era como sentir una caída en el precipicio más alto y sin fin... Algo se sintió tan vacío... —Hmmm... —gruñó, y con ello dio un sorbete del caldo que estaba hecho de ricas verduras que reservaba y un par de raíces, acompañado de un poco de carne de jabalí seca—. La sopa sabe amarga cuando no hay nadie con quien compartir... —Se siente un ambiente tan solitario... Es como si alguien quisiera manifestarse y con ello hablarme de algo. A lo mejor estoy muy cansado —se dijo una vez más, en cuanto se levantó después de tragar el sorbo del caliente caldo que ayudaría a regular su temperatura corporal. Pero eso no era algo que realmente le fuera de tanto interés o necesidad de hacer siempre. A pesar de todo, los orcos eran caracterizados por su resistencia y su piel gruesa, que era capaz de soportar el frío inusual que un humano no toleraría en segundos, o regular el calor que tal vez algún otro ser no haría más que tirar la toalla por el infernal clima flameante. Pero eso no era símbolo de que pudiera caminar sobre lava o vivir en un lugar volcánico. Se recompuso y, con sus suaves pasos, aún sostenía su sopa. El delicioso caldo temblaba mientras las ondas chocaban al ritmo de las paredes del tazón. Se sentó en su cama y miró con algo de curiosidad su dibujo en su carpa de pieles: el dibujo de su hermano, Thrall, líder de la Horda. Para él, es más que un tesoro. Era algo más que invaluable en lo que podría decirse del término valioso o de importancia material. Claramente es de un afecto enorme, en el que la familia podría identificarse, al ser lo único que le quedaba... Un lobo sobreviviente a tantas cosas que, aun así, en lo que era el lote de la vida, como un leve camino rocoso y con espinas, quizás trampas mortales, supo salir con vida y estar hasta ahora... lo que conoce como su hermano mayor... y para el otro, su hermano menor... Se dignó a contemplar la gracia de sus trazos mientras meditaba un poco con aprecio en silencio, bajo el chasquido de la fogata ruidosa y las velas que iluminaban sutilmente. Entonces se dijo para él, como si hablara con su hermano de verdad: —Desde que me alejé de ahí, no hago más que echarte de menos... Pero es difícil creer que preferirías más a otros antes que a tu hermano... Pero... de tal modo... —Hizo una pausa, volvió a mirar su reflejo en la luz tenue y con ello volvió a posar su vista en el dibujo. Su voz pragmática de apatía se tornó en lo que era nostalgia—. Te aprecio y admiro... No quería ponerte a escoger entre yo o la Horda... No hago más que decepcionarte, no te lo dije antes... Pero aun así no dejo siempre de dañar todo lo que está a mi paso... El dibujo cayó con una lentitud y una dramática caída lenta. Se sintió más que extraño... Fue un escalofrío lo que se desplegó sobre el joven orco y con ello, el material dibujado se acunó sobre el fuego de una vela cercana y ardió con furia. El instinto tomó el control, aunque muy tarde. El fuego comía el papel con hambre grotesca, mientras que, sin otro remedio, tiré el caldo de mis manos para apagar el fuego. El papel quedó reducido a cenizas. Lo único que sobrevivió fue un trozo del rostro de su hermano sonriendo, pero a media cara. El escalofrío recorrió una vez más su columna, sintiéndose más frío, y con ello, salió lleno de adrenalina desde la carpa y miró la luna una vez más, como si buscara la respuesta a lo que le había pasado hace un instante... Su corazón latió con algo más de prisa, como si de algún modo hubiera pasado algo mientras la noche transcurría con su frío desolador...
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  • *Desde su enfrentamiento con Nero, él no lo volvió a buscar. Experimentó una sensación de olvido, ya que esta ausencia en mi pecho es dolorosa.*

    *Al abrir los ojos, experimentó un dolor inexplicable. Al retirar las sábanas, mis ojos observaron la trágica ausencia. Con mucho cuidado, lo envolví en las sábanas y, al levantarme de la cama, caminé hacia el templo. Las sacerdotisas, al notar las huellas de sangre en mis pies y lo que sostenía en brazos, lo entendieron; pero yo, ni una sombra de tristeza ni una lágrima. Ni un lamento; solo experimentaba un vacío interior. Las sacerdotisas llevaron el peso que sostenía en sus brazos, colocándolo en una mesa funeraria, comenzando a escucharse quejas de angustia y melancolía. Los soldados y todos en el palacio inclinaron la cabeza por la desaparición de un ser luminoso. Una sacerdotisa se aproximó a mí para que encendiera el fuego sagrado y purificara el pequeño cuerpo envuelto, enviándolo a la diosa de la luna. Me acerqué, encendiendo la llama sagrada, mientras las sacerdotisas sostenían al cuerpo del no nacido, consumiendo todo el templo.*
    *Desde su enfrentamiento con Nero, él no lo volvió a buscar. Experimentó una sensación de olvido, ya que esta ausencia en mi pecho es dolorosa.* *Al abrir los ojos, experimentó un dolor inexplicable. Al retirar las sábanas, mis ojos observaron la trágica ausencia. Con mucho cuidado, lo envolví en las sábanas y, al levantarme de la cama, caminé hacia el templo. Las sacerdotisas, al notar las huellas de sangre en mis pies y lo que sostenía en brazos, lo entendieron; pero yo, ni una sombra de tristeza ni una lágrima. Ni un lamento; solo experimentaba un vacío interior. Las sacerdotisas llevaron el peso que sostenía en sus brazos, colocándolo en una mesa funeraria, comenzando a escucharse quejas de angustia y melancolía. Los soldados y todos en el palacio inclinaron la cabeza por la desaparición de un ser luminoso. Una sacerdotisa se aproximó a mí para que encendiera el fuego sagrado y purificara el pequeño cuerpo envuelto, enviándolo a la diosa de la luna. Me acerqué, encendiendo la llama sagrada, mientras las sacerdotisas sostenían al cuerpo del no nacido, consumiendo todo el templo.*
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  • La sala estaba bañada en sombras, con apenas unos destellos de luz que parpadeaban tímidamente desde las velas, colocadas sobre candelabros de hierro forjado que parecían los restos de un pasado olvidado. El aire estaba denso, cargado de humedad, y el leve sonido de engranajes oxidados resonaba en las paredes como un susurro interminable. Lyra se encontraba de pie frente a una gran ventana, sus ojos observaban la lluvia que azotaba el cristal, mientras sus cabellos oscuros caían en ondas suaves sobre su espalda.

    El corsé de metal y encaje, tejido con destreza, abrazaba su cuerpo como si fuera su segunda capa de piel. Parecía parte de la misma oscuridad que la rodeaba, una extensión de su esencia. Los engranajes en el fondo, aparentemente inanimados, daban un aire inquietante a la escena. Cada giro, cada pequeño clic de la maquinaria, parecía marcar el ritmo de un tiempo eterno y cruel.

    De repente, escucho pasos a su detrás, alguien avanzaba con cautela, como si el simple hecho de respirar en ese lugar pudiera desatar algo terrible. Sus pasos eran suaves, pero en el silencio de la sala, sonaban como truenos.

    Lyra ni siquiera de inmuto al inicio, pero cuando lo hizo y se giró, sus ojos brillaron con un azul grisaceo intenso, reflejando un abismo insondable. La fría expresión en su rostro no dejaba lugar a dudas.

    โ™ง La eternidad observa todo con ojos vacíos- dijo con voz suave, pero cargada de algo oscuro - Pero yo soy la que da vida a sus más oscuros deseos. ¿Por qué has venido a perturbar el silencio de este reino?-
    La sala estaba bañada en sombras, con apenas unos destellos de luz que parpadeaban tímidamente desde las velas, colocadas sobre candelabros de hierro forjado que parecían los restos de un pasado olvidado. El aire estaba denso, cargado de humedad, y el leve sonido de engranajes oxidados resonaba en las paredes como un susurro interminable. Lyra se encontraba de pie frente a una gran ventana, sus ojos observaban la lluvia que azotaba el cristal, mientras sus cabellos oscuros caían en ondas suaves sobre su espalda. El corsé de metal y encaje, tejido con destreza, abrazaba su cuerpo como si fuera su segunda capa de piel. Parecía parte de la misma oscuridad que la rodeaba, una extensión de su esencia. Los engranajes en el fondo, aparentemente inanimados, daban un aire inquietante a la escena. Cada giro, cada pequeño clic de la maquinaria, parecía marcar el ritmo de un tiempo eterno y cruel. De repente, escucho pasos a su detrás, alguien avanzaba con cautela, como si el simple hecho de respirar en ese lugar pudiera desatar algo terrible. Sus pasos eran suaves, pero en el silencio de la sala, sonaban como truenos. Lyra ni siquiera de inmuto al inicio, pero cuando lo hizo y se giró, sus ojos brillaron con un azul grisaceo intenso, reflejando un abismo insondable. La fría expresión en su rostro no dejaba lugar a dudas. โ™ง La eternidad observa todo con ojos vacíos- dijo con voz suave, pero cargada de algo oscuro - Pero yo soy la que da vida a sus más oscuros deseos. ¿Por qué has venido a perturbar el silencio de este reino?-
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  • — Era su primer día en la nueva universidad, en Tokio la gran ciudad, Reiko jamás había salido de Shizuoka en Japón pero al ser aceptada en la universidad de Japón tuvo que mudarse por si misma, sus padres costearon el viaje y su departamento que era algo pequeño pero se tenía que adaptar. Decidió intentar verse sencilla y solo aplicó algo de brillo labial sobre sus labios porque desconocía el maquillaje en general, tomó el metro hasta la universidad sin muchas distracciones y se dirigió hasta allá con paso calmado todavía era bastante temprano llegó justo a tiempo para la ceremonia de presentación y se unió a los demás estudiantes que la miraban un tanto extraño eso le causo algo de ansiedad. Al terminar todo aquello fueron a su aula correspondiente le tocó la clase 2-B. En ese momento llego lo que más temía Reiko las presentaciones y así de rápido llegó su turno. Con dificultad se levantó cuidadosamente del pupitre alzó la cabeza sin mirar demasiado a sus compañeros para no sentirse intimidada sintió un nudo en su garganta, las manos sudadas, el rostro rojo. Y con torpeza finalmente hablo entre tartamudeos. —

    ¡M-mi nombre es Reiko T-takanashi!.
    — Era su primer día en la nueva universidad, en Tokio la gran ciudad, Reiko jamás había salido de Shizuoka en Japón pero al ser aceptada en la universidad de Japón tuvo que mudarse por si misma, sus padres costearon el viaje y su departamento que era algo pequeño pero se tenía que adaptar. Decidió intentar verse sencilla y solo aplicó algo de brillo labial sobre sus labios porque desconocía el maquillaje en general, tomó el metro hasta la universidad sin muchas distracciones y se dirigió hasta allá con paso calmado todavía era bastante temprano llegó justo a tiempo para la ceremonia de presentación y se unió a los demás estudiantes que la miraban un tanto extraño eso le causo algo de ansiedad. Al terminar todo aquello fueron a su aula correspondiente le tocó la clase 2-B. En ese momento llego lo que más temía Reiko las presentaciones y así de rápido llegó su turno. Con dificultad se levantó cuidadosamente del pupitre alzó la cabeza sin mirar demasiado a sus compañeros para no sentirse intimidada sintió un nudo en su garganta, las manos sudadas, el rostro rojo. Y con torpeza finalmente hablo entre tartamudeos. — ¡M-mi nombre es Reiko T-takanashi!.
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  • ใ…คใ…ค๐’๐ฎ๐ฉ๐ž๐ซ๐ฌ๐ญ๐ข๐ญ๐ข๐จ๐ง ๐š๐ง๐ ๐Ÿ๐ž๐š๐ซ ๐๐ซ๐จ๐ฏ๐ž ๐ญ๐ก๐ž๐ฆ ๐š๐ฅ๐ฅ
    ใ…คใ…คใ…ค๐ญ๐จ ๐š๐œ๐œ๐ฎ๐ฌ๐ž ๐ญ๐ก๐ž ๐Ÿ๐ซ๐ข๐ž๐ง๐๐ฌ ๐š๐ง๐ ๐Ÿ๐š๐ฆ๐ข๐ฅ๐ฒ
    ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐จ๐Ÿ ๐œ๐จ๐ง๐ฌ๐จ๐ซ๐ญ๐ข๐ง๐  ๐ฐ๐ข๐ญ๐ก ๐ญ๐ก๐ž ๐ƒ๐ž๐ฏ๐ข๐ฅ.
    ใ…ค๐†๐š๐ญ๐ก๐ž๐ซ๐ข๐ง๐  ๐š๐ซ๐จ๐ฎ๐ง๐ ๐ก๐ฎ๐ ๐ž ๐›๐จ๐ง๐Ÿ๐ข๐ซ๐ž๐ฌ ๐š๐ง๐
    ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐ซ๐ž๐ฉ๐ž๐š๐ญ๐ข๐ง๐  ๐œ๐ก๐š๐ง๐ญ๐ฌ ๐ฏ๐ข๐ง๐๐ข๐œ๐ญ๐ข๐ฏ๐ž,
    ใ…คใ…คใ…ค๐ญ๐ก๐ž ๐ฉ๐จ๐จ๐ซ ๐œ๐ซ๐ž๐š๐ญ๐ฎ๐ซ๐ž๐ฌ ๐ญ๐จ ๐ญ๐ก๐ž ๐Ÿ๐ฅ๐š๐ฆ๐ž๐ฌ.
    ใ…ค๐“๐ก๐ž ๐ฅ๐จ๐ฌ๐ญ ๐ฌ๐จ๐ฎ๐ฅ๐ฌ ๐œ๐ซ๐ข๐ž๐ ๐จ๐ฎ๐ญ ๐ข๐ง ๐š๐ ๐จ๐ง๐ฒ ๐š๐ฌ ๐ญ๐ก๐ž
    ใ…คใ…คใ…ค๐Ÿ๐ฅ๐š๐ฆ๐ž๐ฌ ๐ ๐ซ๐ž๐ฐ ๐ก๐ข๐ ๐ก๐ž๐ซ ๐š๐ง๐ ๐ก๐ข๐ ๐ก๐ž๐ซ.
    ใ…คใ…คใ…ค๐๐ฎ๐ซ๐ง ๐ฐ๐ข๐ญ๐œ๐ก! ๐๐ฎ๐ซ๐ง ๐ฐ๐ข๐ญ๐œ๐ก! ๐๐ฎ๐ซ๐ง!

    ใ…คใ…คใ…คโ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โŠนโŠฑโ›งโŠฐโŠนโ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€

    Los gritos de sus hermanas retumbaban como ecos de su inminente perdición. No podía verlas, pues sus ojos estaban vendados, pero las escuchaba de manera nítida. El dolor nunca antes había sonado tan aterrador para ella. Ni siquiera el aroma a carne quemándose había sido un detonante para su miedo.

    ใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…ค๐‘ฉ๐’–๐’“๐’ ๐’•๐’‰๐’† ๐’˜๐’Š๐’•๐’„๐’‰!

    Ella era la última, la que encadenaron sobre brazas y restos cadavéricos que aún ardían bajo sus pies descalzos. Quería gritar también, no por el fuego ni por el miedo: era por la ira y el dolor de pérdida. Jamás iban a oírla gritar por otra cosa, nunca le daría el gusto a esos putridos mortales. . .

    ๐˜”๐˜ฐ๐˜ณ๐˜ต๐˜ข๐˜ญ๐˜ฆ๐˜ด.

    Eso eran nada más. Simples y asquerosos mortales. Ellos no podían ganar. Jamás iban a ganar, estaba convencida de ello.

    ใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…ค๐‘ฉ๐’–๐’“๐’ ๐’•๐’‰๐’† ๐’˜๐’Š๐’•๐’„๐’‰!

    Gritó. Hacia arriba, al cielo oscuro que estaba siendo testigo de aquella matanza; a la luna que contempló cada llama consumiendo piel, carne y huesos; a el mundo, que oyó cada ruido desgarrado desde lo más profundo de sus gargantas. Un grito con intenciones, con palabras que los espectadores no comprendieron, pero los llenó de duda y temor. Un grito que fue una promesa: por las almas de sus hermanas, ella iba a continuar para vengarse. Mireya sería quien daría un fin mucho más cruel a cada persona involucrada, directa o indirectamente.

    ใ…คใ…คใ…คโ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โŠนโŠฑโ›งโŠฐโŠนโ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€

    ใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…ค๐’ฒ๐’ถ๐“‰๐’ธ๐’ฝ ๐“‚โ„ฏ ๐’ท๐“Š๐“‡๐“ƒ
    ใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…ค๐’ž๐’ถ๐“ƒ ๐“Žโ„ด๐“Š ๐’ปโ„ฏโ„ฏ๐“ ๐“‚โ„ฏ
    ใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…ค๐’ฒ๐’ถ๐“‰๐’ธ๐’ฝ ๐’ถ๐“ˆ ๐ผ ๐“‰๐“Š๐“‡๐“ƒ
    ใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…ค๐’ฒ๐’ฝ๐’ถ๐“‰ ๐’นโ„ด ๐“Žโ„ด๐“Š ๐“ˆโ„ฏโ„ฏ

    ใ…คใ…คใ…คโ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โŠนโŠฑโ›งโŠฐโŠนโ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€

    El fuego empezó a subir desde sus pies, abrazando cada centímetro de ella. El dolor era inimaginable, pero ella siguió recitando a todo pulmón la maldición que tomaría las vidas de ese pueblo, que no dejaría rastro alguno de que alguna vez haya existido. No habría ni descendencia alguna que pudiera contar la historia.

    Las llamas se alzaron con la misma furia que ella, ansiosas de poder consumir y devorar todo a su paso. . . y se desbordó. El hambre fue demasiado para poder controlarlo.

    Muchos corrieron, gritaron de miedo, pero sus pies eran lentos, demasiado lentos. Nunca iban a poder ser más rápido que el fuego.

    No fue la única en quemarse, pero sí la única en vivir para devolver el favor.

    ใ…คใ…คใ…คโ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โŠนโŠฑโ›งโŠฐโŠนโ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€

    ใ…คใ…คใ…คใ…คใ…ค๐‘ป๐’‰๐’Š๐’” ๐’Š๐’” ๐’•๐’‰๐’† ๐’˜๐’Š๐’•๐’„๐’‰๐’Š๐’๐’ˆ ๐’‰๐’๐’–๐’“.
    ใ…คใ…ค๐’๐ฎ๐ฉ๐ž๐ซ๐ฌ๐ญ๐ข๐ญ๐ข๐จ๐ง ๐š๐ง๐ ๐Ÿ๐ž๐š๐ซ ๐๐ซ๐จ๐ฏ๐ž ๐ญ๐ก๐ž๐ฆ ๐š๐ฅ๐ฅ ใ…คใ…คใ…ค๐ญ๐จ ๐š๐œ๐œ๐ฎ๐ฌ๐ž ๐ญ๐ก๐ž ๐Ÿ๐ซ๐ข๐ž๐ง๐๐ฌ ๐š๐ง๐ ๐Ÿ๐š๐ฆ๐ข๐ฅ๐ฒ ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐จ๐Ÿ ๐œ๐จ๐ง๐ฌ๐จ๐ซ๐ญ๐ข๐ง๐  ๐ฐ๐ข๐ญ๐ก ๐ญ๐ก๐ž ๐ƒ๐ž๐ฏ๐ข๐ฅ. ใ…ค๐†๐š๐ญ๐ก๐ž๐ซ๐ข๐ง๐  ๐š๐ซ๐จ๐ฎ๐ง๐ ๐ก๐ฎ๐ ๐ž ๐›๐จ๐ง๐Ÿ๐ข๐ซ๐ž๐ฌ ๐š๐ง๐ ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐ซ๐ž๐ฉ๐ž๐š๐ญ๐ข๐ง๐  ๐œ๐ก๐š๐ง๐ญ๐ฌ ๐ฏ๐ข๐ง๐๐ข๐œ๐ญ๐ข๐ฏ๐ž, ใ…คใ…คใ…ค๐ญ๐ก๐ž ๐ฉ๐จ๐จ๐ซ ๐œ๐ซ๐ž๐š๐ญ๐ฎ๐ซ๐ž๐ฌ ๐ญ๐จ ๐ญ๐ก๐ž ๐Ÿ๐ฅ๐š๐ฆ๐ž๐ฌ. ใ…ค๐“๐ก๐ž ๐ฅ๐จ๐ฌ๐ญ ๐ฌ๐จ๐ฎ๐ฅ๐ฌ ๐œ๐ซ๐ข๐ž๐ ๐จ๐ฎ๐ญ ๐ข๐ง ๐š๐ ๐จ๐ง๐ฒ ๐š๐ฌ ๐ญ๐ก๐ž ใ…คใ…คใ…ค๐Ÿ๐ฅ๐š๐ฆ๐ž๐ฌ ๐ ๐ซ๐ž๐ฐ ๐ก๐ข๐ ๐ก๐ž๐ซ ๐š๐ง๐ ๐ก๐ข๐ ๐ก๐ž๐ซ. ใ…คใ…คใ…ค๐๐ฎ๐ซ๐ง ๐ฐ๐ข๐ญ๐œ๐ก! ๐๐ฎ๐ซ๐ง ๐ฐ๐ข๐ญ๐œ๐ก! ๐๐ฎ๐ซ๐ง! ใ…คใ…คใ…คโ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โŠนโŠฑโ›งโŠฐโŠนโ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€ Los gritos de sus hermanas retumbaban como ecos de su inminente perdición. No podía verlas, pues sus ojos estaban vendados, pero las escuchaba de manera nítida. El dolor nunca antes había sonado tan aterrador para ella. Ni siquiera el aroma a carne quemándose había sido un detonante para su miedo. ใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…ค๐‘ฉ๐’–๐’“๐’ ๐’•๐’‰๐’† ๐’˜๐’Š๐’•๐’„๐’‰! Ella era la última, la que encadenaron sobre brazas y restos cadavéricos que aún ardían bajo sus pies descalzos. Quería gritar también, no por el fuego ni por el miedo: era por la ira y el dolor de pérdida. Jamás iban a oírla gritar por otra cosa, nunca le daría el gusto a esos putridos mortales. . . ๐˜”๐˜ฐ๐˜ณ๐˜ต๐˜ข๐˜ญ๐˜ฆ๐˜ด. Eso eran nada más. Simples y asquerosos mortales. Ellos no podían ganar. Jamás iban a ganar, estaba convencida de ello. ใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…ค๐‘ฉ๐’–๐’“๐’ ๐’•๐’‰๐’† ๐’˜๐’Š๐’•๐’„๐’‰! Gritó. Hacia arriba, al cielo oscuro que estaba siendo testigo de aquella matanza; a la luna que contempló cada llama consumiendo piel, carne y huesos; a el mundo, que oyó cada ruido desgarrado desde lo más profundo de sus gargantas. Un grito con intenciones, con palabras que los espectadores no comprendieron, pero los llenó de duda y temor. Un grito que fue una promesa: por las almas de sus hermanas, ella iba a continuar para vengarse. Mireya sería quien daría un fin mucho más cruel a cada persona involucrada, directa o indirectamente. ใ…คใ…คใ…คโ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โŠนโŠฑโ›งโŠฐโŠนโ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€ ใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…ค๐’ฒ๐’ถ๐“‰๐’ธ๐’ฝ ๐“‚โ„ฏ ๐’ท๐“Š๐“‡๐“ƒ ใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…ค๐’ž๐’ถ๐“ƒ ๐“Žโ„ด๐“Š ๐’ปโ„ฏโ„ฏ๐“ ๐“‚โ„ฏ ใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…ค๐’ฒ๐’ถ๐“‰๐’ธ๐’ฝ ๐’ถ๐“ˆ ๐ผ ๐“‰๐“Š๐“‡๐“ƒ ใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…คใ…ค๐’ฒ๐’ฝ๐’ถ๐“‰ ๐’นโ„ด ๐“Žโ„ด๐“Š ๐“ˆโ„ฏโ„ฏ ใ…คใ…คใ…คโ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โŠนโŠฑโ›งโŠฐโŠนโ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€ El fuego empezó a subir desde sus pies, abrazando cada centímetro de ella. El dolor era inimaginable, pero ella siguió recitando a todo pulmón la maldición que tomaría las vidas de ese pueblo, que no dejaría rastro alguno de que alguna vez haya existido. No habría ni descendencia alguna que pudiera contar la historia. Las llamas se alzaron con la misma furia que ella, ansiosas de poder consumir y devorar todo a su paso. . . y se desbordó. El hambre fue demasiado para poder controlarlo. Muchos corrieron, gritaron de miedo, pero sus pies eran lentos, demasiado lentos. Nunca iban a poder ser más rápido que el fuego. No fue la única en quemarse, pero sí la única en vivir para devolver el favor. ใ…คใ…คใ…คโ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โŠนโŠฑโ›งโŠฐโŠนโ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€โ”€ ใ…คใ…คใ…คใ…คใ…ค๐‘ป๐’‰๐’Š๐’” ๐’Š๐’” ๐’•๐’‰๐’† ๐’˜๐’Š๐’•๐’„๐’‰๐’Š๐’๐’ˆ ๐’‰๐’๐’–๐’“.
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