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I
—La heráldica de la familia Phantomhive se ve representada por el águila bicéfala extendiendo sus alas, protegiendo los secretos de la Corona y sirviendo a sus intereses fielmente.
—¿Guarda secretos como una llave?
—Así es, joven amo.
—El águila bicéfala… Es un ave con dos cabezas.
Sebastian...
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Las largas horas de viaje habían agotado terriblemente a Jean, que difícilmente pudo mantener un rostro educado ni la actitud afable habitual con el señor Heinrich; de hecho, ante cada conversación, asentía con una sonrisa débil o forzada, intentando mantener su rol de anfitrión solícito incluso cuando se hallaban lejos de la mansión Phantomhive.
Además, con lo quisquilloso que solía ser Jean con la apariencia, el calor distintivo de agosto lo irritaba profundamente, detestando sentirse sucio por el sudor, o sofocado por el fuerte sol.
Pero eso cambió cuando viajaron por el ferry de vapor.
En la proa, Jean se maravilló ante la vista del mar del norte.
Recordando haberla visto por primera vez en su infancia, cuando, junto a Charles Grey, había viajado hacia Howick Hall, el hogar ancestral de su familia; Northumberland estaba ubicado al norte de Inglaterra, cerca de Bamburgh, donde el mar podía observarse por el horizonte.
En cambio, aquí Jean se vio rodeado de un azul profundo, donde el mar parecía no tener fin y el aroma a sal fue intenso.
—Tal cual como la recuerdo —musitó, guardando el aliento, mientras se aferraba a la barandilla para no caerse del mirador.
En ese instante, en sus ojos pareció reflejarse el mar, sin poder diferenciarse la tonalidad de azules, cálidos como el clima que los arropaba con una refrescante brisa.
Jean había quedado fascinado, y sin importarle guardar las apariencias, había mostrado genuina alegría, incluso, el mareo que había sufrido inicialmente parecía haber menguado por su emoción infantil.
Naturalmente, esta reacción se debió a que fue la primera vez que viajaba tan lejos de casa.
—Côte d'Opale —pronunció en un excelente francés, volviendo a maravillarse por las vistas.
La costa de Ópalo era una ladera de un profundo verde que bordeaba el mar y el canal de la mancha; es decir, que con solo verla podían saber que se encontraban en Francia.
Era parte del itinerario pisar suelo francés, dirigirse a París y desde allí, tomar un tren hacia Munich. Estando ahí debían tomar otro tren que los dejaría finalmente en Augsburgo.
En principio, si Jean hubiera sabido que el viaje sería tan extenuante, hubiera declinado.
Sin embargo, la tarea que se tenía entre manos necesitaba de su presencia. No podía delegársela a nadie, pues, no existía en el mundo nadie más capaz que el mismo Jean para ejecutarla.
Así, tras pisar suelo firme y tener otras horas de viaje en tren, ambos caballeros arribaron a la Ciudad de la Luz.
—La Ville Lumière —murmuró Jean, mirando las luces de la Torre Eiffel y de los edificios circundantes con fascinación.
La noche parecía fulgurante bajo la iluminación eléctrica, creando un ambiente de ensueño.
Jean sentía el cuerpo fatigado, y algunas náuseas todavía lo afectaban por el viaje en ferry.
Pero quiso caminar un poco más, conocer algo de París.
Tan entusiasmado por ello como si nunca pudiera regresar.
Tan estúpidamente infantil.
—¿Le gustaría dar un paseo? —propuso con la voz rasposa, dirigiéndole una sonrisa débil por el cansancio. —Si su deseo es descansar, lo entenderé. El hotel se encuentra cerca.
Hizo una seña con la cabeza hacia la edificación en cuestión.
Sintiéndose tontamente esperanzado con la idea de ser acompañado.
«Cálmate un poco» se reprochó con vergüenza.
Estaba comportándose inapropiadamente.
Las largas horas de viaje habían agotado terriblemente a Jean, que difícilmente pudo mantener un rostro educado ni la actitud afable habitual con el señor Heinrich; de hecho, ante cada conversación, asentía con una sonrisa débil o forzada, intentando mantener su rol de anfitrión solícito incluso cuando se hallaban lejos de la mansión Phantomhive.
Además, con lo quisquilloso que solía ser Jean con la apariencia, el calor distintivo de agosto lo irritaba profundamente, detestando sentirse sucio por el sudor, o sofocado por el fuerte sol.
Pero eso cambió cuando viajaron por el ferry de vapor.
En la proa, Jean se maravilló ante la vista del mar del norte.
Recordando haberla visto por primera vez en su infancia, cuando, junto a Charles Grey, había viajado hacia Howick Hall, el hogar ancestral de su familia; Northumberland estaba ubicado al norte de Inglaterra, cerca de Bamburgh, donde el mar podía observarse por el horizonte.
En cambio, aquí Jean se vio rodeado de un azul profundo, donde el mar parecía no tener fin y el aroma a sal fue intenso.
—Tal cual como la recuerdo —musitó, guardando el aliento, mientras se aferraba a la barandilla para no caerse del mirador.
En ese instante, en sus ojos pareció reflejarse el mar, sin poder diferenciarse la tonalidad de azules, cálidos como el clima que los arropaba con una refrescante brisa.
Jean había quedado fascinado, y sin importarle guardar las apariencias, había mostrado genuina alegría, incluso, el mareo que había sufrido inicialmente parecía haber menguado por su emoción infantil.
Naturalmente, esta reacción se debió a que fue la primera vez que viajaba tan lejos de casa.
—Côte d'Opale —pronunció en un excelente francés, volviendo a maravillarse por las vistas.
La costa de Ópalo era una ladera de un profundo verde que bordeaba el mar y el canal de la mancha; es decir, que con solo verla podían saber que se encontraban en Francia.
Era parte del itinerario pisar suelo francés, dirigirse a París y desde allí, tomar un tren hacia Munich. Estando ahí debían tomar otro tren que los dejaría finalmente en Augsburgo.
En principio, si Jean hubiera sabido que el viaje sería tan extenuante, hubiera declinado.
Sin embargo, la tarea que se tenía entre manos necesitaba de su presencia. No podía delegársela a nadie, pues, no existía en el mundo nadie más capaz que el mismo Jean para ejecutarla.
Así, tras pisar suelo firme y tener otras horas de viaje en tren, ambos caballeros arribaron a la Ciudad de la Luz.
—La Ville Lumière —murmuró Jean, mirando las luces de la Torre Eiffel y de los edificios circundantes con fascinación.
La noche parecía fulgurante bajo la iluminación eléctrica, creando un ambiente de ensueño.
Jean sentía el cuerpo fatigado, y algunas náuseas todavía lo afectaban por el viaje en ferry.
Pero quiso caminar un poco más, conocer algo de París.
Tan entusiasmado por ello como si nunca pudiera regresar.
Tan estúpidamente infantil.
—¿Le gustaría dar un paseo? —propuso con la voz rasposa, dirigiéndole una sonrisa débil por el cansancio. —Si su deseo es descansar, lo entenderé. El hotel se encuentra cerca.
Hizo una seña con la cabeza hacia la edificación en cuestión.
Sintiéndose tontamente esperanzado con la idea de ser acompañado.
«Cálmate un poco» se reprochó con vergüenza.
Estaba comportándose inapropiadamente.
Cuando arribaron a la mansión Phantomhive, la noche había caído profunda y ruidosa.
El canto de los grillos, los animales nocturnos escabulléndose por el follaje, y el relincho de los caballos inundaron el espacio vívidamente, despertando a Jean del sueño al cual había caído durante el trayecto.
Se enderezó en el asiento, tallándose los ojos con suavidad y mirando a través de la ventana.
Las luces eléctricas iluminaron la penumbra, haciendo parecer a la imponente mansión como un faro en medio de la negrura.
El carruaje se detuvo frente a la entrada. Rápidamente, Sebastian abandonó su rol de chófer, abriéndole la puerta y ofreciéndole la mano para bajar.
Jean evadió su cara con desdén.
—Lleva a Hiro a su habitación —ordenó en cambio, bajando por su cuenta con cuidado—, y dile al Conde Phantomhive que lo espero en el salón
Jean pasó por su lado, e ingresó a la mansión con expresión adusta.
Cuando arribaron a la mansión Phantomhive, la noche había caído profunda y ruidosa.
El canto de los grillos, los animales nocturnos escabulléndose por el follaje, y el relincho de los caballos inundaron el espacio vívidamente, despertando a Jean del sueño al cual había caído durante el trayecto.
Se enderezó en el asiento, tallándose los ojos con suavidad y mirando a través de la ventana.
Las luces eléctricas iluminaron la penumbra, haciendo parecer a la imponente mansión como un faro en medio de la negrura.
El carruaje se detuvo frente a la entrada. Rápidamente, Sebastian abandonó su rol de chófer, abriéndole la puerta y ofreciéndole la mano para bajar.
Jean evadió su cara con desdén.
—Lleva a Hiro a su habitación —ordenó en cambio, bajando por su cuenta con cuidado—, y dile al Conde Phantomhive que lo espero en el salón
Jean pasó por su lado, e ingresó a la mansión con expresión adusta.
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Individual
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Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
| Hiro llevando todo lo que Jean quiso robars... digo, tomar prestado de los celtas, o también podría decirse, Hiro llevando todo como un burro mientras Jean se rasca los huevines.
Como estamos a muy poquito de terminar el rol del viaje en el tiempo, hice este meme de mierda JAJA
| Hiro llevando todo lo que Jean quiso robars... digo, tomar prestado de los celtas, o también podría decirse, Hiro llevando todo como un burro mientras Jean se rasca los huevines.
Como estamos a muy poquito de terminar el rol del viaje en el tiempo, hice este meme de mierda JAJA
[Hiritox3]
I
—La heráldica de la familia Phantomhive se ve representada por el águila bicéfala extendiendo sus alas, protegiendo los secretos de la Corona y sirviendo a sus intereses fielmente.
—¿Guarda secretos como una llave?
—Así es, joven amo.
—El águila bicéfala… Es un ave con dos cabezas.
Sebastian...