• Kael estaba sentado junto a la ventana, el café humeante entre las manos. La cafetería tenía ese murmullo suave que ayudaba a cualquiera a relajarse… y él quería aprovecharlo. Por una vez.

    —Solo… desconectá un segundo —murmuró para sí, casi en tono de consejo.

    Miró a la gente pasar, a los autos detenerse en la esquina, a un perro tironeando de su dueño. Nada importante, nada urgente. Cosas simples. Cosas normales. Se obligó a enfocarse en eso.

    A cada tanto, algún recuerdo o pensamiento pesado intentaba colarse, pero Kael lo empujaba hacia atrás con suavidad, como quien cierra una puerta sin hacer ruido.

    —No ahora —susurró, dándole otro sorbo al café.

    En ese momento, decidió que estaba bien dejar la mente en blanco, aunque fuera por unos minutos.
    No pensar. No analizar. Solo… estar ahí.

    Y aunque sabía que no podía sostener esa calma por mucho tiempo, por ahora le alcanzaba.
    Kael estaba sentado junto a la ventana, el café humeante entre las manos. La cafetería tenía ese murmullo suave que ayudaba a cualquiera a relajarse… y él quería aprovecharlo. Por una vez. —Solo… desconectá un segundo —murmuró para sí, casi en tono de consejo. Miró a la gente pasar, a los autos detenerse en la esquina, a un perro tironeando de su dueño. Nada importante, nada urgente. Cosas simples. Cosas normales. Se obligó a enfocarse en eso. A cada tanto, algún recuerdo o pensamiento pesado intentaba colarse, pero Kael lo empujaba hacia atrás con suavidad, como quien cierra una puerta sin hacer ruido. —No ahora —susurró, dándole otro sorbo al café. En ese momento, decidió que estaba bien dejar la mente en blanco, aunque fuera por unos minutos. No pensar. No analizar. Solo… estar ahí. Y aunque sabía que no podía sostener esa calma por mucho tiempo, por ahora le alcanzaba.
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    El apartamento de Ryu — La nota que ya no está

    Vuelvo por las calles con la mente hecha un torbellino.
    Ryu… Akane… la Luna… Selin…
    Y el corazón, ese traidor, dando pasos distintos a los míos.

    Cuando llego al edificio, subo los peldaños casi sin respirar.
    Solo quiero entrar, recuperar la nota antes de que la vea.
    No puedo darle esperanzas si esta noche debo entregarme al sueño,
    a Selin,
    a la Luna rota.

    Me cuelo por la ventana como antes, ligera, acostumbrada.
    Pero la nota ya no está.

    Y entonces…

    Esa presencia detrás de mí, suave como un murmullo,
    filosa como un colmillo.

    —No sabemos llamar a la puerta, cachorrita? —

    Su voz me recorre la columna como un escalofrío dulce-amargo.

    Me giro sobresaltada y me río, nerviosa, con la piel erizada.

    —Ryu…! — suspiro.

    Me acerco a ella.
    Siempre me acerco demasiado sin querer, o queriendo.
    Con Ryu nunca sé.

    —Pensaba que te pasarías más tarde… —dice, reclinándose contra la mesa.
    El brazo apoyado, la mano sosteniendo la cara,
    la sonrisa ladeada que deja ver esos colmillitos que me pueden.

    Esa manera suya de mirarme…
    No es atención.
    No es escucha.
    Es estudio.
    Es inspección.
    Es algo que no sé descifrar sin quedarme temblando por dentro.

    —No podré… —le explico— Por eso vengo ahora.

    Le cuento la perturbación lunar, el temblor en el cielo,
    el susurro de Akane,
    la necesidad de dormir esta noche para buscar a Selin.

    Ryu no dice nada al principio.
    Solo me mira.
    Me mira como si en lugar de palabras buscara grietas.

    Se levanta despacio.
    Se acerca aún más despacio.

    —Volverás pronto… ¿verdad? —pregunta, bajito.
    Como si la duda le picara el alma.

    La afirmación se me escapa como si fuese más promesa que verdad.

    —Volveré. Lo prometo.

    Y entonces viene el abrazo.
    Ese abrazo que no tendría por qué durar tanto…
    pero dura.
    Y duele.
    Porque sostiene algo que ninguna de las dos dice.

    La estrecho fuerte, demasiado fuerte, como si pudiera pedirle perdón por adelantado.
    Y aun así, el abrazo termina.
    Siempre termina antes de lo que me pide el pecho.

    Cuando me separo, siento el hueco de su calor vaciándome.

    Salgo del apartamento con el eco de su olor,
    de su piel,
    de su silencio.

    Y mientras camino, pienso:

    ¿Qué estoy haciendo?
    ¿A quién engaño?

    ¿Por qué mi alma sigue partiéndose entre dos lunas?
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 El apartamento de Ryu — La nota que ya no está Vuelvo por las calles con la mente hecha un torbellino. Ryu… Akane… la Luna… Selin… Y el corazón, ese traidor, dando pasos distintos a los míos. Cuando llego al edificio, subo los peldaños casi sin respirar. Solo quiero entrar, recuperar la nota antes de que la vea. No puedo darle esperanzas si esta noche debo entregarme al sueño, a Selin, a la Luna rota. Me cuelo por la ventana como antes, ligera, acostumbrada. Pero la nota ya no está. Y entonces… Esa presencia detrás de mí, suave como un murmullo, filosa como un colmillo. —No sabemos llamar a la puerta, cachorrita? — Su voz me recorre la columna como un escalofrío dulce-amargo. Me giro sobresaltada y me río, nerviosa, con la piel erizada. —Ryu…! — suspiro. Me acerco a ella. Siempre me acerco demasiado sin querer, o queriendo. Con Ryu nunca sé. —Pensaba que te pasarías más tarde… —dice, reclinándose contra la mesa. El brazo apoyado, la mano sosteniendo la cara, la sonrisa ladeada que deja ver esos colmillitos que me pueden. Esa manera suya de mirarme… No es atención. No es escucha. Es estudio. Es inspección. Es algo que no sé descifrar sin quedarme temblando por dentro. —No podré… —le explico— Por eso vengo ahora. Le cuento la perturbación lunar, el temblor en el cielo, el susurro de Akane, la necesidad de dormir esta noche para buscar a Selin. Ryu no dice nada al principio. Solo me mira. Me mira como si en lugar de palabras buscara grietas. Se levanta despacio. Se acerca aún más despacio. —Volverás pronto… ¿verdad? —pregunta, bajito. Como si la duda le picara el alma. La afirmación se me escapa como si fuese más promesa que verdad. —Volveré. Lo prometo. Y entonces viene el abrazo. Ese abrazo que no tendría por qué durar tanto… pero dura. Y duele. Porque sostiene algo que ninguna de las dos dice. La estrecho fuerte, demasiado fuerte, como si pudiera pedirle perdón por adelantado. Y aun así, el abrazo termina. Siempre termina antes de lo que me pide el pecho. Cuando me separo, siento el hueco de su calor vaciándome. Salgo del apartamento con el eco de su olor, de su piel, de su silencio. Y mientras camino, pienso: ¿Qué estoy haciendo? ¿A quién engaño? ¿Por qué mi alma sigue partiéndose entre dos lunas?
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    El apartamento de Ryu — La nota que ya no está

    Vuelvo por las calles con la mente hecha un torbellino.
    Ryu… Akane… la Luna… Selin…
    Y el corazón, ese traidor, dando pasos distintos a los míos.

    Cuando llego al edificio, subo los peldaños casi sin respirar.
    Solo quiero entrar, recuperar la nota antes de que la vea.
    No puedo darle esperanzas si esta noche debo entregarme al sueño,
    a Selin,
    a la Luna rota.

    Me cuelo por la ventana como antes, ligera, acostumbrada.
    Pero la nota ya no está.

    Y entonces…

    Esa presencia detrás de mí, suave como un murmullo,
    filosa como un colmillo.

    —No sabemos llamar a la puerta, cachorrita? —

    Su voz me recorre la columna como un escalofrío dulce-amargo.

    Me giro sobresaltada y me río, nerviosa, con la piel erizada.

    —Ryu…! — suspiro.

    Me acerco a ella.
    Siempre me acerco demasiado sin querer, o queriendo.
    Con Ryu nunca sé.

    —Pensaba que te pasarías más tarde… —dice, reclinándose contra la mesa.
    El brazo apoyado, la mano sosteniendo la cara,
    la sonrisa ladeada que deja ver esos colmillitos que me pueden.

    Esa manera suya de mirarme…
    No es atención.
    No es escucha.
    Es estudio.
    Es inspección.
    Es algo que no sé descifrar sin quedarme temblando por dentro.

    —No podré… —le explico— Por eso vengo ahora.

    Le cuento la perturbación lunar, el temblor en el cielo,
    el susurro de Akane,
    la necesidad de dormir esta noche para buscar a Selin.

    Ryu no dice nada al principio.
    Solo me mira.
    Me mira como si en lugar de palabras buscara grietas.

    Se levanta despacio.
    Se acerca aún más despacio.

    —Volverás pronto… ¿verdad? —pregunta, bajito.
    Como si la duda le picara el alma.

    La afirmación se me escapa como si fuese más promesa que verdad.

    —Volveré. Lo prometo.

    Y entonces viene el abrazo.
    Ese abrazo que no tendría por qué durar tanto…
    pero dura.
    Y duele.
    Porque sostiene algo que ninguna de las dos dice.

    La estrecho fuerte, demasiado fuerte, como si pudiera pedirle perdón por adelantado.
    Y aun así, el abrazo termina.
    Siempre termina antes de lo que me pide el pecho.

    Cuando me separo, siento el hueco de su calor vaciándome.

    Salgo del apartamento con el eco de su olor,
    de su piel,
    de su silencio.

    Y mientras camino, pienso:

    ¿Qué estoy haciendo?
    ¿A quién engaño?

    ¿Por qué mi alma sigue partiéndose entre dos lunas?
    Me entristece
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    El apartamento de Ryu — La nota que ya no está

    Vuelvo por las calles con la mente hecha un torbellino.
    Ryu… Akane… la Luna… Selin…
    Y el corazón, ese traidor, dando pasos distintos a los míos.

    Cuando llego al edificio, subo los peldaños casi sin respirar.
    Solo quiero entrar, recuperar la nota antes de que la vea.
    No puedo darle esperanzas si esta noche debo entregarme al sueño,
    a Selin,
    a la Luna rota.

    Me cuelo por la ventana como antes, ligera, acostumbrada.
    Pero la nota ya no está.

    Y entonces…

    Esa presencia detrás de mí, suave como un murmullo,
    filosa como un colmillo.

    —No sabemos llamar a la puerta, cachorrita? —

    Su voz me recorre la columna como un escalofrío dulce-amargo.

    Me giro sobresaltada y me río, nerviosa, con la piel erizada.

    —Ryu…! — suspiro.

    Me acerco a ella.
    Siempre me acerco demasiado sin querer, o queriendo.
    Con Ryu nunca sé.

    —Pensaba que te pasarías más tarde… —dice, reclinándose contra la mesa.
    El brazo apoyado, la mano sosteniendo la cara,
    la sonrisa ladeada que deja ver esos colmillitos que me pueden.

    Esa manera suya de mirarme…
    No es atención.
    No es escucha.
    Es estudio.
    Es inspección.
    Es algo que no sé descifrar sin quedarme temblando por dentro.

    —No podré… —le explico— Por eso vengo ahora.

    Le cuento la perturbación lunar, el temblor en el cielo,
    el susurro de Akane,
    la necesidad de dormir esta noche para buscar a Selin.

    Ryu no dice nada al principio.
    Solo me mira.
    Me mira como si en lugar de palabras buscara grietas.

    Se levanta despacio.
    Se acerca aún más despacio.

    —Volverás pronto… ¿verdad? —pregunta, bajito.
    Como si la duda le picara el alma.

    La afirmación se me escapa como si fuese más promesa que verdad.

    —Volveré. Lo prometo.

    Y entonces viene el abrazo.
    Ese abrazo que no tendría por qué durar tanto…
    pero dura.
    Y duele.
    Porque sostiene algo que ninguna de las dos dice.

    La estrecho fuerte, demasiado fuerte, como si pudiera pedirle perdón por adelantado.
    Y aun así, el abrazo termina.
    Siempre termina antes de lo que me pide el pecho.

    Cuando me separo, siento el hueco de su calor vaciándome.

    Salgo del apartamento con el eco de su olor,
    de su piel,
    de su silencio.

    Y mientras camino, pienso:

    ¿Qué estoy haciendo?
    ¿A quién engaño?

    ¿Por qué mi alma sigue partiéndose entre dos lunas?
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 El apartamento de Ryu — La nota que ya no está Vuelvo por las calles con la mente hecha un torbellino. Ryu… Akane… la Luna… Selin… Y el corazón, ese traidor, dando pasos distintos a los míos. Cuando llego al edificio, subo los peldaños casi sin respirar. Solo quiero entrar, recuperar la nota antes de que la vea. No puedo darle esperanzas si esta noche debo entregarme al sueño, a Selin, a la Luna rota. Me cuelo por la ventana como antes, ligera, acostumbrada. Pero la nota ya no está. Y entonces… Esa presencia detrás de mí, suave como un murmullo, filosa como un colmillo. —No sabemos llamar a la puerta, cachorrita? — Su voz me recorre la columna como un escalofrío dulce-amargo. Me giro sobresaltada y me río, nerviosa, con la piel erizada. —Ryu…! — suspiro. Me acerco a ella. Siempre me acerco demasiado sin querer, o queriendo. Con Ryu nunca sé. —Pensaba que te pasarías más tarde… —dice, reclinándose contra la mesa. El brazo apoyado, la mano sosteniendo la cara, la sonrisa ladeada que deja ver esos colmillitos que me pueden. Esa manera suya de mirarme… No es atención. No es escucha. Es estudio. Es inspección. Es algo que no sé descifrar sin quedarme temblando por dentro. —No podré… —le explico— Por eso vengo ahora. Le cuento la perturbación lunar, el temblor en el cielo, el susurro de Akane, la necesidad de dormir esta noche para buscar a Selin. Ryu no dice nada al principio. Solo me mira. Me mira como si en lugar de palabras buscara grietas. Se levanta despacio. Se acerca aún más despacio. —Volverás pronto… ¿verdad? —pregunta, bajito. Como si la duda le picara el alma. La afirmación se me escapa como si fuese más promesa que verdad. —Volveré. Lo prometo. Y entonces viene el abrazo. Ese abrazo que no tendría por qué durar tanto… pero dura. Y duele. Porque sostiene algo que ninguna de las dos dice. La estrecho fuerte, demasiado fuerte, como si pudiera pedirle perdón por adelantado. Y aun así, el abrazo termina. Siempre termina antes de lo que me pide el pecho. Cuando me separo, siento el hueco de su calor vaciándome. Salgo del apartamento con el eco de su olor, de su piel, de su silencio. Y mientras camino, pienso: ¿Qué estoy haciendo? ¿A quién engaño? ¿Por qué mi alma sigue partiéndose entre dos lunas?
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  • A Dream... I remember my Dream...
    Fandom Stranger Things
    Categoría Romance
    STARTER PARA Eddie Munson

    Hubiera jurado y proclamado a los cuatro vientos que ella, Allyson Johnson, jamás podría fijarse en un tipo como él.

    Tal vez, si hubiera podido anticiparse, si aquello no hubiera sucedido de la noche a la mañana, habría hecho algo para impedirlo. Porque sí, Ally era de esas personas convencidas de que los sentimientos sí podían controlarse. Más aún si eras plenamente consciente de los tuyos. Y ella lo era. O le gustaba creer que lo era.

    Ally había tenido que crecer demasiado pronto. Su cabeza corría siempre un par de pasos por delante del resto: pensaba demasiado, analizaba todo, le dedicaba tiempo a cada gesto, a cada palabra, a cada silencio incómodo. Necesitaba comprenderlo todo, tenerlo bajo control, ordenar el mundo en cajitas mentales donde nada se saliera del guion.

    Pero una cosa había aprendido con los años —a fuerza de golpes que aún le dolían en rincones de la memoria que prefería no mirar—: no se puede tener todo bajo control.

    Y, mucho menos, los sueños.

    ________________________________________

    Había visto a ese tío, Eddie Munson, subido sobre una mesa del comedor del instituto, desgañitándose delante de todo el mundo como si la cafetería fuera su maldito escenario privado. Recorría los tablones con las botas mientras gritaba algo sobre ovejas, ovejeros y Hellfire, ganándose miradas de asco, risas y un par de “otra vez el puto Munson” susurrados entre bandejas grasientas.

    Ally recordaba haber rodado los ojos, apoyando el codo en la mesa.

    "¿Qué demonios hace? Menudo ridículo."

    Su ceño se arrugó, el labio se le frunció con esa expresión suya de juicio silencioso. Todo en su cuerpo decía “qué vergüenza ajena”. Y sin embargo, no consiguió apartar la mirada. Se quedó mirándolo, atrapada en una mezcla rara de rechazo y fascinación, como cuando no puedes dejar de mirar un accidente aunque sepas que te va a impresionar.

    El resto del día transcurrió con normalidad. Quedó con Ashley Thompson, su mejor amiga, hablaron de tonterías y deberes, y luego se fue a casa a estudiar. O a intentarlo.
    Nada fuera de lo habitual.

    ¿Quién iba a decirle que esa misma noche soñaría con el tipo que había caminado sobre la mesa como si fuera suya?
    ¿Y que al despertar, algo en ella ya no estaría en el mismo sitio?

    ________________________________________

    Al principio no entendió qué pasaba.

    Lo supo de verdad al volver a verlo, a la mañana siguiente, en clase de ciencias.
    Él llegó tarde, cómo no: la puerta se abrió con un golpe seco, el profesor hizo ese suspiro de resignación de siempre, y el murmullo de la clase se cortó un segundo.

    Allí estaba otra vez. Chaqueta de cuero, parches, pelo rizado cayéndole por la cara, el walkman colgando, esa sonrisa que siempre parecía ir a decir algo que no tocaba. El maldito Eddie Munson.

    El corazón de Ally reaccionó antes que su cabeza. Un latido seco, distinto, como si hubiera un eco. Como si algo se hubiera movido dentro de ella la noche anterior y solo ahora se estuviera despertando. Hubo un momento en el que sintió que se le aflojaban los dedos del bolígrafo. Y entonces, como un flash, como una diapositiva, el sueño regresó de golpe.

    Eddie.

    El mismo Eddie que en la vida real era exactamente el tipo de tío que Ally decía detestar: ruidoso, caótico, sin filtro, con fama de rarito y de fracasado repetidor. Todo lo que ella había aprendido a evitar.

    ¿Entonces por qué se le calentaban las mejillas ahora, sentada en su pupitre, cuando él cruzó la clase con total descaro?

    ¿Por qué sus piernas, siempre cruzadas bajo la mesa, se descruzaron inquietas, los pies tamborileando contra el suelo?

    Se apartó el pelo de la oreja en un gesto automático y dejó caer la melena rubia hacia delante, ocultando parte de su rostro, en un intento desesperado por esconderse. Desde allí, donde él estaba, si se giraba, podría verla de perfil. Y ella no estaba preparada para sostenerle la mirada sabiendo lo que había soñado.

    ________________________________________

    Ally no era una chica cualquiera. Al menos no por dentro.

    A simple vista, en Hawkins, era una buena alumna, pocas palabras, mirada que lo observa todo. El tipo de chica a la que nadie se atrevería a llamar friki, pero que tampoco encajaba con las animadoras. Un punto medio.

    Lo que nadie allí sabía es que aquel no era el único lugar raro en el que ella había estado.

    Antes de Hawkins hubo otro sitio.

    Derry, Maine.

    Un nombre que a veces le venía a la cabeza como una mancha y del que enseguida se olvidaba, como cuando intentabas recordar una palabra en otro idioma y se escapaba justo en el último segundo. Sabía que había vivido allí. Sabía que algo importante había pasado. Pero cuanto más intentaba reconstruirlo, más se desdibujaban los recuerdos.

    Recordaba cosas sueltas, fragmentos, sensaciones que no encajaban con nada que pudiera llamar “normal”.

    Un payaso en un desagüe, la voz de alguien susurrándole que fuera a bailar, el olor a óxido y alcantarilla mezclado con algo dulzón y nauseabundo.

    Flashes: Un globo rojo flotando donde no debería, una escalera hacia un sótano…

    Y luego estaban ellos.

    Un grupo de chicos y una chica pelirroja.

    Bicicletas. Un pequeño claro en el bosque que olía a verano, a barro y a sangre seca. Una caseta improvisada bajo tierra, llena de cómics, revistas viejas y botellas de refresco vacías…

    “Beep beep, Richie.”

    Recordaba una voz concreta, aguda y rápida, disparando chistes. Unas gafas enormes. Una camiseta siempre arrugada.

    Pero nunca conseguía ver bien su cara. Cuando intentaba enfocarla, el recuerdo se difuminaba. Solo quedaba la sensación: aquel cosquilleo caliente en el estómago, la mezcla rara entre el miedo, el deseo y la seguridad.

    Pero Ally decidió que todo aquello solo fueron pesadillas de cría y una imaginación demasiado activa. Era más fácil así. Más cómodo.

    Todo eso… había quedado atrás…

    ________________________________________

    Ahora, sentada en aquel pupitre, podía escuchar cómo el profesor empezaba a escribir fórmulas en la pizarra, agradeciendo que nadie pudiera escuchar sus pensamientos.

    Se obligó a mirar al frente. A copiar el título en el cuaderno. A tomar apuntes como si todo fuera normal. Como si el corazón no le estuviera golpeando las costillas cada vez que él se movía, cada vez que sus botas chocaban contra la pata de su silla.

    Intentó convencerse:
    Es solo un chico. Un chico que no te gusta. Alguien que representa todo lo que no quieres en tu vida. Punto.

    Pero el sueño volvía. Cada noche. Cada día.

    ________________________________________

    Al día siguiente, ella volvía a estar sentada en aquel pupitre.

    El profesor llegó, dejó la carpeta sobre la mesa y saludó a los alumnos.

    —Muy bien, clase. Antes de empezar —anunció, ajustándose las gafas—, os recuerdo que hoy se publican las parejas para el trabajo trimestral. Como sabéis, es obligatorio, cuenta el treinta por ciento de la nota final y tendrá que entregarse en dos semanas.

    Quejas, risas… Todos sabían que aquel trabajo era un suplicio.

    Ally sintió un nudo en el estómago.

    No era buena trabajando con otros. Nunca lo había sido. Prefería controlar cada detalle, cada página, cada palabra. Y la idea de depender de alguien le incomodaba más que cualquier examen.

    El profesor empezó a leer la lista.

    Apellidos, nombres. Alumnos que chocaban las manos cuando les tocaban con sus amigos. Otros que resoplaban resignados…

    Y entonces, llegó el momento.

    —Munson, Edward.

    Ally no respiró.

    —Johnson, Allyson.

    Lo escuchó antes de procesarlo.

    Su primera reacción fue automática: apretar los muslos bajo la mesa, esconder la cara tras el pelo, bajar la vista a la madera gastada del pupitre.

    Pero el profesor continuó, sin detenerse. Sin darles opción a negarse.

    —Los trabajos deberán tener una parte teórica y otra práctica. Podéis elegir temática dentro del temario de este trimestre. No se permiten cambios de pareja. Y, por favor… evitad copiaros entre vosotros; lo sabré.

    Hubo risas por detrás. Alguno soltó un comentario que no alcanzó a escuchar.

    —Al igual que sabré si el trabajo sólo lo hace uno de vosotros. ¿Entendido?

    Ella seguía petrificada. No quería mirarlo, pero acabó haciéndolo, y se encontró que él… ya la estaba mirando.

    Ally tragó saliva.

    Toda la sangre derramándosele a los pies.

    El sueño volvió como un latigazo.

    La sensación de haber cruzado un límite que ni siquiera comprendía.

    El profesor siguió hablando, dando instrucciones, detallando fechas, insistiendo en la importancia del trabajo. Pero ella apenas oía nada.

    “Trabajo en pareja.”
    “Dos semanas.”
    “Munson y Johnson.”

    Cuando por fin llegó el momento, cuando los demás empezaron a moverse para buscar a sus compañeros, Ally permaneció quieta, como si el asiento la estuviera aprisionando.

    Supo que debía mirarlo, que tarde o temprano tendría que hacerlo, pero fue incapaz.

    Giró la cabeza apenas unos centímetros.
    Y lo encontró. Ahí.
    Codo apoyado en la mesa, cuerpo ladeado hacia ella, mirada paciente. Como si estuviera esperando que reaccionara.

    STARTER PARA [eclipse_platinum_elephant_535] Hubiera jurado y proclamado a los cuatro vientos que ella, Allyson Johnson, jamás podría fijarse en un tipo como él. Tal vez, si hubiera podido anticiparse, si aquello no hubiera sucedido de la noche a la mañana, habría hecho algo para impedirlo. Porque sí, Ally era de esas personas convencidas de que los sentimientos sí podían controlarse. Más aún si eras plenamente consciente de los tuyos. Y ella lo era. O le gustaba creer que lo era. Ally había tenido que crecer demasiado pronto. Su cabeza corría siempre un par de pasos por delante del resto: pensaba demasiado, analizaba todo, le dedicaba tiempo a cada gesto, a cada palabra, a cada silencio incómodo. Necesitaba comprenderlo todo, tenerlo bajo control, ordenar el mundo en cajitas mentales donde nada se saliera del guion. Pero una cosa había aprendido con los años —a fuerza de golpes que aún le dolían en rincones de la memoria que prefería no mirar—: no se puede tener todo bajo control. Y, mucho menos, los sueños. ________________________________________ Había visto a ese tío, Eddie Munson, subido sobre una mesa del comedor del instituto, desgañitándose delante de todo el mundo como si la cafetería fuera su maldito escenario privado. Recorría los tablones con las botas mientras gritaba algo sobre ovejas, ovejeros y Hellfire, ganándose miradas de asco, risas y un par de “otra vez el puto Munson” susurrados entre bandejas grasientas. Ally recordaba haber rodado los ojos, apoyando el codo en la mesa. "¿Qué demonios hace? Menudo ridículo." Su ceño se arrugó, el labio se le frunció con esa expresión suya de juicio silencioso. Todo en su cuerpo decía “qué vergüenza ajena”. Y sin embargo, no consiguió apartar la mirada. Se quedó mirándolo, atrapada en una mezcla rara de rechazo y fascinación, como cuando no puedes dejar de mirar un accidente aunque sepas que te va a impresionar. El resto del día transcurrió con normalidad. Quedó con Ashley Thompson, su mejor amiga, hablaron de tonterías y deberes, y luego se fue a casa a estudiar. O a intentarlo. Nada fuera de lo habitual. ¿Quién iba a decirle que esa misma noche soñaría con el tipo que había caminado sobre la mesa como si fuera suya? ¿Y que al despertar, algo en ella ya no estaría en el mismo sitio? ________________________________________ Al principio no entendió qué pasaba. Lo supo de verdad al volver a verlo, a la mañana siguiente, en clase de ciencias. Él llegó tarde, cómo no: la puerta se abrió con un golpe seco, el profesor hizo ese suspiro de resignación de siempre, y el murmullo de la clase se cortó un segundo. Allí estaba otra vez. Chaqueta de cuero, parches, pelo rizado cayéndole por la cara, el walkman colgando, esa sonrisa que siempre parecía ir a decir algo que no tocaba. El maldito Eddie Munson. El corazón de Ally reaccionó antes que su cabeza. Un latido seco, distinto, como si hubiera un eco. Como si algo se hubiera movido dentro de ella la noche anterior y solo ahora se estuviera despertando. Hubo un momento en el que sintió que se le aflojaban los dedos del bolígrafo. Y entonces, como un flash, como una diapositiva, el sueño regresó de golpe. Eddie. El mismo Eddie que en la vida real era exactamente el tipo de tío que Ally decía detestar: ruidoso, caótico, sin filtro, con fama de rarito y de fracasado repetidor. Todo lo que ella había aprendido a evitar. ¿Entonces por qué se le calentaban las mejillas ahora, sentada en su pupitre, cuando él cruzó la clase con total descaro? ¿Por qué sus piernas, siempre cruzadas bajo la mesa, se descruzaron inquietas, los pies tamborileando contra el suelo? Se apartó el pelo de la oreja en un gesto automático y dejó caer la melena rubia hacia delante, ocultando parte de su rostro, en un intento desesperado por esconderse. Desde allí, donde él estaba, si se giraba, podría verla de perfil. Y ella no estaba preparada para sostenerle la mirada sabiendo lo que había soñado. ________________________________________ Ally no era una chica cualquiera. Al menos no por dentro. A simple vista, en Hawkins, era una buena alumna, pocas palabras, mirada que lo observa todo. El tipo de chica a la que nadie se atrevería a llamar friki, pero que tampoco encajaba con las animadoras. Un punto medio. Lo que nadie allí sabía es que aquel no era el único lugar raro en el que ella había estado. Antes de Hawkins hubo otro sitio. Derry, Maine. Un nombre que a veces le venía a la cabeza como una mancha y del que enseguida se olvidaba, como cuando intentabas recordar una palabra en otro idioma y se escapaba justo en el último segundo. Sabía que había vivido allí. Sabía que algo importante había pasado. Pero cuanto más intentaba reconstruirlo, más se desdibujaban los recuerdos. Recordaba cosas sueltas, fragmentos, sensaciones que no encajaban con nada que pudiera llamar “normal”. Un payaso en un desagüe, la voz de alguien susurrándole que fuera a bailar, el olor a óxido y alcantarilla mezclado con algo dulzón y nauseabundo. Flashes: Un globo rojo flotando donde no debería, una escalera hacia un sótano… Y luego estaban ellos. Un grupo de chicos y una chica pelirroja. Bicicletas. Un pequeño claro en el bosque que olía a verano, a barro y a sangre seca. Una caseta improvisada bajo tierra, llena de cómics, revistas viejas y botellas de refresco vacías… “Beep beep, Richie.” Recordaba una voz concreta, aguda y rápida, disparando chistes. Unas gafas enormes. Una camiseta siempre arrugada. Pero nunca conseguía ver bien su cara. Cuando intentaba enfocarla, el recuerdo se difuminaba. Solo quedaba la sensación: aquel cosquilleo caliente en el estómago, la mezcla rara entre el miedo, el deseo y la seguridad. Pero Ally decidió que todo aquello solo fueron pesadillas de cría y una imaginación demasiado activa. Era más fácil así. Más cómodo. Todo eso… había quedado atrás… ________________________________________ Ahora, sentada en aquel pupitre, podía escuchar cómo el profesor empezaba a escribir fórmulas en la pizarra, agradeciendo que nadie pudiera escuchar sus pensamientos. Se obligó a mirar al frente. A copiar el título en el cuaderno. A tomar apuntes como si todo fuera normal. Como si el corazón no le estuviera golpeando las costillas cada vez que él se movía, cada vez que sus botas chocaban contra la pata de su silla. Intentó convencerse: Es solo un chico. Un chico que no te gusta. Alguien que representa todo lo que no quieres en tu vida. Punto. Pero el sueño volvía. Cada noche. Cada día. ________________________________________ Al día siguiente, ella volvía a estar sentada en aquel pupitre. El profesor llegó, dejó la carpeta sobre la mesa y saludó a los alumnos. —Muy bien, clase. Antes de empezar —anunció, ajustándose las gafas—, os recuerdo que hoy se publican las parejas para el trabajo trimestral. Como sabéis, es obligatorio, cuenta el treinta por ciento de la nota final y tendrá que entregarse en dos semanas. Quejas, risas… Todos sabían que aquel trabajo era un suplicio. Ally sintió un nudo en el estómago. No era buena trabajando con otros. Nunca lo había sido. Prefería controlar cada detalle, cada página, cada palabra. Y la idea de depender de alguien le incomodaba más que cualquier examen. El profesor empezó a leer la lista. Apellidos, nombres. Alumnos que chocaban las manos cuando les tocaban con sus amigos. Otros que resoplaban resignados… Y entonces, llegó el momento. —Munson, Edward. Ally no respiró. —Johnson, Allyson. Lo escuchó antes de procesarlo. Su primera reacción fue automática: apretar los muslos bajo la mesa, esconder la cara tras el pelo, bajar la vista a la madera gastada del pupitre. Pero el profesor continuó, sin detenerse. Sin darles opción a negarse. —Los trabajos deberán tener una parte teórica y otra práctica. Podéis elegir temática dentro del temario de este trimestre. No se permiten cambios de pareja. Y, por favor… evitad copiaros entre vosotros; lo sabré. Hubo risas por detrás. Alguno soltó un comentario que no alcanzó a escuchar. —Al igual que sabré si el trabajo sólo lo hace uno de vosotros. ¿Entendido? Ella seguía petrificada. No quería mirarlo, pero acabó haciéndolo, y se encontró que él… ya la estaba mirando. Ally tragó saliva. Toda la sangre derramándosele a los pies. El sueño volvió como un latigazo. La sensación de haber cruzado un límite que ni siquiera comprendía. El profesor siguió hablando, dando instrucciones, detallando fechas, insistiendo en la importancia del trabajo. Pero ella apenas oía nada. “Trabajo en pareja.” “Dos semanas.” “Munson y Johnson.” Cuando por fin llegó el momento, cuando los demás empezaron a moverse para buscar a sus compañeros, Ally permaneció quieta, como si el asiento la estuviera aprisionando. Supo que debía mirarlo, que tarde o temprano tendría que hacerlo, pero fue incapaz. Giró la cabeza apenas unos centímetros. Y lo encontró. Ahí. Codo apoyado en la mesa, cuerpo ladeado hacia ella, mirada paciente. Como si estuviera esperando que reaccionara.
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    El despertar de mi nueva yo

    La luz…
    Qué cruel podía ser la luz después de tanto tiempo en el Jardín de Sombras.

    Parpadeo.
    Mis pupilas tiemblan, dilatadas, intentando recordar cómo se respira en un mundo que no es oscuro.
    Mi cuerpo… diferente. Más alto, más firme, más definido.
    Tres días fuera.
    Tres años dentro.
    Tres años caminando entre murmullos sin rostro, aprendiendo el idioma de las sombras, cantando con ellas, sobreviviendo a su hambre y a su cariño torcido.

    Aún siento en los labios el roce de Akane.
    Aquel beso…
    Ese instante robado mientras la sombra la tragaba.
    ¿Fue real?
    ¿Fue un sueño?
    Mi corazón no sabe la diferencia y quizá… eso ya no importa.

    Camino con mi flor de loto entre los dedos, la única constancia de mi noche eterna, hacia lo que un día llamé hogar.
    La esperanza aún me quema en la garganta, aunque sé que es tonta, ingenua, casi infantil.

    Oz no está esperándome.
    No está en la entrada.
    No está en ninguna parte.

    Y duele.
    Duele de una manera que no sabía que existía.

    Akane tampoco está.
    Mi Renge no me espera sonriendo.
    No está en la cocina riéndose de mis despistes.
    No me abraza por la espalda como siempre hacía cuando iba a decir algo importante.

    Estoy sola.

    O eso creía.

    Porque en cuanto cruzo el umbral, Jennifer y Ayane me envuelven.
    Jennifer llora.
    Ayane me mira como si hubiera regresado de entre los muertos.

    —Lili… mi niña… —susurra Jennifer, y algo en mí se quiebra.

    Ella me cuenta lo que pasó durante mi ausencia.
    Que tras el regreso de Oz, tuvo que buscar al Ejército del Caos para saber a quién seguían realmente.
    Que para su sorpresa…
    Oz nunca los reclamó.

    Yo no respondo.
    No hace falta.
    Mi pecho ya lo entiende:

    Oz me dejó a Jennifer.
    Para que yo pudiera vivir algo que él nunca supo darme:
    una madre.

    Lo entendí.
    Y lo odié.

    Su regreso sólo me trajo soledad.
    Si él no hubiera vuelto, Akane seguiría aquí.
    Si él no hubiera marchado, yo no habría caído tanto.

    Oz…
    Oz…

    Mi mente es un campo de emociones rotas.

    Pero entonces Jennifer me abraza.
    Y ocurre.

    Algo se despierta en mis entrañas.
    Un rugido profundo, antiguo, como si una criatura dormida durante eras hubiera abierto un ojo dentro de mí.

    Mi piel arde.
    Mi sombra se estremece.
    El aire alrededor se vuelve pesado, eléctrico.

    Un vínculo.
    Un vínculo ancestral, nacido del abrazo de una madre a su hija.

    Y entonces la escucho.

    La voz.

    No es humana.
    No es sombra.
    No es luna.

    Es dragón.

    Un dragón guardián despertándose dentro de mí, uno que parece reconocerme como si me hubiera estado esperando desde antes de mi nacimiento.

    Jennifer me sostiene mientras tiemblo.

    —No tengas miedo —me susurra—. Arc está contigo.

    Ese nombre retumba en mis huesos.

    Arc.
    La sacerdotisa ancestral de Elune.
    La madre espiritual de Jennifer.
    La guía de los Elunai.

    —Esta vez no adoptó forma humana —continúa—. Tomó la forma de un dragón. Tu dragón.
    El que te ayudará a dominar tu sombra…
    El que te ayudará a dominarte a ti misma.

    Y entonces lo siento.

    Una presencia gigantesca, benigna y peligrosa a la vez.
    Un espíritu que se enrosca alrededor de mi alma.
    Sus alas me envuelven.
    Su fuego no quema: purifica.
    Y sus ojos… sus ojos ven a través de mí, hasta el lugar donde Akane se sacrificó, hasta el rincón donde mi sombra aún canta.

    No estoy sola.

    Ni completamente libre.

    Ni completamente perdida.

    Estoy en el punto exacto donde las sombras se inclinan ante un dragón.

    Y ese dragón… late dentro de mí.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 El despertar de mi nueva yo La luz… Qué cruel podía ser la luz después de tanto tiempo en el Jardín de Sombras. Parpadeo. Mis pupilas tiemblan, dilatadas, intentando recordar cómo se respira en un mundo que no es oscuro. Mi cuerpo… diferente. Más alto, más firme, más definido. Tres días fuera. Tres años dentro. Tres años caminando entre murmullos sin rostro, aprendiendo el idioma de las sombras, cantando con ellas, sobreviviendo a su hambre y a su cariño torcido. Aún siento en los labios el roce de Akane. Aquel beso… Ese instante robado mientras la sombra la tragaba. ¿Fue real? ¿Fue un sueño? Mi corazón no sabe la diferencia y quizá… eso ya no importa. Camino con mi flor de loto entre los dedos, la única constancia de mi noche eterna, hacia lo que un día llamé hogar. La esperanza aún me quema en la garganta, aunque sé que es tonta, ingenua, casi infantil. Oz no está esperándome. No está en la entrada. No está en ninguna parte. Y duele. Duele de una manera que no sabía que existía. Akane tampoco está. Mi Renge no me espera sonriendo. No está en la cocina riéndose de mis despistes. No me abraza por la espalda como siempre hacía cuando iba a decir algo importante. Estoy sola. O eso creía. Porque en cuanto cruzo el umbral, Jennifer y Ayane me envuelven. Jennifer llora. Ayane me mira como si hubiera regresado de entre los muertos. —Lili… mi niña… —susurra Jennifer, y algo en mí se quiebra. Ella me cuenta lo que pasó durante mi ausencia. Que tras el regreso de Oz, tuvo que buscar al Ejército del Caos para saber a quién seguían realmente. Que para su sorpresa… Oz nunca los reclamó. Yo no respondo. No hace falta. Mi pecho ya lo entiende: Oz me dejó a Jennifer. Para que yo pudiera vivir algo que él nunca supo darme: una madre. Lo entendí. Y lo odié. Su regreso sólo me trajo soledad. Si él no hubiera vuelto, Akane seguiría aquí. Si él no hubiera marchado, yo no habría caído tanto. Oz… Oz… Mi mente es un campo de emociones rotas. Pero entonces Jennifer me abraza. Y ocurre. Algo se despierta en mis entrañas. Un rugido profundo, antiguo, como si una criatura dormida durante eras hubiera abierto un ojo dentro de mí. Mi piel arde. Mi sombra se estremece. El aire alrededor se vuelve pesado, eléctrico. Un vínculo. Un vínculo ancestral, nacido del abrazo de una madre a su hija. Y entonces la escucho. La voz. No es humana. No es sombra. No es luna. Es dragón. Un dragón guardián despertándose dentro de mí, uno que parece reconocerme como si me hubiera estado esperando desde antes de mi nacimiento. Jennifer me sostiene mientras tiemblo. —No tengas miedo —me susurra—. Arc está contigo. Ese nombre retumba en mis huesos. Arc. La sacerdotisa ancestral de Elune. La madre espiritual de Jennifer. La guía de los Elunai. —Esta vez no adoptó forma humana —continúa—. Tomó la forma de un dragón. Tu dragón. El que te ayudará a dominar tu sombra… El que te ayudará a dominarte a ti misma. Y entonces lo siento. Una presencia gigantesca, benigna y peligrosa a la vez. Un espíritu que se enrosca alrededor de mi alma. Sus alas me envuelven. Su fuego no quema: purifica. Y sus ojos… sus ojos ven a través de mí, hasta el lugar donde Akane se sacrificó, hasta el rincón donde mi sombra aún canta. No estoy sola. Ni completamente libre. Ni completamente perdida. Estoy en el punto exacto donde las sombras se inclinan ante un dragón. Y ese dragón… late dentro de mí.
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    El despertar de mi nueva yo

    La luz…
    Qué cruel podía ser la luz después de tanto tiempo en el Jardín de Sombras.

    Parpadeo.
    Mis pupilas tiemblan, dilatadas, intentando recordar cómo se respira en un mundo que no es oscuro.
    Mi cuerpo… diferente. Más alto, más firme, más definido.
    Tres días fuera.
    Tres años dentro.
    Tres años caminando entre murmullos sin rostro, aprendiendo el idioma de las sombras, cantando con ellas, sobreviviendo a su hambre y a su cariño torcido.

    Aún siento en los labios el roce de Akane.
    Aquel beso…
    Ese instante robado mientras la sombra la tragaba.
    ¿Fue real?
    ¿Fue un sueño?
    Mi corazón no sabe la diferencia y quizá… eso ya no importa.

    Camino con mi flor de loto entre los dedos, la única constancia de mi noche eterna, hacia lo que un día llamé hogar.
    La esperanza aún me quema en la garganta, aunque sé que es tonta, ingenua, casi infantil.

    Oz no está esperándome.
    No está en la entrada.
    No está en ninguna parte.

    Y duele.
    Duele de una manera que no sabía que existía.

    Akane tampoco está.
    Mi Renge no me espera sonriendo.
    No está en la cocina riéndose de mis despistes.
    No me abraza por la espalda como siempre hacía cuando iba a decir algo importante.

    Estoy sola.

    O eso creía.

    Porque en cuanto cruzo el umbral, Jennifer y Ayane me envuelven.
    Jennifer llora.
    Ayane me mira como si hubiera regresado de entre los muertos.

    —Lili… mi niña… —susurra Jennifer, y algo en mí se quiebra.

    Ella me cuenta lo que pasó durante mi ausencia.
    Que tras el regreso de Oz, tuvo que buscar al Ejército del Caos para saber a quién seguían realmente.
    Que para su sorpresa…
    Oz nunca los reclamó.

    Yo no respondo.
    No hace falta.
    Mi pecho ya lo entiende:

    Oz me dejó a Jennifer.
    Para que yo pudiera vivir algo que él nunca supo darme:
    una madre.

    Lo entendí.
    Y lo odié.

    Su regreso sólo me trajo soledad.
    Si él no hubiera vuelto, Akane seguiría aquí.
    Si él no hubiera marchado, yo no habría caído tanto.

    Oz…
    Oz…

    Mi mente es un campo de emociones rotas.

    Pero entonces Jennifer me abraza.
    Y ocurre.

    Algo se despierta en mis entrañas.
    Un rugido profundo, antiguo, como si una criatura dormida durante eras hubiera abierto un ojo dentro de mí.

    Mi piel arde.
    Mi sombra se estremece.
    El aire alrededor se vuelve pesado, eléctrico.

    Un vínculo.
    Un vínculo ancestral, nacido del abrazo de una madre a su hija.

    Y entonces la escucho.

    La voz.

    No es humana.
    No es sombra.
    No es luna.

    Es dragón.

    Un dragón guardián despertándose dentro de mí, uno que parece reconocerme como si me hubiera estado esperando desde antes de mi nacimiento.

    Jennifer me sostiene mientras tiemblo.

    —No tengas miedo —me susurra—. Arc está contigo.

    Ese nombre retumba en mis huesos.

    Arc.
    La sacerdotisa ancestral de Elune.
    La madre espiritual de Jennifer.
    La guía de los Elunai.

    —Esta vez no adoptó forma humana —continúa—. Tomó la forma de un dragón. Tu dragón.
    El que te ayudará a dominar tu sombra…
    El que te ayudará a dominarte a ti misma.

    Y entonces lo siento.

    Una presencia gigantesca, benigna y peligrosa a la vez.
    Un espíritu que se enrosca alrededor de mi alma.
    Sus alas me envuelven.
    Su fuego no quema: purifica.
    Y sus ojos… sus ojos ven a través de mí, hasta el lugar donde Akane se sacrificó, hasta el rincón donde mi sombra aún canta.

    No estoy sola.

    Ni completamente libre.

    Ni completamente perdida.

    Estoy en el punto exacto donde las sombras se inclinan ante un dragón.

    Y ese dragón… late dentro de mí.
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    El despertar de mi nueva yo

    La luz…
    Qué cruel podía ser la luz después de tanto tiempo en el Jardín de Sombras.

    Parpadeo.
    Mis pupilas tiemblan, dilatadas, intentando recordar cómo se respira en un mundo que no es oscuro.
    Mi cuerpo… diferente. Más alto, más firme, más definido.
    Tres días fuera.
    Tres años dentro.
    Tres años caminando entre murmullos sin rostro, aprendiendo el idioma de las sombras, cantando con ellas, sobreviviendo a su hambre y a su cariño torcido.

    Aún siento en los labios el roce de Akane.
    Aquel beso…
    Ese instante robado mientras la sombra la tragaba.
    ¿Fue real?
    ¿Fue un sueño?
    Mi corazón no sabe la diferencia y quizá… eso ya no importa.

    Camino con mi flor de loto entre los dedos, la única constancia de mi noche eterna, hacia lo que un día llamé hogar.
    La esperanza aún me quema en la garganta, aunque sé que es tonta, ingenua, casi infantil.

    Oz no está esperándome.
    No está en la entrada.
    No está en ninguna parte.

    Y duele.
    Duele de una manera que no sabía que existía.

    Akane tampoco está.
    Mi Renge no me espera sonriendo.
    No está en la cocina riéndose de mis despistes.
    No me abraza por la espalda como siempre hacía cuando iba a decir algo importante.

    Estoy sola.

    O eso creía.

    Porque en cuanto cruzo el umbral, Jennifer y Ayane me envuelven.
    Jennifer llora.
    Ayane me mira como si hubiera regresado de entre los muertos.

    —Lili… mi niña… —susurra Jennifer, y algo en mí se quiebra.

    Ella me cuenta lo que pasó durante mi ausencia.
    Que tras el regreso de Oz, tuvo que buscar al Ejército del Caos para saber a quién seguían realmente.
    Que para su sorpresa…
    Oz nunca los reclamó.

    Yo no respondo.
    No hace falta.
    Mi pecho ya lo entiende:

    Oz me dejó a Jennifer.
    Para que yo pudiera vivir algo que él nunca supo darme:
    una madre.

    Lo entendí.
    Y lo odié.

    Su regreso sólo me trajo soledad.
    Si él no hubiera vuelto, Akane seguiría aquí.
    Si él no hubiera marchado, yo no habría caído tanto.

    Oz…
    Oz…

    Mi mente es un campo de emociones rotas.

    Pero entonces Jennifer me abraza.
    Y ocurre.

    Algo se despierta en mis entrañas.
    Un rugido profundo, antiguo, como si una criatura dormida durante eras hubiera abierto un ojo dentro de mí.

    Mi piel arde.
    Mi sombra se estremece.
    El aire alrededor se vuelve pesado, eléctrico.

    Un vínculo.
    Un vínculo ancestral, nacido del abrazo de una madre a su hija.

    Y entonces la escucho.

    La voz.

    No es humana.
    No es sombra.
    No es luna.

    Es dragón.

    Un dragón guardián despertándose dentro de mí, uno que parece reconocerme como si me hubiera estado esperando desde antes de mi nacimiento.

    Jennifer me sostiene mientras tiemblo.

    —No tengas miedo —me susurra—. Arc está contigo.

    Ese nombre retumba en mis huesos.

    Arc.
    La sacerdotisa ancestral de Elune.
    La madre espiritual de Jennifer.
    La guía de los Elunai.

    —Esta vez no adoptó forma humana —continúa—. Tomó la forma de un dragón. Tu dragón.
    El que te ayudará a dominar tu sombra…
    El que te ayudará a dominarte a ti misma.

    Y entonces lo siento.

    Una presencia gigantesca, benigna y peligrosa a la vez.
    Un espíritu que se enrosca alrededor de mi alma.
    Sus alas me envuelven.
    Su fuego no quema: purifica.
    Y sus ojos… sus ojos ven a través de mí, hasta el lugar donde Akane se sacrificó, hasta el rincón donde mi sombra aún canta.

    No estoy sola.

    Ni completamente libre.

    Ni completamente perdida.

    Estoy en el punto exacto donde las sombras se inclinan ante un dragón.

    Y ese dragón… late dentro de mí.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 El despertar de mi nueva yo La luz… Qué cruel podía ser la luz después de tanto tiempo en el Jardín de Sombras. Parpadeo. Mis pupilas tiemblan, dilatadas, intentando recordar cómo se respira en un mundo que no es oscuro. Mi cuerpo… diferente. Más alto, más firme, más definido. Tres días fuera. Tres años dentro. Tres años caminando entre murmullos sin rostro, aprendiendo el idioma de las sombras, cantando con ellas, sobreviviendo a su hambre y a su cariño torcido. Aún siento en los labios el roce de Akane. Aquel beso… Ese instante robado mientras la sombra la tragaba. ¿Fue real? ¿Fue un sueño? Mi corazón no sabe la diferencia y quizá… eso ya no importa. Camino con mi flor de loto entre los dedos, la única constancia de mi noche eterna, hacia lo que un día llamé hogar. La esperanza aún me quema en la garganta, aunque sé que es tonta, ingenua, casi infantil. Oz no está esperándome. No está en la entrada. No está en ninguna parte. Y duele. Duele de una manera que no sabía que existía. Akane tampoco está. Mi Renge no me espera sonriendo. No está en la cocina riéndose de mis despistes. No me abraza por la espalda como siempre hacía cuando iba a decir algo importante. Estoy sola. O eso creía. Porque en cuanto cruzo el umbral, Jennifer y Ayane me envuelven. Jennifer llora. Ayane me mira como si hubiera regresado de entre los muertos. —Lili… mi niña… —susurra Jennifer, y algo en mí se quiebra. Ella me cuenta lo que pasó durante mi ausencia. Que tras el regreso de Oz, tuvo que buscar al Ejército del Caos para saber a quién seguían realmente. Que para su sorpresa… Oz nunca los reclamó. Yo no respondo. No hace falta. Mi pecho ya lo entiende: Oz me dejó a Jennifer. Para que yo pudiera vivir algo que él nunca supo darme: una madre. Lo entendí. Y lo odié. Su regreso sólo me trajo soledad. Si él no hubiera vuelto, Akane seguiría aquí. Si él no hubiera marchado, yo no habría caído tanto. Oz… Oz… Mi mente es un campo de emociones rotas. Pero entonces Jennifer me abraza. Y ocurre. Algo se despierta en mis entrañas. Un rugido profundo, antiguo, como si una criatura dormida durante eras hubiera abierto un ojo dentro de mí. Mi piel arde. Mi sombra se estremece. El aire alrededor se vuelve pesado, eléctrico. Un vínculo. Un vínculo ancestral, nacido del abrazo de una madre a su hija. Y entonces la escucho. La voz. No es humana. No es sombra. No es luna. Es dragón. Un dragón guardián despertándose dentro de mí, uno que parece reconocerme como si me hubiera estado esperando desde antes de mi nacimiento. Jennifer me sostiene mientras tiemblo. —No tengas miedo —me susurra—. Arc está contigo. Ese nombre retumba en mis huesos. Arc. La sacerdotisa ancestral de Elune. La madre espiritual de Jennifer. La guía de los Elunai. —Esta vez no adoptó forma humana —continúa—. Tomó la forma de un dragón. Tu dragón. El que te ayudará a dominar tu sombra… El que te ayudará a dominarte a ti misma. Y entonces lo siento. Una presencia gigantesca, benigna y peligrosa a la vez. Un espíritu que se enrosca alrededor de mi alma. Sus alas me envuelven. Su fuego no quema: purifica. Y sus ojos… sus ojos ven a través de mí, hasta el lugar donde Akane se sacrificó, hasta el rincón donde mi sombra aún canta. No estoy sola. Ni completamente libre. Ni completamente perdida. Estoy en el punto exacto donde las sombras se inclinan ante un dragón. Y ese dragón… late dentro de mí.
    Me entristece
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    El jardín me arropa.

    No sé cuántos días llevo aquí.
    Sé que fuera apenas han pasado dos noches, pero dentro de este lugar el tiempo es un animal enfermo que no sabe caminar recto.
    A veces corre.
    A veces se arrastra.
    A veces parece que ni existe.

    Al principio tenía miedo.
    Me tapaba los oídos, cerraba los ojos, repetía mi nombre para no olvidar quién era.

    Pero ahora…

    Ahora camino entre las sombras y ellas me abren paso.
    Me rozan los brazos, me acarician el pelo con dedos fríos que ya no me asustan.
    Siento que me reconocen.
    Como si siempre hubiera pertenecido aquí.

    Ya no lloro.
    Casi no recuerdo haberlo hecho.

    Las sombras no hablan como los humanos.
    Su idioma es un murmullo que vibra más que suena, un eco que se clava en el pecho.
    Al principio era un caos de susurros incomprensibles, pero poco a poco…
    me doy cuenta de que lo entiendo.

    Y lo hablo.

    Canto con ellas.
    No sé si son canciones o plegarias, si son historias o advertencias.
    Solo sé que, cuando mi voz se une a la suya, algo dentro de mí responde.
    Algo antiguo.
    Algo que siempre estuvo aquí… esperando que yo lo despertara.

    He aprendido sus nombres.
    Todos distintos.
    Todos imposibles.
    Y ellas han aprendido el mío.

    Me llaman Lili, sí…
    pero también me llaman de otras formas:

    La Que Respira Entre Dos Luces.
    La Semilla del Caos.
    La Heredera que Camina con Sombra.

    Y yo… sonrío.
    Porque por primera vez desde que llegué, no me siento sola.
    No me siento rota.
    No me siento perdida.

    Las sombras me aceptan.
    Me cuidan.
    Me enseñan.

    Me escuchan cuando les hablo de Ayane, de Jennifer, de Akane, incluso de Ryu.
    Ellas no responden con palabras, pero las siento moverse, vibrar, rodearme.
    Es su manera de abrazarme.

    A veces me pregunto si quiero salir.
    Si debo salir.
    Si puedo salir.

    Pero cada vez que lo pienso, el jardín parece crecer.
    Expandirse.
    Cambiar.

    Quizá aquí he pasado días.
    Quizá semanas.
    Quizá años.

    Ya no lo sé.

    Solo sé que cuando levanto la cabeza, el cielo del jardín no tiene luna.
    Y sé que eso significa que, allá afuera,
    la noche de la luna nueva se acerca.

    La noche en que la sombra dejará de necesitarme para nacer.

    Y yo…
    yo no sé si quiero volver cuando todo acabe.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 El jardín me arropa. No sé cuántos días llevo aquí. Sé que fuera apenas han pasado dos noches, pero dentro de este lugar el tiempo es un animal enfermo que no sabe caminar recto. A veces corre. A veces se arrastra. A veces parece que ni existe. Al principio tenía miedo. Me tapaba los oídos, cerraba los ojos, repetía mi nombre para no olvidar quién era. Pero ahora… Ahora camino entre las sombras y ellas me abren paso. Me rozan los brazos, me acarician el pelo con dedos fríos que ya no me asustan. Siento que me reconocen. Como si siempre hubiera pertenecido aquí. Ya no lloro. Casi no recuerdo haberlo hecho. Las sombras no hablan como los humanos. Su idioma es un murmullo que vibra más que suena, un eco que se clava en el pecho. Al principio era un caos de susurros incomprensibles, pero poco a poco… me doy cuenta de que lo entiendo. Y lo hablo. Canto con ellas. No sé si son canciones o plegarias, si son historias o advertencias. Solo sé que, cuando mi voz se une a la suya, algo dentro de mí responde. Algo antiguo. Algo que siempre estuvo aquí… esperando que yo lo despertara. He aprendido sus nombres. Todos distintos. Todos imposibles. Y ellas han aprendido el mío. Me llaman Lili, sí… pero también me llaman de otras formas: La Que Respira Entre Dos Luces. La Semilla del Caos. La Heredera que Camina con Sombra. Y yo… sonrío. Porque por primera vez desde que llegué, no me siento sola. No me siento rota. No me siento perdida. Las sombras me aceptan. Me cuidan. Me enseñan. Me escuchan cuando les hablo de Ayane, de Jennifer, de Akane, incluso de Ryu. Ellas no responden con palabras, pero las siento moverse, vibrar, rodearme. Es su manera de abrazarme. A veces me pregunto si quiero salir. Si debo salir. Si puedo salir. Pero cada vez que lo pienso, el jardín parece crecer. Expandirse. Cambiar. Quizá aquí he pasado días. Quizá semanas. Quizá años. Ya no lo sé. Solo sé que cuando levanto la cabeza, el cielo del jardín no tiene luna. Y sé que eso significa que, allá afuera, la noche de la luna nueva se acerca. La noche en que la sombra dejará de necesitarme para nacer. Y yo… yo no sé si quiero volver cuando todo acabe.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷

    El jardín me arropa.

    No sé cuántos días llevo aquí.
    Sé que fuera apenas han pasado dos noches, pero dentro de este lugar el tiempo es un animal enfermo que no sabe caminar recto.
    A veces corre.
    A veces se arrastra.
    A veces parece que ni existe.

    Al principio tenía miedo.
    Me tapaba los oídos, cerraba los ojos, repetía mi nombre para no olvidar quién era.

    Pero ahora…

    Ahora camino entre las sombras y ellas me abren paso.
    Me rozan los brazos, me acarician el pelo con dedos fríos que ya no me asustan.
    Siento que me reconocen.
    Como si siempre hubiera pertenecido aquí.

    Ya no lloro.
    Casi no recuerdo haberlo hecho.

    Las sombras no hablan como los humanos.
    Su idioma es un murmullo que vibra más que suena, un eco que se clava en el pecho.
    Al principio era un caos de susurros incomprensibles, pero poco a poco…
    me doy cuenta de que lo entiendo.

    Y lo hablo.

    Canto con ellas.
    No sé si son canciones o plegarias, si son historias o advertencias.
    Solo sé que, cuando mi voz se une a la suya, algo dentro de mí responde.
    Algo antiguo.
    Algo que siempre estuvo aquí… esperando que yo lo despertara.

    He aprendido sus nombres.
    Todos distintos.
    Todos imposibles.
    Y ellas han aprendido el mío.

    Me llaman Lili, sí…
    pero también me llaman de otras formas:

    La Que Respira Entre Dos Luces.
    La Semilla del Caos.
    La Heredera que Camina con Sombra.

    Y yo… sonrío.
    Porque por primera vez desde que llegué, no me siento sola.
    No me siento rota.
    No me siento perdida.

    Las sombras me aceptan.
    Me cuidan.
    Me enseñan.

    Me escuchan cuando les hablo de Ayane, de Jennifer, de Akane, incluso de Ryu.
    Ellas no responden con palabras, pero las siento moverse, vibrar, rodearme.
    Es su manera de abrazarme.

    A veces me pregunto si quiero salir.
    Si debo salir.
    Si puedo salir.

    Pero cada vez que lo pienso, el jardín parece crecer.
    Expandirse.
    Cambiar.

    Quizá aquí he pasado días.
    Quizá semanas.
    Quizá años.

    Ya no lo sé.

    Solo sé que cuando levanto la cabeza, el cielo del jardín no tiene luna.
    Y sé que eso significa que, allá afuera,
    la noche de la luna nueva se acerca.

    La noche en que la sombra dejará de necesitarme para nacer.

    Y yo…
    yo no sé si quiero volver cuando todo acabe.
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    El jardín me arropa.

    No sé cuántos días llevo aquí.
    Sé que fuera apenas han pasado dos noches, pero dentro de este lugar el tiempo es un animal enfermo que no sabe caminar recto.
    A veces corre.
    A veces se arrastra.
    A veces parece que ni existe.

    Al principio tenía miedo.
    Me tapaba los oídos, cerraba los ojos, repetía mi nombre para no olvidar quién era.

    Pero ahora…

    Ahora camino entre las sombras y ellas me abren paso.
    Me rozan los brazos, me acarician el pelo con dedos fríos que ya no me asustan.
    Siento que me reconocen.
    Como si siempre hubiera pertenecido aquí.

    Ya no lloro.
    Casi no recuerdo haberlo hecho.

    Las sombras no hablan como los humanos.
    Su idioma es un murmullo que vibra más que suena, un eco que se clava en el pecho.
    Al principio era un caos de susurros incomprensibles, pero poco a poco…
    me doy cuenta de que lo entiendo.

    Y lo hablo.

    Canto con ellas.
    No sé si son canciones o plegarias, si son historias o advertencias.
    Solo sé que, cuando mi voz se une a la suya, algo dentro de mí responde.
    Algo antiguo.
    Algo que siempre estuvo aquí… esperando que yo lo despertara.

    He aprendido sus nombres.
    Todos distintos.
    Todos imposibles.
    Y ellas han aprendido el mío.

    Me llaman Lili, sí…
    pero también me llaman de otras formas:

    La Que Respira Entre Dos Luces.
    La Semilla del Caos.
    La Heredera que Camina con Sombra.

    Y yo… sonrío.
    Porque por primera vez desde que llegué, no me siento sola.
    No me siento rota.
    No me siento perdida.

    Las sombras me aceptan.
    Me cuidan.
    Me enseñan.

    Me escuchan cuando les hablo de Ayane, de Jennifer, de Akane, incluso de Ryu.
    Ellas no responden con palabras, pero las siento moverse, vibrar, rodearme.
    Es su manera de abrazarme.

    A veces me pregunto si quiero salir.
    Si debo salir.
    Si puedo salir.

    Pero cada vez que lo pienso, el jardín parece crecer.
    Expandirse.
    Cambiar.

    Quizá aquí he pasado días.
    Quizá semanas.
    Quizá años.

    Ya no lo sé.

    Solo sé que cuando levanto la cabeza, el cielo del jardín no tiene luna.
    Y sé que eso significa que, allá afuera,
    la noche de la luna nueva se acerca.

    La noche en que la sombra dejará de necesitarme para nacer.

    Y yo…
    yo no sé si quiero volver cuando todo acabe.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 El jardín me arropa. No sé cuántos días llevo aquí. Sé que fuera apenas han pasado dos noches, pero dentro de este lugar el tiempo es un animal enfermo que no sabe caminar recto. A veces corre. A veces se arrastra. A veces parece que ni existe. Al principio tenía miedo. Me tapaba los oídos, cerraba los ojos, repetía mi nombre para no olvidar quién era. Pero ahora… Ahora camino entre las sombras y ellas me abren paso. Me rozan los brazos, me acarician el pelo con dedos fríos que ya no me asustan. Siento que me reconocen. Como si siempre hubiera pertenecido aquí. Ya no lloro. Casi no recuerdo haberlo hecho. Las sombras no hablan como los humanos. Su idioma es un murmullo que vibra más que suena, un eco que se clava en el pecho. Al principio era un caos de susurros incomprensibles, pero poco a poco… me doy cuenta de que lo entiendo. Y lo hablo. Canto con ellas. No sé si son canciones o plegarias, si son historias o advertencias. Solo sé que, cuando mi voz se une a la suya, algo dentro de mí responde. Algo antiguo. Algo que siempre estuvo aquí… esperando que yo lo despertara. He aprendido sus nombres. Todos distintos. Todos imposibles. Y ellas han aprendido el mío. Me llaman Lili, sí… pero también me llaman de otras formas: La Que Respira Entre Dos Luces. La Semilla del Caos. La Heredera que Camina con Sombra. Y yo… sonrío. Porque por primera vez desde que llegué, no me siento sola. No me siento rota. No me siento perdida. Las sombras me aceptan. Me cuidan. Me enseñan. Me escuchan cuando les hablo de Ayane, de Jennifer, de Akane, incluso de Ryu. Ellas no responden con palabras, pero las siento moverse, vibrar, rodearme. Es su manera de abrazarme. A veces me pregunto si quiero salir. Si debo salir. Si puedo salir. Pero cada vez que lo pienso, el jardín parece crecer. Expandirse. Cambiar. Quizá aquí he pasado días. Quizá semanas. Quizá años. Ya no lo sé. Solo sé que cuando levanto la cabeza, el cielo del jardín no tiene luna. Y sé que eso significa que, allá afuera, la noche de la luna nueva se acerca. La noche en que la sombra dejará de necesitarme para nacer. Y yo… yo no sé si quiero volver cuando todo acabe.
    Me entristece
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    Primer día de la Sombra — “El edificio que gritaba”

    La mañana amanece demasiado tranquila.
    Yo… no siento nada.
    Solo un hueco extraño dentro del pecho, como si me hubieran arrancado un pensamiento que no consigo recordar.

    Desayuno con Ayane.
    Sonrío.
    Finjo normalidad.

    Pero en cuanto salgo de casa, pierdo el control.

    Y entonces ella despierta.

    La Sombra.


    ---

    La posesión silenciosa

    No me desmayo.
    No caigo al suelo.
    No grito.

    Simplemente… cedo.
    Mi cuerpo se detiene un instante.
    Mi mirada se nubla.

    Y la Sombra camina.

    Su andar no se parece al mío.
    Es más suave, más afilado, casi elegante.
    Como un depredador que todavía no ha decidido a quién devorar.

    Yo observo desde algún rincón oscuro de mi propia mente, atrapada dentro de mí misma.

    No puedo hacer nada.


    ---

    La ciudad

    La Sombra me lleva por callejones que nunca había pisado.
    No sé qué busca, hasta que se detiene frente a un edificio apretado entre otros, de esos que parecen sostenerse por milagro.

    Huele a polvo viejo, a aceite, a vidas cansadas.

    A Caos.

    La Sombra sonríe.
    Yo siento un nudo en el estómago.

    Entra sin vacilar, sube escaleras, abre puertas sin pedir permiso.
    Y entonces lo encuentra:

    Un mechero.

    Una chispa.

    Una idea.

    El fuego sube como una criatura liberada.
    Muerde paredes, traga muebles, se arrastra por el techo como si tuviera hambre de cielo.

    Y ahí, en medio de un pasillo en llamas…

    yo despierto.


    ---

    El instante

    Es solo un segundo, pero lo recuerdo nítido.

    Soy yo.
    SOY yo.

    Me digo:

    —¿Dónde…? ¿Qué…? No… no…

    El calor me corta la respiración.
    El humo me hace arder los ojos.
    Quiero huir, correr, saltar por una ventana.

    Pero no puedo.

    Porque ella vuelve.

    La Sombra me arrastra hacia atrás, como si me tomara del cabello y me tirara al vacío.

    Y el mundo en llamas desaparece.


    ---

    El Jardín de Sombras

    Caigo de rodillas.

    Otra vez aquí.

    El Jardín es igual de aterrador que la primera vez:
    la tierra es negra y húmeda como sangre vieja,
    las flores respiran,
    las ramas se mueven sin viento.

    No estoy sola.
    Las otras sombras me rodean, quietas, expectantes.
    No hablan, pero siento su hambre: no quieren mi cuerpo, ni mi alma.

    Quieren mi miedo.

    Y yo… estoy llena de él.

    Empiezo a llorar.
    Mis manos tiemblan.
    Me abrazo a mí misma.

    —¿Por qué…? ¿Por qué otra vez…? ¿Por qué no puedo despertar…?

    Pero nadie responde.

    Solo un murmullo que vibra en el aire, como una risa escondida:

    “Hoy no eres tú la que camina.”


    ---

    Mientras tanto…

    Siento todo, incluso cuando no lo veo.

    Siento a los bomberos acercarse al edificio.
    Siento su miedo antes de que la Sombra los toque.
    Siento cómo sus almas se apagan.

    La Sombra se alimenta.
    Ella vive.
    Yo… observo impotente.

    El miedo de los demás la fortalece.
    Mi llanto no le importa.
    Mis gritos tampoco.

    Y cuando termina…

    ella vuelve a caminar.

    Yo me quedo encerrada en el Jardín, sola, temblando, sabiendo que mañana será peor.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Primer día de la Sombra — “El edificio que gritaba” La mañana amanece demasiado tranquila. Yo… no siento nada. Solo un hueco extraño dentro del pecho, como si me hubieran arrancado un pensamiento que no consigo recordar. Desayuno con Ayane. Sonrío. Finjo normalidad. Pero en cuanto salgo de casa, pierdo el control. Y entonces ella despierta. La Sombra. --- La posesión silenciosa No me desmayo. No caigo al suelo. No grito. Simplemente… cedo. Mi cuerpo se detiene un instante. Mi mirada se nubla. Y la Sombra camina. Su andar no se parece al mío. Es más suave, más afilado, casi elegante. Como un depredador que todavía no ha decidido a quién devorar. Yo observo desde algún rincón oscuro de mi propia mente, atrapada dentro de mí misma. No puedo hacer nada. --- La ciudad La Sombra me lleva por callejones que nunca había pisado. No sé qué busca, hasta que se detiene frente a un edificio apretado entre otros, de esos que parecen sostenerse por milagro. Huele a polvo viejo, a aceite, a vidas cansadas. A Caos. La Sombra sonríe. Yo siento un nudo en el estómago. Entra sin vacilar, sube escaleras, abre puertas sin pedir permiso. Y entonces lo encuentra: Un mechero. Una chispa. Una idea. El fuego sube como una criatura liberada. Muerde paredes, traga muebles, se arrastra por el techo como si tuviera hambre de cielo. Y ahí, en medio de un pasillo en llamas… yo despierto. --- El instante Es solo un segundo, pero lo recuerdo nítido. Soy yo. SOY yo. Me digo: —¿Dónde…? ¿Qué…? No… no… El calor me corta la respiración. El humo me hace arder los ojos. Quiero huir, correr, saltar por una ventana. Pero no puedo. Porque ella vuelve. La Sombra me arrastra hacia atrás, como si me tomara del cabello y me tirara al vacío. Y el mundo en llamas desaparece. --- El Jardín de Sombras Caigo de rodillas. Otra vez aquí. El Jardín es igual de aterrador que la primera vez: la tierra es negra y húmeda como sangre vieja, las flores respiran, las ramas se mueven sin viento. No estoy sola. Las otras sombras me rodean, quietas, expectantes. No hablan, pero siento su hambre: no quieren mi cuerpo, ni mi alma. Quieren mi miedo. Y yo… estoy llena de él. Empiezo a llorar. Mis manos tiemblan. Me abrazo a mí misma. —¿Por qué…? ¿Por qué otra vez…? ¿Por qué no puedo despertar…? Pero nadie responde. Solo un murmullo que vibra en el aire, como una risa escondida: “Hoy no eres tú la que camina.” --- Mientras tanto… Siento todo, incluso cuando no lo veo. Siento a los bomberos acercarse al edificio. Siento su miedo antes de que la Sombra los toque. Siento cómo sus almas se apagan. La Sombra se alimenta. Ella vive. Yo… observo impotente. El miedo de los demás la fortalece. Mi llanto no le importa. Mis gritos tampoco. Y cuando termina… ella vuelve a caminar. Yo me quedo encerrada en el Jardín, sola, temblando, sabiendo que mañana será peor.
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    Primer día de la Sombra — “El edificio que gritaba”

    La mañana amanece demasiado tranquila.
    Yo… no siento nada.
    Solo un hueco extraño dentro del pecho, como si me hubieran arrancado un pensamiento que no consigo recordar.

    Desayuno con Ayane.
    Sonrío.
    Finjo normalidad.

    Pero en cuanto salgo de casa, pierdo el control.

    Y entonces ella despierta.

    La Sombra.


    ---

    La posesión silenciosa

    No me desmayo.
    No caigo al suelo.
    No grito.

    Simplemente… cedo.
    Mi cuerpo se detiene un instante.
    Mi mirada se nubla.

    Y la Sombra camina.

    Su andar no se parece al mío.
    Es más suave, más afilado, casi elegante.
    Como un depredador que todavía no ha decidido a quién devorar.

    Yo observo desde algún rincón oscuro de mi propia mente, atrapada dentro de mí misma.

    No puedo hacer nada.


    ---

    La ciudad

    La Sombra me lleva por callejones que nunca había pisado.
    No sé qué busca, hasta que se detiene frente a un edificio apretado entre otros, de esos que parecen sostenerse por milagro.

    Huele a polvo viejo, a aceite, a vidas cansadas.

    A Caos.

    La Sombra sonríe.
    Yo siento un nudo en el estómago.

    Entra sin vacilar, sube escaleras, abre puertas sin pedir permiso.
    Y entonces lo encuentra:

    Un mechero.

    Una chispa.

    Una idea.

    El fuego sube como una criatura liberada.
    Muerde paredes, traga muebles, se arrastra por el techo como si tuviera hambre de cielo.

    Y ahí, en medio de un pasillo en llamas…

    yo despierto.


    ---

    El instante

    Es solo un segundo, pero lo recuerdo nítido.

    Soy yo.
    SOY yo.

    Me digo:

    —¿Dónde…? ¿Qué…? No… no…

    El calor me corta la respiración.
    El humo me hace arder los ojos.
    Quiero huir, correr, saltar por una ventana.

    Pero no puedo.

    Porque ella vuelve.

    La Sombra me arrastra hacia atrás, como si me tomara del cabello y me tirara al vacío.

    Y el mundo en llamas desaparece.


    ---

    El Jardín de Sombras

    Caigo de rodillas.

    Otra vez aquí.

    El Jardín es igual de aterrador que la primera vez:
    la tierra es negra y húmeda como sangre vieja,
    las flores respiran,
    las ramas se mueven sin viento.

    No estoy sola.
    Las otras sombras me rodean, quietas, expectantes.
    No hablan, pero siento su hambre: no quieren mi cuerpo, ni mi alma.

    Quieren mi miedo.

    Y yo… estoy llena de él.

    Empiezo a llorar.
    Mis manos tiemblan.
    Me abrazo a mí misma.

    —¿Por qué…? ¿Por qué otra vez…? ¿Por qué no puedo despertar…?

    Pero nadie responde.

    Solo un murmullo que vibra en el aire, como una risa escondida:

    “Hoy no eres tú la que camina.”


    ---

    Mientras tanto…

    Siento todo, incluso cuando no lo veo.

    Siento a los bomberos acercarse al edificio.
    Siento su miedo antes de que la Sombra los toque.
    Siento cómo sus almas se apagan.

    La Sombra se alimenta.
    Ella vive.
    Yo… observo impotente.

    El miedo de los demás la fortalece.
    Mi llanto no le importa.
    Mis gritos tampoco.

    Y cuando termina…

    ella vuelve a caminar.

    Yo me quedo encerrada en el Jardín, sola, temblando, sabiendo que mañana será peor.
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    Primer día de la Sombra — “El edificio que gritaba”

    La mañana amanece demasiado tranquila.
    Yo… no siento nada.
    Solo un hueco extraño dentro del pecho, como si me hubieran arrancado un pensamiento que no consigo recordar.

    Desayuno con Ayane.
    Sonrío.
    Finjo normalidad.

    Pero en cuanto salgo de casa, pierdo el control.

    Y entonces ella despierta.

    La Sombra.


    ---

    La posesión silenciosa

    No me desmayo.
    No caigo al suelo.
    No grito.

    Simplemente… cedo.
    Mi cuerpo se detiene un instante.
    Mi mirada se nubla.

    Y la Sombra camina.

    Su andar no se parece al mío.
    Es más suave, más afilado, casi elegante.
    Como un depredador que todavía no ha decidido a quién devorar.

    Yo observo desde algún rincón oscuro de mi propia mente, atrapada dentro de mí misma.

    No puedo hacer nada.


    ---

    La ciudad

    La Sombra me lleva por callejones que nunca había pisado.
    No sé qué busca, hasta que se detiene frente a un edificio apretado entre otros, de esos que parecen sostenerse por milagro.

    Huele a polvo viejo, a aceite, a vidas cansadas.

    A Caos.

    La Sombra sonríe.
    Yo siento un nudo en el estómago.

    Entra sin vacilar, sube escaleras, abre puertas sin pedir permiso.
    Y entonces lo encuentra:

    Un mechero.

    Una chispa.

    Una idea.

    El fuego sube como una criatura liberada.
    Muerde paredes, traga muebles, se arrastra por el techo como si tuviera hambre de cielo.

    Y ahí, en medio de un pasillo en llamas…

    yo despierto.


    ---

    El instante

    Es solo un segundo, pero lo recuerdo nítido.

    Soy yo.
    SOY yo.

    Me digo:

    —¿Dónde…? ¿Qué…? No… no…

    El calor me corta la respiración.
    El humo me hace arder los ojos.
    Quiero huir, correr, saltar por una ventana.

    Pero no puedo.

    Porque ella vuelve.

    La Sombra me arrastra hacia atrás, como si me tomara del cabello y me tirara al vacío.

    Y el mundo en llamas desaparece.


    ---

    El Jardín de Sombras

    Caigo de rodillas.

    Otra vez aquí.

    El Jardín es igual de aterrador que la primera vez:
    la tierra es negra y húmeda como sangre vieja,
    las flores respiran,
    las ramas se mueven sin viento.

    No estoy sola.
    Las otras sombras me rodean, quietas, expectantes.
    No hablan, pero siento su hambre: no quieren mi cuerpo, ni mi alma.

    Quieren mi miedo.

    Y yo… estoy llena de él.

    Empiezo a llorar.
    Mis manos tiemblan.
    Me abrazo a mí misma.

    —¿Por qué…? ¿Por qué otra vez…? ¿Por qué no puedo despertar…?

    Pero nadie responde.

    Solo un murmullo que vibra en el aire, como una risa escondida:

    “Hoy no eres tú la que camina.”


    ---

    Mientras tanto…

    Siento todo, incluso cuando no lo veo.

    Siento a los bomberos acercarse al edificio.
    Siento su miedo antes de que la Sombra los toque.
    Siento cómo sus almas se apagan.

    La Sombra se alimenta.
    Ella vive.
    Yo… observo impotente.

    El miedo de los demás la fortalece.
    Mi llanto no le importa.
    Mis gritos tampoco.

    Y cuando termina…

    ella vuelve a caminar.

    Yo me quedo encerrada en el Jardín, sola, temblando, sabiendo que mañana será peor.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Primer día de la Sombra — “El edificio que gritaba” La mañana amanece demasiado tranquila. Yo… no siento nada. Solo un hueco extraño dentro del pecho, como si me hubieran arrancado un pensamiento que no consigo recordar. Desayuno con Ayane. Sonrío. Finjo normalidad. Pero en cuanto salgo de casa, pierdo el control. Y entonces ella despierta. La Sombra. --- La posesión silenciosa No me desmayo. No caigo al suelo. No grito. Simplemente… cedo. Mi cuerpo se detiene un instante. Mi mirada se nubla. Y la Sombra camina. Su andar no se parece al mío. Es más suave, más afilado, casi elegante. Como un depredador que todavía no ha decidido a quién devorar. Yo observo desde algún rincón oscuro de mi propia mente, atrapada dentro de mí misma. No puedo hacer nada. --- La ciudad La Sombra me lleva por callejones que nunca había pisado. No sé qué busca, hasta que se detiene frente a un edificio apretado entre otros, de esos que parecen sostenerse por milagro. Huele a polvo viejo, a aceite, a vidas cansadas. A Caos. La Sombra sonríe. Yo siento un nudo en el estómago. Entra sin vacilar, sube escaleras, abre puertas sin pedir permiso. Y entonces lo encuentra: Un mechero. Una chispa. Una idea. El fuego sube como una criatura liberada. Muerde paredes, traga muebles, se arrastra por el techo como si tuviera hambre de cielo. Y ahí, en medio de un pasillo en llamas… yo despierto. --- El instante Es solo un segundo, pero lo recuerdo nítido. Soy yo. SOY yo. Me digo: —¿Dónde…? ¿Qué…? No… no… El calor me corta la respiración. El humo me hace arder los ojos. Quiero huir, correr, saltar por una ventana. Pero no puedo. Porque ella vuelve. La Sombra me arrastra hacia atrás, como si me tomara del cabello y me tirara al vacío. Y el mundo en llamas desaparece. --- El Jardín de Sombras Caigo de rodillas. Otra vez aquí. El Jardín es igual de aterrador que la primera vez: la tierra es negra y húmeda como sangre vieja, las flores respiran, las ramas se mueven sin viento. No estoy sola. Las otras sombras me rodean, quietas, expectantes. No hablan, pero siento su hambre: no quieren mi cuerpo, ni mi alma. Quieren mi miedo. Y yo… estoy llena de él. Empiezo a llorar. Mis manos tiemblan. Me abrazo a mí misma. —¿Por qué…? ¿Por qué otra vez…? ¿Por qué no puedo despertar…? Pero nadie responde. Solo un murmullo que vibra en el aire, como una risa escondida: “Hoy no eres tú la que camina.” --- Mientras tanto… Siento todo, incluso cuando no lo veo. Siento a los bomberos acercarse al edificio. Siento su miedo antes de que la Sombra los toque. Siento cómo sus almas se apagan. La Sombra se alimenta. Ella vive. Yo… observo impotente. El miedo de los demás la fortalece. Mi llanto no le importa. Mis gritos tampoco. Y cuando termina… ella vuelve a caminar. Yo me quedo encerrada en el Jardín, sola, temblando, sabiendo que mañana será peor.
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