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Primer día de la Sombra — “El edificio que gritaba”

La mañana amanece demasiado tranquila.
Yo… no siento nada.
Solo un hueco extraño dentro del pecho, como si me hubieran arrancado un pensamiento que no consigo recordar.

Desayuno con Ayane.
Sonrío.
Finjo normalidad.

Pero en cuanto salgo de casa, pierdo el control.

Y entonces ella despierta.

La Sombra.


---

La posesión silenciosa

No me desmayo.
No caigo al suelo.
No grito.

Simplemente… cedo.
Mi cuerpo se detiene un instante.
Mi mirada se nubla.

Y la Sombra camina.

Su andar no se parece al mío.
Es más suave, más afilado, casi elegante.
Como un depredador que todavía no ha decidido a quién devorar.

Yo observo desde algún rincón oscuro de mi propia mente, atrapada dentro de mí misma.

No puedo hacer nada.


---

La ciudad

La Sombra me lleva por callejones que nunca había pisado.
No sé qué busca, hasta que se detiene frente a un edificio apretado entre otros, de esos que parecen sostenerse por milagro.

Huele a polvo viejo, a aceite, a vidas cansadas.

A Caos.

La Sombra sonríe.
Yo siento un nudo en el estómago.

Entra sin vacilar, sube escaleras, abre puertas sin pedir permiso.
Y entonces lo encuentra:

Un mechero.

Una chispa.

Una idea.

El fuego sube como una criatura liberada.
Muerde paredes, traga muebles, se arrastra por el techo como si tuviera hambre de cielo.

Y ahí, en medio de un pasillo en llamas…

yo despierto.


---

El instante

Es solo un segundo, pero lo recuerdo nítido.

Soy yo.
SOY yo.

Me digo:

—¿Dónde…? ¿Qué…? No… no…

El calor me corta la respiración.
El humo me hace arder los ojos.
Quiero huir, correr, saltar por una ventana.

Pero no puedo.

Porque ella vuelve.

La Sombra me arrastra hacia atrás, como si me tomara del cabello y me tirara al vacío.

Y el mundo en llamas desaparece.


---

El Jardín de Sombras

Caigo de rodillas.

Otra vez aquí.

El Jardín es igual de aterrador que la primera vez:
la tierra es negra y húmeda como sangre vieja,
las flores respiran,
las ramas se mueven sin viento.

No estoy sola.
Las otras sombras me rodean, quietas, expectantes.
No hablan, pero siento su hambre: no quieren mi cuerpo, ni mi alma.

Quieren mi miedo.

Y yo… estoy llena de él.

Empiezo a llorar.
Mis manos tiemblan.
Me abrazo a mí misma.

—¿Por qué…? ¿Por qué otra vez…? ¿Por qué no puedo despertar…?

Pero nadie responde.

Solo un murmullo que vibra en el aire, como una risa escondida:

“Hoy no eres tú la que camina.”


---

Mientras tanto…

Siento todo, incluso cuando no lo veo.

Siento a los bomberos acercarse al edificio.
Siento su miedo antes de que la Sombra los toque.
Siento cómo sus almas se apagan.

La Sombra se alimenta.
Ella vive.
Yo… observo impotente.

El miedo de los demás la fortalece.
Mi llanto no le importa.
Mis gritos tampoco.

Y cuando termina…

ella vuelve a caminar.

Yo me quedo encerrada en el Jardín, sola, temblando, sabiendo que mañana será peor.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Primer día de la Sombra — “El edificio que gritaba” La mañana amanece demasiado tranquila. Yo… no siento nada. Solo un hueco extraño dentro del pecho, como si me hubieran arrancado un pensamiento que no consigo recordar. Desayuno con Ayane. Sonrío. Finjo normalidad. Pero en cuanto salgo de casa, pierdo el control. Y entonces ella despierta. La Sombra. --- La posesión silenciosa No me desmayo. No caigo al suelo. No grito. Simplemente… cedo. Mi cuerpo se detiene un instante. Mi mirada se nubla. Y la Sombra camina. Su andar no se parece al mío. Es más suave, más afilado, casi elegante. Como un depredador que todavía no ha decidido a quién devorar. Yo observo desde algún rincón oscuro de mi propia mente, atrapada dentro de mí misma. No puedo hacer nada. --- La ciudad La Sombra me lleva por callejones que nunca había pisado. No sé qué busca, hasta que se detiene frente a un edificio apretado entre otros, de esos que parecen sostenerse por milagro. Huele a polvo viejo, a aceite, a vidas cansadas. A Caos. La Sombra sonríe. Yo siento un nudo en el estómago. Entra sin vacilar, sube escaleras, abre puertas sin pedir permiso. Y entonces lo encuentra: Un mechero. Una chispa. Una idea. El fuego sube como una criatura liberada. Muerde paredes, traga muebles, se arrastra por el techo como si tuviera hambre de cielo. Y ahí, en medio de un pasillo en llamas… yo despierto. --- El instante Es solo un segundo, pero lo recuerdo nítido. Soy yo. SOY yo. Me digo: —¿Dónde…? ¿Qué…? No… no… El calor me corta la respiración. El humo me hace arder los ojos. Quiero huir, correr, saltar por una ventana. Pero no puedo. Porque ella vuelve. La Sombra me arrastra hacia atrás, como si me tomara del cabello y me tirara al vacío. Y el mundo en llamas desaparece. --- El Jardín de Sombras Caigo de rodillas. Otra vez aquí. El Jardín es igual de aterrador que la primera vez: la tierra es negra y húmeda como sangre vieja, las flores respiran, las ramas se mueven sin viento. No estoy sola. Las otras sombras me rodean, quietas, expectantes. No hablan, pero siento su hambre: no quieren mi cuerpo, ni mi alma. Quieren mi miedo. Y yo… estoy llena de él. Empiezo a llorar. Mis manos tiemblan. Me abrazo a mí misma. —¿Por qué…? ¿Por qué otra vez…? ¿Por qué no puedo despertar…? Pero nadie responde. Solo un murmullo que vibra en el aire, como una risa escondida: “Hoy no eres tú la que camina.” --- Mientras tanto… Siento todo, incluso cuando no lo veo. Siento a los bomberos acercarse al edificio. Siento su miedo antes de que la Sombra los toque. Siento cómo sus almas se apagan. La Sombra se alimenta. Ella vive. Yo… observo impotente. El miedo de los demás la fortalece. Mi llanto no le importa. Mis gritos tampoco. Y cuando termina… ella vuelve a caminar. Yo me quedo encerrada en el Jardín, sola, temblando, sabiendo que mañana será peor.
Me entristece
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