• —No tenías por qué tomarte tantas molestias… —Murmuro, sosteniendo el bento por un momento.

    Su mirada se fijo en el envoltorio con una extraña suavidad antes de hablar nuevamente.

    —Gracias... Por esto. Aunque dudo que lo que busco pueda encontrarse en un camino tan sencillo como este. Estaré por un tiempo rondando en los alrededores…

    Hizo una pausa, desviando la mirada al horizonte, antes de agregar en voz más baja.

    —Aun así, es un recordatorio de que hay quienes ven algo más que sombras en mí. Lo aprecio.

    Aunque no era capaz de admitirlo fácilmente, el gesto habría dejado una huella en su corazón, pequeña pero significativa, que llevaría consigo durante mucho tiempo.

    〈 Gracias por el regalo Kazuo ♡ 〉
    —No tenías por qué tomarte tantas molestias… —Murmuro, sosteniendo el bento por un momento. Su mirada se fijo en el envoltorio con una extraña suavidad antes de hablar nuevamente. —Gracias... Por esto. Aunque dudo que lo que busco pueda encontrarse en un camino tan sencillo como este. Estaré por un tiempo rondando en los alrededores… Hizo una pausa, desviando la mirada al horizonte, antes de agregar en voz más baja. —Aun así, es un recordatorio de que hay quienes ven algo más que sombras en mí. Lo aprecio. Aunque no era capaz de admitirlo fácilmente, el gesto habría dejado una huella en su corazón, pequeña pero significativa, que llevaría consigo durante mucho tiempo. 〈 Gracias por el regalo [8KazuoAihara8] ♡ 〉
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  • Ay no otra vez no...

    Nuevamente se metió el un lio pero esta vez con las féminas qué la persiguieron para ser su esposa.
    Ay no otra vez no... ☘️Nuevamente se metió el un lio pero esta vez con las féminas qué la persiguieron para ser su esposa. ☘️
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  • Luz de neón
    Fandom OC
    Categoría Romance
    La música resonaba con una intensidad que hacía vibrar el suelo. Luces de neón destellaban en tonos eléctricos mientras el ambiente estaba cargado de humo, perfume caro y el aroma inconfundible del alcohol. La discoteca más exclusiva de la ciudad, "Noctis", solo admitía a quienes realmente importaban: los ricos, los influyentes y aquellos lo suficientemente persuasivos como para colarse.

    Aria Devereaux no tenía que persuadir a nadie. Con un vestido negro ceñido, tacones de diseñador y un cóctel en la mano, dominaba el lugar sin necesidad de decir una palabra. Sentada en un reservado VIP, observaba la pista de baile con una expresión de leve aburrimiento, como si todo a su alrededor fuera solo un espectáculo predecible.

    Sin embargo, esa noche, algo distinto captó su atención. Alguien que no encajaba del todo en ese mundo de apariencias y privilegios, pero que tampoco parecía fuera de lugar. Su actitud despreocupada, su ropa que no gritaba lujo pero tampoco pobreza, su forma de moverse como si nada le importara… Aria entrecerró los ojos.

    —¿Quién eres tú? —murmuró para sí misma, apoyando la copa en sus labios sin beber.

    No tardó mucho en descubrirlo. En cuestión de minutos, aquel desconocido se acercó a la barra, casual, confiado. Parecía haber notado su mirada, y en lugar de apartarse como la mayoría, le sostuvo la mirada con una leve sonrisa. Un juego silencioso se inició entre ambos, un desafío en el que ninguno planeaba ceder primero.

    Entonces, con una lentitud calculada, Aria dejó su copa sobre la mesa y se levantó. Si quería respuestas, iba a conseguirlas por su cuenta. Y si aquel desconocido no era interesante… bueno, siempre podía encontrar otra distracción.


    La noche apenas comenzaba.

    La música resonaba con una intensidad que hacía vibrar el suelo. Luces de neón destellaban en tonos eléctricos mientras el ambiente estaba cargado de humo, perfume caro y el aroma inconfundible del alcohol. La discoteca más exclusiva de la ciudad, "Noctis", solo admitía a quienes realmente importaban: los ricos, los influyentes y aquellos lo suficientemente persuasivos como para colarse. Aria Devereaux no tenía que persuadir a nadie. Con un vestido negro ceñido, tacones de diseñador y un cóctel en la mano, dominaba el lugar sin necesidad de decir una palabra. Sentada en un reservado VIP, observaba la pista de baile con una expresión de leve aburrimiento, como si todo a su alrededor fuera solo un espectáculo predecible. Sin embargo, esa noche, algo distinto captó su atención. Alguien que no encajaba del todo en ese mundo de apariencias y privilegios, pero que tampoco parecía fuera de lugar. Su actitud despreocupada, su ropa que no gritaba lujo pero tampoco pobreza, su forma de moverse como si nada le importara… Aria entrecerró los ojos. —¿Quién eres tú? —murmuró para sí misma, apoyando la copa en sus labios sin beber. No tardó mucho en descubrirlo. En cuestión de minutos, aquel desconocido se acercó a la barra, casual, confiado. Parecía haber notado su mirada, y en lugar de apartarse como la mayoría, le sostuvo la mirada con una leve sonrisa. Un juego silencioso se inició entre ambos, un desafío en el que ninguno planeaba ceder primero. Entonces, con una lentitud calculada, Aria dejó su copa sobre la mesa y se levantó. Si quería respuestas, iba a conseguirlas por su cuenta. Y si aquel desconocido no era interesante… bueno, siempre podía encontrar otra distracción. La noche apenas comenzaba.
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  • Claro, uno debe socializar de vez en cuando.
    ¿Será que debo llevar algo más que una botella de vino?
    Claro, uno debe socializar de vez en cuando. ¿Será que debo llevar algo más que una botella de vino?
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  • No , te preocupes iré a pasar mi cumpleaños con la tía hel y su hermoso reino de muertos y almas
    No tengo , ganas de estar en Asgard ni ningún otra parte .
    No , te preocupes iré a pasar mi cumpleaños con la tía hel y su hermoso reino de muertos y almas No tengo , ganas de estar en Asgard ni ningún otra parte .
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  • Apolo no era ajeno a la belleza. Él, quien había inspirado a poetas y escultores, quien había visto nacer la perfección en cada amanecer, no podía negar lo que tenía frente a sus ojos. Ellie era tentación hecha carne, un susurro de deseo envuelto en cada curva de su cuerpo, en la forma en que su piel atrapaba la luz, en la manera en que sus labios se entreabrían, ajenos al tormento que causaban en él.

    Pero Apolo era un dios, y los dioses no sucumbían a los caprichos del deseo terrenal. Al menos, no sin consecuencias.

    Cada vez que ella se acercaba con esa sonrisa distraída, él sentía la lucha dentro de sí mismo. Su esencia clamaba por la pureza de la razón, por la armonía del autocontrol. Y, sin embargo, su instinto—esa chispa primigenia que incluso los inmortales poseían—ardía con la urgencia de lo prohibido.

    No podía caer. No debía.

    Porque Ellie no era solo un cuerpo que llamaba al pecado, no era solo la representación perfecta de la pasión desbordada. Ella era mucho más. Era la mortal que había logrado inquietarlo, la humana que, sin darse cuenta, lo obligaba a cuestionar su propia naturaleza.

    Pero los dioses no eran indulgentes con quienes desafiaban el equilibrio. Apolo lo sabía. Y, aun así, cada vez que Ellie se acercaba demasiado, cuando su perfume lo envolvía, cuando sus manos rozaban su piel con inocencia, algo dentro de él se quebraba un poco más.

    Evitaba mirarla demasiado. Evitaba quedarse solo con ella por demasiado tiempo. Porque si llegaba el momento en que sus labios se encontrasen, en que su voluntad flaqueara…

    Ni siquiera un dios podría salvarse del incendio que vendría después.

    Entonces... Sucumbió.

    El equilibrio se había roto.

    Por más que lo había intentado, por más que había luchado contra el deseo, Apolo, el dios de la luz, de la razón y la armonía, había sucumbido a la más humana de las tentaciones.

    Ellie era su perdición y su redención al mismo tiempo. Su piel, cálida y temblorosa bajo sus manos, era el territorio prohibido que había jurado no conquistar. Y sin embargo, allí estaba, recorriendo cada centímetro de su cuerpo con la devoción de quien encuentra la verdad en lo prohibido.

    Había algo en ella que lo hacía olvidar su divinidad. No era solo la pasión que estallaba entre ellos, el fuego que se avivaba con cada caricia, con cada jadeo compartido en la penumbra. No, era más profundo que eso. En sus ojos vio algo que ninguna musa, ninguna ninfa, ninguna de sus amantes inmortales le había mostrado jamás: entrega sin adoración ciega, deseo sin temor. Ellie no lo veneraba como un dios. Lo deseaba como un hombre.

    Y eso era lo que lo condenaba.

    Cada susurro contra su piel, cada rastro de uñas sobre su espalda, cada estremecimiento ahogado contra sus labios lo hundía más en un pecado del que no habría retorno. Pero Apolo no se detuvo. No pudo. Porque, por primera vez en siglos, dejó de pensar en el destino, en el equilibrio, en las consecuencias.

    Por primera vez, simplemente se permitió sentir, se sintió libre.

    Ellie
    Apolo no era ajeno a la belleza. Él, quien había inspirado a poetas y escultores, quien había visto nacer la perfección en cada amanecer, no podía negar lo que tenía frente a sus ojos. Ellie era tentación hecha carne, un susurro de deseo envuelto en cada curva de su cuerpo, en la forma en que su piel atrapaba la luz, en la manera en que sus labios se entreabrían, ajenos al tormento que causaban en él. Pero Apolo era un dios, y los dioses no sucumbían a los caprichos del deseo terrenal. Al menos, no sin consecuencias. Cada vez que ella se acercaba con esa sonrisa distraída, él sentía la lucha dentro de sí mismo. Su esencia clamaba por la pureza de la razón, por la armonía del autocontrol. Y, sin embargo, su instinto—esa chispa primigenia que incluso los inmortales poseían—ardía con la urgencia de lo prohibido. No podía caer. No debía. Porque Ellie no era solo un cuerpo que llamaba al pecado, no era solo la representación perfecta de la pasión desbordada. Ella era mucho más. Era la mortal que había logrado inquietarlo, la humana que, sin darse cuenta, lo obligaba a cuestionar su propia naturaleza. Pero los dioses no eran indulgentes con quienes desafiaban el equilibrio. Apolo lo sabía. Y, aun así, cada vez que Ellie se acercaba demasiado, cuando su perfume lo envolvía, cuando sus manos rozaban su piel con inocencia, algo dentro de él se quebraba un poco más. Evitaba mirarla demasiado. Evitaba quedarse solo con ella por demasiado tiempo. Porque si llegaba el momento en que sus labios se encontrasen, en que su voluntad flaqueara… Ni siquiera un dios podría salvarse del incendio que vendría después. Entonces... Sucumbió. El equilibrio se había roto. Por más que lo había intentado, por más que había luchado contra el deseo, Apolo, el dios de la luz, de la razón y la armonía, había sucumbido a la más humana de las tentaciones. Ellie era su perdición y su redención al mismo tiempo. Su piel, cálida y temblorosa bajo sus manos, era el territorio prohibido que había jurado no conquistar. Y sin embargo, allí estaba, recorriendo cada centímetro de su cuerpo con la devoción de quien encuentra la verdad en lo prohibido. Había algo en ella que lo hacía olvidar su divinidad. No era solo la pasión que estallaba entre ellos, el fuego que se avivaba con cada caricia, con cada jadeo compartido en la penumbra. No, era más profundo que eso. En sus ojos vio algo que ninguna musa, ninguna ninfa, ninguna de sus amantes inmortales le había mostrado jamás: entrega sin adoración ciega, deseo sin temor. Ellie no lo veneraba como un dios. Lo deseaba como un hombre. Y eso era lo que lo condenaba. Cada susurro contra su piel, cada rastro de uñas sobre su espalda, cada estremecimiento ahogado contra sus labios lo hundía más en un pecado del que no habría retorno. Pero Apolo no se detuvo. No pudo. Porque, por primera vez en siglos, dejó de pensar en el destino, en el equilibrio, en las consecuencias. Por primera vez, simplemente se permitió sentir, se sintió libre. [GIRL0FSADNESS]
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  • Estoy muy contenta hoy. Será porque el amor me sonríe.
    Estoy muy contenta hoy. Será porque el amor me sonríe.
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  • Ella estaba allí, sentada en una de las sillas de la fila junto a la pared, con las manos entrelazadas sobre sus rodillas y la mirada perdida en el vacío.

    No sabía cuánto tiempo había pasado desde que entró. Lo suficiente para que su té se enfriara sin haberle dado más de un sorbo. Lo suficiente para que el mundo a su alrededor se vaciara poco a poco, dejando solo mesas desocupadas y luces tenues que se reflejaban en el suelo húmedo.

    No tenía a dónde ir.

    Era una certeza fría, demoledora. Siempre había pensado que, al final del día, habría algún lugar al que regresar. Pero ahora, sentada allí, se dio cuenta de que no quedaba nadie esperándola, ninguna puerta abierta para recibirla, ninguna voz llamando su nombre.

    —Disculpa… — La voz del camarero la sacó de sus pensamientos. Era un hombre joven, de expresión amable pero cansada. Se frotó la nuca, con una sonrisa un poco incómoda. —Estamos por cerrar—.

    Ella parpadeó un par de veces antes de reaccionar. Asintió lentamente, como si procesar la información le tomara más tiempo del necesario.

    —Sí… lo siento — murmuró, levantándose con movimientos mecánicos.
    Ella estaba allí, sentada en una de las sillas de la fila junto a la pared, con las manos entrelazadas sobre sus rodillas y la mirada perdida en el vacío. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que entró. Lo suficiente para que su té se enfriara sin haberle dado más de un sorbo. Lo suficiente para que el mundo a su alrededor se vaciara poco a poco, dejando solo mesas desocupadas y luces tenues que se reflejaban en el suelo húmedo. No tenía a dónde ir. Era una certeza fría, demoledora. Siempre había pensado que, al final del día, habría algún lugar al que regresar. Pero ahora, sentada allí, se dio cuenta de que no quedaba nadie esperándola, ninguna puerta abierta para recibirla, ninguna voz llamando su nombre. —Disculpa… — La voz del camarero la sacó de sus pensamientos. Era un hombre joven, de expresión amable pero cansada. Se frotó la nuca, con una sonrisa un poco incómoda. —Estamos por cerrar—. Ella parpadeó un par de veces antes de reaccionar. Asintió lentamente, como si procesar la información le tomara más tiempo del necesario. —Sí… lo siento — murmuró, levantándose con movimientos mecánicos.
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  • Ya estoy mejor que ayer con ánimo hasta puedo llegar Aser un poco sarcástica hoy .
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  • Yo solo are una cosa 14 de febrero
    Complame un poste grande de helado y comer , ver películas .... Ya no voy a esperar a alguien que venga con un ramo de flores
    Yo solo are una cosa 14 de febrero Complame un poste grande de helado y comer , ver películas .... Ya no voy a esperar a alguien que venga con un ramo de flores
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