Por cualquier frontera las ataduras invisibles atan su cuerpo, no hay salida, no hay sonido y la oscuridad es profunda que sus sentidos se nublan.
Los hilos se mueven al sonido de una melodía entristecedora, su garganta se cierra; quema, la voz jamás nace, la indeleble amargura crece en alguna parte remota de su pecho.
Su respiración agita. La melodía crece, avanza a pasos gigantes convirtiéndose en una orquesta de muerte. Una voz a capela se une y comienza la cuenta regresiva entre cada nota musical que deshace su cuerpo en miles de fragmentos, fragmentos que los hilos unen de regreso volviéndole a deformar.
