El amanecer en el templo
El amanecer iluminaba suavemente los jardines del templo, filtrándose entre los bambús y reflejándose en los estanques donde nadaban las carpas koi. Renjiro caminaba despacio, con la cámara colgando de su cuello, observando cada detalle: las hojas que danzaban con la brisa, las sombras que el sol proyectaba sobre los senderos de piedra, la delicadeza de los rollos de pintura alineados en los corredores.
Se detuvo junto a un pequeño estanque, ajustando la lente para capturar el reflejo de los cerezos. Cada clic de su cámara era meticuloso, medido, casi ritual. Pero algo hizo que se detuviera un instante más de lo normal: un leve crujido entre las piedras del camino, apenas perceptible, lo hizo girar ligeramente la cabeza, aunque sus ojos siguieron concentrados en el agua. No había nadie a simple vista.
Un escalofrío de curiosidad recorrió su espalda. El aire parecía cambiar, más denso, más cargado de energía, como si no estuviera solo. Renjiro respiró hondo, controlando la calma que siempre lo acompañaba, y continuó con su fotografía, pero ahora sus movimientos eran más atentos, medidos, vigilantes. Cada sombra, cada reflejo, cada sonido podía delatar la presencia de alguien más.
Finalmente bajó la cámara y caminó despacio por el sendero de piedra, observando el entorno con más detalle que antes. La luz del amanecer jugaba en su cabello oscuro, y un suspiro escapó de sus labios, como si compartiera un secreto con el templo mismo. Sin pronunciar palabra, su mirada recorría los jardines, consciente de que había otra presencia allí, aunque invisible a simple vista.
—La calma de este lugar… siempre logra sorprenderme —murmuró para sí, dejando que sus palabras flotaran en el aire, esperando, quizás, que alguien más las escuchara.
Se detuvo junto a un pequeño estanque, ajustando la lente para capturar el reflejo de los cerezos. Cada clic de su cámara era meticuloso, medido, casi ritual. Pero algo hizo que se detuviera un instante más de lo normal: un leve crujido entre las piedras del camino, apenas perceptible, lo hizo girar ligeramente la cabeza, aunque sus ojos siguieron concentrados en el agua. No había nadie a simple vista.
Un escalofrío de curiosidad recorrió su espalda. El aire parecía cambiar, más denso, más cargado de energía, como si no estuviera solo. Renjiro respiró hondo, controlando la calma que siempre lo acompañaba, y continuó con su fotografía, pero ahora sus movimientos eran más atentos, medidos, vigilantes. Cada sombra, cada reflejo, cada sonido podía delatar la presencia de alguien más.
Finalmente bajó la cámara y caminó despacio por el sendero de piedra, observando el entorno con más detalle que antes. La luz del amanecer jugaba en su cabello oscuro, y un suspiro escapó de sus labios, como si compartiera un secreto con el templo mismo. Sin pronunciar palabra, su mirada recorría los jardines, consciente de que había otra presencia allí, aunque invisible a simple vista.
—La calma de este lugar… siempre logra sorprenderme —murmuró para sí, dejando que sus palabras flotaran en el aire, esperando, quizás, que alguien más las escuchara.
El amanecer iluminaba suavemente los jardines del templo, filtrándose entre los bambús y reflejándose en los estanques donde nadaban las carpas koi. Renjiro caminaba despacio, con la cámara colgando de su cuello, observando cada detalle: las hojas que danzaban con la brisa, las sombras que el sol proyectaba sobre los senderos de piedra, la delicadeza de los rollos de pintura alineados en los corredores.
Se detuvo junto a un pequeño estanque, ajustando la lente para capturar el reflejo de los cerezos. Cada clic de su cámara era meticuloso, medido, casi ritual. Pero algo hizo que se detuviera un instante más de lo normal: un leve crujido entre las piedras del camino, apenas perceptible, lo hizo girar ligeramente la cabeza, aunque sus ojos siguieron concentrados en el agua. No había nadie a simple vista.
Un escalofrío de curiosidad recorrió su espalda. El aire parecía cambiar, más denso, más cargado de energía, como si no estuviera solo. Renjiro respiró hondo, controlando la calma que siempre lo acompañaba, y continuó con su fotografía, pero ahora sus movimientos eran más atentos, medidos, vigilantes. Cada sombra, cada reflejo, cada sonido podía delatar la presencia de alguien más.
Finalmente bajó la cámara y caminó despacio por el sendero de piedra, observando el entorno con más detalle que antes. La luz del amanecer jugaba en su cabello oscuro, y un suspiro escapó de sus labios, como si compartiera un secreto con el templo mismo. Sin pronunciar palabra, su mirada recorría los jardines, consciente de que había otra presencia allí, aunque invisible a simple vista.
—La calma de este lugar… siempre logra sorprenderme —murmuró para sí, dejando que sus palabras flotaran en el aire, esperando, quizás, que alguien más las escuchara.
Tipo
Individual
Líneas
Cualquier línea
Estado
Disponible
