El sol de la tarde se colaba suavemente entre las copas de los árboles, tiñendo de oro viejo los senderos del parque. Sentado en un banco de madera una peculiar figura contrastaba con la tranquilidad del lugar: un oso hormiguero adulto con ropa clásica pero de mirada seria.
El Vermilinguo un tanto aburrido columpiaba las piernas mientras sostenía un libro de ciencias bajo un brazo.
—Hoy pasó algo inusual —dijo, rompiendo el silencio—. Los patos empezaron a pelear entre ellos. Uno le arrancó las plumas al otro del puro coraje, se supone que son criaturas pacíficas.
Hubo una pausa. El Oso Hormiguero miró al cielo, luego al lago donde los patos se revolvían aún, en plena batalla acuática.
El Vermilinguo un tanto aburrido columpiaba las piernas mientras sostenía un libro de ciencias bajo un brazo.
—Hoy pasó algo inusual —dijo, rompiendo el silencio—. Los patos empezaron a pelear entre ellos. Uno le arrancó las plumas al otro del puro coraje, se supone que son criaturas pacíficas.
Hubo una pausa. El Oso Hormiguero miró al cielo, luego al lago donde los patos se revolvían aún, en plena batalla acuática.
El sol de la tarde se colaba suavemente entre las copas de los árboles, tiñendo de oro viejo los senderos del parque. Sentado en un banco de madera una peculiar figura contrastaba con la tranquilidad del lugar: un oso hormiguero adulto con ropa clásica pero de mirada seria.
El Vermilinguo un tanto aburrido columpiaba las piernas mientras sostenía un libro de ciencias bajo un brazo.
—Hoy pasó algo inusual —dijo, rompiendo el silencio—. Los patos empezaron a pelear entre ellos. Uno le arrancó las plumas al otro del puro coraje, se supone que son criaturas pacíficas.
Hubo una pausa. El Oso Hormiguero miró al cielo, luego al lago donde los patos se revolvían aún, en plena batalla acuática.