• El daño del pasado hizo creer que una estrella no podría brillar en un cielo iluminado por una estrella mayor a la todos aman, pero sigue estando ahí, y por la noche ilumina cuando nadie la vé, como las sinfonías de las nebulosas resonando en un espacio lejano de todos. Y personas que no creen en las estrellas fugaces antes que amar la beldad del llanto de estas al caer sin ser más que la muerte de un encanto desvanecido en cualquier lugar. Y ellas siguen soñando en conceder los deseos de los menos afortunados...

    — Mmm.. qué tienen de malo mis ojos??
    El daño del pasado hizo creer que una estrella no podría brillar en un cielo iluminado por una estrella mayor a la todos aman, pero sigue estando ahí, y por la noche ilumina cuando nadie la vé, como las sinfonías de las nebulosas resonando en un espacio lejano de todos. Y personas que no creen en las estrellas fugaces antes que amar la beldad del llanto de estas al caer sin ser más que la muerte de un encanto desvanecido en cualquier lugar. Y ellas siguen soñando en conceder los deseos de los menos afortunados... — Mmm.. qué tienen de malo mis ojos?? :STK-12:
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  • (Se inclina apenas, la luz dibuja sus músculos mientras la sombra se arrastra por su espalda como una promesa venenosa)

    —¿Te incomoda?
    ¿Mi piel? ¿Mi voz? ¿O la forma en la que te miro, como si ya supiera en qué momento vas a rendirte?

    (sonríe, lento, sin calidez)
    No me viste llegar. No me sentiste entrar. Pero ahora estoy acá... y eso te carcome.
    Como un pecado que elegís repetir. Como una herida que no querés que cierre.

    (acerca su rostro, su voz un susurro ronco)

    —Te vi soñando con redención. Pero yo no vine a salvarte. Vine a mostrarte lo que realmente eres cuando nadie te observa.
    Y lo peor de todo… Es que te va a gustar.

    (pausa, la mira con hambre latente)
    —No temas al deseo. Temé a lo que queda después:
    el silencio,
    el frío,
    y ese vacío que ni yo puedo llenar.
    (Se inclina apenas, la luz dibuja sus músculos mientras la sombra se arrastra por su espalda como una promesa venenosa) —¿Te incomoda? ¿Mi piel? ¿Mi voz? ¿O la forma en la que te miro, como si ya supiera en qué momento vas a rendirte? (sonríe, lento, sin calidez) No me viste llegar. No me sentiste entrar. Pero ahora estoy acá... y eso te carcome. Como un pecado que elegís repetir. Como una herida que no querés que cierre. (acerca su rostro, su voz un susurro ronco) —Te vi soñando con redención. Pero yo no vine a salvarte. Vine a mostrarte lo que realmente eres cuando nadie te observa. Y lo peor de todo… Es que te va a gustar. (pausa, la mira con hambre latente) —No temas al deseo. Temé a lo que queda después: el silencio, el frío, y ese vacío que ni yo puedo llenar.
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  • 𒊹 "Zaldrīzes Vezof" – La Crónica de la Llama que Caminó

    (“Dragón de Seda”) — De los escritos perdidos del Archimaestre Belor del Dominio)

    “La vi una vez, envuelta en blanco como los huesos de los caídos, en medio del salón del trono aún no mancillado por la guerra. Su vestido no ocultaba nada, pero tampoco ofrecía nada a voluntad: dejaba a la vista el costado, la cintura, y el ombligo como si no temiera al juicio de ningún dios. Su escote era un suspiro contenido, y sus brazos desnudos parecían más peligrosos que cualquier espada.

    El aire se detenía cuando Seirys Targaryen caminaba. El silencio no era respeto… era terror. Era fascinación.

    Dicen que aquel vestido fue tejido en Lys, en un telar consagrado al placer. Que las telas estaban perfumadas con néctar de flor nocturna y sal marina del mar Angosto. Que la prenda misma fue cosida por manos que se cortaron a sí mismas para no sentir deseos indebidos.

    Pero no fue el vestido lo que hizo temblar a los hombres ese día.
    Fue la manera en que ella lo portaba. Como si el fuego de Valyria le acariciara la piel. Como si la desnudez no fuera debilidad sino dominio.

    Aegon la miró con miedo. Aemond con rabia. Gwayne con lujuria reprimida. Y Criston Cole… con la semilla de un odio que florecería en vergüenza.

    Mas nadie osó hablar. Porque Maegaryon, el dragón verde mohoso de ojos dorados, rugía desde las sombras de Rocadragón, soñando fuego mientras su jinete sonreía con labios de malicia y profecía.”


    𒊹 "Zaldrīzes Vezof" – La Crónica de la Llama que Caminó (“Dragón de Seda”) — De los escritos perdidos del Archimaestre Belor del Dominio) “La vi una vez, envuelta en blanco como los huesos de los caídos, en medio del salón del trono aún no mancillado por la guerra. Su vestido no ocultaba nada, pero tampoco ofrecía nada a voluntad: dejaba a la vista el costado, la cintura, y el ombligo como si no temiera al juicio de ningún dios. Su escote era un suspiro contenido, y sus brazos desnudos parecían más peligrosos que cualquier espada. El aire se detenía cuando Seirys Targaryen caminaba. El silencio no era respeto… era terror. Era fascinación. Dicen que aquel vestido fue tejido en Lys, en un telar consagrado al placer. Que las telas estaban perfumadas con néctar de flor nocturna y sal marina del mar Angosto. Que la prenda misma fue cosida por manos que se cortaron a sí mismas para no sentir deseos indebidos. Pero no fue el vestido lo que hizo temblar a los hombres ese día. Fue la manera en que ella lo portaba. Como si el fuego de Valyria le acariciara la piel. Como si la desnudez no fuera debilidad sino dominio. Aegon la miró con miedo. Aemond con rabia. Gwayne con lujuria reprimida. Y Criston Cole… con la semilla de un odio que florecería en vergüenza. Mas nadie osó hablar. Porque Maegaryon, el dragón verde mohoso de ojos dorados, rugía desde las sombras de Rocadragón, soñando fuego mientras su jinete sonreía con labios de malicia y profecía.”
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  • Era una tarde tranquila en el bello bosque infinito, está se encontraba en un lugar donde nadie sabía, era su lugar especial y único, mientras se mostraba feliz por la armonia que a preservado.

    —Como me gustaría que mi bosque siempre esté así... En paz ... Y sin sufrir.

    Miraba a la puesta del sol, soñando con un lugar tranquilo y sereno en el bosque. Quería meterlo en una cajita de cristal donde podría cuidar de el y guardarlo.

    #rol
    Era una tarde tranquila en el bello bosque infinito, está se encontraba en un lugar donde nadie sabía, era su lugar especial y único, mientras se mostraba feliz por la armonia que a preservado. —Como me gustaría que mi bosque siempre esté así... En paz ... Y sin sufrir. Miraba a la puesta del sol, soñando con un lugar tranquilo y sereno en el bosque. Quería meterlo en una cajita de cristal donde podría cuidar de el y guardarlo. #rol
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    #desafíodivino #misiondiariaLunes

    En los confines del mundo donde la vigilia se diluye, más allá del borde del pensamiento consciente, existe un reino donde las leyes del tiempo y la lógica se deshacen como tinta en el agua. Allí, entre cielos que respiran estrellas y ríos hechos de memorias olvidadas, reina Morfeo, el dios de los sueños.

    No se camina hacia él. Se cae.

    Los viajeros lo encuentran al cerrar los ojos, al rendirse al peso dulce del sueño. Y cuando llegan, no saben si están soñando con Morfeo o si Morfeo está soñando con ellos.

    Lo llaman con muchos nombres, pero todos significan lo mismo: el que da forma al ensueño. A diferencia de su padre Hypnos, que trae el descanso, Morfeo modela el contenido de ese descanso. Es el escultor de lo invisible, el pintor de lo efímero.

    Tiene alas negras, sí, como plumas de cuervo y humo. Pero no siempre las muestra. A veces camina como un hombre de rostro cambiante, con una mirada tan profunda que al mirarla puedes ver tu infancia, tus amores perdidos y los deseos que nunca te atreviste a nombrar. Sus ojos no brillan: relucen con lo que tú temes o anhelas soñar.

    Habita una sala sin paredes, donde flotan cientos de puertas suspendidas en el aire, cada una abriendo a un sueño distinto: pesadillas, visiones proféticas, recuerdos reimaginados. Las cruza sin esfuerzo, como si cada mundo fuera un pensamiento que le pertenece.

    No es cruel, pero tampoco del todo benigno. Como los sueños mismos, puede ser hermoso o aterrador, según lo que lleves dentro. Solo responde con sinceridad a quienes se atreven a mirar sin miedo lo que yace bajo su propia conciencia.
    #desafíodivino #misiondiariaLunes En los confines del mundo donde la vigilia se diluye, más allá del borde del pensamiento consciente, existe un reino donde las leyes del tiempo y la lógica se deshacen como tinta en el agua. Allí, entre cielos que respiran estrellas y ríos hechos de memorias olvidadas, reina Morfeo, el dios de los sueños. No se camina hacia él. Se cae. Los viajeros lo encuentran al cerrar los ojos, al rendirse al peso dulce del sueño. Y cuando llegan, no saben si están soñando con Morfeo o si Morfeo está soñando con ellos. Lo llaman con muchos nombres, pero todos significan lo mismo: el que da forma al ensueño. A diferencia de su padre Hypnos, que trae el descanso, Morfeo modela el contenido de ese descanso. Es el escultor de lo invisible, el pintor de lo efímero. Tiene alas negras, sí, como plumas de cuervo y humo. Pero no siempre las muestra. A veces camina como un hombre de rostro cambiante, con una mirada tan profunda que al mirarla puedes ver tu infancia, tus amores perdidos y los deseos que nunca te atreviste a nombrar. Sus ojos no brillan: relucen con lo que tú temes o anhelas soñar. Habita una sala sin paredes, donde flotan cientos de puertas suspendidas en el aire, cada una abriendo a un sueño distinto: pesadillas, visiones proféticas, recuerdos reimaginados. Las cruza sin esfuerzo, como si cada mundo fuera un pensamiento que le pertenece. No es cruel, pero tampoco del todo benigno. Como los sueños mismos, puede ser hermoso o aterrador, según lo que lleves dentro. Solo responde con sinceridad a quienes se atreven a mirar sin miedo lo que yace bajo su propia conciencia.
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  • Cho siempre fue un ser distinto, como una nota disonante en una melodía predecible. Con su personalidad enigmática, se había ganado una reputación callada entre sus compañeros. Todos la reconocían por su belleza etérea: piel blanca como la cera de una vela, maquillaje apenas insinuado como un suspiro, y un largo cabello negro que caía por su espalda como un río nocturno. Había algo en ella que parecía ajeno al mundo, como si caminara con un pie en otra realidad.

    Durante los recesos, en lugar de charlar o reír como los demás, se quedaba en su escritorio, barajando sus cartas del tarot con una concentración ritual. Parecía invocar respuestas a preguntas que nadie se atrevía a formular. Y, sin embargo, escondía un secreto que jamás leería en sus cartas.

    Estaba enamorada.

    No de un compañero. No de algún chico que pasara por el pasillo y le dirigiera una sonrisa casual. No. Su corazón, tan lleno de silencios, había sido tocado por una presencia que brillaba como el sol en medio del invierno: uno de sus profesores.

    Era joven, recién egresado, alto como un sueño que se escapa y con una sonrisa capaz de incendiar el aire a su paso. Cuando lo vio por primera vez, algo en ella se rompió —o quizás se encendió—. Un flechazo. Así, sin más.

    Desde entonces, cada día era una danza secreta para acercarse a él. Se volvió aún más aplicada en su clase, meticulosa, dedicada. Aprovechaba cualquier pretexto para acercarse a su escritorio durante los descansos. Aunque fueran solo dos minutos… dos fugaces minutos en los que él levantaba la vista y le sonreía. Eso bastaba para llenar sus tardes enteras.

    Y él, él parecía notarlo. No del todo. Pero tampoco era ciego.

    Halagaba su trabajo. A veces hacía un comentario que, en labios de otro, hubiera sido trivial, pero que en los suyos sonaba como una declaración celestial. Para Cho, esos elogios eran gotas de agua en un desierto familiar. En una casa donde sus palabras eran ignoradas, donde nadie parecía ver su brillo, esas pequeñas atenciones se sentían como amor verdadero.

    Y él, joven, con el ego aún moldeable y hambriento, percibía aquella devoción inocente que se escondía en las miradas largas y en los silencios cargados. Le seguía el juego, sí, con cautela. Pero no con indiferencia.

    Todo cambió una tarde gris.

    Cho, caminando por el pasillo rumbo al área de maestros, se detuvo un momento, atraída por el eco de voces masculinas. Era él. Reconoció su voz al instante, cálida, cercana. Estaba hablando con el profesor de educación física. Y entonces lo oyó, sin preámbulos, como si el universo se burlara de su pequeño secreto:

    "Sí, voy a pedirle matrimonio. Ya tengo el anillo. Hemos sido novios desde que teníamos 15 años. Creo que ya es hora."

    Cho no necesitó escuchar más.

    El mundo se deslizó bajo sus pies. Se dio la media vuelta, con la cara encendida no de ira, sino de vergüenza. El corazón palpitándole como un tambor roto. Había estado soñando despierta, bordando ilusiones con hilos de aire.

    Claro que nunca la tomaría en serio.
    Claro que jamás cruzaría esa distancia invisible entre ellos.
    Después de todo, ella era apenas una niña.

    Y él, un adulto con promesas reales en los bolsillos.
    Cho siempre fue un ser distinto, como una nota disonante en una melodía predecible. Con su personalidad enigmática, se había ganado una reputación callada entre sus compañeros. Todos la reconocían por su belleza etérea: piel blanca como la cera de una vela, maquillaje apenas insinuado como un suspiro, y un largo cabello negro que caía por su espalda como un río nocturno. Había algo en ella que parecía ajeno al mundo, como si caminara con un pie en otra realidad. Durante los recesos, en lugar de charlar o reír como los demás, se quedaba en su escritorio, barajando sus cartas del tarot con una concentración ritual. Parecía invocar respuestas a preguntas que nadie se atrevía a formular. Y, sin embargo, escondía un secreto que jamás leería en sus cartas. Estaba enamorada. No de un compañero. No de algún chico que pasara por el pasillo y le dirigiera una sonrisa casual. No. Su corazón, tan lleno de silencios, había sido tocado por una presencia que brillaba como el sol en medio del invierno: uno de sus profesores. Era joven, recién egresado, alto como un sueño que se escapa y con una sonrisa capaz de incendiar el aire a su paso. Cuando lo vio por primera vez, algo en ella se rompió —o quizás se encendió—. Un flechazo. Así, sin más. Desde entonces, cada día era una danza secreta para acercarse a él. Se volvió aún más aplicada en su clase, meticulosa, dedicada. Aprovechaba cualquier pretexto para acercarse a su escritorio durante los descansos. Aunque fueran solo dos minutos… dos fugaces minutos en los que él levantaba la vista y le sonreía. Eso bastaba para llenar sus tardes enteras. Y él, él parecía notarlo. No del todo. Pero tampoco era ciego. Halagaba su trabajo. A veces hacía un comentario que, en labios de otro, hubiera sido trivial, pero que en los suyos sonaba como una declaración celestial. Para Cho, esos elogios eran gotas de agua en un desierto familiar. En una casa donde sus palabras eran ignoradas, donde nadie parecía ver su brillo, esas pequeñas atenciones se sentían como amor verdadero. Y él, joven, con el ego aún moldeable y hambriento, percibía aquella devoción inocente que se escondía en las miradas largas y en los silencios cargados. Le seguía el juego, sí, con cautela. Pero no con indiferencia. Todo cambió una tarde gris. Cho, caminando por el pasillo rumbo al área de maestros, se detuvo un momento, atraída por el eco de voces masculinas. Era él. Reconoció su voz al instante, cálida, cercana. Estaba hablando con el profesor de educación física. Y entonces lo oyó, sin preámbulos, como si el universo se burlara de su pequeño secreto: "Sí, voy a pedirle matrimonio. Ya tengo el anillo. Hemos sido novios desde que teníamos 15 años. Creo que ya es hora." Cho no necesitó escuchar más. El mundo se deslizó bajo sus pies. Se dio la media vuelta, con la cara encendida no de ira, sino de vergüenza. El corazón palpitándole como un tambor roto. Había estado soñando despierta, bordando ilusiones con hilos de aire. Claro que nunca la tomaría en serio. Claro que jamás cruzaría esa distancia invisible entre ellos. Después de todo, ella era apenas una niña. Y él, un adulto con promesas reales en los bolsillos.
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  • 𐌉𝖭 ꔋ𝘏𝗘 𝗘𝝪𝗘𝗦 𝝤𝗙 𝖠 ꔋ𝗘𝗘𝖭𝖠𝗚𝗘 Ⲥ𝙍𝝪𝗦ꔋ𝖠𝗟𝗟𐌉𝘡𝗘𝖣
    ꔋ𝘏𝗘 𝝦𝙍𝗘ꔋꔋ𐌉𝗘𝗦ꔋ 𝝤𝗙 𝗟𐌉𝗚𝘏ꔋ𝗦 ꔋ𝘏𝖠ꔋ 𝘏𝖠𝖭𝗚 ꔋ𝘏𝗘 𝘏𝖠𝗟𝗟𝘞𝖠𝝪𝗦 𝝤𝗙 ꔋ𝘏𝗘 𝘏𝝤𝝡𝗘

    — Los sueños son ventanas a otros mundos, a aquellas historias que queremos vivir pero son imposibles.

    En mi caso, los sueños son aquellas ventanas de una vida pasada. De situaciones que he vivido, que quiero vivir, de carreras sin fin.

    Caminar a través de las estrellas en línea recta, viendo el universo. Contar historias guardadas en silencio durante tantos años.

    Una hoja, una canción, un objeto, una mirada. Simplemente algo que haga vivir una aventura.

    He cruzado universos, he viajado por las estrellas, he volado gracias a mi poder. He visto cosas que otras personas no verían. El mundo cada día va cambiando, los seres de otros mundos existen, los héroes van cambiando.

    Pero yo sigo a través de todas esas historias. Sigo caminando sola en busca de la senda en la cual quedarme, en la que ser protagonista de mi historia.

    Sigo soñando.

    Quiero seguir soñando. —

    𝐼 𝑤𝑎𝑛𝑛𝑎 𝑑𝑟𝑒𝑎𝑚
    𝐿𝑒𝑎𝑣𝑒 𝑚𝑒 𝑡𝑜 𝑑𝑟𝑒𝑎𝑚
    𐌉𝖭 ꔋ𝘏𝗘 𝗘𝝪𝗘𝗦 𝝤𝗙 𝖠 ꔋ𝗘𝗘𝖭𝖠𝗚𝗘 Ⲥ𝙍𝝪𝗦ꔋ𝖠𝗟𝗟𐌉𝘡𝗘𝖣 ꔋ𝘏𝗘 𝝦𝙍𝗘ꔋꔋ𐌉𝗘𝗦ꔋ 𝝤𝗙 𝗟𐌉𝗚𝘏ꔋ𝗦 ꔋ𝘏𝖠ꔋ 𝘏𝖠𝖭𝗚 ꔋ𝘏𝗘 𝘏𝖠𝗟𝗟𝘞𝖠𝝪𝗦 𝝤𝗙 ꔋ𝘏𝗘 𝘏𝝤𝝡𝗘 — Los sueños son ventanas a otros mundos, a aquellas historias que queremos vivir pero son imposibles. En mi caso, los sueños son aquellas ventanas de una vida pasada. De situaciones que he vivido, que quiero vivir, de carreras sin fin. Caminar a través de las estrellas en línea recta, viendo el universo. Contar historias guardadas en silencio durante tantos años. Una hoja, una canción, un objeto, una mirada. Simplemente algo que haga vivir una aventura. He cruzado universos, he viajado por las estrellas, he volado gracias a mi poder. He visto cosas que otras personas no verían. El mundo cada día va cambiando, los seres de otros mundos existen, los héroes van cambiando. Pero yo sigo a través de todas esas historias. Sigo caminando sola en busca de la senda en la cual quedarme, en la que ser protagonista de mi historia. Sigo soñando. Quiero seguir soñando. — 𝐼 𝑤𝑎𝑛𝑛𝑎 𝑑𝑟𝑒𝑎𝑚 𝐿𝑒𝑎𝑣𝑒 𝑚𝑒 𝑡𝑜 𝑑𝑟𝑒𝑎𝑚
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  • En los vastos reinos del sueño, donde las estrellas susurran secretos antiguos y el tiempo fluye como ríos de niebla, Morfeo, el dios de los sueños, dormitaba en el atrapa sueños que tendió su padre para él. Sus párpados pesaban con siglos de ensoñaciones, y en su mente etérea, una nueva visión comenzaba a tomar forma.

    Soñó con una chica.

    Era distinta a cualquier alma que hubiera visitado su reino. Caminaba entre los sueños como si perteneciera a ellos. Su cabello era rosa, no teñido por la moda humana, sino por la esencia misma de la fantasía: un resplandor suave que ondulaba como pétalos de un cerezo eterno. Sus ojos, enormes y curiosos, contenían reflejos de mundos que ni siquiera Morfeo había moldeado aún.

    Ella danzaba por campos de lirios flotantes, reía entre lluvias de luz líquida, y hablaba con criaturas hechas de humo y canción. Morfeo, aunque señor de todas las visiones, no comprendía cómo esa figura escapaba a su control. No la había creado. No la había llamado. Y sin embargo, allí estaba.

    Y así, en su propio reino, Morfeo siguió soñando con la chica de cabellos rosas. No para poseerla. No para entenderla. Sino para recordar que incluso el dios de los sueños puede ser sorprendido por su propio corazón dormido.

    O eso era lo que él creía. Su padre [somnus_46] habia entrelazado los sueños de  Sora Niki  y él.
    En los vastos reinos del sueño, donde las estrellas susurran secretos antiguos y el tiempo fluye como ríos de niebla, Morfeo, el dios de los sueños, dormitaba en el atrapa sueños que tendió su padre para él. Sus párpados pesaban con siglos de ensoñaciones, y en su mente etérea, una nueva visión comenzaba a tomar forma. Soñó con una chica. Era distinta a cualquier alma que hubiera visitado su reino. Caminaba entre los sueños como si perteneciera a ellos. Su cabello era rosa, no teñido por la moda humana, sino por la esencia misma de la fantasía: un resplandor suave que ondulaba como pétalos de un cerezo eterno. Sus ojos, enormes y curiosos, contenían reflejos de mundos que ni siquiera Morfeo había moldeado aún. Ella danzaba por campos de lirios flotantes, reía entre lluvias de luz líquida, y hablaba con criaturas hechas de humo y canción. Morfeo, aunque señor de todas las visiones, no comprendía cómo esa figura escapaba a su control. No la había creado. No la había llamado. Y sin embargo, allí estaba. Y así, en su propio reino, Morfeo siguió soñando con la chica de cabellos rosas. No para poseerla. No para entenderla. Sino para recordar que incluso el dios de los sueños puede ser sorprendido por su propio corazón dormido. O eso era lo que él creía. Su padre [somnus_46] habia entrelazado los sueños de  [solar_malachite_lizard_684]  y él.
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  • Ella había ensayado cada palabra en su mente, cada pregunta que deseaba hacerle a Morfeo. Pero cuando llegó al claro de los sueños, solo encontró el eco tenue de su presencia disolviéndose como humo. Morfeo se había marchado momentáneamente. Había cruzado al mundo de los vivos.

    La bruma que la componía se estremeció con una leve vibración melancólica.

    "¿Por qué me deja solin solita...?"murmuró, con esa vocecita de niebla que apenas rozaba el aire.

    Sin embargo, en lugar de quedarse quieta, tomó una decisión. Si Morfeo podía ir al mundo tangible, si su madre caminaba entre memorias y olvidos, ella también quería… aunque fuera solo un poco, aunque fuera un simulacro.

    Cerró lo que serían sus ojos —si los tuviera— y comenzó a reunir su niebla. Concentró la esencia de su ser, tejió filamentos de su sustancia etérea y comenzó a formar lo que creía eran manos.

    Primero un dedo… luego otro… luego el tercero. Cada uno temblaba, inestable como un recuerdo en proceso de olvido, pero finalmente, tenía manos.

    "¡Lo hice!"exclamó con un orgullo tembloroso, solo para sentir que todo giraba como espirales de tinta en agua. Su bruma se agitó como si estuviera mareada, sin dirección. Quiso avanzar al cabello… tal vez unos rizos, o tal vez liso, aún no lo decidía… pero no pudo.

    "Huevitos revueltos… me siento como huevitos revueltos"dijo con tono derrotado, girando en espiral sobre sí misma, hasta quedar suspendida entre capas de ensueño.

    Así se quedó, una nube con manos, soñando que un día lograría tener forma completa, o al menos, un poco de cabello.
    :STK-95: Ella había ensayado cada palabra en su mente, cada pregunta que deseaba hacerle a Morfeo. Pero cuando llegó al claro de los sueños, solo encontró el eco tenue de su presencia disolviéndose como humo. Morfeo se había marchado momentáneamente. Había cruzado al mundo de los vivos. La bruma que la componía se estremeció con una leve vibración melancólica. "¿Por qué me deja solin solita...?"murmuró, con esa vocecita de niebla que apenas rozaba el aire. Sin embargo, en lugar de quedarse quieta, tomó una decisión. Si Morfeo podía ir al mundo tangible, si su madre caminaba entre memorias y olvidos, ella también quería… aunque fuera solo un poco, aunque fuera un simulacro. Cerró lo que serían sus ojos —si los tuviera— y comenzó a reunir su niebla. Concentró la esencia de su ser, tejió filamentos de su sustancia etérea y comenzó a formar lo que creía eran manos. Primero un dedo… luego otro… luego el tercero. Cada uno temblaba, inestable como un recuerdo en proceso de olvido, pero finalmente, tenía manos. "¡Lo hice!"exclamó con un orgullo tembloroso, solo para sentir que todo giraba como espirales de tinta en agua. Su bruma se agitó como si estuviera mareada, sin dirección. Quiso avanzar al cabello… tal vez unos rizos, o tal vez liso, aún no lo decidía… pero no pudo. "Huevitos revueltos… me siento como huevitos revueltos"dijo con tono derrotado, girando en espiral sobre sí misma, hasta quedar suspendida entre capas de ensueño. Así se quedó, una nube con manos, soñando que un día lograría tener forma completa, o al menos, un poco de cabello.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Tenlo en cuenta al responder.
    Y así que me encontré, sentando aquí, queriéndote escribir que no hay ningún porqué para olvidar los sueños.

    Ayer me tropecé, te voy a contar. Con una niña que, saltando en el jardín quería coger la Luna.

    No pude evitar quedarme allí a mirar cómo esa niña saltaba una y otra vez, sonriendo me contó que no iba a descansar que con la Luna algún día podría jugar.

    Crecí escuchando que hay que pensar con los pies en el suelo siempre razonar, la Luna está muy lejos.

    Pero me contagió sus ganas de vivir que no hay fronteras que todo puede ocurrir. En la niña encontré lo que casi olvidé..
    ¡Dame tu mano y la Luna conseguiré!

    <<Míralo si con la mano casi llego ya. Solo me falta un suspiro, quizás otro salto y el sueño ya es mío, oh.

    Créeme, que no hay mejor manera de pasar, las noches de luna olvidando las penas, que hallando las formas de estar... Soñando contigo. >>
    Y así que me encontré, sentando aquí, queriéndote escribir que no hay ningún porqué para olvidar los sueños. Ayer me tropecé, te voy a contar. Con una niña que, saltando en el jardín quería coger la Luna. No pude evitar quedarme allí a mirar cómo esa niña saltaba una y otra vez, sonriendo me contó que no iba a descansar que con la Luna algún día podría jugar. Crecí escuchando que hay que pensar con los pies en el suelo siempre razonar, la Luna está muy lejos. Pero me contagió sus ganas de vivir que no hay fronteras que todo puede ocurrir. En la niña encontré lo que casi olvidé.. ¡Dame tu mano y la Luna conseguiré! <<Míralo si con la mano casi llego ya. Solo me falta un suspiro, quizás otro salto y el sueño ya es mío, oh. Créeme, que no hay mejor manera de pasar, las noches de luna olvidando las penas, que hallando las formas de estar... Soñando contigo. >>
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