En los vastos reinos del sueño, donde las estrellas susurran secretos antiguos y el tiempo fluye como ríos de niebla, Morfeo, el dios de los sueños, dormitaba en el atrapa sueños que tendió su padre para él. Sus párpados pesaban con siglos de ensoñaciones, y en su mente etérea, una nueva visión comenzaba a tomar forma.

Soñó con una chica.

Era distinta a cualquier alma que hubiera visitado su reino. Caminaba entre los sueños como si perteneciera a ellos. Su cabello era rosa, no teñido por la moda humana, sino por la esencia misma de la fantasía: un resplandor suave que ondulaba como pétalos de un cerezo eterno. Sus ojos, enormes y curiosos, contenían reflejos de mundos que ni siquiera Morfeo había moldeado aún.

Ella danzaba por campos de lirios flotantes, reía entre lluvias de luz líquida, y hablaba con criaturas hechas de humo y canción. Morfeo, aunque señor de todas las visiones, no comprendía cómo esa figura escapaba a su control. No la había creado. No la había llamado. Y sin embargo, allí estaba.

Y así, en su propio reino, Morfeo siguió soñando con la chica de cabellos rosas. No para poseerla. No para entenderla. Sino para recordar que incluso el dios de los sueños puede ser sorprendido por su propio corazón dormido.

O eso era lo que él creía. Su padre ℌ𝔦𝔭𝔫𝔬𝔰 habia entrelazado los sueños de  Sora Niki  y él.
En los vastos reinos del sueño, donde las estrellas susurran secretos antiguos y el tiempo fluye como ríos de niebla, Morfeo, el dios de los sueños, dormitaba en el atrapa sueños que tendió su padre para él. Sus párpados pesaban con siglos de ensoñaciones, y en su mente etérea, una nueva visión comenzaba a tomar forma. Soñó con una chica. Era distinta a cualquier alma que hubiera visitado su reino. Caminaba entre los sueños como si perteneciera a ellos. Su cabello era rosa, no teñido por la moda humana, sino por la esencia misma de la fantasía: un resplandor suave que ondulaba como pétalos de un cerezo eterno. Sus ojos, enormes y curiosos, contenían reflejos de mundos que ni siquiera Morfeo había moldeado aún. Ella danzaba por campos de lirios flotantes, reía entre lluvias de luz líquida, y hablaba con criaturas hechas de humo y canción. Morfeo, aunque señor de todas las visiones, no comprendía cómo esa figura escapaba a su control. No la había creado. No la había llamado. Y sin embargo, allí estaba. Y así, en su propio reino, Morfeo siguió soñando con la chica de cabellos rosas. No para poseerla. No para entenderla. Sino para recordar que incluso el dios de los sueños puede ser sorprendido por su propio corazón dormido. O eso era lo que él creía. Su padre [somnus_46] habia entrelazado los sueños de  [solar_malachite_lizard_684]  y él.
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