• " Memorias de un Zorro"

    Los humanos no merecían su simpatía. Todo lo que los relacionaba directamente con ellos le causaba dolor y aversión. No sería capaz de olvidar ninguna de las lágrimas derramadas por lo que estos le dieron y al mismo tiempo le arrebataron. Veía a los humanos como seres de usar, para después desechar, sin formar ningún vínculo afectivo más allá del divertimento o el sexo.

    ¿Cómo podría verlo de otra forma?. Estos lo arrancaron de su bosque, le dieron una familia que amar para después, esos mismos seres, segar sus vidas ante la impotencia del zorro, como si el valor de estas quedasen en la nada, como la ceniza de un tronco consumido por las llamas. No deseaba volver a involucrarse con vidas tan efímeras y frágiles, vidas que solo le causarían dolor y pesadumbre. O al menos así pensaba él, hasta aquel ocaso de otoño, donde el bosque estaba tenido de mandarina, limón y granate.

    Kazuo caminaba de forma tranquila en el único lugar donde sentía que pertenecía; su amado bosque. Este nunca le había traicionado, no como el resto del mundo lo había hecho. Era por esta razón por la que el zorro pasaba sus días recorriendo este de punta a punta. La extensión de su arboleda, el olor a tierra y pino, el sonido del crujir de las hojas bajo sus patas; todo aquello se había convertido en un bálsamo que calmaba su amargo dolor.

    Pero aquel atardecer sería diferente. El viento traía consigo un aroma a madera quemada. Aquello por lo general no era algo extraño, había pequeños poblados esparcidos por la zona. Pero aquel olor era más intenso que el de unos simples alumbres en casas familiares. ¿Seria que su bosque estaba siendo arrasado nuevamente?. Comenzó a avanzar, en dirección donde él olor a madera quemada se hacía más intenso. Pero a medida que sus zancadas se fueron acelerando, otro olor se alojó en su hocico, dejándole un regusto metálico alojándose en la parte trasera de su lengua; sangre.

    El zorro era rápido; este apenas una estela plateada entre los arboles para ojos mortales. A pesar de su tamaño, aquel imponente animal de tres colas, se movía entre los arboles como el agua que se colaba entre las rocas de un río montañoso, de forma rápida y fluida.

    Olía a muerte, y finalmente, llegó al origen de aquel desagradable aroma. Era un poblado de gente humilde, campesinos que apenas sobrevivían el día a día con lo que sacaban de la tierra. Pero ese día sus vidas habían dado un giro de ciento ochenta grados. Un grupo numeroso se bandidos estaba arrasando con las vidas de aquellas familias, saqueando y asediando todo a su paso. Kazuo , con su mirada afilada entre la maleza, observaba la escena con inquietante parsimonia.

    No era su problema. A él y a su familia nadie les ayudó, tampoco lloraron su muerte. Cuando este explicó, en el poblado donde comerciaban, que su familia había sido asesinada; no obtuvo ningún tipo de apoyo ajeno, más allá de un simple pésame. Era como si aquello fuera lo normal y cada uno tenia que ocuparse de sus propios problemas. Kazuo tuvo que enterrarlos en soledad, con la angustia de ver sus cuerpos destrozados cruelmente.

    Este estaba apunto de irse cuando escucho el llanto de un bebé. Giró su cabeza, alzó sus orejas zorrunas y clavó su mirada zafiro en una madre siendo arrastrada por la melena, sacándola de lo que una vez fue su hogar, mientras esta se aferraba a la criatura que tenía entre sus brazos. Aquel niño tendría apenas semanas de haber nacido.

    Aquello parecía haber captado la atención del zorro, quién a base de sufrimiento, había endurecido su corazón. Sin embargo, aquello le provocó una grieta en su bien forjada coraza.

    Aquella madre, desesperada, sacaba fuerzas de donde fuera, resistiéndose para que su retoño no fuera arrancado de sus brazos.


    ~ Haced conmigo lo que queráis, pero mi hijo no. Dejarlo vivir, no me importa mi vida, pero a él no…~ Decía aquella madre con una desesperación que calaba incluso dentro del frío Kitsune.

    Inevitablemente Kazuo recordó a sus madres. Como cuando nació, está daba todo de ella para poder tenerlo, como a pesar de ser diferente a sus hermanos y el más débil, se encargó de que no le faltase alimento. Como su madre Reina, incluso sin conocerle, lo rescató junto con su padre de aquel estanque en mitad de la nada, arriesgando sus vidas al detenerse de su huída de la guerra para recogerlo.

    Aquella mujer estaba peleando como una jabata para evitar un final funesto para su hijo.

    Finalmente, aquellos mercenarios, lograban arrancarle a su hijo de los brazos, mientras algunos de estos la sujetaban y comenzaron a rasgar sus ropas de forma brusca, una señal inequívoca de lo que venía a continuación para ella. La mujer dejó de luchar, estaba dispuesta a todo por tal de que su hijo no sufriera la suerte que le esperaba a ella, dejando su cuerpo como pago por su vida. Aunque aquello no le garantizaba que su hijo viviera, ella estaba dispuesta a todo, a agarrarse a esa mínima esperanza.

    Ahí estaba, el amor incondicional de una madre. Algo tan puro y honesto, que difícilmente podría ser superado por algo más.

    ~ Dioses, proteger a mí hijo, solo pido eso. Que mi suerte y la suya se hagan una para él. Que mi alma sirva de tributo para que él esté bien.~ Decía esta mientras veía como su retoño se pasaba de un mercenario a otro de forma brusca.

    Una plegaría... Una plegaría frente a un mensajero de Inari. Eso, sumado a la grieta que se habría formado en el caparazón alrededor del corazón del zorro, fue el detonante para que este se moviera por puro instinto.

    El Kitsune, en toda su majestuosa forma, salió de entre la maleza, gruñendo y enseñando su hilera de dientes, afilados como cuchillos de cerámica. A aquellos infelices apenas les dio tiempo de reaccionar; en un abrir y cerrar de ojos, él zorro, tan grande como un caballo, se abalanzaba sobre estos, uno por uno. Acabando con cada una de sus vidas de forma certera.

    En medio del alboroto, la madre se zafó de sus actores para ir en busca de su hijo, quién lo tenía uno de aquellos desgraciados. Cuando esta se acercó al mercenario, este sin compasión Katana en mano, atravesó su estómago con una estocada firme. Esta, a pesar de la herida infligida, tomo a su criatura de los brazos de aquel sin corazón. En cuanto este retira su arma, la joven madre cae de espaldas al suelo en un charco de sangre, pero sin soltar en ningún momento a su más preciado tesoro, su hijo.

    A Kazuo no le había dado tiempo a detener aquel deleznable acto. Este, con la misma furia con la que vengó a su familia se abalanzó sobre aquel individuo. Sus temibles fauces sujetaron la cabeza del contrario, quien gritaba de puro miedo ante la impotencia de su tráfico final. De un tirón, Kazuo decapitó a aquel mala sangre, lanzando su cabeza varios metros de donde se encontraban.

    Este estaba furibundo, el fuego recorría la sangre de sus venas, en oleadas de rabia y heridas abiertas. Solo el llanto de aquella frágil criatura lo trajo de vuelta al presente. Este se voltea y camina en dirección a esa madre, la cual se desangraba sin opción a salvación.

    Con cada paso del zorro, su cuerpo iba mutando con llamas color zafiro. La estela de estas daban paso a un Kazuo con aspecto humano, con una vestimenta desgastada, pero de un blanco puro, ahora tintada por la sangre derramada. Su melena plateada enmarcaban aquel rostro casi angelical, parecía alguien que solo podía ser soñado o contado en leyendas.

    Este llega donde la mujer, quién aún estaba viva, pero su respiración era lenta y errática, arrodillándose a su lado. Kazuo aún no tenía el suficiente poder para curar una herida como aquella, no sin que la vida de este peligrase, compartiendo ambos un funesto destino. La mujer clavaba su mirada avellana en los ojos lapislázuli del zorro.

    ~ Hijo de la luna…~ Digo con voz casi inaudible aquella mujer.

    Esta arrastraba su mano hasta tomar la de Kazuo, y con un esfuerzo tremebundo, lo guía hasta que la mano de él descansara sobre su bebé. El Kitsune abría sus ojos sorprendido; aquella mujer lo había visto masacrar sin esfuerzo ni compasión a aquellos hombres, y aún así dejaba que la mano de un demonio descansara sobre lo más valioso para ella, su hijo.

    La mano libre de Kazuo se alzó hasta alcanzar el rostro de aquella madre, quién parecía tranquila estando al borde de la muerte. Aquellos indeseables habían gritado y suplicado por si vida, habían tenido miedo de su destino final. Sin embargo, aquella joven que rondaba la veintena, estaba en total calma.

    “Hijo de la Luna”. Este había nacido una noche bañada por la luna llena y bendecido por la gracia de una diosa. Aquella mujer había depositado su esperanza y confianza en él sin dudarlo, una confianza y una esperanza que él había perdido por completo en él y en la humanidad. Pero aquel acontecimiento cambiaría totalmente la perspectiva de Kazuo, de como miraba el mundo después de la muerte de su familia.

    El mundo aún tenía bondad que ofrecer, y él también podría darle bondad al mundo; tal y como sus madres quería que hiciera.
    Fue entonces cuando los ojos de aquella joven se apagaron, perdiendo el brillo de la vida en un último suspiro. Kazuo, con sumo cuidado, toma el tesoro más preciado de aquella joven. En cuanto el niño estuvo en sus brazos, este dejó de llorar, clavando esos mismos ojos avellana en la mirada del zorro.

    Kazuo se encargó de darle una sepultura digna a su madre. Y de buscar una familia de ese mismo poblado que se encargara de cuidarlo y contar la historia de como su madre dio la vida por él. Esos días posteriores Kazuo ayudó a reconstruir el poblado, enterrar a los seres queridos y ayudar diligentemente en todo lo que podía, tal y como su madre y su padre les habían enseñado.

    Es ahí cuando el zorro empezaría su más sagrada tarea. Llevar las plegarias puras a oídos de su diosa madre.

    En un monte, donde el bosque era dueño en toda su extensión. El zorro, decidió construir un templo, con sus propias manos y su propio esfuerzo. Un templo que sería un tributo a su familia, y un hogar para aquellos que necesitaran de su gracia. Es así como el monte Inari llegaría a bautizarse, y donde el templo Aihara se alzaría en la medianía camino a su cima.





    " Memorias de un Zorro" Los humanos no merecían su simpatía. Todo lo que los relacionaba directamente con ellos le causaba dolor y aversión. No sería capaz de olvidar ninguna de las lágrimas derramadas por lo que estos le dieron y al mismo tiempo le arrebataron. Veía a los humanos como seres de usar, para después desechar, sin formar ningún vínculo afectivo más allá del divertimento o el sexo. ¿Cómo podría verlo de otra forma?. Estos lo arrancaron de su bosque, le dieron una familia que amar para después, esos mismos seres, segar sus vidas ante la impotencia del zorro, como si el valor de estas quedasen en la nada, como la ceniza de un tronco consumido por las llamas. No deseaba volver a involucrarse con vidas tan efímeras y frágiles, vidas que solo le causarían dolor y pesadumbre. O al menos así pensaba él, hasta aquel ocaso de otoño, donde el bosque estaba tenido de mandarina, limón y granate. Kazuo caminaba de forma tranquila en el único lugar donde sentía que pertenecía; su amado bosque. Este nunca le había traicionado, no como el resto del mundo lo había hecho. Era por esta razón por la que el zorro pasaba sus días recorriendo este de punta a punta. La extensión de su arboleda, el olor a tierra y pino, el sonido del crujir de las hojas bajo sus patas; todo aquello se había convertido en un bálsamo que calmaba su amargo dolor. Pero aquel atardecer sería diferente. El viento traía consigo un aroma a madera quemada. Aquello por lo general no era algo extraño, había pequeños poblados esparcidos por la zona. Pero aquel olor era más intenso que el de unos simples alumbres en casas familiares. ¿Seria que su bosque estaba siendo arrasado nuevamente?. Comenzó a avanzar, en dirección donde él olor a madera quemada se hacía más intenso. Pero a medida que sus zancadas se fueron acelerando, otro olor se alojó en su hocico, dejándole un regusto metálico alojándose en la parte trasera de su lengua; sangre. El zorro era rápido; este apenas una estela plateada entre los arboles para ojos mortales. A pesar de su tamaño, aquel imponente animal de tres colas, se movía entre los arboles como el agua que se colaba entre las rocas de un río montañoso, de forma rápida y fluida. Olía a muerte, y finalmente, llegó al origen de aquel desagradable aroma. Era un poblado de gente humilde, campesinos que apenas sobrevivían el día a día con lo que sacaban de la tierra. Pero ese día sus vidas habían dado un giro de ciento ochenta grados. Un grupo numeroso se bandidos estaba arrasando con las vidas de aquellas familias, saqueando y asediando todo a su paso. Kazuo , con su mirada afilada entre la maleza, observaba la escena con inquietante parsimonia. No era su problema. A él y a su familia nadie les ayudó, tampoco lloraron su muerte. Cuando este explicó, en el poblado donde comerciaban, que su familia había sido asesinada; no obtuvo ningún tipo de apoyo ajeno, más allá de un simple pésame. Era como si aquello fuera lo normal y cada uno tenia que ocuparse de sus propios problemas. Kazuo tuvo que enterrarlos en soledad, con la angustia de ver sus cuerpos destrozados cruelmente. Este estaba apunto de irse cuando escucho el llanto de un bebé. Giró su cabeza, alzó sus orejas zorrunas y clavó su mirada zafiro en una madre siendo arrastrada por la melena, sacándola de lo que una vez fue su hogar, mientras esta se aferraba a la criatura que tenía entre sus brazos. Aquel niño tendría apenas semanas de haber nacido. Aquello parecía haber captado la atención del zorro, quién a base de sufrimiento, había endurecido su corazón. Sin embargo, aquello le provocó una grieta en su bien forjada coraza. Aquella madre, desesperada, sacaba fuerzas de donde fuera, resistiéndose para que su retoño no fuera arrancado de sus brazos. ~ Haced conmigo lo que queráis, pero mi hijo no. Dejarlo vivir, no me importa mi vida, pero a él no…~ Decía aquella madre con una desesperación que calaba incluso dentro del frío Kitsune. Inevitablemente Kazuo recordó a sus madres. Como cuando nació, está daba todo de ella para poder tenerlo, como a pesar de ser diferente a sus hermanos y el más débil, se encargó de que no le faltase alimento. Como su madre Reina, incluso sin conocerle, lo rescató junto con su padre de aquel estanque en mitad de la nada, arriesgando sus vidas al detenerse de su huída de la guerra para recogerlo. Aquella mujer estaba peleando como una jabata para evitar un final funesto para su hijo. Finalmente, aquellos mercenarios, lograban arrancarle a su hijo de los brazos, mientras algunos de estos la sujetaban y comenzaron a rasgar sus ropas de forma brusca, una señal inequívoca de lo que venía a continuación para ella. La mujer dejó de luchar, estaba dispuesta a todo por tal de que su hijo no sufriera la suerte que le esperaba a ella, dejando su cuerpo como pago por su vida. Aunque aquello no le garantizaba que su hijo viviera, ella estaba dispuesta a todo, a agarrarse a esa mínima esperanza. Ahí estaba, el amor incondicional de una madre. Algo tan puro y honesto, que difícilmente podría ser superado por algo más. ~ Dioses, proteger a mí hijo, solo pido eso. Que mi suerte y la suya se hagan una para él. Que mi alma sirva de tributo para que él esté bien.~ Decía esta mientras veía como su retoño se pasaba de un mercenario a otro de forma brusca. Una plegaría... Una plegaría frente a un mensajero de Inari. Eso, sumado a la grieta que se habría formado en el caparazón alrededor del corazón del zorro, fue el detonante para que este se moviera por puro instinto. El Kitsune, en toda su majestuosa forma, salió de entre la maleza, gruñendo y enseñando su hilera de dientes, afilados como cuchillos de cerámica. A aquellos infelices apenas les dio tiempo de reaccionar; en un abrir y cerrar de ojos, él zorro, tan grande como un caballo, se abalanzaba sobre estos, uno por uno. Acabando con cada una de sus vidas de forma certera. En medio del alboroto, la madre se zafó de sus actores para ir en busca de su hijo, quién lo tenía uno de aquellos desgraciados. Cuando esta se acercó al mercenario, este sin compasión Katana en mano, atravesó su estómago con una estocada firme. Esta, a pesar de la herida infligida, tomo a su criatura de los brazos de aquel sin corazón. En cuanto este retira su arma, la joven madre cae de espaldas al suelo en un charco de sangre, pero sin soltar en ningún momento a su más preciado tesoro, su hijo. A Kazuo no le había dado tiempo a detener aquel deleznable acto. Este, con la misma furia con la que vengó a su familia se abalanzó sobre aquel individuo. Sus temibles fauces sujetaron la cabeza del contrario, quien gritaba de puro miedo ante la impotencia de su tráfico final. De un tirón, Kazuo decapitó a aquel mala sangre, lanzando su cabeza varios metros de donde se encontraban. Este estaba furibundo, el fuego recorría la sangre de sus venas, en oleadas de rabia y heridas abiertas. Solo el llanto de aquella frágil criatura lo trajo de vuelta al presente. Este se voltea y camina en dirección a esa madre, la cual se desangraba sin opción a salvación. Con cada paso del zorro, su cuerpo iba mutando con llamas color zafiro. La estela de estas daban paso a un Kazuo con aspecto humano, con una vestimenta desgastada, pero de un blanco puro, ahora tintada por la sangre derramada. Su melena plateada enmarcaban aquel rostro casi angelical, parecía alguien que solo podía ser soñado o contado en leyendas. Este llega donde la mujer, quién aún estaba viva, pero su respiración era lenta y errática, arrodillándose a su lado. Kazuo aún no tenía el suficiente poder para curar una herida como aquella, no sin que la vida de este peligrase, compartiendo ambos un funesto destino. La mujer clavaba su mirada avellana en los ojos lapislázuli del zorro. ~ Hijo de la luna…~ Digo con voz casi inaudible aquella mujer. Esta arrastraba su mano hasta tomar la de Kazuo, y con un esfuerzo tremebundo, lo guía hasta que la mano de él descansara sobre su bebé. El Kitsune abría sus ojos sorprendido; aquella mujer lo había visto masacrar sin esfuerzo ni compasión a aquellos hombres, y aún así dejaba que la mano de un demonio descansara sobre lo más valioso para ella, su hijo. La mano libre de Kazuo se alzó hasta alcanzar el rostro de aquella madre, quién parecía tranquila estando al borde de la muerte. Aquellos indeseables habían gritado y suplicado por si vida, habían tenido miedo de su destino final. Sin embargo, aquella joven que rondaba la veintena, estaba en total calma. “Hijo de la Luna”. Este había nacido una noche bañada por la luna llena y bendecido por la gracia de una diosa. Aquella mujer había depositado su esperanza y confianza en él sin dudarlo, una confianza y una esperanza que él había perdido por completo en él y en la humanidad. Pero aquel acontecimiento cambiaría totalmente la perspectiva de Kazuo, de como miraba el mundo después de la muerte de su familia. El mundo aún tenía bondad que ofrecer, y él también podría darle bondad al mundo; tal y como sus madres quería que hiciera. Fue entonces cuando los ojos de aquella joven se apagaron, perdiendo el brillo de la vida en un último suspiro. Kazuo, con sumo cuidado, toma el tesoro más preciado de aquella joven. En cuanto el niño estuvo en sus brazos, este dejó de llorar, clavando esos mismos ojos avellana en la mirada del zorro. Kazuo se encargó de darle una sepultura digna a su madre. Y de buscar una familia de ese mismo poblado que se encargara de cuidarlo y contar la historia de como su madre dio la vida por él. Esos días posteriores Kazuo ayudó a reconstruir el poblado, enterrar a los seres queridos y ayudar diligentemente en todo lo que podía, tal y como su madre y su padre les habían enseñado. Es ahí cuando el zorro empezaría su más sagrada tarea. Llevar las plegarias puras a oídos de su diosa madre. En un monte, donde el bosque era dueño en toda su extensión. El zorro, decidió construir un templo, con sus propias manos y su propio esfuerzo. Un templo que sería un tributo a su familia, y un hogar para aquellos que necesitaran de su gracia. Es así como el monte Inari llegaría a bautizarse, y donde el templo Aihara se alzaría en la medianía camino a su cima.
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  • Almenaras de Caramelo
    Fondo Musical: https://youtu.be/ICIFp5foCqw?si=nmunP8W-_ByTIME2

    Dedico el ahora a llorarte, dediqué el pasado a resplandecer dentro de ti. Dedicaba el futuro a entrever el socorro de tu ausencia. Aliento dulce con ojos prestos a vislumbrarte entre ingratos higos de mis frascos de azúcar, de tus labios decoro de mis noches de alborozada luna de sangre. Tu tumba es evanescente en mi memoria; tumba que llorarte no reconozco. Repaso tu rostro en los bordados que perfecciono a pesar de mi ceguera; fuiste el que cegó mis vivencias de almendrados sigilos; en la costura y en el principado en el que tejo tu furia fantasmal en la que retengo tu victoria.

    Rosñorzanor, ¿qué nos hiciste? Tu muerte es olvido para la victoria de los que deambulan sin coronarte ante el Sol de mis prudencias. Almendoniz, ahogado de mis sueños y suelos de frutos secos, ¿quién retiene tu carne? ¿A quién adornas con tus diamantes y tu oro de azucenas? ¿Por qué no me perdonaste? ¿Por qué me segaste la vida?

    Soy tu tumba, una muñeca viva, algodón dentro de mi boca; extremidades renuentes a fallar con algarabía. Me desvanezco, me desvanezco, me desvanezco perenne entre tus pupilas. Soy un Hibisco ultrajado por la suerte, entreveo en mis predicciones tu edén de ingrata cuna y desde esta cárcel, de cuatro paredes acolchadas, esta torre en lo alto del Ivarionlo, me presto a rezarte como un Santo de Bondad, Amor. Bondad. Amor en tus amatorias pérdidas. Soy un oráculo, mis canciones son mudos astros de espejismos con aroma a cielos ultrajados, por tus nubes abaleadas por mis siniestras oraciones.

    Esta guerra necesitaba de tu rostro, imperio de ébano y carmín. Respiro el opio de tus huesos cada vez que cabalgo tu tumba. Preso de ese último beso a tu cabeza, fui un parásito para tu felicidad. Sobre los tejados de tus casonas de tristes lluvias, fuiste hechicero de principados abismos, abiertos de lado a lado, regados sobre las praderas que cultivamos con los muñones de nuestras extremidades. Tempestad de osadías pretenciosas, pagaste un precio por tu confianza. Leyenda que piensa con el pienso del mañana; tejo en mi vientre una flor y la arropo con tus sombreros hilados en vacíos finitos. Infinito santificado, de fracaso reposo repaso en ti mi cosmos y lo relleno con tus recuerdos.

    No pude encariñarme contigo. No pude más y esgrimí tu desdicha de aroma a lustre y relumbre sollozo de sedas. Príncipe durmiente, fuiste mi ruina; elogiaste mis presuntuosas hazañas y me coronas con hojas de laureles, tomillo y cúrcuma como paraíso edificado con delicias tristes, y también, en deliciosos jardines surrealistas. Veneno en llamativos socorros. Tu principio. Mi fin.
    Almenaras de Caramelo Fondo Musical: https://youtu.be/ICIFp5foCqw?si=nmunP8W-_ByTIME2 Dedico el ahora a llorarte, dediqué el pasado a resplandecer dentro de ti. Dedicaba el futuro a entrever el socorro de tu ausencia. Aliento dulce con ojos prestos a vislumbrarte entre ingratos higos de mis frascos de azúcar, de tus labios decoro de mis noches de alborozada luna de sangre. Tu tumba es evanescente en mi memoria; tumba que llorarte no reconozco. Repaso tu rostro en los bordados que perfecciono a pesar de mi ceguera; fuiste el que cegó mis vivencias de almendrados sigilos; en la costura y en el principado en el que tejo tu furia fantasmal en la que retengo tu victoria. Rosñorzanor, ¿qué nos hiciste? Tu muerte es olvido para la victoria de los que deambulan sin coronarte ante el Sol de mis prudencias. Almendoniz, ahogado de mis sueños y suelos de frutos secos, ¿quién retiene tu carne? ¿A quién adornas con tus diamantes y tu oro de azucenas? ¿Por qué no me perdonaste? ¿Por qué me segaste la vida? Soy tu tumba, una muñeca viva, algodón dentro de mi boca; extremidades renuentes a fallar con algarabía. Me desvanezco, me desvanezco, me desvanezco perenne entre tus pupilas. Soy un Hibisco ultrajado por la suerte, entreveo en mis predicciones tu edén de ingrata cuna y desde esta cárcel, de cuatro paredes acolchadas, esta torre en lo alto del Ivarionlo, me presto a rezarte como un Santo de Bondad, Amor. Bondad. Amor en tus amatorias pérdidas. Soy un oráculo, mis canciones son mudos astros de espejismos con aroma a cielos ultrajados, por tus nubes abaleadas por mis siniestras oraciones. Esta guerra necesitaba de tu rostro, imperio de ébano y carmín. Respiro el opio de tus huesos cada vez que cabalgo tu tumba. Preso de ese último beso a tu cabeza, fui un parásito para tu felicidad. Sobre los tejados de tus casonas de tristes lluvias, fuiste hechicero de principados abismos, abiertos de lado a lado, regados sobre las praderas que cultivamos con los muñones de nuestras extremidades. Tempestad de osadías pretenciosas, pagaste un precio por tu confianza. Leyenda que piensa con el pienso del mañana; tejo en mi vientre una flor y la arropo con tus sombreros hilados en vacíos finitos. Infinito santificado, de fracaso reposo repaso en ti mi cosmos y lo relleno con tus recuerdos. No pude encariñarme contigo. No pude más y esgrimí tu desdicha de aroma a lustre y relumbre sollozo de sedas. Príncipe durmiente, fuiste mi ruina; elogiaste mis presuntuosas hazañas y me coronas con hojas de laureles, tomillo y cúrcuma como paraíso edificado con delicias tristes, y también, en deliciosos jardines surrealistas. Veneno en llamativos socorros. Tu principio. Mi fin.
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  • Una caminata por aquellos caminos que el mundo me presenta. La gente observa con malos ojos mi traje que me representa cómo una guerrera. ¿Un presagio de una masacre?. ¿La presentación de un demonio en tierra una vez más?. Aquellos y aquellas que se alejan del camino de su propia felicidad. O bien, quizá solo estoy pensando de más. ¡El sol brilla y el azul del cielo es casi segador!. Una copa de vino sería algo que incluso consideraría agradable en estos momentos. ¿Será demasiado temprano para "comprar" una botella?.
    Una caminata por aquellos caminos que el mundo me presenta. La gente observa con malos ojos mi traje que me representa cómo una guerrera. ¿Un presagio de una masacre?. ¿La presentación de un demonio en tierra una vez más?. Aquellos y aquellas que se alejan del camino de su propia felicidad. O bien, quizá solo estoy pensando de más. ¡El sol brilla y el azul del cielo es casi segador!. Una copa de vino sería algo que incluso consideraría agradable en estos momentos. ¿Será demasiado temprano para "comprar" una botella?.
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  • (La ultima por hoy)

    El estandarte de su familia colgaba de nuevo en el frontispicio del castillo de Dariam, de todos los nobles que habían acudido, el solo había hecho llamar a uno explícitamente Igor de la casa Zelen. Cuando este entro todos los presentes guardaron silencio el hombre era bajito y regordete de aspecto afable, el pelo antaño azabache comenzaba escasear, había tenido una buena vida y ahora su frente perlaba de sudor, sus ojos pequeños y marrones miraban nerviosos a todos los presentes, pero sobre todo a Alastor.

    —Ma… Majestad que bueno tenerlo en el trono de nuevo…Nos a librado de Valisa y todos debemos de agradecérselo…permítame que mi casa y yo juremos lealtad a tan noble y justo soberano.

    —Igor viejo amigo…—Alastor se levanto del trono sonriendo. —ministro mayor del reino y un buen amigo de mis padres, ¿fuiste el padrino de bodas? Y estuviste en la presentación de mis hermanas, asi como de la mía propia. ¿Cuánto ha pasado?

    —28 años desde vuestro alumbramiento alteza. —El hombre se relajo bastante al ver que Alastor sonreía. — Ha pasado tiempo desde entonces mi señor.

    —Si la verdad ha pasado tiempo. —Le palmeo el hombro. —Espero que puedas ponerte de nuevo en tu cargo en los próximos días…

    El hombre asintió satisfecho y Alastor se dio la vuelta para dirigirse al trono, pero se detuvo y alzo un dedo.

    —Igor, dime una cosa…cuando Valisa ataco aquella noche ¿Dónde estabas? —Se dio la vuelta mirándolo. —Dado que tienes buena memoria no te costara recordarlo supongo.

    —¿Dis..culpe alteza?

    —Si, la noche que Valisa nos ataco segando la vida de toda mi familia... ¿Tu dónde estabas?

    Igor jugaba con el anillo de su dedo anular, obviamente incomodo y nervioso, gesto que no pasó desapercibido para Alastor.

    —Pues si no recuerdo mal, la noche del suceso me dirigía a mis tierras majestad. ¿A qué viene la pregunta?

    —Curiosidad… a tu tierras ¿Eso fue antes o después de retirar a los guardias del castillo y dejar la entrada libre a Valisa o presenciaste el asesinato de mi familia?

    —¡Majestad! ¿Cómo podéis decir eso? Era un gran amigo de vuestro padre…

    —Si pero él os arrebato a mi madre ¿no es cierto? Lo que pasa que jamás pudisteis superarlo y optasteis por que alguien mas se manchara las manos, debió de ser un fiasco que os prometieran dejar a mi madre viva y que ella prefiriese la muerte a estar con vos.

    El tono de Alastor era alto en aquel silencio sepulcral, nadie oso susurrar siquiera. Igor estaba más nervioso.

    —¡Tonterías alteza! Jamás seria capaz de algo asi. ¡Jamás!

    Alastor sonrió.

    —Igor, Igor, Igor…si salieras mas de tu palacete y pasaras por la corte me hubieras visto por aquí siendo el consejero de Valisa, quizás podrías haberla avisado y seguir siendo un traidor, veras a la reina con un par de copas de vino especiado de mas y entre las sábanas, su lengua se aflojaba mas de la cuenta… No sabes la de noches que he oído, con todo lujo de detalles, el cómo traicionaste a mi familia, el como te prometió a mi madre y tu asco al escucharla preferir morir junto al hombre que amo que a seguir viva a tu lado.

    El noble ya no podía contener el pánico de haber sido descubierto.

    —¡Alastor piedad! Fui débil, me arrepentí nada mas hacerlo, debes creerme, estuve aquí cuando distes tus primeros pasos, en tus primeras palabras, me confundí…

    —¡TE…CONFUNDISTE! Traicionaste a tu mejor amigo, un casi hermano ¿y te confundiste? Pides piedad, ¿la misma que pediste para mis hermanas? ¿O incluso para mí?

    Alastor extendió la mano dejando al hombre suspendido en el aire rígido como un tablón, la cara desencajada en un rictus de dolor y terror. La ira del monarca aumentaba sentía el pulso en los oídos y cerro un poco los dedos, solo la primera falange como si su mano fuera una garra.
    El cuerpo de Igor estaba rojo, sofocándose sentía que la sangre literalmente ardía en sus venas las cuales se marcaban en su cuerpo, el dolor era insoportable, consciente del dolor que arrasaba su cuerpo y no cesaba.
    Los ojos esmeralda de Alastor se había oscurecido un poco, abrió la mano haciendo que Igor callera al suelo retorciéndose y gimoteando de dolor.

    —Igor Zelen te despojo de tus títulos y tus tierras. Guardias prendedlo, lleváoslo a la celda mas oscura que tengamos en las mazmorras, después id a sus tierras y traed a su familia, mientras decido sus destinos.

    Dos guardias uno de ellos un orco lo cargo al hombro ya que el hombre no se tenia en pie. Cuando salieron del salón de trono Alastor se volvió a su sitio y dio una palmada.

    —Siguiente punto del día…necesitare un nuevo ministro.
    (La ultima por hoy) El estandarte de su familia colgaba de nuevo en el frontispicio del castillo de Dariam, de todos los nobles que habían acudido, el solo había hecho llamar a uno explícitamente Igor de la casa Zelen. Cuando este entro todos los presentes guardaron silencio el hombre era bajito y regordete de aspecto afable, el pelo antaño azabache comenzaba escasear, había tenido una buena vida y ahora su frente perlaba de sudor, sus ojos pequeños y marrones miraban nerviosos a todos los presentes, pero sobre todo a Alastor. —Ma… Majestad que bueno tenerlo en el trono de nuevo…Nos a librado de Valisa y todos debemos de agradecérselo…permítame que mi casa y yo juremos lealtad a tan noble y justo soberano. —Igor viejo amigo…—Alastor se levanto del trono sonriendo. —ministro mayor del reino y un buen amigo de mis padres, ¿fuiste el padrino de bodas? Y estuviste en la presentación de mis hermanas, asi como de la mía propia. ¿Cuánto ha pasado? —28 años desde vuestro alumbramiento alteza. —El hombre se relajo bastante al ver que Alastor sonreía. — Ha pasado tiempo desde entonces mi señor. —Si la verdad ha pasado tiempo. —Le palmeo el hombro. —Espero que puedas ponerte de nuevo en tu cargo en los próximos días… El hombre asintió satisfecho y Alastor se dio la vuelta para dirigirse al trono, pero se detuvo y alzo un dedo. —Igor, dime una cosa…cuando Valisa ataco aquella noche ¿Dónde estabas? —Se dio la vuelta mirándolo. —Dado que tienes buena memoria no te costara recordarlo supongo. —¿Dis..culpe alteza? —Si, la noche que Valisa nos ataco segando la vida de toda mi familia... ¿Tu dónde estabas? Igor jugaba con el anillo de su dedo anular, obviamente incomodo y nervioso, gesto que no pasó desapercibido para Alastor. —Pues si no recuerdo mal, la noche del suceso me dirigía a mis tierras majestad. ¿A qué viene la pregunta? —Curiosidad… a tu tierras ¿Eso fue antes o después de retirar a los guardias del castillo y dejar la entrada libre a Valisa o presenciaste el asesinato de mi familia? —¡Majestad! ¿Cómo podéis decir eso? Era un gran amigo de vuestro padre… —Si pero él os arrebato a mi madre ¿no es cierto? Lo que pasa que jamás pudisteis superarlo y optasteis por que alguien mas se manchara las manos, debió de ser un fiasco que os prometieran dejar a mi madre viva y que ella prefiriese la muerte a estar con vos. El tono de Alastor era alto en aquel silencio sepulcral, nadie oso susurrar siquiera. Igor estaba más nervioso. —¡Tonterías alteza! Jamás seria capaz de algo asi. ¡Jamás! Alastor sonrió. —Igor, Igor, Igor…si salieras mas de tu palacete y pasaras por la corte me hubieras visto por aquí siendo el consejero de Valisa, quizás podrías haberla avisado y seguir siendo un traidor, veras a la reina con un par de copas de vino especiado de mas y entre las sábanas, su lengua se aflojaba mas de la cuenta… No sabes la de noches que he oído, con todo lujo de detalles, el cómo traicionaste a mi familia, el como te prometió a mi madre y tu asco al escucharla preferir morir junto al hombre que amo que a seguir viva a tu lado. El noble ya no podía contener el pánico de haber sido descubierto. —¡Alastor piedad! Fui débil, me arrepentí nada mas hacerlo, debes creerme, estuve aquí cuando distes tus primeros pasos, en tus primeras palabras, me confundí… —¡TE…CONFUNDISTE! Traicionaste a tu mejor amigo, un casi hermano ¿y te confundiste? Pides piedad, ¿la misma que pediste para mis hermanas? ¿O incluso para mí? Alastor extendió la mano dejando al hombre suspendido en el aire rígido como un tablón, la cara desencajada en un rictus de dolor y terror. La ira del monarca aumentaba sentía el pulso en los oídos y cerro un poco los dedos, solo la primera falange como si su mano fuera una garra. El cuerpo de Igor estaba rojo, sofocándose sentía que la sangre literalmente ardía en sus venas las cuales se marcaban en su cuerpo, el dolor era insoportable, consciente del dolor que arrasaba su cuerpo y no cesaba. Los ojos esmeralda de Alastor se había oscurecido un poco, abrió la mano haciendo que Igor callera al suelo retorciéndose y gimoteando de dolor. —Igor Zelen te despojo de tus títulos y tus tierras. Guardias prendedlo, lleváoslo a la celda mas oscura que tengamos en las mazmorras, después id a sus tierras y traed a su familia, mientras decido sus destinos. Dos guardias uno de ellos un orco lo cargo al hombro ya que el hombre no se tenia en pie. Cuando salieron del salón de trono Alastor se volvió a su sitio y dio una palmada. —Siguiente punto del día…necesitare un nuevo ministro.
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  • —Un antiguo proverbio japonés expresa que "Puede que solo necesites tu espada una vez en tu vida, pero es necesario que la lleves siempre" eso era algo que se explicaba muy bien en el código de honor de un alquimista, puesto que ellos nunca buscaban realizar el primer movimiento; estos seres ante la adversidad y las provocaciones siempre dejaban que la agresión fuese del lado contrario y nunca que proviniera de ellos. Uno de los profesores más cercanos a Alex le había enseñado esa lección hacia muchas décadas atrás.

    "Los humanos siempre tienden a torcer todo según su perspectiva; son seres llenos de odio, capaces de inventar mentiras y calumnias con tal de ser las víctimas de un cuento mal contado. Pueden apuñalarte por la espalda cuando menos lo esperes. Y aún así, aún con todo eso, un humano fue quien me salvó cuando estuve en el umbral entre la vida y la muerte; recuerda esta lección joven Alex, no todos los humanos son iguales, así como no todos los alquimistas somos lo que la gente dice que somos."

    Esas palabras retumbaban en el pecho del erudito cada que reflexionaba acerca de su viejo maestro y sus enseñanzas, quizá no era tan claro como el agua y hasta agregaba intrincados laberintos de razonamiento y lógica para poder llegar a una simple conclusión, aún así siempre sus lecciones dejaban pensando a un neófito Alex en aquellas épocas.


    Incluso ahora mientras el Maestro de las Artes Arcanas estaba luchando a muerte con un espadachín diestro con la espada, las palabras y la sabiduría de su antiguo profesor hacían eco en su corrompida alma. El segador acero de su contrario ensordecía los afilados sentidos amplificados del mutante, haciendo retroceder su postura de ataque. Ese mercenario había aprovechado muy bien el agotamiento y las heridas acumuladas del dañado Alquimista para hacerle frente en un estado deplorable.

    Los ojos serpentinos y amarillos del mutante no buscaban una excusa; su alma ardía de pura adrenalina y de respeto hacia su oponente; de cierta forma felicitando en silencio sepulcral e intimidante por haberlo llevado hasta esos extremos. Realmente iba a ser un combate a muerte sumamente emocionante. —
    —Un antiguo proverbio japonés expresa que "Puede que solo necesites tu espada una vez en tu vida, pero es necesario que la lleves siempre" eso era algo que se explicaba muy bien en el código de honor de un alquimista, puesto que ellos nunca buscaban realizar el primer movimiento; estos seres ante la adversidad y las provocaciones siempre dejaban que la agresión fuese del lado contrario y nunca que proviniera de ellos. Uno de los profesores más cercanos a Alex le había enseñado esa lección hacia muchas décadas atrás. "Los humanos siempre tienden a torcer todo según su perspectiva; son seres llenos de odio, capaces de inventar mentiras y calumnias con tal de ser las víctimas de un cuento mal contado. Pueden apuñalarte por la espalda cuando menos lo esperes. Y aún así, aún con todo eso, un humano fue quien me salvó cuando estuve en el umbral entre la vida y la muerte; recuerda esta lección joven Alex, no todos los humanos son iguales, así como no todos los alquimistas somos lo que la gente dice que somos." Esas palabras retumbaban en el pecho del erudito cada que reflexionaba acerca de su viejo maestro y sus enseñanzas, quizá no era tan claro como el agua y hasta agregaba intrincados laberintos de razonamiento y lógica para poder llegar a una simple conclusión, aún así siempre sus lecciones dejaban pensando a un neófito Alex en aquellas épocas. Incluso ahora mientras el Maestro de las Artes Arcanas estaba luchando a muerte con un espadachín diestro con la espada, las palabras y la sabiduría de su antiguo profesor hacían eco en su corrompida alma. El segador acero de su contrario ensordecía los afilados sentidos amplificados del mutante, haciendo retroceder su postura de ataque. Ese mercenario había aprovechado muy bien el agotamiento y las heridas acumuladas del dañado Alquimista para hacerle frente en un estado deplorable. Los ojos serpentinos y amarillos del mutante no buscaban una excusa; su alma ardía de pura adrenalina y de respeto hacia su oponente; de cierta forma felicitando en silencio sepulcral e intimidante por haberlo llevado hasta esos extremos. Realmente iba a ser un combate a muerte sumamente emocionante. —
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  • Música estruendosa resonó en sus orejas, frunció el ceño y atisbó el rostro del congénere de su universo por unos momentos. Mejillas rojas y un par de lágrimas deslizándose por ellas arraigaban el dolor de su perdida terrenal; la copa que sostenía tenía droga que un doncel arrojó a propósito en ella en un instante de decoro.

    La reemplazaron sin ton, ni son. De no ser por ese, que aparecía como una sombra halada, otro habría sido su destino. La barba se humedeció por el líquido cuando lo tragó de golpe. El doncel universal de turno se colgó de su brazo y se entretuvo con un hilo de su abrigo; el modista tuvo dificultad para la fábrica del disfraz. Un disfraz maldito como su suerte porque atraía la peor de las calañas.

    Apartó al doncel; entretuvo su atención ante las puertas de un verano incorrupto que se abría para él. Buscó someterse al ente de esos sueños que se abrían a su paso y calaban hondo, como una tierna tierra desnuda besada por la noche.

    Sesgó el pasar del tiempo. Acompañó al salvador, y al verse reflejado en el caleidoscopio que era ese espejo de baile que, con brío, bañaba cada esquina, regentó un espacio del patio, o eso quiso, de ser otro habría muerto pero con él haría el amor al compás de la confección de la tela, las alas, las perlas del tocado de su corona de lirios de plata.

    En la esquina y contra la belleza de una estatua viviente, un puñado de azules rosas, verbena azada y cloroformo como perfume de macizo oro y tafetán se abrió paso.

    Laberíntica música que tronaba en el timbre de sus mareas y sidéreos amores, beso el puente de la nariz del gallardo con un tierno beso de sus dedos.

    Un rosario colgaba de su cintura. Un denario circundaba su muñeca. Un escapulario pintado en su frente era el más acérrimo de sus bellezas venenosas pudientes.

    Ganimedes. Jacinto. Esporo. No hay otro como él ante el rigor de la faena del mañana.

    A él, sólo a él, aún entrenado para segar y cegar vidas, no había sido enseñado para triunfar ante la muerte de un ser querido. Un familiar, amante, novio, esposo, consorte, concubino, ningún ser, ninguna aparición, ningún todo, le había enseñado a partir la marea del dolor fuera de su ser.

    Fue su turno de besar los labios de sus dedos, unió dedos con dedos, pintó con el reguero del ojo de buey puesto en la bebida, una cincelada a la sinceridad de sus sueños.

    Reverenció al alba, captó la imagen, el sigilo en los ritos. Sintió que su cabeza daba vueltas, vueltas fortalecidas, entredichas, sólo ante el Adriano cosmos que atisbó en lo alto del firmamento.

    Las constelaciones se abrieron para él. Vislumbró elefantes rosas, purpúreos, verdes, magentas, amarillos, ardillas de cristales de colores pasteles, estuvo a punto de alcanzar el rigor mortis de una idea que punzaba en su interior, la idea del suicidio que rondaba en la simiente de sus corazones.

    Abrigó con las alas del disfraz a la aparición, esa que reapareció entre las vueltas que le otorgaba la droga mezclada con alcohol y cayó de rodillas como un emisario de cruzadas ante el dios de las abdicaciones, las abluciones. Precisaba el tiempo de su respiración, y, así, en cruza cánida perdió el conocimiento.

    Abandonado a la suerte, al mal, al bien, al Sol, a la Luna, a las estrellas. Perdió contra la mísera vida que le fue dada. Un clan de separaciones. Perdía contra sí mismo. Contra el alba pero sin darse cuenta, ganaba el universo.
    Música estruendosa resonó en sus orejas, frunció el ceño y atisbó el rostro del congénere de su universo por unos momentos. Mejillas rojas y un par de lágrimas deslizándose por ellas arraigaban el dolor de su perdida terrenal; la copa que sostenía tenía droga que un doncel arrojó a propósito en ella en un instante de decoro. La reemplazaron sin ton, ni son. De no ser por ese, que aparecía como una sombra halada, otro habría sido su destino. La barba se humedeció por el líquido cuando lo tragó de golpe. El doncel universal de turno se colgó de su brazo y se entretuvo con un hilo de su abrigo; el modista tuvo dificultad para la fábrica del disfraz. Un disfraz maldito como su suerte porque atraía la peor de las calañas. Apartó al doncel; entretuvo su atención ante las puertas de un verano incorrupto que se abría para él. Buscó someterse al ente de esos sueños que se abrían a su paso y calaban hondo, como una tierna tierra desnuda besada por la noche. Sesgó el pasar del tiempo. Acompañó al salvador, y al verse reflejado en el caleidoscopio que era ese espejo de baile que, con brío, bañaba cada esquina, regentó un espacio del patio, o eso quiso, de ser otro habría muerto pero con él haría el amor al compás de la confección de la tela, las alas, las perlas del tocado de su corona de lirios de plata. En la esquina y contra la belleza de una estatua viviente, un puñado de azules rosas, verbena azada y cloroformo como perfume de macizo oro y tafetán se abrió paso. Laberíntica música que tronaba en el timbre de sus mareas y sidéreos amores, beso el puente de la nariz del gallardo con un tierno beso de sus dedos. Un rosario colgaba de su cintura. Un denario circundaba su muñeca. Un escapulario pintado en su frente era el más acérrimo de sus bellezas venenosas pudientes. Ganimedes. Jacinto. Esporo. No hay otro como él ante el rigor de la faena del mañana. A él, sólo a él, aún entrenado para segar y cegar vidas, no había sido enseñado para triunfar ante la muerte de un ser querido. Un familiar, amante, novio, esposo, consorte, concubino, ningún ser, ninguna aparición, ningún todo, le había enseñado a partir la marea del dolor fuera de su ser. Fue su turno de besar los labios de sus dedos, unió dedos con dedos, pintó con el reguero del ojo de buey puesto en la bebida, una cincelada a la sinceridad de sus sueños. Reverenció al alba, captó la imagen, el sigilo en los ritos. Sintió que su cabeza daba vueltas, vueltas fortalecidas, entredichas, sólo ante el Adriano cosmos que atisbó en lo alto del firmamento. Las constelaciones se abrieron para él. Vislumbró elefantes rosas, purpúreos, verdes, magentas, amarillos, ardillas de cristales de colores pasteles, estuvo a punto de alcanzar el rigor mortis de una idea que punzaba en su interior, la idea del suicidio que rondaba en la simiente de sus corazones. Abrigó con las alas del disfraz a la aparición, esa que reapareció entre las vueltas que le otorgaba la droga mezclada con alcohol y cayó de rodillas como un emisario de cruzadas ante el dios de las abdicaciones, las abluciones. Precisaba el tiempo de su respiración, y, así, en cruza cánida perdió el conocimiento. Abandonado a la suerte, al mal, al bien, al Sol, a la Luna, a las estrellas. Perdió contra la mísera vida que le fue dada. Un clan de separaciones. Perdía contra sí mismo. Contra el alba pero sin darse cuenta, ganaba el universo.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    || Saben, he estado pensando. Cuanta gente del fandom de Sonic/SEGA realmente esta en este sitio? Mas alla de Sonic, Knuckles y los dos Shadow, no he visto mucha actividad del fandom. A lo mejor deberia hacer una fanpage para buscar gente...?

    #STH #SONICTHEHEDGEHOG
    || Saben, he estado pensando. Cuanta gente del fandom de Sonic/SEGA realmente esta en este sitio? Mas alla de Sonic, Knuckles y los dos Shadow, no he visto mucha actividad del fandom. A lo mejor deberia hacer una fanpage para buscar gente...? :STK-24: #STH #SONICTHEHEDGEHOG
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  • - ¿Así que eres tú quien me llamo a este lugar? -

    Le miró con una sega alsada manteniéndome cerca de la mesa que tenía varios tragos de la misma bebida.

    Extiendo una mano al frente de mi donde había un asiento vacío, en una invitación silenciosa ha que se sentará.

    Una vez lo hizo tome una de las bebidas y de un solo trago dejé que se deslizará por mi garganta dejando una sensación de cálides y ardor hasta llegar a mi estómago.

    - ¿Entonces que es lo que quieres? Nadie me busca solo para hablar -

    Le dijo aún con el vaso en la mano antes de dejar mi cabeza sobre el dorso de mi otra mano. Tomando una postura perezosa.

    Dejo el basó en la meza y dejo mi cuerpo deslizarse hasta quedarme recostada sobre la mesa con la mirada fija en quien tenía enfrente.

    - Te advierto que mis servicios no son... económicos y también que no haré nada hasta que me pagues primero -

    El ambiente a mi alrededor era frío y denso, se sentía tan pesado que generaba una presión desagradable en el pecho.

    - Aún que te garantizo calidad en lo que pidas. Puedes pedir lo que gustes ¿Quieres sexo? Puedo acostarme contigo o buscar a quien tú quieras ¿Dinero? Solo dime cuánto y te lo daré, claro que cobro extra como comisión ¿Matar a alguien? Solo dime su nombre y yo personalmente te pondré su cabeza sobre una bandeja de plata ¿Algún artilugio raro? ¿En vuelto como regalo o sin envoltorio? -

    Suelto una pequeña risa por lo ultimo antes que mi mirada sea más intensa, el instituto asesino que reprimía se libera como si fuera una serpiente venenosa que se deslizará a mi alrededor, reflejándose en mi mirada el brillo de astucia retorcida de esa misma serpiente.

    - Pide lo que gustes y yo te lo dare -

    #oc #original #historia #18
    - ¿Así que eres tú quien me llamo a este lugar? - Le miró con una sega alsada manteniéndome cerca de la mesa que tenía varios tragos de la misma bebida. Extiendo una mano al frente de mi donde había un asiento vacío, en una invitación silenciosa ha que se sentará. Una vez lo hizo tome una de las bebidas y de un solo trago dejé que se deslizará por mi garganta dejando una sensación de cálides y ardor hasta llegar a mi estómago. - ¿Entonces que es lo que quieres? Nadie me busca solo para hablar - Le dijo aún con el vaso en la mano antes de dejar mi cabeza sobre el dorso de mi otra mano. Tomando una postura perezosa. Dejo el basó en la meza y dejo mi cuerpo deslizarse hasta quedarme recostada sobre la mesa con la mirada fija en quien tenía enfrente. - Te advierto que mis servicios no son... económicos y también que no haré nada hasta que me pagues primero - El ambiente a mi alrededor era frío y denso, se sentía tan pesado que generaba una presión desagradable en el pecho. - Aún que te garantizo calidad en lo que pidas. Puedes pedir lo que gustes ¿Quieres sexo? Puedo acostarme contigo o buscar a quien tú quieras ¿Dinero? Solo dime cuánto y te lo daré, claro que cobro extra como comisión ¿Matar a alguien? Solo dime su nombre y yo personalmente te pondré su cabeza sobre una bandeja de plata ¿Algún artilugio raro? ¿En vuelto como regalo o sin envoltorio? - Suelto una pequeña risa por lo ultimo antes que mi mirada sea más intensa, el instituto asesino que reprimía se libera como si fuera una serpiente venenosa que se deslizará a mi alrededor, reflejándose en mi mirada el brillo de astucia retorcida de esa misma serpiente. - Pide lo que gustes y yo te lo dare - #oc #original #historia #18
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  • Raziel Segador de almas

    Tras ser traicionado y condenado a una eternidad de sufrimiento, Raziel renació una ultima vez, en esta ocasión como un ser que no es espectro ni vampiro, mucho menos humano, Raziel despertó en el abismo del Dios antiguo como algo único y gracias a ello adquirió habilidades tan extraordinarias como temibles.
    Ya no tiene las debilidades propias de los vampiros, su poder se incremento muchísimo y ademas cuánta con la habilidad de transportarse al reino espiritual. Pero lo más peligroso de este ser es su espada simbiótica, la Soul Reaver, el arma más poderosa de todas. Está poderosa espada flamberge es un arma espiral que puede acabar con cualquier ser vivo devorando su alma al contacto, por lo que gracias a ella Raziel es invencible, o eso podría parecer, la devoradora de almas es muchísimo más poderosa que Raziel, por lo que, si no tiene cuidado, la espada podria dirigir su hambre contra el propio Raziel, por lo que prefiere no utilizarla a menos que sea un caso extremo.
    Por otra parte pese a no tener debilidades físicas, Raziel tampoco cuenta con algún tipo de inmunidad, por lo que su cuerpo puede ser destruido, pero su alma siempre podrá regresar si se cumplen las condiciones.
    La actitud diplomática de Raziel ya no está presente, prefiere matar y luego buscar las respuestas por si mismo, aún así pude trabajar con otros siempre y cuando lo lleven más cerca de su venganza. Pero eso sí, tratar con él es muy difícil y siempre desconfia de todos.
    Raziel Segador de almas Tras ser traicionado y condenado a una eternidad de sufrimiento, Raziel renació una ultima vez, en esta ocasión como un ser que no es espectro ni vampiro, mucho menos humano, Raziel despertó en el abismo del Dios antiguo como algo único y gracias a ello adquirió habilidades tan extraordinarias como temibles. Ya no tiene las debilidades propias de los vampiros, su poder se incremento muchísimo y ademas cuánta con la habilidad de transportarse al reino espiritual. Pero lo más peligroso de este ser es su espada simbiótica, la Soul Reaver, el arma más poderosa de todas. Está poderosa espada flamberge es un arma espiral que puede acabar con cualquier ser vivo devorando su alma al contacto, por lo que gracias a ella Raziel es invencible, o eso podría parecer, la devoradora de almas es muchísimo más poderosa que Raziel, por lo que, si no tiene cuidado, la espada podria dirigir su hambre contra el propio Raziel, por lo que prefiere no utilizarla a menos que sea un caso extremo. Por otra parte pese a no tener debilidades físicas, Raziel tampoco cuenta con algún tipo de inmunidad, por lo que su cuerpo puede ser destruido, pero su alma siempre podrá regresar si se cumplen las condiciones. La actitud diplomática de Raziel ya no está presente, prefiere matar y luego buscar las respuestas por si mismo, aún así pude trabajar con otros siempre y cuando lo lleven más cerca de su venganza. Pero eso sí, tratar con él es muy difícil y siempre desconfia de todos.
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  • La segadora de almas en su modo espectral, o mejor conocida como Soul Reaver, es el arma más poderosa, ningún ser vivo o espectral puede combatir contra ella, quienes lo han intentado terminan deborados por esta arma, y de ellos no quedan ni siquiera sus huesos o alma.

    Esta arma es la peor pesadilla del Dios antiguo o "rueda de la vida".

    Raziel es invencible con esta arma, la cual es una sola con él, pero también es muy peligrosa para su usuario, si la usa de modo desmedido, la devoradora puede dirigir su hambre contra él, por lo cual procura solo utilizarla en situaciones realmente peligrosas.
    La segadora de almas en su modo espectral, o mejor conocida como Soul Reaver, es el arma más poderosa, ningún ser vivo o espectral puede combatir contra ella, quienes lo han intentado terminan deborados por esta arma, y de ellos no quedan ni siquiera sus huesos o alma. Esta arma es la peor pesadilla del Dios antiguo o "rueda de la vida". Raziel es invencible con esta arma, la cual es una sola con él, pero también es muy peligrosa para su usuario, si la usa de modo desmedido, la devoradora puede dirigir su hambre contra él, por lo cual procura solo utilizarla en situaciones realmente peligrosas.
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