• "El hombre del árbol"

    (Perspectiva de Cillian)

    — Hay algo en la lluvia que me recuerda al principio.

    Cuando el universo aún no sabía que podía morir, ya existía el sonido de la caída.
    Es lo más cercano a mí que la vida puede producir: el suspiro de algo que deja de ser para transformarse.

    Fumo por costumbre, no por necesidad. El humo me enseña cómo se disuelve la existencia.
    Cada bocanada es un alma que exhala. Cada chispa, un final diminuto.

    Apoyo mi espalda contra el árbol. Lo conozco.
    Ha muerto tres veces. Ha nacido cuatro. Y todavía guarda en su savia la memoria de los cuerpos que descansan bajo sus raíces.

    Entonces lo siento.
    Una presencia leve, temblorosa, curiosa.
    Un hombre camina por el parque, y sin saberlo, me ve.

    No es la primera vez que alguien me mira. Pero cada mirada es distinta.

    Algunos me ven como un monstruo.
    Otros como un ángel.
    Otros, simplemente, no me ven.

    Pero él…
    Él me reconoce, aunque no sepa cómo.

    Lo miro.
    Y en su interior, algo se quiebra: una fibra mínima, invisible, la cuerda que lo ata a la negación del fin.

    Lo veo todo en él.
    Su infancia, su primera herida, su último sueño.
    Veo la forma que tendrá su muerte: tranquila, tibia, bajo un sol que aún no ha nacido.

    No lo toco.
    No lo llamo.

    No es su momento.

    Pero me quedo un instante más, observando cómo el miedo y la comprensión bailan dentro de sus ojos.
    Esa mezcla sagrada que solo los mortales pueden sentir: el terror ante la nada y el deseo imposible de seguir existiendo.

    El cigarro se apaga entre mis dedos.
    La brasa muere.

    Yo también sonrío.

    No por crueldad.
    Por ternura.

    Porque en él, en su respiración entrecortada, en el temblor de su alma, recuerdo algo que no debería recordar:

    lo que se siente estar vivo.

    Doy un paso atrás.
    La niebla me envuelve, y desaparezco del lugar que nunca fue mío.

    Lo dejaré ir.
    Por ahora.

    Hay muchos nombres antes que el suyo…

    Pero cuando el tiempo lo reclame,
    cuando su cuerpo y su alma se cansen de fingir eternidad, volveré a buscarlo.

    Y entonces, él entenderá.
    Que nunca fue perseguido.
    Que siempre fue acompañado.

    Porque yo no sigo a los vivos.

    Los espero.
    "El hombre del árbol" (Perspectiva de Cillian) — Hay algo en la lluvia que me recuerda al principio. Cuando el universo aún no sabía que podía morir, ya existía el sonido de la caída. Es lo más cercano a mí que la vida puede producir: el suspiro de algo que deja de ser para transformarse. Fumo por costumbre, no por necesidad. El humo me enseña cómo se disuelve la existencia. Cada bocanada es un alma que exhala. Cada chispa, un final diminuto. Apoyo mi espalda contra el árbol. Lo conozco. Ha muerto tres veces. Ha nacido cuatro. Y todavía guarda en su savia la memoria de los cuerpos que descansan bajo sus raíces. Entonces lo siento. Una presencia leve, temblorosa, curiosa. Un hombre camina por el parque, y sin saberlo, me ve. No es la primera vez que alguien me mira. Pero cada mirada es distinta. Algunos me ven como un monstruo. Otros como un ángel. Otros, simplemente, no me ven. Pero él… Él me reconoce, aunque no sepa cómo. Lo miro. Y en su interior, algo se quiebra: una fibra mínima, invisible, la cuerda que lo ata a la negación del fin. Lo veo todo en él. Su infancia, su primera herida, su último sueño. Veo la forma que tendrá su muerte: tranquila, tibia, bajo un sol que aún no ha nacido. No lo toco. No lo llamo. No es su momento. Pero me quedo un instante más, observando cómo el miedo y la comprensión bailan dentro de sus ojos. Esa mezcla sagrada que solo los mortales pueden sentir: el terror ante la nada y el deseo imposible de seguir existiendo. El cigarro se apaga entre mis dedos. La brasa muere. Yo también sonrío. No por crueldad. Por ternura. Porque en él, en su respiración entrecortada, en el temblor de su alma, recuerdo algo que no debería recordar: lo que se siente estar vivo. Doy un paso atrás. La niebla me envuelve, y desaparezco del lugar que nunca fue mío. Lo dejaré ir. Por ahora. Hay muchos nombres antes que el suyo… Pero cuando el tiempo lo reclame, cuando su cuerpo y su alma se cansen de fingir eternidad, volveré a buscarlo. Y entonces, él entenderá. Que nunca fue perseguido. Que siempre fue acompañado. Porque yo no sigo a los vivos. Los espero.
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  • Crónicas del Olvido — Capítulo III: El Templo del Agua y el Primer Emisario

    Tras la purificación del Templo de Ceniza, el grupo se dirige hacia las ruinas sumergidas de Nymar, donde se encuentra el Templo del Agua, ahora hundido bajo un lago corrompido por la magia oscura. Elen siente una conexión profunda con este lugar: su linaje druídico proviene de las guardianas del agua, y su magia comienza a reaccionar incluso antes de llegar.

    Pero el lago no está vacío. Criaturas líquidas, deformadas por la corrupción, acechan bajo la superficie. El grupo debe descender con cuidado, usando una combinación de magia de aire y raíces para crear una burbuja de protección.

    Dentro del templo, Elen comienza a recordar fragmentos de su infancia: cantos antiguos, rituales de purificación, y una voz que le hablaba desde el agua. Al tocar el altar central, una corriente de energía la envuelve. No es agresiva. Es ancestral.

    Elen entra en trance. Ve a Lidica, no como guerrera, sino como protectora. La visión le revela que el agua no solo limpia… también guarda. Y que el fragmento del Amuleto aquí presente está sellado por una memoria que solo puede ser liberada por alguien que no busca poder, sino equilibrio.
    Elen despierta. Y el fragmento se libera.

    Pero el templo tiembla. Desde las profundidades del lago emerge una figura encapuchada: el Emisario del Vacío, un sirviente directo del Señor de las Sombras. Su cuerpo está formado por agua oscura, y su magia no tiene forma: distorsiona el entorno, altera la percepción, y convierte los recuerdos en armas.
    • Kael comienza a ver visiones de Yukine muriendo una y otra vez.
    • Sira se paraliza al ver a Lidica traicionándola.
    • Tharos pierde el control, incendiando parte del templo.
    • Elen, con el fragmento recién despertado, canaliza una onda de purificación que estabiliza el grupo.

    La batalla es caótica. El Emisario se mueve como líquido, atacando desde todas direcciones. Pero Kael, guiado por el fragmento, logra conjurar un hechizo de “Anclaje de Realidad”, que fija la percepción del grupo y permite que Sira lo atraviese con una ráfaga de viento cortante.

    El Emisario se disuelve. Pero no sin dejar una advertencia:

    “El Señor ya se ha levantado. Y ustedes… llegarán tarde.”

    Crónicas del Olvido — Capítulo III: El Templo del Agua y el Primer Emisario Tras la purificación del Templo de Ceniza, el grupo se dirige hacia las ruinas sumergidas de Nymar, donde se encuentra el Templo del Agua, ahora hundido bajo un lago corrompido por la magia oscura. Elen siente una conexión profunda con este lugar: su linaje druídico proviene de las guardianas del agua, y su magia comienza a reaccionar incluso antes de llegar. Pero el lago no está vacío. Criaturas líquidas, deformadas por la corrupción, acechan bajo la superficie. El grupo debe descender con cuidado, usando una combinación de magia de aire y raíces para crear una burbuja de protección. Dentro del templo, Elen comienza a recordar fragmentos de su infancia: cantos antiguos, rituales de purificación, y una voz que le hablaba desde el agua. Al tocar el altar central, una corriente de energía la envuelve. No es agresiva. Es ancestral. Elen entra en trance. Ve a Lidica, no como guerrera, sino como protectora. La visión le revela que el agua no solo limpia… también guarda. Y que el fragmento del Amuleto aquí presente está sellado por una memoria que solo puede ser liberada por alguien que no busca poder, sino equilibrio. Elen despierta. Y el fragmento se libera. Pero el templo tiembla. Desde las profundidades del lago emerge una figura encapuchada: el Emisario del Vacío, un sirviente directo del Señor de las Sombras. Su cuerpo está formado por agua oscura, y su magia no tiene forma: distorsiona el entorno, altera la percepción, y convierte los recuerdos en armas. • Kael comienza a ver visiones de Yukine muriendo una y otra vez. • Sira se paraliza al ver a Lidica traicionándola. • Tharos pierde el control, incendiando parte del templo. • Elen, con el fragmento recién despertado, canaliza una onda de purificación que estabiliza el grupo. La batalla es caótica. El Emisario se mueve como líquido, atacando desde todas direcciones. Pero Kael, guiado por el fragmento, logra conjurar un hechizo de “Anclaje de Realidad”, que fija la percepción del grupo y permite que Sira lo atraviese con una ráfaga de viento cortante. El Emisario se disuelve. Pero no sin dejar una advertencia: “El Señor ya se ha levantado. Y ustedes… llegarán tarde.”
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  • “Cicatrices heredadas”

    El cielo se desangraba sobre el horizonte.
    El atardecer parecía burlarse de mí, tiñendo el mundo con esos tonos cálidos que jamás sentí en la piel.
    Estaba sentada sobre una vieja cerca, las botas colgando, el metal frío contra mis manos.
    Y por primera vez en mucho tiempo, no sabía quién era.

    Toda mi vida había creído que los Carson me habían salvado.
    Que me encontraron sola, abandonada, y me ofrecieron una familia.
    Pero la verdad… la verdad era un veneno que aún no terminaba de tragar.

    Fui adoptada, sí.
    Pero no por compasión.
    Fui moldeada, quebrada, usada.
    Convertida en el arma que necesitaban, en la ejecutora silenciosa que obedecía sin dudar.
    Y cada golpe, cada castigo, cada orden cumplida con sangre, fue un paso más lejos de la niña que una vez fui.

    No recordaba sus rostros —los de mis verdaderos padres— hasta que Darkus pronunció esas palabras.
    Su voz fue el filo que cortó las cuerdas de mi mente.
    Y las memorias regresaron como un aluvión.

    El olor del bosque.
    Las risas.
    Mi madre con su cabello oscuro, su piel iluminada por la luna.
    Mi padre tomándome en brazos, prometiendo que me protegería.
    Luego… fuego.
    Aullidos.
    La manada.
    El miedo.
    La sangre.

    Ellos no murieron por accidente.
    Fueron cazados por su propia gente.
    Mi madre, una loba que amó a un humano.
    Mi padre, el humano que se atrevió a devolverle ese amor.
    Y yo, la hija de ambos… el error que debía ser borrado.

    Los Carson no me salvaron.
    Me encontraron entre las cenizas y vieron en mí un proyecto.
    Una criatura rota, fácil de rehacer.
    Así que me arrancaron el nombre, la historia, la ternura.
    Me enseñaron a obedecer.
    A no sentir.
    A matar con precisión.
    Y yo lo hice.
    Porque creí que eso era amor.

    El aire de la tarde quemaba en mis pulmones.
    No sabía si llorar o reír.
    Todo en mí dolía: los huesos, la memoria, el alma.
    Pero entre todo ese dolor, algo empezó a despertar.
    Un fuego que no provenía del odio, sino de la verdad.

    No soy su creación.
    No soy su soldado.
    Soy la hija de la luna y la sangre.
    Y aunque me arrancaron la infancia, no pudieron borrar mi naturaleza.

    Los Carson me convirtieron en un arma…
    Pero olvidaron una cosa.
    Las armas también pueden apuntar hacia atrás.

    Miré el horizonte una última vez.
    El sol moría, y yo nacía de nuevo.
    Ya no era la niña que pedía ser amada.
    Era la sombra que aprendió a amar su propio fuego.

    Y esta vez, nadie iba a controlarlo.


    ---
    “Cicatrices heredadas” El cielo se desangraba sobre el horizonte. El atardecer parecía burlarse de mí, tiñendo el mundo con esos tonos cálidos que jamás sentí en la piel. Estaba sentada sobre una vieja cerca, las botas colgando, el metal frío contra mis manos. Y por primera vez en mucho tiempo, no sabía quién era. Toda mi vida había creído que los Carson me habían salvado. Que me encontraron sola, abandonada, y me ofrecieron una familia. Pero la verdad… la verdad era un veneno que aún no terminaba de tragar. Fui adoptada, sí. Pero no por compasión. Fui moldeada, quebrada, usada. Convertida en el arma que necesitaban, en la ejecutora silenciosa que obedecía sin dudar. Y cada golpe, cada castigo, cada orden cumplida con sangre, fue un paso más lejos de la niña que una vez fui. No recordaba sus rostros —los de mis verdaderos padres— hasta que Darkus pronunció esas palabras. Su voz fue el filo que cortó las cuerdas de mi mente. Y las memorias regresaron como un aluvión. El olor del bosque. Las risas. Mi madre con su cabello oscuro, su piel iluminada por la luna. Mi padre tomándome en brazos, prometiendo que me protegería. Luego… fuego. Aullidos. La manada. El miedo. La sangre. Ellos no murieron por accidente. Fueron cazados por su propia gente. Mi madre, una loba que amó a un humano. Mi padre, el humano que se atrevió a devolverle ese amor. Y yo, la hija de ambos… el error que debía ser borrado. Los Carson no me salvaron. Me encontraron entre las cenizas y vieron en mí un proyecto. Una criatura rota, fácil de rehacer. Así que me arrancaron el nombre, la historia, la ternura. Me enseñaron a obedecer. A no sentir. A matar con precisión. Y yo lo hice. Porque creí que eso era amor. El aire de la tarde quemaba en mis pulmones. No sabía si llorar o reír. Todo en mí dolía: los huesos, la memoria, el alma. Pero entre todo ese dolor, algo empezó a despertar. Un fuego que no provenía del odio, sino de la verdad. No soy su creación. No soy su soldado. Soy la hija de la luna y la sangre. Y aunque me arrancaron la infancia, no pudieron borrar mi naturaleza. Los Carson me convirtieron en un arma… Pero olvidaron una cosa. Las armas también pueden apuntar hacia atrás. Miré el horizonte una última vez. El sol moría, y yo nacía de nuevo. Ya no era la niña que pedía ser amada. Era la sombra que aprendió a amar su propio fuego. Y esta vez, nadie iba a controlarlo. ---
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    MEMORIAS.

    OFF: Recuerdan el momento en que todo inició?, no hablo del origen de la tierra, tampoco sobre la evolución propiamente.

    Hablo por supuesto del origen de las ideas; del instante en que pasamos de los juegos infantiles que cada uno tuvo en su infancia, para muchas niñas, jugar con muñecas, y para los varones el jugar a los super heroes, o ser caballeros, etc.
    Esos instantes en que la imaginación era nuestro recurso mas valioso, donde podiamos ser todo lo que quisieramos, no existía límite alguno.

    Las peleas podrian surgir en ocasiones, pues como todo niño (a) deseaba participar y ser parte de algo bonito, formar asi una hermosa historia en un mundo de fantasía.

    Con el tiempo, muchos fueron superando esas etapas de la vida, sin embargo muy en el fondo no dejamos de ser ese niño que jugaba y soñaba con un mundo mejor.
    Muchas circunstancias externas suelen deprimirnos, pero no dejamos de creer. Muchos tambien recurrieron a un mundo de fantasía donde podremos ser lo que en nuestra niñez siempre quisimos ser.
    Aprendimos que la imaginacion es un motor de esperanza que une no solo letras, sino tambien corazones.

    Muchos llegamos de otras plataformas donde no dejamos de escribir, de aumentar nuestro acervo cultural por medio de bellas y fantasticas historias.

    Mi único propósito es seguir compartiendo con todos aquellos que deseen mis historias, mis sueños, y de algun modo dejar tambien mis propias enseñanzas y experiencias. Buenos o malos momentos, lo mas importante es la compañía. Muchas gracias a todos aquellos que hacen posible que exista este sitio y tambien los que no dejan que acabe.

    Muchos lo llaman pasatiempo, otros tienen sus vidas hechas o estan en proceso y se van alejando para dedicarse a un nuevo propósito.
    Solo les pido que nunca dejen de compartir y aun mas, les deseo prosperidad.

    Muchas gracias a todos y espero sigamos juntos en estas historias leyendas personales.

    On: Daozhang Xiao Xingchen.
    MEMORIAS. OFF: Recuerdan el momento en que todo inició?, no hablo del origen de la tierra, tampoco sobre la evolución propiamente. Hablo por supuesto del origen de las ideas; del instante en que pasamos de los juegos infantiles que cada uno tuvo en su infancia, para muchas niñas, jugar con muñecas, y para los varones el jugar a los super heroes, o ser caballeros, etc. Esos instantes en que la imaginación era nuestro recurso mas valioso, donde podiamos ser todo lo que quisieramos, no existía límite alguno. Las peleas podrian surgir en ocasiones, pues como todo niño (a) deseaba participar y ser parte de algo bonito, formar asi una hermosa historia en un mundo de fantasía. Con el tiempo, muchos fueron superando esas etapas de la vida, sin embargo muy en el fondo no dejamos de ser ese niño que jugaba y soñaba con un mundo mejor. Muchas circunstancias externas suelen deprimirnos, pero no dejamos de creer. Muchos tambien recurrieron a un mundo de fantasía donde podremos ser lo que en nuestra niñez siempre quisimos ser. Aprendimos que la imaginacion es un motor de esperanza que une no solo letras, sino tambien corazones. Muchos llegamos de otras plataformas donde no dejamos de escribir, de aumentar nuestro acervo cultural por medio de bellas y fantasticas historias. Mi único propósito es seguir compartiendo con todos aquellos que deseen mis historias, mis sueños, y de algun modo dejar tambien mis propias enseñanzas y experiencias. Buenos o malos momentos, lo mas importante es la compañía. Muchas gracias a todos aquellos que hacen posible que exista este sitio y tambien los que no dejan que acabe. Muchos lo llaman pasatiempo, otros tienen sus vidas hechas o estan en proceso y se van alejando para dedicarse a un nuevo propósito. Solo les pido que nunca dejen de compartir y aun mas, les deseo prosperidad. Muchas gracias a todos y espero sigamos juntos en estas historias leyendas personales. On: Daozhang Xiao Xingchen.
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  • 𝐉𝐀𝐍𝐄 𝐅𝐑𝐀𝐘
    𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐚𝐜𝐭𝐮𝐚𝐥𝐢𝐝𝐚𝐝

    Forzó una sonrisa, la más cálida que sus labios consiguieron dibujar. Jane Fray no se perdonaría si le arruinaba el viaje con una sonrisa amarga en el rostro, los ojos enrojecidos e hinchados como los de un sapo melancólico en su estanque solitario. Un nudo se le formó en el estómago.

    Para Lucie, la repentina noticia de la mudanza de su ciudad natal a una mucho más grande y lejana había sacudido los cimientos de la vida que había construido en Beak Valley. Sabía lo doloroso que le resultó a Lucie desprenderse de sus raíces, lo mejor que podía hacer era estar ahí: apoyarla, estar en el momento en que se despedía de la ciudad que la vio crecer. Despedirla en la estación con una sonrisa.

    Jane levantó la mano y la sacudió con energía hacia Lucie; la chica alegre de cabello negro cuya mitad del cuerpo se asomaba por la ventana del tren, el cual comenzaba a moverse perezoso por las vías. Un par de hojas secas se levantaron de la gravilla, remolinaron en aire cuando el tren desapreció a la distancia, llevándose no solo a su mejor amiga de la infancia, sino a quién también se convirtió en una hermana.

    El andén poco a poco comenzó a vaciarse, pero Jane permaneció inmóvil, conteniendo las emociones agridulces que la invadieron.

    No le gustaban las despedidas. Ni siquiera cuando se trataba de la interpretación de un papel. Representarlas le traía recuerdos y este, en particular, había removido algunas fibras sensibles en su interior. Por suerte para Jane y para Afro, el precioso Golden retriever que la acompañaba acudió a su recate; su héroe peludo le olisqueó las puntas de los dedos, dándole los ánimos suficientes para diluir esa sensación.

    Jane arqueó una ceja en su dirección y esbozó una amplia sonrisa.

    ────Este lugar no será lo mismo sin ella, ¿verdad?

    Jane se sentó en cuclillas, quedando a la altura del perrito. Este, sentándose sobre sus patas, ladeó la cabeza y la observó con curiosidad.

    ────¿Sabes qué es lo peor de las despedidas? Dentro de ti te sientes divido; una parte de ti desearía poder decir "quédate" y la otra sabe que llegó el momento de soltar… y, aun así, se alegra de ver cómo esa persona a la que quieres vuela y extiende sus alas. A pesar del hueco que deja su ausencia, aún quedan los recuerdos de los buenos momentos compartidos.

    La vez que ambas desafinamos en la obra de Navidad... o cuando una hizo el examen de la otra y, milagrosamente, sacamos una buena nota. Eso... siempre prevalecerá. Y esos son tesoros que nadie nos puede quitar.

    Jane rascó el cuello del animalito y esos ojitos alegres le contagiaron parte de su entusiasmo.

    ────¿Qué te parece si vamos a dar un último paseo antes de volver a casa?

    Él sacudió la colita de un lado al otro, a lo que Jane interpretó, era una clara señal contundente de aprobación.

    ────¡Buen chico! ──dijo, revolviendo con cariño sus largas orejas.

    No se movió en seguida, permaneció quieta en su sitio. Inspiró tranquila, dejando que el aire llenara su pecho. Unos segundos más… solo un poco más antes de…

    ────Corte. ¡Eso quedó fantástico! Vayamos a un descanso.

    Soltó un suspiro y Jane salió de ella. Regresó a la realidad, al andén rodeado de luces y cámaras, donde no existía Beak Valley, pero sí una estación de tren construida al lado de una cafetería con el mejor Pumpkin Spice Latte que había probado en su vida y que en temporada de otoño sacaban la famosa “Tarta Otoñal”, hecha de manzana roja y miel que siempre invitaba a los clientes a volver por una rebana.

    Ahora era Afro otra vez. Y el perrito, cuyo nombre real era Charlie y era un Golden retriever de lo más adorable, se acercó a ella para darle un cabezazo amistoso debajo de la barbilla, exigiendo mimitos y ella, por supuesto, no iba a negárselos. Afro rio, lo envolvió en un abrazo y hundió sus dedos en su suave pelaje dorado, mientras lo llenaba de cumplidos. Porque, claro, Charlie se los merecía todos.

    ────¿Quién es la verdadera super estrella del set? Pues tú, pues tú, claro que sí.

    ¿A qué no era el mejor actor de todo el set?

    Y entre mimos y cumplidos, la sonrisa en su rostro tenía un ligero sabor avinagrado. Una pequeña astilla había quedado incrustada en su pecho por lo que acababa de interpretar. No pertenecía a Jane, sino a ella.

    Era curioso… como actriz, contaba historias a través de sus gestos, sus palabras, el movimiento de su cuerpo. Pero, a veces, esas mismas historias revelaban pequeños fragmentos de su historia personal. Interpretar en el escenario no era solo actuar: también era exponerse bajo la luz critica de un reflector y revivir, sanar o incluso, abrir heridas que se creían olvidadas.

    Ese día, Jane Fray había sido su espejo: le mostró el reflejo de viejas despedidas en las que, curiosamente, ocupó un lugar similar a Jane quién veía partir a su propia “hermana elegida”. Y, aunque no lo dijera abiertamente en ese momento, Afro sabía que Jane tenía razón; a pesar de los huecos que dejaban despedirte de tus seres queridos, los recuerdos de lo compartido siempre estarían ahí y valen la pena ser atesorados.

    Ella recordaba a su familia de Dardania.
    𝐉𝐀𝐍𝐄 𝐅𝐑𝐀𝐘 🍃 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐚𝐜𝐭𝐮𝐚𝐥𝐢𝐝𝐚𝐝 Forzó una sonrisa, la más cálida que sus labios consiguieron dibujar. Jane Fray no se perdonaría si le arruinaba el viaje con una sonrisa amarga en el rostro, los ojos enrojecidos e hinchados como los de un sapo melancólico en su estanque solitario. Un nudo se le formó en el estómago. Para Lucie, la repentina noticia de la mudanza de su ciudad natal a una mucho más grande y lejana había sacudido los cimientos de la vida que había construido en Beak Valley. Sabía lo doloroso que le resultó a Lucie desprenderse de sus raíces, lo mejor que podía hacer era estar ahí: apoyarla, estar en el momento en que se despedía de la ciudad que la vio crecer. Despedirla en la estación con una sonrisa. Jane levantó la mano y la sacudió con energía hacia Lucie; la chica alegre de cabello negro cuya mitad del cuerpo se asomaba por la ventana del tren, el cual comenzaba a moverse perezoso por las vías. Un par de hojas secas se levantaron de la gravilla, remolinaron en aire cuando el tren desapreció a la distancia, llevándose no solo a su mejor amiga de la infancia, sino a quién también se convirtió en una hermana. El andén poco a poco comenzó a vaciarse, pero Jane permaneció inmóvil, conteniendo las emociones agridulces que la invadieron. No le gustaban las despedidas. Ni siquiera cuando se trataba de la interpretación de un papel. Representarlas le traía recuerdos y este, en particular, había removido algunas fibras sensibles en su interior. Por suerte para Jane y para Afro, el precioso Golden retriever que la acompañaba acudió a su recate; su héroe peludo le olisqueó las puntas de los dedos, dándole los ánimos suficientes para diluir esa sensación. Jane arqueó una ceja en su dirección y esbozó una amplia sonrisa. ────Este lugar no será lo mismo sin ella, ¿verdad? Jane se sentó en cuclillas, quedando a la altura del perrito. Este, sentándose sobre sus patas, ladeó la cabeza y la observó con curiosidad. ────¿Sabes qué es lo peor de las despedidas? Dentro de ti te sientes divido; una parte de ti desearía poder decir "quédate" y la otra sabe que llegó el momento de soltar… y, aun así, se alegra de ver cómo esa persona a la que quieres vuela y extiende sus alas. A pesar del hueco que deja su ausencia, aún quedan los recuerdos de los buenos momentos compartidos. La vez que ambas desafinamos en la obra de Navidad... o cuando una hizo el examen de la otra y, milagrosamente, sacamos una buena nota. Eso... siempre prevalecerá. Y esos son tesoros que nadie nos puede quitar. Jane rascó el cuello del animalito y esos ojitos alegres le contagiaron parte de su entusiasmo. ────¿Qué te parece si vamos a dar un último paseo antes de volver a casa? Él sacudió la colita de un lado al otro, a lo que Jane interpretó, era una clara señal contundente de aprobación. ────¡Buen chico! ──dijo, revolviendo con cariño sus largas orejas. No se movió en seguida, permaneció quieta en su sitio. Inspiró tranquila, dejando que el aire llenara su pecho. Unos segundos más… solo un poco más antes de… ────Corte. ¡Eso quedó fantástico! Vayamos a un descanso. Soltó un suspiro y Jane salió de ella. Regresó a la realidad, al andén rodeado de luces y cámaras, donde no existía Beak Valley, pero sí una estación de tren construida al lado de una cafetería con el mejor Pumpkin Spice Latte que había probado en su vida y que en temporada de otoño sacaban la famosa “Tarta Otoñal”, hecha de manzana roja y miel que siempre invitaba a los clientes a volver por una rebana. Ahora era Afro otra vez. Y el perrito, cuyo nombre real era Charlie y era un Golden retriever de lo más adorable, se acercó a ella para darle un cabezazo amistoso debajo de la barbilla, exigiendo mimitos y ella, por supuesto, no iba a negárselos. Afro rio, lo envolvió en un abrazo y hundió sus dedos en su suave pelaje dorado, mientras lo llenaba de cumplidos. Porque, claro, Charlie se los merecía todos. ────¿Quién es la verdadera super estrella del set? Pues tú, pues tú, claro que sí. ¿A qué no era el mejor actor de todo el set? Y entre mimos y cumplidos, la sonrisa en su rostro tenía un ligero sabor avinagrado. Una pequeña astilla había quedado incrustada en su pecho por lo que acababa de interpretar. No pertenecía a Jane, sino a ella. Era curioso… como actriz, contaba historias a través de sus gestos, sus palabras, el movimiento de su cuerpo. Pero, a veces, esas mismas historias revelaban pequeños fragmentos de su historia personal. Interpretar en el escenario no era solo actuar: también era exponerse bajo la luz critica de un reflector y revivir, sanar o incluso, abrir heridas que se creían olvidadas. Ese día, Jane Fray había sido su espejo: le mostró el reflejo de viejas despedidas en las que, curiosamente, ocupó un lugar similar a Jane quién veía partir a su propia “hermana elegida”. Y, aunque no lo dijera abiertamente en ese momento, Afro sabía que Jane tenía razón; a pesar de los huecos que dejaban despedirte de tus seres queridos, los recuerdos de lo compartido siempre estarían ahí y valen la pena ser atesorados. Ella recordaba a su familia de Dardania.
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  • Algunas curiosidades sobre Niklas:

    ⸻ Sus tatuajes y perforaciones no son permanentes. No hay henna ni adhesivos; es su regeneración la que borra todo rastro. Las perforaciones desaparecerán en cuestión de horas si se quita los pendientes, los tatuajes en días, como si su piel exigiera siempre volver a su estado natural.

    ⸻ El dinero es su fetiche por cicatrices de infancia. Ahorra con disciplina para ese “día lluvioso”, aunque gasta poco y vive simple. Ya cuenta con una gran suma, sin embargo, la obsesión no le abandona.

    ⸻ De adolescente fue amante de las drogas, todas. Hasta que la muerte por sobredosis de un amigo lo obligó a cortar de raíz… salvo el tabaco y la maría, viejos vicios que no piensa abandonar.

    ⸻ Omnívoro de deseo, su cuerpo responde al calor de casi cualquier estímulo. Pero su autocontrol es tan fuerte que puede soportar frío, dolor o privación sin quebrarse. Solo se excita cuando se lo permite.

    ⸻ Su sangre lo limita: no puede engendrar con humanas ni razas ajenas a la propia.

    ⸻ Su raza es un easter egg que solo se revelará a quien pulse las teclas adecuadas en el instante preciso.

    ⸻ Utilizar en tus roles información que tu personaje no consiguió roleando se llama "metarol" y está muy feo. No seas feo, no metarolees.
    Algunas curiosidades sobre Niklas: ⸻ Sus tatuajes y perforaciones no son permanentes. No hay henna ni adhesivos; es su regeneración la que borra todo rastro. Las perforaciones desaparecerán en cuestión de horas si se quita los pendientes, los tatuajes en días, como si su piel exigiera siempre volver a su estado natural. ⸻ El dinero es su fetiche por cicatrices de infancia. Ahorra con disciplina para ese “día lluvioso”, aunque gasta poco y vive simple. Ya cuenta con una gran suma, sin embargo, la obsesión no le abandona. ⸻ De adolescente fue amante de las drogas, todas. Hasta que la muerte por sobredosis de un amigo lo obligó a cortar de raíz… salvo el tabaco y la maría, viejos vicios que no piensa abandonar. ⸻ Omnívoro de deseo, su cuerpo responde al calor de casi cualquier estímulo. Pero su autocontrol es tan fuerte que puede soportar frío, dolor o privación sin quebrarse. Solo se excita cuando se lo permite. ⸻ Su sangre lo limita: no puede engendrar con humanas ni razas ajenas a la propia. ⸻ Su raza es un easter egg que solo se revelará a quien pulse las teclas adecuadas en el instante preciso. ⸻ Utilizar en tus roles información que tu personaje no consiguió roleando se llama "metarol" y está muy feo. No seas feo, no metarolees.
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  • Cierro de nuevo la caja de música la cual me regaló la abuela en mi undécimo cumpleaños.
    Me gusta escuchar a veces la melodía, me transmite paz, tranquilidad y buenos recuerdos.

    A veces deseo regresar a mi infancia y no crecer, como Peter Pan.
    Cierro de nuevo la caja de música la cual me regaló la abuela en mi undécimo cumpleaños. Me gusta escuchar a veces la melodía, me transmite paz, tranquilidad y buenos recuerdos. A veces deseo regresar a mi infancia y no crecer, como Peter Pan.
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  • ⠀⠀⠀⠀Todo era absurdamente normal. Tan normal que parecía ofensivo. Kazuha estaba de pie en una cocina soleada, bañada por una luz demasiado dorada para ser real, con un olor a café y galletas de mantequilla recién horneadas que lo impregnaba todo. Era un lugar completamente desconocido para ella, pero demasiado familiar para su anfitrión. Y ella lo sabía, podía sentir el dulce aroma de una infancia que no le pertenecía.

    —Hmmm, vamos, sé que estás aquí, escondiéndote ~... —murmuró para si, mientras daba pasos lentos, cautelosos.

    Se supone que aquel lugar debería ser un lugar seguro. Extendió una mano, y una sensación de dolor leve le recorrió el brazo. Conceder tantos deseos seguidos los últimos días la había dejado débil, vaciada, como una batería gastada. Su magia respondía con lentitud, con un zumbido débil y doloroso. Necesitaba ese cristal de Luminara. Necesitaba ese recuerdo.

    Con un suspiro de esfuerzo, concentró un hilo de energía caótica en la yema de su dedo. El efecto fue inmediato. La luz solar perfecta se volvió más amarilla, luego verde, hasta teeminar convirtiéndose en un rojo enfermizo. El olor a café se volvió agrio, algo más similar al olor del vinagre.

    —Eso es. Así me gusta ~ —respiró, y una gota de sudor frío recorrió su sien.

    El sueño, herido, se defendió. Las paredes de la cocina se inclinaron hacía dentro, como si pidieran caerse en cualquier momento. Los muebles se alargaron, las sombras se retorcían. El chillido de una tetera surgió de ninguna parte, aumentando hasta convertirse en un grito desgarrador.

    El sueño se había convertido en pesadilla. Y en el corazón de toda pesadilla, late el recuerdo que la alimenta.

    Sonrió y siguió el sonido, esquivando las manos que emergían de la nevera y pisando el suelo que ahora se sentía blando, como gelatina. Finalmente lo vio, una puerta de armario bajo el fregadero, de la cual salió un brillo tenue.

    Al abrir la puerta, no había oscuridad. Había un instante congelado: un niño escondido, mirando a través de una rendija, presenciando algo que un niño nunca debería ver. El Recuerdo. Flotaba allí, un núcleo de dolor puro y brillante.

    —Mio —susurró, con una mezcla de triunfo y agotamiento.

    Sacó un cristal de Luminara en bruto de un bolsillo de su pantalón. Con una última y dolorosa descarga de voluntad, guió el recuerdo hacia el cristal. La escena congelada se comprimió, destellando una vez con una luz cegadora que quedó sellada dentro de la gema, que ahora titilaba con una luz carmesí profunda y cálida.

    La pesadilla se desvaneció instantáneamente alrededor de ella, como arena cayendo. La transición fue violenta. En un momento estaba en la pesadilla desvaneciéndose, sellando el recuerdo en el cristal de Luminara. Al siguiente, fue arrojada al vacío etéreo del Subplano del Sueño.

    Allí, entre planos, entre el espacio entre espacios, el aire no era aire, era una sustancia gélida y espesa de pesadillas colectivas que casi se resistía a ser respiraba. Remolinos de colores que susurraban silenciosamente giraban a su alrededor. No era un lugar, era la idea de un lugar. Y como ella ya sabía, estaba lleno de cosas hambrientas.

    Aún vulnerable y agotada por el esfuerzo de sostener el ritual de extracción, intento orientarse. El cristal de Luminara en su mano palpitaba, y vertia parte de la energía vital en ella, pero el proceso era lento, como una transfusión que apenas comenzaba.

    Entonces lo sintió. Una presencia fría y afilada que se movía contra la corriente del caos onírico, atraída por el destello de poder del cristal recién cargado.

    —No —logró gruñir, tratando de impulsarse lejos— Ahg, ¡¡¡Ahora no!!!

    Era tarde. Una sombra hecha de intención depredadora se lanzó hacia ella. No tenía garras, pero su esencia era un filo. Intentó desviarse, pero su agotamiento la traicionó.

    Un dolor agudo y frío le desgarró el costado, justo por debajo de las costillas. No sangró en el sentido tradicional; su esencia vital, su energía, brotó de la herida en un fino vapor rojizo brillante antes de que ella logrará empuñar la daga de obsidiana que escondía en el interior de sus botas y la clavara en la criatura, que se disolvió casi al instante en la nada, con una sonrisa, satisfecha con su bocado, había probado su esencia.

    —¡Maldita sea! —escupió, apretsndo la herida con la mano libre. El dolor era real, punzante, frío.

    Sabia las reglas. Lo que sucedía aquí, se plasmaba en su cuerpo físico. Con un acto final de voluntad, se concentró en su cuerpo físico, en la fría soledad de su mansión, y se aferró a aquella realidad como un ancla.

    Se despertó de golpe, incorporándose en el suelo de madera del salón principal con un jadeo áspero. La primera sensación fue el peso del cristal en su mano derecha. La segunda, el dolor ardiente y húmedo en el costado izquierdo.

    Bajó la mirada. Su blusa estaba empapada de una mancha oscura y húmeda que solo podía ser sangre. Al levantar la tela, reveló un corté limpio pero profundo, de cuyo centro emanaba un tenue resplandor ámbar, la marca residual inconfundible de una herida hecha con energía onírica.

    Un recordatorio. Un trofeo. Un precio adicional. Con un suspiro que era más de fastidio que de queja, se puso de pie y caminó haciendo un esfuerzo extra hacia el estante. Tomó un frasco de ungüento y vendas que siempre tenía a mano. Los negocios, como siempre, tenían sus costos operativos.
    ⠀⠀⠀⠀Todo era absurdamente normal. Tan normal que parecía ofensivo. Kazuha estaba de pie en una cocina soleada, bañada por una luz demasiado dorada para ser real, con un olor a café y galletas de mantequilla recién horneadas que lo impregnaba todo. Era un lugar completamente desconocido para ella, pero demasiado familiar para su anfitrión. Y ella lo sabía, podía sentir el dulce aroma de una infancia que no le pertenecía. —Hmmm, vamos, sé que estás aquí, escondiéndote ~... —murmuró para si, mientras daba pasos lentos, cautelosos. Se supone que aquel lugar debería ser un lugar seguro. Extendió una mano, y una sensación de dolor leve le recorrió el brazo. Conceder tantos deseos seguidos los últimos días la había dejado débil, vaciada, como una batería gastada. Su magia respondía con lentitud, con un zumbido débil y doloroso. Necesitaba ese cristal de Luminara. Necesitaba ese recuerdo. Con un suspiro de esfuerzo, concentró un hilo de energía caótica en la yema de su dedo. El efecto fue inmediato. La luz solar perfecta se volvió más amarilla, luego verde, hasta teeminar convirtiéndose en un rojo enfermizo. El olor a café se volvió agrio, algo más similar al olor del vinagre. —Eso es. Así me gusta ~ —respiró, y una gota de sudor frío recorrió su sien. El sueño, herido, se defendió. Las paredes de la cocina se inclinaron hacía dentro, como si pidieran caerse en cualquier momento. Los muebles se alargaron, las sombras se retorcían. El chillido de una tetera surgió de ninguna parte, aumentando hasta convertirse en un grito desgarrador. El sueño se había convertido en pesadilla. Y en el corazón de toda pesadilla, late el recuerdo que la alimenta. Sonrió y siguió el sonido, esquivando las manos que emergían de la nevera y pisando el suelo que ahora se sentía blando, como gelatina. Finalmente lo vio, una puerta de armario bajo el fregadero, de la cual salió un brillo tenue. Al abrir la puerta, no había oscuridad. Había un instante congelado: un niño escondido, mirando a través de una rendija, presenciando algo que un niño nunca debería ver. El Recuerdo. Flotaba allí, un núcleo de dolor puro y brillante. —Mio —susurró, con una mezcla de triunfo y agotamiento. Sacó un cristal de Luminara en bruto de un bolsillo de su pantalón. Con una última y dolorosa descarga de voluntad, guió el recuerdo hacia el cristal. La escena congelada se comprimió, destellando una vez con una luz cegadora que quedó sellada dentro de la gema, que ahora titilaba con una luz carmesí profunda y cálida. La pesadilla se desvaneció instantáneamente alrededor de ella, como arena cayendo. La transición fue violenta. En un momento estaba en la pesadilla desvaneciéndose, sellando el recuerdo en el cristal de Luminara. Al siguiente, fue arrojada al vacío etéreo del Subplano del Sueño. Allí, entre planos, entre el espacio entre espacios, el aire no era aire, era una sustancia gélida y espesa de pesadillas colectivas que casi se resistía a ser respiraba. Remolinos de colores que susurraban silenciosamente giraban a su alrededor. No era un lugar, era la idea de un lugar. Y como ella ya sabía, estaba lleno de cosas hambrientas. Aún vulnerable y agotada por el esfuerzo de sostener el ritual de extracción, intento orientarse. El cristal de Luminara en su mano palpitaba, y vertia parte de la energía vital en ella, pero el proceso era lento, como una transfusión que apenas comenzaba. Entonces lo sintió. Una presencia fría y afilada que se movía contra la corriente del caos onírico, atraída por el destello de poder del cristal recién cargado. —No —logró gruñir, tratando de impulsarse lejos— Ahg, ¡¡¡Ahora no!!! Era tarde. Una sombra hecha de intención depredadora se lanzó hacia ella. No tenía garras, pero su esencia era un filo. Intentó desviarse, pero su agotamiento la traicionó. Un dolor agudo y frío le desgarró el costado, justo por debajo de las costillas. No sangró en el sentido tradicional; su esencia vital, su energía, brotó de la herida en un fino vapor rojizo brillante antes de que ella logrará empuñar la daga de obsidiana que escondía en el interior de sus botas y la clavara en la criatura, que se disolvió casi al instante en la nada, con una sonrisa, satisfecha con su bocado, había probado su esencia. —¡Maldita sea! —escupió, apretsndo la herida con la mano libre. El dolor era real, punzante, frío. Sabia las reglas. Lo que sucedía aquí, se plasmaba en su cuerpo físico. Con un acto final de voluntad, se concentró en su cuerpo físico, en la fría soledad de su mansión, y se aferró a aquella realidad como un ancla. Se despertó de golpe, incorporándose en el suelo de madera del salón principal con un jadeo áspero. La primera sensación fue el peso del cristal en su mano derecha. La segunda, el dolor ardiente y húmedo en el costado izquierdo. Bajó la mirada. Su blusa estaba empapada de una mancha oscura y húmeda que solo podía ser sangre. Al levantar la tela, reveló un corté limpio pero profundo, de cuyo centro emanaba un tenue resplandor ámbar, la marca residual inconfundible de una herida hecha con energía onírica. Un recordatorio. Un trofeo. Un precio adicional. Con un suspiro que era más de fastidio que de queja, se puso de pie y caminó haciendo un esfuerzo extra hacia el estante. Tomó un frasco de ungüento y vendas que siempre tenía a mano. Los negocios, como siempre, tenían sus costos operativos.
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  • El móvil vibró sobre la mesa de la sala mientras Thalya recogía los platos de la cena. Miró la pantalla distraída, pero al ver el nombre que aparecía en letras claras, se quedó congelada: “Yaya”. Su abuela materna.

    El corazón se le encogió de golpe. Llevaba años sin verla, desde antes de que la guerra lo arrasara todo y sus padres murieran en aquel atentado. Había llamado un par de veces, siempre con excusas rápidas, siempre prometiendo que “cuando tuviera un hueco” iría a Grecia. Nunca lo cumplió.

    Con las manos aún húmedas, contestó al fin.

    —Yaya… —su voz salió baja, casi quebrada.

    Del otro lado sonó la risa cálida y cansada de la anciana, un sonido que la devolvió a su infancia, a aquellos veranos en la isla donde el olor a café recién hecho y a pan caliente parecía eterno.

    —Mi corazón… mi niña. ¿Cómo estás? Hace tanto que no escucho tu voz…

    Thalya tragó saliva. Cerró los ojos, intentando mantener la compostura.

    —Estoy… bien. Un poco cansada, ya sabes. Pero… bien. ¿Y tú? ¿Y el abuelo?

    —Viejos, como siempre —rió su abuela, aunque con un tono nostálgico—. Te echamos de menos, Thalya. Tu madre estaría enfadada si supiera que no vienes a vernos ni siquiera en verano.

    Aquellas palabras la golpearon como un puñal. Sintió que la garganta se le cerraba. Imaginó a su madre tras la barra de la cafetería, sirviendo pasteles con esa sonrisa paciente, y a su padre entrando después, con su andar firme y la chaqueta militar colgada del hombro. Imaginó que todavía podía escucharlos.

    —Lo sé… —murmuró, llevándose una mano al rostro—. Lo sé, y lo siento. De verdad lo siento.

    Hubo un silencio breve, roto solo por la respiración pausada de la anciana.

    —No tienes que pedir perdón, niña. Pero recuerda que mientras sigas huyendo, nunca vas a curar lo que llevas dentro. No nos has perdido a nosotros. Estamos aquí.

    Thalya no pudo responder enseguida. Se dejó caer en la cama, apretando el teléfono contra la oreja, con los ojos llenos de lágrimas. Le dolía la culpa, le dolía la ausencia, y le dolía más aún darse cuenta de que tenía miedo de volver, de enfrentarse a los recuerdos.

    —Te prometo que iré… —susurró al fin, con un nudo en la voz.

    La anciana suspiró, suave, como quien acaricia a distancia.

    —Eso espero, mi corazón. Te esperamos con los brazos abiertos.

    Cuando la llamada terminó, Thalya permaneció quieta en la penumbra de la habitación, con el móvil apoyado en su regazo. Sentía que aún no había superado nada, que el pasado seguía atándola, pero al menos ahora sabía que alguien, en algún lugar, seguía esperándola.
    El móvil vibró sobre la mesa de la sala mientras Thalya recogía los platos de la cena. Miró la pantalla distraída, pero al ver el nombre que aparecía en letras claras, se quedó congelada: “Yaya”. Su abuela materna. El corazón se le encogió de golpe. Llevaba años sin verla, desde antes de que la guerra lo arrasara todo y sus padres murieran en aquel atentado. Había llamado un par de veces, siempre con excusas rápidas, siempre prometiendo que “cuando tuviera un hueco” iría a Grecia. Nunca lo cumplió. Con las manos aún húmedas, contestó al fin. —Yaya… —su voz salió baja, casi quebrada. Del otro lado sonó la risa cálida y cansada de la anciana, un sonido que la devolvió a su infancia, a aquellos veranos en la isla donde el olor a café recién hecho y a pan caliente parecía eterno. —Mi corazón… mi niña. ¿Cómo estás? Hace tanto que no escucho tu voz… Thalya tragó saliva. Cerró los ojos, intentando mantener la compostura. —Estoy… bien. Un poco cansada, ya sabes. Pero… bien. ¿Y tú? ¿Y el abuelo? —Viejos, como siempre —rió su abuela, aunque con un tono nostálgico—. Te echamos de menos, Thalya. Tu madre estaría enfadada si supiera que no vienes a vernos ni siquiera en verano. Aquellas palabras la golpearon como un puñal. Sintió que la garganta se le cerraba. Imaginó a su madre tras la barra de la cafetería, sirviendo pasteles con esa sonrisa paciente, y a su padre entrando después, con su andar firme y la chaqueta militar colgada del hombro. Imaginó que todavía podía escucharlos. —Lo sé… —murmuró, llevándose una mano al rostro—. Lo sé, y lo siento. De verdad lo siento. Hubo un silencio breve, roto solo por la respiración pausada de la anciana. —No tienes que pedir perdón, niña. Pero recuerda que mientras sigas huyendo, nunca vas a curar lo que llevas dentro. No nos has perdido a nosotros. Estamos aquí. Thalya no pudo responder enseguida. Se dejó caer en la cama, apretando el teléfono contra la oreja, con los ojos llenos de lágrimas. Le dolía la culpa, le dolía la ausencia, y le dolía más aún darse cuenta de que tenía miedo de volver, de enfrentarse a los recuerdos. —Te prometo que iré… —susurró al fin, con un nudo en la voz. La anciana suspiró, suave, como quien acaricia a distancia. —Eso espero, mi corazón. Te esperamos con los brazos abiertos. Cuando la llamada terminó, Thalya permaneció quieta en la penumbra de la habitación, con el móvil apoyado en su regazo. Sentía que aún no había superado nada, que el pasado seguía atándola, pero al menos ahora sabía que alguien, en algún lugar, seguía esperándola.
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  • — Haciendo su patrullaje nocturno se encuentra con bolsas de dulces que solía comer en su infancia. Busca rápidamente algo de dinero en sus bolsillos y toma unos dulces de café con canela y un toque de menta.
    El oficial come dulces de manera alegre mientras hace su patrullaje —.

    Que rico.
    Ya no hacen dulces así, si alguien vendiera café o chocolate caliente sería genial
    — Haciendo su patrullaje nocturno se encuentra con bolsas de dulces que solía comer en su infancia. Busca rápidamente algo de dinero en sus bolsillos y toma unos dulces de café con canela y un toque de menta. El oficial come dulces de manera alegre mientras hace su patrullaje —. Que rico. Ya no hacen dulces así, si alguien vendiera café o chocolate caliente sería genial
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