VIII. Augusta Vindelicorum
Fandom Kuroshitsuji/Black Butler OC y otros
Categoría Otros
Las largas horas de viaje habían agotado terriblemente a Jean, que difícilmente pudo mantener un rostro educado ni la actitud afable habitual con el señor Heinrich; de hecho, ante cada conversación, asentía con una sonrisa débil o forzada, intentando mantener su rol de anfitrión solícito incluso cuando se hallaban lejos de la mansión Phantomhive.

Además, con lo quisquilloso que solía ser Jean con la apariencia, el calor distintivo de agosto lo irritaba profundamente, detestando sentirse sucio por el sudor, o sofocado por el fuerte sol.

Pero eso cambió cuando viajaron por el ferry de vapor.

En la proa, Jean se maravilló ante la vista del mar del norte.

Recordando haberla visto por primera vez en su infancia, cuando, junto a Charles Grey, había viajado hacia Howick Hall, el hogar ancestral de su familia.
Northumberland estaba ubicado al norte de Inglaterra, cerca de Bamburgh, donde el mar podía observarse con facilidad.

—Tal cual como la recuerdo —musitó, guardando el aliento, mientras se aferraba a la barandilla para no caerse del mirador.

En ese instante, en sus ojos pareció reflejarse el mar, sin poder diferenciarse la tonalidad de azules, cálidos como el clima que los arropaba con una refrescante brisa.

Jean había quedado fascinado, sin realmente importarle guardar las apariencias, incluso, el mareo que había sufrido inicialmente parecía haber menguado por su alegría infantil.

Era la primera vez que estaba tan lejos de casa.

—Côte d'Opale —pronunció en un excelente francés, volviendo a maravillarse por las vistas.

La costa de Ópalo era una ladera de un profundo verde que bordeaba el mar y el canal de la mancha; es decir, que con solo verla podían saber que se encontraban en Francia.

Era parte del itinerario pisar suelo francés, dirigirse a París y desde allí, tomar un tren hacia Munich. Estando ahí debían tomar otro tren que los dejaría finalmente en Augsburgo.

En principio, si Jean hubiera sabido que el viaje sería tan extenuante, hubiera declinado.

Sin embargo, la tarea que se tenía entre manos necesitaba de su presencia. No podía delegársela a nadie, pues, no existía en el mundo nadie más capaz que el mismo Jean para ejecutarla.
Así, tras otras horas de viaje en tren, ambos caballeros arribaron a la Ciudad de la Luz.

—La Ville Lumière —murmuró Jean en francés, mirando las luces de la Torre Eiffel y de los edificios circundantes con fascinación.

La noche parecía fulgurante bajo la iluminación eléctrica.

Jean sentía el cuerpo fatigado, y algunas náuseas todavía lo afectaban por el viaje en ferry.

Pero quiso caminar un poco más, conocer algo de París.

Tan entusiasmado por ello como si nunca pudiera regresar.

Tan estúpidamente infantil.

—¿Le gustaría dar un paseo? —propuso con la voz rasposa, dirigiéndole una sonrisa débil por el cansancio. —Si su deseo es descansar, lo entenderé. El hotel se encuentra cerca.

Hizo una seña con la cabeza.

Sintiéndose tontamente esperanzado con la idea de ser acompañado.

«Cálmate un poco» se reprochó con vergüenza.

Estaba comportándose inapropiadamente.
Las largas horas de viaje habían agotado terriblemente a Jean, que difícilmente pudo mantener un rostro educado ni la actitud afable habitual con el señor Heinrich; de hecho, ante cada conversación, asentía con una sonrisa débil o forzada, intentando mantener su rol de anfitrión solícito incluso cuando se hallaban lejos de la mansión Phantomhive. Además, con lo quisquilloso que solía ser Jean con la apariencia, el calor distintivo de agosto lo irritaba profundamente, detestando sentirse sucio por el sudor, o sofocado por el fuerte sol. Pero eso cambió cuando viajaron por el ferry de vapor. En la proa, Jean se maravilló ante la vista del mar del norte. Recordando haberla visto por primera vez en su infancia, cuando, junto a Charles Grey, había viajado hacia Howick Hall, el hogar ancestral de su familia. Northumberland estaba ubicado al norte de Inglaterra, cerca de Bamburgh, donde el mar podía observarse con facilidad. —Tal cual como la recuerdo —musitó, guardando el aliento, mientras se aferraba a la barandilla para no caerse del mirador. En ese instante, en sus ojos pareció reflejarse el mar, sin poder diferenciarse la tonalidad de azules, cálidos como el clima que los arropaba con una refrescante brisa. Jean había quedado fascinado, sin realmente importarle guardar las apariencias, incluso, el mareo que había sufrido inicialmente parecía haber menguado por su alegría infantil. Era la primera vez que estaba tan lejos de casa. —Côte d'Opale —pronunció en un excelente francés, volviendo a maravillarse por las vistas. La costa de Ópalo era una ladera de un profundo verde que bordeaba el mar y el canal de la mancha; es decir, que con solo verla podían saber que se encontraban en Francia. Era parte del itinerario pisar suelo francés, dirigirse a París y desde allí, tomar un tren hacia Munich. Estando ahí debían tomar otro tren que los dejaría finalmente en Augsburgo. En principio, si Jean hubiera sabido que el viaje sería tan extenuante, hubiera declinado. Sin embargo, la tarea que se tenía entre manos necesitaba de su presencia. No podía delegársela a nadie, pues, no existía en el mundo nadie más capaz que el mismo Jean para ejecutarla. Así, tras otras horas de viaje en tren, ambos caballeros arribaron a la Ciudad de la Luz. —La Ville Lumière —murmuró Jean en francés, mirando las luces de la Torre Eiffel y de los edificios circundantes con fascinación. La noche parecía fulgurante bajo la iluminación eléctrica. Jean sentía el cuerpo fatigado, y algunas náuseas todavía lo afectaban por el viaje en ferry. Pero quiso caminar un poco más, conocer algo de París. Tan entusiasmado por ello como si nunca pudiera regresar. Tan estúpidamente infantil. —¿Le gustaría dar un paseo? —propuso con la voz rasposa, dirigiéndole una sonrisa débil por el cansancio. —Si su deseo es descansar, lo entenderé. El hotel se encuentra cerca. Hizo una seña con la cabeza. Sintiéndose tontamente esperanzado con la idea de ser acompañado. «Cálmate un poco» se reprochó con vergüenza. Estaba comportándose inapropiadamente.
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