• La espectral joven llegó con pasos suaves hasta el recinto donde se encontraba el oráculo, acompañada de aquella dualidad nata en ella. Seguida por sus sombras, tal como las polillas siguen a la luz. Entro lentamente con una actitud completamente respetuosa, dejando tras de ella las sombras que desaparecieron al entrar en contacto con la gran luz del lugar.

    En sus temblorosas mano llevaba una canasta tejida por ella misma, con una botella del mejor jugo de granada y lo que parecía un queso que la joven hizo con sus propias manos. Se detuvo, respirando como si pidiera permiso al viento para ello, su rostro imperturbable se vio iluminado al retirar el velo oscuro que la cubría. Y con voz serena y aterciopelada comenzó a hablar

    ─ Gran oráculo, te vengo a ver,
    No como dios, sino como hermana que quiere saber.
    Mi hermano Zagreus, guerrero valiente y fuerte,
    Lucha en el Inframundo, con fuego que arde sin muerte.
    Quiero saber si hay una profecía que lo espera,
    Y si puedes guiarme, para que yo pueda
    En su camino ser luz clara y sincera."

    La diosa iba no como tormenta, no como fuego abrazador, no como quien exige sino como quien suplica, quien añora respuestas. Levanto la canasta en directo del gran Apolo, mostrando su contenido. No era una deidad, no era oscuridad, no era nada mas que una hermana preocupada, una que añoraba encontrar un forma de ayudar a su querido hermano.

    ─ Pero se que todo tiene un costo, espero que esté pequeño gesto sea suficiente para lo que solicito...

    El dios sol al ver llegar a la joven, alzo las cejas algo sorprendido, su alegría era clara ante como la diosa se presento hablando en rima, honrándole así al ser dios de las artes y la poesía. Pero antes de poder abrir la boca, Apolo ya estaba soltando una profecía para la chica

    ─ Tu hermano no está perdido,
    duerme envuelto en rojo olvido.
    No lo salves por la fuerza,
    dale amor que le refuerza.
    Di su nombre con ternura,
    muéstrale que aún perdura.
    No es fantasma si hay amor:
    es camino, no dolor.

    Vio al dios terminar de hablar, volviendo a la normalidad, agradeciendo su ofrenda dejándola partir, con aun mas dudas. Su hermano el gran guerrero del inframundo en verdad la preocupaba, ella incapaz de dormir, siempre escuchaba los lamentos que Zagreus daba entre sueños. La preocupaba, en verdad quería ayudarle, esta profecía solo dejaba en claro una cosa, tendría que hablar con us hermano sin tapujos ni escudos, solo corazón y sinceridad en cada palabra.
    La espectral joven llegó con pasos suaves hasta el recinto donde se encontraba el oráculo, acompañada de aquella dualidad nata en ella. Seguida por sus sombras, tal como las polillas siguen a la luz. Entro lentamente con una actitud completamente respetuosa, dejando tras de ella las sombras que desaparecieron al entrar en contacto con la gran luz del lugar. En sus temblorosas mano llevaba una canasta tejida por ella misma, con una botella del mejor jugo de granada y lo que parecía un queso que la joven hizo con sus propias manos. Se detuvo, respirando como si pidiera permiso al viento para ello, su rostro imperturbable se vio iluminado al retirar el velo oscuro que la cubría. Y con voz serena y aterciopelada comenzó a hablar ─ Gran oráculo, te vengo a ver, No como dios, sino como hermana que quiere saber. Mi hermano Zagreus, guerrero valiente y fuerte, Lucha en el Inframundo, con fuego que arde sin muerte. Quiero saber si hay una profecía que lo espera, Y si puedes guiarme, para que yo pueda En su camino ser luz clara y sincera." La diosa iba no como tormenta, no como fuego abrazador, no como quien exige sino como quien suplica, quien añora respuestas. Levanto la canasta en directo del gran Apolo, mostrando su contenido. No era una deidad, no era oscuridad, no era nada mas que una hermana preocupada, una que añoraba encontrar un forma de ayudar a su querido hermano. ─ Pero se que todo tiene un costo, espero que esté pequeño gesto sea suficiente para lo que solicito... El dios sol al ver llegar a la joven, alzo las cejas algo sorprendido, su alegría era clara ante como la diosa se presento hablando en rima, honrándole así al ser dios de las artes y la poesía. Pero antes de poder abrir la boca, Apolo ya estaba soltando una profecía para la chica ─ Tu hermano no está perdido, duerme envuelto en rojo olvido. No lo salves por la fuerza, dale amor que le refuerza. Di su nombre con ternura, muéstrale que aún perdura. No es fantasma si hay amor: es camino, no dolor. Vio al dios terminar de hablar, volviendo a la normalidad, agradeciendo su ofrenda dejándola partir, con aun mas dudas. Su hermano el gran guerrero del inframundo en verdad la preocupaba, ella incapaz de dormir, siempre escuchaba los lamentos que Zagreus daba entre sueños. La preocupaba, en verdad quería ayudarle, esta profecía solo dejaba en claro una cosa, tendría que hablar con us hermano sin tapujos ni escudos, solo corazón y sinceridad en cada palabra.
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  • La Flor de Ébano

    Perséfone emergió del templo de Apolo con la mirada perdida entre el mármol y los ecos de la profecía. El sol brillaba alto, indiferente a su inquietud. A lo lejos, los olivos danzaban con el viento, ajenos a la sombra que se había posado sobre ella. No fue la profecía lo que la había sacudido, sino la certeza de haberla comprendido, aunque no quisiera admitirlo.

    Apolo la había recibido con su sonrisa habitual, esa mezcla de arrogancia y afecto, pero su rostro se desfiguró al recibir la visión. Sus ojos y boca se encendieron con una luz verde imposible, una claridad ajena incluso a su divinidad solar. Y entonces habló, o mejor dicho, algo habló a través de él:

    “En la era cuando el grano muera sin pena,
    y la Reina de Dos Mundos siembre sin mano,
    brotará del ébano una flor sin temblor,
    cuyo paso dará descanso a las almas sin canto.”

    La voz había sido firme, inapelable. Las palabras, poesía del destino. Apolo regresó a sí mismo con un movimiento de cabeza, sacudiéndose la tensión. Y con una mirada de resignación casi humana, le entregó la hoja escrita. “Ahí tienes tu profecía, diosa de la Primavera”, dijo.

    Pero Perséfone ya no se sentía primavera. No en ese momento.

    Mientras descendía hacia el Inframundo, su reino, pensaba en cada línea con una mezcla de temor, intuición y una tristeza difícil de nombrar. Ella conocía bien los símbolos. Los había pronunciado antes, para otros. Sabía cómo disfrazaba el destino sus designios con metáforas que, una vez cumplidas, se volvían obvias. Era el juego cruel de los oráculos.

    "Cuando el grano muera sin pena…"

    El grano. Su madre, Deméter, lo encarnaba. El alimento del mundo, el ritmo de la vida y la cosecha. Si el grano muere sin pena, ¿qué significa? ¿Una era donde ya no se valora la vida que se siembra y cosecha? ¿O una en la que la muerte ha dejado de doler?

    Perséfone sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La indiferencia era peor que la muerte. Era olvido. El mundo olvidando a Deméter… olvidándola a ella.

    "Y la Reina de Dos Mundos siembre sin mano…"

    Esa línea la dolía en lo más íntimo. Ella era esa Reina. Dividida entre la luz de la superficie y la sombra del Inframundo, sembradora de vida en un mundo condenado a morir. ¿Sembrar sin mano? ¿Una creación sin su intervención? ¿Un ser nacido de su esencia, pero no de su voluntad?

    Quizás… una hija. No una engendrada por deseo, sino por destino.

    Se detuvo en medio del corredor de obsidiana, su reflejo oscuro devolviéndole una imagen descompuesta. ¿Una hija nacida de su poder, pero sin su amor? ¿Una flor envenenada o redentora?

    "Brotará del ébano una flor sin temblor…"

    Ébano. El árbol de madera oscura, símbolo de lo oculto, lo eterno, lo duro. Una flor nacida del ébano no sería frágil. No se rompería con el viento.
    Sin temblor. Imperturbable.

    Eso la asustó más que cualquier visión. Porque Perséfone, aun en su fuerza, había temblado. Cuando fue raptada, cuando eligió quedarse, cuando sostuvo en sus brazos a las almas errantes que no querían cruzar el río. Ella había temblado, había sentido.

    Una flor que no tiembla… ¿puede amar? ¿Puede compadecerse?

    "Cuyo paso dará descanso a las almas sin canto."

    Ese último verso le pareció el más bello… y el más trágico.
    Las almas sin canto eran las que no habían sido honradas, las que murieron sin nombre, sin ritual, sin memoria. Vagaban sin rumbo, sin fuerza para cruzar al olvido. Ella las conocía bien. Las escuchaba llorar en las grietas del Hades.

    ¿Esa flor las hará descansar? ¿O las dormirá eternamente, sin redención?

    Se sentó en su trono, las manos entrelazadas, los ojos clavados en el vacío. Las sombras del Inframundo se arremolinaron a su alrededor, inquietas por su silencio.
    Ni Hades se atrevía a interrumpirla. Él conocía ese gesto: Perséfone estaba recordando el futuro.

    Sintió una punzada en el vientre. No física, no tangible. Era como un eco que aún no había nacido. Una presencia lejana, pero inevitable.

    Algo vendría. Algo o alguien crecería en ella, o a través de ella, o desde ella. Una flor sin miedo, nacida del ébano. Y esa flor no sería suya. No en el modo en que una madre posee a su hija.
    No.
    Esa flor sería del mundo.
    O del destino.

    Perséfone apretó los labios, conteniendo la oleada de emoción que pugnaba por salir. ¿Y si la profecía hablaba de una nueva era? ¿De un cambio tan grande que ni los dioses estarían preparados? ¿Y si esa flor era el final de una era donde los dioses gobernaban… y el inicio de una donde solo observarían?

    Por un instante se sintió pequeña. Pequeña ante algo inmenso, algo que se aproximaba como una ola silenciosa, pero imparable.
    Y por primera vez en siglos, no supo si debía temer… o prepararse para amar.
    Porque, aunque no lo dijera en voz alta, en lo más profundo de su pecho, ya sentía el brote.
    Y ese brote no era odio.
    Era amor.

    Silencioso, incierto, pero real.

    Una flor de ébano, nacida de la Reina de los Muertos.
    Una criatura destinada a cambiar el equilibrio, a poner fin al canto del dolor.

    Y Perséfone, con el alma dividida, entendió:
    El mayor acto de amor no es engendrar.
    Es dejar florecer lo que debe ser.
    Aunque eso signifique dejarlo ir.






    La Flor de Ébano Perséfone emergió del templo de Apolo con la mirada perdida entre el mármol y los ecos de la profecía. El sol brillaba alto, indiferente a su inquietud. A lo lejos, los olivos danzaban con el viento, ajenos a la sombra que se había posado sobre ella. No fue la profecía lo que la había sacudido, sino la certeza de haberla comprendido, aunque no quisiera admitirlo. Apolo la había recibido con su sonrisa habitual, esa mezcla de arrogancia y afecto, pero su rostro se desfiguró al recibir la visión. Sus ojos y boca se encendieron con una luz verde imposible, una claridad ajena incluso a su divinidad solar. Y entonces habló, o mejor dicho, algo habló a través de él: “En la era cuando el grano muera sin pena, y la Reina de Dos Mundos siembre sin mano, brotará del ébano una flor sin temblor, cuyo paso dará descanso a las almas sin canto.” La voz había sido firme, inapelable. Las palabras, poesía del destino. Apolo regresó a sí mismo con un movimiento de cabeza, sacudiéndose la tensión. Y con una mirada de resignación casi humana, le entregó la hoja escrita. “Ahí tienes tu profecía, diosa de la Primavera”, dijo. Pero Perséfone ya no se sentía primavera. No en ese momento. Mientras descendía hacia el Inframundo, su reino, pensaba en cada línea con una mezcla de temor, intuición y una tristeza difícil de nombrar. Ella conocía bien los símbolos. Los había pronunciado antes, para otros. Sabía cómo disfrazaba el destino sus designios con metáforas que, una vez cumplidas, se volvían obvias. Era el juego cruel de los oráculos. "Cuando el grano muera sin pena…" El grano. Su madre, Deméter, lo encarnaba. El alimento del mundo, el ritmo de la vida y la cosecha. Si el grano muere sin pena, ¿qué significa? ¿Una era donde ya no se valora la vida que se siembra y cosecha? ¿O una en la que la muerte ha dejado de doler? Perséfone sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La indiferencia era peor que la muerte. Era olvido. El mundo olvidando a Deméter… olvidándola a ella. "Y la Reina de Dos Mundos siembre sin mano…" Esa línea la dolía en lo más íntimo. Ella era esa Reina. Dividida entre la luz de la superficie y la sombra del Inframundo, sembradora de vida en un mundo condenado a morir. ¿Sembrar sin mano? ¿Una creación sin su intervención? ¿Un ser nacido de su esencia, pero no de su voluntad? Quizás… una hija. No una engendrada por deseo, sino por destino. Se detuvo en medio del corredor de obsidiana, su reflejo oscuro devolviéndole una imagen descompuesta. ¿Una hija nacida de su poder, pero sin su amor? ¿Una flor envenenada o redentora? "Brotará del ébano una flor sin temblor…" Ébano. El árbol de madera oscura, símbolo de lo oculto, lo eterno, lo duro. Una flor nacida del ébano no sería frágil. No se rompería con el viento. Sin temblor. Imperturbable. Eso la asustó más que cualquier visión. Porque Perséfone, aun en su fuerza, había temblado. Cuando fue raptada, cuando eligió quedarse, cuando sostuvo en sus brazos a las almas errantes que no querían cruzar el río. Ella había temblado, había sentido. Una flor que no tiembla… ¿puede amar? ¿Puede compadecerse? "Cuyo paso dará descanso a las almas sin canto." Ese último verso le pareció el más bello… y el más trágico. Las almas sin canto eran las que no habían sido honradas, las que murieron sin nombre, sin ritual, sin memoria. Vagaban sin rumbo, sin fuerza para cruzar al olvido. Ella las conocía bien. Las escuchaba llorar en las grietas del Hades. ¿Esa flor las hará descansar? ¿O las dormirá eternamente, sin redención? Se sentó en su trono, las manos entrelazadas, los ojos clavados en el vacío. Las sombras del Inframundo se arremolinaron a su alrededor, inquietas por su silencio. Ni Hades se atrevía a interrumpirla. Él conocía ese gesto: Perséfone estaba recordando el futuro. Sintió una punzada en el vientre. No física, no tangible. Era como un eco que aún no había nacido. Una presencia lejana, pero inevitable. Algo vendría. Algo o alguien crecería en ella, o a través de ella, o desde ella. Una flor sin miedo, nacida del ébano. Y esa flor no sería suya. No en el modo en que una madre posee a su hija. No. Esa flor sería del mundo. O del destino. Perséfone apretó los labios, conteniendo la oleada de emoción que pugnaba por salir. ¿Y si la profecía hablaba de una nueva era? ¿De un cambio tan grande que ni los dioses estarían preparados? ¿Y si esa flor era el final de una era donde los dioses gobernaban… y el inicio de una donde solo observarían? Por un instante se sintió pequeña. Pequeña ante algo inmenso, algo que se aproximaba como una ola silenciosa, pero imparable. Y por primera vez en siglos, no supo si debía temer… o prepararse para amar. Porque, aunque no lo dijera en voz alta, en lo más profundo de su pecho, ya sentía el brote. Y ese brote no era odio. Era amor. Silencioso, incierto, pero real. Una flor de ébano, nacida de la Reina de los Muertos. Una criatura destinada a cambiar el equilibrio, a poner fin al canto del dolor. Y Perséfone, con el alma dividida, entendió: El mayor acto de amor no es engendrar. Es dejar florecer lo que debe ser. Aunque eso signifique dejarlo ir.
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  • Me preguntó porque los humanos buscan experiencias que superen lo que sus ojos han visto... Apenas han visto a una dama en el cementerio conjurando y saludando a viejos amigos y salen horrorizados... Los modales han quedado en el olvido...
    Me preguntó porque los humanos buscan experiencias que superen lo que sus ojos han visto... Apenas han visto a una dama en el cementerio conjurando y saludando a viejos amigos y salen horrorizados... Los modales han quedado en el olvido...
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  • *no olvido lo que le había prometido a su hermano mono, así que había hecho unas preparaciones con chayotes, sabía el sabor no era malo aunque no fuera de sus alimentos favoritos*

    Espero te gusten, sobre todo el gratinado, y no te preocupes no contiene nada de carne. Sun Wukong 𝑧𝘩𝑖 𝑧𝑢𝑛𝑏𝑎𝑜
    *no olvido lo que le había prometido a su hermano mono, así que había hecho unas preparaciones con chayotes, sabía el sabor no era malo aunque no fuera de sus alimentos favoritos* Espero te gusten, sobre todo el gratinado, y no te preocupes no contiene nada de carne. [wuk0ng]
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  • Pasaje oculto en el Torreón de Maegor


    Fragmento encontrado detrás de un tapiz arrancado durante el reinado de Maegor III, escrito en tinta carmesí sobre pergamino ennegrecido. Se sospecha que fue copiado de un códice anterior proveniente de Lys.

    “La pintura yace en la cámara más baja del Torreón, donde los dragones dormían sus últimos siglos y los huesos crujían al compás del olvido. No tiene firma, no tiene nombre, pero los más sabios temen pronunciarla. La mujer retratada no es una reina, aunque vistió como una. No es una puta, aunque desnudó el alma de reyes. No es una bruja, aunque hasta los Septones más santos evitaban mirarla a los ojos por temor a ver el reflejo de sus deseos.”

    “Seirys. Así fue llamada por los pocos que osaron amarla. Seirys, la devota del caos suave, la furia vestida de encaje, la sonrisa que cortaba como un cuchillo en vino. Sus ojos hablaban en alto valyrio, aunque su boca callaba lo justo. Su dragón, Maegaryon, fue la sombra que cubrió Rocadragón en tiempos de rebelión silenciosa.”

    “No se sabe quién pintó este retrato. Algunos dicen que fue un amante. Otros, un enemigo rendido. Lo cierto es que el rostro sonriente que lo contempla desde el lienzo no olvida, ni perdona, ni envejece.”

    “Quien mire esta pintura debe hacerlo con cuidado. El fuego no arde solo en las llamas... también lo hace en los recuerdos.”



    — A la izquierda del marco, tallado con garras de dragón. —
    “Va perzys ānogār. Nuhor jemēle.”
    «Fuego en la carne. Recuerda quién eres.»

    Pasaje oculto en el Torreón de Maegor Fragmento encontrado detrás de un tapiz arrancado durante el reinado de Maegor III, escrito en tinta carmesí sobre pergamino ennegrecido. Se sospecha que fue copiado de un códice anterior proveniente de Lys. “La pintura yace en la cámara más baja del Torreón, donde los dragones dormían sus últimos siglos y los huesos crujían al compás del olvido. No tiene firma, no tiene nombre, pero los más sabios temen pronunciarla. La mujer retratada no es una reina, aunque vistió como una. No es una puta, aunque desnudó el alma de reyes. No es una bruja, aunque hasta los Septones más santos evitaban mirarla a los ojos por temor a ver el reflejo de sus deseos.” “Seirys. Así fue llamada por los pocos que osaron amarla. Seirys, la devota del caos suave, la furia vestida de encaje, la sonrisa que cortaba como un cuchillo en vino. Sus ojos hablaban en alto valyrio, aunque su boca callaba lo justo. Su dragón, Maegaryon, fue la sombra que cubrió Rocadragón en tiempos de rebelión silenciosa.” “No se sabe quién pintó este retrato. Algunos dicen que fue un amante. Otros, un enemigo rendido. Lo cierto es que el rostro sonriente que lo contempla desde el lienzo no olvida, ni perdona, ni envejece.” “Quien mire esta pintura debe hacerlo con cuidado. El fuego no arde solo en las llamas... también lo hace en los recuerdos.” — A la izquierda del marco, tallado con garras de dragón. — “Va perzys ānogār. Nuhor jemēle.” «Fuego en la carne. Recuerda quién eres.»
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    He sentido el amor, lo he conocido. Pero no puedo poseerlo. Soy hecho de anhelos ajenos, de ilusiones y deseos que no son míos. El amor requiere entrega, cuerpo, tiempo... cosas que el Señor de los Sueños no posee.

    Si yo amara, todo se rompería. El sueño se volvería prisión, la fantasía se tornaría obsesión. Mis dominios dejarían de ser refugio y se convertirían en reflejos de mi deseo. No sería justo. Ni para mí, ni para aquellos que buscan paz en el olvido nocturno...
    He sentido el amor, lo he conocido. Pero no puedo poseerlo. Soy hecho de anhelos ajenos, de ilusiones y deseos que no son míos. El amor requiere entrega, cuerpo, tiempo... cosas que el Señor de los Sueños no posee. Si yo amara, todo se rompería. El sueño se volvería prisión, la fantasía se tornaría obsesión. Mis dominios dejarían de ser refugio y se convertirían en reflejos de mi deseo. No sería justo. Ni para mí, ni para aquellos que buscan paz en el olvido nocturno...
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  • 𝐏𝐨𝐞𝐦𝐚: "𝐄𝐥𝐥𝐚 𝐫𝐞𝐬𝐮𝐫𝐠𝐞"

    Madre vuelve, sin clamor ni lágrima,
    como fénix que arde y decide renacer.
    No por los rezos que nunca llegaron,
    sino por la fuerza de volver a ser.

    Reina de la juventud que no mendiga,
    sostiene la esperanza en su mirar.
    No hubo canto que la buscara,
    pero su sombra hizo al tiempo temblar.

    El amor no mata a un dios, lo moldea.
    Le da tacto, le quita juicio cruel.
    Pero si lo pierde… ah, entonces elige,
    con cuidado de no ver caer otra piel.

    Porque no temen al olvido,
    sino al silencio que queda después.
    No fue que olvidaran su nombre,
    es que jamás lo tallaron con fe.
    𝐏𝐨𝐞𝐦𝐚: "𝐄𝐥𝐥𝐚 𝐫𝐞𝐬𝐮𝐫𝐠𝐞" Madre vuelve, sin clamor ni lágrima, como fénix que arde y decide renacer. No por los rezos que nunca llegaron, sino por la fuerza de volver a ser. Reina de la juventud que no mendiga, sostiene la esperanza en su mirar. No hubo canto que la buscara, pero su sombra hizo al tiempo temblar. El amor no mata a un dios, lo moldea. Le da tacto, le quita juicio cruel. Pero si lo pierde… ah, entonces elige, con cuidado de no ver caer otra piel. Porque no temen al olvido, sino al silencio que queda después. No fue que olvidaran su nombre, es que jamás lo tallaron con fe.
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  • Melinoë y lo susurros
    Fandom Antigua Grecia
    Categoría Slice of Life
    El Inframundo callaba a cada paso que ella daba. No era su señora, no era su dueña, pero su sola presencia hacia a las almas inclinarse ante la princesa del reino de las sombras.

    Melinoe había encontrado refugio en un rincón justo donde el río Lete hacía un giro suave y las almas no recordaban lo suficiente como para interrumpirla. La luz de unas velas flotaba sin llama, alimentadas por su voluntad, y el aire olía a hojas secas, tinta antigua y algo dulce, como lirios marchitos.


    Vestía su forma más suave, la más etérea, como un suspiro con voz. No parecía caminar, sino flotar entre las grandes piedras que rodeaban el cause del Lete, con los pies apenas rozando el suelo. Sus dedos iban acariciando el contorno de su ya acostumbrado velo blanco que la cubría de las miradas curiosas de los mortales que aun no se hundían en las aguas del olvido.

    Su tarea era simple, guiar a las almas perdidas, esas que no podían saltar al rio por miedo a dejar ir sus recuerdos, esas que se perdían en el camino y respondían solo ante la diosa de los fantasmas.


    Ella estaba tranquila a la esperar de que algo o alguien que se atreviera a rompiera la quietud.

    Aunque nunca lo admitiría, la eternidad también puede sentirse sola.
    El Inframundo callaba a cada paso que ella daba. No era su señora, no era su dueña, pero su sola presencia hacia a las almas inclinarse ante la princesa del reino de las sombras. Melinoe había encontrado refugio en un rincón justo donde el río Lete hacía un giro suave y las almas no recordaban lo suficiente como para interrumpirla. La luz de unas velas flotaba sin llama, alimentadas por su voluntad, y el aire olía a hojas secas, tinta antigua y algo dulce, como lirios marchitos. Vestía su forma más suave, la más etérea, como un suspiro con voz. No parecía caminar, sino flotar entre las grandes piedras que rodeaban el cause del Lete, con los pies apenas rozando el suelo. Sus dedos iban acariciando el contorno de su ya acostumbrado velo blanco que la cubría de las miradas curiosas de los mortales que aun no se hundían en las aguas del olvido. Su tarea era simple, guiar a las almas perdidas, esas que no podían saltar al rio por miedo a dejar ir sus recuerdos, esas que se perdían en el camino y respondían solo ante la diosa de los fantasmas. Ella estaba tranquila a la esperar de que algo o alguien que se atreviera a rompiera la quietud. Aunque nunca lo admitiría, la eternidad también puede sentirse sola.
    Tipo
    Individual
    Líneas
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    Estado
    Disponible
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  • - Oye. . Yo no regresé, nunca estuve ahí, tenlo como un tesoro y aborrece mi existir para siempre si eso te hace bien, ya no importa, pero .. sigue mirando al cielo no mi rostro, no quiero que caigas víctima de la maldición que se esconde en lo profundo de mis ojos, mira las estrellas, la luna y en las noches oscuras yo te acompañaré aunque no puedas verme, el mensaje casi lo olvido.. nunca olvides yo soy la criatura más peligrosa que existe, te amo y te amare por siempre y un día más, me llevo todo y si algo dejo fueron mis acciones que en nada se ganaron tu odio, de tu lágrima culpable de tus sonrisas el motivo me llevo el nombre del Señor Pirata, tirano Rey de los Basilios, si preguntas por lo que hay de mi.. tanto y nada por describir ..
    - Oye. . Yo no regresé, nunca estuve ahí, tenlo como un tesoro y aborrece mi existir para siempre si eso te hace bien, ya no importa, pero .. sigue mirando al cielo no mi rostro, no quiero que caigas víctima de la maldición que se esconde en lo profundo de mis ojos, mira las estrellas, la luna y en las noches oscuras yo te acompañaré aunque no puedas verme, el mensaje casi lo olvido.. nunca olvides yo soy la criatura más peligrosa que existe, te amo y te amare por siempre y un día más, me llevo todo y si algo dejo fueron mis acciones que en nada se ganaron tu odio, de tu lágrima culpable de tus sonrisas el motivo me llevo el nombre del Señor Pirata, tirano Rey de los Basilios, si preguntas por lo que hay de mi.. tanto y nada por describir ..
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  • #misiondiarialunes #desafiodivino.

    𓆩ꨄ𓆪Nacida de un tropiezo, nombrada por un río.

    Dicen que las deidades no cometen errores, que su andar es perfecto, divino. Pero incluso los dioses tropiezan.

    Fue Hebe, la eterna doncella, quien en un gesto tan humano como divino, se deslizó al borde de la Fuente del Olvido. Su pie descalzo tocó primero el agua de Lethe, y luego —por un capricho del destino o del alma— rozó la corriente clara del río Eunoë, el agua del recuerdo puro.

    Aquel instante selló algo imposible: Hebe, diosa de la juventud, dejó atrás su aspecto de doncella al absorber memorias que no le pertenecían. Maduró, cambió. Y de ese enlace entre olvido y recuerdo, entre error y sacrificio, nació una niebla.

    No una hija de carne, sino de esencia. No una voz, sino un susurro. Eunoë.

    No fue reclamada por ningún dios, ni por la tierra ni por el cielo, pero el Reino de los Sueños la aceptó. Porque ella no pesa ni hiere. Ella consuela. Su forma de neblina plateada se enreda en los rincones de las almas que no pueden más, que necesitan una última caricia de esperanza antes de rendirse al abismo del descanso.

    Fue Morfeo quien la vio llegar, flotando entre los velos del sueño profundo. “¿Qué criatura eres tú, que hueles a recuerdo y olvido a la vez?”, preguntó. Eunoë no respondió de inmediato; no con palabras, al menos. Sus ojos brillaban con luz líquida, y sus dedos eran vapor que aliviaba.

    Desde entonces, Morfeo y ella han compartido silencios, fragmentos de duda, y ocasionales discusiones sobre la naturaleza del sueño. Él, sombra cansada y sabia, rara vez duerme. Ella, espíritu naciente, vela por los que sí lo hacen. “Maestro,” suele decirle con ternura burlona, “usted da sueños, pero no se concede ni uno.” Él sonríe. A veces.

    Y así, ella sigue danzando. No busca ser recordada, pero recuerda. No promete eternidad, pero concede alivio. Donde el mundo duele, allí va. Donde una diosa duerme por fin —como Atropos—, allí canta. Donde el Maestro reposa, ella flota cerca, sin perturbar, sin tocar.

    Nacida de un error.
    Criada por el susurro de aguas sagradas.
    Eunoë, la que recuerda.
    Eunoë, la que repara.
    #misiondiarialunes #desafiodivino. 𓆩ꨄ𓆪Nacida de un tropiezo, nombrada por un río. Dicen que las deidades no cometen errores, que su andar es perfecto, divino. Pero incluso los dioses tropiezan. Fue Hebe, la eterna doncella, quien en un gesto tan humano como divino, se deslizó al borde de la Fuente del Olvido. Su pie descalzo tocó primero el agua de Lethe, y luego —por un capricho del destino o del alma— rozó la corriente clara del río Eunoë, el agua del recuerdo puro. Aquel instante selló algo imposible: Hebe, diosa de la juventud, dejó atrás su aspecto de doncella al absorber memorias que no le pertenecían. Maduró, cambió. Y de ese enlace entre olvido y recuerdo, entre error y sacrificio, nació una niebla. No una hija de carne, sino de esencia. No una voz, sino un susurro. Eunoë. No fue reclamada por ningún dios, ni por la tierra ni por el cielo, pero el Reino de los Sueños la aceptó. Porque ella no pesa ni hiere. Ella consuela. Su forma de neblina plateada se enreda en los rincones de las almas que no pueden más, que necesitan una última caricia de esperanza antes de rendirse al abismo del descanso. Fue Morfeo quien la vio llegar, flotando entre los velos del sueño profundo. “¿Qué criatura eres tú, que hueles a recuerdo y olvido a la vez?”, preguntó. Eunoë no respondió de inmediato; no con palabras, al menos. Sus ojos brillaban con luz líquida, y sus dedos eran vapor que aliviaba. Desde entonces, Morfeo y ella han compartido silencios, fragmentos de duda, y ocasionales discusiones sobre la naturaleza del sueño. Él, sombra cansada y sabia, rara vez duerme. Ella, espíritu naciente, vela por los que sí lo hacen. “Maestro,” suele decirle con ternura burlona, “usted da sueños, pero no se concede ni uno.” Él sonríe. A veces. Y así, ella sigue danzando. No busca ser recordada, pero recuerda. No promete eternidad, pero concede alivio. Donde el mundo duele, allí va. Donde una diosa duerme por fin —como Atropos—, allí canta. Donde el Maestro reposa, ella flota cerca, sin perturbar, sin tocar. Nacida de un error. Criada por el susurro de aguas sagradas. Eunoë, la que recuerda. Eunoë, la que repara.
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