Se había marchado, adentrándose en el abismo que existe más allá del Velo, donde ni los dioses pueden sostener su forma sin romperse. No dijo adiós. No explicó su partida. Solo desapareció, arrastrado por un eco.
Descendió por voluntad propia, pero el viaje lo quebró. Primero olvidó el tiempo. Luego su nombre. Después, incluso la forma de su rostro. Solo quedó su esencia, flotando entre pensamientos que no eran suyos, atrapado en esa prisión, pues los dioses no mueren, simplemente se olvidan.
Fue en busca de algo perdido: un fragmento de sí mismo, robado por los Primigenios del Olvido.
Lo encontró, pero no volvió solo.
Ni siquiera él supo cómo es que pudo volver, solo cruzó de regreso al reino de los mortales. Allí su sombra temblaba, alterada.
Aún debilitado por su travesía, se levantó del suelo y alzó la mirada al cielo. Sus ojos ya no brillaban con el fulgor de los sueños. Estaban nublados, llenos de ecos.
El dios del sueño había vuelto. Más oscuro. Más sabio. Más verdadero.
Porque ahora sabía que el verdadero sueño no es evadir la oscuridad... es soñar incluso dentro de ella.
Descendió por voluntad propia, pero el viaje lo quebró. Primero olvidó el tiempo. Luego su nombre. Después, incluso la forma de su rostro. Solo quedó su esencia, flotando entre pensamientos que no eran suyos, atrapado en esa prisión, pues los dioses no mueren, simplemente se olvidan.
Fue en busca de algo perdido: un fragmento de sí mismo, robado por los Primigenios del Olvido.
Lo encontró, pero no volvió solo.
Ni siquiera él supo cómo es que pudo volver, solo cruzó de regreso al reino de los mortales. Allí su sombra temblaba, alterada.
Aún debilitado por su travesía, se levantó del suelo y alzó la mirada al cielo. Sus ojos ya no brillaban con el fulgor de los sueños. Estaban nublados, llenos de ecos.
El dios del sueño había vuelto. Más oscuro. Más sabio. Más verdadero.
Porque ahora sabía que el verdadero sueño no es evadir la oscuridad... es soñar incluso dentro de ella.
Se había marchado, adentrándose en el abismo que existe más allá del Velo, donde ni los dioses pueden sostener su forma sin romperse. No dijo adiós. No explicó su partida. Solo desapareció, arrastrado por un eco.
Descendió por voluntad propia, pero el viaje lo quebró. Primero olvidó el tiempo. Luego su nombre. Después, incluso la forma de su rostro. Solo quedó su esencia, flotando entre pensamientos que no eran suyos, atrapado en esa prisión, pues los dioses no mueren, simplemente se olvidan.
Fue en busca de algo perdido: un fragmento de sí mismo, robado por los Primigenios del Olvido.
Lo encontró, pero no volvió solo.
Ni siquiera él supo cómo es que pudo volver, solo cruzó de regreso al reino de los mortales. Allí su sombra temblaba, alterada.
Aún debilitado por su travesía, se levantó del suelo y alzó la mirada al cielo. Sus ojos ya no brillaban con el fulgor de los sueños. Estaban nublados, llenos de ecos.
El dios del sueño había vuelto. Más oscuro. Más sabio. Más verdadero.
Porque ahora sabía que el verdadero sueño no es evadir la oscuridad... es soñar incluso dentro de ella.

