El crepúsculo se cernía sobre la finca de los Phantomhive.
Los últimos vestigios de luz se colaron por la ventana, posándose en el rostro apático del heredero, quien cumplía años hoy pero no lucía muy feliz.
Aquellos últimos rayos de luz le dieron un poco de calidez a esa expresión fría que miraba más allá del horizonte, esperando algo que jamás sucedería y que, en lo profundo de su corazón, seguía anhelando.
Junior se alisó las arrugas invisibles de su atuendo para darle algo qué hacer a sus manos inquietas. Dada la ocasión, estaba vestido con un traje elegante y hermoso cortesía de su progenitor. Le correspondía bajar hacia el salón para saludar a los invitados. Sin embargo, no sentía ningún entusiasmo por hacerlo. Tal como con otros deberes sociales, Junior no disfrutaba de estar rodeado de personas, y no porque fuera antisocial; más bien, luego de que se comportara como un caballero y fuera cortés saludando a medio mundo, no tenía más tema de conversación que ofrecer. Era consciente de que, dado su intelecto, no había nadie que pudiera entretenerlo ni él entretener a un invitado. En ese aspecto, era torpe y todavía necesitaba aprender de sus padres a manejar esos asuntos.
Encontrarse alejado de la sociedad estaba mostrando sus defectos. Junior era consciente de que, en algún momento, el conocimiento que podía brindarle un libro sería insuficiente.
Se alejó de la ventana, se vio en el espejo y arregló cualquier desperfecto en su apariencia. Luego, decidió dejar de esconderse en su dormitorio y bajar a cumplir con sus responsabilidades. Como heredero, era su deber mostrarse como un buen anfitrión y agradecer a los invitados por asistir, aun cuando fuera solo la familia que veía usualmente.
—Un heredero de palabra, que solo existe en esta mansión —soltó de súbito, y su reflejo le devolvió una sonrisa amarga.
Junior se dirigió al salón, esperando que los invitados todavía no hubieran llegado, ya que debía ser el primero en recibirlos.
El crepúsculo se cernía sobre la finca de los Phantomhive.
Los últimos vestigios de luz se colaron por la ventana, posándose en el rostro apático del heredero, quien cumplía años hoy pero no lucía muy feliz.
Aquellos últimos rayos de luz le dieron un poco de calidez a esa expresión fría que miraba más allá del horizonte, esperando algo que jamás sucedería y que, en lo profundo de su corazón, seguía anhelando.
Junior se alisó las arrugas invisibles de su atuendo para darle algo qué hacer a sus manos inquietas. Dada la ocasión, estaba vestido con un traje elegante y hermoso cortesía de su progenitor. Le correspondía bajar hacia el salón para saludar a los invitados. Sin embargo, no sentía ningún entusiasmo por hacerlo. Tal como con otros deberes sociales, Junior no disfrutaba de estar rodeado de personas, y no porque fuera antisocial; más bien, luego de que se comportara como un caballero y fuera cortés saludando a medio mundo, no tenía más tema de conversación que ofrecer. Era consciente de que, dado su intelecto, no había nadie que pudiera entretenerlo ni él entretener a un invitado. En ese aspecto, era torpe y todavía necesitaba aprender de sus padres a manejar esos asuntos.
Encontrarse alejado de la sociedad estaba mostrando sus defectos. Junior era consciente de que, en algún momento, el conocimiento que podía brindarle un libro sería insuficiente.
Se alejó de la ventana, se vio en el espejo y arregló cualquier desperfecto en su apariencia. Luego, decidió dejar de esconderse en su dormitorio y bajar a cumplir con sus responsabilidades. Como heredero, era su deber mostrarse como un buen anfitrión y agradecer a los invitados por asistir, aun cuando fuera solo la familia que veía usualmente.
—Un heredero de palabra, que solo existe en esta mansión —soltó de súbito, y su reflejo le devolvió una sonrisa amarga.
Junior se dirigió al salón, esperando que los invitados todavía no hubieran llegado, ya que debía ser el primero en recibirlos.