Las luces LED parpadearon como si quisieran apagarse, y el viento que sopló repentinamente levantó la tierra circundante al asfalto, que se veía descuidado y agrietado como todo en esta parte de la ciudad.
—¿Estás listo? —le preguntó su amigo conocedor de motos con ansiedad.
—¡Por supuesto! —le contestó Charles con una sonrisa arrogante. —Confía en mí.
Grey se hallaba en una de esas carreras clandestinas que se daban en el noroeste de Londres, en el sitio más decadente de la ciudad. Donde era complicado que Yard los interceptara.
Además, era una de las zonas más peligrosas, donde la tasa de criminalidad iba en ascenso cada mes, y por la que nadie en su sano juicio deseaba transitar por la noche.
Sin embargo, él no se veía preocupado por su bienestar. Después de todo, estaba seguro de poder defenderse, incluso si su atacante era poseedor de una pistola o algo peor.
En realidad, lo que más le importaba ahora era ganar, incluso si se trataba de algo tan poco sustancial como una carrera entre adolescentes pudientes —o no— presumiendo sus motocicletas.
Colocándose el casco, tan negro como la noche que los rodeaba, Charles posó las manos sobre los manubrios, los pies sobre los pedales, y se preparó para arrancar motores cuando el «juez» diera el visto bueno.
Este no era más que su amigo conocedor de motos, quién lo miraba con preocupación, pues había apostado todo su dinero por él y temía perderlo está noche.
—¡Preparados! —exclamó alzando el brazo en medio de la pista, es decir, la calle media destruida.
Pronto, el espacio se llenó del rugido propio de un motor; algunos eran tan exagerados que seguramente fuera porque la motocicleta no estuviera en buen estado.
—Listos… ¡Ya!
Todas las motos, incluida la de Grey, emprendieron marcha hacia delante a una velocidad que sin duda sería una multa segura.
Y a medida que transitaban por la calle, esta fue aumentando hasta que las motos no fueron más que un borrón irreconocible.
Grey sonrió con placidez.
Era satisfactorio encontrarse conduciendo a una velocidad tan grande, y era aún más satisfactorio notar lo sencillo que era pasar a sus rivales.
Así, en una elipsis, Charles logró completar las vueltas y llegar a la meta sin ninguna dificultad más que el asfalto lleno de pozos.
Pero, justo cuando estaba por frenar, sacarse el casco y festejar con su amigo conocedor de motos, quién estaba más feliz que él porque había ganado un dineral, la rueda delantera se hundió en un pozo particularmente hondo.
Grey intentó maniobrar para salir, pero, en un mal movimiento, la moto tambaleó hacia un lado, y ni con toda la fuerza que ejerció pudo evitar que ésta se cayera, ¡con él encima y todo! Porque no llegó a salir a tiempo.
Menos mal y tenía el casco puesto, aunque, no podría decirse lo mismo del resto de su cuerpo…
—¡¿Qué estás mirando?! —le reprochó a su amigo desde el suelo. —¡Ayúdame rápido!
Antes de que los demás vinieran y lo vieran dando vergüenza.
Las luces LED parpadearon como si quisieran apagarse, y el viento que sopló repentinamente levantó la tierra circundante al asfalto, que se veía descuidado y agrietado como todo en esta parte de la ciudad.
—¿Estás listo? —le preguntó su amigo conocedor de motos con ansiedad.
—¡Por supuesto! —le contestó Charles con una sonrisa arrogante. —Confía en mí.
Grey se hallaba en una de esas carreras clandestinas que se daban en el noroeste de Londres, en el sitio más decadente de la ciudad. Donde era complicado que Yard los interceptara.
Además, era una de las zonas más peligrosas, donde la tasa de criminalidad iba en ascenso cada mes, y por la que nadie en su sano juicio deseaba transitar por la noche.
Sin embargo, él no se veía preocupado por su bienestar. Después de todo, estaba seguro de poder defenderse, incluso si su atacante era poseedor de una pistola o algo peor.
En realidad, lo que más le importaba ahora era ganar, incluso si se trataba de algo tan poco sustancial como una carrera entre adolescentes pudientes —o no— presumiendo sus motocicletas.
Colocándose el casco, tan negro como la noche que los rodeaba, Charles posó las manos sobre los manubrios, los pies sobre los pedales, y se preparó para arrancar motores cuando el «juez» diera el visto bueno.
Este no era más que su amigo conocedor de motos, quién lo miraba con preocupación, pues había apostado todo su dinero por él y temía perderlo está noche.
—¡Preparados! —exclamó alzando el brazo en medio de la pista, es decir, la calle media destruida.
Pronto, el espacio se llenó del rugido propio de un motor; algunos eran tan exagerados que seguramente fuera porque la motocicleta no estuviera en buen estado.
—Listos… ¡Ya!
Todas las motos, incluida la de Grey, emprendieron marcha hacia delante a una velocidad que sin duda sería una multa segura.
Y a medida que transitaban por la calle, esta fue aumentando hasta que las motos no fueron más que un borrón irreconocible.
Grey sonrió con placidez.
Era satisfactorio encontrarse conduciendo a una velocidad tan grande, y era aún más satisfactorio notar lo sencillo que era pasar a sus rivales.
Así, en una elipsis, Charles logró completar las vueltas y llegar a la meta sin ninguna dificultad más que el asfalto lleno de pozos.
Pero, justo cuando estaba por frenar, sacarse el casco y festejar con su amigo conocedor de motos, quién estaba más feliz que él porque había ganado un dineral, la rueda delantera se hundió en un pozo particularmente hondo.
Grey intentó maniobrar para salir, pero, en un mal movimiento, la moto tambaleó hacia un lado, y ni con toda la fuerza que ejerció pudo evitar que ésta se cayera, ¡con él encima y todo! Porque no llegó a salir a tiempo.
Menos mal y tenía el casco puesto, aunque, no podría decirse lo mismo del resto de su cuerpo…
—¡¿Qué estás mirando?! —le reprochó a su amigo desde el suelo. —¡Ayúdame rápido!
Antes de que los demás vinieran y lo vieran dando vergüenza.