El miedo es el condimento perfecto para el alma; déjame sazonar tu vida con un poco de caos y desesperación~
  • Género Masculino
  • Raza Espectro Polimorfo
  • Fandom OC
  • Necrófago
  • Soltero(a)
  • Cumpleaños 1 de mayo
  • 135 Publicaciones
  • 115 Escenas
  • Se unió en mayo 2023
  • 136 Visitas perfil
Otra información
  • Tipo de personaje
    2D
  • Longitud narrativa
    Una línea , Semi-párrafo , Párrafo
  • Categorías de rol
    Acción , Aventura , Contemporáneo , Drama , Fantasía , Slice of Life , Suspenso , Original , Terror
Fijado
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A tener en cuenta

Roleo por publicaciones y starters. Nunca en privado ¿Por qué? Quiero puntitos, fomentar la integración de nuevos personajes y mostrar actividad en la plataforma.

Personaje original. Fantasyverse. Alerta de contenido gore.

Extensión corta a medida, favor de evitar las biblias.

Personaje no apto para menores.

Todas mis publicaciones son de acceso libre para cualquier tipo de personaje, siempre y cuando se respete un mínimo de coherencia hacia la trama e historia de mi personaje. A cambio, haré lo mismo por los suyos.

Las interacciones random son muy bienvenidas siempre que cumplan con lo pedido en el punto anterior.

No soy asiduo a relacionarme offrol, por lo que agradezco no mezclar la realidad con la ficción.

Este personaje puede llegar a ser tan encantador como ofensivo con sus pares. Si eres susceptible a lo que sucede en el rol, sería buena idea bloquear esta cuenta.

Gracias por la atención. Nos vemos en la fantasía ♥
🧾 A tener en cuenta 🧾 📌 Roleo por publicaciones y starters. Nunca en privado ¿Por qué? Quiero puntitos, fomentar la integración de nuevos personajes y mostrar actividad en la plataforma. 📌 Personaje original. Fantasyverse. Alerta de contenido gore. 📌 Extensión corta a medida, favor de evitar las biblias. 📌 Personaje no apto para menores. 📌 Todas mis publicaciones son de acceso libre para cualquier tipo de personaje, siempre y cuando se respete un mínimo de coherencia hacia la trama e historia de mi personaje. A cambio, haré lo mismo por los suyos. 📌 Las interacciones random son muy bienvenidas siempre que cumplan con lo pedido en el punto anterior. 📌 No soy asiduo a relacionarme offrol, por lo que agradezco no mezclar la realidad con la ficción. 📌 Este personaje puede llegar a ser tan encantador como ofensivo con sus pares. Si eres susceptible a lo que sucede en el rol, sería buena idea bloquear esta cuenta. 📌 Gracias por la atención. Nos vemos en la fantasía ♥
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  • Lunes~ Lunes~♫ Siempre puedo contar con el delicioso banquete semanal de desesperanza <3

    Mientras el mundo se despereza a regañadientes, con legañas en los ojos y café en las venas, suspiros resignados, correos sin leer y atascos interminables. Ilusiones rotas, corazones abandonados~ Y llantos que nadie atiende.

    Qué deleite los odiados lunes. Un desayuno emocional acariciando mis poros, nutriendo mi forma, sin reclamar un ápice de esfuerzo.

    Porque, al fin y al cabo, ¿qué es un lunes sino un platillo de sufrimiento perfectamente elaborado?

    Lunes~ Lunes~♫ Siempre puedo contar con el delicioso banquete semanal de desesperanza <3 Mientras el mundo se despereza a regañadientes, con legañas en los ojos y café en las venas, suspiros resignados, correos sin leer y atascos interminables. Ilusiones rotas, corazones abandonados~ Y llantos que nadie atiende. Qué deleite los odiados lunes. Un desayuno emocional acariciando mis poros, nutriendo mi forma, sin reclamar un ápice de esfuerzo. Porque, al fin y al cabo, ¿qué es un lunes sino un platillo de sufrimiento perfectamente elaborado?
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  • Conversemos~ Siéntate y dime; ¿Qué te mató en tu vida pasada?
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  • ¿Aún con Vida?
    Fandom The Fuking Rangers
    Categoría Slice of Life
    Con cariño, para Lia Russell ❤︎❤︎❤︎

    °l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°

    El aire se pudre anticipando mi llegada. Siempre lo hace. Me gusta pensar que es el mundo preparándose, abriendo sus puertas para mi; más concretamente, su habitación.

    Aparezco en el techo, en ese rincón que la luz parece evadir. Cuelgo, como un colgado amarrado al revés: patas arriba, sonrisa invertida, ojos encendidos, mi cabello como una cascada de brea negra derramándose en el suelo. Me olerá antes de verme, hierro y vísceras. Perfecto.

    — Ah… mírate~ Todavía con carne encima de los huesos y aire en los pulmones. Qué fastidio tan… exquisito —mi sonrisa crece, retorcida, dejando a la vista dos hileras de dientes afilados— Te imaginé derramada por algún galán de pacotilla, olvidada en un rincón del mundo, abierta como una botella de licor barato~ Pero no… Aquí estás. Firme. Viva. Un fracaso glorioso.

    Me dejo caer. Caigo como si la gravedad me estuviera rogando desde hace siglos.

    El charco bajo mis pies no existía hace un segundo. Ahora huele a su más tierna infancia, alcohol, sudor, clases privadas, vestidos de ballet y exigencia.

    — ¿Me extrañaste? Pensé en ti justo ayer. Después de ver a una madre abrazar el cadáver tibio de su hijo, susurrándole cuentos que ya no importaban. Fue hermoso, y entonces te recordé, y no pude evitar preguntarme si tus padres también te extrañarán.
    Con cariño, para [ripple_platinum_crow_772] ❤︎❤︎❤︎ °l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l° El aire se pudre anticipando mi llegada. Siempre lo hace. Me gusta pensar que es el mundo preparándose, abriendo sus puertas para mi; más concretamente, su habitación. Aparezco en el techo, en ese rincón que la luz parece evadir. Cuelgo, como un colgado amarrado al revés: patas arriba, sonrisa invertida, ojos encendidos, mi cabello como una cascada de brea negra derramándose en el suelo. Me olerá antes de verme, hierro y vísceras. Perfecto. — Ah… mírate~ Todavía con carne encima de los huesos y aire en los pulmones. Qué fastidio tan… exquisito —mi sonrisa crece, retorcida, dejando a la vista dos hileras de dientes afilados— Te imaginé derramada por algún galán de pacotilla, olvidada en un rincón del mundo, abierta como una botella de licor barato~ Pero no… Aquí estás. Firme. Viva. Un fracaso glorioso. Me dejo caer. Caigo como si la gravedad me estuviera rogando desde hace siglos. El charco bajo mis pies no existía hace un segundo. Ahora huele a su más tierna infancia, alcohol, sudor, clases privadas, vestidos de ballet y exigencia. — ¿Me extrañaste? Pensé en ti justo ayer. Después de ver a una madre abrazar el cadáver tibio de su hijo, susurrándole cuentos que ya no importaban. Fue hermoso, y entonces te recordé, y no pude evitar preguntarme si tus padres también te extrañarán.
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    Grupal
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  • Dulces Pesadillas ❤︎
    Fandom Fuckig Rangers
    Categoría Suspenso
    Con cariño, para Lorenzo A Benedetti ❤︎

    — ¿Cuál es tu fantasía más recurrente, padrecito? —mi voz serpentea en la penumbra, sin boca que la pronuncie, sin forma que la acompañe—. ¿Sueñas con salvarlos a todos? ¿O, en secreto, con verlos desaparecer?

    Silencio.

    — El que no siente temor, ¿cómo puede sentir amor? —ronroneo con una dulzura espesa y pegajosa—. ¿Y cómo puede un santo tener a Dios en su corazón si hay piedra en lugar de músculo~?

    Estoy dentro.
    No de su cuerpo.
    De su mente.

    Mi voz en off. Mi pequeña intervención como narrador no invitado de esta pesadilla. Soy el subtítulo de su subconsciente. La risilla entre los versos del salmo.

    Y empiezo a cambiar el decorado.

    El sueño empieza a desvanecerse, como pintura que se pela ante el paso del tiempo.

    Primero, la luz.

    Ya no hay sol. Hay gris. Un gris mojado, pastoso, pegajoso.

    Después, el sonido. Las risas se alargan, distorsionadas, y se quiebran como vidrios al chocar contra el cemento.

    Y finalmente, el escenario. El suelo da paso a tierra removida. A lápidas torcidas. A cruces de piedra fría.

    Un cementerio. Pero no uno cualquiera.

    Aquí, todas las tumbas están abiertas. Unas 80. 100. Tal vez más.

    Sin ataúdes.
    En su lugar: cuerpos.
    Vivos.
    Respirando.
    Algunos gimen.
    Otros sonríen.
    Todos dormidos, como si la muerte no fuera más que una siesta prolongada.

    — Mira qué bonitos están. Tus feligreses. Tus hijos. Tus prójimos —susurro—. Tan quietecitos. Tan a tu cuidado. ¿Te alcanza la fe para despertarlos?

    Una brisa helada recorre el campo. Las lápidas tiemblan. Y entonces uno de los cuerpos se mueve. Se sienta. Abre los ojos. Otro le sigue. Y otro. Todos despiertan. Uno a uno.
    Miran al cura.
    Pero no se levantan.
    Solo lo observan.
    En silencio.
    Con esa expresión… ya sabes cuál. Esa mezcla de súplica y reproche. De hambre y abandono.

    — ¿Cuántos puedes cargar, padrecito? —mi voz se desliza como aceite caliente dentro de su cráneo—. ¿Cuántos puedes cargar antes de que tu espalda se rompa y tu alma se hunda? ¿No te haría un favor acabando con ellos?
    Con cariño, para [sinner_without_sin] ❤︎ — ¿Cuál es tu fantasía más recurrente, padrecito? —mi voz serpentea en la penumbra, sin boca que la pronuncie, sin forma que la acompañe—. ¿Sueñas con salvarlos a todos? ¿O, en secreto, con verlos desaparecer? Silencio. — El que no siente temor, ¿cómo puede sentir amor? —ronroneo con una dulzura espesa y pegajosa—. ¿Y cómo puede un santo tener a Dios en su corazón si hay piedra en lugar de músculo~? Estoy dentro. No de su cuerpo. De su mente. Mi voz en off. Mi pequeña intervención como narrador no invitado de esta pesadilla. Soy el subtítulo de su subconsciente. La risilla entre los versos del salmo. Y empiezo a cambiar el decorado. El sueño empieza a desvanecerse, como pintura que se pela ante el paso del tiempo. Primero, la luz. Ya no hay sol. Hay gris. Un gris mojado, pastoso, pegajoso. Después, el sonido. Las risas se alargan, distorsionadas, y se quiebran como vidrios al chocar contra el cemento. Y finalmente, el escenario. El suelo da paso a tierra removida. A lápidas torcidas. A cruces de piedra fría. Un cementerio. Pero no uno cualquiera. Aquí, todas las tumbas están abiertas. Unas 80. 100. Tal vez más. Sin ataúdes. En su lugar: cuerpos. Vivos. Respirando. Algunos gimen. Otros sonríen. Todos dormidos, como si la muerte no fuera más que una siesta prolongada. — Mira qué bonitos están. Tus feligreses. Tus hijos. Tus prójimos —susurro—. Tan quietecitos. Tan a tu cuidado. ¿Te alcanza la fe para despertarlos? Una brisa helada recorre el campo. Las lápidas tiemblan. Y entonces uno de los cuerpos se mueve. Se sienta. Abre los ojos. Otro le sigue. Y otro. Todos despiertan. Uno a uno. Miran al cura. Pero no se levantan. Solo lo observan. En silencio. Con esa expresión… ya sabes cuál. Esa mezcla de súplica y reproche. De hambre y abandono. — ¿Cuántos puedes cargar, padrecito? —mi voz se desliza como aceite caliente dentro de su cráneo—. ¿Cuántos puedes cargar antes de que tu espalda se rompa y tu alma se hunda? ¿No te haría un favor acabando con ellos?
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  • La oscuridad fue mi refugio.
    Mi santuario.
    Cómoda, húmeda.
    Pero insuficiente.

    Una semana pasó desde aquel bonito vals con el padrecito fluorescente, con su sal, su cruz, su luz, y ese aroma a redención rancia que me dejó en la piel. Una semana tragando la mierda de la ciudad subterránea, entre tuberías oxidadas y secretos de alcantarilla. Hasta que decidí moverme.

    No tan cerca, no tan lejos. Lo justo. Una pizca de sensatez, no más, mezclada con kilos de hambre.

    Porque necesitaba alimento. No migajas, no un par de almas rotas goteando desesperación como grifos viejos. Necesitaba una fuente. Un río. Una tormenta emocional que me llenara hasta el último rincón.

    Y no tenía un plan. ¿Para qué? Las mentes preparadas saben improvisar.

    Allí fui.
    St. Dymphna Behavioral Health Center.
    A las afueras de Missoula, Montana.
    Pequeño. Discreto. Olvidado. Perfecto.

    Los primeros en notarme fueron, naturalmente, los que ya estaban rotos. Los locos. Los que oyen voces, ven formas y lamen paredes. Les hablé. Les susurré. Les hice reír. Les hice gritar. Uno intentó dibujarme con su mierda. Lindo detalle.

    El personal lo anotó como un “aumento moderado en los episodios alucinatorios grupales”.

    Delicioso.

    Tres días después, una enfermera “muy profesional” reportó haber visto una sombra extraña en un pasillo.

    Pobrecita.

    No supo que yo también la vi a ella. Y a lo que lloraba cuando pensaba que nadie miraba. Me la bebí despacio.

    Y ella contagió a sus compañeras. El terror empezó a fluir. Como intravenosa directa al alma.

    Silencioso, lento, espeso.

    Tres días más y yo era el secreto peor guardado del hospital. Mi nombre no se decía, pero mi silueta se garabateaba en las paredes con lápices mordidos y uñas ensangrentadas.

    Y yo, radiante. Vital. Glorioso.

    Podía haberme ido en ese mismo momento, habría sido lo usual, no necesito reflectores ni los aplausos del publico. Podía dejar que lo archivaran como un brote de histeria colectiva.

    Pero no.

    ¿Sabes por qué vine en realidad? Por él.

    Por ese santo de mirada indolente que aún paseaba por mis pensamientos. Por su fe. Por su puñetera luz.

    Me entretuvo. Me divirtió. Y eso, padrecito, tuve que honrarlo.

    Así que hice mi obra.

    Una función especial, solo por una noche.

    Maté a todos.
    A todos y cada uno.
    76 pacientes.
    28 empleados.
    No quedó uno solo con vida.
    Ni un cuerpo sin desmembrar, ni un grito sin atender, ni un ojo sin vaciar. Me tomé mi tiempo. Jugué con ellos. Adiviné sus miedos. Se los di. Y los devoré.

    Y al final…

    Al final, al fondo del pasillo de las habitaciones, donde las luces titilaban y los rezos se evaporaban, dejé mi firma, un retrato hecho con sangre, uñas, carne seca. El rostro del hombre que me hizo sonreír aquella noche, dos semanas atrás.

    ¿Ves lo que me haces hacer, padrecito?
    ¿No es hermoso?
    La oscuridad fue mi refugio. Mi santuario. Cómoda, húmeda. Pero insuficiente. Una semana pasó desde aquel bonito vals con el padrecito fluorescente, con su sal, su cruz, su luz, y ese aroma a redención rancia que me dejó en la piel. Una semana tragando la mierda de la ciudad subterránea, entre tuberías oxidadas y secretos de alcantarilla. Hasta que decidí moverme. No tan cerca, no tan lejos. Lo justo. Una pizca de sensatez, no más, mezclada con kilos de hambre. Porque necesitaba alimento. No migajas, no un par de almas rotas goteando desesperación como grifos viejos. Necesitaba una fuente. Un río. Una tormenta emocional que me llenara hasta el último rincón. Y no tenía un plan. ¿Para qué? Las mentes preparadas saben improvisar. Allí fui. St. Dymphna Behavioral Health Center. A las afueras de Missoula, Montana. Pequeño. Discreto. Olvidado. Perfecto. Los primeros en notarme fueron, naturalmente, los que ya estaban rotos. Los locos. Los que oyen voces, ven formas y lamen paredes. Les hablé. Les susurré. Les hice reír. Les hice gritar. Uno intentó dibujarme con su mierda. Lindo detalle. El personal lo anotó como un “aumento moderado en los episodios alucinatorios grupales”. Delicioso. Tres días después, una enfermera “muy profesional” reportó haber visto una sombra extraña en un pasillo. Pobrecita. No supo que yo también la vi a ella. Y a lo que lloraba cuando pensaba que nadie miraba. Me la bebí despacio. Y ella contagió a sus compañeras. El terror empezó a fluir. Como intravenosa directa al alma. Silencioso, lento, espeso. Tres días más y yo era el secreto peor guardado del hospital. Mi nombre no se decía, pero mi silueta se garabateaba en las paredes con lápices mordidos y uñas ensangrentadas. Y yo, radiante. Vital. Glorioso. Podía haberme ido en ese mismo momento, habría sido lo usual, no necesito reflectores ni los aplausos del publico. Podía dejar que lo archivaran como un brote de histeria colectiva. Pero no. ¿Sabes por qué vine en realidad? Por él. Por ese santo de mirada indolente que aún paseaba por mis pensamientos. Por su fe. Por su puñetera luz. Me entretuvo. Me divirtió. Y eso, padrecito, tuve que honrarlo. Así que hice mi obra. Una función especial, solo por una noche. Maté a todos. A todos y cada uno. 76 pacientes. 28 empleados. No quedó uno solo con vida. Ni un cuerpo sin desmembrar, ni un grito sin atender, ni un ojo sin vaciar. Me tomé mi tiempo. Jugué con ellos. Adiviné sus miedos. Se los di. Y los devoré. Y al final… Al final, al fondo del pasillo de las habitaciones, donde las luces titilaban y los rezos se evaporaban, dejé mi firma, un retrato hecho con sangre, uñas, carne seca. El rostro del hombre que me hizo sonreír aquella noche, dos semanas atrás. ¿Ves lo que me haces hacer, padrecito? ¿No es hermoso?
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