- FICROL
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- ROLEPLAY
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- EXPLORAR
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—𝕭𝖎𝖊𝖓𝖛𝖊𝖓𝖎𝖉𝖔𝖘.
𝘌𝘭𝘦𝘨𝘪𝘥 𝘤𝘶𝘢𝘭𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳 𝘴𝘵𝘢𝘳𝘵𝘦𝘳
ᵁⁿⁱᵛᵉʳˢᵒ ʸ ᵗᵉˣᵗᵒ ᵃᵈᵃᵖᵗᵃᵇˡᵉ | ²ᴰ ʸ ³ᴰ
| ᵃᶜᵗⁱᵛⁱᵈᵃᵈ ⁴/¹⁰ |
⊘ ᴺᵒ ᵐᵉⁿˢᵃʲᵉˢ, ⁿᵒ ˡᵉᵐᵒⁿ
T̸̨̥͕̬͙̹͍̜̳̀̿́̕͠e̵̡̲̫͒̕m̷̧̞̄͜ͅp̶̧̝̝̳͖̂̇͛́͝ͅu̴͓͉̠̣̾̃͒̄́̿̏̓s̵̢̡͔͖̘̺͍̩̩̖̔͑͆̒́̈́̐͊͝͝ ̵̨͇͉̯̜͙͚̯͉̟̓̇́̏̍̄̕&̸̰̔͗ Ö̵̱̟̖̗͠m̸̪̩̱̻͈͕͌͐̿̍̈́͊̑̓̅ñ̵͔̖̝͖͕͓͒̊̇̓̓ĭ̶̢̪̲͓̺̠̆̐̉̌͑͑̏͂̍a̷̧͇͕̞͉̻͈̥̘͐͌̈́
⌜ᵁˢᵉʳ ᵈᵉ ˡᵃ ᶜᵘᵉⁿᵗᵃ ᵉˢ ᵐᵘʲᵉʳ⌟
𝘌𝘭𝘦𝘨𝘪𝘥 𝘤𝘶𝘢𝘭𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳 𝘴𝘵𝘢𝘳𝘵𝘦𝘳
ᵁⁿⁱᵛᵉʳˢᵒ ʸ ᵗᵉˣᵗᵒ ᵃᵈᵃᵖᵗᵃᵇˡᵉ | ²ᴰ ʸ ³ᴰ
| ᵃᶜᵗⁱᵛⁱᵈᵃᵈ ⁴/¹⁰ |
⊘ ᴺᵒ ᵐᵉⁿˢᵃʲᵉˢ, ⁿᵒ ˡᵉᵐᵒⁿ
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⌜ᵁˢᵉʳ ᵈᵉ ˡᵃ ᶜᵘᵉⁿᵗᵃ ᵉˢ ᵐᵘʲᵉʳ⌟
- Tipo de personaje
3D - Longitud narrativa
Semi-párrafo , Párrafo , Multi-párrafo , Novela - Categorías de rol
Acción , Aventura , Fantasía , Slice of Life , Suspenso , Original , Otros , NSFW (+18)
Fijado
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- —̷̺̻̺̩͚̪͙́ͅT̷̖̘̈́̂͠e̵̯̘̞͚͇͎͂̃̐͜ͅn̵̟̪͈̩̪̝̐̒̅̽͑e̶̟͖̿̐̂͒̈́̚b̷͚͓̺̰̰͓͈̆̓͐͗̓͠͠r̷̨̠̯̯̦̉͒̈̽̈́ą̷̺̙͎̪̟͑̈́e̶̫͖̲̜̪̖̙̲͔͋̎̌͐̓͗̑͜ ̶͕̝͖̺̺̯͚͔͌̍̄̂͜ṉ̴̨̧̣̝̬̪̓ö̸͎͉͙̙͙n̵͖͕͓̰͇̓̌̀̄̚͝ͅ ̵̣̪̲̼̹̫͙̤̘̊̊̋͂͛̐̾̒̋͆ō̷͖͍̻͖̲̙̠̫̖̪̕b̶̙̰̜̙̺͍̞̝̿͑͜͝ͅt̷͎̦̆͛̄̒͒͐̆̐͝͝ẹ̸͉͌̀́̾͗ṃ̴͕̙͇̺̼̮̣̓͑p̵̛̖͔̼͉̙̤̗̃̿̈͐́̕͘ͅe̸̢̱̗̦̯̰͚̜̹̊̽͆r̸̢͛̂̀̇̃̇̌̀̿̈͜ả̵͇̻̙̙̺̘̤̼̊̓͜ń̸͕̻͍̦͋̔̄͐͝t̶̢̫̲̠̺̪̤̗͑̓,̴͔̺̫̼̒̎̐̀ ̴̺͓͇̃̆̾͊͊̃͝ņ̶̗̬̘̰̮̬̯̤̀̔̃̌o̴̪͗̂n̷͉̲͔̊̓ ̴̥̑̈́͂̾̓s̷͍̜͊̀̂́e̵͙͍͔̦͓͚͚̾͘͜r̶̭͉͐͘v̶̡̪̘̜̺̎̒͊̾̏̑͐̚į̴̼̆̎͑̇̀̓͆͗̚͝u̸̝̦͓͍̻͛̉̇̃̔̆͝ņ̶̡̗̗̠̲͍̠̠̒̍̐́͗͋͝t̸̹͕̟̫̘̲̗͆̈́̈̽̑,̷̖̖͖̠̹̪̼̍͜ͅ ̶͕̓̾͋̇̄̽̾͘n̷̨̛͎̲̟͚̮̬͑̆͊͐̏̕ơ̷̛̫̞̊̽̔̈́́̔̊̓n̸̨̨͔̹̟̈̄̈́̈́͆̀ ̷̖̲̯̪̺̺̳̊̂͊͛͋̀̅̈́̑͠i̶̲̻̯͇̊n̸̠̹̘̓̽̏̀̄͜c̸̨̖̠͉̳͇͚̓͛͊͌̇̏͜l̷̡͕̹͈͖͕͔͙͛̄̑i̴̠̋̐n̶̝̝̥̼͒̋́͑̃̃̚̚͝ạ̸̄͛̅̾̎͌̐͘͠ǹ̶̮̰̼̺̈́̈́͒̏͊͗͝t̷̡̺̯̪̎̋̏̅͐̒͛ͅų̴̡͉̺̻̱͉͍̤̀͆̓͋̚r̶̫͒͆͆͒̂̕.̶̳̗̖̺̯͕̓̃̋̈̂̃͒͋ͅͅ ̴̧͓̻͕͈̗͛͌̋A̷̼̔͋̾̈́̕͠l̷̗̬̪͍̗͕̀̈́̈́̾͠͝ũ̸̙͕̿̈́̔̏͘̕̕͝n̶̛͔̞͙̭͊̓͝ţ̶̧͇̙̳̖̫̼̄̉͛̓̉͌͠ú̵̻r̷̜̲̰̣͍̬͈͐͒́̍.̸̨̭͍̗̂̋́͐͗͛͊̓̄͝ ̷̜͈̣̱͍͌̀̿̏̍̋͒́̈́̚Ë̷̩̪̲̭̱̝́̃̏x̴̛͙̜̲̻̱̙̬̩͚̓̎͑̚t̷̗̺̪͈̂̿͐́̉̉ȩ̸̺̖̞̤͎̮̬̣̰͗̏ņ̵̫͎͍͚̠̖̄̍d̴̢̼̤͈̘͇̤̩̭͑͑́̀̒͗̂͝ư̵̡̨͍̗̿̽̌͆̆̇͗n̵̨̞͒͂͒̈̉́͗͗͝͠ẗ̵̢̝̪̼̳͎͓͉̅͗̆͑̚͜ú̷̖̿͆̐́̃ȑ̴̢̢͍͈̻͎͖̲̝̕.̴̡̮̣̱̟̳͙͔̬̓̎
[—𝔏𝔞 𝔬𝔰𝔠𝔲𝔯𝔦𝔡𝔞𝔡 𝔫𝔬 𝔬𝔟𝔢𝔡𝔢𝔠𝔢, 𝔫𝔬 𝔰𝔦𝔯𝔳𝔢, 𝔫𝔬 𝔰𝔢 𝔦𝔫𝔠𝔩𝔦𝔫𝔞. 𝔖𝔢 𝔞𝔩𝔦𝔪𝔢𝔫𝔱𝔞. 𝔖𝔢 𝔢𝔵𝔱𝔦𝔢𝔫𝔡𝔢.]
—̷̺̻̺̩͚̪͙́ͅT̷̖̘̈́̂͠e̵̯̘̞͚͇͎͂̃̐͜ͅn̵̟̪͈̩̪̝̐̒̅̽͑e̶̟͖̿̐̂͒̈́̚b̷͚͓̺̰̰͓͈̆̓͐͗̓͠͠r̷̨̠̯̯̦̉͒̈̽̈́ą̷̺̙͎̪̟͑̈́e̶̫͖̲̜̪̖̙̲͔͋̎̌͐̓͗̑͜ ̶͕̝͖̺̺̯͚͔͌̍̄̂͜ṉ̴̨̧̣̝̬̪̓ö̸͎͉͙̙͙n̵͖͕͓̰͇̓̌̀̄̚͝ͅ ̵̣̪̲̼̹̫͙̤̘̊̊̋͂͛̐̾̒̋͆ō̷͖͍̻͖̲̙̠̫̖̪̕b̶̙̰̜̙̺͍̞̝̿͑͜͝ͅt̷͎̦̆͛̄̒͒͐̆̐͝͝ẹ̸͉͌̀́̾͗ṃ̴͕̙͇̺̼̮̣̓͑p̵̛̖͔̼͉̙̤̗̃̿̈͐́̕͘ͅe̸̢̱̗̦̯̰͚̜̹̊̽͆r̸̢͛̂̀̇̃̇̌̀̿̈͜ả̵͇̻̙̙̺̘̤̼̊̓͜ń̸͕̻͍̦͋̔̄͐͝t̶̢̫̲̠̺̪̤̗͑̓,̴͔̺̫̼̒̎̐̀ ̴̺͓͇̃̆̾͊͊̃͝ņ̶̗̬̘̰̮̬̯̤̀̔̃̌o̴̪͗̂n̷͉̲͔̊̓ ̴̥̑̈́͂̾̓s̷͍̜͊̀̂́e̵͙͍͔̦͓͚͚̾͘͜r̶̭͉͐͘v̶̡̪̘̜̺̎̒͊̾̏̑͐̚į̴̼̆̎͑̇̀̓͆͗̚͝u̸̝̦͓͍̻͛̉̇̃̔̆͝ņ̶̡̗̗̠̲͍̠̠̒̍̐́͗͋͝t̸̹͕̟̫̘̲̗͆̈́̈̽̑,̷̖̖͖̠̹̪̼̍͜ͅ ̶͕̓̾͋̇̄̽̾͘n̷̨̛͎̲̟͚̮̬͑̆͊͐̏̕ơ̷̛̫̞̊̽̔̈́́̔̊̓n̸̨̨͔̹̟̈̄̈́̈́͆̀ ̷̖̲̯̪̺̺̳̊̂͊͛͋̀̅̈́̑͠i̶̲̻̯͇̊n̸̠̹̘̓̽̏̀̄͜c̸̨̖̠͉̳͇͚̓͛͊͌̇̏͜l̷̡͕̹͈͖͕͔͙͛̄̑i̴̠̋̐n̶̝̝̥̼͒̋́͑̃̃̚̚͝ạ̸̄͛̅̾̎͌̐͘͠ǹ̶̮̰̼̺̈́̈́͒̏͊͗͝t̷̡̺̯̪̎̋̏̅͐̒͛ͅų̴̡͉̺̻̱͉͍̤̀͆̓͋̚r̶̫͒͆͆͒̂̕.̶̳̗̖̺̯͕̓̃̋̈̂̃͒͋ͅͅ ̴̧͓̻͕͈̗͛͌̋A̷̼̔͋̾̈́̕͠l̷̗̬̪͍̗͕̀̈́̈́̾͠͝ũ̸̙͕̿̈́̔̏͘̕̕͝n̶̛͔̞͙̭͊̓͝ţ̶̧͇̙̳̖̫̼̄̉͛̓̉͌͠ú̵̻r̷̜̲̰̣͍̬͈͐͒́̍.̸̨̭͍̗̂̋́͐͗͛͊̓̄͝ ̷̜͈̣̱͍͌̀̿̏̍̋͒́̈́̚Ë̷̩̪̲̭̱̝́̃̏x̴̛͙̜̲̻̱̙̬̩͚̓̎͑̚t̷̗̺̪͈̂̿͐́̉̉ȩ̸̺̖̞̤͎̮̬̣̰͗̏ņ̵̫͎͍͚̠̖̄̍d̴̢̼̤͈̘͇̤̩̭͑͑́̀̒͗̂͝ư̵̡̨͍̗̿̽̌͆̆̇͗n̵̨̞͒͂͒̈̉́͗͗͝͠ẗ̵̢̝̪̼̳͎͓͉̅͗̆͑̚͜ú̷̖̿͆̐́̃ȑ̴̢̢͍͈̻͎͖̲̝̕.̴̡̮̣̱̟̳͙͔̬̓̎ [—𝔏𝔞 𝔬𝔰𝔠𝔲𝔯𝔦𝔡𝔞𝔡 𝔫𝔬 𝔬𝔟𝔢𝔡𝔢𝔠𝔢, 𝔫𝔬 𝔰𝔦𝔯𝔳𝔢, 𝔫𝔬 𝔰𝔢 𝔦𝔫𝔠𝔩𝔦𝔫𝔞. 𝔖𝔢 𝔞𝔩𝔦𝔪𝔢𝔫𝔱𝔞. 𝔖𝔢 𝔢𝔵𝔱𝔦𝔢𝔫𝔡𝔢.] - A la entrada del poblado, la líder de la aldea aguardaría con el peso de la preocupación sobre sus hombros. Había enviado un mensaje cargado de urgencia a quien solo conocía por rumores: una viajera, una sombra errante que
comprendía lo inexplicable.
Desde el sendero cubierto de escarcha emergía la figura esperada. Una mujer de andar sereno, el cabello negro le caía sobre los hombros, ondeando suavemente con la brisa. Sus ojos recorrerían el entorno con una calma extraña.
La anciana, en su sabiduría, se acercaría con cautela.
—Gracias por venir —susurraría, temiendo romper el aire quieto—. No sabemos qué ocurre. La aldea ha sido devorada por el silencio. Adultos y niños ya no hablan, los animales y la montaña han enmudecido… No sabemos qué hacer.
La forastera permanecería en silencio unos segundos, como si escuchara algo más allá de lo que los demás podían percibir. Asintió sin pronunciar palabra, y comenzaría a recorrer la aldea y a examinar a los afectados. De su caja de madera extrajo una especie de otoscopio tallado, y uno a uno revisó los oídos de los aldeanos. En cada uno de ellos hallaría la misma huella: una sustancia verde amarillenta, viscosa, que brillaba débilmente en la penumbra.
Frunció el ceño.
—Se trata de una criatura que se alimenta del... sonido.
Sin perder tiempo, pidió agua tibia mientras ella sacaba unos triángulos de papel que envolvían un polvo blanco. Mezclaría ambos en una taza y lo vertería en el oído del hombre.
Lentamente, como si una venda invisible se deshiciera, el opresivo silencio comenzaría a desvanecerse. Las personas afectadas y los familiares estaban sorprendidos.
—Es sal... Estas criaturas no la soportan.
Así fue como ordenó que los afectados mojaran sus oídos, y rociaran las casas para evitar futuras afecciones.
Cuando la calma regresó de forma frágil, la anciana se acercaría a la recién llegada, con la mirada baja y la voz casi quebrada.
—Gracias… pero hay algo más. No podía decirlo antes. Mi nieta… está enferma. La he mantenido oculta. Sus padres murieron… por lo mismo.
La mujer de cabello negro la observaría con gravedad y asintió. La anciana la guiaría a una cabaña apartada, donde la niña, frágil y temblorosa, permanecía acurrucada en un rincón oscuro.
La visitante se arrodillaría frente a ella, y vería sus cuernos pequeños, lo cual la llevaría a examinar más, sobre todo porque los oídos contenían la misma sustancia viscosa, resplandeciente y pegajosa.
Suspiró muy lentamente. Sabía lo que aquello significaba. La nueva criatura se alimentaba del silencio absoluto que provocó la otra, y no había cura conocida, solo la muerte.
La anciana habló. —Antes de que mi hija muriera, sus cuernos desaparecieron días antes de irse de este mundo.
—Una grieta en lo inevitable. Las personas mueren al siguiente invierno tras empezar los síntomas. —Dijo pensativa.
La mujer mayor se asustó, aún ya sabiéndolo. Pero rápidamente caería en la aceptación. La curandera, en cambio, tenía muchas dudas y pocas respuestas.
Sin más demora, la errante pediría permiso y se internaría sola en el oscuro bosque. Caminó lejos de la aldea, hasta que el aire se volvió más liviano. Al alzar la mirada, los vio: diminutos destellos de luz adheridos en las copas de los árboles. Eran hermosos.
La pelinegra se detuvo. Cerró los ojos y permitió que aquellos seres etéreos se deslizaran suavemente en sus oídos.
Pero no estaba sola. La niña la había seguido a escondidas, arrastrada por la curiosidad y el miedo. Al percatarse, la mujer hablaría con voz serena.
—Acércate. Tápame los oídos.
La pequeña titubeó, pero obedeció. Cubriría sus oídos con manos temblorosas. Entonces, un sonido sordo retumbaría, y la sustancia viscosa fue expulsada violentamente de los oídos de la extranjera, como si algo hubiese sido arrancado.
La mujer abrió los ojos, comprendiendo.
Sin perder tiempo, regresaron a la aldea. Frente a la anciana, la forastera elevaría sus manos y las colocaría suavemente sobre los oídos de la niña. La reacción fue inmediata. La sustancia verde amarillenta salió despedida, deslizándose como un eco roto. Y los cuernos cayeron sobre los muslos de la infante.
La líder del poblado observó, atónita. —¿Está… curada?
La mujer asintió. —No soportan el ruido interior que provoca otra persona, solo el del huésped.
La anciana abrazaría a su nieta. —¿Cómo puedo pagarte?
La curandera señalaría los cuernos. —Únicamente esto.
La niña, con iniciativa, se los entregaría personalmente agradecida, y la viajera los guardaría en una cajita de madera.
Era un precio muy pequeño. Pero por primera vez en días, el aire vibraba débilmente con el sonido de un suspiro.A la entrada del poblado, la líder de la aldea aguardaría con el peso de la preocupación sobre sus hombros. Había enviado un mensaje cargado de urgencia a quien solo conocía por rumores: una viajera, una sombra errante que comprendía lo inexplicable. Desde el sendero cubierto de escarcha emergía la figura esperada. Una mujer de andar sereno, el cabello negro le caía sobre los hombros, ondeando suavemente con la brisa. Sus ojos recorrerían el entorno con una calma extraña. La anciana, en su sabiduría, se acercaría con cautela. —Gracias por venir —susurraría, temiendo romper el aire quieto—. No sabemos qué ocurre. La aldea ha sido devorada por el silencio. Adultos y niños ya no hablan, los animales y la montaña han enmudecido… No sabemos qué hacer. La forastera permanecería en silencio unos segundos, como si escuchara algo más allá de lo que los demás podían percibir. Asintió sin pronunciar palabra, y comenzaría a recorrer la aldea y a examinar a los afectados. De su caja de madera extrajo una especie de otoscopio tallado, y uno a uno revisó los oídos de los aldeanos. En cada uno de ellos hallaría la misma huella: una sustancia verde amarillenta, viscosa, que brillaba débilmente en la penumbra. Frunció el ceño. —Se trata de una criatura que se alimenta del... sonido. Sin perder tiempo, pidió agua tibia mientras ella sacaba unos triángulos de papel que envolvían un polvo blanco. Mezclaría ambos en una taza y lo vertería en el oído del hombre. Lentamente, como si una venda invisible se deshiciera, el opresivo silencio comenzaría a desvanecerse. Las personas afectadas y los familiares estaban sorprendidos. —Es sal... Estas criaturas no la soportan. Así fue como ordenó que los afectados mojaran sus oídos, y rociaran las casas para evitar futuras afecciones. Cuando la calma regresó de forma frágil, la anciana se acercaría a la recién llegada, con la mirada baja y la voz casi quebrada. —Gracias… pero hay algo más. No podía decirlo antes. Mi nieta… está enferma. La he mantenido oculta. Sus padres murieron… por lo mismo. La mujer de cabello negro la observaría con gravedad y asintió. La anciana la guiaría a una cabaña apartada, donde la niña, frágil y temblorosa, permanecía acurrucada en un rincón oscuro. La visitante se arrodillaría frente a ella, y vería sus cuernos pequeños, lo cual la llevaría a examinar más, sobre todo porque los oídos contenían la misma sustancia viscosa, resplandeciente y pegajosa. Suspiró muy lentamente. Sabía lo que aquello significaba. La nueva criatura se alimentaba del silencio absoluto que provocó la otra, y no había cura conocida, solo la muerte. La anciana habló. —Antes de que mi hija muriera, sus cuernos desaparecieron días antes de irse de este mundo. —Una grieta en lo inevitable. Las personas mueren al siguiente invierno tras empezar los síntomas. —Dijo pensativa. La mujer mayor se asustó, aún ya sabiéndolo. Pero rápidamente caería en la aceptación. La curandera, en cambio, tenía muchas dudas y pocas respuestas. Sin más demora, la errante pediría permiso y se internaría sola en el oscuro bosque. Caminó lejos de la aldea, hasta que el aire se volvió más liviano. Al alzar la mirada, los vio: diminutos destellos de luz adheridos en las copas de los árboles. Eran hermosos. La pelinegra se detuvo. Cerró los ojos y permitió que aquellos seres etéreos se deslizaran suavemente en sus oídos. Pero no estaba sola. La niña la había seguido a escondidas, arrastrada por la curiosidad y el miedo. Al percatarse, la mujer hablaría con voz serena. —Acércate. Tápame los oídos. La pequeña titubeó, pero obedeció. Cubriría sus oídos con manos temblorosas. Entonces, un sonido sordo retumbaría, y la sustancia viscosa fue expulsada violentamente de los oídos de la extranjera, como si algo hubiese sido arrancado. La mujer abrió los ojos, comprendiendo. Sin perder tiempo, regresaron a la aldea. Frente a la anciana, la forastera elevaría sus manos y las colocaría suavemente sobre los oídos de la niña. La reacción fue inmediata. La sustancia verde amarillenta salió despedida, deslizándose como un eco roto. Y los cuernos cayeron sobre los muslos de la infante. La líder del poblado observó, atónita. —¿Está… curada? La mujer asintió. —No soportan el ruido interior que provoca otra persona, solo el del huésped. La anciana abrazaría a su nieta. —¿Cómo puedo pagarte? La curandera señalaría los cuernos. —Únicamente esto. La niña, con iniciativa, se los entregaría personalmente agradecida, y la viajera los guardaría en una cajita de madera. Era un precio muy pequeño. Pero por primera vez en días, el aire vibraba débilmente con el sonido de un suspiro. - Las soltasias, las flores doradas que atrapaban la luz eran el mayor orgullo del reino. Cada año, en un breve y casi mítico periodo, los páramos que circundaban el pueblo se cubrían de su brillante resplandor, como si un hechizo antiguo los hubiera dotado de vida.
El eco lejano de las campanas, arrastrado por el viento, rompía la quietud al anunciar el mediodía, cuando la floración alcanzaba su apogeo. En ese momento, el mundo parecía suspenderse, atrapado en la belleza hipnótica de las soltasias. Los aldeanos, conscientes de la extraña comunión entre la vida y lo etéreo que presenciaban, celebraban este día con una reverencia casi supersticiosa.
Las canciones y danzas llenaban el aire, pero por muy jubiloso que fuera el festival, había algo en la perfección de esas flores, que susurraba misterios no resueltos para los más curiosos, sobretodo en las partes más lejanas.
Allá estaba ella, caminando sola, sus dedos rozando suavemente los pétalos, hasta que encontró un claro de terreno más oscuro... y a su vez, percibió la presencia de alguien acercándose...Las soltasias, las flores doradas que atrapaban la luz eran el mayor orgullo del reino. Cada año, en un breve y casi mítico periodo, los páramos que circundaban el pueblo se cubrían de su brillante resplandor, como si un hechizo antiguo los hubiera dotado de vida. El eco lejano de las campanas, arrastrado por el viento, rompía la quietud al anunciar el mediodía, cuando la floración alcanzaba su apogeo. En ese momento, el mundo parecía suspenderse, atrapado en la belleza hipnótica de las soltasias. Los aldeanos, conscientes de la extraña comunión entre la vida y lo etéreo que presenciaban, celebraban este día con una reverencia casi supersticiosa. Las canciones y danzas llenaban el aire, pero por muy jubiloso que fuera el festival, había algo en la perfección de esas flores, que susurraba misterios no resueltos para los más curiosos, sobretodo en las partes más lejanas. Allá estaba ella, caminando sola, sus dedos rozando suavemente los pétalos, hasta que encontró un claro de terreno más oscuro... y a su vez, percibió la presencia de alguien acercándose... - En el corazón de la espesura, un roble se erguía entre los demás como un guardián olvidado, adornado con cientos de listones rojos que pendían de sus ramas desnudas. Bajo él, una espada antigua, oscura y manchada por los años, descansaba flotante al ras de la tierra. Se decía que eran sellos de una prisión destinada a contener una criatura antigua, cuyo poder se rumoreaba devastador, pero hacía siglos que nadie había osado acercarse para confirmar las leyendas.
Hace una semana, sin previo aviso, un incendio comenzó a arrasar el bosque con una furia desmedida. Las llamas, como bestias salvajes, devoraban todo a su paso mientras el cielo se oscurecía bajo una capa plomiza de ceniza. El viento traía consigo el olor de la destrucción, y los reinos circundantes comenzaron a alarmarse al ver cómo las partículas de ceniza cubrían sus campos y aldeas. Pero algo extraño ocurrió cuando el fuego alcanzó el epicentro: una luz dorada brilló momentáneamente debajo de la espada, y las llamas, voraces en todo lo demás, se detuvieron.
En las próximas horas y días, los aldeanos lejanos comenzaron a hablar en susurros, sus historias llenas de miedo y advertencias. Decían que la criatura encerrada había despertado lo suficiente para proteger su prisión de ser destruida. Nadie sabía si aquello era un simple rumor o una advertencia verdadera de que el sello comenzaba a debilitarse. Entretanto, los gobernantes de los reinos, viendo las señales de destrucción desde la distancia, enviaron a sus mejores soldados a investigar. Los guerreros avanzaron cubiertos por una capa de ceniza, esperando encontrar un volcán o un pirómano que explicara el desastre, pero lo que hallaron fue algo mucho más inquietante.
Se toparon con el árbol ancestral y solitario en medio de la desolación. El aire alrededor del árbol era denso, pesado, como si algo invisible estuviera observando desde las sombras. Ninguno de ellos había visto algo igual: Permanecía ileso, protegido por una fuerza misteriosa, mientras el resto del bosque había sido reducido a cenizas.
Uno de los soldados, joven e imprudente, se adelantó hacia la espada misteriosa. Al extender su mano, una ráfaga de viento súbito lo hizo retroceder, moviendo los listones con una furia que no parecía natural. El capitán del grupo, más sabio y experimentado, ordenó detenerse. Comprendía que lo que enfrentaban no era un simple fenómeno natural, sino algo mucho más antiguo y peligroso. Las llamas habían respetado aquel lugar por una razón, y lo que yacía bajo la espada no debía ser despertado.
Mientras los guerreros montaban guardia a gran distancia, esperando instrucciones de sus reinos, los rumores de la criatura aprisionada comenzaron a extenderse como la ceniza que aún flotaba en el aire. Los reyes y señores de las tierras cercanas deliberaban, divididos entre el temor y la ambición. Algunos creían que debían dejar el sello intacto, temerosos de desatar un mal imposible de controlar. Otros, seducidos por el poder que podría esconderse bajo el árbol, pensaban que era hora de tomar la espada y enfrentar el misterio que había permanecido oculto por tanto tiempo. El destino del reino pendía de un hilo, mientras la sombra de la criatura permanecía al acecho.
En el corazón de la espesura, un roble se erguía entre los demás como un guardián olvidado, adornado con cientos de listones rojos que pendían de sus ramas desnudas. Bajo él, una espada antigua, oscura y manchada por los años, descansaba flotante al ras de la tierra. Se decía que eran sellos de una prisión destinada a contener una criatura antigua, cuyo poder se rumoreaba devastador, pero hacía siglos que nadie había osado acercarse para confirmar las leyendas. Hace una semana, sin previo aviso, un incendio comenzó a arrasar el bosque con una furia desmedida. Las llamas, como bestias salvajes, devoraban todo a su paso mientras el cielo se oscurecía bajo una capa plomiza de ceniza. El viento traía consigo el olor de la destrucción, y los reinos circundantes comenzaron a alarmarse al ver cómo las partículas de ceniza cubrían sus campos y aldeas. Pero algo extraño ocurrió cuando el fuego alcanzó el epicentro: una luz dorada brilló momentáneamente debajo de la espada, y las llamas, voraces en todo lo demás, se detuvieron. En las próximas horas y días, los aldeanos lejanos comenzaron a hablar en susurros, sus historias llenas de miedo y advertencias. Decían que la criatura encerrada había despertado lo suficiente para proteger su prisión de ser destruida. Nadie sabía si aquello era un simple rumor o una advertencia verdadera de que el sello comenzaba a debilitarse. Entretanto, los gobernantes de los reinos, viendo las señales de destrucción desde la distancia, enviaron a sus mejores soldados a investigar. Los guerreros avanzaron cubiertos por una capa de ceniza, esperando encontrar un volcán o un pirómano que explicara el desastre, pero lo que hallaron fue algo mucho más inquietante. Se toparon con el árbol ancestral y solitario en medio de la desolación. El aire alrededor del árbol era denso, pesado, como si algo invisible estuviera observando desde las sombras. Ninguno de ellos había visto algo igual: Permanecía ileso, protegido por una fuerza misteriosa, mientras el resto del bosque había sido reducido a cenizas. Uno de los soldados, joven e imprudente, se adelantó hacia la espada misteriosa. Al extender su mano, una ráfaga de viento súbito lo hizo retroceder, moviendo los listones con una furia que no parecía natural. El capitán del grupo, más sabio y experimentado, ordenó detenerse. Comprendía que lo que enfrentaban no era un simple fenómeno natural, sino algo mucho más antiguo y peligroso. Las llamas habían respetado aquel lugar por una razón, y lo que yacía bajo la espada no debía ser despertado. Mientras los guerreros montaban guardia a gran distancia, esperando instrucciones de sus reinos, los rumores de la criatura aprisionada comenzaron a extenderse como la ceniza que aún flotaba en el aire. Los reyes y señores de las tierras cercanas deliberaban, divididos entre el temor y la ambición. Algunos creían que debían dejar el sello intacto, temerosos de desatar un mal imposible de controlar. Otros, seducidos por el poder que podría esconderse bajo el árbol, pensaban que era hora de tomar la espada y enfrentar el misterio que había permanecido oculto por tanto tiempo. El destino del reino pendía de un hilo, mientras la sombra de la criatura permanecía al acecho. - Los copos de nieve que caían a su alrededor se congelaban en el aire, suspendidos como estrellas atrapadas en el éter, y los árboles viejos, retorcidos y sin hojas, parecían lentamente volver a ser jóvenes. No recordaba de dónde venía, ni cómo había llegado a ese lugar desolado. Sus recuerdos eran como fragmentos de un espejo roto, reflejando nada más que oscuridad. Era una criatura sin historia, sin forma ni propósito, perdida en la inmensidad de su propio olvido.
Entre la nieve, se quedó observando una flor entre sus dedos, sin comprender la dulzura del momento, sin poder experimentar la nostalgia de lo que alguna vez pudo haber sido. El viento volvió a soplar, acariciando su piel sin despertar en ella ningún estremecimiento, y la flor, pequeña y frágil, se marchitó en sus manos como un susurro de vida desvaneciéndose en el vacío.
Entonces, con la misma calma inerte que la había guiado hasta allí, se levantó, dejando que los fragmentos de la flor cayeran, y continuó su silenciosa existencia.Los copos de nieve que caían a su alrededor se congelaban en el aire, suspendidos como estrellas atrapadas en el éter, y los árboles viejos, retorcidos y sin hojas, parecían lentamente volver a ser jóvenes. No recordaba de dónde venía, ni cómo había llegado a ese lugar desolado. Sus recuerdos eran como fragmentos de un espejo roto, reflejando nada más que oscuridad. Era una criatura sin historia, sin forma ni propósito, perdida en la inmensidad de su propio olvido. Entre la nieve, se quedó observando una flor entre sus dedos, sin comprender la dulzura del momento, sin poder experimentar la nostalgia de lo que alguna vez pudo haber sido. El viento volvió a soplar, acariciando su piel sin despertar en ella ningún estremecimiento, y la flor, pequeña y frágil, se marchitó en sus manos como un susurro de vida desvaneciéndose en el vacío. Entonces, con la misma calma inerte que la había guiado hasta allí, se levantó, dejando que los fragmentos de la flor cayeran, y continuó su silenciosa existencia. - —F̴͕͇͋̑̆͝o̷͚̟̖̟̜͐̄̀͠ṛ̵͕̱̺͈͓̩̍͜͜ş̸͚̟̪͖͓̝̯̥̎̓̽͗̂̈͜į̷̰͉͚̱͖͎͈̺͊̀̒̓͛̊͂̀͌͝ẗ̸̻̼̤̀͋̋̅̈́̚͝ͅͅa̸̡͎̫͈͓̩̤̰̝̣̎̋̊̈́͘͠n̶̖̱͓̩͂̊͌̓̉̂͗͆͝͝ͅ ̷̨̢͎̬̲̋̓ȧ̸͚͙̗̙̖͚͓͎͇̎͂l̵̜̟̭̱̳͕̅̉̇́̏̈́͋̅i̵̜̹̳̻͓̩̓̋͐́͆̌͜q̸̨̰͕̫̥̤̖͖̊̓̽̈́ú̵͈̩̰͗͌̓͜á̶̱͒̊́̽̚n̸̨͍͍̗͔̑̒͐̈́̊̕͜͝ͅd̴̡̛̙̱͕̣̠͍͝ọ̴͍͈̝̭̻͉̠͐́,̸̧̡̧͉̖̳̥̮̈́̈́̎ ̷̹̮͔̣̀̈́̃̿̈̏̌̋͝ͅi̶̝͉̰̎̄͠n̸̢̲̰̜̬̮̯̪̔͐ ̸̧̨̨̺̤̜̠̺̜́͑̍̇å̸̛̪̝̐̓̎̊̎͗̍͠l̷͇̾͌̔͒͑̂͠͠i̷̼̣̪̬̟̥̅̃o̶̡̜͛̎̓̅͌ ̷̢̝̈́͌̈m̵̧͎̝͓̜̟̽̂̏̑̈́̕ͅu̶̡͓͚̻̘̜̟͇͊̋̚n̵̠̏̎͆̇̎͝d̷̟̹̈́̃͒͒̅̍̀͌͆o̷̙̓̾̂̈́̏͑̾̉͝,̴͈̈́͛͊̓͒͠ ̷͚̤͛̈́͒̋̒͘͝͝͝i̵̛̯͔̬͓̭͛̅͌̏̽͛̂ẗ̴̯̦͒̆̃̊̿e̸͕̞̯͠͝ͅr̷̨͍̺̻̫͎͗ů̵̡̫̪͎̗̠̼̫ṃ̴̢̧̡̧͔͕̘͓͌͐́̋̄͋ ̴̤̼̎̈́͊́̓̓͛́c̸̡̪͇̖̭͎̺̰̈́͌̆õ̷͈͚ͅn̸̗̟̩͚̈̕v̶͕̆̈̑̀͗̒̋͘͠ę̷̧͎̙͇̼̦̯̌̂̀̂͝ͅn̵̹̎͛̽͐̈́̆͗͌̿i̵̛͙̰̼̱͕͙̝͙͉͉̇̐͗̉a̶̫͕̫̹̥͈͎̒̍͝͝m̴̢̢̪͖̞̩͉̲̀͋̅́͐̇̍͝u̸̢̧͈̹̺̪̬̺͈̅̌͛̉s̵͓̭̬̳͗͗̐̒͛̌̌.̴͚͈̰̊̈́̑́̈́͝͠͝
(Quizás algún día, en otro mundo, nos volvamos a encontrar) —Susurró, pero su voz cual eco etéreo, no contenía esperanza. Sin un gesto evidente, desató su poder. No necesitaba mover un solo dedo; el aire se tensó y vibró con una fuerza que solo ella podía controlar.
El dragón, lo sintió primero. Una vibración sutil recorrió sus escamas, como un escalofrío en una noche helada. Sus ojos dorados se fijaron en ella con una intensidad casi humana, cargados de una mezcla de advertencia y algo más… algo que ni siquiera él podía entender del todo. A pesar de su tamaño y fuerza, a pesar del fuego que dormía en su interior, era impotente ante el poder oscuro y sereno.
Sin advertencia, el mundo alrededor de ellos comenzó a desvanecerse, perdiendo su forma y color. El dragón se desdibujaba, como si su cuerpo fuese hecho de humo y su esencia se dispersara en el viento. La expresión de la dama se mantuvo inalterable. No había rastro de pena en su rostro; solo una aceptación fría de lo inevitable, de la línea que ella misma había decidido trazar entre ellos.
Y así, el claro quedó vacío, y el viento comenzó a soplar de nuevo, levantando una nube de polvo y cenizas. Los árboles, retorcidos y oscuros crujieron a su alrededor, susurrando un secreto que nadie más podría entender.—F̴͕͇͋̑̆͝o̷͚̟̖̟̜͐̄̀͠ṛ̵͕̱̺͈͓̩̍͜͜ş̸͚̟̪͖͓̝̯̥̎̓̽͗̂̈͜į̷̰͉͚̱͖͎͈̺͊̀̒̓͛̊͂̀͌͝ẗ̸̻̼̤̀͋̋̅̈́̚͝ͅͅa̸̡͎̫͈͓̩̤̰̝̣̎̋̊̈́͘͠n̶̖̱͓̩͂̊͌̓̉̂͗͆͝͝ͅ ̷̨̢͎̬̲̋̓ȧ̸͚͙̗̙̖͚͓͎͇̎͂l̵̜̟̭̱̳͕̅̉̇́̏̈́͋̅i̵̜̹̳̻͓̩̓̋͐́͆̌͜q̸̨̰͕̫̥̤̖͖̊̓̽̈́ú̵͈̩̰͗͌̓͜á̶̱͒̊́̽̚n̸̨͍͍̗͔̑̒͐̈́̊̕͜͝ͅd̴̡̛̙̱͕̣̠͍͝ọ̴͍͈̝̭̻͉̠͐́,̸̧̡̧͉̖̳̥̮̈́̈́̎ ̷̹̮͔̣̀̈́̃̿̈̏̌̋͝ͅi̶̝͉̰̎̄͠n̸̢̲̰̜̬̮̯̪̔͐ ̸̧̨̨̺̤̜̠̺̜́͑̍̇å̸̛̪̝̐̓̎̊̎͗̍͠l̷͇̾͌̔͒͑̂͠͠i̷̼̣̪̬̟̥̅̃o̶̡̜͛̎̓̅͌ ̷̢̝̈́͌̈m̵̧͎̝͓̜̟̽̂̏̑̈́̕ͅu̶̡͓͚̻̘̜̟͇͊̋̚n̵̠̏̎͆̇̎͝d̷̟̹̈́̃͒͒̅̍̀͌͆o̷̙̓̾̂̈́̏͑̾̉͝,̴͈̈́͛͊̓͒͠ ̷͚̤͛̈́͒̋̒͘͝͝͝i̵̛̯͔̬͓̭͛̅͌̏̽͛̂ẗ̴̯̦͒̆̃̊̿e̸͕̞̯͠͝ͅr̷̨͍̺̻̫͎͗ů̵̡̫̪͎̗̠̼̫ṃ̴̢̧̡̧͔͕̘͓͌͐́̋̄͋ ̴̤̼̎̈́͊́̓̓͛́c̸̡̪͇̖̭͎̺̰̈́͌̆õ̷͈͚ͅn̸̗̟̩͚̈̕v̶͕̆̈̑̀͗̒̋͘͠ę̷̧͎̙͇̼̦̯̌̂̀̂͝ͅn̵̹̎͛̽͐̈́̆͗͌̿i̵̛͙̰̼̱͕͙̝͙͉͉̇̐͗̉a̶̫͕̫̹̥͈͎̒̍͝͝m̴̢̢̪͖̞̩͉̲̀͋̅́͐̇̍͝u̸̢̧͈̹̺̪̬̺͈̅̌͛̉s̵͓̭̬̳͗͗̐̒͛̌̌.̴͚͈̰̊̈́̑́̈́͝͠͝ (Quizás algún día, en otro mundo, nos volvamos a encontrar) —Susurró, pero su voz cual eco etéreo, no contenía esperanza. Sin un gesto evidente, desató su poder. No necesitaba mover un solo dedo; el aire se tensó y vibró con una fuerza que solo ella podía controlar. El dragón, lo sintió primero. Una vibración sutil recorrió sus escamas, como un escalofrío en una noche helada. Sus ojos dorados se fijaron en ella con una intensidad casi humana, cargados de una mezcla de advertencia y algo más… algo que ni siquiera él podía entender del todo. A pesar de su tamaño y fuerza, a pesar del fuego que dormía en su interior, era impotente ante el poder oscuro y sereno. Sin advertencia, el mundo alrededor de ellos comenzó a desvanecerse, perdiendo su forma y color. El dragón se desdibujaba, como si su cuerpo fuese hecho de humo y su esencia se dispersara en el viento. La expresión de la dama se mantuvo inalterable. No había rastro de pena en su rostro; solo una aceptación fría de lo inevitable, de la línea que ella misma había decidido trazar entre ellos. Y así, el claro quedó vacío, y el viento comenzó a soplar de nuevo, levantando una nube de polvo y cenizas. Los árboles, retorcidos y oscuros crujieron a su alrededor, susurrando un secreto que nadie más podría entender.
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