La niebla cae sobre la ciudad, un manto cómplice que guarda mi llegada.
Se arrastra entre los rascacielos.
Lame las ventanas.
Respira.
Respira conmigo.
Y esta noche, lo cubre todo… para que yo no sea visto.
Los imponentes rascacielos de Nueva York tiembla allá arriba. Pero yo desciendo.
Me hundo en las entrañas de la ciudad, por escondrijos y rincones, hasta las profundidades de la biblioteca que lleva días llamandome; el feto reptando al útero que promete gestarlo.
Los pasillos se oscurecen cuando paso.
El aire se espesa. Las sombras se inclinan, reconociéndome.
O, tal vez, ya no como antes.
Estoy cambiando.
Lo sé. Lo siento.
No duermo. No debo dormir. No puedo dormir.
Pero dormí.
Soñé.
Soñé con la horca, con mi lengua colgando, con el crujido de mi cuello, con los ojos del niño que no terminé de devorar antes que me atraparan.
Y, cuando desperté, me dolía el pecho.
¿Dolor? ¿En mí?
No. No lo tolero. No lo admito.
Pero está ahí.
Y yo estoy aquí. Santuario de sabiduría. Mausoleo de cuero, papel y tinta.
Y bajo.
Bajo.
Más abajo.
Un elevador sin botones.
Una sección sin número. Oculta. Prohíbida.
Y ahí está: la Sala Veil.
Todo aquí está hecho de blasfemia.
Blasfemia espesa, grotesca. Se retuerce entre los libros como un parásito hambriento.
Los volúmenes susurran.
Observan sin ojos.
Me llaman por el nombre que creía perdido.
Mis dedos se cierran sobre un lomo.
Un grimorio maldito. Piel humana. Letras escarlata.
“Transmutatio del Espiritu: Volumen III”
El título me atraviesa.
Las páginas se deslizan solas.
“Cuando el recuerdo regresa, el cuerpo se niega.
Cuando la terror vacila, el alma late.
Y cuando la vacuidad se vuelve carne,
lo que ha muerto vuelve a nacer.”
Ahí está.
La verdad. La aberración.
Estoy cambiando.
Es una segunda gestación.
Algo me está reformando desde dentro.
Estoy dejando de ser lo que era; hambre y sombra.
Estoy encarnando.
Volviéndome… tangible.
Demasiado tangible.
Los sueños son el síntoma.
Las emociones, los temblores, el pulso en el cuello que fue roto, que no tengo...
Mi esencia se corrompe.
Se transforma.
No lo sé.
La incertidumbre es extraña. Nueva.
Por primera vez desde la horca, siento temor.
Escupo sobre el libro.
Lo cierro con un golpe.
Algo chilla muy al fondo del corredor.
Correspondo sus quejas con un gruñido que reverbera entre libros y estanterías.
Siento mi garganta vibrar.
Hace tanto tiempo no sentía...
El reclamo se vuelve un gimoteo.
Y lo lo siento… moviéndose.
Dentro de mí.