• — quinto año consecutivo wue vengó aqui verdad? Jm... Que les puedo contar?... Conseguí pareja... Ella era mi todo y alfinal me dejó, soy sicario de medio tiempo y... Creo que poco mas—

    Habia ido a visitar a sus padres hoy 2 de noviembre

    — se que es una tradición rara... Pero les puse su Altar en mi casa... Saben... De verdad me gustaría que estuvieran aqui... Aunque quien sabe si les gustaria en lo que me he convertido... Je... Je—

    Dijo viendo las tumbas

    — espero venir mas pronto.... Pero no prometo nada... Hay... Hay mucha trabajo
    — quinto año consecutivo wue vengó aqui verdad? Jm... Que les puedo contar?... Conseguí pareja... Ella era mi todo y alfinal me dejó, soy sicario de medio tiempo y... Creo que poco mas— Habia ido a visitar a sus padres hoy 2 de noviembre — se que es una tradición rara... Pero les puse su Altar en mi casa... Saben... De verdad me gustaría que estuvieran aqui... Aunque quien sabe si les gustaria en lo que me he convertido... Je... Je— Dijo viendo las tumbas — espero venir mas pronto.... Pero no prometo nada... Hay... Hay mucha trabajo
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  • Dame con todo lo que tengas, aún puedo contra tí. -Dice la mujer demonio mientras lucha contra un sicario de su ex-maestro.- #AshrahMortalKombat
    Dame con todo lo que tengas, aún puedo contra tí. -Dice la mujer demonio mientras lucha contra un sicario de su ex-maestro.- #AshrahMortalKombat
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  • Desde que lo dejaron, algo en él se rompió. Para evitar el dolor, decidió enterrarse en su verdadero trabajo, dejando de lado las apariencias. Ser sicario para la mafia se convirtió en su única forma de escape. Ya no lo hacía por dinero ni por los viejos motivos. No le importaba. Se había transformado en una máquina de matar, usando la violencia como distracción, como si cada muerte fuese un paso más lejos de sus propios sentimientos.

    Encargo tras encargo, cumplía cada misión sin titubear. No fallaba. Su reputación creció rápidamente entre aquellos que lo contrataban, pero para él, solo era un medio para mantener su mente ocupada. El dinero seguía acumulándose, suficiente para vivir meses sin preocupaciones, pero eso no le importaba.

    Había dejado de ver su casa como un hogar. Solo la visitaba para lo esencial: comer y dormir lo necesario antes de volver a las calles. La noche, con su manto de oscuridad, era su compañera más fiel. La ciudad, vacía en las madrugadas, le ofrecía un refugio donde el tiempo parecía detenerse, donde podía perderse en su rutina, indiferente a todo, buscando la próxima distracción que lo mantuviera alejado del dolor que nunca desaparecía del todo.

    //creo que llevare a hiro por aqui por ahora almenos..no se que hacer con el..
    Desde que lo dejaron, algo en él se rompió. Para evitar el dolor, decidió enterrarse en su verdadero trabajo, dejando de lado las apariencias. Ser sicario para la mafia se convirtió en su única forma de escape. Ya no lo hacía por dinero ni por los viejos motivos. No le importaba. Se había transformado en una máquina de matar, usando la violencia como distracción, como si cada muerte fuese un paso más lejos de sus propios sentimientos. Encargo tras encargo, cumplía cada misión sin titubear. No fallaba. Su reputación creció rápidamente entre aquellos que lo contrataban, pero para él, solo era un medio para mantener su mente ocupada. El dinero seguía acumulándose, suficiente para vivir meses sin preocupaciones, pero eso no le importaba. Había dejado de ver su casa como un hogar. Solo la visitaba para lo esencial: comer y dormir lo necesario antes de volver a las calles. La noche, con su manto de oscuridad, era su compañera más fiel. La ciudad, vacía en las madrugadas, le ofrecía un refugio donde el tiempo parecía detenerse, donde podía perderse en su rutina, indiferente a todo, buscando la próxima distracción que lo mantuviera alejado del dolor que nunca desaparecía del todo. //creo que llevare a hiro por aqui por ahora almenos..no se que hacer con el..
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  • El trabajo estaba hecho, el objetivo cayó inerte al suelo con un agujero en la frente, ahora lo único que quedaba era salir antes de que la policía llegara. Así pasaron las horas, de callejón en callejón, oculto entre las sombras hasta dar con un lugar seguro: un bar de mala muerte, perteneciente a las personas que contrataron sus servicios como sicario. Solo tuvo que esperar un poco más para recibir la paga, contar los billetes y asegurarse de que no lo estafaran con dinero falso o algo así.

    —Todo en orden. —En contraste al crudo evento que vivió momentos atrás, donde actuó como algún psicópata de ficción, Liú tenía una mirada bastante... ¿Triste? Miraba los billetes uno por uno, pero lo hacía con un desgano totalmente opuesto a como lo haría normalmente. Algo le impedía sentirse bien tras recibir aquel pago, se trataba de algo sumamente profundo.

    Pasaron las horas, la luna llevaba rato en lo alto, hasta que el chino volvió a su morada, aquella cabaña abandonada en medio del bosque, su refugio para poder descansar de largos días de trabajo. Desde afuera se veía demacrada, sin vista al interior que era bastante distinto. Era pequeña, con apenas tres habitaciones: la sala, que se mezclaba como comedor y cocina, el baño y su habitación, que era un colchón tirado en el suelo.

    —Ya llegué... —Nadie respondió, pues él era el único en aquel lugar. Cerró la puerta tras de sí, luego apuntó directamente a irse a dormir. Entró a su habitación, donde solo había un colchón tirado en el suelo y un viejo oso de peluche. La mirada de Liú normalmente parecía la de un muerto, la de alguien carente de la energía de vivir, pero ahora parecía estar vivo, vivo por el dolor que lo estaba carcomiendo por dentro. Se dejó caer en el colchón, donde se unió en un fuerte abrazo con el oso.

    —No te preocupes, mèimei. Fue un día difícil... pero conseguí el dinero para tus libros... —Murmullos, perdidos en el silencio absoluto de la cabaña, procedentes de un recuerdo de antaño, una memoria inmortal que lo obliga a salirse de la realidad y lo mantiene preso de un delirio. Su mirada cambió nuevamente, una de mil yardas, una que vivió demasiado, una mirada vidriosa que no hacía más que perderse en el laberinto de la mente.
    El trabajo estaba hecho, el objetivo cayó inerte al suelo con un agujero en la frente, ahora lo único que quedaba era salir antes de que la policía llegara. Así pasaron las horas, de callejón en callejón, oculto entre las sombras hasta dar con un lugar seguro: un bar de mala muerte, perteneciente a las personas que contrataron sus servicios como sicario. Solo tuvo que esperar un poco más para recibir la paga, contar los billetes y asegurarse de que no lo estafaran con dinero falso o algo así. —Todo en orden. —En contraste al crudo evento que vivió momentos atrás, donde actuó como algún psicópata de ficción, Liú tenía una mirada bastante... ¿Triste? Miraba los billetes uno por uno, pero lo hacía con un desgano totalmente opuesto a como lo haría normalmente. Algo le impedía sentirse bien tras recibir aquel pago, se trataba de algo sumamente profundo. Pasaron las horas, la luna llevaba rato en lo alto, hasta que el chino volvió a su morada, aquella cabaña abandonada en medio del bosque, su refugio para poder descansar de largos días de trabajo. Desde afuera se veía demacrada, sin vista al interior que era bastante distinto. Era pequeña, con apenas tres habitaciones: la sala, que se mezclaba como comedor y cocina, el baño y su habitación, que era un colchón tirado en el suelo. —Ya llegué... —Nadie respondió, pues él era el único en aquel lugar. Cerró la puerta tras de sí, luego apuntó directamente a irse a dormir. Entró a su habitación, donde solo había un colchón tirado en el suelo y un viejo oso de peluche. La mirada de Liú normalmente parecía la de un muerto, la de alguien carente de la energía de vivir, pero ahora parecía estar vivo, vivo por el dolor que lo estaba carcomiendo por dentro. Se dejó caer en el colchón, donde se unió en un fuerte abrazo con el oso. —No te preocupes, mèimei. Fue un día difícil... pero conseguí el dinero para tus libros... —Murmullos, perdidos en el silencio absoluto de la cabaña, procedentes de un recuerdo de antaño, una memoria inmortal que lo obliga a salirse de la realidad y lo mantiene preso de un delirio. Su mirada cambió nuevamente, una de mil yardas, una que vivió demasiado, una mirada vidriosa que no hacía más que perderse en el laberinto de la mente.
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  • ────𝐘𝐮𝐤𝐢───────────── ✦

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    ┊ ⊹
    ✧.⋆ ┊ . ˚
    ˚✩

    ꧁ ✎. . .┋ "No pasa nada, no es malvada. Calo muy bien a las personas."

    Aquella voz que Yuki había escuchado en su cabeza era la de Haibara.

    "¿Y aún así te atreves a sentarte a mi lado?"

    Le respondía entonces la voz de Geto.

    Una vez más el amargo recuerdo de aquella tarde volvía a golpear con fuerza a la Hechicera.

    Yuki se desvió de la carretera por la que viajaba con su moto y se adentró por un camino de vegetación alta, exuberante y abandonada al único cuidado de la madre naturaleza.

    Tras adentrarse varios metros, la Hechicera apagó el motor y se bajó de la moto. Se quitó las gafas que cubrían sus ojos y después el casco, y tiró ambos al suelo. Había rabia en sus movimientos.

    —¿Por qué demonios lo hiciste, Geto? ¿Por qué?

    Preguntó al aire.

    La tarde ya se estaba apagando y dando paso a la noche. El cielo se teñía de tonos azules y naranjas, y las primeras estrellas empezaban a titilar en el firmamento.

    —Si hubiera sabido, tan solo mínimamente, lo roto que te sentías por dentro, mi conversación contigo hubiera sido muy diferente.

    Yuki se dejó caer en el suelo. Se sentía rota por dentro como siempre que el recuerdo de aquella tarde invadía su mente.

    Sacó un paquete de tabaco y extrajo del mismo un cigarro. Lo prendió con un mechero estilo Zippo y se lo llevó a los labios para darle una profunda calada.

    "La escuela y sus políticas no van conmigo. Esta gente trata los síntomas y yo quiero tratar la enfermedad de raíz."

    Esta vez fue su propia voz la que escuchó.

    Las imágenes se materializaban poco a poco en su mente y, de algún modo, estaba volviendo a vivir aquel momento.

    "¿Tratar la enfermedad?"

    Le preguntaba Geto en aquel viejo recuerdo. Un recuerdo tan vívido que Yuki era capaz de ver perfectamente el rostro de aquel Geto de diecisiete o dieciocho años.

    "En lugar de cazar a los espíritus, lo ideal sería que no nacieran."

    Le respondía ella.

    En el presente Yuki cerró los ojos mientras dejaba que aquel recuerdo la golpeara con toda su violencia del mismo modo que ya había hecho otras veces. Demasiadas veces.

    "Hay dos formas de lograr un mundo donde no nazcan espíritus malditos. Una, eliminar el poder maldito. Dos, hacer posible que la humanidad controle el poder maldito. (...) ¿Sabes que de los hechiceros no nacen espíritus malditos? (...) Si toda la humanidad se convirtiera en hechicera no nacerían espíritus malditos."

    "Bueno, ¿y no sería mejor si matáramos a todos los no hechiceros?"

    Aquellas últimas palabras habían sido las de Geto. Una pregunta que Yuki nunca podría olvidar.

    Yuki suspiró y le dio una nueva calada a su cigarro.

    Jamás pensó que aquella pregunta tuviera el transfondo de un deseo real e incontrolable gestándose de un modo salvaje en el corazón del hechicero, simplemente consideró aquella pregunta como algo meramente académico.

    "Geto... Eso sería una opción. Quizá sea la opción más sencilla... Ir reduciendo el número de no hechiceros y que se adapten a ser hechiceros como estrategia de supervivencia. (...) Pero es una lástima porque no estoy tan loca como para llegar a eso. ¿Odias a los no hechiceros, Geto?"

    "No lo sé..."

    (...)

    "Hay un tú que desprecia a los no hechiceros y un tú que se lo reprocha. Pero esas son las posibilidades que barajas. Tendrás que ser tú quien decida cuál de los dos es quién eres de verdad."

    Las imágenes de aquel día de desvanecieron en la mente de Yuki y en ese instante sus ojos pudieron ver con claridad el brillo de las estrellas que adornaban el manto celestial.

    —Llevo unos diez años sintiéndome culpable por la decisión que tomaste, Geto... Y la parte más racional de mí misma me dice que no debería de sentirme así... Yo no fui quien apretó el gatillo que disparó una bala en la cabeza de una cría de quince años que estaba delante de ti, yo no fui la maldición que acabó con la vida de Haibara, y tampoco fui ninguno de aquellos aldeanos que maltrataban a Mimiko y Nanako por ser hechiceras... y aún así parece que para muchos yo fui la única culpable.

    Volvió a darle una calada a su cigarro y soltó el humo lentamente.

    Y es que, con la muerte de Riko Amanai, Geto se enfrentó al lado más oscuro de la humanidad. Crimen organizado, sectas, sicarios... conceptos presentes en el mundo de los humanos no hechiceros.

    La muerte de Haibara le hizo sentir que los hechiceros no eran más que armas.

    Sin embargo, el auténtico punto de inflexión para Geto vino cuando se le asignó la misión de visitar un pueblo donde presenció la forma más cruel en la que los aldeanos no Hechiceros trataban a dos niñas con poderes especiales.

    Ella sabía que Geto era lo suficientemente inteligente como para haber llegado a aquella conclusión de acabar con los no hechiceros para acabar también con las maldiciones, sin sus palabras y, probablemente, Geto hubiera tomado las mismas decisiones. Las hubiera tomado porque, que los humanos fueran fuente de las maldiciones, ya solo era la punta del iceberg para Geto.

    Geto ya no odiaba a los no hechiceros solo por ser la fuente de las maldiciones. Les odiaba por su maldad, les odiaba porque los hechiceros no eran más que armas nacidos para protegerles, y les odiaba porque ellos causaban daño a cualquiera que fuera diferente, cuando esos mismos que eran diferentes eran quienes les protegían.

    Por eso... no era de aquella conversación de lo que Yuki se arrepentía.

    —Nadie sabe que, cuando me enfrenté a Kenjaku... mi deseo era derrotarle para liberar tu cuerpo y que pudieras descansar en paz. Era ya lo único que podía hacer por ti, Geto... Y fracasé... a pesar de haberlo dado todo en aquella batalla.

    Inspiró hondo. Estaba a punto de afrontar aquello de lo que realmente se arrepentía... y aquel era el paso más difícil.

    —Nunca tuve la oportunidad de pedirte perdón, Geto... Y lo siento —murmuró con la vista clavada en las estrellas y deseando que él pudiera escucharla. — Siento no haberme dado cuenta en su momento de que te sentías en medio de un salón muy concurrido gritando a pleno pulmón y que no había nadie que ni siquiera levantara la vista. Nadie se dio cuenta de lo mucho que estabas sufriendo, nadie te tendió una mano. Si tan solo una persona hubiera levantado la vista... tan solo una... pero no la hubo... Y yo estuve a tu lado, pero yo solo fui una persona más de aquel salón concurrido donde ninguno levantamos la vista...


    #YukiTsukumo
    ⏍ Fᥲᥒdom #JujutsuKaisen
    #2D #Personajes2D #Comunidad2D
    ────𝐘𝐮𝐤𝐢───────────── ✦ ┊ ┊ ┊ ┊ ┊ ┊ #Monorrol ┊ ┊ ┊ ┊ ˚✩ ⋆。˚ ✩ ┊ ┊ ┊ ✩ ┊ ┊ 🌙⋆ ┊ ⊹ ✧.⋆ ┊ . ˚ ˚✩ ꧁ ✎. . .┋ "No pasa nada, no es malvada. Calo muy bien a las personas." Aquella voz que Yuki había escuchado en su cabeza era la de Haibara. "¿Y aún así te atreves a sentarte a mi lado?" Le respondía entonces la voz de Geto. Una vez más el amargo recuerdo de aquella tarde volvía a golpear con fuerza a la Hechicera. Yuki se desvió de la carretera por la que viajaba con su moto y se adentró por un camino de vegetación alta, exuberante y abandonada al único cuidado de la madre naturaleza. Tras adentrarse varios metros, la Hechicera apagó el motor y se bajó de la moto. Se quitó las gafas que cubrían sus ojos y después el casco, y tiró ambos al suelo. Había rabia en sus movimientos. —¿Por qué demonios lo hiciste, Geto? ¿Por qué? Preguntó al aire. La tarde ya se estaba apagando y dando paso a la noche. El cielo se teñía de tonos azules y naranjas, y las primeras estrellas empezaban a titilar en el firmamento. —Si hubiera sabido, tan solo mínimamente, lo roto que te sentías por dentro, mi conversación contigo hubiera sido muy diferente. Yuki se dejó caer en el suelo. Se sentía rota por dentro como siempre que el recuerdo de aquella tarde invadía su mente. Sacó un paquete de tabaco y extrajo del mismo un cigarro. Lo prendió con un mechero estilo Zippo y se lo llevó a los labios para darle una profunda calada. "La escuela y sus políticas no van conmigo. Esta gente trata los síntomas y yo quiero tratar la enfermedad de raíz." Esta vez fue su propia voz la que escuchó. Las imágenes se materializaban poco a poco en su mente y, de algún modo, estaba volviendo a vivir aquel momento. "¿Tratar la enfermedad?" Le preguntaba Geto en aquel viejo recuerdo. Un recuerdo tan vívido que Yuki era capaz de ver perfectamente el rostro de aquel Geto de diecisiete o dieciocho años. "En lugar de cazar a los espíritus, lo ideal sería que no nacieran." Le respondía ella. En el presente Yuki cerró los ojos mientras dejaba que aquel recuerdo la golpeara con toda su violencia del mismo modo que ya había hecho otras veces. Demasiadas veces. "Hay dos formas de lograr un mundo donde no nazcan espíritus malditos. Una, eliminar el poder maldito. Dos, hacer posible que la humanidad controle el poder maldito. (...) ¿Sabes que de los hechiceros no nacen espíritus malditos? (...) Si toda la humanidad se convirtiera en hechicera no nacerían espíritus malditos." "Bueno, ¿y no sería mejor si matáramos a todos los no hechiceros?" Aquellas últimas palabras habían sido las de Geto. Una pregunta que Yuki nunca podría olvidar. Yuki suspiró y le dio una nueva calada a su cigarro. Jamás pensó que aquella pregunta tuviera el transfondo de un deseo real e incontrolable gestándose de un modo salvaje en el corazón del hechicero, simplemente consideró aquella pregunta como algo meramente académico. "Geto... Eso sería una opción. Quizá sea la opción más sencilla... Ir reduciendo el número de no hechiceros y que se adapten a ser hechiceros como estrategia de supervivencia. (...) Pero es una lástima porque no estoy tan loca como para llegar a eso. ¿Odias a los no hechiceros, Geto?" "No lo sé..." (...) "Hay un tú que desprecia a los no hechiceros y un tú que se lo reprocha. Pero esas son las posibilidades que barajas. Tendrás que ser tú quien decida cuál de los dos es quién eres de verdad." Las imágenes de aquel día de desvanecieron en la mente de Yuki y en ese instante sus ojos pudieron ver con claridad el brillo de las estrellas que adornaban el manto celestial. —Llevo unos diez años sintiéndome culpable por la decisión que tomaste, Geto... Y la parte más racional de mí misma me dice que no debería de sentirme así... Yo no fui quien apretó el gatillo que disparó una bala en la cabeza de una cría de quince años que estaba delante de ti, yo no fui la maldición que acabó con la vida de Haibara, y tampoco fui ninguno de aquellos aldeanos que maltrataban a Mimiko y Nanako por ser hechiceras... y aún así parece que para muchos yo fui la única culpable. Volvió a darle una calada a su cigarro y soltó el humo lentamente. Y es que, con la muerte de Riko Amanai, Geto se enfrentó al lado más oscuro de la humanidad. Crimen organizado, sectas, sicarios... conceptos presentes en el mundo de los humanos no hechiceros. La muerte de Haibara le hizo sentir que los hechiceros no eran más que armas. Sin embargo, el auténtico punto de inflexión para Geto vino cuando se le asignó la misión de visitar un pueblo donde presenció la forma más cruel en la que los aldeanos no Hechiceros trataban a dos niñas con poderes especiales. Ella sabía que Geto era lo suficientemente inteligente como para haber llegado a aquella conclusión de acabar con los no hechiceros para acabar también con las maldiciones, sin sus palabras y, probablemente, Geto hubiera tomado las mismas decisiones. Las hubiera tomado porque, que los humanos fueran fuente de las maldiciones, ya solo era la punta del iceberg para Geto. Geto ya no odiaba a los no hechiceros solo por ser la fuente de las maldiciones. Les odiaba por su maldad, les odiaba porque los hechiceros no eran más que armas nacidos para protegerles, y les odiaba porque ellos causaban daño a cualquiera que fuera diferente, cuando esos mismos que eran diferentes eran quienes les protegían. Por eso... no era de aquella conversación de lo que Yuki se arrepentía. —Nadie sabe que, cuando me enfrenté a Kenjaku... mi deseo era derrotarle para liberar tu cuerpo y que pudieras descansar en paz. Era ya lo único que podía hacer por ti, Geto... Y fracasé... a pesar de haberlo dado todo en aquella batalla. Inspiró hondo. Estaba a punto de afrontar aquello de lo que realmente se arrepentía... y aquel era el paso más difícil. —Nunca tuve la oportunidad de pedirte perdón, Geto... Y lo siento —murmuró con la vista clavada en las estrellas y deseando que él pudiera escucharla. — Siento no haberme dado cuenta en su momento de que te sentías en medio de un salón muy concurrido gritando a pleno pulmón y que no había nadie que ni siquiera levantara la vista. Nadie se dio cuenta de lo mucho que estabas sufriendo, nadie te tendió una mano. Si tan solo una persona hubiera levantado la vista... tan solo una... pero no la hubo... Y yo estuve a tu lado, pero yo solo fui una persona más de aquel salón concurrido donde ninguno levantamos la vista... ⏍ #YukiTsukumo ⏍ Fᥲᥒdom #JujutsuKaisen ⏍ #2D #Personajes2D #Comunidad2D
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  • Alessandro en su juventud no estuvo solo, al menos no tanto.
    Los Laurel trabajan para la familia Salerno cómo sus guardaespaldas o sicarios. La señorita Salerno compartía edad con ellos, así que fueron alguna especie de trío bastante particular.

    Por un lado Rafael, él es su hermano adoptivo, basando su experiencia más que nada en analizar o negocios, Alessandro siempre consideró que su hermano era demasiado listo cómo para tener que mancharse las manos de sangre.

    Luego estaba la señorita N, su carácter congeniaba bien con Aless, no tanto con Rafa, haciendo que hubieran algunas peleas entre ellos. Su carácter era más volátil, incluyendo en muchas ocasiones a la violencia cuándo algo que ella quería no se realizaba.

    Por último, Alessandro, no era el más listo, en ocasiones debían sacarlo de algún apuro. Sin embargo Aless era violento, compensaba sus carencias con brutalidad. En momentos era mencionado cómo un arma viviente.
    Alessandro en su juventud no estuvo solo, al menos no tanto. Los Laurel trabajan para la familia Salerno cómo sus guardaespaldas o sicarios. La señorita Salerno compartía edad con ellos, así que fueron alguna especie de trío bastante particular. Por un lado Rafael, él es su hermano adoptivo, basando su experiencia más que nada en analizar o negocios, Alessandro siempre consideró que su hermano era demasiado listo cómo para tener que mancharse las manos de sangre. Luego estaba la señorita N, su carácter congeniaba bien con Aless, no tanto con Rafa, haciendo que hubieran algunas peleas entre ellos. Su carácter era más volátil, incluyendo en muchas ocasiones a la violencia cuándo algo que ella quería no se realizaba. Por último, Alessandro, no era el más listo, en ocasiones debían sacarlo de algún apuro. Sin embargo Aless era violento, compensaba sus carencias con brutalidad. En momentos era mencionado cómo un arma viviente.
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  • Starter to @mandythatgirl1
    Categoría Acción
    Asesinos a sueldo, sicarios, matones... Todos conocían su nombre. Más de uno había intentado matarla, pero atraparla era todo un reto.
    Elisah se convirtió en la mejor hitgirl de Estados Unidos, había llegado a lo más alto, había conseguido todo cuanto quería, pero seguía sintiéndose vacía. Nunca había asesinado por placer, pero sí para sentirse viva. La adrenalina, la emoción, la excitación, y el poder de tener en tus manos la vida de otra persona había conseguido mantenerla entretenida. Pero ya nada era suficiente. Ser la mejor ahora le resultaba aburrido, pues donde se encontraba, ya nada le suponía un reto. Así, decidió tomarse unos meses de descanso.
    Durante ese tiempo, su mente la atormentó. No encontraba una motivación, un camino a seguir para no volverse completamente loca. Había probado con todo, volver a los atracos, carreras ilegales, cualquier cosa que la sacara del estado en el que se encontraba, pero nada parecía funcionar.
    Un día, mientras sujetaba entre sus dedos el último cigarro del paquete que le quedaba, contemplando la lluvia que caía sobre la gran ciudad a través del gran ventanal de su apartamento, su teléfono volvió a sonar después de dos meses. No recordaba haber activado el sonido, por lo que, curiosa, se dirigió hacia la mesa del salón y lo recogió, contestando al instante, sin saber que aquella llamada lo cambiaría todo para siempre.
    Uno de sus antiguos clientes, un traficante de considerado prestigio en la ciudad, había contactado con ella porque un tipo, un camello de los bajos fondos, le debía una cantidad considerable de dinero. Le había entregado la mercancía y aún no había recibido el pago. Elisah aceptó, y se encaminó hacia el alijo del sujeto haciéndose pasar por una nueva clienta. Cuando llegó y se cercioró de que estaban solos preparó su estrategia por costumbre; sacar su pistola y amenazar al tipo, concediendo así el primer aviso. Si no pagaba, moriría. Era sencillo y la mayoría no solía necesitar de un tercero. Aquel parecía ser el caso.
    Mientras el tipo preparaba el pedido, Elisah examinó la estancia. Siempre era necesario para la siguiente visita: zonas de acceso, ventanas sin seguridad, escaleras de incendio, entradas secretas… Cualquier cosa que le resultara útil. Una vez terminó de analizar el entorno, se dispuso a actuar. Se aproximó hacia la cortina que separaba el recibidor y sacó su pistola despacio, apuntando hacia el fondo, cuando percibió el crujir de la escalera que daba a la entrada. Bajó el arma con cautela y se giró. Aquello complicaba un poco las cosas… La puerta estaba abierta, (caso error por su parte, aquello era algo que no solía sucederle) así que, cualquiera que quisiera entrar podría hacerlo sin siquiera llamar. Por suerte tenía los sentidos aguzados y logró anticiparse. Con los ojos puestos en el umbral de la puerta, Elisah sintió que el corazón empezaba a latir con fuerza sin un motivo aparente. Aquello la hizo fruncir el ceño, pues hacía mucho que no le sucedía aquello. ¿Ponerse nerviosa? ¿Por qué?…
    La respuesta no tardó en llegar, en cuanto la propietaria de los pasos y la causante de que hubiera tenido que posponer sus métodos apareció, supo que su vida cambiaría a partir de aquel momento.
    Una mujer de cabello largo, castaño, vestida con medias de rejilla hasta la media altura del muslo, falda negra y camiseta de corte a los hombros, pasó al interior de la sala en la que ella se encontraba. La saludó, pero Elisah no fue capaz de pronunciar una palabra.
    Asesinos a sueldo, sicarios, matones... Todos conocían su nombre. Más de uno había intentado matarla, pero atraparla era todo un reto. Elisah se convirtió en la mejor hitgirl de Estados Unidos, había llegado a lo más alto, había conseguido todo cuanto quería, pero seguía sintiéndose vacía. Nunca había asesinado por placer, pero sí para sentirse viva. La adrenalina, la emoción, la excitación, y el poder de tener en tus manos la vida de otra persona había conseguido mantenerla entretenida. Pero ya nada era suficiente. Ser la mejor ahora le resultaba aburrido, pues donde se encontraba, ya nada le suponía un reto. Así, decidió tomarse unos meses de descanso. Durante ese tiempo, su mente la atormentó. No encontraba una motivación, un camino a seguir para no volverse completamente loca. Había probado con todo, volver a los atracos, carreras ilegales, cualquier cosa que la sacara del estado en el que se encontraba, pero nada parecía funcionar. Un día, mientras sujetaba entre sus dedos el último cigarro del paquete que le quedaba, contemplando la lluvia que caía sobre la gran ciudad a través del gran ventanal de su apartamento, su teléfono volvió a sonar después de dos meses. No recordaba haber activado el sonido, por lo que, curiosa, se dirigió hacia la mesa del salón y lo recogió, contestando al instante, sin saber que aquella llamada lo cambiaría todo para siempre. Uno de sus antiguos clientes, un traficante de considerado prestigio en la ciudad, había contactado con ella porque un tipo, un camello de los bajos fondos, le debía una cantidad considerable de dinero. Le había entregado la mercancía y aún no había recibido el pago. Elisah aceptó, y se encaminó hacia el alijo del sujeto haciéndose pasar por una nueva clienta. Cuando llegó y se cercioró de que estaban solos preparó su estrategia por costumbre; sacar su pistola y amenazar al tipo, concediendo así el primer aviso. Si no pagaba, moriría. Era sencillo y la mayoría no solía necesitar de un tercero. Aquel parecía ser el caso. Mientras el tipo preparaba el pedido, Elisah examinó la estancia. Siempre era necesario para la siguiente visita: zonas de acceso, ventanas sin seguridad, escaleras de incendio, entradas secretas… Cualquier cosa que le resultara útil. Una vez terminó de analizar el entorno, se dispuso a actuar. Se aproximó hacia la cortina que separaba el recibidor y sacó su pistola despacio, apuntando hacia el fondo, cuando percibió el crujir de la escalera que daba a la entrada. Bajó el arma con cautela y se giró. Aquello complicaba un poco las cosas… La puerta estaba abierta, (caso error por su parte, aquello era algo que no solía sucederle) así que, cualquiera que quisiera entrar podría hacerlo sin siquiera llamar. Por suerte tenía los sentidos aguzados y logró anticiparse. Con los ojos puestos en el umbral de la puerta, Elisah sintió que el corazón empezaba a latir con fuerza sin un motivo aparente. Aquello la hizo fruncir el ceño, pues hacía mucho que no le sucedía aquello. ¿Ponerse nerviosa? ¿Por qué?… La respuesta no tardó en llegar, en cuanto la propietaria de los pasos y la causante de que hubiera tenido que posponer sus métodos apareció, supo que su vida cambiaría a partir de aquel momento. Una mujer de cabello largo, castaño, vestida con medias de rejilla hasta la media altura del muslo, falda negra y camiseta de corte a los hombros, pasó al interior de la sala en la que ella se encontraba. La saludó, pero Elisah no fue capaz de pronunciar una palabra.
    Tipo
    Individual
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    Cualquier línea
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  • — Aquí en Kabukichō se guarda silencio sobre todo lo que se ve.

    ¿El hombre calvo que está fumando fuera del pachinko? Un sicario.
    ¿La chica de las taquillas del centro de cambio? Informante.
    ¿El indigente recolectando latas en el callejón de la vuelta? Míralo bien. Le faltan dos dedos. ¿Sabes qué significa eso?

    Aquí todo puede volverse turbio cuando abres los ojos de más. Disfruta, pero no te metas en problemas.

    Porque te está(mos)n observando. —
    — Aquí en Kabukichō se guarda silencio sobre todo lo que se ve. ¿El hombre calvo que está fumando fuera del pachinko? Un sicario. ¿La chica de las taquillas del centro de cambio? Informante. ¿El indigente recolectando latas en el callejón de la vuelta? Míralo bien. Le faltan dos dedos. ¿Sabes qué significa eso? Aquí todo puede volverse turbio cuando abres los ojos de más. Disfruta, pero no te metas en problemas. Porque te está(mos)n observando. —
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  • LA HISTORIA DE AMANDA

    Praga, Checoslovaquia, 8 de diciembre de 1919

    Amanda Novak tiene 22 años. Empezó a prostituirse a los 15. Dejó de hacerlo a los 21, cuando conoció a su último cliente: el señor Nadie.

    Amanda me recibe en su casa, una vivienda humilde que se cae a pedazos: paredes hinchadas por la humedad, techos descascarados, un colchón en el suelo donde duermen varios gatos, tres sillas, una mesa pequeña y un espejo roto que refleja mi silueta cuarteada. Amanda se desplaza en una silla de ruedas oxidada, me pregunta si quiero té de jengibre, le digo que no. Sorprende la miseria que la rodea. Lo primero que le pregunto es qué hizo con el dinero que le pagaron.

    —Doné una parte al hogar de huérfanos en donde crecí —dice—. Al principio se negaron a aceptarlo, hicieron preguntas: de dónde había sacado tanto, quién me lo había dado, etc. Al final los persuadí de que se quedaran con un poco, de que reformaran el hogar y les comprasen ropa nueva y juguetes a los niños... Aceptaron la donación a regañadientes. Claro, imagine a una muerta de hambre como yo, que se aparece con millones de Coronas en una bolsa…
    —¿Y qué hizo con el resto?
    —Contraté a un detective, le dije que le daría la mitad si encontraba al señor Nadie.
    —¿Así se llama el que la secuestró? ¿Señor Nadie?
    —Así se llamaba… —dice Amanda mientras se sirve té en una lata de tomates vacía.

    Amanda tiene el cutis gris, seco y estriado. Me cuesta creer que sólo tenga 22 años. Sus brazos están fibrosos de tanto girar las ruedas. Sus manos son gruesas, ásperas y venosas; parecen manos masculinas. Sus piernas sin pies cuelgan de la silla como algo ajeno al resto de su cuerpo. Lleva el pelo revuelto, casi blanco, tan largo que debe hacerse una trenza para que no se le enrede con las ruedas de la silla. Cualquiera que leyese esta descripción pensaría que se trata de un adefesio... pero no lo es, la belleza late en su cara, en sus facciones suaves y en sus ojos color zafiro, que contrastan con la lividez de su piel.

    Bratislava, 3 de abril de 1918

    «Soy una chica sucia, chupo y trago más que las demás…lala, larala… todos mis agujeros están disponibles para el mejor postor, para el mejor postor…». Así se vende Amanda frente los hombres que pasan a su lado: cantando sus destrezas a viva voz. Algunos se paran y le ofrecen monedas, pero ella sonríe y les responde, también cantando: «No acepto limosnas… chupo y trago mejor que las demás…lala, larala… todos mis agujeros están disponibles para el mejor postor… »
    El estilo que Amanda utiliza para venderse es infantil, las demás putas que comparten la calle se ríen de ella, le dicen estúpida, imbécil, ridícula… pero ella las ignora y sigue cantando; y al final, el mejor postor siempre la elige entre las otras.

    Cerca de las 2 de la mañana, la calle Roja de Bratislava empieza a vaciarse de gente. En lo que va de la noche Amanda se ha dejado sodomizar tres veces y ha hecho seis felaciones. Sus bolsillos están llenos. Se prende un cigarrillo para quitarse el gusto a esperma de la boca. Mientras camina por las desérticas calles de la ciudad, nota que un auto se arrima a la vereda y reduce la velocidad para quedar a la par de ella. Es un Buick blanco, el chofer saca una mano enguantada por la ventanilla y deja caer un rollo de billetes en la calle, luego acelera. Amanda recoge los billetes y sigue caminando pendiente del auto, que se estaciona llegando a la esquina. La mano del chofer suelta otro rollo y vuelve a acelerar. Ella toma el dinero y sigue al auto como un animal hipnotizado. La acción se repite cuatro veces, hasta que el auto se detiene y apaga el motor. Amanda le acerca los cuatro fajos al chofer.
    —¿Qué estás buscando con tanto dinero? —le pregunta.
    En la penumbra Amanda no logra distinguir la cara del tipo, que se baja el ala del sombrero para no dejase ver.
    —Busco sus servicios por 9 meses —le dice.
    Amanda suelta una risotada ordinaria, le tira los billetes en el regazo y se va caminando.
    El auto arranca y la sigue. El chofer saca la mano nuevamente y deja caer algo brillante en la vereda, algo que percute como una piedra. Amanda se agacha y recoge lo que parece ser un diamante.
    —Lo que usted tiene en sus manos es una gema valuada en miles de Coronas. Si me ofrece su cuerpo por 9 meses, se la puede quedar y vivir como una duquesa el resto de su vida.
    Amanda sostiene la joya, la baraja entre sus palmas, es pesada, de forma hexagonal. Mientras el chofer habla, Amanda se quita los zapatos con la punta de los pies y se escapa llevándose el diamante. El auto la persigue tocando el claxon. Amanda toma las calles al azar, gira en las esquinas, derecha, izquierda… se mete en un callejón, no hay salida, intenta treparse al muro para pasar al otro lado, el auto acelera y le aplasta las piernas con el parachoques.

    Amanda despierta en una cama con dosel. Tiene los brazos atados a los pilares de la cabecera. Del dosel cuelga un velo rojizo, se distingue una sombra a través de la tela.
    —¿Dónde estoy? —pregunta.
    —Lejos —responde la sombra.
    —¿Usted quién es?
    —Soy el señor Nadie.
    —¿Qué quiere, por qué me trajó aquí?
    —Se lo dije hace una semana, en la calle: quiero 9 meses.
    Amanda está drogada, siente la boca seca y la lengua hinchada. Habla con dificultad.
    —¿Qué pasa con mis pies? No los siento.
    —Sus piernas quedaron destrozadas. Tuvimos que amputarle los pies para detener la gangrena... —responde la sombra son suma tranquilidad.
    Amanda cierra los ojos y solloza.
    —Esto no puede estar pasando… —murmura.
    La sombra corre el velo y se deja ver. Es un hombre vestido de traje negro, con la cara deformada en protuberancias que emanan un líquido viscoso y amarillento.
    —¡Por Dios! —grita Amanda.
    —Entiendo su espanto —le dice el hombre—. Sucede que sufro de una extraña clase de lepra purulenta. Mi familia lleva varias generaciones sufriendo esta enfermedad. Me han dicho que es un maleficio gitano que le hicieron a mi tatarabuelo, hace 150 años... Sé que soy repulsivo a sus ojos, ni yo mismo tolero mirarme, por eso no hay espejos en esta casa.
    El hombre se sienta al borde de la cama.
    —¿Y yo qué tengo que ver con eso? —pregunta Amanda desviando su mirada—. Déjeme ir, yo no hice nada malo... no quise robarle, perdóneme, por favor…
    El tipo le acaricia la cara. Amanda siente los bultos viscosos de sus manos rozándole las mejillas.
    —Usted nos va a salvar, Amanda —le dice—. Usted fue elegida para curar esta maldición.
    —¿De qué habla? ¿Está chiflado?
    —Esta noche, los hombres de esta familia: mis tres hermanos, mi padre, mis cuatro sobrinos y mis dos tíos, van a intentar preñarla. Y cuando lo logren, cuidaremos de usted hasta el momento de dar a luz. Con esa criatura vamos a cortar la maldición... En agradecimiento me encargaré de hacerla una mujer millonaria…
    —¡Ni muerta me dejaría tocar por ustedes! —grita Amanda mientras tironea de las amarras.
    —Amanda —le dice el hombre con ternura—. Usted no está en condiciones de decidir. Si se resiste será peor, porque la haremos sufrir: la quemaremos, le arrancaremos la piel, le sacaremos los ojos, la lengua... la obligaremos a comer cucarachas y las cosas más horribles que pueda imaginarse. En cambio, si cede, si abre sus piernas sin poner resistencia, esto pasará pronto y se llevará una gran recompensa.
    —¡Prefiero que me mate, hijo de puta!
    El hombre se levanta, vuelve a correr el velo del dosel y antes de salir de la habitación le dice:
    —Comenzamos en dos horas. Antes vendrá una enfermera, para limpiarla y lubricarla…

    —Y así fue —me dice Amanda—. El grupo de leprosos apareció dos horas después. Había de todas las edades, desde 16 hasta 60 años. Uno por uno fueron metiéndose entre mis piernas, con sus cuerpos amorfos, supurantes, inmundos... Con las caras desfiguradas por los bultos. Y mientras me violaban, la enfermera me acercaba una cubeta para que vomitase. Porque era imposible no vomitar... Eran los seres más asquerosos que alguien pueda imaginar.

    Y cuando eyaculaban dentro de mí, los tumores de sus cuerpos supuraban pus con más abundancia. Y el olor… nunca olvidaré ese olor, como a leche mezclada con heces…

    Intento retener el reflujo que sube por mi esófago. Durante unos minutos quedo con el torso curvado hacia adelante, tratando de contener el vómito. Amanda me observa y sonríe.
    —No se preocupe, es normal lo que siente —me dice—. Por eso le ofrecí té. El jengibre es bueno para las náuseas, yo lo tomo todo el tiempo… ¿Seguro no quiere un poco?
    —No gracias. Ya se me pasa —le digo mientras me reincorporo—. ¿Cuánto tardó en quedar embarazada?
    —Al mes notaron que ya no menstruaba y dejaron de hacerme visitas… luego empezaron a tratarme como a una deidad. Me llevaban a pasear por el parque en silla de ruedas. Me hacían masajes, me cocinaban manjares y me dejaban leer todos los libros que quisiera. Tres meses después apareció la bruja que les había dicho cómo romper la maldición. Era una vieja gitana que hablaba en un idioma que yo desconocía.

    Amanda se queda en silencio unos instantes.

    —Fue una niña. Tenía mis ojos dijeron. Las parteras me la quitaron de las entrañas y se la llevaron a otra habitación. No querían que la tocase, temían que intentara matarla, seguramente. Y no estaban equivocados. Le hubiese roto el cuello al momento de tenerla en mis brazos.
    —¿Qué pasó después?
    —Al otro día me metieron en un auto y me colocaron una capucha. El auto anduvo dos horas, me bajaron y me subieron a otro que anduvo cerca de 4 horas. Me bajaron y me subieron a un tercer auto que tras 6 horas me dejó en Bratislava. Me colocaron en una silla de ruedas de oro y me empujaron hasta la entrada de una enorme y lujosa casa que yo solía admirar cuando trabajaba de puta. Me dijeron que era mía. Unos sirvientes me ayudaron a entrar. Al otro día despedí a la servidumbre y puse todo a la venta. Y con ese dinero, más todo lo que me habían depositado en el banco, fui al hogar de huérfanos para donarlo todo…
    —¿Y qué pasó con el detective?
    —Tardó dos meses en encontrar la casa del señor Nadie. Ni siquiera estaba en Checoslovaquia, estaba en Viena. Le pagué lo acordado y le di algo más a cambio de que contactará a 6 sicarios. Tras unas semanas me reuní con ellos y les ofrecí todo lo que me quedaba a cambio de que asesinaran al señor Nadie y a toda su familia de monstruos. No preguntaron nada, se repartieron mi fortuna y desaparecieron.
    —¿Y lo hicieron?
    Amanda se mete la mano dentro del sostén y extrae una hoja de periódico, la desdobla y me la entrega. El titular dice: Feroz masacre en mansión de Viena. 20 muertos. Posible ajuste de cuentas…
    —¿Y la bebé?
    —Ya estaba muerta cuando llegaron los sicarios. Los leprosos la habían desangrado y se habían bebido su sangre. De esa forma creyeron que acabarían con la maldición. Enfermos hijos de puta... Me alegro de haberlos matado a todos. Fue la mejor inversión para todo ese dinero.

    Me despido de Amanda con una sensación de alivio. Ése alivio que a veces produce la venganza, sobre todo cuando es tan merecida.
    LA HISTORIA DE AMANDA Praga, Checoslovaquia, 8 de diciembre de 1919 Amanda Novak tiene 22 años. Empezó a prostituirse a los 15. Dejó de hacerlo a los 21, cuando conoció a su último cliente: el señor Nadie. Amanda me recibe en su casa, una vivienda humilde que se cae a pedazos: paredes hinchadas por la humedad, techos descascarados, un colchón en el suelo donde duermen varios gatos, tres sillas, una mesa pequeña y un espejo roto que refleja mi silueta cuarteada. Amanda se desplaza en una silla de ruedas oxidada, me pregunta si quiero té de jengibre, le digo que no. Sorprende la miseria que la rodea. Lo primero que le pregunto es qué hizo con el dinero que le pagaron. —Doné una parte al hogar de huérfanos en donde crecí —dice—. Al principio se negaron a aceptarlo, hicieron preguntas: de dónde había sacado tanto, quién me lo había dado, etc. Al final los persuadí de que se quedaran con un poco, de que reformaran el hogar y les comprasen ropa nueva y juguetes a los niños... Aceptaron la donación a regañadientes. Claro, imagine a una muerta de hambre como yo, que se aparece con millones de Coronas en una bolsa… —¿Y qué hizo con el resto? —Contraté a un detective, le dije que le daría la mitad si encontraba al señor Nadie. —¿Así se llama el que la secuestró? ¿Señor Nadie? —Así se llamaba… —dice Amanda mientras se sirve té en una lata de tomates vacía. Amanda tiene el cutis gris, seco y estriado. Me cuesta creer que sólo tenga 22 años. Sus brazos están fibrosos de tanto girar las ruedas. Sus manos son gruesas, ásperas y venosas; parecen manos masculinas. Sus piernas sin pies cuelgan de la silla como algo ajeno al resto de su cuerpo. Lleva el pelo revuelto, casi blanco, tan largo que debe hacerse una trenza para que no se le enrede con las ruedas de la silla. Cualquiera que leyese esta descripción pensaría que se trata de un adefesio... pero no lo es, la belleza late en su cara, en sus facciones suaves y en sus ojos color zafiro, que contrastan con la lividez de su piel. Bratislava, 3 de abril de 1918 «Soy una chica sucia, chupo y trago más que las demás…lala, larala… todos mis agujeros están disponibles para el mejor postor, para el mejor postor…». Así se vende Amanda frente los hombres que pasan a su lado: cantando sus destrezas a viva voz. Algunos se paran y le ofrecen monedas, pero ella sonríe y les responde, también cantando: «No acepto limosnas… chupo y trago mejor que las demás…lala, larala… todos mis agujeros están disponibles para el mejor postor… » El estilo que Amanda utiliza para venderse es infantil, las demás putas que comparten la calle se ríen de ella, le dicen estúpida, imbécil, ridícula… pero ella las ignora y sigue cantando; y al final, el mejor postor siempre la elige entre las otras. Cerca de las 2 de la mañana, la calle Roja de Bratislava empieza a vaciarse de gente. En lo que va de la noche Amanda se ha dejado sodomizar tres veces y ha hecho seis felaciones. Sus bolsillos están llenos. Se prende un cigarrillo para quitarse el gusto a esperma de la boca. Mientras camina por las desérticas calles de la ciudad, nota que un auto se arrima a la vereda y reduce la velocidad para quedar a la par de ella. Es un Buick blanco, el chofer saca una mano enguantada por la ventanilla y deja caer un rollo de billetes en la calle, luego acelera. Amanda recoge los billetes y sigue caminando pendiente del auto, que se estaciona llegando a la esquina. La mano del chofer suelta otro rollo y vuelve a acelerar. Ella toma el dinero y sigue al auto como un animal hipnotizado. La acción se repite cuatro veces, hasta que el auto se detiene y apaga el motor. Amanda le acerca los cuatro fajos al chofer. —¿Qué estás buscando con tanto dinero? —le pregunta. En la penumbra Amanda no logra distinguir la cara del tipo, que se baja el ala del sombrero para no dejase ver. —Busco sus servicios por 9 meses —le dice. Amanda suelta una risotada ordinaria, le tira los billetes en el regazo y se va caminando. El auto arranca y la sigue. El chofer saca la mano nuevamente y deja caer algo brillante en la vereda, algo que percute como una piedra. Amanda se agacha y recoge lo que parece ser un diamante. —Lo que usted tiene en sus manos es una gema valuada en miles de Coronas. Si me ofrece su cuerpo por 9 meses, se la puede quedar y vivir como una duquesa el resto de su vida. Amanda sostiene la joya, la baraja entre sus palmas, es pesada, de forma hexagonal. Mientras el chofer habla, Amanda se quita los zapatos con la punta de los pies y se escapa llevándose el diamante. El auto la persigue tocando el claxon. Amanda toma las calles al azar, gira en las esquinas, derecha, izquierda… se mete en un callejón, no hay salida, intenta treparse al muro para pasar al otro lado, el auto acelera y le aplasta las piernas con el parachoques. Amanda despierta en una cama con dosel. Tiene los brazos atados a los pilares de la cabecera. Del dosel cuelga un velo rojizo, se distingue una sombra a través de la tela. —¿Dónde estoy? —pregunta. —Lejos —responde la sombra. —¿Usted quién es? —Soy el señor Nadie. —¿Qué quiere, por qué me trajó aquí? —Se lo dije hace una semana, en la calle: quiero 9 meses. Amanda está drogada, siente la boca seca y la lengua hinchada. Habla con dificultad. —¿Qué pasa con mis pies? No los siento. —Sus piernas quedaron destrozadas. Tuvimos que amputarle los pies para detener la gangrena... —responde la sombra son suma tranquilidad. Amanda cierra los ojos y solloza. —Esto no puede estar pasando… —murmura. La sombra corre el velo y se deja ver. Es un hombre vestido de traje negro, con la cara deformada en protuberancias que emanan un líquido viscoso y amarillento. —¡Por Dios! —grita Amanda. —Entiendo su espanto —le dice el hombre—. Sucede que sufro de una extraña clase de lepra purulenta. Mi familia lleva varias generaciones sufriendo esta enfermedad. Me han dicho que es un maleficio gitano que le hicieron a mi tatarabuelo, hace 150 años... Sé que soy repulsivo a sus ojos, ni yo mismo tolero mirarme, por eso no hay espejos en esta casa. El hombre se sienta al borde de la cama. —¿Y yo qué tengo que ver con eso? —pregunta Amanda desviando su mirada—. Déjeme ir, yo no hice nada malo... no quise robarle, perdóneme, por favor… El tipo le acaricia la cara. Amanda siente los bultos viscosos de sus manos rozándole las mejillas. —Usted nos va a salvar, Amanda —le dice—. Usted fue elegida para curar esta maldición. —¿De qué habla? ¿Está chiflado? —Esta noche, los hombres de esta familia: mis tres hermanos, mi padre, mis cuatro sobrinos y mis dos tíos, van a intentar preñarla. Y cuando lo logren, cuidaremos de usted hasta el momento de dar a luz. Con esa criatura vamos a cortar la maldición... En agradecimiento me encargaré de hacerla una mujer millonaria… —¡Ni muerta me dejaría tocar por ustedes! —grita Amanda mientras tironea de las amarras. —Amanda —le dice el hombre con ternura—. Usted no está en condiciones de decidir. Si se resiste será peor, porque la haremos sufrir: la quemaremos, le arrancaremos la piel, le sacaremos los ojos, la lengua... la obligaremos a comer cucarachas y las cosas más horribles que pueda imaginarse. En cambio, si cede, si abre sus piernas sin poner resistencia, esto pasará pronto y se llevará una gran recompensa. —¡Prefiero que me mate, hijo de puta! El hombre se levanta, vuelve a correr el velo del dosel y antes de salir de la habitación le dice: —Comenzamos en dos horas. Antes vendrá una enfermera, para limpiarla y lubricarla… —Y así fue —me dice Amanda—. El grupo de leprosos apareció dos horas después. Había de todas las edades, desde 16 hasta 60 años. Uno por uno fueron metiéndose entre mis piernas, con sus cuerpos amorfos, supurantes, inmundos... Con las caras desfiguradas por los bultos. Y mientras me violaban, la enfermera me acercaba una cubeta para que vomitase. Porque era imposible no vomitar... Eran los seres más asquerosos que alguien pueda imaginar. Y cuando eyaculaban dentro de mí, los tumores de sus cuerpos supuraban pus con más abundancia. Y el olor… nunca olvidaré ese olor, como a leche mezclada con heces… Intento retener el reflujo que sube por mi esófago. Durante unos minutos quedo con el torso curvado hacia adelante, tratando de contener el vómito. Amanda me observa y sonríe. —No se preocupe, es normal lo que siente —me dice—. Por eso le ofrecí té. El jengibre es bueno para las náuseas, yo lo tomo todo el tiempo… ¿Seguro no quiere un poco? —No gracias. Ya se me pasa —le digo mientras me reincorporo—. ¿Cuánto tardó en quedar embarazada? —Al mes notaron que ya no menstruaba y dejaron de hacerme visitas… luego empezaron a tratarme como a una deidad. Me llevaban a pasear por el parque en silla de ruedas. Me hacían masajes, me cocinaban manjares y me dejaban leer todos los libros que quisiera. Tres meses después apareció la bruja que les había dicho cómo romper la maldición. Era una vieja gitana que hablaba en un idioma que yo desconocía. Amanda se queda en silencio unos instantes. —Fue una niña. Tenía mis ojos dijeron. Las parteras me la quitaron de las entrañas y se la llevaron a otra habitación. No querían que la tocase, temían que intentara matarla, seguramente. Y no estaban equivocados. Le hubiese roto el cuello al momento de tenerla en mis brazos. —¿Qué pasó después? —Al otro día me metieron en un auto y me colocaron una capucha. El auto anduvo dos horas, me bajaron y me subieron a otro que anduvo cerca de 4 horas. Me bajaron y me subieron a un tercer auto que tras 6 horas me dejó en Bratislava. Me colocaron en una silla de ruedas de oro y me empujaron hasta la entrada de una enorme y lujosa casa que yo solía admirar cuando trabajaba de puta. Me dijeron que era mía. Unos sirvientes me ayudaron a entrar. Al otro día despedí a la servidumbre y puse todo a la venta. Y con ese dinero, más todo lo que me habían depositado en el banco, fui al hogar de huérfanos para donarlo todo… —¿Y qué pasó con el detective? —Tardó dos meses en encontrar la casa del señor Nadie. Ni siquiera estaba en Checoslovaquia, estaba en Viena. Le pagué lo acordado y le di algo más a cambio de que contactará a 6 sicarios. Tras unas semanas me reuní con ellos y les ofrecí todo lo que me quedaba a cambio de que asesinaran al señor Nadie y a toda su familia de monstruos. No preguntaron nada, se repartieron mi fortuna y desaparecieron. —¿Y lo hicieron? Amanda se mete la mano dentro del sostén y extrae una hoja de periódico, la desdobla y me la entrega. El titular dice: Feroz masacre en mansión de Viena. 20 muertos. Posible ajuste de cuentas… —¿Y la bebé? —Ya estaba muerta cuando llegaron los sicarios. Los leprosos la habían desangrado y se habían bebido su sangre. De esa forma creyeron que acabarían con la maldición. Enfermos hijos de puta... Me alegro de haberlos matado a todos. Fue la mejor inversión para todo ese dinero. Me despido de Amanda con una sensación de alivio. Ése alivio que a veces produce la venganza, sobre todo cuando es tan merecida.
    Me shockea
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  • —Hank estaba en la sala de reuniones con sus generales,El estaba regañando a cada uno de sus generales por no poder avanzar en la busqueda de el centro de operaciones de Michael—


    -¿¡QUE CARAJOS LES PASA,ES TAN DIFÍCIL UBICAR A UN MONTON DE SICARIOS ADICTOS AL "POLVO DE ANGEL"!?

    -dijo mientras clavaba su espada en la mesa para intimidarlos a todos,esto fue hasta que uno de ellos hablo-

    "S-Señor" -Susurro asustado con la cabeza hacia abajo-


    -¡¿QUE QUIERES!?

    "una de nuestras o-oficiales puede ser m-mas util,n-nosotros solo somos eficientes en el campo de batalla,eso e-es mas un t-trabajo de administración"


    -Hank se tranquilizo y se acomodo en la silla-


    -Traigamela...


    -El oficial se levanto y fue corriendo a buscar a la oficial-


    𝘝𝘢𝘭𝘦𝘳𝘦𝘹
    —Hank estaba en la sala de reuniones con sus generales,El estaba regañando a cada uno de sus generales por no poder avanzar en la busqueda de el centro de operaciones de Michael— -¿¡QUE CARAJOS LES PASA,ES TAN DIFÍCIL UBICAR A UN MONTON DE SICARIOS ADICTOS AL "POLVO DE ANGEL"!? -dijo mientras clavaba su espada en la mesa para intimidarlos a todos,esto fue hasta que uno de ellos hablo- "S-Señor" -Susurro asustado con la cabeza hacia abajo- -¡¿QUE QUIERES!? "una de nuestras o-oficiales puede ser m-mas util,n-nosotros solo somos eficientes en el campo de batalla,eso e-es mas un t-trabajo de administración" -Hank se tranquilizo y se acomodo en la silla- -Traigamela... -El oficial se levanto y fue corriendo a buscar a la oficial- [Valerex_Gacha]
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