• *el leon sin vergüenza se puso a dormir sobre el teclado, parece que vas a tener serios problemas para sacarlo*

    "-ZzZzZz-"
    *el leon sin vergüenza se puso a dormir sobre el teclado, parece que vas a tener serios problemas para sacarlo* "-ZzZzZz-"
    Me enjaja
    Me gusta
    Me shockea
    4
    0 turnos 0 maullidos
  • ━━━ Nacidos para ofrecer vergüenza, son un lastre. Menos mal y él estaba cerca, purgando sus patéticas vidas ofreciéndolas a un bien mayor, regocíjense.
    ━━━ Nacidos para ofrecer vergüenza, son un lastre. Menos mal y él estaba cerca, purgando sus patéticas vidas ofreciéndolas a un bien mayor, regocíjense.
    Me gusta
    Me encocora
    Me shockea
    9
    0 turnos 0 maullidos
  • Hola señores clientes! Quieren probar mi leche? No piensen cosas indebidas! Soy el primer híbrido de vaca lechera, eso la hace especial y unica... Mi periodo de lactación me llega cada mes, después de cada celo. Por eso su elevado coste, pero será la mejor leche que probaran en sus vidas! Lo garantizo, palabrita de esta linda vaquita! "Muuuuuu!"

    P.D: El granjero me obligó a hacerlo que vergüenza!! 🫣
    Hola señores clientes! Quieren probar mi leche? No piensen cosas indebidas! 😳😖 Soy el primer híbrido de vaca lechera, eso la hace especial y unica...😊 Mi periodo de lactación me llega cada mes, después de cada celo. Por eso su elevado coste, pero será la mejor leche que probaran en sus vidas! Lo garantizo, palabrita de esta linda vaquita! "Muuuuuu!🐄😉" P.D: El granjero me obligó a hacerlo que vergüenza!! 😫🫣
    Me encocora
    Me enjaja
    Me gusta
    Me shockea
    7
    5 turnos 0 maullidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    { Estoy obsesionada con mi Vtuber aunque nunca prenda porque me da vergüenza. }
    { Estoy obsesionada con mi Vtuber 😭 aunque nunca prenda porque me da vergüenza. }
    Me encocora
    2
    0 comentarios 0 compartidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    Estoy en el auto y me dio vergüenza seguir respondiendo XD mientras mi amiga manejaba jajaja//
    Estoy en el auto y me dio vergüenza seguir respondiendo XD mientras mi amiga manejaba jajaja//
    3 comentarios 0 compartidos
  • 𝐃𝐎𝐍𝐃𝐄 𝐋𝐎𝐒 𝐃𝐈𝐎𝐒𝐄𝐒 𝐍𝐎 𝐏𝐔𝐄𝐃𝐄𝐍 𝐕𝐄𝐑 - 𝐕 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬

    Más allá del balcón, las montañas escarpadas, los bosques frondosos y las llanuras se extendían teñidas de violeta. Poco a poco, el fuego hogareño y las antorchas de los hogares de Dardania comenzaban a encenderse, formando un mar de estrellas ámbar que hacían reflejo con las plateadas que titilaban en el cielo nocturno. Anquises las observaba sin enfocar la vista en ningún punto en particular, los brazos cruzados sobre el amplio pecho, detectó en él una cierta tensión que escasas veces dejaba ver. Afro ya conocía esa pose; cuando se cruzaba de brazos eso solo podía significar una cosa.

    Aún estaba todavía dándole vueltas a lo que ella le había dicho sobre hacerse pasar por la nodriza de su hijo.

    ────¿Una nodriza? ─repitió, la incredulidad apenas disimulada bajo su tono grave─ Explícame de nuevo exactamente cómo piensas pasar desapercibida.

    Y que también él estaba considerando los contras.

    Afro lo miró de reojo mientras acomodaba la manta de lana del bebé, que recién había vuelto a conciliar el sueño después de haberse despertado entre llantos. Ahora dormía plácidamente entre sus brazos.

    ────Bueno, eso es sencillo ─replicó con serenidad fingida, encogiéndose de hombros─; me mezclaré con el personal de palacio como una nodriza para cuidar de nuestro bebé. Una chica mortal que viajó desde las lejanas tierras de Frigia y que llegó a esta ciudad dispuesta a ofrecer sus servicios. Eso es brillante, ¿no crees?

    El nudo en su estómago se le hizo más grande. Para esas alturas, Afro ya había comenzado a dudar de su alocado plan y a contemplar los pequeños y grandes inconvenientes en este. Estuvo tentada ligeramente a echarse para atrás e idear uno nuevo. No lo haría.

    Tenía miedo y comenzaba a dudar. Eso era buena señal. Si estaba sintiendo todo eso, significaba que no estaba loca… o al menos, no completamente aún. Lo estaba pensando. Estaba siendo responsable.

    ────¿Frigia de nuevo?

    ────Es una buena tierra. Su vino de primavera es el mejor que he probado. Un solo sorbo es una explosión de sabores en tu boca.

    ────Afro… ─soltó uno de esos suspiros suyos que le anticipó que su respuesta no le iba a gustar─ ¿Eres consciente de todo lo que vas a dejar atrás?

    ────Claro, seguro.

    Pero ese pequeño chillido de ratón en la voz la delató.

    ────No, no lo creo. Cuando estés cansada, no podrás invocar la energía del amor para recargar fuerzas. Si te lastimas, tus heridas no se regenerarán ─su voz bajó un poco, más grave, trenzada en preocupación─. Serás vulnerable. Tu rostro envejecerá. Y si algo sale mal, no habrá poder divino que te salve.

    Afro levantó la vista y él se giró hacia ella. Sus iris rosas buscaron los suyos. Se demoró en esa mirada donde el ámbar se mezclaba con el dorado oscuro de la miel, antes de apartarla y soltar un gentil suspiro.

    ────Lo sé.

    ────Sé que lo sabes ─replicó él, cerrando una mano sobre su hombro, firme y confortante─. Pero saberlo no es lo mismo que vivirlo.

    ──── Eso es lo que pienso hacer; vivirlo.

    ────Enfermarás como nosotros los mortales, ¿Alguna vez has pasado una noche entera en cama, temblando de fiebre, sin poder hacer nada para aliviarte?

    ────No. Nunca.

    ────Entonces será una buena primera vez –Anquises inclinó la cabeza, una sonrisa apenas se curvó en las comisuras de sus labios– Créeme, no te gustará.

    ────Anquises... –rogó ella, exasperante.

    ────¿Qué? Solo te advierto. –se encogió de hombros, más divertido que preocupado– Y si alguien te hace enojar, no podrás encantarlo. Ni convertirlo en algo más… digamos, adorable. Con pelos, plumas o escamas.

    Un silencio gobernó en la habitación. Había algo más, pero Anquises se lo guardó. No necesitaba articularlo; ella sabía perfectamente lo que había querido decir: «Y no podrás arruinarle la vida para siempre».

    Una de las grandes especialidades de los dioses donde su cruel creatividad salía a la luz. Cada historia que escuchaba en los banquetes en el Olimpo y en boca de las Néfeles, contaba un castigo peor que el anterior, ajustado y pensado a la perfección para cada víctima. Eso, si tenían tiempo de planificarlo. Cuando se trataba de infligir dolor, su ingenio rozaba lo sublime. Y tenía una razón sencilla: los dioses lo temían.

    El sufrimiento era algo que, en su eterna gloria, les resultaba ajeno, distante. Una teoría más que una experiencia. Por eso, cuando se trataba de provocarlo, lo hacían con la precisión envidiable de un escultor y el hambre voraz de una bestia. Cuando el castigo de los dioses era sentenciado y se corría la voz, no se hablaba de otra cosa. No había nada que les resultara tan insólito y fascinante que la contemplación del dolor ajeno.

    ────¡Eso también lo sé! No más inmortalidad, no más trucos para salir del apuro. Sin voz sagrada que persuada a dioses o mortales, sin un aura divina que calme a quienes me rodean. No más vuelos por el cielo, no más juegos de disfraces. No más… castigos.

    Frunció el ceño; la mandíbula se le tensó, como si sintiera el peso de esas últimas palabras que acaba de escupir, llenas de una ira hacía sí misma que brotaba directamente desde el centro de su pecho. Una mezcla de culpa y vergüenza al saber que, alguna vez, ella había sido capaz de hacer aquello que ahora repudiaba: ser el juez y verdugo que ejecutaba el castigo divino. El calor le trepó a las mejillas. De pronto, se dio cuenta de que se había alterado y del silencio a su alrededor: el palacio estaba tan oscuro y quieto como una tumba. Por un instante, pareció querer continuar con algo más, pero se contuvo. Cerró los ojos, respiró hondo y dejó escapar el aire lentamente de sus pulmones. Al hablar, esta vez lo hizo con más calma.

    ────Ya lo sé. Sé a lo que me voy a enfrentar, Anquises. No es ni será fácil. Jamás he llevado el papel de una mortal más allá de la apariencia. Así que sí, tengo miedo. Y sí, tal vez esto sea una completa locura. Pero realmente quiero hacer esto. Quiero hacerlo.

    Anquises examinó a Afro con esos ojos pacientes y soltó un pequeño suspiro. Hincó una rodilla en el piso, frente a ella, y la constante llama de la lámpara de aceite sobre el mueble a su lado iluminó su rostro con luz ambarina. Su mirada era preciosa, sabia. Sus mejillas suaves y mandíbula de líneas duras estaban ocultas debajo de la espesa barba dorada y rizada. Allí, durante un instante, no estaba delante de un príncipe, había en algo en él que lo hacía ver mucho más antiguo, más experimentado que ella y los dioses que habitaban en los cielos.

    ────Si crees que eso es lo que lo mantendrá a salvo, lo haremos. Si el destino no puede ver lo que no se nombra, entonces no lo nombraremos. Serás su nodriza. Mantendremos esto en secreto. Nadie sabrá quién eres, ni quién es él. Pero Afro...

    Hizo una pausa y tomó una de sus manos entre las suyas. El tacto del príncipe era firme, áspero; manos acostumbradas al acero de las armas.

    ────Prométeme una cosa: cuando nuestro hijo crezca y tenga la edad suficiente, cuéntale la verdad. Quiero que sepa que tuvo una madre que lo amo tanto que arriesgó todo con tal de protegerlo y criarlo.

    Ella apretó los labios en una línea recta. Aquello no formaba parte de sus planes, en lo absoluto. O al menos, no lo había previsto hasta ese momento. Si su hijo crecía escuchando las historias que se contaban sobre ella… la vanidosa, cruel y vengativa diosa que despertaba el deseo en dioses y mortales ¿Podría quererla?

    Cuando llegara el momento de saber la verdad, ¿Le dejaría explicarse o saldría corriendo como si acabara de descubrir que su madre era una de las causas de las tragedias románticas del mundo conocido? Entre otras cosas peores.

    Suspiró.

    Sí... no era la imagen más alentadora del mundo. Tampoco era una imagen que a ella le gustara de sí misma. No se enorgullecía de ella. La detestaba. Pero supuso que ninguna madre divina podía esperar una presentación perfecta después de siglos de mala reputación sembrada en himnos, poemas y canciones.

    Sin embargo, él tenía razón. Su hijo merecía conocer la verdad, y no se la negaría.


    Se obligó a sonreír, y sus ojos interceptaron a los del príncipe.

    ────Te lo prometo. Cuando crezca y haya madurado... lo sabrá.

    ────Así me gusta, cabeza de caracol –murmuró él apretando su mano antes de soltarla. La sonrisa que él le esbozó la hizo sentir mejor. Acaso ¿él le estaba sonriendo con orgullo? ¿se sentía orgulloso de ella? No sabría decir sí era así o no, pero le gustó pensar que lo sentía–. Nunca haces las cosas fáciles, ¿eh?

    ────Bueno, si no son las Moiras quiénes se encargan de darte dolores de cabeza, alguien tiene que hacerlo y me tomo esa obligación divina muy enserio.

    Su convicción avivó renovada, serena y firme como la llama en la lampara de aceite: constante, sin perder su brillo, sin arder desbocada en la leña de una hoguera. Nunca había conocido los pesares que los mortales debían soportar. Jamás llevó cicatrices en la piel; en su rostro, la marca del tiempo nunca pasó. Enfermar era algo que ningún dios experimentó en su vida. Trató de imaginarse así misma postrada en cama, temblando por la fiebre, pero su mente no consiguió tejer bien la imagen. Solo se vio estremeciéndose por la caricia de un viento gélido que bastaba cubrir con una manta. Estaba segura de que no era la clase de temblor a la que Anquises se refería.

    Sentir miedo ante lo desconocido era ajeno a los dioses. Desde sus orgullosos tronos y palacios de mármol, creían poseer el conocimiento de todo cuanto habitaba en la tierra. Ahora, sin embargo, su pecho se agitaba ante la posibilidad de enfrentar algo sobre lo que ella no tenía control y conocimiento alguno: su propia existencia vivida bajo las condiciones de una mortal.

    Y aún así, había un temor mayor que la mortalidad misma. Uno que se levantó detrás de ella como una sombra silenciosa: si su hijo conocía la verdad sobre quién era ella… y la rechazaba, ¿su corazón sería capaz de soportarlo?
    𝐃𝐎𝐍𝐃𝐄 𝐋𝐎𝐒 𝐃𝐈𝐎𝐒𝐄𝐒 𝐍𝐎 𝐏𝐔𝐄𝐃𝐄𝐍 𝐕𝐄𝐑 - 𝐕 🌺 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬 Más allá del balcón, las montañas escarpadas, los bosques frondosos y las llanuras se extendían teñidas de violeta. Poco a poco, el fuego hogareño y las antorchas de los hogares de Dardania comenzaban a encenderse, formando un mar de estrellas ámbar que hacían reflejo con las plateadas que titilaban en el cielo nocturno. Anquises las observaba sin enfocar la vista en ningún punto en particular, los brazos cruzados sobre el amplio pecho, detectó en él una cierta tensión que escasas veces dejaba ver. Afro ya conocía esa pose; cuando se cruzaba de brazos eso solo podía significar una cosa. Aún estaba todavía dándole vueltas a lo que ella le había dicho sobre hacerse pasar por la nodriza de su hijo. ────¿Una nodriza? ─repitió, la incredulidad apenas disimulada bajo su tono grave─ Explícame de nuevo exactamente cómo piensas pasar desapercibida. Y que también él estaba considerando los contras. Afro lo miró de reojo mientras acomodaba la manta de lana del bebé, que recién había vuelto a conciliar el sueño después de haberse despertado entre llantos. Ahora dormía plácidamente entre sus brazos. ────Bueno, eso es sencillo ─replicó con serenidad fingida, encogiéndose de hombros─; me mezclaré con el personal de palacio como una nodriza para cuidar de nuestro bebé. Una chica mortal que viajó desde las lejanas tierras de Frigia y que llegó a esta ciudad dispuesta a ofrecer sus servicios. Eso es brillante, ¿no crees? El nudo en su estómago se le hizo más grande. Para esas alturas, Afro ya había comenzado a dudar de su alocado plan y a contemplar los pequeños y grandes inconvenientes en este. Estuvo tentada ligeramente a echarse para atrás e idear uno nuevo. No lo haría. Tenía miedo y comenzaba a dudar. Eso era buena señal. Si estaba sintiendo todo eso, significaba que no estaba loca… o al menos, no completamente aún. Lo estaba pensando. Estaba siendo responsable. ────¿Frigia de nuevo? ────Es una buena tierra. Su vino de primavera es el mejor que he probado. Un solo sorbo es una explosión de sabores en tu boca. ────Afro… ─soltó uno de esos suspiros suyos que le anticipó que su respuesta no le iba a gustar─ ¿Eres consciente de todo lo que vas a dejar atrás? ────Claro, seguro. Pero ese pequeño chillido de ratón en la voz la delató. ────No, no lo creo. Cuando estés cansada, no podrás invocar la energía del amor para recargar fuerzas. Si te lastimas, tus heridas no se regenerarán ─su voz bajó un poco, más grave, trenzada en preocupación─. Serás vulnerable. Tu rostro envejecerá. Y si algo sale mal, no habrá poder divino que te salve. Afro levantó la vista y él se giró hacia ella. Sus iris rosas buscaron los suyos. Se demoró en esa mirada donde el ámbar se mezclaba con el dorado oscuro de la miel, antes de apartarla y soltar un gentil suspiro. ────Lo sé. ────Sé que lo sabes ─replicó él, cerrando una mano sobre su hombro, firme y confortante─. Pero saberlo no es lo mismo que vivirlo. ──── Eso es lo que pienso hacer; vivirlo. ────Enfermarás como nosotros los mortales, ¿Alguna vez has pasado una noche entera en cama, temblando de fiebre, sin poder hacer nada para aliviarte? ────No. Nunca. ────Entonces será una buena primera vez –Anquises inclinó la cabeza, una sonrisa apenas se curvó en las comisuras de sus labios– Créeme, no te gustará. ────Anquises... –rogó ella, exasperante. ────¿Qué? Solo te advierto. –se encogió de hombros, más divertido que preocupado– Y si alguien te hace enojar, no podrás encantarlo. Ni convertirlo en algo más… digamos, adorable. Con pelos, plumas o escamas. Un silencio gobernó en la habitación. Había algo más, pero Anquises se lo guardó. No necesitaba articularlo; ella sabía perfectamente lo que había querido decir: «Y no podrás arruinarle la vida para siempre». Una de las grandes especialidades de los dioses donde su cruel creatividad salía a la luz. Cada historia que escuchaba en los banquetes en el Olimpo y en boca de las Néfeles, contaba un castigo peor que el anterior, ajustado y pensado a la perfección para cada víctima. Eso, si tenían tiempo de planificarlo. Cuando se trataba de infligir dolor, su ingenio rozaba lo sublime. Y tenía una razón sencilla: los dioses lo temían. El sufrimiento era algo que, en su eterna gloria, les resultaba ajeno, distante. Una teoría más que una experiencia. Por eso, cuando se trataba de provocarlo, lo hacían con la precisión envidiable de un escultor y el hambre voraz de una bestia. Cuando el castigo de los dioses era sentenciado y se corría la voz, no se hablaba de otra cosa. No había nada que les resultara tan insólito y fascinante que la contemplación del dolor ajeno. ────¡Eso también lo sé! No más inmortalidad, no más trucos para salir del apuro. Sin voz sagrada que persuada a dioses o mortales, sin un aura divina que calme a quienes me rodean. No más vuelos por el cielo, no más juegos de disfraces. No más… castigos. Frunció el ceño; la mandíbula se le tensó, como si sintiera el peso de esas últimas palabras que acaba de escupir, llenas de una ira hacía sí misma que brotaba directamente desde el centro de su pecho. Una mezcla de culpa y vergüenza al saber que, alguna vez, ella había sido capaz de hacer aquello que ahora repudiaba: ser el juez y verdugo que ejecutaba el castigo divino. El calor le trepó a las mejillas. De pronto, se dio cuenta de que se había alterado y del silencio a su alrededor: el palacio estaba tan oscuro y quieto como una tumba. Por un instante, pareció querer continuar con algo más, pero se contuvo. Cerró los ojos, respiró hondo y dejó escapar el aire lentamente de sus pulmones. Al hablar, esta vez lo hizo con más calma. ────Ya lo sé. Sé a lo que me voy a enfrentar, Anquises. No es ni será fácil. Jamás he llevado el papel de una mortal más allá de la apariencia. Así que sí, tengo miedo. Y sí, tal vez esto sea una completa locura. Pero realmente quiero hacer esto. Quiero hacerlo. Anquises examinó a Afro con esos ojos pacientes y soltó un pequeño suspiro. Hincó una rodilla en el piso, frente a ella, y la constante llama de la lámpara de aceite sobre el mueble a su lado iluminó su rostro con luz ambarina. Su mirada era preciosa, sabia. Sus mejillas suaves y mandíbula de líneas duras estaban ocultas debajo de la espesa barba dorada y rizada. Allí, durante un instante, no estaba delante de un príncipe, había en algo en él que lo hacía ver mucho más antiguo, más experimentado que ella y los dioses que habitaban en los cielos. ────Si crees que eso es lo que lo mantendrá a salvo, lo haremos. Si el destino no puede ver lo que no se nombra, entonces no lo nombraremos. Serás su nodriza. Mantendremos esto en secreto. Nadie sabrá quién eres, ni quién es él. Pero Afro... Hizo una pausa y tomó una de sus manos entre las suyas. El tacto del príncipe era firme, áspero; manos acostumbradas al acero de las armas. ────Prométeme una cosa: cuando nuestro hijo crezca y tenga la edad suficiente, cuéntale la verdad. Quiero que sepa que tuvo una madre que lo amo tanto que arriesgó todo con tal de protegerlo y criarlo. Ella apretó los labios en una línea recta. Aquello no formaba parte de sus planes, en lo absoluto. O al menos, no lo había previsto hasta ese momento. Si su hijo crecía escuchando las historias que se contaban sobre ella… la vanidosa, cruel y vengativa diosa que despertaba el deseo en dioses y mortales ¿Podría quererla? Cuando llegara el momento de saber la verdad, ¿Le dejaría explicarse o saldría corriendo como si acabara de descubrir que su madre era una de las causas de las tragedias románticas del mundo conocido? Entre otras cosas peores. Suspiró. Sí... no era la imagen más alentadora del mundo. Tampoco era una imagen que a ella le gustara de sí misma. No se enorgullecía de ella. La detestaba. Pero supuso que ninguna madre divina podía esperar una presentación perfecta después de siglos de mala reputación sembrada en himnos, poemas y canciones. Sin embargo, él tenía razón. Su hijo merecía conocer la verdad, y no se la negaría. Se obligó a sonreír, y sus ojos interceptaron a los del príncipe. ────Te lo prometo. Cuando crezca y haya madurado... lo sabrá. ────Así me gusta, cabeza de caracol –murmuró él apretando su mano antes de soltarla. La sonrisa que él le esbozó la hizo sentir mejor. Acaso ¿él le estaba sonriendo con orgullo? ¿se sentía orgulloso de ella? No sabría decir sí era así o no, pero le gustó pensar que lo sentía–. Nunca haces las cosas fáciles, ¿eh? ────Bueno, si no son las Moiras quiénes se encargan de darte dolores de cabeza, alguien tiene que hacerlo y me tomo esa obligación divina muy enserio. Su convicción avivó renovada, serena y firme como la llama en la lampara de aceite: constante, sin perder su brillo, sin arder desbocada en la leña de una hoguera. Nunca había conocido los pesares que los mortales debían soportar. Jamás llevó cicatrices en la piel; en su rostro, la marca del tiempo nunca pasó. Enfermar era algo que ningún dios experimentó en su vida. Trató de imaginarse así misma postrada en cama, temblando por la fiebre, pero su mente no consiguió tejer bien la imagen. Solo se vio estremeciéndose por la caricia de un viento gélido que bastaba cubrir con una manta. Estaba segura de que no era la clase de temblor a la que Anquises se refería. Sentir miedo ante lo desconocido era ajeno a los dioses. Desde sus orgullosos tronos y palacios de mármol, creían poseer el conocimiento de todo cuanto habitaba en la tierra. Ahora, sin embargo, su pecho se agitaba ante la posibilidad de enfrentar algo sobre lo que ella no tenía control y conocimiento alguno: su propia existencia vivida bajo las condiciones de una mortal. Y aún así, había un temor mayor que la mortalidad misma. Uno que se levantó detrás de ella como una sombra silenciosa: si su hijo conocía la verdad sobre quién era ella… y la rechazaba, ¿su corazón sería capaz de soportarlo?
    Me encocora
    Me gusta
    Me shockea
    Me entristece
    12
    0 turnos 0 maullidos
  • Ella se pensaba que él no era capaz de atreverse a hacerlo, él que no tenía ni pizca de vergüenza lo hizo. — Una vez más.— Siempre decía que el maquillaje no servía para nada, que ella al natural era una octava maravilla. Y le dio otra lección. El amor es ciego, pero el colorete deja huella.Habia aprendido a usar esas brochas, esos coloretes, ese pintalabios...

    — Ahora la diva soy yo.

    Ella se pensaba que él no era capaz de atreverse a hacerlo, él que no tenía ni pizca de vergüenza lo hizo. — Una vez más.— Siempre decía que el maquillaje no servía para nada, que ella al natural era una octava maravilla. Y le dio otra lección. El amor es ciego, pero el colorete deja huella.Habia aprendido a usar esas brochas, esos coloretes, ese pintalabios... — Ahora la diva soy yo.
    Me enjaja
    Me gusta
    Me encocora
    10
    5 turnos 0 maullidos
  • ━━━ Que mierda... ¿Tú lo conoces?. Yo tampoco, que vergüenza que crean que somos amigos de ese tipo.
    ━━━ Que mierda... ¿Tú lo conoces?. Yo tampoco, que vergüenza que crean que somos amigos de ese tipo.
    Me enjaja
    4
    0 turnos 0 maullidos
  • — Dinero y vergüenza son dos cosas que no tengo. Ahora dime. ¿A quién le debo saltar a madrazos?. ¡Hey! Deja mi conejo, yo me lo rob...compre.— A Kyo le vale madres parecer conejito play boy pero para niños.
    — Dinero y vergüenza son dos cosas que no tengo. Ahora dime. ¿A quién le debo saltar a madrazos?. ¡Hey! Deja mi conejo, yo me lo rob...compre.— A Kyo le vale madres parecer conejito play boy pero para niños.
    Me encocora
    Me enjaja
    Me gusta
    Me endiabla
    6
    1 turno 0 maullidos
  • Durante mi camino, mientras estaba reposando en una taberna, me sentaba solo en la mesa menos ocupada. El bullicio del recinto me aturdía de cierto modo, de tal manera que lo único que había en el lugar sobre el rincón solitario era la vergüenza o timidez.

    Hasta que eso se acabó. Un hombre de tez bronceada. Parecía recién salido de un horno de los dioses de la luz. Su cuerpo, de un aspecto carnoso y tallado de mil batallas, llegaba a dejar mis sentidos cautivados. Un humano robusto y formado por el puño de luz en su marca. La cicatriz que tenía era lo que más me llamó la atención. Pensé que una bestia común le habría atacado, pero lo único que llamaron a mi atención mis ojos azules fueron sus ojos mostaza, como si expusieran un aura de control y dominio, paz y severidad a la vez. Lleno de certeza y decisión en lo que deseaba o quisiera tenerlo sin dificultad con solo hablar o mover un poco sus labios saboreando cada frase que diría antes de hablar.

    Fue así como me llamó la atención con un guiño que me había dejado embobado, lelo para la vista de él mientras se acercaba a un paso lento. La comisura de sus labios se elevó a tal manera de ser una invitación, quizás una insinuación; de cierto modo era más como una presunción de querer lucir algo. - ¿Qué hace tan sola una criatura pura como el mar y la naturaleza aquí? Los tuyos deberían estar bebiendo contigo, ¿no lo crees? - mencionó con una voz ronca. Parecía más un ronroneo mientras sostenía su sonrisa; que de cierto parecer era más pícara, dispuesta a abrir cualquier puerta cerrada. Se sentó y después miró con un rostro decidido. Sus semifelinos ojos llenaron mi presencia mientras añadió: - Noté que estabas mirándome un poco... ¿Cómo te llamas, chico? Es de mala educación no saludar como es debido a un caballero de la luz. Tú no pareces como los demás de los verdes como los tuyos. - Su comentario era un poco burlón a pesar de notar el característico color arcilla del orco, mientras suelta un par de internas y gruesas carcajadas.

    Me... llamo Daakuh... Daakuh Lobogelido... - fue lo único que le contesté mientras sus ojos se aferraron con el tiempo a sus manos. Su presencia aturdía un poco mi autoridad de mí mismo, de tal modo que solo él mismo, al notar que le miré con un poco de prisa, me guiñó y con ello tomó mi mano. Mi rostro se enrojeció mientras su imponente figura se cernía sobre mí con autoridad y dominio. - Sten... me llamo Sten, hemos estado juntos en la misión. Supongo que no estaría mal que nos conociéramos un poco, tú... de tal modo me inspiras un poco de... paz y confianza... - llevando así una de sus manos a sus labios mientras un leve shhhh- salió de su boca, implicando un acto completo de complicidad y de secretismo entre el calor de ambas manos de los dos. - ¿Q... qué estás haciendo... a- a dónde me llevas? S... se supone que tenemos que trabajar juntos en liberar a nuestros grupos... - Él interrumpió y, de una fuerza indomable, bufeó mientras me retiraba de la mesa.

    Solo quiero que nos vayamos a divertir un poco. Después de todo, es bueno tomarse un descanso debido como ambos guerreros. Deja que tu mente se relaje un poco, ¿quieres? - La interrupción del macho era más que una manera de relajar. Era una invitación tácita a lo más profundo. Con el tiempo que él estaba pasando a lo poco en la misión de expedición, parecía conocerlo de toda la vida como si hubiera deducido o vivido todo con él, atrayéndolo de manera posesiva. - Esto es entre nosotros dos. Tus ojos cansados piden a alguien que merezca reclamarte como se debe, y eso, un caballero como yo, jamás dejaría pasar la oportunidad de poder ser el primero en hacerlo - añadió al detenerse en una habitación que abriría después con una llave que tenía quién sabe cuánto. - ¡Pero es que yo! N- ¡Hhgggg! - Sten actuaba de manera desmedida mientras conseguía frotar su fría armadura en la piel del orco, causando un escalofrío. El deseo le tomó por sorpresa, y las palabras, calladas mediante un jugoso beso que invadía los labios del chico y la lengua, sin medida exploraba con ansias cada centímetro ajeno al que un humano quizá no debería adentrarse. - Cierra la boca... tú mismo lo pides aunque te niegues. ¿Por qué no complacerte y cumplir lo que anhelas? -.

    Entonces, sin pensarlo dos veces, las semienguantadas manos del macho empujaron a la cama al orco joven. A pesar de que su armadura revelaba su piel con discreción, despojaba cada parte de su armadura mientras los clicks y clacks de los broches y cinturones cedían. Estaba expectante en la cama mientras las mejillas de aquel orco exponían una complicidad a través del acto carnal que recibiría. El carmesí de sus mejillas estaban atestiguando lo fuerte e imponente que era ante sus ojos azulados como el mar puro y limpio, lleno de anhelos y propósitos. Sten, cerrando la puerta, estaba ya expuesto y desnudo. Los pantalones ajustados que tenía daban un vistazo a su abultado miembro mientras acariciaba en señal de que estaba más que listo de reclamar las tierras y rincones más oscuros y amorosos del orco, mordiéndose su labio inferior y con el brillo de sus ojos, calculando las cosas que podría hacer sabiendo que tenía al orco en sus manos.

    Interiores de cuero mostraban la anticipación de la semierección del hombre mientras aquella ropa escasa amenazaba quizás con romperse debido a la tensión que exhibía. Nuevamente un guiño a sus toques en su cuerpo robusto y grande le hicieron ronronear. - Que este sea nuestro paso a conocernos, chamán. La curiosidad ante esas hábiles manos tuyas me atraen... y esa boca... me llena de malditos deseos de querer tomarte completamente como mío, si es que no te opones a que te ponga mano dura... - Y sin previo aviso, tomó la nuca del joven para atraerlo a su entrepierna con su abultamiento tenso. La frente del orco chocaba con la rocosa y dura pelvis mientras seguía hablando... - ...este es tu reino como también el mío. Aquí puedes hacer lo que desees y podrás tomar lo que quieras, pero yo... te quiero es a ti...-

    - continuara cuando deseen leer mas el relato erotico -
    ///////arte por mi. regalo de un amigo que hice./////////
    /////// full sin censura pronto disponible ///////////

    --------- comentarios libres si deseas quizas unirte o desentrñar mas de la historia y actuarla.------------
    Durante mi camino, mientras estaba reposando en una taberna, me sentaba solo en la mesa menos ocupada. El bullicio del recinto me aturdía de cierto modo, de tal manera que lo único que había en el lugar sobre el rincón solitario era la vergüenza o timidez. Hasta que eso se acabó. Un hombre de tez bronceada. Parecía recién salido de un horno de los dioses de la luz. Su cuerpo, de un aspecto carnoso y tallado de mil batallas, llegaba a dejar mis sentidos cautivados. Un humano robusto y formado por el puño de luz en su marca. La cicatriz que tenía era lo que más me llamó la atención. Pensé que una bestia común le habría atacado, pero lo único que llamaron a mi atención mis ojos azules fueron sus ojos mostaza, como si expusieran un aura de control y dominio, paz y severidad a la vez. Lleno de certeza y decisión en lo que deseaba o quisiera tenerlo sin dificultad con solo hablar o mover un poco sus labios saboreando cada frase que diría antes de hablar. Fue así como me llamó la atención con un guiño que me había dejado embobado, lelo para la vista de él mientras se acercaba a un paso lento. La comisura de sus labios se elevó a tal manera de ser una invitación, quizás una insinuación; de cierto modo era más como una presunción de querer lucir algo. - ¿Qué hace tan sola una criatura pura como el mar y la naturaleza aquí? Los tuyos deberían estar bebiendo contigo, ¿no lo crees? - mencionó con una voz ronca. Parecía más un ronroneo mientras sostenía su sonrisa; que de cierto parecer era más pícara, dispuesta a abrir cualquier puerta cerrada. Se sentó y después miró con un rostro decidido. Sus semifelinos ojos llenaron mi presencia mientras añadió: - Noté que estabas mirándome un poco... ¿Cómo te llamas, chico? Es de mala educación no saludar como es debido a un caballero de la luz. Tú no pareces como los demás de los verdes como los tuyos. - Su comentario era un poco burlón a pesar de notar el característico color arcilla del orco, mientras suelta un par de internas y gruesas carcajadas. Me... llamo Daakuh... Daakuh Lobogelido... - fue lo único que le contesté mientras sus ojos se aferraron con el tiempo a sus manos. Su presencia aturdía un poco mi autoridad de mí mismo, de tal modo que solo él mismo, al notar que le miré con un poco de prisa, me guiñó y con ello tomó mi mano. Mi rostro se enrojeció mientras su imponente figura se cernía sobre mí con autoridad y dominio. - Sten... me llamo Sten, hemos estado juntos en la misión. Supongo que no estaría mal que nos conociéramos un poco, tú... de tal modo me inspiras un poco de... paz y confianza... - llevando así una de sus manos a sus labios mientras un leve shhhh- salió de su boca, implicando un acto completo de complicidad y de secretismo entre el calor de ambas manos de los dos. - ¿Q... qué estás haciendo... a- a dónde me llevas? S... se supone que tenemos que trabajar juntos en liberar a nuestros grupos... - Él interrumpió y, de una fuerza indomable, bufeó mientras me retiraba de la mesa. Solo quiero que nos vayamos a divertir un poco. Después de todo, es bueno tomarse un descanso debido como ambos guerreros. Deja que tu mente se relaje un poco, ¿quieres? - La interrupción del macho era más que una manera de relajar. Era una invitación tácita a lo más profundo. Con el tiempo que él estaba pasando a lo poco en la misión de expedición, parecía conocerlo de toda la vida como si hubiera deducido o vivido todo con él, atrayéndolo de manera posesiva. - Esto es entre nosotros dos. Tus ojos cansados piden a alguien que merezca reclamarte como se debe, y eso, un caballero como yo, jamás dejaría pasar la oportunidad de poder ser el primero en hacerlo - añadió al detenerse en una habitación que abriría después con una llave que tenía quién sabe cuánto. - ¡Pero es que yo! N- ¡Hhgggg! - Sten actuaba de manera desmedida mientras conseguía frotar su fría armadura en la piel del orco, causando un escalofrío. El deseo le tomó por sorpresa, y las palabras, calladas mediante un jugoso beso que invadía los labios del chico y la lengua, sin medida exploraba con ansias cada centímetro ajeno al que un humano quizá no debería adentrarse. - Cierra la boca... tú mismo lo pides aunque te niegues. ¿Por qué no complacerte y cumplir lo que anhelas? -. Entonces, sin pensarlo dos veces, las semienguantadas manos del macho empujaron a la cama al orco joven. A pesar de que su armadura revelaba su piel con discreción, despojaba cada parte de su armadura mientras los clicks y clacks de los broches y cinturones cedían. Estaba expectante en la cama mientras las mejillas de aquel orco exponían una complicidad a través del acto carnal que recibiría. El carmesí de sus mejillas estaban atestiguando lo fuerte e imponente que era ante sus ojos azulados como el mar puro y limpio, lleno de anhelos y propósitos. Sten, cerrando la puerta, estaba ya expuesto y desnudo. Los pantalones ajustados que tenía daban un vistazo a su abultado miembro mientras acariciaba en señal de que estaba más que listo de reclamar las tierras y rincones más oscuros y amorosos del orco, mordiéndose su labio inferior y con el brillo de sus ojos, calculando las cosas que podría hacer sabiendo que tenía al orco en sus manos. Interiores de cuero mostraban la anticipación de la semierección del hombre mientras aquella ropa escasa amenazaba quizás con romperse debido a la tensión que exhibía. Nuevamente un guiño a sus toques en su cuerpo robusto y grande le hicieron ronronear. - Que este sea nuestro paso a conocernos, chamán. La curiosidad ante esas hábiles manos tuyas me atraen... y esa boca... me llena de malditos deseos de querer tomarte completamente como mío, si es que no te opones a que te ponga mano dura... - Y sin previo aviso, tomó la nuca del joven para atraerlo a su entrepierna con su abultamiento tenso. La frente del orco chocaba con la rocosa y dura pelvis mientras seguía hablando... - ...este es tu reino como también el mío. Aquí puedes hacer lo que desees y podrás tomar lo que quieras, pero yo... te quiero es a ti...- - continuara cuando deseen leer mas el relato erotico - ///////arte por mi. regalo de un amigo que hice.///////// /////// full sin censura pronto disponible /////////// --------- comentarios libres si deseas quizas unirte o desentrñar mas de la historia y actuarla.------------
    0 turnos 0 maullidos
Ver más resultados
Patrocinados