Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
Esto se ha publicado como Out Of Character.
Tenlo en cuenta al responder.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
Ryuリュウ・イシュタル・ヨキン Ishtar Yokin
//Gracias por tanto.
La noche que casi me pierdo
Llegamos a una zona industrial donde el aire huele a gasolina, óxido y pecado.
Los moteros se agolpan como sombras vivas, tatuajes brillando bajo luces rojas y violetas, risas roncas, cadenas, humo.
El caos perfecto para desaparecer dentro de él.
Ryu avanza como si fuera la alfa del lugar.
Y lo es.
Parkea la moto en un hueco improvisado, apaga el motor de un golpe seco y dice:
Ryu:
—Deja el casco aquí. Nadie se va a atrever a tocarlo.
Y tiene razón.
Nos miran, sí.
Pero nadie se acerca.
Un par levantan la mano a modo de saludo respetuoso.
Entramos al garito.
Rock alto, olor a cerveza derramada y metal caliente.
Ryu solo levanta dos dedos hacia el barman.
Un gesto simple que funciona como llave.
En segundos, un tipo enorme desaloja una mesa ocupada entre gritos y casi patadas.
Deja dos jarras delante de nosotras.
Pegajosas.
Turbias.
Frías.
Ryu bebe como si necesitara apagar un incendio en la garganta.
Yo la imito.
El alcohol me golpea como un puñetazo.
Asqueroso… pero refrescante.
Hace calor, demasiado.
Hablamos.
O mejor dicho: yo hablo, ella escucha.
Le cuento del jardín de sombras.
De la oscuridad.
De Akane.
De mi miedo.
De mi deseo de volver a verla.
De que no sé cómo hacerlo sin romperme.
Mientras tanto, varias notas dobladas llegan a la mesa.
Firmadas: SIMON.
Ryu me confiesa, con la naturalidad de alguien que ya está rota por dentro:
Ryu:
—Es mi contacto. Encargos… cuestiones de sangre.
Me pierdo en mis palabras y en mi tristeza.
Sigo bebiendo.
Y bebiendo.
Y bebiendo.
El mundo se vuelve pesado.
Mi corazón, más.
Ryu se levanta.
Ryu:
—Ahora vuelvo. No tardo.
Pero cuando vuelve…
Yo ya no estoy.
Su respiración se corta.
Pregunta a los primeros que encuentra, su tono gélido, amenazante, letal.
Ellos retroceden.
Moteros:
—No sabemos nada… ¡quizá fue la loca de la moto!
El color huye del rostro de Ryu.
Ryu:
—¿Mi moto?...
Sale disparada fuera.
Ahí estoy.
En el suelo.
Tambaleándome.
La preciosa moto negra de Ryu hecha un amasijo de metal y vergüenza.
Ryu me mira.
No grita.
No ruge.
Ryu:
—¿Estás herida?
Solo eso.
Comprueba mis rasguños.
Suspira.
Luego se vuelve hacia su moto…
Esa moto que claramente amaba.
La mira con un dolor silencioso.
Un enfado que se convierte en un latigazo hacia sí misma.
Ryu:
—…será mejor que nos vayamos.
Pide un taxi.
Me lleva a su apartamento.
En silencio.
Al entrar me ofrece café.
Yo, borracha perdida, voy directa al congelador, saco un helado y me dejo caer en su sofá, riéndome mientras lo lamo de forma indecorosa.
Exagerada.
Provocadora.
Herida.
Ryu se sienta delante.
Me observa.
Y yo sigo lamiendo el helado sin apartar los ojos de ella.
El ambiente cambia.
Se vuelve espeso, lento, cargado.
No sé quién se inclinó primero.
Tal vez las dos.
Quizás fue inevitable.
El helado termina en nuestras bocas.
Se derrite entre nuestros labios.
El beso es tierno y hambriento a la vez.
El mundo desaparece.
La ropa cae.
Las manos arden.
Pero en el fondo de mi alma…
Surge un pensamiento que me quema.
Akane.
Lo haré para hacerle daño.
Para que no vuelva a irse.
Para que no me deje sola otra vez…
Y entonces—
Lili:
—¡No!…
N-no puedo…
Perdóname…
Ryu tiene las pupilas dilatadas por deseo y alcohol.
Pero cuando me oye…
Su expresión se rompe.
Se muerde su propio brazo.
Fuerte.
Hasta sangrar.
Para detenerse.
Para no perder el control.
Respira.
Vuelve a ser ella.
La loba que cuida antes de devorar.
Ryu: (suave, rota un poco)
—Voy a traerte una manta…
Descansa, cachorrita.
Te hace falta.
Me hago pequeña.
Una bolita.
Hundida en mi propia culpa.
Sintiendo que soy basura.
Pero Ryu me cubre con la manta igualmente.
Sin tocarme.
Sin juzgarme.
Sin marcharse.
Solo…
se queda.
Aunque no me crea digna de ello.
Ryuリュウ・イシュタル・ヨキン Ishtar Yokin
//Gracias por tanto.
La noche que casi me pierdo
Llegamos a una zona industrial donde el aire huele a gasolina, óxido y pecado.
Los moteros se agolpan como sombras vivas, tatuajes brillando bajo luces rojas y violetas, risas roncas, cadenas, humo.
El caos perfecto para desaparecer dentro de él.
Ryu avanza como si fuera la alfa del lugar.
Y lo es.
Parkea la moto en un hueco improvisado, apaga el motor de un golpe seco y dice:
Ryu:
—Deja el casco aquí. Nadie se va a atrever a tocarlo.
Y tiene razón.
Nos miran, sí.
Pero nadie se acerca.
Un par levantan la mano a modo de saludo respetuoso.
Entramos al garito.
Rock alto, olor a cerveza derramada y metal caliente.
Ryu solo levanta dos dedos hacia el barman.
Un gesto simple que funciona como llave.
En segundos, un tipo enorme desaloja una mesa ocupada entre gritos y casi patadas.
Deja dos jarras delante de nosotras.
Pegajosas.
Turbias.
Frías.
Ryu bebe como si necesitara apagar un incendio en la garganta.
Yo la imito.
El alcohol me golpea como un puñetazo.
Asqueroso… pero refrescante.
Hace calor, demasiado.
Hablamos.
O mejor dicho: yo hablo, ella escucha.
Le cuento del jardín de sombras.
De la oscuridad.
De Akane.
De mi miedo.
De mi deseo de volver a verla.
De que no sé cómo hacerlo sin romperme.
Mientras tanto, varias notas dobladas llegan a la mesa.
Firmadas: SIMON.
Ryu me confiesa, con la naturalidad de alguien que ya está rota por dentro:
Ryu:
—Es mi contacto. Encargos… cuestiones de sangre.
Me pierdo en mis palabras y en mi tristeza.
Sigo bebiendo.
Y bebiendo.
Y bebiendo.
El mundo se vuelve pesado.
Mi corazón, más.
Ryu se levanta.
Ryu:
—Ahora vuelvo. No tardo.
Pero cuando vuelve…
Yo ya no estoy.
Su respiración se corta.
Pregunta a los primeros que encuentra, su tono gélido, amenazante, letal.
Ellos retroceden.
Moteros:
—No sabemos nada… ¡quizá fue la loca de la moto!
El color huye del rostro de Ryu.
Ryu:
—¿Mi moto?...
Sale disparada fuera.
Ahí estoy.
En el suelo.
Tambaleándome.
La preciosa moto negra de Ryu hecha un amasijo de metal y vergüenza.
Ryu me mira.
No grita.
No ruge.
Ryu:
—¿Estás herida?
Solo eso.
Comprueba mis rasguños.
Suspira.
Luego se vuelve hacia su moto…
Esa moto que claramente amaba.
La mira con un dolor silencioso.
Un enfado que se convierte en un latigazo hacia sí misma.
Ryu:
—…será mejor que nos vayamos.
Pide un taxi.
Me lleva a su apartamento.
En silencio.
Al entrar me ofrece café.
Yo, borracha perdida, voy directa al congelador, saco un helado y me dejo caer en su sofá, riéndome mientras lo lamo de forma indecorosa.
Exagerada.
Provocadora.
Herida.
Ryu se sienta delante.
Me observa.
Y yo sigo lamiendo el helado sin apartar los ojos de ella.
El ambiente cambia.
Se vuelve espeso, lento, cargado.
No sé quién se inclinó primero.
Tal vez las dos.
Quizás fue inevitable.
El helado termina en nuestras bocas.
Se derrite entre nuestros labios.
El beso es tierno y hambriento a la vez.
El mundo desaparece.
La ropa cae.
Las manos arden.
Pero en el fondo de mi alma…
Surge un pensamiento que me quema.
Akane.
Lo haré para hacerle daño.
Para que no vuelva a irse.
Para que no me deje sola otra vez…
Y entonces—
Lili:
—¡No!…
N-no puedo…
Perdóname…
Ryu tiene las pupilas dilatadas por deseo y alcohol.
Pero cuando me oye…
Su expresión se rompe.
Se muerde su propio brazo.
Fuerte.
Hasta sangrar.
Para detenerse.
Para no perder el control.
Respira.
Vuelve a ser ella.
La loba que cuida antes de devorar.
Ryu: (suave, rota un poco)
—Voy a traerte una manta…
Descansa, cachorrita.
Te hace falta.
Me hago pequeña.
Una bolita.
Hundida en mi propia culpa.
Sintiendo que soy basura.
Pero Ryu me cubre con la manta igualmente.
Sin tocarme.
Sin juzgarme.
Sin marcharse.
Solo…
se queda.
Aunque no me crea digna de ello.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
[Ryu]
//Gracias por tanto.
La noche que casi me pierdo
Llegamos a una zona industrial donde el aire huele a gasolina, óxido y pecado.
Los moteros se agolpan como sombras vivas, tatuajes brillando bajo luces rojas y violetas, risas roncas, cadenas, humo.
El caos perfecto para desaparecer dentro de él.
Ryu avanza como si fuera la alfa del lugar.
Y lo es.
Parkea la moto en un hueco improvisado, apaga el motor de un golpe seco y dice:
Ryu:
—Deja el casco aquí. Nadie se va a atrever a tocarlo.
Y tiene razón.
Nos miran, sí.
Pero nadie se acerca.
Un par levantan la mano a modo de saludo respetuoso.
Entramos al garito.
Rock alto, olor a cerveza derramada y metal caliente.
Ryu solo levanta dos dedos hacia el barman.
Un gesto simple que funciona como llave.
En segundos, un tipo enorme desaloja una mesa ocupada entre gritos y casi patadas.
Deja dos jarras delante de nosotras.
Pegajosas.
Turbias.
Frías.
Ryu bebe como si necesitara apagar un incendio en la garganta.
Yo la imito.
El alcohol me golpea como un puñetazo.
Asqueroso… pero refrescante.
Hace calor, demasiado.
Hablamos.
O mejor dicho: yo hablo, ella escucha.
Le cuento del jardín de sombras.
De la oscuridad.
De Akane.
De mi miedo.
De mi deseo de volver a verla.
De que no sé cómo hacerlo sin romperme.
Mientras tanto, varias notas dobladas llegan a la mesa.
Firmadas: SIMON.
Ryu me confiesa, con la naturalidad de alguien que ya está rota por dentro:
Ryu:
—Es mi contacto. Encargos… cuestiones de sangre.
Me pierdo en mis palabras y en mi tristeza.
Sigo bebiendo.
Y bebiendo.
Y bebiendo.
El mundo se vuelve pesado.
Mi corazón, más.
Ryu se levanta.
Ryu:
—Ahora vuelvo. No tardo.
Pero cuando vuelve…
Yo ya no estoy.
Su respiración se corta.
Pregunta a los primeros que encuentra, su tono gélido, amenazante, letal.
Ellos retroceden.
Moteros:
—No sabemos nada… ¡quizá fue la loca de la moto!
El color huye del rostro de Ryu.
Ryu:
—¿Mi moto?...
Sale disparada fuera.
Ahí estoy.
En el suelo.
Tambaleándome.
La preciosa moto negra de Ryu hecha un amasijo de metal y vergüenza.
Ryu me mira.
No grita.
No ruge.
Ryu:
—¿Estás herida?
Solo eso.
Comprueba mis rasguños.
Suspira.
Luego se vuelve hacia su moto…
Esa moto que claramente amaba.
La mira con un dolor silencioso.
Un enfado que se convierte en un latigazo hacia sí misma.
Ryu:
—…será mejor que nos vayamos.
Pide un taxi.
Me lleva a su apartamento.
En silencio.
Al entrar me ofrece café.
Yo, borracha perdida, voy directa al congelador, saco un helado y me dejo caer en su sofá, riéndome mientras lo lamo de forma indecorosa.
Exagerada.
Provocadora.
Herida.
Ryu se sienta delante.
Me observa.
Y yo sigo lamiendo el helado sin apartar los ojos de ella.
El ambiente cambia.
Se vuelve espeso, lento, cargado.
No sé quién se inclinó primero.
Tal vez las dos.
Quizás fue inevitable.
El helado termina en nuestras bocas.
Se derrite entre nuestros labios.
El beso es tierno y hambriento a la vez.
El mundo desaparece.
La ropa cae.
Las manos arden.
Pero en el fondo de mi alma…
Surge un pensamiento que me quema.
Akane.
Lo haré para hacerle daño.
Para que no vuelva a irse.
Para que no me deje sola otra vez…
Y entonces—
Lili:
—¡No!…
N-no puedo…
Perdóname…
Ryu tiene las pupilas dilatadas por deseo y alcohol.
Pero cuando me oye…
Su expresión se rompe.
Se muerde su propio brazo.
Fuerte.
Hasta sangrar.
Para detenerse.
Para no perder el control.
Respira.
Vuelve a ser ella.
La loba que cuida antes de devorar.
Ryu: (suave, rota un poco)
—Voy a traerte una manta…
Descansa, cachorrita.
Te hace falta.
Me hago pequeña.
Una bolita.
Hundida en mi propia culpa.
Sintiendo que soy basura.
Pero Ryu me cubre con la manta igualmente.
Sin tocarme.
Sin juzgarme.
Sin marcharse.
Solo…
se queda.
Aunque no me crea digna de ello.
1
comentario
1
compartido