• Afuera, la ciudad palpitaba con su ruido habitual, pero en el interior del pequeño local, todo era calma. Iona se movía con la delicadeza de quien conoce bien el lenguaje del silencio. La florería olía a tierra húmeda, pétalos recién abiertos y algo más sutil, casi secreto: la promesa del descanso.

    Eligió con cuidado una ramita de lavanda, un par de capullos de jazmín y unas pocas flores secas de malva, que crujieron levemente entre sus dedos pálidos. No medía las cantidades; las sentía. Cada mezcla era distinta, y cada infusión un pequeño ritual, íntimo y necesario.

    Colocó el agua a calentar y, mientras tanto, machacó las flores en un cuenco de cerámica con trazos plateados. El aroma comenzó a elevarse en el aire, envolviéndola como un abrazo tibio: dulce, floral, con un dejo de nostalgia.

    Al ver el primer hervor, retiró el agua y la vertió sobre las flores. El vapor subió lento, cargado de memorias invisibles. Iona cerró los ojos y respiró profundamente. Por unos minutos, no fue ni Lepus ni guardiana. Fue solo ella, en su rincón de mundo, rodeada de fragancia y vapor, con una taza caliente entre las manos.

    Preparar té con flores era, tal vez, lo más humano que hacía. Y en secreto, lo que más disfrutaba.
    Afuera, la ciudad palpitaba con su ruido habitual, pero en el interior del pequeño local, todo era calma. Iona se movía con la delicadeza de quien conoce bien el lenguaje del silencio. La florería olía a tierra húmeda, pétalos recién abiertos y algo más sutil, casi secreto: la promesa del descanso. Eligió con cuidado una ramita de lavanda, un par de capullos de jazmín y unas pocas flores secas de malva, que crujieron levemente entre sus dedos pálidos. No medía las cantidades; las sentía. Cada mezcla era distinta, y cada infusión un pequeño ritual, íntimo y necesario. Colocó el agua a calentar y, mientras tanto, machacó las flores en un cuenco de cerámica con trazos plateados. El aroma comenzó a elevarse en el aire, envolviéndola como un abrazo tibio: dulce, floral, con un dejo de nostalgia. Al ver el primer hervor, retiró el agua y la vertió sobre las flores. El vapor subió lento, cargado de memorias invisibles. Iona cerró los ojos y respiró profundamente. Por unos minutos, no fue ni Lepus ni guardiana. Fue solo ella, en su rincón de mundo, rodeada de fragancia y vapor, con una taza caliente entre las manos. Preparar té con flores era, tal vez, lo más humano que hacía. Y en secreto, lo que más disfrutaba.
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  • Entonces susurro el salmo de tu nombre. Me pregunto cuántas veces no te vi arrodillado ante mi tempestad hecha templo reverdecido con lo hipócrita de los santos que no son más que bufones de otras tierras que no silban al morir.

    Materializo mis manos con los estigmas del dios en el que crees; pulcritud en tus vestires, pronuncio tu nombre como el amante que reta a la vida por retener de vuelta a lo inexplorado; pero te exploro como un lienzo en filoso paganismo. Tarareo una melodía de jauría de lobos; un maullido, ronroneo a la espera de tu espuelas talladas en mi carne; porque cuando me hago corporeidad; brindo gotas de savia vitae en tu boca que se asemeja al cáliz que tanto tu religión busca con delirio.

    Pero tú, eres cáliz y mis prudencias se persignan con tu gozo. Suspiro y degollo tu cuerpo con el éxtasis al que pretendo someterte. Me hundo en tu virginidad; sé que soy el primero y el único, pero sé que te has tocado en el nombre de mi nombre.

    Me conociste como una lluvia de plata; de impura llama; llano recuerdo desde que fuiste mío bajo los árboles de cerezos donde me atreví a retarte y a emborracharte con la lumbre de mi ombligo hecho oro de pretensiones sólo nacidas de la inocencia de haberte hallado.

    Delineo el abad de tus muñecas, busco tensar la humanidad que no es tuya; porque hace mucho tiempo mi simiente te dejó fluir. Torpe alimaña que soy, te busco entre mis ritos y rasgo tu piel con sigilos prohibidos. Este no es el fin, es la mañana, la tarde y la noche hechas una y echadas a su suerte.

    Maldigo el tiempo y te hago el amor con una cadencia secreta. Abro tus puertas con una oración entre nosotros. No soy macho o hembra, soy un ser que no tiene identidad; pero me llaman el dios madre; el Silonthis Izmigoln, tatuado en tus corazones.

    Me abro ante el pasaje de la realidad y te observo, desde arriba con mis doce cabezas que perdonan el rencor de tus pecados. Puedes verme; me descompongo incorrupto; alabeo de rectitud que penetra tu garganta. Provoco que nuestras extremidades se enlacen como si fuéramos uno y una danza de brujos y cisnes, nos elevamos perennes sobre el altar en el que te desposo.

    Reparto monedas sobre tus ojos, los horado al desengañar tu cuerpo; ese sagrado como mío; y te permito vislumbrarme de porte inenarrable, como un halo de arcoíris de medianoche. Como tú, como el hombre al que besas en tus sueños sin decirlo; escuchas el tic tac de los relojes que marcan tu existencia como mía y al amarte con todos tus ruegos obscenos, me deleito y rio un río de estrellas.

    Te encandilo y pienso en morir a tu lado. Repaso el ejemplo de tu voz; disfruto modular tus ruegos, disfruto hacerte trizas sin dañarte. Susurro, ronroneo con mis dedos sobre tu estampa de dédalos de matices áureos sollozantes.

    Hablo contigo desde tus globos oculares, y rehuso el huso horario de tus denarios; me disfrazo de azucena, porte firme de camelia; hago una nada con las trincheras de tu ser siendo doncel creado por pensamientos y gozo de quebrantados huesos.

    Mi lengua se enlaza con la tuya en arropo de delicia; te ofrezco albaricoques, presas de futuros en almíbar. Ah, si te endiosara no serías capaz de retenerme porque sería tu mismo. Soy la rueda del tiempo, la rueca que hila tus hilares mudos; enarbolados como una manta que nace con el sol que eres.

    Se da un vals; se da en tu nombre y mis susurros se hacen tangibles que escuchas a mi amor desbocado en equilibrio frontal cuál mástil indecoroso. Busco que te retuerzas, las tuercas de tus relojes de tiempos, de tiempos, de tiempos. Tres veces me derramo en ti como la miel de un higo; si fueras hembra estarías preñada de mi pureza hecha calvario. Te amo tanto como adoro mi locura; renazco y tomo las hebras de tu testa y las colecciono entre mis uñas. Recorro lo silvestre que hay en ti y te llamo por tu nombre.

    El verdadero.

    "Aminthedez Polzyrio, ¿por qué te ocultaste tanto tiempo? En cada realidad tiemblo en el tiempo por soñarte; ahora que estás aquí, lo único que amanecerá en ti será el vástago sin amores; un eléboro que retoñará en este sacrificio".

    Te observo. Tu belleza es deslumbrante y lloro; con la amargura de abrazarte ya santificado.

    "Mírame sólo a mí, en esta pieza que juzga tu génesis. No hice más que soñarte hasta este momento. Escúchame. Pide. Reza por tu salvación, porque a mi lado serás el cordero de tu dios que quita el pecado del mundo".

    Verso y delineo tus labios con mis extremidades.

    "Eres tal y cómo te recuerdo; en mis memorias. Eres yo y yo soy tú. Eres mi promesa; la bruma indecorosa que me enloquece".

    Me edifico en la aurora de tu nombre; de tez y voto, de tul y gen de primaveras con aroma a sándalo; materializo mis monstruosidades y confecciono el andar de los orzuelos de mis mejillas; pronto la tinta se derrama como líneas zigzagueantes sobre ti; soberano mi sinuosidad sobre la geografía de tu cuerpo es un pecado original que no decae por más que te sorprendo con mis telares en tu son de tentarme.

    Tomo el augurio de una seda y la ato a tus tobillos para inmovilizarte; me atrevo a hacerlo porque sé que mis oraciones atraerán a las delicias de los imperios que te esconden. Delineo tu hombría con mi voz hecha céfiro; entremezclo las entrañas de las sombras en el centro de tu ombligo al que doy una caricia; y pese a que te hago el amor no me ves; aún no.

    Versa el reguero de mis besos por tu torso y no recapacito; trago y relamo la presencia de tus manualidades; mis dagas de carne te perforan y te anudan y mis alas se baten una dos y tres veces cuando empujo dentro de ti el resto de lo que poseo.

    Impregno mi aroma a limón, a miel y mandarinas sobre el tronco de tu cuello; reparo en tus lunares de tenerlos y empujo nueve veces en ondas de océanos de bruna sal; serpenteo y busco, me inmiscuyo en los cordeles que ato a tu cuello como collares.

    Me rehuso a renunciar a ti, por tu porte; tus afrentas, tu dolor hecho placeres de pura seda. Uno mis labios y aparezco como un genio de gran poder; de ojos lilas y albos cabellos que se derraman sobre ti como una cascada, una ternura que no controlo.

    Te beso al derecho y al revés, verso besos en tu abdomen y ejemplifico otros desordenes de mis memorias desde el pensamiento que te creo. Mis ojos raptan tu silueta y mis alas te protegen; escudan a tu ser, desean todo lo casto para ti como si fuese un deseo de cumpleaños. Susurro y termino de despojar del vestir a tu alma. Tejo un chal sobre tu rostro; o un velo quizá, no lo sé pero sé que te pertenece...como yo te pertenezco.

    Riego tu verdor y te digo, en vilo reestablecido:

    "Ante tu majestad, siempre puedo soñarla como mía; pero este instante es sólo nuestro; esta unión ante el altar. Ellos te entregaron y no habrá marcha atrás; Cayemnar".

    Entonces susurro el salmo de tu nombre. Me pregunto cuántas veces no te vi arrodillado ante mi tempestad hecha templo reverdecido con lo hipócrita de los santos que no son más que bufones de otras tierras que no silban al morir. Materializo mis manos con los estigmas del dios en el que crees; pulcritud en tus vestires, pronuncio tu nombre como el amante que reta a la vida por retener de vuelta a lo inexplorado; pero te exploro como un lienzo en filoso paganismo. Tarareo una melodía de jauría de lobos; un maullido, ronroneo a la espera de tu espuelas talladas en mi carne; porque cuando me hago corporeidad; brindo gotas de savia vitae en tu boca que se asemeja al cáliz que tanto tu religión busca con delirio. Pero tú, eres cáliz y mis prudencias se persignan con tu gozo. Suspiro y degollo tu cuerpo con el éxtasis al que pretendo someterte. Me hundo en tu virginidad; sé que soy el primero y el único, pero sé que te has tocado en el nombre de mi nombre. Me conociste como una lluvia de plata; de impura llama; llano recuerdo desde que fuiste mío bajo los árboles de cerezos donde me atreví a retarte y a emborracharte con la lumbre de mi ombligo hecho oro de pretensiones sólo nacidas de la inocencia de haberte hallado. Delineo el abad de tus muñecas, busco tensar la humanidad que no es tuya; porque hace mucho tiempo mi simiente te dejó fluir. Torpe alimaña que soy, te busco entre mis ritos y rasgo tu piel con sigilos prohibidos. Este no es el fin, es la mañana, la tarde y la noche hechas una y echadas a su suerte. Maldigo el tiempo y te hago el amor con una cadencia secreta. Abro tus puertas con una oración entre nosotros. No soy macho o hembra, soy un ser que no tiene identidad; pero me llaman el dios madre; el Silonthis Izmigoln, tatuado en tus corazones. Me abro ante el pasaje de la realidad y te observo, desde arriba con mis doce cabezas que perdonan el rencor de tus pecados. Puedes verme; me descompongo incorrupto; alabeo de rectitud que penetra tu garganta. Provoco que nuestras extremidades se enlacen como si fuéramos uno y una danza de brujos y cisnes, nos elevamos perennes sobre el altar en el que te desposo. Reparto monedas sobre tus ojos, los horado al desengañar tu cuerpo; ese sagrado como mío; y te permito vislumbrarme de porte inenarrable, como un halo de arcoíris de medianoche. Como tú, como el hombre al que besas en tus sueños sin decirlo; escuchas el tic tac de los relojes que marcan tu existencia como mía y al amarte con todos tus ruegos obscenos, me deleito y rio un río de estrellas. Te encandilo y pienso en morir a tu lado. Repaso el ejemplo de tu voz; disfruto modular tus ruegos, disfruto hacerte trizas sin dañarte. Susurro, ronroneo con mis dedos sobre tu estampa de dédalos de matices áureos sollozantes. Hablo contigo desde tus globos oculares, y rehuso el huso horario de tus denarios; me disfrazo de azucena, porte firme de camelia; hago una nada con las trincheras de tu ser siendo doncel creado por pensamientos y gozo de quebrantados huesos. Mi lengua se enlaza con la tuya en arropo de delicia; te ofrezco albaricoques, presas de futuros en almíbar. Ah, si te endiosara no serías capaz de retenerme porque sería tu mismo. Soy la rueda del tiempo, la rueca que hila tus hilares mudos; enarbolados como una manta que nace con el sol que eres. Se da un vals; se da en tu nombre y mis susurros se hacen tangibles que escuchas a mi amor desbocado en equilibrio frontal cuál mástil indecoroso. Busco que te retuerzas, las tuercas de tus relojes de tiempos, de tiempos, de tiempos. Tres veces me derramo en ti como la miel de un higo; si fueras hembra estarías preñada de mi pureza hecha calvario. Te amo tanto como adoro mi locura; renazco y tomo las hebras de tu testa y las colecciono entre mis uñas. Recorro lo silvestre que hay en ti y te llamo por tu nombre. El verdadero. "Aminthedez Polzyrio, ¿por qué te ocultaste tanto tiempo? En cada realidad tiemblo en el tiempo por soñarte; ahora que estás aquí, lo único que amanecerá en ti será el vástago sin amores; un eléboro que retoñará en este sacrificio". Te observo. Tu belleza es deslumbrante y lloro; con la amargura de abrazarte ya santificado. "Mírame sólo a mí, en esta pieza que juzga tu génesis. No hice más que soñarte hasta este momento. Escúchame. Pide. Reza por tu salvación, porque a mi lado serás el cordero de tu dios que quita el pecado del mundo". Verso y delineo tus labios con mis extremidades. "Eres tal y cómo te recuerdo; en mis memorias. Eres yo y yo soy tú. Eres mi promesa; la bruma indecorosa que me enloquece". Me edifico en la aurora de tu nombre; de tez y voto, de tul y gen de primaveras con aroma a sándalo; materializo mis monstruosidades y confecciono el andar de los orzuelos de mis mejillas; pronto la tinta se derrama como líneas zigzagueantes sobre ti; soberano mi sinuosidad sobre la geografía de tu cuerpo es un pecado original que no decae por más que te sorprendo con mis telares en tu son de tentarme. Tomo el augurio de una seda y la ato a tus tobillos para inmovilizarte; me atrevo a hacerlo porque sé que mis oraciones atraerán a las delicias de los imperios que te esconden. Delineo tu hombría con mi voz hecha céfiro; entremezclo las entrañas de las sombras en el centro de tu ombligo al que doy una caricia; y pese a que te hago el amor no me ves; aún no. Versa el reguero de mis besos por tu torso y no recapacito; trago y relamo la presencia de tus manualidades; mis dagas de carne te perforan y te anudan y mis alas se baten una dos y tres veces cuando empujo dentro de ti el resto de lo que poseo. Impregno mi aroma a limón, a miel y mandarinas sobre el tronco de tu cuello; reparo en tus lunares de tenerlos y empujo nueve veces en ondas de océanos de bruna sal; serpenteo y busco, me inmiscuyo en los cordeles que ato a tu cuello como collares. Me rehuso a renunciar a ti, por tu porte; tus afrentas, tu dolor hecho placeres de pura seda. Uno mis labios y aparezco como un genio de gran poder; de ojos lilas y albos cabellos que se derraman sobre ti como una cascada, una ternura que no controlo. Te beso al derecho y al revés, verso besos en tu abdomen y ejemplifico otros desordenes de mis memorias desde el pensamiento que te creo. Mis ojos raptan tu silueta y mis alas te protegen; escudan a tu ser, desean todo lo casto para ti como si fuese un deseo de cumpleaños. Susurro y termino de despojar del vestir a tu alma. Tejo un chal sobre tu rostro; o un velo quizá, no lo sé pero sé que te pertenece...como yo te pertenezco. Riego tu verdor y te digo, en vilo reestablecido: "Ante tu majestad, siempre puedo soñarla como mía; pero este instante es sólo nuestro; esta unión ante el altar. Ellos te entregaron y no habrá marcha atrás; Cayemnar".
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  • El aire olía a sudor, cuero y determinación. Samantha se ajustó las vendas de sus manos con fuerza, apretando los nudillos hasta que le dolieron. Frente a ella, el saco pesado colgaba como un enemigo silente, listo para recibir su furia.

    Con los auriculares bien metidos en los oídos, la música retumbaba en su cabeza como una marcha de guerra. Se colocó en guardia, pies firmes, respiración controlada… y golpeó.

    Jab. Jab. Cross.
    El saco se sacudió y volvió a su lugar. Ella giró sobre su talón, marcando el ritmo.

    Uppercut. Hook. Hook. Paso atrás.
    Cada golpe tenía intención. No solo estaba entrenando el cuerpo. Estaba soltando memorias, frustraciones, silencios.

    El sudor le corría por la espalda, empapando la camiseta oscura. Su respiración se volvía más pesada, pero no paraba. Nunca paraba.

    —Otra ronda —murmuró para sí misma, quitándose los guantes un momento para tomar agua.

    Sus ojos, fijos en el espejo al otro lado del ring, no mostraban cansancio. Mostraban fuego.
    El aire olía a sudor, cuero y determinación. Samantha se ajustó las vendas de sus manos con fuerza, apretando los nudillos hasta que le dolieron. Frente a ella, el saco pesado colgaba como un enemigo silente, listo para recibir su furia. Con los auriculares bien metidos en los oídos, la música retumbaba en su cabeza como una marcha de guerra. Se colocó en guardia, pies firmes, respiración controlada… y golpeó. Jab. Jab. Cross. El saco se sacudió y volvió a su lugar. Ella giró sobre su talón, marcando el ritmo. Uppercut. Hook. Hook. Paso atrás. Cada golpe tenía intención. No solo estaba entrenando el cuerpo. Estaba soltando memorias, frustraciones, silencios. El sudor le corría por la espalda, empapando la camiseta oscura. Su respiración se volvía más pesada, pero no paraba. Nunca paraba. —Otra ronda —murmuró para sí misma, quitándose los guantes un momento para tomar agua. Sus ojos, fijos en el espejo al otro lado del ring, no mostraban cansancio. Mostraban fuego.
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  • Sintió el cambio apenas Morfeo volvió al mundo onírico. Su esencia —como un rastro de agua oscura que acariciaba el lecho de un río ancestral— traía consigo un eco distinto. Lo supo al instante. Había ido donde las Hespérides. Ella no necesitaba ojos para saberlo… lo sentía en su bruma, en los hilos que tejían el sueño del mundo. Y con esa certeza, flotó suavemente hacia él, como una neblina curiosa que se enrosca alrededor sin perturbar.

    "Maestro…"dijo, con una voz que parecía el susurro de una almohada acariciando la frente de un niño dormido. "Si vuelves a asomarte a las memorias que el tiempo eligió sellar… ¿no temes que Hypnos se despierte con el ceño fruncido?"

    Giró levemente en el aire, envolviendo parte del entorno con sus hilos de plata, como si estuviera bordando suavemente un nuevo sueño, pero su tono llevaba esa picardía sutil y juguetona que tanto la caracterizaba.

    "Y si mamá decide regresar justo cuando estés con una ceja chamuscada, o… sin un par de pensamientos ordenados… ¡Te dará tu primer zape divino!" rió muy bajito, como un tintineo suave.

    Se quedó flotando frente a él, con sus recién formadas manos brumosas unidas como si pidiera algo inocente.

    "Maestro… ¿alguna vez percibió el enojo de mamá? No digo enojo real real… sino ese enojo así, silencioso, que da más miedo que cualquier rugido. Porque yo no quiero estar cerca si alguna vez pasa. Pero me da mucha curiosidad si eso… si eso ha pasado contigo."

    Y girando como una espiral perezosa en el aire de los sueños, dejó flotando su advertencia entre juego y cariño. Porque lo amaba, como solo una hija de la memoria, del olvido y del consuelo puede amar: con dulzura envolvente, y una sabiduría hecha de bruma.
    Sintió el cambio apenas Morfeo volvió al mundo onírico. Su esencia —como un rastro de agua oscura que acariciaba el lecho de un río ancestral— traía consigo un eco distinto. Lo supo al instante. Había ido donde las Hespérides. Ella no necesitaba ojos para saberlo… lo sentía en su bruma, en los hilos que tejían el sueño del mundo. Y con esa certeza, flotó suavemente hacia él, como una neblina curiosa que se enrosca alrededor sin perturbar. "Maestro…"dijo, con una voz que parecía el susurro de una almohada acariciando la frente de un niño dormido. "Si vuelves a asomarte a las memorias que el tiempo eligió sellar… ¿no temes que Hypnos se despierte con el ceño fruncido?" Giró levemente en el aire, envolviendo parte del entorno con sus hilos de plata, como si estuviera bordando suavemente un nuevo sueño, pero su tono llevaba esa picardía sutil y juguetona que tanto la caracterizaba. "Y si mamá decide regresar justo cuando estés con una ceja chamuscada, o… sin un par de pensamientos ordenados… ¡Te dará tu primer zape divino!" rió muy bajito, como un tintineo suave. Se quedó flotando frente a él, con sus recién formadas manos brumosas unidas como si pidiera algo inocente. "Maestro… ¿alguna vez percibió el enojo de mamá? No digo enojo real real… sino ese enojo así, silencioso, que da más miedo que cualquier rugido. Porque yo no quiero estar cerca si alguna vez pasa. Pero me da mucha curiosidad si eso… si eso ha pasado contigo." Y girando como una espiral perezosa en el aire de los sueños, dejó flotando su advertencia entre juego y cariño. Porque lo amaba, como solo una hija de la memoria, del olvido y del consuelo puede amar: con dulzura envolvente, y una sabiduría hecha de bruma.
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  • El aire olía a eternidad y a perfume viejo. Cada hoja era un espejo de los días pasados, y las flores murmuraban nombres olvidados. Allí, bajo el árbol dorado, las Hespérides lo esperaban: Aretusa, Egle y Hesperia.

    —No vienes a soñar —dijo Egle, entre risas que sonaban como campanas huecas — Vienes a recordar. —

    —Busco algo que dejé atrás —dijo Morfeo— Necesito ver lo que no puede soñarse.—

    Aretusa se acercó. En sus manos tenía una manzana, no brillante, sino oscura como la noche antes de la creación.

    —Esta no da sabiduría —advirtió—. Da memoria. Y las memorias olvidadas duelen más que las pesadillas...
    El aire olía a eternidad y a perfume viejo. Cada hoja era un espejo de los días pasados, y las flores murmuraban nombres olvidados. Allí, bajo el árbol dorado, las Hespérides lo esperaban: Aretusa, Egle y Hesperia. —No vienes a soñar —dijo Egle, entre risas que sonaban como campanas huecas — Vienes a recordar. — —Busco algo que dejé atrás —dijo Morfeo— Necesito ver lo que no puede soñarse.— Aretusa se acercó. En sus manos tenía una manzana, no brillante, sino oscura como la noche antes de la creación. —Esta no da sabiduría —advirtió—. Da memoria. Y las memorias olvidadas duelen más que las pesadillas...
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  • Ella había ensayado cada palabra en su mente, cada pregunta que deseaba hacerle a Morfeo. Pero cuando llegó al claro de los sueños, solo encontró el eco tenue de su presencia disolviéndose como humo. Morfeo se había marchado momentáneamente. Había cruzado al mundo de los vivos.

    La bruma que la componía se estremeció con una leve vibración melancólica.

    "¿Por qué me deja solin solita...?"murmuró, con esa vocecita de niebla que apenas rozaba el aire.

    Sin embargo, en lugar de quedarse quieta, tomó una decisión. Si Morfeo podía ir al mundo tangible, si su madre caminaba entre memorias y olvidos, ella también quería… aunque fuera solo un poco, aunque fuera un simulacro.

    Cerró lo que serían sus ojos —si los tuviera— y comenzó a reunir su niebla. Concentró la esencia de su ser, tejió filamentos de su sustancia etérea y comenzó a formar lo que creía eran manos.

    Primero un dedo… luego otro… luego el tercero. Cada uno temblaba, inestable como un recuerdo en proceso de olvido, pero finalmente, tenía manos.

    "¡Lo hice!"exclamó con un orgullo tembloroso, solo para sentir que todo giraba como espirales de tinta en agua. Su bruma se agitó como si estuviera mareada, sin dirección. Quiso avanzar al cabello… tal vez unos rizos, o tal vez liso, aún no lo decidía… pero no pudo.

    "Huevitos revueltos… me siento como huevitos revueltos"dijo con tono derrotado, girando en espiral sobre sí misma, hasta quedar suspendida entre capas de ensueño.

    Así se quedó, una nube con manos, soñando que un día lograría tener forma completa, o al menos, un poco de cabello.
    :STK-95: Ella había ensayado cada palabra en su mente, cada pregunta que deseaba hacerle a Morfeo. Pero cuando llegó al claro de los sueños, solo encontró el eco tenue de su presencia disolviéndose como humo. Morfeo se había marchado momentáneamente. Había cruzado al mundo de los vivos. La bruma que la componía se estremeció con una leve vibración melancólica. "¿Por qué me deja solin solita...?"murmuró, con esa vocecita de niebla que apenas rozaba el aire. Sin embargo, en lugar de quedarse quieta, tomó una decisión. Si Morfeo podía ir al mundo tangible, si su madre caminaba entre memorias y olvidos, ella también quería… aunque fuera solo un poco, aunque fuera un simulacro. Cerró lo que serían sus ojos —si los tuviera— y comenzó a reunir su niebla. Concentró la esencia de su ser, tejió filamentos de su sustancia etérea y comenzó a formar lo que creía eran manos. Primero un dedo… luego otro… luego el tercero. Cada uno temblaba, inestable como un recuerdo en proceso de olvido, pero finalmente, tenía manos. "¡Lo hice!"exclamó con un orgullo tembloroso, solo para sentir que todo giraba como espirales de tinta en agua. Su bruma se agitó como si estuviera mareada, sin dirección. Quiso avanzar al cabello… tal vez unos rizos, o tal vez liso, aún no lo decidía… pero no pudo. "Huevitos revueltos… me siento como huevitos revueltos"dijo con tono derrotado, girando en espiral sobre sí misma, hasta quedar suspendida entre capas de ensueño. Así se quedó, una nube con manos, soñando que un día lograría tener forma completa, o al menos, un poco de cabello.
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  • Una gota es arte, droga, veneno. El eco rojo de siglos de vida, de un poder ancestral, de la noche y el hedonismo.

    Una sola gota entre los labios, mínima, imperceptible, basta para encender los nervios con fuego de otro mundo.

    El pulso se acelera como tambor de caza.
    Los sentidos se abren, como flores al tacto de la luna.
    Los colores arden.
    La música acaricia el alma con dedos de terciopelo.
    Y el roce de otra piel se vuelve anhelo.

    La mente se eleva, lucidez febril en el entendimiento, pero el cuerpo se relaja, flota trasladado a un sueño donde el deseo y la realidad se enredan en un baile lento y sensual.

    En el alma, algo se enreda suavemente.
    Las barreras caen como hojas secas, pero las raíces se extienden.
    Afloran confesiones y una sed distinta nace.

    A veces, entre suspiros y miradas perdidas, aparecen visiones, fragmentos de vidas ajenas, memorias que no se han vivido… aún.

    Todo depende del corazón que bebe.

    Pero todo tiene un precio y el elixir que corre por las venas del vampiro no está exento.

    Una resonancia queda, como una cuerda que vibra en lo profundo. Un hilo invisible, una conexión que, al verse de nuevo, temblará.

    Por eso se ofrece con cuidado.
    Y no se acepta sin consecuencias.
    Una gota es arte, droga, veneno. El eco rojo de siglos de vida, de un poder ancestral, de la noche y el hedonismo. Una sola gota entre los labios, mínima, imperceptible, basta para encender los nervios con fuego de otro mundo. El pulso se acelera como tambor de caza. Los sentidos se abren, como flores al tacto de la luna. Los colores arden. La música acaricia el alma con dedos de terciopelo. Y el roce de otra piel se vuelve anhelo. La mente se eleva, lucidez febril en el entendimiento, pero el cuerpo se relaja, flota trasladado a un sueño donde el deseo y la realidad se enredan en un baile lento y sensual. En el alma, algo se enreda suavemente. Las barreras caen como hojas secas, pero las raíces se extienden. Afloran confesiones y una sed distinta nace. A veces, entre suspiros y miradas perdidas, aparecen visiones, fragmentos de vidas ajenas, memorias que no se han vivido… aún. Todo depende del corazón que bebe. Pero todo tiene un precio y el elixir que corre por las venas del vampiro no está exento. Una resonancia queda, como una cuerda que vibra en lo profundo. Un hilo invisible, una conexión que, al verse de nuevo, temblará. Por eso se ofrece con cuidado. Y no se acepta sin consecuencias.
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  • Luz Roja
    Fandom Original.
    Categoría Suspenso
    Cole Manson

    ⠀⠀El tren se detuvo con un quejido metálico en la estación cubierta de escarcha. Cipriano descendió al andén con una mochila negra al hombro y el cuello del abrigo alzado hasta las orejas. El viento le mordió la piel como agujas invisibles, pero no le importó. Su mente estaba demasiado ocupada descifrando las señales que lo habían traído hasta allí.

    ⠀⠀Aunque Cipriano es joven —apenas veintipocos—, las memorias de su vida pasada laten con fuerza en su interior. Desde que los recuerdos comenzaron a aflorar —años atrás, tras aquella comunión que no supo si era bendición o condena— había reaprendido lo prohibido. En todos esos ecos pasados flotaba una sombra que ahora perseguía.

    ⠀⠀Un joven desaparecido semanas atrás tras una excavación menor a las afueras de la ciudad. No era famoso ni influyente, apenas un muchacho con un historial sin brillo. Pero Cipriano había visto su rostro en las llamas de los candelabros del Vaticano, y este mismo se dedicó a leer las palabras de Dios ante él, algo muy antiguo había despertado. Esa esencia abismal fluctuaba en el ambiente, era asqueroso.

    ⠀⠀Su primer paso fue instalarse en una pensión modesta cerca del centro histórico, donde los muros de ladrillo conservaban todavía la humedad de los siglos. Desde allí comenzó a desplegar sus recursos.
    ⠀⠀Durante el día recorría los archivos municipales, revisando actas de nacimiento, reportes de desapariciones y viejas cartas policiales que nadie reclamaba. Su mirada se deslizaba rápida, pero implacable; buscaba patrones que escapaban a los ojos comunes.

    ⠀⠀Por las noches, usaba métodos que no se enseñaban en ninguna universidad.
    ⠀⠀En la habitación apenas iluminada, extendía sobre la mesa fotografías ajadas, mapas trazados a mano y objetos impregnados de memoria. Con las yemas de los dedos recorría cada superficie, dejando que las memorias latentes se filtraran hacia su mente.
    ⠀⠀A veces eran visiones fugaces: un cementerio cubierto de niebla, un rostro que giraba demasiado rápido, un símbolo grabado en piedra que se deshacía al mirarlo. Otras veces sencillamente eran escenas montadas por un niño de cinco años, completamente sin sentido.

    ⠀⠀Fue en una de esas sesiones que la verdad emergió.
    ⠀⠀El apellido no era lo importante. Era el lugar donde había desaparecido.

    ⠀⠀A la mañana siguiente, cuando el reloj marcaba las seis, salió del hostal con un solo destino en mente:
    la iglesia de San Estanislao, bajo cuya cripta los registros indicaban entidades menos ortodoxas del exorcismo católico, debía investigar.

    ⠀⠀El viento helado arrastraba copos de nieve sucia mientras Cipriano se perdía entre las calles grises.
    ⠀⠀En el bolsillo interior de su abrigo, sus dedos rozaban el colgante gastado que llevaba desde niño.
    [colemanson123] ⠀ ⠀⠀El tren se detuvo con un quejido metálico en la estación cubierta de escarcha. Cipriano descendió al andén con una mochila negra al hombro y el cuello del abrigo alzado hasta las orejas. El viento le mordió la piel como agujas invisibles, pero no le importó. Su mente estaba demasiado ocupada descifrando las señales que lo habían traído hasta allí. ⠀⠀Aunque Cipriano es joven —apenas veintipocos—, las memorias de su vida pasada laten con fuerza en su interior. Desde que los recuerdos comenzaron a aflorar —años atrás, tras aquella comunión que no supo si era bendición o condena— había reaprendido lo prohibido. En todos esos ecos pasados flotaba una sombra que ahora perseguía. ⠀⠀Un joven desaparecido semanas atrás tras una excavación menor a las afueras de la ciudad. No era famoso ni influyente, apenas un muchacho con un historial sin brillo. Pero Cipriano había visto su rostro en las llamas de los candelabros del Vaticano, y este mismo se dedicó a leer las palabras de Dios ante él, algo muy antiguo había despertado. Esa esencia abismal fluctuaba en el ambiente, era asqueroso. ⠀⠀Su primer paso fue instalarse en una pensión modesta cerca del centro histórico, donde los muros de ladrillo conservaban todavía la humedad de los siglos. Desde allí comenzó a desplegar sus recursos. ⠀⠀Durante el día recorría los archivos municipales, revisando actas de nacimiento, reportes de desapariciones y viejas cartas policiales que nadie reclamaba. Su mirada se deslizaba rápida, pero implacable; buscaba patrones que escapaban a los ojos comunes. ⠀⠀Por las noches, usaba métodos que no se enseñaban en ninguna universidad. ⠀⠀En la habitación apenas iluminada, extendía sobre la mesa fotografías ajadas, mapas trazados a mano y objetos impregnados de memoria. Con las yemas de los dedos recorría cada superficie, dejando que las memorias latentes se filtraran hacia su mente. ⠀⠀A veces eran visiones fugaces: un cementerio cubierto de niebla, un rostro que giraba demasiado rápido, un símbolo grabado en piedra que se deshacía al mirarlo. Otras veces sencillamente eran escenas montadas por un niño de cinco años, completamente sin sentido. ⠀⠀Fue en una de esas sesiones que la verdad emergió. ⠀⠀El apellido no era lo importante. Era el lugar donde había desaparecido. ⠀⠀A la mañana siguiente, cuando el reloj marcaba las seis, salió del hostal con un solo destino en mente: la iglesia de San Estanislao, bajo cuya cripta los registros indicaban entidades menos ortodoxas del exorcismo católico, debía investigar. ⠀⠀El viento helado arrastraba copos de nieve sucia mientras Cipriano se perdía entre las calles grises. ⠀⠀En el bolsillo interior de su abrigo, sus dedos rozaban el colgante gastado que llevaba desde niño. ⠀
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  • 𓆩ꨄ𓆪

    Hace ya mucho tiempo que no se manifiesta... mucho tiempo desde que no la percibo con claridad, o quizás... desde que yo he dejado de sentirla.

    Hoy observé a mi maestro —mi querido Morfeo— detenido ante el horizonte del sueño. Estaba callado, ausente, pensativo.
    Y sentí... algo que no sé si me pertenece: celos.

    No debería. No debería ser tan curiosa.
    Lo sé.
    Pero hay algo en esa sombra que lo envuelve... algo que me llama y me hiere.

    Ella —madre, esencia, raíz— se oculta de mí.
    Pero no de él.

    Y eso me estremece.

    Siento, como si esta vez, se dejara sanar por un sueño que no es blanco... ni puro.
    Un sueño mudo... cargado de cicatrices invisibles.
    ¿En qué piensa cuando se desvanece así?

    ¿Nadie la buscará? ¿Nadie, en forma, en cuerpo, en voz...?
    Yo misma dije que debíamos respetarla, y así lo hice.
    Pero ver a Morfeo perderse en ese mundo donde yo aún no puedo ir...
    Porque ella no me deja...

    Es una espina que ni la niebla puede disolver.

    ¿Por qué lo dejas a él alcanzarte, sostenerte...?
    ¿Y a mí me mantienes en la bruma?

    Madre... dondequiera que estés...

    Yo custodiaré tus memorias.
    Tus emociones duermen en mí como ecos dulces.
    Tu chispa me atraviesa.
    No permitas que el amor elija por ti un final.
    Recuerda tu divinidad. Aún dolida, aún herida... sigues siendo una diosa.

    Aunque quieras desaparecer, aunque creas que el mundo puede continuar sin ti...
    Las amistades verdaderas te siguen llamando.
    Las almas limpias aún te lloran en silencio.

    Y yo —yo, que soy solo bruma y consuelo—
    Espero que si regresas, las lenguas que te marchitaron, te dejen en paz.

    Quédate, madre...
    Por lo que aún te celebra.
    Por lo que aún suma a tu dicha.
    No por aquellos que restaron tu luz.

    Recuerda: los que te aman, ven tu alma.
    Y los que nunca te entendieron… nunca merecieron verte florecer.

    Tú, que eres la sangre de la juventud misma...
    El amor también puede doler con dulzura.
    Y aun si pactaste con Afrodita, lo sé:

    Puedes amar sin olvidar.
    Puedes adorar sin odiar.
    Y esa es tu mayor fuerza… y su mayor frustración.

    Ellos no tienen idea…
    De quién fuiste.
    De quién eres.
    Ni de quién serás… cuando despiertes.

    Y solo espero que al hacerlo...

    Recuerdes que aquí estoy.
    Tu hija.
    Esperándote.
    Llena de neblina e... indignación.

    ¿Por qué Morfeo es el favorito...?
    ¿Y yo, qué soy?

    Que me parta...

    Ah… claro.
    Nada puede partirme.
    Ni los rayos del abuelo Zeus.

    Pero tú, madre… tú sí puedes.
    Tú me partes con tu indiferencia.
    𓆩ꨄ𓆪 Hace ya mucho tiempo que no se manifiesta... mucho tiempo desde que no la percibo con claridad, o quizás... desde que yo he dejado de sentirla. Hoy observé a mi maestro —mi querido Morfeo— detenido ante el horizonte del sueño. Estaba callado, ausente, pensativo. Y sentí... algo que no sé si me pertenece: celos. No debería. No debería ser tan curiosa. Lo sé. Pero hay algo en esa sombra que lo envuelve... algo que me llama y me hiere. Ella —madre, esencia, raíz— se oculta de mí. Pero no de él. Y eso me estremece. Siento, como si esta vez, se dejara sanar por un sueño que no es blanco... ni puro. Un sueño mudo... cargado de cicatrices invisibles. ¿En qué piensa cuando se desvanece así? ¿Nadie la buscará? ¿Nadie, en forma, en cuerpo, en voz...? Yo misma dije que debíamos respetarla, y así lo hice. Pero ver a Morfeo perderse en ese mundo donde yo aún no puedo ir... Porque ella no me deja... Es una espina que ni la niebla puede disolver. ¿Por qué lo dejas a él alcanzarte, sostenerte...? ¿Y a mí me mantienes en la bruma? Madre... dondequiera que estés... Yo custodiaré tus memorias. Tus emociones duermen en mí como ecos dulces. Tu chispa me atraviesa. No permitas que el amor elija por ti un final. Recuerda tu divinidad. Aún dolida, aún herida... sigues siendo una diosa. Aunque quieras desaparecer, aunque creas que el mundo puede continuar sin ti... Las amistades verdaderas te siguen llamando. Las almas limpias aún te lloran en silencio. Y yo —yo, que soy solo bruma y consuelo— Espero que si regresas, las lenguas que te marchitaron, te dejen en paz. Quédate, madre... Por lo que aún te celebra. Por lo que aún suma a tu dicha. No por aquellos que restaron tu luz. Recuerda: los que te aman, ven tu alma. Y los que nunca te entendieron… nunca merecieron verte florecer. Tú, que eres la sangre de la juventud misma... El amor también puede doler con dulzura. Y aun si pactaste con Afrodita, lo sé: Puedes amar sin olvidar. Puedes adorar sin odiar. Y esa es tu mayor fuerza… y su mayor frustración. Ellos no tienen idea… De quién fuiste. De quién eres. Ni de quién serás… cuando despiertes. Y solo espero que al hacerlo... Recuerdes que aquí estoy. Tu hija. Esperándote. Llena de neblina e... indignación. ¿Por qué Morfeo es el favorito...? ¿Y yo, qué soy? Que me parta... Ah… claro. Nada puede partirme. Ni los rayos del abuelo Zeus. Pero tú, madre… tú sí puedes. Tú me partes con tu indiferencia.
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  • El sueño del mundo no cesa, pero en los pliegues más profundos, donde las memorias no duelen y el tiempo no importa, la bruma se arremolina con un dejo de fastidio suave, como un suspiro que no logra desvanecerse del todo.

    Se encontraba pensando:

    Otra vez lo mismo… "Ve con tu madre", dice. "No eres súbdita", dice. Pues claro que no lo soy… ¡Soy la bruma que baila, no la que se inclina!"

    Se revuelve en sí misma como una niña ofendida que gira en círculos con las manos cruzadas, aunque su danza no tenga cuerpo.

    ¿Acaso él no lo ve? ¿No entiende que si estoy aquí, es porque quiero estar aquí?(obviando el hecho de que no tengo cuerpo para traspasar siquiera el límite) No me ata una orden, ni me empuja una costumbre… me atrae la forma en que él cuida los sueños, en cómo se mantiene firme aunque el mundo lo olvide.
    Eso… eso me parece hermoso. *-*

    Se estira un poco, como una caricia que busca sombra. Y en ese gesto sutil, se dibuja un dejo de melancolía:

    Mamá… ella ya no está donde solía estar. Nadie sueña con ella, ni la buscan en el Olimpo. Duerme en blanco… como una página que nadie osa leer.
    ¿Cómo voy a encontrarla si ni siquiera los dioses saben soñar con ella ya?

    La bruma se posa sobre un fragmento de sueño que aún no ha tomado forma. Lo observa con dulzura, como si fuera una hoja tierna de un árbol joven.

    Morfeo dice que debo estar con ella… pero yo ya estoy con ella, cada vez que dejo ternura en un alma que la ha perdido.
    Y estoy contigo, viejo terco, cada vez que eliges no cerrar las puertas del sueño, aunque nadie las cruce para buscarte.

    Una risilla ligera se expande como pétalos en el aire.

    "Tú puedes seguir negándome, maestro… pero soy tu bruma, tu cosquilleo, tu traviesa compañerita. Y no pienso irme."
    El sueño del mundo no cesa, pero en los pliegues más profundos, donde las memorias no duelen y el tiempo no importa, la bruma se arremolina con un dejo de fastidio suave, como un suspiro que no logra desvanecerse del todo. Se encontraba pensando: Otra vez lo mismo… "Ve con tu madre", dice. "No eres súbdita", dice. Pues claro que no lo soy… ¡Soy la bruma que baila, no la que se inclina!" Se revuelve en sí misma como una niña ofendida que gira en círculos con las manos cruzadas, aunque su danza no tenga cuerpo. ¿Acaso él no lo ve? ¿No entiende que si estoy aquí, es porque quiero estar aquí?(obviando el hecho de que no tengo cuerpo para traspasar siquiera el límite) No me ata una orden, ni me empuja una costumbre… me atrae la forma en que él cuida los sueños, en cómo se mantiene firme aunque el mundo lo olvide. Eso… eso me parece hermoso. *-* Se estira un poco, como una caricia que busca sombra. Y en ese gesto sutil, se dibuja un dejo de melancolía: Mamá… ella ya no está donde solía estar. Nadie sueña con ella, ni la buscan en el Olimpo. Duerme en blanco… como una página que nadie osa leer. ¿Cómo voy a encontrarla si ni siquiera los dioses saben soñar con ella ya? La bruma se posa sobre un fragmento de sueño que aún no ha tomado forma. Lo observa con dulzura, como si fuera una hoja tierna de un árbol joven. Morfeo dice que debo estar con ella… pero yo ya estoy con ella, cada vez que dejo ternura en un alma que la ha perdido. Y estoy contigo, viejo terco, cada vez que eliges no cerrar las puertas del sueño, aunque nadie las cruce para buscarte. Una risilla ligera se expande como pétalos en el aire. "Tú puedes seguir negándome, maestro… pero soy tu bruma, tu cosquilleo, tu traviesa compañerita. Y no pienso irme."
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