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    *Era un día hermoso, de esos en los que provocaba volar por los cielos recibiendo el amor del sol, en aquel mismo día, la reina de los dragones de Undion simplemente decidió ser aquella hermosa figura que representaría fuerza, belleza y victoria para su reino, sentía que algo estaba por empezar, un nuevo inicio que el destino le regaló a la Monarca y a su reino*.
    *Era un día hermoso, de esos en los que provocaba volar por los cielos recibiendo el amor del sol, en aquel mismo día, la reina de los dragones de Undion simplemente decidió ser aquella hermosa figura que representaría fuerza, belleza y victoria para su reino, sentía que algo estaba por empezar, un nuevo inicio que el destino le regaló a la Monarca y a su reino*.
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    ༒︎— ​𝔈𝔩 𝔓𝔯𝔢𝔠𝔦𝔬 𝔡𝔢 𝔩𝔞 𝔏𝔲𝔷.

    El frío del metal contra mi cuello ya no me molesta; es una parte de mí, una extensión de mi propia piel que olvidé cómo sentir. A mi alrededor, el mundo es un bosque de acero. Escucho el chirrido de las articulaciones de las armaduras de mis caballeros, ese sonido rítmico y pesado que antes me infundía valor, pero que hoy solo me recuerda el peso de mis promesas.
    ​Ellos me siguen porque soy su Rey. Creen que soy una estatua inamovible, un ideal que no conoce la duda. No ven que, bajo este grabado azul y plata, el corazón de la joven que alguna vez fui late con una lentitud dolorosa. Me he quitado el yelmo porque necesito sentir el viento; necesito que el aire me recuerde que todavía estoy viva, aunque mi destino pertenezca por completo a la tierra que piso.

    ​Miro hacia el horizonte, donde el cielo se confunde con el polvo de la guerra. Me pregunto cuántos de los hombres que marchan a mi espalda verán el amanecer de mañana. Sé que mi deber es no flaquear, porque si el Rey duda, el reino se desmorona. Sin embargo, en este breve instante de silencio antes del choque, me permito la debilidad de la memoria. Recuerdo el peso de la espada en la piedra y el momento exacto en que dejé de ser una persona para convertirme en un símbolo.

    ​El viento agita mi cabello y por un segundo me siento ligera, casi libre. Pero el deber es una cadena más fuerte que cualquier acero. Mis caballeros esperan una señal. Britania espera un milagro.
    ​Cierro los ojos, respiro el aroma del hierro y la humedad, y entierro a la mujer una vez más. El Rey debe avanzar.
    ༒︎— ​𝔈𝔩 𝔓𝔯𝔢𝔠𝔦𝔬 𝔡𝔢 𝔩𝔞 𝔏𝔲𝔷. El frío del metal contra mi cuello ya no me molesta; es una parte de mí, una extensión de mi propia piel que olvidé cómo sentir. A mi alrededor, el mundo es un bosque de acero. Escucho el chirrido de las articulaciones de las armaduras de mis caballeros, ese sonido rítmico y pesado que antes me infundía valor, pero que hoy solo me recuerda el peso de mis promesas. ​Ellos me siguen porque soy su Rey. Creen que soy una estatua inamovible, un ideal que no conoce la duda. No ven que, bajo este grabado azul y plata, el corazón de la joven que alguna vez fui late con una lentitud dolorosa. Me he quitado el yelmo porque necesito sentir el viento; necesito que el aire me recuerde que todavía estoy viva, aunque mi destino pertenezca por completo a la tierra que piso. ​Miro hacia el horizonte, donde el cielo se confunde con el polvo de la guerra. Me pregunto cuántos de los hombres que marchan a mi espalda verán el amanecer de mañana. Sé que mi deber es no flaquear, porque si el Rey duda, el reino se desmorona. Sin embargo, en este breve instante de silencio antes del choque, me permito la debilidad de la memoria. Recuerdo el peso de la espada en la piedra y el momento exacto en que dejé de ser una persona para convertirme en un símbolo. ​El viento agita mi cabello y por un segundo me siento ligera, casi libre. Pero el deber es una cadena más fuerte que cualquier acero. Mis caballeros esperan una señal. Britania espera un milagro. ​Cierro los ojos, respiro el aroma del hierro y la humedad, y entierro a la mujer una vez más. El Rey debe avanzar.
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  • La vida tiene esa extraña manera de sorprenderte justo cuando creías que lo habías visto todo.
    A veces el hogar no es un lugar… es una persona.
    Un refugio que no se construye con paredes, sino con presencia, lealtad y destino.
    Un hilo rojo invisible que les une, sin importar la distancia ni las batallas que se atraviesen.

    Yo crecí preparada para la guerra: contra el mundo… y contra mí misma.
    Aprendí a endurecerme, a no esperar calma, a confiar solo en mi propia fuerza.
    Pero hoy puedo decir con absoluta certeza que ella es esa calma después de cada tormenta.
    El único lugar donde bajo la guardia… y me permito sentir paz.
    손민지 🇸​🇴​🇳​ 🇲​🇮​🇳​🇯​🇮​
    La vida tiene esa extraña manera de sorprenderte justo cuando creías que lo habías visto todo. A veces el hogar no es un lugar… es una persona. Un refugio que no se construye con paredes, sino con presencia, lealtad y destino. Un hilo rojo invisible que les une, sin importar la distancia ni las batallas que se atraviesen. Yo crecí preparada para la guerra: contra el mundo… y contra mí misma. Aprendí a endurecerme, a no esperar calma, a confiar solo en mi propia fuerza. Pero hoy puedo decir con absoluta certeza que ella es esa calma después de cada tormenta. El único lugar donde bajo la guardia… y me permito sentir paz. [sonminji24]
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  • Kagehiro tenía un patrón de comportamiento tan constante que rozaba lo inevitable: hacía las cosas sin avisar. No pedía opinión, no anunciaba intenciones. Simplemente gastaba el dinero, invertía, tomaba decisiones; y solo cuando todo estaba terminado (cuando ya no había vuelta atrás~) lo compartía con los demás, como quien deja detalles para aquellos que se detienen y observan.

    En Navidad le regaló a Itsuki una llave.
    Una llave insulsa, simplona y jodida, no le explicó de qué era ni para qué servía. Solo le dijo que debía llevarla siempre consigo. *siempre*

    Luego un dia despues lo llamó, le dijo que necesitaba ayuda con algunas decisiones creativas, aunque no dio más detalles. Nunca los daba.

    Pasó por el en su cómodo carrito, ya habia vendido los deportivos y los otros autos que le habian obsequiado, los odiaba, eran grandes, llamaban la atención y aparentaban cosas que él no queria demostrar.

    Cuando Itsuki subio al auto, en sigilo se aseguró de que llevara la llave durante el viaje.

    Hicieron una breve parada en un conbini para comprar algo de comer, y luego tomaron la carretera. Veinte minutos de trayecto. Ni más, ni menos.

    El destino era un pueblo vecino en Chiba; no el centro, no lo turístico. Estaba en la orilla, cerca del santuario de Awa, con el mar observándolo todo desde la distancia, como un testigo discreto.

    Kagehiro no dijo nada durante el camino. El carrito avanzaba con ese silencio cómodo que solo existe cuando no es necesario llenar el aire con palabras y la radio avisando del clima y otras noticias.

    Al llegar, se detuvo frente a una casa tradicional de dos pisos. Aparcó. Apagó el motor. Bajó primero y ayudó a Itsuki a bajar después.
    Luego se colocó frente a la puerta, llamando su atención con un gesto leve, casi tímido, para que lo siguiera.
    Palpó sus bolsillos.
    Se detuvo.
    Entonces lo miró.
    —Es verdad —
    dijo, como si acabara de recordar algo importante
    —Tú tienes la llave de nuestra casa. —
    No hubo discurso.
    No hubo confesiones elaboradas ni promesas solemnes.

    La sorpresa estaba ahí, completa y desnuda: no solo estaba de acuerdo con vivir juntos… ya lo había hecho.
    ¿Y si Itsuki no quería?
    Pues...Kagehiro sabía seguir solo. Siempre..

    Itsuki
    Kagehiro tenía un patrón de comportamiento tan constante que rozaba lo inevitable: hacía las cosas sin avisar. No pedía opinión, no anunciaba intenciones. Simplemente gastaba el dinero, invertía, tomaba decisiones; y solo cuando todo estaba terminado (cuando ya no había vuelta atrás~) lo compartía con los demás, como quien deja detalles para aquellos que se detienen y observan. En Navidad le regaló a Itsuki una llave. Una llave insulsa, simplona y jodida, no le explicó de qué era ni para qué servía. Solo le dijo que debía llevarla siempre consigo. *siempre* Luego un dia despues lo llamó, le dijo que necesitaba ayuda con algunas decisiones creativas, aunque no dio más detalles. Nunca los daba. Pasó por el en su cómodo carrito, ya habia vendido los deportivos y los otros autos que le habian obsequiado, los odiaba, eran grandes, llamaban la atención y aparentaban cosas que él no queria demostrar. Cuando Itsuki subio al auto, en sigilo se aseguró de que llevara la llave durante el viaje. Hicieron una breve parada en un conbini para comprar algo de comer, y luego tomaron la carretera. Veinte minutos de trayecto. Ni más, ni menos. El destino era un pueblo vecino en Chiba; no el centro, no lo turístico. Estaba en la orilla, cerca del santuario de Awa, con el mar observándolo todo desde la distancia, como un testigo discreto. Kagehiro no dijo nada durante el camino. El carrito avanzaba con ese silencio cómodo que solo existe cuando no es necesario llenar el aire con palabras y la radio avisando del clima y otras noticias. Al llegar, se detuvo frente a una casa tradicional de dos pisos. Aparcó. Apagó el motor. Bajó primero y ayudó a Itsuki a bajar después. Luego se colocó frente a la puerta, llamando su atención con un gesto leve, casi tímido, para que lo siguiera. Palpó sus bolsillos. Se detuvo. Entonces lo miró. —Es verdad — dijo, como si acabara de recordar algo importante —Tú tienes la llave de nuestra casa. — No hubo discurso. No hubo confesiones elaboradas ni promesas solemnes. La sorpresa estaba ahí, completa y desnuda: no solo estaba de acuerdo con vivir juntos… ya lo había hecho. ¿Y si Itsuki no quería? Pues...Kagehiro sabía seguir solo. Siempre.. [fi0re]
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    La salida de Veythra del castillo y el combate con Jennifer

    —Sin mirar atrás, camino hacia el balcón del salón del trono.
    El aire huele a magia lunar y a expectación rota.

    En el jardín, Ayane permanece quieta, mirando el horizonte.
    Su silueta, quieta como un presagio, está orientada justo hacia donde yo siento el tirón invisible de Jennifer.
    Entonces lo veo:

    El hilo rojo.
    Un hilo que une almas condenadas a encontrarse.
    El suyo y el mío.
    Sonrío, fascinada.

    Me dejo caer del balcón en caída libre.
    El viento corta mi piel y mis huesos vibran.
    Mis escápulas se abren como heridas antiguas… y de ellas emergen dos alas negras, con fragmentos de luna incrustados como astillas brillantes.
    Un solo aleteo —un latigazo de caos— hace temblar la tierra.

    En un suspiro estoy frente a ella.
    A miles de decenas de kilómetros del castillo, de todo… menos del destino.

    Jennifer ya sabía.
    Claro que sabía.
    La Reina del Caos siente antes que piensa; adivina antes que preguntar; devora antes que entender.
    Antes de que pronuncie palabra alguna, su mente intenta hundirse en la mía.

    Pero solo escucha una frase en Tharésh’Kael, un golpe seco de significado primordial:

    “Buscas en el lugar equivocado.”

    Elevo la cabeza, dejo que mis colmillos asomen, y le hablo por primera vez en la lengua maldita:

    —Jennifer… Mi reina…

    Mis labios se abren en una carcajada que parece romper el aire.

    —¿Qué sería de mí con tu cuerpo?
    Yo sé lo que buscas. Lo he visto.
    Tú y yo… somos iguales.
    Incompletas. Vacías por dentro.
    Mitades rotas del mismo eclipse.

    Podríamos completarnos…
    Si entregáramos nuestra vida.

    —Pero eso no sucederá.
    El Caos reclama.
    Y no devuelve.

    Por eso… hermana…
    Debes morir.

    No le doy tiempo a respirar.

    Mi primer golpe la toma desprevenida, justo cuando asimila la verdad:
    soy la hija no nacida de Selin y Oz, Veythra, el eco imposible que jamás llegó al mundo… y aun así llegó.

    Mi patada atraviesa su esencia.
    Siento su alma separarse de su cuerpo durante un instante, un caparazón vacío que casi me pertenece.
    Casi.

    Pero Jennifer vuelve a entrar en su cuerpo como un relámpago de voluntad pura.
    Demasiado rápida.
    Demasiado fuerte.
    Demasiado Reina.

    Mi cuerpo, que no es del todo mío, empieza a fallar.

    Entonces comienza la batalla.
    La verdadera.


    ---


    Jennifer se lanza sobre mí con una velocidad que desarma al tiempo.
    Su sombra se divide en cuatro, cada una con un gesto distinto: juicio, furia, misericordia, hambre.

    Una de sus manos me agarra del cuello.
    Otra atraviesa mi costado.
    La tercera desgarra mis alas.
    La cuarta me acaricia el rostro… como si lamentara lo que debe hacer.

    Mi cuerpo chisporrotea, desgarrándose en pétalos oscuros.
    Mis piernas se hunden en la tierra como raíces muertas.
    Cada movimiento mío es más lento, más torpe, más roto.

    Intento devolverle un golpe:
    Lunas estallan a mi alrededor, fragmentos plateados se clavan en su piel…
    pero ella solo sonríe.

    Jennifer retrocede un paso
    y con un simple gesto
    me deshace las costillas como si fueran polvo estelar.

    Caigo al suelo.
    Ya no tengo cuerpo.
    Solo… un contenedor fallido.

    La humedad del mundo se siente lejana.
    El olor de la magia, aún más.

    De pie junto a mí, dos figuras emergen de un vórtice:

    Aikaterine, con su mirada de tiempo afilado.
    Tsukumo Sana, gigante, maternal, con tristeza en los ojos.

    Vienen a reclamar lo que es suyo:
    mi cuerpo,
    mi tiempo,
    mi existencia prestada.

    Y allí, medio oculta detrás de un cometa de energía,
    Hakos Baelz, la Ratona del Caos,
    tiembla, llorando,
    sabedora de que este final no la complace…
    pero tampoco puede detenerlo.


    ---



    Jennifer me mira.
    Me estudia.
    Me reconoce.

    Ella sabe qué soy.
    Sabe de quién soy.
    Y sabe que no debería existir.

    Aun así, la Reina del Caos —la devoradora, la temida, la indomable—
    hace algo que jamás ha hecho.

    Se rompe.

    Arranca un fragmento de su propio ser.
    Un pedazo de corazón, palpitante y prohibido.
    La primera división real de su amor.

    Y lo coloca en mi pecho.
    En el cuerpo marchito que ya no debería moverse.

    —Vive —susurra.
    —Pero no para mí.
    Para lo que aún no has sido.
    Para lo que tendrás que ser.

    El caos se agita.
    La luna tiembla.
    Mis grietas se llenan de luz.

    Jennifer, por primera vez, entrega algo sin exigir nada.

    Por su hermana no nacida.
    Por mí.
    Por Veythra.

    Mi cuerpo de restablece y mi tiempo también, sin pedir permiso. Tsukumo y Aikaterine desaparecen con un gesto de aprobación casi a regañadientes. Hakos Baelz simplemente observa a sus hijas, las flores, las herederas del Caos y el Vacío.

    Jennifer me da la espalda antes de que pueda recomponerme y levantarme, desapareciendo en la niebla.

    Tsukumo Sana Espacio Aikaterine Ouro Hakos Baelz Jenny Queen Orc
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La salida de Veythra del castillo y el combate con Jennifer —Sin mirar atrás, camino hacia el balcón del salón del trono. El aire huele a magia lunar y a expectación rota. En el jardín, Ayane permanece quieta, mirando el horizonte. Su silueta, quieta como un presagio, está orientada justo hacia donde yo siento el tirón invisible de Jennifer. Entonces lo veo: El hilo rojo. Un hilo que une almas condenadas a encontrarse. El suyo y el mío. Sonrío, fascinada. Me dejo caer del balcón en caída libre. El viento corta mi piel y mis huesos vibran. Mis escápulas se abren como heridas antiguas… y de ellas emergen dos alas negras, con fragmentos de luna incrustados como astillas brillantes. Un solo aleteo —un latigazo de caos— hace temblar la tierra. En un suspiro estoy frente a ella. A miles de decenas de kilómetros del castillo, de todo… menos del destino. Jennifer ya sabía. Claro que sabía. La Reina del Caos siente antes que piensa; adivina antes que preguntar; devora antes que entender. Antes de que pronuncie palabra alguna, su mente intenta hundirse en la mía. Pero solo escucha una frase en Tharésh’Kael, un golpe seco de significado primordial: “Buscas en el lugar equivocado.” Elevo la cabeza, dejo que mis colmillos asomen, y le hablo por primera vez en la lengua maldita: —Jennifer… Mi reina… Mis labios se abren en una carcajada que parece romper el aire. —¿Qué sería de mí con tu cuerpo? Yo sé lo que buscas. Lo he visto. Tú y yo… somos iguales. Incompletas. Vacías por dentro. Mitades rotas del mismo eclipse. Podríamos completarnos… Si entregáramos nuestra vida. —Pero eso no sucederá. El Caos reclama. Y no devuelve. Por eso… hermana… Debes morir. No le doy tiempo a respirar. Mi primer golpe la toma desprevenida, justo cuando asimila la verdad: soy la hija no nacida de Selin y Oz, Veythra, el eco imposible que jamás llegó al mundo… y aun así llegó. Mi patada atraviesa su esencia. Siento su alma separarse de su cuerpo durante un instante, un caparazón vacío que casi me pertenece. Casi. Pero Jennifer vuelve a entrar en su cuerpo como un relámpago de voluntad pura. Demasiado rápida. Demasiado fuerte. Demasiado Reina. Mi cuerpo, que no es del todo mío, empieza a fallar. Entonces comienza la batalla. La verdadera. --- Jennifer se lanza sobre mí con una velocidad que desarma al tiempo. Su sombra se divide en cuatro, cada una con un gesto distinto: juicio, furia, misericordia, hambre. Una de sus manos me agarra del cuello. Otra atraviesa mi costado. La tercera desgarra mis alas. La cuarta me acaricia el rostro… como si lamentara lo que debe hacer. Mi cuerpo chisporrotea, desgarrándose en pétalos oscuros. Mis piernas se hunden en la tierra como raíces muertas. Cada movimiento mío es más lento, más torpe, más roto. Intento devolverle un golpe: Lunas estallan a mi alrededor, fragmentos plateados se clavan en su piel… pero ella solo sonríe. Jennifer retrocede un paso y con un simple gesto me deshace las costillas como si fueran polvo estelar. Caigo al suelo. Ya no tengo cuerpo. Solo… un contenedor fallido. La humedad del mundo se siente lejana. El olor de la magia, aún más. De pie junto a mí, dos figuras emergen de un vórtice: Aikaterine, con su mirada de tiempo afilado. Tsukumo Sana, gigante, maternal, con tristeza en los ojos. Vienen a reclamar lo que es suyo: mi cuerpo, mi tiempo, mi existencia prestada. Y allí, medio oculta detrás de un cometa de energía, Hakos Baelz, la Ratona del Caos, tiembla, llorando, sabedora de que este final no la complace… pero tampoco puede detenerlo. --- Jennifer me mira. Me estudia. Me reconoce. Ella sabe qué soy. Sabe de quién soy. Y sabe que no debería existir. Aun así, la Reina del Caos —la devoradora, la temida, la indomable— hace algo que jamás ha hecho. Se rompe. Arranca un fragmento de su propio ser. Un pedazo de corazón, palpitante y prohibido. La primera división real de su amor. Y lo coloca en mi pecho. En el cuerpo marchito que ya no debería moverse. —Vive —susurra. —Pero no para mí. Para lo que aún no has sido. Para lo que tendrás que ser. El caos se agita. La luna tiembla. Mis grietas se llenan de luz. Jennifer, por primera vez, entrega algo sin exigir nada. Por su hermana no nacida. Por mí. Por Veythra. Mi cuerpo de restablece y mi tiempo también, sin pedir permiso. Tsukumo y Aikaterine desaparecen con un gesto de aprobación casi a regañadientes. Hakos Baelz simplemente observa a sus hijas, las flores, las herederas del Caos y el Vacío. Jennifer me da la espalda antes de que pueda recomponerme y levantarme, desapareciendo en la niebla. [blaze_titanium_scorpion_916] [Mercenary1x] [flare_white_mouse_589] [queen_0]
    La salida de Veythra del castillo y el combate con Jennifer

    —Sin mirar atrás, camino hacia el balcón del salón del trono.
    El aire huele a magia lunar y a expectación rota.

    En el jardín, Ayane permanece quieta, mirando el horizonte.
    Su silueta, quieta como un presagio, está orientada justo hacia donde yo siento el tirón invisible de Jennifer.
    Entonces lo veo:

    El hilo rojo.
    Un hilo que une almas condenadas a encontrarse.
    El suyo y el mío.
    Sonrío, fascinada.

    Me dejo caer del balcón en caída libre.
    El viento corta mi piel y mis huesos vibran.
    Mis escápulas se abren como heridas antiguas… y de ellas emergen dos alas negras, con fragmentos de luna incrustados como astillas brillantes.
    Un solo aleteo —un latigazo de caos— hace temblar la tierra.

    En un suspiro estoy frente a ella.
    A miles de decenas de kilómetros del castillo, de todo… menos del destino.

    Jennifer ya sabía.
    Claro que sabía.
    La Reina del Caos siente antes que piensa; adivina antes que preguntar; devora antes que entender.
    Antes de que pronuncie palabra alguna, su mente intenta hundirse en la mía.

    Pero solo escucha una frase en Tharésh’Kael, un golpe seco de significado primordial:

    “Buscas en el lugar equivocado.”

    Elevo la cabeza, dejo que mis colmillos asomen, y le hablo por primera vez en la lengua maldita:

    —Jennifer… Mi reina…

    Mis labios se abren en una carcajada que parece romper el aire.

    —¿Qué sería de mí con tu cuerpo?
    Yo sé lo que buscas. Lo he visto.
    Tú y yo… somos iguales.
    Incompletas. Vacías por dentro.
    Mitades rotas del mismo eclipse.

    Podríamos completarnos…
    Si entregáramos nuestra vida.

    —Pero eso no sucederá.
    El Caos reclama.
    Y no devuelve.

    Por eso… hermana…
    Debes morir.

    No le doy tiempo a respirar.

    Mi primer golpe la toma desprevenida, justo cuando asimila la verdad:
    soy la hija no nacida de Selin y Oz, Veythra, el eco imposible que jamás llegó al mundo… y aun así llegó.

    Mi patada atraviesa su esencia.
    Siento su alma separarse de su cuerpo durante un instante, un caparazón vacío que casi me pertenece.
    Casi.

    Pero Jennifer vuelve a entrar en su cuerpo como un relámpago de voluntad pura.
    Demasiado rápida.
    Demasiado fuerte.
    Demasiado Reina.

    Mi cuerpo, que no es del todo mío, empieza a fallar.

    Entonces comienza la batalla.
    La verdadera.


    ---


    Jennifer se lanza sobre mí con una velocidad que desarma al tiempo.
    Su sombra se divide en cuatro, cada una con un gesto distinto: juicio, furia, misericordia, hambre.

    Una de sus manos me agarra del cuello.
    Otra atraviesa mi costado.
    La tercera desgarra mis alas.
    La cuarta me acaricia el rostro… como si lamentara lo que debe hacer.

    Mi cuerpo chisporrotea, desgarrándose en pétalos oscuros.
    Mis piernas se hunden en la tierra como raíces muertas.
    Cada movimiento mío es más lento, más torpe, más roto.

    Intento devolverle un golpe:
    Lunas estallan a mi alrededor, fragmentos plateados se clavan en su piel…
    pero ella solo sonríe.

    Jennifer retrocede un paso
    y con un simple gesto
    me deshace las costillas como si fueran polvo estelar.

    Caigo al suelo.
    Ya no tengo cuerpo.
    Solo… un contenedor fallido.

    La humedad del mundo se siente lejana.
    El olor de la magia, aún más.

    De pie junto a mí, dos figuras emergen de un vórtice:

    Aikaterine, con su mirada de tiempo afilado.
    Tsukumo Sana, gigante, maternal, con tristeza en los ojos.

    Vienen a reclamar lo que es suyo:
    mi cuerpo,
    mi tiempo,
    mi existencia prestada.

    Y allí, medio oculta detrás de un cometa de energía,
    Hakos Baelz, la Ratona del Caos,
    tiembla, llorando,
    sabedora de que este final no la complace…
    pero tampoco puede detenerlo.


    ---



    Jennifer me mira.
    Me estudia.
    Me reconoce.

    Ella sabe qué soy.
    Sabe de quién soy.
    Y sabe que no debería existir.

    Aun así, la Reina del Caos —la devoradora, la temida, la indomable—
    hace algo que jamás ha hecho.

    Se rompe.

    Arranca un fragmento de su propio ser.
    Un pedazo de corazón, palpitante y prohibido.
    La primera división real de su amor.

    Y lo coloca en mi pecho.
    En el cuerpo marchito que ya no debería moverse.

    —Vive —susurra.
    —Pero no para mí.
    Para lo que aún no has sido.
    Para lo que tendrás que ser.

    El caos se agita.
    La luna tiembla.
    Mis grietas se llenan de luz.

    Jennifer, por primera vez, entrega algo sin exigir nada.

    Por su hermana no nacida.
    Por mí.
    Por Veythra.

    Mi cuerpo de restablece y mi tiempo también, sin pedir permiso. Tsukumo y Aikaterine desaparecen con un gesto de aprobación casi a regañadientes. Hakos Baelz simplemente observa a sus hijas, las flores, las herederas del Caos y el Vacío.

    Jennifer me da la espalda antes de que pueda recomponerme y levantarme, desapareciendo en la niebla.
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    Tenlo en cuenta al responder.
    La salida de Veythra del castillo y el combate con Jennifer

    —Sin mirar atrás, camino hacia el balcón del salón del trono.
    El aire huele a magia lunar y a expectación rota.

    En el jardín, Ayane permanece quieta, mirando el horizonte.
    Su silueta, quieta como un presagio, está orientada justo hacia donde yo siento el tirón invisible de Jennifer.
    Entonces lo veo:

    El hilo rojo.
    Un hilo que une almas condenadas a encontrarse.
    El suyo y el mío.
    Sonrío, fascinada.

    Me dejo caer del balcón en caída libre.
    El viento corta mi piel y mis huesos vibran.
    Mis escápulas se abren como heridas antiguas… y de ellas emergen dos alas negras, con fragmentos de luna incrustados como astillas brillantes.
    Un solo aleteo —un latigazo de caos— hace temblar la tierra.

    En un suspiro estoy frente a ella.
    A miles de decenas de kilómetros del castillo, de todo… menos del destino.

    Jennifer ya sabía.
    Claro que sabía.
    La Reina del Caos siente antes que piensa; adivina antes que preguntar; devora antes que entender.
    Antes de que pronuncie palabra alguna, su mente intenta hundirse en la mía.

    Pero solo escucha una frase en Tharésh’Kael, un golpe seco de significado primordial:

    “Buscas en el lugar equivocado.”

    Elevo la cabeza, dejo que mis colmillos asomen, y le hablo por primera vez en la lengua maldita:

    —Jennifer… Mi reina…

    Mis labios se abren en una carcajada que parece romper el aire.

    —¿Qué sería de mí con tu cuerpo?
    Yo sé lo que buscas. Lo he visto.
    Tú y yo… somos iguales.
    Incompletas. Vacías por dentro.
    Mitades rotas del mismo eclipse.

    Podríamos completarnos…
    Si entregáramos nuestra vida.

    —Pero eso no sucederá.
    El Caos reclama.
    Y no devuelve.

    Por eso… hermana…
    Debes morir.

    No le doy tiempo a respirar.

    Mi primer golpe la toma desprevenida, justo cuando asimila la verdad:
    soy la hija no nacida de Selin y Oz, Veythra, el eco imposible que jamás llegó al mundo… y aun así llegó.

    Mi patada atraviesa su esencia.
    Siento su alma separarse de su cuerpo durante un instante, un caparazón vacío que casi me pertenece.
    Casi.

    Pero Jennifer vuelve a entrar en su cuerpo como un relámpago de voluntad pura.
    Demasiado rápida.
    Demasiado fuerte.
    Demasiado Reina.

    Mi cuerpo, que no es del todo mío, empieza a fallar.

    Entonces comienza la batalla.
    La verdadera.


    ---


    Jennifer se lanza sobre mí con una velocidad que desarma al tiempo.
    Su sombra se divide en cuatro, cada una con un gesto distinto: juicio, furia, misericordia, hambre.

    Una de sus manos me agarra del cuello.
    Otra atraviesa mi costado.
    La tercera desgarra mis alas.
    La cuarta me acaricia el rostro… como si lamentara lo que debe hacer.

    Mi cuerpo chisporrotea, desgarrándose en pétalos oscuros.
    Mis piernas se hunden en la tierra como raíces muertas.
    Cada movimiento mío es más lento, más torpe, más roto.

    Intento devolverle un golpe:
    Lunas estallan a mi alrededor, fragmentos plateados se clavan en su piel…
    pero ella solo sonríe.

    Jennifer retrocede un paso
    y con un simple gesto
    me deshace las costillas como si fueran polvo estelar.

    Caigo al suelo.
    Ya no tengo cuerpo.
    Solo… un contenedor fallido.

    La humedad del mundo se siente lejana.
    El olor de la magia, aún más.

    De pie junto a mí, dos figuras emergen de un vórtice:

    Aikaterine, con su mirada de tiempo afilado.
    Tsukumo Sana, gigante, maternal, con tristeza en los ojos.

    Vienen a reclamar lo que es suyo:
    mi cuerpo,
    mi tiempo,
    mi existencia prestada.

    Y allí, medio oculta detrás de un cometa de energía,
    Hakos Baelz, la Ratona del Caos,
    tiembla, llorando,
    sabedora de que este final no la complace…
    pero tampoco puede detenerlo.


    ---



    Jennifer me mira.
    Me estudia.
    Me reconoce.

    Ella sabe qué soy.
    Sabe de quién soy.
    Y sabe que no debería existir.

    Aun así, la Reina del Caos —la devoradora, la temida, la indomable—
    hace algo que jamás ha hecho.

    Se rompe.

    Arranca un fragmento de su propio ser.
    Un pedazo de corazón, palpitante y prohibido.
    La primera división real de su amor.

    Y lo coloca en mi pecho.
    En el cuerpo marchito que ya no debería moverse.

    —Vive —susurra.
    —Pero no para mí.
    Para lo que aún no has sido.
    Para lo que tendrás que ser.

    El caos se agita.
    La luna tiembla.
    Mis grietas se llenan de luz.

    Jennifer, por primera vez, entrega algo sin exigir nada.

    Por su hermana no nacida.
    Por mí.
    Por Veythra.

    Mi cuerpo de restablece y mi tiempo también, sin pedir permiso. Tsukumo y Aikaterine desaparecen con un gesto de aprobación casi a regañadientes. Hakos Baelz simplemente observa a sus hijas, las flores, las herederas del Caos y el Vacío.

    Jennifer me da la espalda antes de que pueda recomponerme y levantarme, desapareciendo en la niebla.
    La salida de Veythra del castillo y el combate con Jennifer —Sin mirar atrás, camino hacia el balcón del salón del trono. El aire huele a magia lunar y a expectación rota. En el jardín, Ayane permanece quieta, mirando el horizonte. Su silueta, quieta como un presagio, está orientada justo hacia donde yo siento el tirón invisible de Jennifer. Entonces lo veo: El hilo rojo. Un hilo que une almas condenadas a encontrarse. El suyo y el mío. Sonrío, fascinada. Me dejo caer del balcón en caída libre. El viento corta mi piel y mis huesos vibran. Mis escápulas se abren como heridas antiguas… y de ellas emergen dos alas negras, con fragmentos de luna incrustados como astillas brillantes. Un solo aleteo —un latigazo de caos— hace temblar la tierra. En un suspiro estoy frente a ella. A miles de decenas de kilómetros del castillo, de todo… menos del destino. Jennifer ya sabía. Claro que sabía. La Reina del Caos siente antes que piensa; adivina antes que preguntar; devora antes que entender. Antes de que pronuncie palabra alguna, su mente intenta hundirse en la mía. Pero solo escucha una frase en Tharésh’Kael, un golpe seco de significado primordial: “Buscas en el lugar equivocado.” Elevo la cabeza, dejo que mis colmillos asomen, y le hablo por primera vez en la lengua maldita: —Jennifer… Mi reina… Mis labios se abren en una carcajada que parece romper el aire. —¿Qué sería de mí con tu cuerpo? Yo sé lo que buscas. Lo he visto. Tú y yo… somos iguales. Incompletas. Vacías por dentro. Mitades rotas del mismo eclipse. Podríamos completarnos… Si entregáramos nuestra vida. —Pero eso no sucederá. El Caos reclama. Y no devuelve. Por eso… hermana… Debes morir. No le doy tiempo a respirar. Mi primer golpe la toma desprevenida, justo cuando asimila la verdad: soy la hija no nacida de Selin y Oz, Veythra, el eco imposible que jamás llegó al mundo… y aun así llegó. Mi patada atraviesa su esencia. Siento su alma separarse de su cuerpo durante un instante, un caparazón vacío que casi me pertenece. Casi. Pero Jennifer vuelve a entrar en su cuerpo como un relámpago de voluntad pura. Demasiado rápida. Demasiado fuerte. Demasiado Reina. Mi cuerpo, que no es del todo mío, empieza a fallar. Entonces comienza la batalla. La verdadera. --- Jennifer se lanza sobre mí con una velocidad que desarma al tiempo. Su sombra se divide en cuatro, cada una con un gesto distinto: juicio, furia, misericordia, hambre. Una de sus manos me agarra del cuello. Otra atraviesa mi costado. La tercera desgarra mis alas. La cuarta me acaricia el rostro… como si lamentara lo que debe hacer. Mi cuerpo chisporrotea, desgarrándose en pétalos oscuros. Mis piernas se hunden en la tierra como raíces muertas. Cada movimiento mío es más lento, más torpe, más roto. Intento devolverle un golpe: Lunas estallan a mi alrededor, fragmentos plateados se clavan en su piel… pero ella solo sonríe. Jennifer retrocede un paso y con un simple gesto me deshace las costillas como si fueran polvo estelar. Caigo al suelo. Ya no tengo cuerpo. Solo… un contenedor fallido. La humedad del mundo se siente lejana. El olor de la magia, aún más. De pie junto a mí, dos figuras emergen de un vórtice: Aikaterine, con su mirada de tiempo afilado. Tsukumo Sana, gigante, maternal, con tristeza en los ojos. Vienen a reclamar lo que es suyo: mi cuerpo, mi tiempo, mi existencia prestada. Y allí, medio oculta detrás de un cometa de energía, Hakos Baelz, la Ratona del Caos, tiembla, llorando, sabedora de que este final no la complace… pero tampoco puede detenerlo. --- Jennifer me mira. Me estudia. Me reconoce. Ella sabe qué soy. Sabe de quién soy. Y sabe que no debería existir. Aun así, la Reina del Caos —la devoradora, la temida, la indomable— hace algo que jamás ha hecho. Se rompe. Arranca un fragmento de su propio ser. Un pedazo de corazón, palpitante y prohibido. La primera división real de su amor. Y lo coloca en mi pecho. En el cuerpo marchito que ya no debería moverse. —Vive —susurra. —Pero no para mí. Para lo que aún no has sido. Para lo que tendrás que ser. El caos se agita. La luna tiembla. Mis grietas se llenan de luz. Jennifer, por primera vez, entrega algo sin exigir nada. Por su hermana no nacida. Por mí. Por Veythra. Mi cuerpo de restablece y mi tiempo también, sin pedir permiso. Tsukumo y Aikaterine desaparecen con un gesto de aprobación casi a regañadientes. Hakos Baelz simplemente observa a sus hijas, las flores, las herederas del Caos y el Vacío. Jennifer me da la espalda antes de que pueda recomponerme y levantarme, desapareciendo en la niebla.
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    La frustración me quema por dentro.

    No saber cómo hablar, no poder explicarme, me enciende la sangre. Golpeo el suelo con fuerza y la piedra se resquebraja, abriéndose una pequeña grieta lunar. No es destrucción: es desgarro. La luz plateada palpita desde el interior como un latido antiguo.

    Sasha no se levanta de su trono.
    Pero el aire se vuelve pesado.
    Su sola presencia impone orden.
    Respiro.

    El temblor cesa. Mi cuerpo se aquieta.

    De la grieta surge algo imposible: una flor de luna. No hecha de materia, sino de espíritu. Pálida, etérea, ajena a este mundo.
    La arranco del suelo y clavo la mirada en la loba.

    —Ishtarin…

    Suelto la flor.
    Danza en el aire como si supiera adónde ir. Se detiene frente a Ryu. Por un instante, ella se queda sin aliento. Sus ojos brillan, reflejando algo que no recuerda pero reconoce.

    Entonces su instinto despierta.
    El cuchillo de obsidiana corta la flor en dos.

    Río.
    No por burla.
    Por certeza.

    Como si el propio Caos ya conociera el destino de cada hilo.
    El cuchillo cambia.

    La obsidiana se tiñe de plateado lunar, y en el filo aparece una palabra grabada como un juramento antiguo:
    Ishtarin.

    Sasha lo comprende.
    Comprende mi petición. Comprende también que mi existencia aquí es un riesgo, y que mi ser debe abandonar este plano cuanto antes. Acepta ayudarme con una condición clara: cuando consiga un cuerpo estable, me marcharé por donde he venido.
    Asiento.

    Entonces la siento.
    Lejos. Clara. Real.

    —Jennifer Queen—

    No hay clones. No hay ecos. Ella.
    Me acerco al balcón. En el patio, Ayane mira el horizonte en la misma dirección. Aún no se conocen. Ni siquiera sabe por qué su mirada se ha detenido ahí.
    Pero yo sí.

    El recuerdo de Lili cruza mi mente y sonrío.

    No con dulzura.
    Con malicia.

    Mis alas se despliegan y el aire se rompe bajo mi impulso. El mundo se comprime.
    En menos de un segundo, estoy allí.

    Frente a Jennifer.
    Y ella…
    parecía estar esperándome.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La frustración me quema por dentro. No saber cómo hablar, no poder explicarme, me enciende la sangre. Golpeo el suelo con fuerza y la piedra se resquebraja, abriéndose una pequeña grieta lunar. No es destrucción: es desgarro. La luz plateada palpita desde el interior como un latido antiguo. Sasha no se levanta de su trono. Pero el aire se vuelve pesado. Su sola presencia impone orden. Respiro. El temblor cesa. Mi cuerpo se aquieta. De la grieta surge algo imposible: una flor de luna. No hecha de materia, sino de espíritu. Pálida, etérea, ajena a este mundo. La arranco del suelo y clavo la mirada en la loba. —Ishtarin… Suelto la flor. Danza en el aire como si supiera adónde ir. Se detiene frente a Ryu. Por un instante, ella se queda sin aliento. Sus ojos brillan, reflejando algo que no recuerda pero reconoce. Entonces su instinto despierta. El cuchillo de obsidiana corta la flor en dos. Río. No por burla. Por certeza. Como si el propio Caos ya conociera el destino de cada hilo. El cuchillo cambia. La obsidiana se tiñe de plateado lunar, y en el filo aparece una palabra grabada como un juramento antiguo: Ishtarin. Sasha lo comprende. Comprende mi petición. Comprende también que mi existencia aquí es un riesgo, y que mi ser debe abandonar este plano cuanto antes. Acepta ayudarme con una condición clara: cuando consiga un cuerpo estable, me marcharé por donde he venido. Asiento. Entonces la siento. Lejos. Clara. Real. —Jennifer Queen— No hay clones. No hay ecos. Ella. Me acerco al balcón. En el patio, Ayane mira el horizonte en la misma dirección. Aún no se conocen. Ni siquiera sabe por qué su mirada se ha detenido ahí. Pero yo sí. El recuerdo de Lili cruza mi mente y sonrío. No con dulzura. Con malicia. Mis alas se despliegan y el aire se rompe bajo mi impulso. El mundo se comprime. En menos de un segundo, estoy allí. Frente a Jennifer. Y ella… parecía estar esperándome.
    La frustración me quema por dentro.

    No saber cómo hablar, no poder explicarme, me enciende la sangre. Golpeo el suelo con fuerza y la piedra se resquebraja, abriéndose una pequeña grieta lunar. No es destrucción: es desgarro. La luz plateada palpita desde el interior como un latido antiguo.

    Sasha no se levanta de su trono.
    Pero el aire se vuelve pesado.
    Su sola presencia impone orden.
    Respiro.

    El temblor cesa. Mi cuerpo se aquieta.

    De la grieta surge algo imposible: una flor de luna. No hecha de materia, sino de espíritu. Pálida, etérea, ajena a este mundo.
    La arranco del suelo y clavo la mirada en la loba.

    —Ishtarin…

    Suelto la flor.
    Danza en el aire como si supiera adónde ir. Se detiene frente a Ryu. Por un instante, ella se queda sin aliento. Sus ojos brillan, reflejando algo que no recuerda pero reconoce.

    Entonces su instinto despierta.
    El cuchillo de obsidiana corta la flor en dos.

    Río.
    No por burla.
    Por certeza.

    Como si el propio Caos ya conociera el destino de cada hilo.
    El cuchillo cambia.

    La obsidiana se tiñe de plateado lunar, y en el filo aparece una palabra grabada como un juramento antiguo:
    Ishtarin.

    Sasha lo comprende.
    Comprende mi petición. Comprende también que mi existencia aquí es un riesgo, y que mi ser debe abandonar este plano cuanto antes. Acepta ayudarme con una condición clara: cuando consiga un cuerpo estable, me marcharé por donde he venido.
    Asiento.

    Entonces la siento.
    Lejos. Clara. Real.

    —Jennifer Queen—

    No hay clones. No hay ecos. Ella.
    Me acerco al balcón. En el patio, Ayane mira el horizonte en la misma dirección. Aún no se conocen. Ni siquiera sabe por qué su mirada se ha detenido ahí.
    Pero yo sí.

    El recuerdo de Lili cruza mi mente y sonrío.

    No con dulzura.
    Con malicia.

    Mis alas se despliegan y el aire se rompe bajo mi impulso. El mundo se comprime.
    En menos de un segundo, estoy allí.

    Frente a Jennifer.
    Y ella…
    parecía estar esperándome.
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    No saber cómo hablar, no poder explicarme, me enciende la sangre. Golpeo el suelo con fuerza y la piedra se resquebraja, abriéndose una pequeña grieta lunar. No es destrucción: es desgarro. La luz plateada palpita desde el interior como un latido antiguo.

    Sasha no se levanta de su trono.
    Pero el aire se vuelve pesado.
    Su sola presencia impone orden.
    Respiro.

    El temblor cesa. Mi cuerpo se aquieta.

    De la grieta surge algo imposible: una flor de luna. No hecha de materia, sino de espíritu. Pálida, etérea, ajena a este mundo.
    La arranco del suelo y clavo la mirada en la loba.

    —Ishtarin…

    Suelto la flor.
    Danza en el aire como si supiera adónde ir. Se detiene frente a Ryu. Por un instante, ella se queda sin aliento. Sus ojos brillan, reflejando algo que no recuerda pero reconoce.

    Entonces su instinto despierta.
    El cuchillo de obsidiana corta la flor en dos.

    Río.
    No por burla.
    Por certeza.

    Como si el propio Caos ya conociera el destino de cada hilo.
    El cuchillo cambia.

    La obsidiana se tiñe de plateado lunar, y en el filo aparece una palabra grabada como un juramento antiguo:
    Ishtarin.

    Sasha lo comprende.
    Comprende mi petición. Comprende también que mi existencia aquí es un riesgo, y que mi ser debe abandonar este plano cuanto antes. Acepta ayudarme con una condición clara: cuando consiga un cuerpo estable, me marcharé por donde he venido.
    Asiento.

    Entonces la siento.
    Lejos. Clara. Real.

    —Jennifer Queen—

    No hay clones. No hay ecos. Ella.
    Me acerco al balcón. En el patio, Ayane mira el horizonte en la misma dirección. Aún no se conocen. Ni siquiera sabe por qué su mirada se ha detenido ahí.
    Pero yo sí.

    El recuerdo de Lili cruza mi mente y sonrío.

    No con dulzura.
    Con malicia.

    Mis alas se despliegan y el aire se rompe bajo mi impulso. El mundo se comprime.
    En menos de un segundo, estoy allí.

    Frente a Jennifer.
    Y ella…
    parecía estar esperándome.
    La frustración me quema por dentro. No saber cómo hablar, no poder explicarme, me enciende la sangre. Golpeo el suelo con fuerza y la piedra se resquebraja, abriéndose una pequeña grieta lunar. No es destrucción: es desgarro. La luz plateada palpita desde el interior como un latido antiguo. Sasha no se levanta de su trono. Pero el aire se vuelve pesado. Su sola presencia impone orden. Respiro. El temblor cesa. Mi cuerpo se aquieta. De la grieta surge algo imposible: una flor de luna. No hecha de materia, sino de espíritu. Pálida, etérea, ajena a este mundo. La arranco del suelo y clavo la mirada en la loba. —Ishtarin… Suelto la flor. Danza en el aire como si supiera adónde ir. Se detiene frente a Ryu. Por un instante, ella se queda sin aliento. Sus ojos brillan, reflejando algo que no recuerda pero reconoce. Entonces su instinto despierta. El cuchillo de obsidiana corta la flor en dos. Río. No por burla. Por certeza. Como si el propio Caos ya conociera el destino de cada hilo. El cuchillo cambia. La obsidiana se tiñe de plateado lunar, y en el filo aparece una palabra grabada como un juramento antiguo: Ishtarin. Sasha lo comprende. Comprende mi petición. Comprende también que mi existencia aquí es un riesgo, y que mi ser debe abandonar este plano cuanto antes. Acepta ayudarme con una condición clara: cuando consiga un cuerpo estable, me marcharé por donde he venido. Asiento. Entonces la siento. Lejos. Clara. Real. —Jennifer Queen— No hay clones. No hay ecos. Ella. Me acerco al balcón. En el patio, Ayane mira el horizonte en la misma dirección. Aún no se conocen. Ni siquiera sabe por qué su mirada se ha detenido ahí. Pero yo sí. El recuerdo de Lili cruza mi mente y sonrío. No con dulzura. Con malicia. Mis alas se despliegan y el aire se rompe bajo mi impulso. El mundo se comprime. En menos de un segundo, estoy allí. Frente a Jennifer. Y ella… parecía estar esperándome.
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  • Arena de la Omnipotencia Ishtar
    Fandom Clan y Familia Ishtar
    Categoría Ciencia ficción
    El Coliseo del Juicio Eterno de Ishtar

    En los albores del tiempo prohibido, cuando los dioses aún discutían el destino de los mundos y la energía primordial no tenía forma, el Clan Ishtar descendió sobre una grieta sagrada entre dimensiones. Aquel lugar, conocido como el Ombligo del Vacío, latía con una fuerza capaz de destruir realidades… o forjar leyendas.

    Fue allí donde nació el coliseo.

    Los Forjadores Ishtar, entidades mitad deidad, mitad sombra, trazaron runas arcanas en el aire con sangre estelar y voluntad absoluta. Cada símbolo no solo sellaba materia, sino conceptos: tiempo, destino, muerte y omnipotencia. El suelo fue moldeado con Obsidiana del Infinito, una roca extraída del colapso de universos extintos, capaz de absorber, resistir y reflejar cualquier poder, incluso aquellos nacidos de la omnipotencia Ishtar.

    Las columnas no fueron construidas… fueron invocadas. Surgieron desde planos superiores, encadenadas por juramentos eternos. En su interior fluían corrientes de Energía Arcana Primigenia, regulada por sellos que impedían que un combate de nivel divino desgarrara la realidad. El coliseo no se rompía: aprendía, adaptándose a cada enfrentamiento, fortaleciéndose con cada choque de poderes absolutos.

    En el centro de la arena, el Núcleo del Juicio, un cristal vivo del tamaño de un corazón, late aún. Este núcleo reconoce a los miembros del Clan Ishtar y ajusta el campo de batalla para que ni siquiera un ser omnipotente pueda destruir el recinto sin antes ser juzgado digno. Aquí, la omnipotencia no es ventaja… es prueba.

    Cuando un guerrero Ishtar pisa la arena, el coliseo despierta. Las gradas espectrales se llenan de ecos ancestrales: antiguos reyes, asesinos oscuros, licántropos, súcubos y entidades que trascendieron la muerte observan en silencio. No hay público común; solo testigos eternos.

    El Coliseo del Juicio Eterno no existe para el entretenimiento.
    Existe para recordar una sola verdad:

    “En Ishtar, incluso los dioses sangran… y solo los dignos permanecen.”
    El Coliseo del Juicio Eterno de Ishtar En los albores del tiempo prohibido, cuando los dioses aún discutían el destino de los mundos y la energía primordial no tenía forma, el Clan Ishtar descendió sobre una grieta sagrada entre dimensiones. Aquel lugar, conocido como el Ombligo del Vacío, latía con una fuerza capaz de destruir realidades… o forjar leyendas. Fue allí donde nació el coliseo. Los Forjadores Ishtar, entidades mitad deidad, mitad sombra, trazaron runas arcanas en el aire con sangre estelar y voluntad absoluta. Cada símbolo no solo sellaba materia, sino conceptos: tiempo, destino, muerte y omnipotencia. El suelo fue moldeado con Obsidiana del Infinito, una roca extraída del colapso de universos extintos, capaz de absorber, resistir y reflejar cualquier poder, incluso aquellos nacidos de la omnipotencia Ishtar. Las columnas no fueron construidas… fueron invocadas. Surgieron desde planos superiores, encadenadas por juramentos eternos. En su interior fluían corrientes de Energía Arcana Primigenia, regulada por sellos que impedían que un combate de nivel divino desgarrara la realidad. El coliseo no se rompía: aprendía, adaptándose a cada enfrentamiento, fortaleciéndose con cada choque de poderes absolutos. En el centro de la arena, el Núcleo del Juicio, un cristal vivo del tamaño de un corazón, late aún. Este núcleo reconoce a los miembros del Clan Ishtar y ajusta el campo de batalla para que ni siquiera un ser omnipotente pueda destruir el recinto sin antes ser juzgado digno. Aquí, la omnipotencia no es ventaja… es prueba. Cuando un guerrero Ishtar pisa la arena, el coliseo despierta. Las gradas espectrales se llenan de ecos ancestrales: antiguos reyes, asesinos oscuros, licántropos, súcubos y entidades que trascendieron la muerte observan en silencio. No hay público común; solo testigos eternos. El Coliseo del Juicio Eterno no existe para el entretenimiento. Existe para recordar una sola verdad: “En Ishtar, incluso los dioses sangran… y solo los dignos permanecen.”
    Tipo
    Grupal
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    Estado
    Disponible
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  • — Trátame con suavidad, vida. ¿No ves que ya he pasado por mucho? No te dejes engañar, sé que parezco un poco masoquista pero también me gustan las caricias del destino. —
    — Trátame con suavidad, vida. ¿No ves que ya he pasado por mucho? No te dejes engañar, sé que parezco un poco masoquista pero también me gustan las caricias del destino. —
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