𝐒𝐓𝐄𝐏𝐇𝐄𝐍 𝐒𝐓𝐑𝐀𝐍𝐆𝐄
¿Se había fijado acaso ella alguna vez en las manos de alguien? ¿Se había fijado siquiera en las de Norman? No… Había muchas cosas de él que tenía memorizadas por sus propios antojos, pero sus manos no estaban en aquella lista. ¿Por qué entonces estaba soñando con las de Stephen Strange?
Se había fijado en cómo se movían al realizar sus hechizos. Había estado considerablemente cerca de él aquellos días e incluso lo había acompañado al Sanctum Sanctorum, casi como su pupila. Lo había ayudado y había escuchado todo cuanto tenía que contarle y explicarle. Era algo que siempre le había gustado: que alguien con conocimientos superiores la ilustrara. Se había dado cuenta entonces de que aquello no era más que un… ¿fetiche? Tal vez. Le sucedió en Oscorp, con Osborn, y ahora… Ahora parecía estar sucediéndole con Stephen Strange.
No se había dado cuenta, y no fue gracias a su inconsciencia que lo supo. A través de aquellos sueños que la despertaron agitada y con un extraño y dulce palpitar entre sus muslos. Ese cosquilleo la hizo comprender cosas que hasta el momento había pasado por alto. Y una de ellas fueron las manos del mago. Sus dedos moviéndose, sus nudillos, sus venas marcadas.
Un suspiro que dejó caer como si fuera pesado. Tan pesado como aquella sensación de dulce agonía que la estaba presionando. Parpadeó despacio. Parecía que su cuerpo se había despertado incluso antes que ella misma. ¿Cómo podía estar sintiendo todo eso si apenas podía despegar los párpados?
Tragó saliva y cometió el error de volver a cerrar los ojos, tumbándose sobre la cama.
Las imágenes del hechicero no tardaron en acudir rápidamente a su llamado. El de su cuerpo. Podía ver su sonrisa pretenciosa, esa que tanto la sacaba de quicio y que ahora se le tornaba sumamente atractiva.
¿Pero por qué?… ¿Qué había pasado?
Sin duda alguna las siestas se habían terminado.
En seguida entendió por qué le habían parecido tan atractivos aquellos dedos y el pensamiento obsceno con el que lo había rescatado su mente.
Ahora sí se levantó de golpe, como si pensar y sentir todo aquello en cierto modo la hiciera sentirse completamente culpable. Sucia. Indecente.
Se levantó y se desperezó mientras se dirigía al salón, sentándose de golpe. Sus muslos apretándose en aquella caída no ayudaron a despegar aquellos pensamientos, y estaba empezando a preocuparse de que no desaparecieran nunca más. Que se quedaran ahí, estancados hasta que…
—No.
Se dijo así misma.
—Es… un sueño. Las personas sueñan cosas que no tienen por qué significar nada. Llevas… mucho tiempo sin…
Y su ceño se frunció. Las imágenes volvieron rápidamente, como una marea que al marcharse vuelve inevitablemente.
El mar… Sí… Se sentía muy afín a cómo se sentía entre sus piernas.
Tuvo que coger el aire para soltarlo muy despacio. Pero volver a cerrar los ojos no ayudaba en absoluto. Se desquició. Detestaba no poder controlar lo que pensaba, pero es que en realidad… ni siquiera lo estaba intentando. No quería apartarlo porque le estaba resultando placentero. Un juego peligroso que terminaría quemándola. ¿Pero la había asustado a ella alguna vez el fuego?…
Procuró distraerse, pero aquello sólo duró unos minutos antes de que su mente caprichosa la antojara con un deseo. Subir al apartamento de arriba.
Llamó a la puerta barajando cuál de los pretextos era el mejor y más creíble, y para cuando Strange abrió y ella se encontró con su confuso y curioso gesto (al no esperarla allí a esas horas).
Ella se quedó con la boca abierta y una expresión de estar a punto de pedir algo. ¿Pero y los pretextos? ¿Se habían extinguido cuando le había mirado a la cara? Apretó los ojos, sintiéndose una estúpida, y finalmente dijo:
—Me he quedado sin jengibre.
Lo soltó de golpe, como si fuera algo imperdonable, como si acabara de confesar el peor de sus errores. Quedarse sin jengibre, qué barbaridad…
Stephen la contempló con una sonrisa divertida a la par que extrañada. ¿Jengibre?… Pareció pensar. Pero por suerte para ella, él era el Señor de las Pócimas, de los mejunjes, de los ungüentos y las infusiones.
No respondió, la invitó a pasar, apartándose del marco y extendiendo su brazo hacia el interior del apartamento. Esperó a que entrara y cerró tras ella la puerta.
—¿Estás bien? —le preguntó mientras le daba la espalda, dirigiéndose hacia la cocina.
Pero no… No lo estaba, y mucho menos lo estuvo cuando el aroma de su perfume se abandonó en el aire, esperando torturarla. Sus pupilas se dilataron, sus ojos se cerraron y sus labios se entreabrieron tomando un suspiro ansioso. ¿Qué le estaba pasando? ¿Desde cuando él la hacía sentir así?
¿Acaso lo había notado?… ¿Podía él sentir ese tipo de cosas?… Eso que la hacía sentir tan… ¿culpable?
—M-m-e había quedado dormida.
—¿Tú? ¿Dormida? —se miró el reloj—. Son las siete y media. Una siesta un poco larga, ¿no crees?
—Un poco —y de haberse extendido un poco más, quizá hubiera llegado a tener un orgasmo. Aquel pensamiento la hizo apartar la mirada, avergonzada. Hacía mucho, mucho tiempo que no se ponía nerviosa delante de él. Delante de nadie.
—Me alegra saber que has podido descansar. Y sin mi ayuda —alzó las cejas, como si aquello fuera lo realmente sorprendente.
Ella no pudo evitar sonreír con sorna, negando.
“Si tú supieras…”
—Pues ya ves —se encogió de hombros, soltando el aire de golpe.
Strange frunció el ceño, extrañado. La sentía rara, diferente. Como si no fuera… la misma. ¿Por qué parecía tan nerviosa?
Se acercó a ella y le entregó lo que le había pedido. Pero era inevitable no fijarse en aquel rostro angelical de mirada ligeramente abstraída. Lo hizo curvar el gesto, inclinar ligeramente su cabeza, curioso. Aguzó la mirada.
—¿Angelique? —le preguntó en un tono casi divertido, como si verla así le causara cierta gracia.
Ella pareció despertar de la ensoñación, tomando rápidamente el jengibre en su mano.
—G-gracias.
—¿De verdad estás bien?
—Sí. No me sientan bien las siestas.
—Y que lo digas… —dijo casi para sí mismo—. ¿Para qué lo necesitas? —le preguntó, refiriéndose al jengibre.
Ella lo miró, como si no le perteneciera, como si verdaderamente ni siquiera lo necesitara. No lo hacía, de hecho. Así que, su pregunta la dejó en blanco.
—¿Sabes cómo se utiliza? —decidió preguntarle Strange ante su silencio. Atreviéndose a adivinar que la respuesta era un evidente “no”.
—C-claro.
El hechicero frunció el ceño, discrepando.
—¿Quieres que te lo explique?
¿Explicárselo? ¿Y fomentar aquel fetiche?
—¡No! —respondió rápidamente—. No. S-sé cómo se usa.
—…De acuerdo… —respondió con precaución, como si sus reacciones más que sorprenderle empezaran a preocuparle.
Angelique asintió torpemente y lo rodeó para marcharse. Pero entonces él tuvo que estirar su brazo y atrapar el suyo. El primer latigazo se instaló en su vientre, descendiendo. Su corazón pareció latir entonces en todas partes, sobretodo en la que menos deseaba… Cerró los ojos, apretándolos con fuerza, avergonzada. Se giró (o más bien él la hizo girarse), y extendió su mano libre hacia ella con la palma abierta hacia arriba. Hizo un movimiento demandante con sus dedos.
Sus dedos.
Oh no… Sus dedos.
Volvió a cerrar los ojos y tragó saliva.
Le estaba pidiendo de vuelta el jengibre. ¿Por qué? Porque no se fiaba de ella, claro. Era más que evidente que no tenía ni idea de para qué se usaba eso. Ella abrió la palma de su mano y él recuperó el ingrediente. Estaba dispuesto a preparar él mismo aquello que quería, pero primero necesitaba saber qué era.
¿No estaban demasiado cerca? Sí. Tanto que podía respirar su fragancia una vez más, desestabilizándose.
Por dios, por qué he tenido que subir…
Él aflojó el agarre de sus dedos, soltando su brazo.
—¿Para qué querías el jengibre? —le preguntó suavemente. Ahora iba a resultar que su voz también causaba el mismo efecto. ¿O es que seguía soñando? ¿Estaba todavía en ese sueño? ¿Era por eso que todo en él parecía provocarla de manera inoportuna?
Y qué error cometió al alzar la mirada hacia sus ojos, pues en seguida descendió hacia sus labios, evidenciando sus deseos.
—Me he dejado el fuego encendido.
Y corrió hacia la puerta, la abrió, y salió de allí tan pronto como pudo. Aprovechó entonces para respirar. Su pecho ascendía y descendía violentamente. En su mente se recolectaron todas aquellas imágenes. Sus manos, sus dedos, la forma en la que le había sostenido el brazo…
Aún seguía tras la puerta del apartamento. Si a él se le ocurría simplemente abrir…
¿Y durante cuánto tiempo iba a estar así? ¿Acaso iba a soportarlo mucho tiempo? Ya había sentido algo similar una vez, y sabía que no podría, no aguantaría.
Cerró los ojos, se dio la vuelta y sus nudillos llamaron a la puerta.
Stephen apenas tardó en abrir. Ni siquiera se había movido, estaba completamente paralizado, sin entender qué acababa de pasar. Apenas lo estaba intentando procesar cuando la puerta sonó. Fue, la abrió y se la encontró ahí parada, mirándole con aquellos ojos celestes que le perforaban el alma. ¿Pero acaso no estaban sus pupilas demasiado dilatadas?…
—No me lo digas, se te han olvidado las llaves dentro.
Pero ella no respondió. Pareció centrarse en los ojos celestes del contrario, como si estuviera esperando el momento preciso, ese que le dictaba su cuerpo para lanzarse y actuar. Y así sucedió. En cuestión de unos segundos ella se acercó rauda hacia el hechicero besando sus labios con un ferviente deseo. Él apenas pudo corresponder aquel beso, al no esperarse que sucedería. Pero fue tal la necesidad que sintió en aquel contacto que su cuerpo reaccionó por él, correspondiéndola.
[MxgicalHands]
¿Se había fijado acaso ella alguna vez en las manos de alguien? ¿Se había fijado siquiera en las de Norman? No… Había muchas cosas de él que tenía memorizadas por sus propios antojos, pero sus manos no estaban en aquella lista. ¿Por qué entonces estaba soñando con las de Stephen Strange?
Se había fijado en cómo se movían al realizar sus hechizos. Había estado considerablemente cerca de él aquellos días e incluso lo había acompañado al Sanctum Sanctorum, casi como su pupila. Lo había ayudado y había escuchado todo cuanto tenía que contarle y explicarle. Era algo que siempre le había gustado: que alguien con conocimientos superiores la ilustrara. Se había dado cuenta entonces de que aquello no era más que un… ¿fetiche? Tal vez. Le sucedió en Oscorp, con Osborn, y ahora… Ahora parecía estar sucediéndole con Stephen Strange.
No se había dado cuenta, y no fue gracias a su inconsciencia que lo supo. A través de aquellos sueños que la despertaron agitada y con un extraño y dulce palpitar entre sus muslos. Ese cosquilleo la hizo comprender cosas que hasta el momento había pasado por alto. Y una de ellas fueron las manos del mago. Sus dedos moviéndose, sus nudillos, sus venas marcadas.
Un suspiro que dejó caer como si fuera pesado. Tan pesado como aquella sensación de dulce agonía que la estaba presionando. Parpadeó despacio. Parecía que su cuerpo se había despertado incluso antes que ella misma. ¿Cómo podía estar sintiendo todo eso si apenas podía despegar los párpados?
Tragó saliva y cometió el error de volver a cerrar los ojos, tumbándose sobre la cama.
Las imágenes del hechicero no tardaron en acudir rápidamente a su llamado. El de su cuerpo. Podía ver su sonrisa pretenciosa, esa que tanto la sacaba de quicio y que ahora se le tornaba sumamente atractiva.
¿Pero por qué?… ¿Qué había pasado?
Sin duda alguna las siestas se habían terminado.
En seguida entendió por qué le habían parecido tan atractivos aquellos dedos y el pensamiento obsceno con el que lo había rescatado su mente.
Ahora sí se levantó de golpe, como si pensar y sentir todo aquello en cierto modo la hiciera sentirse completamente culpable. Sucia. Indecente.
Se levantó y se desperezó mientras se dirigía al salón, sentándose de golpe. Sus muslos apretándose en aquella caída no ayudaron a despegar aquellos pensamientos, y estaba empezando a preocuparse de que no desaparecieran nunca más. Que se quedaran ahí, estancados hasta que…
—No.
Se dijo así misma.
—Es… un sueño. Las personas sueñan cosas que no tienen por qué significar nada. Llevas… mucho tiempo sin…
Y su ceño se frunció. Las imágenes volvieron rápidamente, como una marea que al marcharse vuelve inevitablemente.
El mar… Sí… Se sentía muy afín a cómo se sentía entre sus piernas.
Tuvo que coger el aire para soltarlo muy despacio. Pero volver a cerrar los ojos no ayudaba en absoluto. Se desquició. Detestaba no poder controlar lo que pensaba, pero es que en realidad… ni siquiera lo estaba intentando. No quería apartarlo porque le estaba resultando placentero. Un juego peligroso que terminaría quemándola. ¿Pero la había asustado a ella alguna vez el fuego?…
Procuró distraerse, pero aquello sólo duró unos minutos antes de que su mente caprichosa la antojara con un deseo. Subir al apartamento de arriba.
Llamó a la puerta barajando cuál de los pretextos era el mejor y más creíble, y para cuando Strange abrió y ella se encontró con su confuso y curioso gesto (al no esperarla allí a esas horas).
Ella se quedó con la boca abierta y una expresión de estar a punto de pedir algo. ¿Pero y los pretextos? ¿Se habían extinguido cuando le había mirado a la cara? Apretó los ojos, sintiéndose una estúpida, y finalmente dijo:
—Me he quedado sin jengibre.
Lo soltó de golpe, como si fuera algo imperdonable, como si acabara de confesar el peor de sus errores. Quedarse sin jengibre, qué barbaridad…
Stephen la contempló con una sonrisa divertida a la par que extrañada. ¿Jengibre?… Pareció pensar. Pero por suerte para ella, él era el Señor de las Pócimas, de los mejunjes, de los ungüentos y las infusiones.
No respondió, la invitó a pasar, apartándose del marco y extendiendo su brazo hacia el interior del apartamento. Esperó a que entrara y cerró tras ella la puerta.
—¿Estás bien? —le preguntó mientras le daba la espalda, dirigiéndose hacia la cocina.
Pero no… No lo estaba, y mucho menos lo estuvo cuando el aroma de su perfume se abandonó en el aire, esperando torturarla. Sus pupilas se dilataron, sus ojos se cerraron y sus labios se entreabrieron tomando un suspiro ansioso. ¿Qué le estaba pasando? ¿Desde cuando él la hacía sentir así?
¿Acaso lo había notado?… ¿Podía él sentir ese tipo de cosas?… Eso que la hacía sentir tan… ¿culpable?
—M-m-e había quedado dormida.
—¿Tú? ¿Dormida? —se miró el reloj—. Son las siete y media. Una siesta un poco larga, ¿no crees?
—Un poco —y de haberse extendido un poco más, quizá hubiera llegado a tener un orgasmo. Aquel pensamiento la hizo apartar la mirada, avergonzada. Hacía mucho, mucho tiempo que no se ponía nerviosa delante de él. Delante de nadie.
—Me alegra saber que has podido descansar. Y sin mi ayuda —alzó las cejas, como si aquello fuera lo realmente sorprendente.
Ella no pudo evitar sonreír con sorna, negando.
“Si tú supieras…”
—Pues ya ves —se encogió de hombros, soltando el aire de golpe.
Strange frunció el ceño, extrañado. La sentía rara, diferente. Como si no fuera… la misma. ¿Por qué parecía tan nerviosa?
Se acercó a ella y le entregó lo que le había pedido. Pero era inevitable no fijarse en aquel rostro angelical de mirada ligeramente abstraída. Lo hizo curvar el gesto, inclinar ligeramente su cabeza, curioso. Aguzó la mirada.
—¿Angelique? —le preguntó en un tono casi divertido, como si verla así le causara cierta gracia.
Ella pareció despertar de la ensoñación, tomando rápidamente el jengibre en su mano.
—G-gracias.
—¿De verdad estás bien?
—Sí. No me sientan bien las siestas.
—Y que lo digas… —dijo casi para sí mismo—. ¿Para qué lo necesitas? —le preguntó, refiriéndose al jengibre.
Ella lo miró, como si no le perteneciera, como si verdaderamente ni siquiera lo necesitara. No lo hacía, de hecho. Así que, su pregunta la dejó en blanco.
—¿Sabes cómo se utiliza? —decidió preguntarle Strange ante su silencio. Atreviéndose a adivinar que la respuesta era un evidente “no”.
—C-claro.
El hechicero frunció el ceño, discrepando.
—¿Quieres que te lo explique?
¿Explicárselo? ¿Y fomentar aquel fetiche?
—¡No! —respondió rápidamente—. No. S-sé cómo se usa.
—…De acuerdo… —respondió con precaución, como si sus reacciones más que sorprenderle empezaran a preocuparle.
Angelique asintió torpemente y lo rodeó para marcharse. Pero entonces él tuvo que estirar su brazo y atrapar el suyo. El primer latigazo se instaló en su vientre, descendiendo. Su corazón pareció latir entonces en todas partes, sobretodo en la que menos deseaba… Cerró los ojos, apretándolos con fuerza, avergonzada. Se giró (o más bien él la hizo girarse), y extendió su mano libre hacia ella con la palma abierta hacia arriba. Hizo un movimiento demandante con sus dedos.
Sus dedos.
Oh no… Sus dedos.
Volvió a cerrar los ojos y tragó saliva.
Le estaba pidiendo de vuelta el jengibre. ¿Por qué? Porque no se fiaba de ella, claro. Era más que evidente que no tenía ni idea de para qué se usaba eso. Ella abrió la palma de su mano y él recuperó el ingrediente. Estaba dispuesto a preparar él mismo aquello que quería, pero primero necesitaba saber qué era.
¿No estaban demasiado cerca? Sí. Tanto que podía respirar su fragancia una vez más, desestabilizándose.
Por dios, por qué he tenido que subir…
Él aflojó el agarre de sus dedos, soltando su brazo.
—¿Para qué querías el jengibre? —le preguntó suavemente. Ahora iba a resultar que su voz también causaba el mismo efecto. ¿O es que seguía soñando? ¿Estaba todavía en ese sueño? ¿Era por eso que todo en él parecía provocarla de manera inoportuna?
Y qué error cometió al alzar la mirada hacia sus ojos, pues en seguida descendió hacia sus labios, evidenciando sus deseos.
—Me he dejado el fuego encendido.
Y corrió hacia la puerta, la abrió, y salió de allí tan pronto como pudo. Aprovechó entonces para respirar. Su pecho ascendía y descendía violentamente. En su mente se recolectaron todas aquellas imágenes. Sus manos, sus dedos, la forma en la que le había sostenido el brazo…
Aún seguía tras la puerta del apartamento. Si a él se le ocurría simplemente abrir…
¿Y durante cuánto tiempo iba a estar así? ¿Acaso iba a soportarlo mucho tiempo? Ya había sentido algo similar una vez, y sabía que no podría, no aguantaría.
Cerró los ojos, se dio la vuelta y sus nudillos llamaron a la puerta.
Stephen apenas tardó en abrir. Ni siquiera se había movido, estaba completamente paralizado, sin entender qué acababa de pasar. Apenas lo estaba intentando procesar cuando la puerta sonó. Fue, la abrió y se la encontró ahí parada, mirándole con aquellos ojos celestes que le perforaban el alma. ¿Pero acaso no estaban sus pupilas demasiado dilatadas?…
—No me lo digas, se te han olvidado las llaves dentro.
Pero ella no respondió. Pareció centrarse en los ojos celestes del contrario, como si estuviera esperando el momento preciso, ese que le dictaba su cuerpo para lanzarse y actuar. Y así sucedió. En cuestión de unos segundos ella se acercó rauda hacia el hechicero besando sus labios con un ferviente deseo. Él apenas pudo corresponder aquel beso, al no esperarse que sucedería. Pero fue tal la necesidad que sintió en aquel contacto que su cuerpo reaccionó por él, correspondiéndola.