Yukine un mago común de la comunidad mágica de Witcheaven fue el escogido por las Deidades Elementales como el Mediador, quien es un ente encargado de mantener y llevar el equilibrio del mundo natural y espiritual, llevando consigo la carga de suprimir todo mal que afecte el equilibrio
  • Género Masculino
  • Raza High Human
  • Fandom OC
  • Mago
  • Soltero(a)
  • Cumpleaños 1 de enero
  • 75 Publicaciones
  • 24 Escenas
  • Se unió en junio 2024
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  • Tipo de personaje
    2D
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    mi momento mas humilde fue lanzarle un hechizo a una lagartija mítica que es inmune a la magia
    mi momento mas humilde fue lanzarle un hechizo a una lagartija mítica que es inmune a la magia 🙃
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    Como harían para derrotar a un Dios que puede manipular el tiempo, espacio y la materia a su antojo?
    Como harían para derrotar a un Dios que puede manipular el tiempo, espacio y la materia a su antojo?
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  • Capítulo Final — El Señor de las Sombras: Amo de los Elementos y la Oscuridad

    La sala final del Castillo de las Sombras se transformó en un altar de poder absoluto.
    El suelo se fracturó en placas flotantes, el aire vibraba con energía, y el cielo sobre ellos —si es que aún existía— se tornó púrpura, como si el mundo estuviera a punto de colapsar.
    El Señor de las Sombras se alzó en el centro, sin conjurar, sin hablar. Su cuerpo era una amalgama de sombra viva, pero ahora, cuatro núcleos elementales giraban a su alrededor: brasas ardientes, corrientes de agua, espirales de viento y fragmentos de roca flotante. Cada uno pulsaba con poder ancestral.
    Yukine y Lidica, apenas de pie, sintieron cómo el aire se volvía más pesado. El Amuleto del Destino temblaba. Esta vez, no era solo oscuridad. Era todo.
    El Señor de las Sombras extendió una mano, y el suelo se alzó como una ola de piedra. Columnas de obsidiana emergieron violentamente, atrapando a Lidica entre muros móviles. Yukine intentó volar con levitación, pero el campo gravitacional se duplicó. Su cuerpo cayó como plomo.
    Lidica, atrapada, fue aplastada por una presión tectónica. Sus huesos crujían. Cada intento de escape era bloqueado por muros que se regeneraban.
    Yukine, con la magia desestabilizada, intentó usar hechizos de vibración para romper las rocas, pero el Señor de las Sombras absorbía la energía y la devolvía como ondas sísmicas.
    Ambos fueron enterrados vivos por segundos. Solo el vínculo mágico entre ellos les permitió sincronizar una explosión de energía que los liberó… pero no sin heridas graves.
    El enemigo giró sobre sí mismo, y una espiral de fuego infernal se desató. No era fuego común: era fuego que quemaba recuerdos, que convertía emociones en cenizas.
    Yukine fue alcanzado por una llamarada que le arrancó parte de su túnica mágica. Su piel se agrietó, y su mente comenzó a olvidar hechizos que había memorizado desde niño.
    Lidica, envuelta en llamas, vio a su hermana arder frente a ella. El fuego no solo quemaba su cuerpo, sino que la obligaba a revivir su peor trauma.
    El Señor de las Sombras caminaba entre las llamas sin ser tocado. Cada paso provocaba explosiones. Yukine intentó conjurar una “Llama Invertida”, pero el fuego del enemigo era absoluto.
    Lidica, con los brazos quemados, logró lanzar una daga encantada que desvió una llamarada… pero cayó de rodillas, jadeando.
    El enemigo alzó ambas manos, y la sala se inundó en segundos. Corrientes de agua oscura envolvieron a los héroes, arrastrándolos a un plano líquido donde no había arriba ni abajo.
    Yukine fue sumergido en una ilusión acuática donde todos sus logros eran borrados. Veía su vida deshacerse como tinta en el agua.
    Lidica se ahogaba, no por falta de aire, sino por la presión emocional. Cada burbuja que escapaba de su boca era un recuerdo que se perdía.
    El Señor de las Sombras se convirtió en una serpiente marina de sombra líquida, atacando desde todas direcciones. Yukine logró conjurar una burbuja de aire, pero su energía estaba al límite. Lidica, con los pulmones colapsando, usó su último frasco de poción para recuperar apenas lo suficiente para moverse.
    El enemigo se elevó, y el viento se volvió cuchillas. Corrientes invisibles cortaban la piel, los músculos, incluso la magia.
    Yukine fue lanzado contra una pared por una ráfaga que rompía barreras mágicas. Su brazo izquierdo quedó inutilizado.
    Lidica intentó correr, pero el viento la desorientaba. Cada paso la llevaba a un lugar distinto. Su percepción del espacio se rompía.
    El Señor de las Sombras se multiplicó en formas aéreas, atacando con velocidad imposible. Yukine y Lidica no podían seguirle el ritmo. Cada segundo era una herida nueva. Cada intento de defensa era inútil.
    Ambos cayeron. Yukine, sangrando, con la magia casi extinguida. Lidica, con las piernas rotas, sin dagas, sin aire. El Amuleto del Destino cayó al suelo, apagado.
    El Señor de las Sombras descendió lentamente. Su voz resonó como un trueno:
    —“¿Esto es todo? ¿Esto es lo que el mundo llama esperanza?”
    Yukine intentó levantarse. Lidica extendió la mano. , pero no alcanzaba. El mundo se desmoronaba.
    Y entonces… algo se quebró.
    Dentro del pecho de Yukine, una marca que siempre había sentido como una cicatriz comenzó a arder. No era dolor físico. Era una ruptura. Un sello místico, impuesto por su maestro años atrás, se deshacía lentamente, como si el universo reconociera que ya no había otra opción.
    Yukine gritó. No por sufrimiento, sino por liberación.
    Su maestro le había dicho una vez:
    “Hay una parte de ti que no debes tocar… hasta que el mundo esté a punto de caer, pero el precio a pagar sera muy alto”
    La marca se expandió por su cuerpo, revelando runas antiguas que brillaban con luz azul oscura. No era magia convencional. Era magia de origen, una energía que no requería palabras, gestos ni concentración. Era voluntad pura, conectada directamente al tejido del mundo.
    Yukine se levantó. Su cuerpo seguía herido, pero la energía que lo envolvía lo sostenía. Sus ojos brillaban con un fulgor que no era humano. El Amuleto del Destino reaccionó, no absorbiendo su poder… sino alineándose con él.
    Lidica, aún en el suelo, sintió la presión cambiar. El aire se volvió más denso. El Señor de las Sombras se detuvo por primera vez.
    —“¿Qué… es eso?” —gruñó.
    Yukine no respondió. No podía. El poder que lo atravesaba hablaba por él.
    El Señor de las Sombras desató todo su poder: fuego, agua, viento, tierra, sombra. El mundo tembló. El cielo se rasgó. El suelo se partió.
    Yukine, guiado por el poder liberado, no esquivaba. No bloqueaba. Absorbía. Cada elemento era neutralizado por una runa que surgía espontáneamente en su piel. Cada ataque era redirigido, transformado, devuelto.
    Pero el poder tenía un precio.
    Con cada segundo, el sello se consumía. Yukine sentía su alma fragmentarse. Su cuerpo comenzaba a descomponerse por dentro. Era demasiado. Incluso para él.
    Lidica, viendo esto, usó lo que le quedaba de fuerza para canalizar su energía en el Amuleto. No para atacar. Para estabilizar a Yukine. Su vínculo no era emocional esta vez. Era técnico. Preciso. Ella se convirtió en el ancla que evitó que Yukine se desintegrara.
    Juntos, lanzaron el golpe final.
    Una onda de magia de origen, reforzada por el Amuleto y sostenida por Lidica, atravesó el núcleo del Señor de las Sombras.
    El enemigo gritó. No por dolor. Por incredulidad.
    —“¡No pueden vencerme! ¡Yo soy el fin!”
    —“Entonces este es el fin… de ti.” —respondieron juntos.
    Yukine cayó. Su cuerpo colapsó. El sello estaba roto. El poder se había ido. Lidica lo sostuvo, con lágrimas en los ojos.
    —“Lo lograste… pero casi te pierdo.” —susurró.
    El Amuleto del Destino brilló una última vez, estabilizando el entorno. El Castillo colapsó. La oscuridad retrocedió.
    Y el mundo… comenzó a sanar.
    La caída del Señor de las Sombras no fue una explosión, ni un grito final. Fue un silencio. Un vacío que se disipó lentamente, como la niebla al amanecer. El Castillo de las Sombras se desmoronó en fragmentos de obsidiana que se hundieron en la tierra, como si el mundo mismo quisiera enterrar su memoria.
    El cielo, antes teñido de púrpura y tormenta, comenzó a abrirse. No con luz intensa, sino con una claridad suave, como si el sol dudara en volver a mirar.
    El mundo no celebró. No aún. Primero, lloró.
    Yukine y Lidica fueron encontrados entre los escombros del Castillo de las Sombras por los sabios del Bosque de los Ancestros. No como guerreros invencibles, sino como sobrevivientes al borde de la muerte.
    Yukine fue llevado inconsciente al Santuario de las Aguas Silentes, donde los sabios del norte intentaron estabilizar su cuerpo. El sello roto había liberado un poder ancestral, pero también había dejado grietas profundas en su alma. Durante semanas, su magia fluctuaba sin control. A veces, su cuerpo brillaba con runas vivas. Otras, se apagaba por completo.
    Lidica, con las piernas fracturadas, quemaduras internas y una fatiga que no se curaba con pociones, fue atendida por los druidas del Valle del Viento. Su cuerpo sanaba lentamente, pero su mente seguía atrapada en los ecos de la batalla. A menudo despertaba gritando, creyendo que el Señor de las Sombras aún estaba allí.
    Ambos estaban vivos. Pero no intactos.
    Pasaron varios meses antes de que Yukine abriera los ojos. Lo primero que vio fue a Lidica dormida a su lado, con una venda en el rostro y una cicatriz nueva en el cuello. Lo primero que dijo fue:
    —“¿Ganamos?”
    Lidica despertó. No respondió. Solo lo abrazó. Y ambos lloraron. No por la victoria. Sino por todo lo que costó.
    La magia oscura que había envuelto los reinos comenzó a disiparse. Las criaturas que habían huido —dragones, espíritus del bosque, guardianes elementales— regresaron poco a poco. Las tierras malditas florecieron. Los ríos contaminados se limpiaron. Las aldeas que vivían bajo el miedo comenzaron a reconstruirse.
    los campos ardidos por el fuego se convirtieron en jardines de luz.
    los lagos recuperaron su cristalino reflejo, y los peces dorados volvieron a danzar.
    los vientos que antes cortaban ahora movían molinos que alimentaban aldeas enteras.
    las montañas fracturadas fueron talladas en monumentos a los caídos.
    Los pueblos no erigieron estatuas de Yukine y Lidica. En cambio, sembraron árboles. Porque sabían que la verdadera victoria no era recordar la guerra… sino cultivar la paz.
    Los descendientes de los Guardianes elementales se reunieron en el Círculo de la Aurora, donde juraron proteger el equilibrio y evitar que el poder se concentrara en una sola mano.
    El Amuleto del Destino fue sellado en el Templo de la Luz Silente, no como arma, sino como testigo. Solo Yukine y Lidica podían acceder a él, y ambos decidieron no volver a usarlo… a menos que el mundo volviera a olvidar lo que costó la paz.
    No regresaron a sus antiguas vidas. Yukine no volvió a su torre. Lidica no retomó la senda del combate. En cambio, caminaron juntos por los pueblos, enseñando a los niños a leer las estrellas, ayudando a los ancianos a reconstruir sus hogares, escuchando las historias de quienes sobrevivieron.
    A veces, simplemente se sentaban bajo un árbol, en silencio. Porque el silencio, después de tanto dolor, era también una forma de paz.
    —“¿Crees que esto durará?” —preguntó Lidica una tarde.
    —“No lo sé.” —respondió Yukine, mirando el cielo. —“Pero si vuelve la oscuridad… sabrá que no estamos solos.”
    Capítulo Final — El Señor de las Sombras: Amo de los Elementos y la Oscuridad La sala final del Castillo de las Sombras se transformó en un altar de poder absoluto. El suelo se fracturó en placas flotantes, el aire vibraba con energía, y el cielo sobre ellos —si es que aún existía— se tornó púrpura, como si el mundo estuviera a punto de colapsar. El Señor de las Sombras se alzó en el centro, sin conjurar, sin hablar. Su cuerpo era una amalgama de sombra viva, pero ahora, cuatro núcleos elementales giraban a su alrededor: brasas ardientes, corrientes de agua, espirales de viento y fragmentos de roca flotante. Cada uno pulsaba con poder ancestral. Yukine y Lidica, apenas de pie, sintieron cómo el aire se volvía más pesado. El Amuleto del Destino temblaba. Esta vez, no era solo oscuridad. Era todo. El Señor de las Sombras extendió una mano, y el suelo se alzó como una ola de piedra. Columnas de obsidiana emergieron violentamente, atrapando a Lidica entre muros móviles. Yukine intentó volar con levitación, pero el campo gravitacional se duplicó. Su cuerpo cayó como plomo. Lidica, atrapada, fue aplastada por una presión tectónica. Sus huesos crujían. Cada intento de escape era bloqueado por muros que se regeneraban. Yukine, con la magia desestabilizada, intentó usar hechizos de vibración para romper las rocas, pero el Señor de las Sombras absorbía la energía y la devolvía como ondas sísmicas. Ambos fueron enterrados vivos por segundos. Solo el vínculo mágico entre ellos les permitió sincronizar una explosión de energía que los liberó… pero no sin heridas graves. El enemigo giró sobre sí mismo, y una espiral de fuego infernal se desató. No era fuego común: era fuego que quemaba recuerdos, que convertía emociones en cenizas. Yukine fue alcanzado por una llamarada que le arrancó parte de su túnica mágica. Su piel se agrietó, y su mente comenzó a olvidar hechizos que había memorizado desde niño. Lidica, envuelta en llamas, vio a su hermana arder frente a ella. El fuego no solo quemaba su cuerpo, sino que la obligaba a revivir su peor trauma. El Señor de las Sombras caminaba entre las llamas sin ser tocado. Cada paso provocaba explosiones. Yukine intentó conjurar una “Llama Invertida”, pero el fuego del enemigo era absoluto. Lidica, con los brazos quemados, logró lanzar una daga encantada que desvió una llamarada… pero cayó de rodillas, jadeando. El enemigo alzó ambas manos, y la sala se inundó en segundos. Corrientes de agua oscura envolvieron a los héroes, arrastrándolos a un plano líquido donde no había arriba ni abajo. Yukine fue sumergido en una ilusión acuática donde todos sus logros eran borrados. Veía su vida deshacerse como tinta en el agua. Lidica se ahogaba, no por falta de aire, sino por la presión emocional. Cada burbuja que escapaba de su boca era un recuerdo que se perdía. El Señor de las Sombras se convirtió en una serpiente marina de sombra líquida, atacando desde todas direcciones. Yukine logró conjurar una burbuja de aire, pero su energía estaba al límite. Lidica, con los pulmones colapsando, usó su último frasco de poción para recuperar apenas lo suficiente para moverse. El enemigo se elevó, y el viento se volvió cuchillas. Corrientes invisibles cortaban la piel, los músculos, incluso la magia. Yukine fue lanzado contra una pared por una ráfaga que rompía barreras mágicas. Su brazo izquierdo quedó inutilizado. Lidica intentó correr, pero el viento la desorientaba. Cada paso la llevaba a un lugar distinto. Su percepción del espacio se rompía. El Señor de las Sombras se multiplicó en formas aéreas, atacando con velocidad imposible. Yukine y Lidica no podían seguirle el ritmo. Cada segundo era una herida nueva. Cada intento de defensa era inútil. Ambos cayeron. Yukine, sangrando, con la magia casi extinguida. Lidica, con las piernas rotas, sin dagas, sin aire. El Amuleto del Destino cayó al suelo, apagado. El Señor de las Sombras descendió lentamente. Su voz resonó como un trueno: —“¿Esto es todo? ¿Esto es lo que el mundo llama esperanza?” Yukine intentó levantarse. Lidica extendió la mano. , pero no alcanzaba. El mundo se desmoronaba. Y entonces… algo se quebró. Dentro del pecho de Yukine, una marca que siempre había sentido como una cicatriz comenzó a arder. No era dolor físico. Era una ruptura. Un sello místico, impuesto por su maestro años atrás, se deshacía lentamente, como si el universo reconociera que ya no había otra opción. Yukine gritó. No por sufrimiento, sino por liberación. Su maestro le había dicho una vez: “Hay una parte de ti que no debes tocar… hasta que el mundo esté a punto de caer, pero el precio a pagar sera muy alto” La marca se expandió por su cuerpo, revelando runas antiguas que brillaban con luz azul oscura. No era magia convencional. Era magia de origen, una energía que no requería palabras, gestos ni concentración. Era voluntad pura, conectada directamente al tejido del mundo. Yukine se levantó. Su cuerpo seguía herido, pero la energía que lo envolvía lo sostenía. Sus ojos brillaban con un fulgor que no era humano. El Amuleto del Destino reaccionó, no absorbiendo su poder… sino alineándose con él. Lidica, aún en el suelo, sintió la presión cambiar. El aire se volvió más denso. El Señor de las Sombras se detuvo por primera vez. —“¿Qué… es eso?” —gruñó. Yukine no respondió. No podía. El poder que lo atravesaba hablaba por él. El Señor de las Sombras desató todo su poder: fuego, agua, viento, tierra, sombra. El mundo tembló. El cielo se rasgó. El suelo se partió. Yukine, guiado por el poder liberado, no esquivaba. No bloqueaba. Absorbía. Cada elemento era neutralizado por una runa que surgía espontáneamente en su piel. Cada ataque era redirigido, transformado, devuelto. Pero el poder tenía un precio. Con cada segundo, el sello se consumía. Yukine sentía su alma fragmentarse. Su cuerpo comenzaba a descomponerse por dentro. Era demasiado. Incluso para él. Lidica, viendo esto, usó lo que le quedaba de fuerza para canalizar su energía en el Amuleto. No para atacar. Para estabilizar a Yukine. Su vínculo no era emocional esta vez. Era técnico. Preciso. Ella se convirtió en el ancla que evitó que Yukine se desintegrara. Juntos, lanzaron el golpe final. Una onda de magia de origen, reforzada por el Amuleto y sostenida por Lidica, atravesó el núcleo del Señor de las Sombras. El enemigo gritó. No por dolor. Por incredulidad. —“¡No pueden vencerme! ¡Yo soy el fin!” —“Entonces este es el fin… de ti.” —respondieron juntos. Yukine cayó. Su cuerpo colapsó. El sello estaba roto. El poder se había ido. Lidica lo sostuvo, con lágrimas en los ojos. —“Lo lograste… pero casi te pierdo.” —susurró. El Amuleto del Destino brilló una última vez, estabilizando el entorno. El Castillo colapsó. La oscuridad retrocedió. Y el mundo… comenzó a sanar. La caída del Señor de las Sombras no fue una explosión, ni un grito final. Fue un silencio. Un vacío que se disipó lentamente, como la niebla al amanecer. El Castillo de las Sombras se desmoronó en fragmentos de obsidiana que se hundieron en la tierra, como si el mundo mismo quisiera enterrar su memoria. El cielo, antes teñido de púrpura y tormenta, comenzó a abrirse. No con luz intensa, sino con una claridad suave, como si el sol dudara en volver a mirar. El mundo no celebró. No aún. Primero, lloró. Yukine y Lidica fueron encontrados entre los escombros del Castillo de las Sombras por los sabios del Bosque de los Ancestros. No como guerreros invencibles, sino como sobrevivientes al borde de la muerte. Yukine fue llevado inconsciente al Santuario de las Aguas Silentes, donde los sabios del norte intentaron estabilizar su cuerpo. El sello roto había liberado un poder ancestral, pero también había dejado grietas profundas en su alma. Durante semanas, su magia fluctuaba sin control. A veces, su cuerpo brillaba con runas vivas. Otras, se apagaba por completo. Lidica, con las piernas fracturadas, quemaduras internas y una fatiga que no se curaba con pociones, fue atendida por los druidas del Valle del Viento. Su cuerpo sanaba lentamente, pero su mente seguía atrapada en los ecos de la batalla. A menudo despertaba gritando, creyendo que el Señor de las Sombras aún estaba allí. Ambos estaban vivos. Pero no intactos. Pasaron varios meses antes de que Yukine abriera los ojos. Lo primero que vio fue a Lidica dormida a su lado, con una venda en el rostro y una cicatriz nueva en el cuello. Lo primero que dijo fue: —“¿Ganamos?” Lidica despertó. No respondió. Solo lo abrazó. Y ambos lloraron. No por la victoria. Sino por todo lo que costó. La magia oscura que había envuelto los reinos comenzó a disiparse. Las criaturas que habían huido —dragones, espíritus del bosque, guardianes elementales— regresaron poco a poco. Las tierras malditas florecieron. Los ríos contaminados se limpiaron. Las aldeas que vivían bajo el miedo comenzaron a reconstruirse. los campos ardidos por el fuego se convirtieron en jardines de luz. los lagos recuperaron su cristalino reflejo, y los peces dorados volvieron a danzar. los vientos que antes cortaban ahora movían molinos que alimentaban aldeas enteras. las montañas fracturadas fueron talladas en monumentos a los caídos. Los pueblos no erigieron estatuas de Yukine y Lidica. En cambio, sembraron árboles. Porque sabían que la verdadera victoria no era recordar la guerra… sino cultivar la paz. Los descendientes de los Guardianes elementales se reunieron en el Círculo de la Aurora, donde juraron proteger el equilibrio y evitar que el poder se concentrara en una sola mano. El Amuleto del Destino fue sellado en el Templo de la Luz Silente, no como arma, sino como testigo. Solo Yukine y Lidica podían acceder a él, y ambos decidieron no volver a usarlo… a menos que el mundo volviera a olvidar lo que costó la paz. No regresaron a sus antiguas vidas. Yukine no volvió a su torre. Lidica no retomó la senda del combate. En cambio, caminaron juntos por los pueblos, enseñando a los niños a leer las estrellas, ayudando a los ancianos a reconstruir sus hogares, escuchando las historias de quienes sobrevivieron. A veces, simplemente se sentaban bajo un árbol, en silencio. Porque el silencio, después de tanto dolor, era también una forma de paz. —“¿Crees que esto durará?” —preguntó Lidica una tarde. —“No lo sé.” —respondió Yukine, mirando el cielo. —“Pero si vuelve la oscuridad… sabrá que no estamos solos.”
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    Una vez termine de publicar la historia principal de Yukine y Lidica publicare una historia alterna donde los heroes han caido, pero de la oscuridad renace la esperanza:

    "El Legado

    Con el tiempo, Kael escribió un libro. No de hechizos. De memorias. Lo tituló “Crónicas del Olvido”, y en él narró la historia de Yukine y Lidica, de Sira, Tharos y Elen. No como héroes. Como personas que eligieron luchar cuando el mundo se rindió.

    El libro fue escondido en el Templo de la Luz Silente, junto al Amuleto. No para ser usado. Para ser recordado.

    Y cuando Kael desapareció, nadie lo buscó. Porque sabían que su historia… ya estaba completa."
    Una vez termine de publicar la historia principal de Yukine y Lidica publicare una historia alterna donde los heroes han caido, pero de la oscuridad renace la esperanza: "El Legado Con el tiempo, Kael escribió un libro. No de hechizos. De memorias. Lo tituló “Crónicas del Olvido”, y en él narró la historia de Yukine y Lidica, de Sira, Tharos y Elen. No como héroes. Como personas que eligieron luchar cuando el mundo se rindió. El libro fue escondido en el Templo de la Luz Silente, junto al Amuleto. No para ser usado. Para ser recordado. Y cuando Kael desapareció, nadie lo buscó. Porque sabían que su historia… ya estaba completa."
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  • La Cámara del Cuarto Guardián: Zepharion, el Arquitecto del Viento y la Percepción

    La puerta de cristal se desvaneció como humo, y Yukine y Lidica fueron absorbidos por una corriente invisible. La cámara no tenía forma. Era un espacio suspendido entre dimensiones, donde el tiempo se fragmentaba y la realidad se reescribía con cada respiración.

    En el centro, flotando como una idea sin cuerpo, apareció Zepharion, el Guardián del Aire. Su figura era un remolino de viento, luz y reflejos. No tenía rostro, pero su presencia era abrumadora.

    —“El aire no tiene límites. Tampoco los tiene la ilusión. ¿Qué queda de ustedes… cuando todo lo que creen se desvanece?”

    Zepharion alzó sus brazos, y el mundo se rompió. Yukine y Lidica fueron separados por ráfagas de viento que los lanzaron a dimensiones paralelas.

    - Yukine apareció en una versión del Castillo donde nunca se transformó. Era un mago oscuro, temido por todos, solo y vacío.

    - Lidica se vio como una asesina sin propósito, que había traicionado a Yukine por poder.

    Ambos comenzaron a luchar contra sus propias versiones. Cada golpe que recibían no solo dolía físicamente, sino que borraba fragmentos de su memoria real.
    Yukine olvidó por momentos por qué luchaba. Lidica dudó de su misión.
    Zepharion se alimentaba de esa confusión. El aire se volvía más denso, más cortante. Cada palabra que intentaban pronunciar se desvanecía antes de salir.
    Cuando Yukine intentó lanzar un hechizo de estabilización, Zepharion lo atrapó en una corriente de vacío. Su magia fue absorbida por el viento, sellada en una esfera de cristal flotante.

    —“Tu magia es inútil aquí. El viento no obedece a fórmulas.”

    Lidica, al intentar atacar con sus dagas, fue atrapada por una ráfaga que envolvió sus extremidades. Su agilidad fue anulada. Su cuerpo se volvió pesado, torpe.

    —“Tu cuerpo es solo una ilusión. Tu agilidad… es mía.”

    Ambos cayeron al suelo, sin poder usar sus habilidades. El Guardián los rodeó con corrientes que los elevaron y los lanzaron al vacío.

    Yukine y Lidica despertaron en un abismo sin fondo. No había luz, ni sonido, ni forma. Solo viento. Un viento que susurraba:

    “Ríndanse. No son nada. No tienen poder. No tienen propósito.”

    Yukine, sin magia, sintió que su transformación había sido inútil.

    Que todo lo que había hecho solo lo había alejado de sí mismo.

    Lidica, sin fuerza, sintió que su lucha no tenía sentido.
    Que su hermana había muerto por nada. Que ella misma era solo una sombra.

    Ambos cerraron los ojos. El viento los envolvía. El abismo los reclamaba.

    Justo cuando todo parecía perdido, una luz tenue apareció en sus pensamientos.

    - Yukine vio a su maestro, sonriendo, diciéndole: “Tu magia no está en tus manos. Está en tu decisión de cambiar.”

    - Lidica vio a su hermana, viva, abrazándola, susurrando: “Tu fuerza no está en tus dagas. Está en tu corazón.”

    Las visiones no eran ilusiones. Eran recuerdos puros, invulnerables al viento. Energía emocional que no podía ser manipulada.

    Yukine sintió una chispa en su pecho. No era magia convencional. Era voluntad pura.

    Lidica sintió que su cuerpo respondía no por agilidad, sino por convicción.

    Yukine y Lidica se levantaron. Sin magia. Sin armas. Solo con lo que eran.

    - Yukine canalizó su energía vital en un hechizo sin palabras, una onda de intención que rompió la esfera que sellaba su magia.

    - Lidica, con las manos desnudas, corrió entre las corrientes, guiada por el recuerdo de su hermana, y atravesó el núcleo de viento con un salto imposible.

    Zepharion gritó. No por dolor, sino por incredulidad.

    —“¡No pueden vencerme sin poder!”

    —“No te vencimos con poder.” —dijo Yukine.

    —“Te vencimos con propósito.” —respondió Lidica.

    El viento se detuvo. La cámara se deshizo. El aire volvió a ser solo aire.

    Ante ellos apareció el Amuleto del Destino, flotando en una esfera de luz. No era solo un artefacto. Era el reflejo de todo lo que habían superado.

    Yukine y Lidica, heridos, agotados, pero más unidos que nunca, lo tomaron juntos.

    —“Ahora estamos listos.” —dijo Yukine.

    —“Para enfrentar al Señor de las Sombras.” —concluyó Lidica.

    Y el castillo tembló. Porque los verdaderos héroes… habían despertado.
    La Cámara del Cuarto Guardián: Zepharion, el Arquitecto del Viento y la Percepción La puerta de cristal se desvaneció como humo, y Yukine y Lidica fueron absorbidos por una corriente invisible. La cámara no tenía forma. Era un espacio suspendido entre dimensiones, donde el tiempo se fragmentaba y la realidad se reescribía con cada respiración. En el centro, flotando como una idea sin cuerpo, apareció Zepharion, el Guardián del Aire. Su figura era un remolino de viento, luz y reflejos. No tenía rostro, pero su presencia era abrumadora. —“El aire no tiene límites. Tampoco los tiene la ilusión. ¿Qué queda de ustedes… cuando todo lo que creen se desvanece?” Zepharion alzó sus brazos, y el mundo se rompió. Yukine y Lidica fueron separados por ráfagas de viento que los lanzaron a dimensiones paralelas. - Yukine apareció en una versión del Castillo donde nunca se transformó. Era un mago oscuro, temido por todos, solo y vacío. - Lidica se vio como una asesina sin propósito, que había traicionado a Yukine por poder. Ambos comenzaron a luchar contra sus propias versiones. Cada golpe que recibían no solo dolía físicamente, sino que borraba fragmentos de su memoria real. Yukine olvidó por momentos por qué luchaba. Lidica dudó de su misión. Zepharion se alimentaba de esa confusión. El aire se volvía más denso, más cortante. Cada palabra que intentaban pronunciar se desvanecía antes de salir. Cuando Yukine intentó lanzar un hechizo de estabilización, Zepharion lo atrapó en una corriente de vacío. Su magia fue absorbida por el viento, sellada en una esfera de cristal flotante. —“Tu magia es inútil aquí. El viento no obedece a fórmulas.” Lidica, al intentar atacar con sus dagas, fue atrapada por una ráfaga que envolvió sus extremidades. Su agilidad fue anulada. Su cuerpo se volvió pesado, torpe. —“Tu cuerpo es solo una ilusión. Tu agilidad… es mía.” Ambos cayeron al suelo, sin poder usar sus habilidades. El Guardián los rodeó con corrientes que los elevaron y los lanzaron al vacío. Yukine y Lidica despertaron en un abismo sin fondo. No había luz, ni sonido, ni forma. Solo viento. Un viento que susurraba: “Ríndanse. No son nada. No tienen poder. No tienen propósito.” Yukine, sin magia, sintió que su transformación había sido inútil. Que todo lo que había hecho solo lo había alejado de sí mismo. Lidica, sin fuerza, sintió que su lucha no tenía sentido. Que su hermana había muerto por nada. Que ella misma era solo una sombra. Ambos cerraron los ojos. El viento los envolvía. El abismo los reclamaba. Justo cuando todo parecía perdido, una luz tenue apareció en sus pensamientos. - Yukine vio a su maestro, sonriendo, diciéndole: “Tu magia no está en tus manos. Está en tu decisión de cambiar.” - Lidica vio a su hermana, viva, abrazándola, susurrando: “Tu fuerza no está en tus dagas. Está en tu corazón.” Las visiones no eran ilusiones. Eran recuerdos puros, invulnerables al viento. Energía emocional que no podía ser manipulada. Yukine sintió una chispa en su pecho. No era magia convencional. Era voluntad pura. Lidica sintió que su cuerpo respondía no por agilidad, sino por convicción. Yukine y Lidica se levantaron. Sin magia. Sin armas. Solo con lo que eran. - Yukine canalizó su energía vital en un hechizo sin palabras, una onda de intención que rompió la esfera que sellaba su magia. - Lidica, con las manos desnudas, corrió entre las corrientes, guiada por el recuerdo de su hermana, y atravesó el núcleo de viento con un salto imposible. Zepharion gritó. No por dolor, sino por incredulidad. —“¡No pueden vencerme sin poder!” —“No te vencimos con poder.” —dijo Yukine. —“Te vencimos con propósito.” —respondió Lidica. El viento se detuvo. La cámara se deshizo. El aire volvió a ser solo aire. Ante ellos apareció el Amuleto del Destino, flotando en una esfera de luz. No era solo un artefacto. Era el reflejo de todo lo que habían superado. Yukine y Lidica, heridos, agotados, pero más unidos que nunca, lo tomaron juntos. —“Ahora estamos listos.” —dijo Yukine. —“Para enfrentar al Señor de las Sombras.” —concluyó Lidica. Y el castillo tembló. Porque los verdaderos héroes… habían despertado.
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  • La puerta de cristal se desvaneció como humo, y Yukine y Lidica fueron absorbidos por una corriente invisible. La cámara no tenía forma. Era un espacio suspendido entre dimensiones, donde el tiempo se fragmentaba y la realidad se reescribía con cada respiración.

    En el centro, flotando como una idea sin cuerpo, apareció Zepharion, el Guardián del Aire. Su figura era un remolino de viento, luz y reflejos. No tenía rostro, pero su presencia era abrumadora.

    —“El aire no tiene límites. Tampoco los tiene la ilusión. ¿Qué queda de ustedes… cuando todo lo que creen se desvanece?”

    La puerta de cristal se desvaneció como humo, y Yukine y Lidica fueron absorbidos por una corriente invisible. La cámara no tenía forma. Era un espacio suspendido entre dimensiones, donde el tiempo se fragmentaba y la realidad se reescribía con cada respiración. En el centro, flotando como una idea sin cuerpo, apareció Zepharion, el Guardián del Aire. Su figura era un remolino de viento, luz y reflejos. No tenía rostro, pero su presencia era abrumadora. —“El aire no tiene límites. Tampoco los tiene la ilusión. ¿Qué queda de ustedes… cuando todo lo que creen se desvanece?”
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