• Crónica del Trono Ardiente:

    “La Corona de Fuego y Sangre: Rhaenyra y el Príncipe del Alba”

    Año 111 DC, Poniente

    En la sala del Trono de Hierro, aquella pesada estructura forjada en las llamas del legendario Balerion, se sentaron dos figuras que marcaron el renacer del linaje Targaryen en tiempos oscuros y turbulentos.

    Ella, Rhaenyra Targaryen, apenas una adolescente, de mirada feroz y melancólica, portaba el peso de ser la primera mujer con derecho a reclamar el Trono de Hierro, aunque el patriarcado y las intrigas de la corte se opusieran con uñas y dientes.

    A su lado, un pequeño niño de cabello plateado y ojos violeta profundo, su hermano menor y legítimo heredero varón, Baelon II Targaryen, conocido como “El Príncipe del Alba”, descansaba con la inocencia que solo los bebés poseen, pero ya destinado a ser un rey de leyenda.

    La dupla parecía un símbolo imposible, un fuego doble que desafía las sombras del pasado y las amenazas del presente.
    Crónica del Trono Ardiente: “La Corona de Fuego y Sangre: Rhaenyra y el Príncipe del Alba” Año 111 DC, Poniente En la sala del Trono de Hierro, aquella pesada estructura forjada en las llamas del legendario Balerion, se sentaron dos figuras que marcaron el renacer del linaje Targaryen en tiempos oscuros y turbulentos. Ella, Rhaenyra Targaryen, apenas una adolescente, de mirada feroz y melancólica, portaba el peso de ser la primera mujer con derecho a reclamar el Trono de Hierro, aunque el patriarcado y las intrigas de la corte se opusieran con uñas y dientes. A su lado, un pequeño niño de cabello plateado y ojos violeta profundo, su hermano menor y legítimo heredero varón, Baelon II Targaryen, conocido como “El Príncipe del Alba”, descansaba con la inocencia que solo los bebés poseen, pero ya destinado a ser un rey de leyenda. La dupla parecía un símbolo imposible, un fuego doble que desafía las sombras del pasado y las amenazas del presente.
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  • — Madre. — Daemyra la llamó. Había estado viendo a Alicent desde la puerta durante un largo rato. — Necesito hablar contigo.

    Alicent se dió la vuelta. Su rostro serio cambió al instante de ver a su hija menor.

    ☆ — ¿Sí, cariño? — La Reina Verde miró a Daemyra con dulzura y tranquilidad. Sus manos estaban agarradas por delante de su vestido, su cabello cobrizo bien arreglado y su capa verde atada en su cuello.

    — ¿Por qué siempre tienes esa cara cuando ves a Aegon? Cómo si algo te disgustara, te molestara u odiaras. — Preguntó la joven princesa. — Conmigo no la tienes, y temo que quizá exista un favoritismo que genere odio en mi hermano.

    El mayor miedo de Daemyra era eso: ser odiada por su propia familia.
    Ella no podría soportar que su hermano más grande llegara a odiarla por culpa de las miradas de Alicent. Y mucho menos quería que el bando Verde se destruya a sí mismo.

    ☆ — No, linda. Él no te odiará. Solo lo miro así porque...bueno, sabes que él no tiene los mejores comportamientos. — Y ahí la Targaryen entendió: su madre no detestaba a su hermano, detestaba sus comportamientos mujeriegos y alcohólicos.
    — Madre. — Daemyra la llamó. Había estado viendo a Alicent desde la puerta durante un largo rato. — Necesito hablar contigo. Alicent se dió la vuelta. Su rostro serio cambió al instante de ver a su hija menor. ☆ — ¿Sí, cariño? — La Reina Verde miró a Daemyra con dulzura y tranquilidad. Sus manos estaban agarradas por delante de su vestido, su cabello cobrizo bien arreglado y su capa verde atada en su cuello. — ¿Por qué siempre tienes esa cara cuando ves a Aegon? Cómo si algo te disgustara, te molestara u odiaras. — Preguntó la joven princesa. — Conmigo no la tienes, y temo que quizá exista un favoritismo que genere odio en mi hermano. El mayor miedo de Daemyra era eso: ser odiada por su propia familia. Ella no podría soportar que su hermano más grande llegara a odiarla por culpa de las miradas de Alicent. Y mucho menos quería que el bando Verde se destruya a sí mismo. ☆ — No, linda. Él no te odiará. Solo lo miro así porque...bueno, sabes que él no tiene los mejores comportamientos. — Y ahí la Targaryen entendió: su madre no detestaba a su hermano, detestaba sus comportamientos mujeriegos y alcohólicos.
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  • Cambio de realidad.
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    ● Desembarco del Rey.
    ● 129 d.C (después de la Conquista).

    Daemyra había acabado con sus deberes reales, estaba exhausta de tantos papeles, planes de guerra y, sobre todo, conferencias con nobles.
    Llegó a su habitación y se desplomó en la cama, un suspiro pesado saliendo de sus labios. Habían pasado pocos minutos hasta que ella se quedó dormida, aún con sus ropas finas y elegantes puestas.

    ● ???
    ● ???

    A la siguiente mañana, la joven Targaryen abrió los ojos. La oscuridad en su habitación era más de la que ella recordaba, por lo que apenas podía ver sus ropas. Qué lástima, ahora tendría que mandar a planchar ese vestido.

    Decidió levantarse de la cama y estirarse, pero cuando lo hizo, algo le llamó la atención; esos no eran sus aposentos.
    Daemyra rápidamente buscó rastros de otra persona en su habitación, pero no encontró ninguno. Salió por la puerta, encontrandose con un muy pequeño comedor; éste no era su palacio, no era la Fortaleza Roja.

    El miedo comenzó a aparecer en el cuerpo de la princesa, la cual no llegaba a comprender la situación. Estaba en un lugar desconocido, que contenía cosas demasiado extrañas.

    — Por los Siete...¿Qué está pasando? — Se habló a sí misma por lo bajo.

    Finalmente, se dirigió a la segunda y última puerta que había en aquél lugar y la abrió. Pero lo que encontró no fue agradable para ella; hogares con formas extrañas, perros rondando por todas las calles, bolsas de basura.

    Daemyra se acercó a un auto, no sabiendo exactamente que era. Lo observó detalladamente, mientras comenzaba a sentir el calor del sol chocar con su pálida piel.

    Esa cosa defintiivamente no era normal para ella.

    Y ese no era su mundo.

    Cocó ⱽᴼᴺ ᴱᴿᴿᴼᴿ
    ● Desembarco del Rey. ● 129 d.C (después de la Conquista). Daemyra había acabado con sus deberes reales, estaba exhausta de tantos papeles, planes de guerra y, sobre todo, conferencias con nobles. Llegó a su habitación y se desplomó en la cama, un suspiro pesado saliendo de sus labios. Habían pasado pocos minutos hasta que ella se quedó dormida, aún con sus ropas finas y elegantes puestas. ● ??? ● ??? A la siguiente mañana, la joven Targaryen abrió los ojos. La oscuridad en su habitación era más de la que ella recordaba, por lo que apenas podía ver sus ropas. Qué lástima, ahora tendría que mandar a planchar ese vestido. Decidió levantarse de la cama y estirarse, pero cuando lo hizo, algo le llamó la atención; esos no eran sus aposentos. Daemyra rápidamente buscó rastros de otra persona en su habitación, pero no encontró ninguno. Salió por la puerta, encontrandose con un muy pequeño comedor; éste no era su palacio, no era la Fortaleza Roja. El miedo comenzó a aparecer en el cuerpo de la princesa, la cual no llegaba a comprender la situación. Estaba en un lugar desconocido, que contenía cosas demasiado extrañas. — Por los Siete...¿Qué está pasando? — Se habló a sí misma por lo bajo. Finalmente, se dirigió a la segunda y última puerta que había en aquél lugar y la abrió. Pero lo que encontró no fue agradable para ella; hogares con formas extrañas, perros rondando por todas las calles, bolsas de basura. Daemyra se acercó a un auto, no sabiendo exactamente que era. Lo observó detalladamente, mientras comenzaba a sentir el calor del sol chocar con su pálida piel. Esa cosa defintiivamente no era normal para ella. Y ese no era su mundo. [Coco_VonError]
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  • Daemyra utilizaba el color verde con orgullo.

    A pesar que desde pequeña, su color favorito había sido el rojo, ahora no podía evitar rechazarlo con asco. El rojo se mostraba demasiado del lado de los Negros, por lo cual, ella regaló todas sus prendas de aquél color a sus "amigas" nobles.

    ☆☆☆☆☆☆

    ☆ A memory ☆

    Una Daemyra de once años se encontraba junto a un Lucerys de doce.
    Ambos estaban en Dragonstone, disfrutando del tiempo libre que Alicent le había brindado a la joven princesa.

    Sus manos estaban juntas, sus dedos entrelazados.
    Las miradas que se dedicaban no eran solo de unos prometidos a futuro de forma política, más bien, de un amor sincero que no veía peligros.

    ☆ — Había extrañado pasear por la playa junto a ti, Myra. — "Myra". Así la apodaba el joven Lucerys desde que tenían memoria. — Eres una gran compañía.

    — He de poder decir lo mismo de ti, Luke. — Daemyra lo miraba con una sonrisa de oreja a oreja. Mentía si decía que ella no estaba enamorada de él, a pesar de su corta edad. — Nuestras caminatas siempre se me hicieron placenteras.

    Lucerys de repente se detuvo, soltando la mano de la pequeña Targaryen para posar la suya en la mejilla de ésta. Él dió un paso adelante, dejando sus rostros a tan solo centímetros de distancia.

    ☆ — Estás hermosa hoy. Quiero decir, siempre lo estás, pero... — Lucerys se había puesto nervioso, cosa que hizo que Daemyra suelte una corta risa. — pero hoy lo estás más.

    — Te agradezco, pero, agradecería más que te calles. — Bromeó la peliblanca. Y cuando estuvo apunto de reír, sintió los labios del adolescente Lucerys en los suyos.

    Fue un beso dulce, suave y sincero. Sus labios se movían en un compás tierno pero torpe al mismo tiempo. Pues, era el primer beso de ambos.
    Daemyra utilizaba el color verde con orgullo. A pesar que desde pequeña, su color favorito había sido el rojo, ahora no podía evitar rechazarlo con asco. El rojo se mostraba demasiado del lado de los Negros, por lo cual, ella regaló todas sus prendas de aquél color a sus "amigas" nobles. ☆☆☆☆☆☆ ☆ A memory ☆ Una Daemyra de once años se encontraba junto a un Lucerys de doce. Ambos estaban en Dragonstone, disfrutando del tiempo libre que Alicent le había brindado a la joven princesa. Sus manos estaban juntas, sus dedos entrelazados. Las miradas que se dedicaban no eran solo de unos prometidos a futuro de forma política, más bien, de un amor sincero que no veía peligros. ☆ — Había extrañado pasear por la playa junto a ti, Myra. — "Myra". Así la apodaba el joven Lucerys desde que tenían memoria. — Eres una gran compañía. — He de poder decir lo mismo de ti, Luke. — Daemyra lo miraba con una sonrisa de oreja a oreja. Mentía si decía que ella no estaba enamorada de él, a pesar de su corta edad. — Nuestras caminatas siempre se me hicieron placenteras. Lucerys de repente se detuvo, soltando la mano de la pequeña Targaryen para posar la suya en la mejilla de ésta. Él dió un paso adelante, dejando sus rostros a tan solo centímetros de distancia. ☆ — Estás hermosa hoy. Quiero decir, siempre lo estás, pero... — Lucerys se había puesto nervioso, cosa que hizo que Daemyra suelte una corta risa. — pero hoy lo estás más. — Te agradezco, pero, agradecería más que te calles. — Bromeó la peliblanca. Y cuando estuvo apunto de reír, sintió los labios del adolescente Lucerys en los suyos. Fue un beso dulce, suave y sincero. Sus labios se movían en un compás tierno pero torpe al mismo tiempo. Pues, era el primer beso de ambos.
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  • Daemyra amaba leer libros, especialmente aquellos que estaban en Alto Valyrio.

    Desde pequeña, su pasión por los libros había crecido más que el amor por los dragones.
    Sus estudios siempre fueron lo más importante para ella. Mientras sus hermanos peleaban y montaban a sus respectivos dragones, ella estudiaba junto a Helaena.

    Helaena, la segunda nacida de los cuatro hermanos, era muy cercana a Daemyra. No solo por ser mujeres, sinó porque ambas podían ser consideradas las "ovejas negras" de la dinastía Targaryen.

    Pero llegó el punto donde Vermithor la eligió.

    ☆☆☆☆☆☆

    La joven princesa tenía catorce años cuando se acercó por primera vez a las Cuevas de Dragón de Rocadragón.

    Ella fue allí a visitar a quien estaba prometida como futura esposa: Lucerys Velaryon.
    Y se encontró siguiéndolo hasta las Cuevas de Dragón. Miedo y anticipación pasaban por el cuerpo de Daemyra a medida que se metían en éstas.

    Lucerys estaba decidido a hacer que Daemyra reclame a un dragón, pero nunca esperó que ella se acerque a Vermithor. La joven Targaryen tragó en seco, sintiendose llamada por el segundo dragón más grande del mundo.

    Acercó con lentitud una mano hacia la Furia de Bronce, y notó como éste bajaba la cabeza, permitiendole tocarlo. Y así lo hizo. Posó su mano por encima de la escamosa piel del dragón, y comenzó a moverla lentamente.

    — Ao issi gevie.

    Vermithor pareció ronronear, no solo ante el tacto de Daemyra, sinó también por sus palabras.

    A partir de aquél día, el lazo de jinete-dragón entre Daemyra y Vermithor, había comenzado.
    Daemyra amaba leer libros, especialmente aquellos que estaban en Alto Valyrio. Desde pequeña, su pasión por los libros había crecido más que el amor por los dragones. Sus estudios siempre fueron lo más importante para ella. Mientras sus hermanos peleaban y montaban a sus respectivos dragones, ella estudiaba junto a Helaena. Helaena, la segunda nacida de los cuatro hermanos, era muy cercana a Daemyra. No solo por ser mujeres, sinó porque ambas podían ser consideradas las "ovejas negras" de la dinastía Targaryen. Pero llegó el punto donde Vermithor la eligió. ☆☆☆☆☆☆ La joven princesa tenía catorce años cuando se acercó por primera vez a las Cuevas de Dragón de Rocadragón. Ella fue allí a visitar a quien estaba prometida como futura esposa: Lucerys Velaryon. Y se encontró siguiéndolo hasta las Cuevas de Dragón. Miedo y anticipación pasaban por el cuerpo de Daemyra a medida que se metían en éstas. Lucerys estaba decidido a hacer que Daemyra reclame a un dragón, pero nunca esperó que ella se acerque a Vermithor. La joven Targaryen tragó en seco, sintiendose llamada por el segundo dragón más grande del mundo. Acercó con lentitud una mano hacia la Furia de Bronce, y notó como éste bajaba la cabeza, permitiendole tocarlo. Y así lo hizo. Posó su mano por encima de la escamosa piel del dragón, y comenzó a moverla lentamente. — Ao issi gevie. Vermithor pareció ronronear, no solo ante el tacto de Daemyra, sinó también por sus palabras. A partir de aquél día, el lazo de jinete-dragón entre Daemyra y Vermithor, había comenzado.
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  • Bosques reales a las afueras de Desembarco del Rey, año 113 DC.

    La mañana está bañada de rocío dorado, y los cuernos suenan como truenos celestiales anunciando un día de fuego y gloria. El joven Baelon II Targaryen, de apenas un año, viste una pequeño traje café y dorado, bordada con el dragón tricéfalo por la propia Rhaenyra, que lo lleva orgullosa sobre su pecho.

    Pero el protagonista del momento es Daemon Targaryen, el príncipe rebelde, que alza a su pequeño sobrino sobre los hombros como si alzara el futuro entero de su casa.

    —¿Lo ves, pequeño fuego? Todos estos lores vienen por ti. Pero tú, tú vendrás por el trono, —susurra Daemon, con esa sonrisa ladeada que solo se le ve cuando de verdad le importa algo.

    Baelon, con sus rizos plateados despeinados por el viento y los ojos violeta clavados en las banderas ondeando, lanza una risa de dragón en miniatura.

    Rhaenyra, de pie al lado de su tío, se permite sonreír —pocas veces lo hace así, de verdad—, porque en ese momento, el mundo es perfecto. Los Hightower están lejos, la corte se arrodilla por obligación, pero lo hace. Y lo más importante: los verdaderos Targaryen están juntos.

    La cámara de la memoria se detiene allí.
    Daemon alzando al niño.
    Rhaenyra al lado, su mano rozando la espalda de su hermano.
    Y el cielo, bañado de fuego suave, augurando un destino diferente.
    Bosques reales a las afueras de Desembarco del Rey, año 113 DC. La mañana está bañada de rocío dorado, y los cuernos suenan como truenos celestiales anunciando un día de fuego y gloria. El joven Baelon II Targaryen, de apenas un año, viste una pequeño traje café y dorado, bordada con el dragón tricéfalo por la propia Rhaenyra, que lo lleva orgullosa sobre su pecho. Pero el protagonista del momento es Daemon Targaryen, el príncipe rebelde, que alza a su pequeño sobrino sobre los hombros como si alzara el futuro entero de su casa. —¿Lo ves, pequeño fuego? Todos estos lores vienen por ti. Pero tú, tú vendrás por el trono, —susurra Daemon, con esa sonrisa ladeada que solo se le ve cuando de verdad le importa algo. Baelon, con sus rizos plateados despeinados por el viento y los ojos violeta clavados en las banderas ondeando, lanza una risa de dragón en miniatura. Rhaenyra, de pie al lado de su tío, se permite sonreír —pocas veces lo hace así, de verdad—, porque en ese momento, el mundo es perfecto. Los Hightower están lejos, la corte se arrodilla por obligación, pero lo hace. Y lo más importante: los verdaderos Targaryen están juntos. La cámara de la memoria se detiene allí. Daemon alzando al niño. Rhaenyra al lado, su mano rozando la espalda de su hermano. Y el cielo, bañado de fuego suave, augurando un destino diferente.
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  • ¡HEY, FICROLERS 3D!
    ¡Un nuevo personaje 3D viene pisando fuerte!

    Hoy damos la bienvenida a...

    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ ¡𝗕𝗮𝗲𝗹𝗼𝗻 𝗜𝗜 𝗧𝗮𝗿𝗴𝗮𝗿𝘆𝗲𝗻!
    Baelon II Targaryen camina entre las sombras del linaje más temido de Poniente. Forjado entre fuego y sangre, este Targaryen alternativo carga con el peso de un legado que arde y la ambición de reescribir su propio destino. En los salones de Rocadragón o entre las cenizas de antiguas traiciones, su mirada es la promesa de un nuevo fuego por encender.



    ¡Bienvenid@ a FicRol! Nos alegra tenerte entre nosotros y esperamos que disfrutes mucho explorando historias, creando conexiones y dando vida a tu personaje en este rincón tan creativo.

    Yo soy Caroline, tu RolSage, algo así como tu guía en el mundo de los Personajes 3D. Si tienes dudas, necesitas ayuda o simplemente quieres charlar, mis DMs están abiertos. Además, en mi fanpage encontrarás guías súper detalladas sobre el funcionamiento de FicRol. ¡Dale like para no perderte nada!

    Antes de lanzarte de lleno, te dejo algunos recursos que te pueden venir de maravilla para empezar con buen pie:

    Normas básicas del de la plataforma:
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    Guías detalladas sobre cómo funciona todo por aquí:
    https://ficrol.com/blogs/147711/ÍNDICE-DE-GUIAS-Y-MINIGUIAS

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    ¿Quieres mejorar tu escritura o narración?
    https://ficrol.com/pages/RinconEscritor


    ¡Recuerda que puedes escribirme si necesitas cualquier cosita! ¡Nos vemos en el rol!

    #RolSage3D #Personajes3D #Bienvenida3D #Comunidad3D
    ✨ ¡HEY, FICROLERS 3D! ✨ ¡Un nuevo personaje 3D viene pisando fuerte! 🎉 Hoy damos la bienvenida a... ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ ¡[Baelon_II]! Baelon II Targaryen camina entre las sombras del linaje más temido de Poniente. Forjado entre fuego y sangre, este Targaryen alternativo carga con el peso de un legado que arde y la ambición de reescribir su propio destino. En los salones de Rocadragón o entre las cenizas de antiguas traiciones, su mirada es la promesa de un nuevo fuego por encender. 👋 ¡Bienvenid@ a FicRol! Nos alegra tenerte entre nosotros y esperamos que disfrutes mucho explorando historias, creando conexiones y dando vida a tu personaje en este rincón tan creativo. 🧙‍♀️ Yo soy Caroline, tu RolSage, algo así como tu guía en el mundo de los Personajes 3D. Si tienes dudas, necesitas ayuda o simplemente quieres charlar, mis DMs están abiertos. Además, en mi fanpage encontrarás guías súper detalladas sobre el funcionamiento de FicRol. ¡Dale like para no perderte nada! 🧭 Antes de lanzarte de lleno, te dejo algunos recursos que te pueden venir de maravilla para empezar con buen pie: 📌 Normas básicas del de la plataforma: 🔗 https://ficrol.com/static/guidelines 👩‍🏫 Guías detalladas sobre cómo funciona todo por aquí: 🔗 https://ficrol.com/blogs/147711/ÍNDICE-DE-GUIAS-Y-MINIGUIAS 👥 Grupo exclusivo para Personajes 3D: 🔗 https://ficrol.com/groups/Personajes3D 📚 Directorios para encontrar personajes y fandoms afines 🔗 Directorio de Personajes 3D: https://ficrol.com/blogs/181793/DIRECTORIO-PERSONAJES-3D-Y-FANDOMS 🔗 Fandoms disponibles en FicRol: https://ficrol.com/blogs/151304/FANDOMS-PERSONAJES-3D-EN-FICROL 📝 ¿Quieres mejorar tu escritura o narración? 🔗 https://ficrol.com/pages/RinconEscritor ¡Recuerda que puedes escribirme si necesitas cualquier cosita! ¡Nos vemos en el rol! 🚀🔥 #RolSage3D #Personajes3D #Bienvenida3D #Comunidad3D
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  • ¡HEY, FICROLERS 3D!
    ¡Hoy tenemos una gran llegada de nuevos personajes 3D a la comunidad!

    Denle una cálida bienvenida a...

    ㅤㅤㅤㅤㅤ 𝐍𝐞𝐟𝐞𝐫𝐚 𝐊𝐚 𝐑𝐚

    Nefera Ka Ra, princesa egipcia y jueza de la Luna, camina entre sombras y secretos con la sabiduría de un alma antigua. Semidiosa del universo Marvel, su mirada eterna guarda misterios que ni el tiempo se atreve a tocar.


    ㅤㅤㅤㅤㅤ [fusion_lime_rhino_394]

    Skylar Knight llega envuelta en misterio, con un nombre que promete historia y carácter. Aún no ha revelado nada sobre sí misma, pero a veces, el silencio dice más que mil palabras. ¿Qué secretos esconderá detrás de ese apellido? Solo el tiempo —y el rol— lo dirán.


    ㅤㅤㅤㅤㅤ [Do.or.Die]

    Baek-hyun Moon es el tipo de hombre que domina una sala sin alzar la voz. Empresario hecho a sí mismo, elegante y calculador, se mueve entre cifras y acuerdos con la misma soltura con la que otros respiran. Su mirada es afilada, su palabra medida, y su ambición… imparable. Un humano, sí, pero con un aura que impone.


    ㅤㅤㅤㅤㅤ [Seirys_Ahai]

    Seirys Ahai es fuego vestido de carne. Bastarda nacida en las sombras de la corte, pero con sangre real ardiendo en sus venas, encontró en R’hllor la llama que la guía. Princesa sin trono, sacerdotisa con visión. En ella se cruzan los susurros del linaje Targaryen y el fulgor de una fe que no perdona. En Poniente, pocos arden como ella.



    ¡Bienvenid@s a FicRol! Nos alegra muchísimo teneros por aquí. Esta comunidad está llena de historias por descubrir, personajes con los que conectar y mucho espacio para que desarrolléis los vuestros a vuestro ritmo.



    Yo soy Caroline, vuestra RolSage, algo así como una guía en el mundo de los Personajes 3D. Si tienes dudas, necesitas ayuda o simplemente quieres charlar, mis DMs están abiertos. Además, en mi fanpage encontrarás guías súper detalladas sobre el funcionamiento de FicRol. ¡Dale like para no perderte nada!


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  • 𝑆𝑖𝑒𝑚𝑝𝑟𝑒 ℎ𝑎𝑦 𝑙𝑒𝑐𝑐𝑖𝑜𝑛𝑒𝑠 𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝑓𝑟𝑎𝑐𝑎𝑠𝑜...
    Fandom GOT
    Categoría Acción
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ... 𝑆𝑖𝑒𝑚𝑝𝑟𝑒 𝑖𝑛𝑡𝑒𝑛𝑡𝑜 𝑎𝑝𝑟𝑒𝑛𝑑𝑒𝑟 𝑑𝑒 𝑒𝑙𝑙𝑎𝑠.


    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ
    ㅤㅤㅤㅤㅤ𝕊𝕋𝔸ℝ𝕋𝔼ℝ ℙ𝔸ℝ𝔸 ㅤ✧ ㅤㅤ𝑫𝑨𝑬𝑵𝑬𝑹𝒀𝑺 𝑻𝑨𝑹𝑮𝑨𝑹𝒀𝑬𝑵
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ


    Había llegado a RocaDragon con el firme propósito de acabar con la guerra. De matar a Daenerys, y aunque después de ser capturado no era algo que hubiera admitido, por supuesto, no era estúpido, tampoco lo había negado. Y aún así había terminado, no sabía cómo, no solo sin ser devorado por aquellas increíbles bestias, si no cenando deliciosos manjares en los aposentos de la llamada Reina Dragon, teniendo una conversación podría decirse civilizada.

    Al alba tal y como había prometido la Targaryen en aquella cena tan rocambolesca, estaba caminando por la arena, mientras Bronn le esperaba en una pequeña barca que les llevaría hasta el barco, y este de vuelta a casa.

    Ambos podían dar gracias por estar vivos, aunque el gran León estaba más ocupado buscando sentido a todo aquello, convenciéndose a sí mismo que todo aquello no era más que una estratagema, buscando aquella locura que cegaba a su padre, o al menos algún tipo de indicio de ella, que agradeciendo el gesto.

    >> Su vuelta a Desembarco del Rey es tan silenciosa como su partida, y una vez allí, de nuevo al lado de Cersei le era mucho más sencillo ver las cosas con claridad, le era mucho más sencillo saber que lo único que había querido Daenerys Targaryen con su liberación era evitar la furia de su hermana, evitar un enfrentamiento para el que seguro aún no estaba preparada, a pesar de tener tres dragones, a esos salvajes de los Dothraki, a los segundos hijos y los inmaculados, además de sendas alianzas con grandes casas de Poniente…

    Claramente no era por falta de medios, era ella la que estaba preparada para todo aquello, era una cría al fin y al cabo. Y aquella misión suicida suya le había dado otra nueva perspectiva. Debían debilitarla atacando con aquellos que la apoyaban, la dejarían sola y aislada en aquella roca que ahora llamaba hogar.

    Así el ejército de los Lannister con Bronn y él mismo a la cabeza parte desde Roca Casterly hacia Alto Jardín. La casa Tyrrel a pesar del poder que le daba su extensa fortuna, atravesaba días oscuros. La pérdida de sus dos herederos había cortado las raíces de la casa de la rosa, dejándola sin futuro.
    Toman el castillo sin prácticamente resistencia, y la Reina de las Espinas encuentra una muerte mucho más dulce de la que ella le proporcionó a Joffrey.
    Los soldados, en aquella ocasión saquean todo el oro que encuentra, en lugar de pasar por la espada a los hombres de los Tyrrel.
    Con aquellos lingotes de oro podrían pagar su deuda con el Banco de Hierro, además de sobrar para aumentar la riqueza de los Lannister. La guerra era terriblemente cara.

    La comitiva que salía de Alto Jardín era grande, la caballería Lannister avanzaba despacio, mientras cada pocos metros esta estaba salpicada por un carro, fuertemente vigilado, lleno de oro, de camino a la capital, y otros tantos con viveres, granos y provisiones.
    El caballo de Bronn cargaba con un buen pedazo del pastel económico como premio y pago por sus servicios, y aunque lentos, avanzaban seguros, estaban por completo preparados para todo cuanto pudiera ocurrir…
    Jaime Lannister, cabalgaba con una suave sonrisa de triunfo, al menos hasta que un ruido parece abrir los cielos en dos, mientras que la tierra comienza a temblar.
    Las pequeñas rocas se desprenden y una cacofonía de gritos y alaridos de guerra llega hasta sus oídos mucho antes de ver la horda Dothraki que aparece tras la colina y que la desciende a una velocidad de vértigo, directa hacia ellos.

    Era de ser un necio enfrentarse a aquellos hombres en campo abierto, todos lo sabían, pero no tenían lugar en el que refugiarse, la columna era demasiado grande, y los tenían ya encima, de modo que, espoleando a su caballo, y con su espada casi automáticamente en la mano, Jaime iba y venía de un lado a otro de sus huestes gritando ordenes, preparando a sus hombres para el inevitable choque.


    f𝑜t𝑜 𝑐r𝑒a𝑑a p𝑜r Hope Mikaelson
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ... 𝑆𝑖𝑒𝑚𝑝𝑟𝑒 𝑖𝑛𝑡𝑒𝑛𝑡𝑜 𝑎𝑝𝑟𝑒𝑛𝑑𝑒𝑟 𝑑𝑒 𝑒𝑙𝑙𝑎𝑠. ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤ𝕊𝕋𝔸ℝ𝕋𝔼ℝ ℙ𝔸ℝ𝔸 [THEUNBURNT] ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ Había llegado a RocaDragon con el firme propósito de acabar con la guerra. De matar a Daenerys, y aunque después de ser capturado no era algo que hubiera admitido, por supuesto, no era estúpido, tampoco lo había negado. Y aún así había terminado, no sabía cómo, no solo sin ser devorado por aquellas increíbles bestias, si no cenando deliciosos manjares en los aposentos de la llamada Reina Dragon, teniendo una conversación podría decirse civilizada. Al alba tal y como había prometido la Targaryen en aquella cena tan rocambolesca, estaba caminando por la arena, mientras Bronn le esperaba en una pequeña barca que les llevaría hasta el barco, y este de vuelta a casa. Ambos podían dar gracias por estar vivos, aunque el gran León estaba más ocupado buscando sentido a todo aquello, convenciéndose a sí mismo que todo aquello no era más que una estratagema, buscando aquella locura que cegaba a su padre, o al menos algún tipo de indicio de ella, que agradeciendo el gesto. >> Su vuelta a Desembarco del Rey es tan silenciosa como su partida, y una vez allí, de nuevo al lado de Cersei le era mucho más sencillo ver las cosas con claridad, le era mucho más sencillo saber que lo único que había querido Daenerys Targaryen con su liberación era evitar la furia de su hermana, evitar un enfrentamiento para el que seguro aún no estaba preparada, a pesar de tener tres dragones, a esos salvajes de los Dothraki, a los segundos hijos y los inmaculados, además de sendas alianzas con grandes casas de Poniente… Claramente no era por falta de medios, era ella la que estaba preparada para todo aquello, era una cría al fin y al cabo. Y aquella misión suicida suya le había dado otra nueva perspectiva. Debían debilitarla atacando con aquellos que la apoyaban, la dejarían sola y aislada en aquella roca que ahora llamaba hogar. Así el ejército de los Lannister con Bronn y él mismo a la cabeza parte desde Roca Casterly hacia Alto Jardín. La casa Tyrrel a pesar del poder que le daba su extensa fortuna, atravesaba días oscuros. La pérdida de sus dos herederos había cortado las raíces de la casa de la rosa, dejándola sin futuro. Toman el castillo sin prácticamente resistencia, y la Reina de las Espinas encuentra una muerte mucho más dulce de la que ella le proporcionó a Joffrey. Los soldados, en aquella ocasión saquean todo el oro que encuentra, en lugar de pasar por la espada a los hombres de los Tyrrel. Con aquellos lingotes de oro podrían pagar su deuda con el Banco de Hierro, además de sobrar para aumentar la riqueza de los Lannister. La guerra era terriblemente cara. La comitiva que salía de Alto Jardín era grande, la caballería Lannister avanzaba despacio, mientras cada pocos metros esta estaba salpicada por un carro, fuertemente vigilado, lleno de oro, de camino a la capital, y otros tantos con viveres, granos y provisiones. El caballo de Bronn cargaba con un buen pedazo del pastel económico como premio y pago por sus servicios, y aunque lentos, avanzaban seguros, estaban por completo preparados para todo cuanto pudiera ocurrir… Jaime Lannister, cabalgaba con una suave sonrisa de triunfo, al menos hasta que un ruido parece abrir los cielos en dos, mientras que la tierra comienza a temblar. Las pequeñas rocas se desprenden y una cacofonía de gritos y alaridos de guerra llega hasta sus oídos mucho antes de ver la horda Dothraki que aparece tras la colina y que la desciende a una velocidad de vértigo, directa hacia ellos. Era de ser un necio enfrentarse a aquellos hombres en campo abierto, todos lo sabían, pero no tenían lugar en el que refugiarse, la columna era demasiado grande, y los tenían ya encima, de modo que, espoleando a su caballo, y con su espada casi automáticamente en la mano, Jaime iba y venía de un lado a otro de sus huestes gritando ordenes, preparando a sus hombres para el inevitable choque. f𝑜t𝑜 𝑐r𝑒a𝑑a p𝑜r [thetribrid]
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
    2 turnos 0 maullidos
  • Umbagon Vezof.
    Fandom House of the Dragon & Marvel
    Categoría Crossover
    El cielo del Norte tenía un color distinto al de Rocadragón. Más gris. Más antiguo. Más hostil. El viento era denso. Las montañas parecían más altas, los valles más helados, y el aire… el aire tenía ese sabor a soledad que solo se encuentra donde los hombres dejaron de rezar. Volar hacia su ciudad natal no era parte de sus deseos, pero Ravenna no se permitía deseos, tan solo lealtad. Su juramento con Rhaenyra la empujó hacia Invernalia.

    Erebos surcaba las alturas con elegancia. Su silueta rasgaba el cielo nocturno como una grieta viva, un dios antiguo de escamas negras, cuyo tamaño desafiaba la razón y cuya presencia silenciaba hasta el propio viento. Las alas vastas, se desplegaban con una cadencia solemne, implacable. Cada batida resonaba como un tambor en el pecho de Ravenna. Desde allí arriba, podía ver el mundo entero desde la distancia.
    Sin embargo, nada la apartaba de sus pensamientos. Ni siquiera el frío gélido del Norte.
    Su mente volvía una y otra vez a Rocadragón. A los ojos de Rhaenyra, que se deslizaban sobre ella con una ternura contenida, no dicha, como si amarle fuese peligroso. Y lo era. Lo sabían ambas. Había un mundo entero esperando destruirlas, y aún así, bastaba con una mirada para hacer temblar sus principios. Bastaba con una noche a solas para que lo inevitable se colara por las grietas.

    ¿Y qué había de Daemon?... Ah... Daemon... Esa sombra que rondaba siempre demasiado cerca. Eran aquellos ojos, aquel rostro que le recordaba a algo primario, algo que nacía oculto en su interior, una parte de su alcurnia. Del lugar del que realmente ella procedía. Y es que, al final, él formaba parte de ella ,de algún modo u otro. Tenía sangre de su sangre. Y eso... le despertaba sentimientos demasiado contradictorios.
    Ravenna había nacido bajo el fuego, pero era el hielo quien la gobernaba.

    El mundo creía que los Targaryen no eran como los demás hombres, y quizá tuvieran razón. La sangre del dragón era una promesa, una maldición, una canción susurrada en la cuna mucho antes de que el niño aprendiera a caminar. "Lo que arde, se funde. Lo que vuela, se eleva por encima del juicio de los hombres."

    Daemon. Rhaenyra.

    Ambos eran suyos y no lo eran. Uno, su tío, el fuego encarnado con la forma de un hombre impaciente y cruel. La otra, su hermana, igual de ardiente, igual de letal, aunque con una dulzura que no encajaba del todo con la armadura que la corte le había obligado a vestir.
    Con Daemon, Ravenna sentía el filo de la daga. Con Rhaenyra, la llama.
    No se había criado con ellos. No los conocía como se conoce a los hermanos, con la cercanía que ahoga el deseo y lo transforma en rutina o hastío. Se los había encontrado ya adultos, forjados por la guerra, el poder y la pérdida. Y ellos la miraban como si fuera una criatura surgida del mismo presagio que los había marcado a todos: el fin del linaje, la ruina del trono.
    Pero la sangre llamaba a la sangre.

    A veces, al volar sobre Umbra, pensaba en los labios de Rhaenyra, y en la forma en la que Daemon la miraba cuando creía que nadie lo veía. Era deseo, sí. Pero también era algo más antiguo. Algo más profundo. Como si sus cuerpos, al encontrarse, recordaran algo que su mente no alcanzaba a comprender del todo.

    La sangre Targaryen tenía su propia memoria, y susurros antiguos corrían por sus venas como un veneno dulce: Lo que está roto, se desea. Y lo que estaba perdido, se buscaba...
    Daemon Targaryen había conocido muchas mujeres. Había amado a pocas. Y respetado, quizá, a menos aún. Pero cuando sus ojos se posaron por primera vez en Ravenna, la hija bastarda del viejo Viserys algo se removió en su interior.
    No fue deseo, no al principio. O no fue tan sencillo. Fue una impresión, un presagio. Como si la viera y su sangre, esa sangre orgullosa y marchita que tantos reyes habían derramado, recordara algo que él no sabía haber olvidado.
    Ravenna no era tan solo hermosa según los cantares. Su belleza era más vieja, más salvaje. No tenía el fulgor dorado de Rhaenyra, tenía la oscuridad de la medianoche, el silencio de las criptas, la dignidad de los lugares malditos que nadie se atreve a nombrar.
    Llevaba el luto como otros llevan coronas. Y aunque vestía como una viuda o una sombra, no había nada pasivo en ella. La rigidez de sus hombros, la firmeza del mentón, los ojos helados como el cielo de Invernalia... cada parte de ella gritaba poder contenido.

    Daemon la observó con fascinación y una necesidad absurda de acercarse.

    La sangre llamaba a la sangre.

    Ella no lo buscaba. No lo deseaba. No parecía necesitar a nadie. Y eso fue lo que más lo perturbó. Que en su mirada no hubiera ni hambre ni súplica.
    Ravenna lo conocía no como Daemon el príncipe, ni como el matadragones. Lo conocía como uno reconoce el filo de su propia daga. Como quien sabe exactamente cuántas veces ha sangrado y cuántas más lo hará.

    Los dioses forjaban los lazos más terribles con el fuego y la sombra. Y los Targaryen no eran más que sus peones… que sus castigos.

    Aún recordaba el primer momento en el que lo vio...

    ...

    El salón olía a piedra húmeda, a cera derramada.
    Daemon había asistido a demasiadas reuniones como aquella: señores disputando tierras, bastardos alzando la voz como si fueran príncipes, y reyes sin corona jugando a fingir autoridad. Todo le resultaba tedioso.

    Se sirvió vino antes de que se lo ofrecieran, como siempre, y ocupó su asiento como quien ocupa un trono. La mayoría evitaba su mirada, otros lo desafiaban con fingida valentía, pero ninguno tenía el rostro que él vio cruzar el umbral aquella noche.

    La figura avanzó con paso lento, medido. Una mujer que vestía de negro como si el luto le perteneciera por derecho. Su cabello no brillaba como el oro pálido de los Velaryon, ni resplandecía con el blanco plateado que se esperaba de los descendientes de Valyria. El suyo era más oscuro, más cruel. Negro, sí. Negro como las alas de un cuervo vetusto, pero no como el de los bastardos que se escondían como ratas. No... ella era diferente... Entre aquellas sombras ondeaban mechones de un gris tan pálido como la ceniza de los huesos. Algo que no dejaba duda de su ascendencia real, el legado inequívoco.

    Daemon apoyó el codo en la mesa, ladeó apenas la cabeza y dejó que el vino rozara sus labios sin beber, observándola con fascinación. Había visto mujeres hermosas, pero ninguna lo había mirado así.
    Y la deseó como solo desean los hombres que ya lo han tenido todo.

    ...


    El Norte se extendía bajo ella como un cadáver blanco, inmenso, silencioso, congelado en su último aliento. El viento golpeaba su rostro con dedos helados, intentando arañar su piel, pero ella ya no sentía el frío como antes. Hacía años que la nieve le había dejado de parecer cruel. A veces, incluso, lo añoraba.
    En todo aquello cavilaba, cuando de pronto, el cielo se desgarró.

    Un destello. Un crujido seco, como si el firmamento se hubiese partido por la mitad. Una grieta luminosa se abrió entre las nubes, dorada y sucia, como una herida reciente. Erebos lanzó un rugido profundo, tenso, y giró en el aire. Ravenna alzó la cabeza justo a tiempo para verlo: algo descendía.
    No era estrella. No era un dragón. No era hombre. Era una sombra envuelta en fuego, cayendo. Descendía a una velocidad imposible, como si no hubiese aire, ni resistencia, ni voluntad que pudiera frenarlo.

    El impacto no fue explosivo. Fue profundo. A lo lejos, la nieve se alzó en columnas blancas, y la tierra tembló.

    Ravenna sujetó con fuerza las riendas del dragón, sus ojos clavados en el punto donde la figura había desaparecido.

    El suelo tembló incluso a kilómetros de distancia. Y ella lo sintió. El peso de ese momento en el pecho, como si la magia misma del mundo se hubiese encogido de miedo.
    Desde el aire, cuando finalmente logró alcanzar la zona del impacto, lo vio.
    Un cráter gigante, humeante. Y en su centro… una figura humana. Reposaba de lado, como si hubiese sido depositado con ternura en mitad del hielo pese a la fuerza con la que había caído. Llevaba un traje que no se correspondía con nada que conociera en este mundo. Su cuerpo parecía intacto. Inconsciente, quizás. O tal vez no.

    Erebos bufó, inquieto. La cola del dragón se agitó como un látigo y un chorro de vapor emergió de sus fauces entreabiertas. Sus ojos centellearon con una furia contenida, como si pudiese ver más allá de la carne, más allá del cráter, más allá del mundo.

    Ravenna no apartó la mirada de la figura caída y sin soltar las riendas, alzó su mano enguantada y acarició con firmeza el cuello del dragón.
    Erebos gruñó. Sus alas batieron una vez más, y luego planearon. La criatura descendió, obedeciendo.

    El viento se espesaba, cargado de aquella energía. No era magia. Era otra cosa. Algo que le erizaba el vello.
    A unos veinte pasos del cuerpo, hizo que Erebos se posara en la cima de una loma. El dragón encajó sus garras con un crujido sordo en la roca helada. Desde allí, Ravenna descendió sola, con pasos lentos, uno tras otro, como si cada pisada sobre la nieve.

    La figura seguía sin moverse.

    Ravenna se detuvo. No lo suficientemente cerca para tocarlo, pero sí para ver su rostro.


    El cielo del Norte tenía un color distinto al de Rocadragón. Más gris. Más antiguo. Más hostil. El viento era denso. Las montañas parecían más altas, los valles más helados, y el aire… el aire tenía ese sabor a soledad que solo se encuentra donde los hombres dejaron de rezar. Volar hacia su ciudad natal no era parte de sus deseos, pero Ravenna no se permitía deseos, tan solo lealtad. Su juramento con Rhaenyra la empujó hacia Invernalia. Erebos surcaba las alturas con elegancia. Su silueta rasgaba el cielo nocturno como una grieta viva, un dios antiguo de escamas negras, cuyo tamaño desafiaba la razón y cuya presencia silenciaba hasta el propio viento. Las alas vastas, se desplegaban con una cadencia solemne, implacable. Cada batida resonaba como un tambor en el pecho de Ravenna. Desde allí arriba, podía ver el mundo entero desde la distancia. Sin embargo, nada la apartaba de sus pensamientos. Ni siquiera el frío gélido del Norte. Su mente volvía una y otra vez a Rocadragón. A los ojos de Rhaenyra, que se deslizaban sobre ella con una ternura contenida, no dicha, como si amarle fuese peligroso. Y lo era. Lo sabían ambas. Había un mundo entero esperando destruirlas, y aún así, bastaba con una mirada para hacer temblar sus principios. Bastaba con una noche a solas para que lo inevitable se colara por las grietas. ¿Y qué había de Daemon?... Ah... Daemon... Esa sombra que rondaba siempre demasiado cerca. Eran aquellos ojos, aquel rostro que le recordaba a algo primario, algo que nacía oculto en su interior, una parte de su alcurnia. Del lugar del que realmente ella procedía. Y es que, al final, él formaba parte de ella ,de algún modo u otro. Tenía sangre de su sangre. Y eso... le despertaba sentimientos demasiado contradictorios. Ravenna había nacido bajo el fuego, pero era el hielo quien la gobernaba. El mundo creía que los Targaryen no eran como los demás hombres, y quizá tuvieran razón. La sangre del dragón era una promesa, una maldición, una canción susurrada en la cuna mucho antes de que el niño aprendiera a caminar. "Lo que arde, se funde. Lo que vuela, se eleva por encima del juicio de los hombres." Daemon. Rhaenyra. Ambos eran suyos y no lo eran. Uno, su tío, el fuego encarnado con la forma de un hombre impaciente y cruel. La otra, su hermana, igual de ardiente, igual de letal, aunque con una dulzura que no encajaba del todo con la armadura que la corte le había obligado a vestir. Con Daemon, Ravenna sentía el filo de la daga. Con Rhaenyra, la llama. No se había criado con ellos. No los conocía como se conoce a los hermanos, con la cercanía que ahoga el deseo y lo transforma en rutina o hastío. Se los había encontrado ya adultos, forjados por la guerra, el poder y la pérdida. Y ellos la miraban como si fuera una criatura surgida del mismo presagio que los había marcado a todos: el fin del linaje, la ruina del trono. Pero la sangre llamaba a la sangre. A veces, al volar sobre Umbra, pensaba en los labios de Rhaenyra, y en la forma en la que Daemon la miraba cuando creía que nadie lo veía. Era deseo, sí. Pero también era algo más antiguo. Algo más profundo. Como si sus cuerpos, al encontrarse, recordaran algo que su mente no alcanzaba a comprender del todo. La sangre Targaryen tenía su propia memoria, y susurros antiguos corrían por sus venas como un veneno dulce: Lo que está roto, se desea. Y lo que estaba perdido, se buscaba... Daemon Targaryen había conocido muchas mujeres. Había amado a pocas. Y respetado, quizá, a menos aún. Pero cuando sus ojos se posaron por primera vez en Ravenna, la hija bastarda del viejo Viserys algo se removió en su interior. No fue deseo, no al principio. O no fue tan sencillo. Fue una impresión, un presagio. Como si la viera y su sangre, esa sangre orgullosa y marchita que tantos reyes habían derramado, recordara algo que él no sabía haber olvidado. Ravenna no era tan solo hermosa según los cantares. Su belleza era más vieja, más salvaje. No tenía el fulgor dorado de Rhaenyra, tenía la oscuridad de la medianoche, el silencio de las criptas, la dignidad de los lugares malditos que nadie se atreve a nombrar. Llevaba el luto como otros llevan coronas. Y aunque vestía como una viuda o una sombra, no había nada pasivo en ella. La rigidez de sus hombros, la firmeza del mentón, los ojos helados como el cielo de Invernalia... cada parte de ella gritaba poder contenido. Daemon la observó con fascinación y una necesidad absurda de acercarse. La sangre llamaba a la sangre. Ella no lo buscaba. No lo deseaba. No parecía necesitar a nadie. Y eso fue lo que más lo perturbó. Que en su mirada no hubiera ni hambre ni súplica. Ravenna lo conocía no como Daemon el príncipe, ni como el matadragones. Lo conocía como uno reconoce el filo de su propia daga. Como quien sabe exactamente cuántas veces ha sangrado y cuántas más lo hará. Los dioses forjaban los lazos más terribles con el fuego y la sombra. Y los Targaryen no eran más que sus peones… que sus castigos. Aún recordaba el primer momento en el que lo vio... ... El salón olía a piedra húmeda, a cera derramada. Daemon había asistido a demasiadas reuniones como aquella: señores disputando tierras, bastardos alzando la voz como si fueran príncipes, y reyes sin corona jugando a fingir autoridad. Todo le resultaba tedioso. Se sirvió vino antes de que se lo ofrecieran, como siempre, y ocupó su asiento como quien ocupa un trono. La mayoría evitaba su mirada, otros lo desafiaban con fingida valentía, pero ninguno tenía el rostro que él vio cruzar el umbral aquella noche. La figura avanzó con paso lento, medido. Una mujer que vestía de negro como si el luto le perteneciera por derecho. Su cabello no brillaba como el oro pálido de los Velaryon, ni resplandecía con el blanco plateado que se esperaba de los descendientes de Valyria. El suyo era más oscuro, más cruel. Negro, sí. Negro como las alas de un cuervo vetusto, pero no como el de los bastardos que se escondían como ratas. No... ella era diferente... Entre aquellas sombras ondeaban mechones de un gris tan pálido como la ceniza de los huesos. Algo que no dejaba duda de su ascendencia real, el legado inequívoco. Daemon apoyó el codo en la mesa, ladeó apenas la cabeza y dejó que el vino rozara sus labios sin beber, observándola con fascinación. Había visto mujeres hermosas, pero ninguna lo había mirado así. Y la deseó como solo desean los hombres que ya lo han tenido todo. ... El Norte se extendía bajo ella como un cadáver blanco, inmenso, silencioso, congelado en su último aliento. El viento golpeaba su rostro con dedos helados, intentando arañar su piel, pero ella ya no sentía el frío como antes. Hacía años que la nieve le había dejado de parecer cruel. A veces, incluso, lo añoraba. En todo aquello cavilaba, cuando de pronto, el cielo se desgarró. Un destello. Un crujido seco, como si el firmamento se hubiese partido por la mitad. Una grieta luminosa se abrió entre las nubes, dorada y sucia, como una herida reciente. Erebos lanzó un rugido profundo, tenso, y giró en el aire. Ravenna alzó la cabeza justo a tiempo para verlo: algo descendía. No era estrella. No era un dragón. No era hombre. Era una sombra envuelta en fuego, cayendo. Descendía a una velocidad imposible, como si no hubiese aire, ni resistencia, ni voluntad que pudiera frenarlo. El impacto no fue explosivo. Fue profundo. A lo lejos, la nieve se alzó en columnas blancas, y la tierra tembló. Ravenna sujetó con fuerza las riendas del dragón, sus ojos clavados en el punto donde la figura había desaparecido. El suelo tembló incluso a kilómetros de distancia. Y ella lo sintió. El peso de ese momento en el pecho, como si la magia misma del mundo se hubiese encogido de miedo. Desde el aire, cuando finalmente logró alcanzar la zona del impacto, lo vio. Un cráter gigante, humeante. Y en su centro… una figura humana. Reposaba de lado, como si hubiese sido depositado con ternura en mitad del hielo pese a la fuerza con la que había caído. Llevaba un traje que no se correspondía con nada que conociera en este mundo. Su cuerpo parecía intacto. Inconsciente, quizás. O tal vez no. Erebos bufó, inquieto. La cola del dragón se agitó como un látigo y un chorro de vapor emergió de sus fauces entreabiertas. Sus ojos centellearon con una furia contenida, como si pudiese ver más allá de la carne, más allá del cráter, más allá del mundo. Ravenna no apartó la mirada de la figura caída y sin soltar las riendas, alzó su mano enguantada y acarició con firmeza el cuello del dragón. Erebos gruñó. Sus alas batieron una vez más, y luego planearon. La criatura descendió, obedeciendo. El viento se espesaba, cargado de aquella energía. No era magia. Era otra cosa. Algo que le erizaba el vello. A unos veinte pasos del cuerpo, hizo que Erebos se posara en la cima de una loma. El dragón encajó sus garras con un crujido sordo en la roca helada. Desde allí, Ravenna descendió sola, con pasos lentos, uno tras otro, como si cada pisada sobre la nieve. La figura seguía sin moverse. Ravenna se detuvo. No lo suficientemente cerca para tocarlo, pero sí para ver su rostro.
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