• -Ya es de noche, el momento perfecto para comenzar su "diversión". Las personas duermen, teniendo sueños placenteros y agradables... Qué repugnancia le hace sentir... Mejor que todos tengan pesadillas... Una pesadilla larga y eterna... De la que no puedan salir-
    -Ya es de noche, el momento perfecto para comenzar su "diversión". Las personas duermen, teniendo sueños placenteros y agradables... Qué repugnancia le hace sentir... Mejor que todos tengan pesadillas... Una pesadilla larga y eterna... De la que no puedan salir-
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  • Los mejores momentos que puedes tener en tu presente, es el ser agradecido.
    Gracias por seguir aquí, existiendo. Por estar aquí, luchando, por estar aquí, dando todo de ti.
    Gracias por esta noche maravillosa.
    Qué tu viaje te llene de paz, que mañana sea un día especial, que tus sueños sean tan buenos como tú, hasta que despiertes con una sonrisa y que nadie pueda hacerla desvanecer.
    Los mejores momentos que puedes tener en tu presente, es el ser agradecido. Gracias por seguir aquí, existiendo. Por estar aquí, luchando, por estar aquí, dando todo de ti. Gracias por esta noche maravillosa. Qué tu viaje te llene de paz, que mañana sea un día especial, que tus sueños sean tan buenos como tú, hasta que despiertes con una sonrisa y que nadie pueda hacerla desvanecer.
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  • "Esta rosa del desierto llama a la lluvia. Quién venera su presencia; acude como un condenado a sus melodías. Cada uno de los pasos que lo acercan a mí es una llamada de paraísos primigenios pese a que desconozco si lograré encontrarlo entre mis brazos para siempre. Aún perdura su estampa en este corazón que arrastra todas mis ilusiones. Mis huellas a ópera silente; porque no hay espíritu que lo pueda invocar y traerlo hasta mí".

    Sus palabras susurran delineados a sol de invierno y nieve de verano. La habitación produce que su corazón latiera y lagrimeara, sin derramar una lágrima alguna. Reparte una caricia entre los barrotes; la jaula no está oxidada pero reposa en matiz bronce. Ahí perduran sus memorias. El cofre en que las ha sepultado resuena música. Melodías que silban una La crecida, que delinean un Re escrito con hilares de lana. Las Mi que hechizan los dedos que tocan sus hoscos rostros; esos revestidos con vidrioso orégano y laureles circunspectos. Delimita una forma de prestarle los ojos de sus manos. Vislumbra las alineaciones de los astros que pecan de inocentes.

    El abrigo de sus rezos calma los sollozos del genuino imberbe con aroma a condenado; él matiza la arena con la que le calienta los pies. El orgullo de sus crímenes, signos de bosques y triadas de metal, esos que esgrimen una venía a sus denarios de dientes de leche y huesos de cimitarras; pigmentados con tinta indeleble para siempre en un pozo de ríos de paraísos sin final.

    Él presta a callar sus sentires; él imprime sus huellas dactilares en un esbozo que musita un esgrimido de hazañas y recodos de piedras en el centro de su vesícula. Tiene hambre y viste de espejismos y cayenas. Ofrece café de uvas; pastel de zanahorias y ciruelas pasas que pastan con el rencor de las palabras mudas que se elevan, se elevan, se elevan con el futuro de los céfiros y el humo de adviento que hace el Amor con sus delicadas promesas.

    Él abre la jaula. No persiste el juicio que lo condenó a vagar en la realidad sin siquiera moverse. Sus dedos se mueven, tejen un lagrimeo de lilas y árboles de lima. Las naranjas que crecen en su interior, que pare de vez en vez, de vez en vez, de vez en vez retienen los rostros infantiles de sus vástagos. Edifican pilares, consciencia con aroma a popurrí. Seda de huesos de besos. Desde el secuestro escriben una historia interminable; venenos y antídotos han trinado y sesgado a sus dominios; derrite a la razón de sus suspiros. Retira la sentencia en las nocturnas haladas que pregonan juntos; cada vez que abren las alas. Cada vez que fotografía su anatomía y la borda en el centro de su ombligo.

    Cada tanto que cuenta el tiempo que anda y, con anhelantes rezos, describe a la fantasía justo a su sangre y altares. A él acude cada vez que se equivoca en las lecciones. A él confiesa sus dolencias; la magia punza y retiene lo poco de cordura que les queda. Comparten el lecho de plumas y piojos de ganso. Sobre ellos crecen flores cristalinas; la fiereza de sus voces al llamarse sin palabras hiere a sus engaños. Jamás se abandonarán el uno al otro, el otro al uno, el uno al dos.

    Ambos son prisioneros y verdugos de su Amor, melodía decorosa que viste a la tumba de sus hilos rojos del Destino y muñecas con aroma a Sol. El otoño crece entre sus ramas: un firmamento anhelante de sal de mar. Un sueño que repite su ciclo de principio a fin con vestigios de cisnes y cigüeñas hechas de tejidos de papel. Hiela una brizna y recita la buena nueva de su historia en estos aquí y estos ahora.

    Amor y dolor. Duermen y sueñan con ellos mismos; sueños de dulces cunas. Se anhelan, se quieren, con etéreo valor. Se anhelan, se quieren, con etéreo valor. Se anhelan, se quieren, con etéreo valor. Un lamento de sus ecos alcanza a rasgar el silencio que escuda sus penas que aguardan ante como monolitos colgantes de pies descalzos; ellos se abrazan, aún en la distancia. Ellos hacen el Amor siempre entre desnudadas pérdidas y reencuentros de crueldades magnánimas, tan sólo son dos soñadores radicales que se anhelan; tan sólo el firmamento y el mar que se llaman entre los bordes del tiempo. Están ahí, y se desmoronan, similares a un leve susurro; a un encanto. Un sagrado sueño que los unifica y en el que se buscan sin siquiera conocer sus nombres verdaderos.


    "Esta rosa del desierto llama a la lluvia. Quién venera su presencia; acude como un condenado a sus melodías. Cada uno de los pasos que lo acercan a mí es una llamada de paraísos primigenios pese a que desconozco si lograré encontrarlo entre mis brazos para siempre. Aún perdura su estampa en este corazón que arrastra todas mis ilusiones. Mis huellas a ópera silente; porque no hay espíritu que lo pueda invocar y traerlo hasta mí". Sus palabras susurran delineados a sol de invierno y nieve de verano. La habitación produce que su corazón latiera y lagrimeara, sin derramar una lágrima alguna. Reparte una caricia entre los barrotes; la jaula no está oxidada pero reposa en matiz bronce. Ahí perduran sus memorias. El cofre en que las ha sepultado resuena música. Melodías que silban una La crecida, que delinean un Re escrito con hilares de lana. Las Mi que hechizan los dedos que tocan sus hoscos rostros; esos revestidos con vidrioso orégano y laureles circunspectos. Delimita una forma de prestarle los ojos de sus manos. Vislumbra las alineaciones de los astros que pecan de inocentes. El abrigo de sus rezos calma los sollozos del genuino imberbe con aroma a condenado; él matiza la arena con la que le calienta los pies. El orgullo de sus crímenes, signos de bosques y triadas de metal, esos que esgrimen una venía a sus denarios de dientes de leche y huesos de cimitarras; pigmentados con tinta indeleble para siempre en un pozo de ríos de paraísos sin final. Él presta a callar sus sentires; él imprime sus huellas dactilares en un esbozo que musita un esgrimido de hazañas y recodos de piedras en el centro de su vesícula. Tiene hambre y viste de espejismos y cayenas. Ofrece café de uvas; pastel de zanahorias y ciruelas pasas que pastan con el rencor de las palabras mudas que se elevan, se elevan, se elevan con el futuro de los céfiros y el humo de adviento que hace el Amor con sus delicadas promesas. Él abre la jaula. No persiste el juicio que lo condenó a vagar en la realidad sin siquiera moverse. Sus dedos se mueven, tejen un lagrimeo de lilas y árboles de lima. Las naranjas que crecen en su interior, que pare de vez en vez, de vez en vez, de vez en vez retienen los rostros infantiles de sus vástagos. Edifican pilares, consciencia con aroma a popurrí. Seda de huesos de besos. Desde el secuestro escriben una historia interminable; venenos y antídotos han trinado y sesgado a sus dominios; derrite a la razón de sus suspiros. Retira la sentencia en las nocturnas haladas que pregonan juntos; cada vez que abren las alas. Cada vez que fotografía su anatomía y la borda en el centro de su ombligo. Cada tanto que cuenta el tiempo que anda y, con anhelantes rezos, describe a la fantasía justo a su sangre y altares. A él acude cada vez que se equivoca en las lecciones. A él confiesa sus dolencias; la magia punza y retiene lo poco de cordura que les queda. Comparten el lecho de plumas y piojos de ganso. Sobre ellos crecen flores cristalinas; la fiereza de sus voces al llamarse sin palabras hiere a sus engaños. Jamás se abandonarán el uno al otro, el otro al uno, el uno al dos. Ambos son prisioneros y verdugos de su Amor, melodía decorosa que viste a la tumba de sus hilos rojos del Destino y muñecas con aroma a Sol. El otoño crece entre sus ramas: un firmamento anhelante de sal de mar. Un sueño que repite su ciclo de principio a fin con vestigios de cisnes y cigüeñas hechas de tejidos de papel. Hiela una brizna y recita la buena nueva de su historia en estos aquí y estos ahora. Amor y dolor. Duermen y sueñan con ellos mismos; sueños de dulces cunas. Se anhelan, se quieren, con etéreo valor. Se anhelan, se quieren, con etéreo valor. Se anhelan, se quieren, con etéreo valor. Un lamento de sus ecos alcanza a rasgar el silencio que escuda sus penas que aguardan ante como monolitos colgantes de pies descalzos; ellos se abrazan, aún en la distancia. Ellos hacen el Amor siempre entre desnudadas pérdidas y reencuentros de crueldades magnánimas, tan sólo son dos soñadores radicales que se anhelan; tan sólo el firmamento y el mar que se llaman entre los bordes del tiempo. Están ahí, y se desmoronan, similares a un leve susurro; a un encanto. Un sagrado sueño que los unifica y en el que se buscan sin siquiera conocer sus nombres verdaderos.
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  • el dragón aparece donde se encontraba Sebastián Michaelis
    cuando siempre era al revés..

    se presentaría con una fría neblina, pero tenue
    flotando en el aire mirando al demonio con una mirada
    fría con la diestra abierta sin ofrecerle que fuese tomada
    comenzando a cantar...

    Levanto mis manos hacia el Sol
    Intento encontrar un corazón
    Que llene el vació de la soledad
    Que llevo dentro
    Limpie mis pecados en el mar
    Deje tu promesa de cambiar
    No quiero olvidar mis sueños
    Y seguir sintiendo miedo
    No quiero volver a perder
    La esperanza de volverte a ver
    Mire al futuro sin dudar!
    Lo que venga me da igual
    El hielo no podrá apagar!
    Lo que yo te pude amar
    No queda nada más
    Solo la historia sin final
    Y mostrarte en esos versos
    Lo que yo te pude amar
    La ira se aferra a mi interior
    Y pienso momentos que se van
    Que dejan historias rotas
    Y el dolor de la impotencia
    El día más oscuro ya está aquí
    Perdido en otra realidad
    Sintiéndome tan solo que me estoy
    Desvaneciendo
    Me duele tanto comprender
    Que nada será como ayer
    No quiero volver a perder
    La esperanza de volverte a ver
    La esperanza de volverte a ver!
    Me duele tanto comprender
    Que nada será como ayer
    No quiero volver a perder
    La esperanza de volverte a ver
    Volverte a ver!
    Mire al futuro sin dudar!
    Lo que venga me da igual
    El hielo no podrá apagar!
    Lo que yo te pude amar
    No queda nada más
    Solo la historia sin final
    Y mostrarte en esos versos
    Lo que yo te pude amar

    https://www.youtube.com/watch?v=Sa_cYEFGn9c



    el dragón aparece donde se encontraba [Michaelis] cuando siempre era al revés.. se presentaría con una fría neblina, pero tenue flotando en el aire mirando al demonio con una mirada fría con la diestra abierta sin ofrecerle que fuese tomada comenzando a cantar... Levanto mis manos hacia el Sol Intento encontrar un corazón Que llene el vació de la soledad Que llevo dentro Limpie mis pecados en el mar Deje tu promesa de cambiar No quiero olvidar mis sueños Y seguir sintiendo miedo No quiero volver a perder La esperanza de volverte a ver Mire al futuro sin dudar! Lo que venga me da igual El hielo no podrá apagar! Lo que yo te pude amar No queda nada más Solo la historia sin final Y mostrarte en esos versos Lo que yo te pude amar La ira se aferra a mi interior Y pienso momentos que se van Que dejan historias rotas Y el dolor de la impotencia El día más oscuro ya está aquí Perdido en otra realidad Sintiéndome tan solo que me estoy Desvaneciendo Me duele tanto comprender Que nada será como ayer No quiero volver a perder La esperanza de volverte a ver La esperanza de volverte a ver! Me duele tanto comprender Que nada será como ayer No quiero volver a perder La esperanza de volverte a ver Volverte a ver! Mire al futuro sin dudar! Lo que venga me da igual El hielo no podrá apagar! Lo que yo te pude amar No queda nada más Solo la historia sin final Y mostrarte en esos versos Lo que yo te pude amar https://www.youtube.com/watch?v=Sa_cYEFGn9c
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  • Escuché yo la multitud de corazones y en sus canciones conquisté muchas estrellas y muchos mundos destruí, porque quería y podía y porque soy el juicio el que acaba y comienza, de los placeres que fueron abracé muchas flores, hice jardín precioso como ningún otro, su belleza adorna el cementerio de sueños que debí sepultar, por orgullo y gloria, hasta que la vida nos alcance .
    Escuché yo la multitud de corazones y en sus canciones conquisté muchas estrellas y muchos mundos destruí, porque quería y podía y porque soy el juicio el que acaba y comienza, de los placeres que fueron abracé muchas flores, hice jardín precioso como ningún otro, su belleza adorna el cementerio de sueños que debí sepultar, por orgullo y gloria, hasta que la vida nos alcance .
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  • El Primer Día en Hogwarts: La Selección de Anlhein

    El Gran Comedor estaba iluminado por la luz de las velas flotantes y el techo encantado reflejaba un cielo estrellado. Los estudiantes de primer año, nerviosos y emocionados, estaban alineados frente al estrado donde el Sombrero Seleccionador descansaba. El bullicio de los estudiantes de las casas mayores se había calmado, y el ambiente estaba cargado de expectación.

    La Profesora McGonagall, con su rígida postura y sus gafas de montura recta, avanzó al estrado. Con un movimiento elegante y autoritario, levantó su varita y el Sombrero Seleccionador se colocó sobre el taburete. McGonagall, con su voz clara y firme, comenzó a llamar los nombres de los estudiantes.

    —Petro, Anlhein.

    El nombre resonó en el Gran Comedor y todos los ojos se volvieron hacia Anlhein. Con el corazón latiéndole en el pecho, Anlhein avanzó hacia el taburete, sintiendo el peso de la expectación de sus compañeros de clase y el murmullo de las casas. Se sentó en el taburete, sintiendo el frío del sombrero sobre su cabeza mientras el Sombrero Seleccionador se ajustaba a su nuevo portador.

    El sombrero parecía susurrar en su mente, y Anlhein trató de concentrarse en sus pensamientos más profundos, sabiendo que esta elección podría definir su futuro. Pensó en sus sueños y en sus ambiciones, esperando que el sombrero captara su verdadero yo. El Gran Comedor estaba en silencio, observando cada movimiento mientras el sombrero se desplazaba ligeramente sobre su cabeza.

    Finalmente, el sombrero se quedó en silencio y Anlhein sintió un alivio cuando el sombrero empezó a hablar en voz alta.

    —¡Slytherin!
    El Primer Día en Hogwarts: La Selección de Anlhein El Gran Comedor estaba iluminado por la luz de las velas flotantes y el techo encantado reflejaba un cielo estrellado. Los estudiantes de primer año, nerviosos y emocionados, estaban alineados frente al estrado donde el Sombrero Seleccionador descansaba. El bullicio de los estudiantes de las casas mayores se había calmado, y el ambiente estaba cargado de expectación. La Profesora McGonagall, con su rígida postura y sus gafas de montura recta, avanzó al estrado. Con un movimiento elegante y autoritario, levantó su varita y el Sombrero Seleccionador se colocó sobre el taburete. McGonagall, con su voz clara y firme, comenzó a llamar los nombres de los estudiantes. —Petro, Anlhein. El nombre resonó en el Gran Comedor y todos los ojos se volvieron hacia Anlhein. Con el corazón latiéndole en el pecho, Anlhein avanzó hacia el taburete, sintiendo el peso de la expectación de sus compañeros de clase y el murmullo de las casas. Se sentó en el taburete, sintiendo el frío del sombrero sobre su cabeza mientras el Sombrero Seleccionador se ajustaba a su nuevo portador. El sombrero parecía susurrar en su mente, y Anlhein trató de concentrarse en sus pensamientos más profundos, sabiendo que esta elección podría definir su futuro. Pensó en sus sueños y en sus ambiciones, esperando que el sombrero captara su verdadero yo. El Gran Comedor estaba en silencio, observando cada movimiento mientras el sombrero se desplazaba ligeramente sobre su cabeza. Finalmente, el sombrero se quedó en silencio y Anlhein sintió un alivio cuando el sombrero empezó a hablar en voz alta. —¡Slytherin!
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  • La aproximación de las doncellas de hierro, ya perdidas ante las ofrendas que punzan por invocarla, antes de lo esperado, arropan la magnificada ingenuidad de mi principescas musas. Sesgo con el cincel los roces descarados de los astros en sus ojos y abrazo la vastedad de sus setecientas extremidades. Pulso la primera cuerda y, él o ella o ellos, retocan mis hebras con la nieve del atardecer y amanecer que hacen el Amor como uno, como nadas y ahora, frente a mí presencia. Entrecejos de los orbes que habitan. Los orbes que derribo cada vez que me levanto, cegado por el alcohol que no abandona el inmaculado semblante de mi existencia.

    Vierto el contenido de la botella dentro de nueve bocas; relamo con mis trece lenguas el líquido amarillento con aroma a zanahoria recién horneada, y, visto el sabor con el picor de un nuevo ingrediente con el que nutro lo poco que me queda de alimento. He existido en este espacio por siglos; aguardo su llegada desde mi nacimiento. Es momento del despertar de sus tonadas, pero, para mi mala suerte, ellos aún no despiertan. No han madurado; para mí no. Su duermevela ahorca a mis augurios y los venera, en sí mismos, con silbidos del averno que trago como un parajillo en vilo raso.

    Mis dedos pulsan las cuerdas de sus divinidades, esas que caen del firmamento de vigilia acuosa, esa desde la que el espectro de la música manifiesta sus abismos. El todo resuena con ilusiones de voluntades; insisten con enterrarme con la vida que eligieron para mí. Desde el principio, desde el fin.

    Su carne pastosa es una crudeza del olvido que ellos mismos parieron, esos imperios que extraviaron, como un crío pierde, al nacer, su inevitable cordón umbilical. La voz de sus huesos modula música. La voz de sus huesos modula música. La voz de sus huesos modula música. Escucho la música con el terror unificado a la dulzura de lo sagrado de su perpetua inocencia. Apuro el cruce de mis dedos, y descruzo sus entrañas con las pinzas y el cincel con el que escribo, sobre sus pieles de mármol, pintado de esperanzas. Para mí, retienen lo endiosado de sus entes en la lumbre de las palabras que no habitan en mí.

    Convidan una venia ante el altar; con el que arrojo de un puñado de sal y de monedas. Presencian mi danza sin escrúpulos, mi cintura, mi vientre se agita. Se agita, se agita, se agita ante la majestad de los antiguos. La distancia no es un problema. No persiste la distancia entre nuestras fronteras. Somos uno mismo, porque, para mí, soy su principal protagonista. La piel que cuelga desde los monolitos en los que colgué a mi tribu, me insta a parlar con la armonía de una benevolente tragedia. Soy un pañuelo de lágrimas. Soy un pañuelo de lágrimas. Soy un pañuelo de lágrimas. Mis lágrimas bañan con transparencia a todas sus monstruosidades.

    Ellos viven. Ellos me llaman. Ellos no envidian otras vidas. Son uno conmigo.
    Ellos viven. Ellos me llaman. Ellos no envidian otras vidas. Son uno conmigo.
    Ellos viven. Ellos me llaman. Ellos no envidian otras vidas. Son uno conmigo.
    Ellos viven. Ellos me llaman. Ellos no envidian otras vidas. Son uno conmigo.
    Ellos viven. Ellos me llaman. Ellos no envidian otras vidas. Son uno conmigo.

    Soy su hijo. El Elegido. El Profeta. El Loco. Soy una Rosa del Desierto que crece, para siempre de los siempre agradecido, en los mismísimos abismos que perduran desde lo sombreado de sus deseos. En cada una de mis encarnaciones riego la concentración de mis simientes sobre las superficies fértiles, en las que siembro de vez en vez, de vez en vez, de vez en vez, las virtudes que requieren. Ellos son mis sueños y mis pesadillas hechos regalo. El despertar de sus corazones cabalga ya, asomado en lo más álgido como preseas; derrama diversos riachuelos ante sus candores y dunas; promueven el cambio.

    Pulso sus huesos; renazco en la música. Percibo la sinfonía del ramaje de sus corazones. Los insólitos parlan con ecos de ensordecedores silencios. Revisten mi existencia con sus susurros de alba risueña, sus siseos de mar de acuarelas; su ternura nocturna me estremece. Ellos son sólo bestias de cuentos de hadas, mucho tiempo atrás despierta con la ópera de una música prohibida. Conocidos como instrumentos de inescrupulosas bestias. Mis niños. Mi orgulloso edén. Mis hijos. Mis Conquistadores de los Para Siempre.

    Predico una oración.
    Ellos transmiten una endiosada respuesta.
    Predico una oración.
    No perdura mi voz.
    Predico una oración.
    Ellos transmiten una endiosada respuesta.
    Predico una oración.
    No perdura mi voz.
    Predico una oración.

    Todos ellos son un espectáculo desgraciado de existencia; a través de ellos el todo y la nada misma se marchita con ilustre presciencia e historia de etéreos amores, y, renace en una aún colorida dolencia edificada, como otro pensamiento, como otro astro. Como otro yo. El veneno de un yoísmo que se pierde, en una herida de lo más profundo de un misterio. Un enigma de primigenia majestad. Ellos y tan sólo ellos son producto de memorias de deslucidas víctimas de una guerra santa. Esa perforada en la imaginación del alevoso Destino.
    La aproximación de las doncellas de hierro, ya perdidas ante las ofrendas que punzan por invocarla, antes de lo esperado, arropan la magnificada ingenuidad de mi principescas musas. Sesgo con el cincel los roces descarados de los astros en sus ojos y abrazo la vastedad de sus setecientas extremidades. Pulso la primera cuerda y, él o ella o ellos, retocan mis hebras con la nieve del atardecer y amanecer que hacen el Amor como uno, como nadas y ahora, frente a mí presencia. Entrecejos de los orbes que habitan. Los orbes que derribo cada vez que me levanto, cegado por el alcohol que no abandona el inmaculado semblante de mi existencia. Vierto el contenido de la botella dentro de nueve bocas; relamo con mis trece lenguas el líquido amarillento con aroma a zanahoria recién horneada, y, visto el sabor con el picor de un nuevo ingrediente con el que nutro lo poco que me queda de alimento. He existido en este espacio por siglos; aguardo su llegada desde mi nacimiento. Es momento del despertar de sus tonadas, pero, para mi mala suerte, ellos aún no despiertan. No han madurado; para mí no. Su duermevela ahorca a mis augurios y los venera, en sí mismos, con silbidos del averno que trago como un parajillo en vilo raso. Mis dedos pulsan las cuerdas de sus divinidades, esas que caen del firmamento de vigilia acuosa, esa desde la que el espectro de la música manifiesta sus abismos. El todo resuena con ilusiones de voluntades; insisten con enterrarme con la vida que eligieron para mí. Desde el principio, desde el fin. Su carne pastosa es una crudeza del olvido que ellos mismos parieron, esos imperios que extraviaron, como un crío pierde, al nacer, su inevitable cordón umbilical. La voz de sus huesos modula música. La voz de sus huesos modula música. La voz de sus huesos modula música. Escucho la música con el terror unificado a la dulzura de lo sagrado de su perpetua inocencia. Apuro el cruce de mis dedos, y descruzo sus entrañas con las pinzas y el cincel con el que escribo, sobre sus pieles de mármol, pintado de esperanzas. Para mí, retienen lo endiosado de sus entes en la lumbre de las palabras que no habitan en mí. Convidan una venia ante el altar; con el que arrojo de un puñado de sal y de monedas. Presencian mi danza sin escrúpulos, mi cintura, mi vientre se agita. Se agita, se agita, se agita ante la majestad de los antiguos. La distancia no es un problema. No persiste la distancia entre nuestras fronteras. Somos uno mismo, porque, para mí, soy su principal protagonista. La piel que cuelga desde los monolitos en los que colgué a mi tribu, me insta a parlar con la armonía de una benevolente tragedia. Soy un pañuelo de lágrimas. Soy un pañuelo de lágrimas. Soy un pañuelo de lágrimas. Mis lágrimas bañan con transparencia a todas sus monstruosidades. Ellos viven. Ellos me llaman. Ellos no envidian otras vidas. Son uno conmigo. Ellos viven. Ellos me llaman. Ellos no envidian otras vidas. Son uno conmigo. Ellos viven. Ellos me llaman. Ellos no envidian otras vidas. Son uno conmigo. Ellos viven. Ellos me llaman. Ellos no envidian otras vidas. Son uno conmigo. Ellos viven. Ellos me llaman. Ellos no envidian otras vidas. Son uno conmigo. Soy su hijo. El Elegido. El Profeta. El Loco. Soy una Rosa del Desierto que crece, para siempre de los siempre agradecido, en los mismísimos abismos que perduran desde lo sombreado de sus deseos. En cada una de mis encarnaciones riego la concentración de mis simientes sobre las superficies fértiles, en las que siembro de vez en vez, de vez en vez, de vez en vez, las virtudes que requieren. Ellos son mis sueños y mis pesadillas hechos regalo. El despertar de sus corazones cabalga ya, asomado en lo más álgido como preseas; derrama diversos riachuelos ante sus candores y dunas; promueven el cambio. Pulso sus huesos; renazco en la música. Percibo la sinfonía del ramaje de sus corazones. Los insólitos parlan con ecos de ensordecedores silencios. Revisten mi existencia con sus susurros de alba risueña, sus siseos de mar de acuarelas; su ternura nocturna me estremece. Ellos son sólo bestias de cuentos de hadas, mucho tiempo atrás despierta con la ópera de una música prohibida. Conocidos como instrumentos de inescrupulosas bestias. Mis niños. Mi orgulloso edén. Mis hijos. Mis Conquistadores de los Para Siempre. Predico una oración. Ellos transmiten una endiosada respuesta. Predico una oración. No perdura mi voz. Predico una oración. Ellos transmiten una endiosada respuesta. Predico una oración. No perdura mi voz. Predico una oración. Todos ellos son un espectáculo desgraciado de existencia; a través de ellos el todo y la nada misma se marchita con ilustre presciencia e historia de etéreos amores, y, renace en una aún colorida dolencia edificada, como otro pensamiento, como otro astro. Como otro yo. El veneno de un yoísmo que se pierde, en una herida de lo más profundo de un misterio. Un enigma de primigenia majestad. Ellos y tan sólo ellos son producto de memorias de deslucidas víctimas de una guerra santa. Esa perforada en la imaginación del alevoso Destino.
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  • — A que soy el angel de tus sueños?mejor que ese idiota de alex—
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  • El amor no tiene sentido
    Fandom oc
    Categoría Romance
    Cuando era pequeño, soñaba con ser muchas cosas: escritor, actor, cantante... La lista era interminable. Pero había algo que todos esos sueños compartían: en cada uno de ellos, yo sería exitoso. Me veía triunfando en escenarios, firmando libros, o escuchando a multitudes cantar mis canciones. Sentía que el éxito era mi destino inevitable.

    Pero la realidad no fue tan amable. Con el tiempo, esos sueños se desvanecieron como humo, dejando tras de sí solo el eco de lo que pudo haber sido. Nunca logré alcanzar esas metas; de hecho, nunca llegué ni siquiera a acercarme. Cuando era adolescente, todo parecía ir en la dirección correcta. Era el genio de la clase, el que siempre sacaba las mejores calificaciones y el que los profesores elogiaban constantemente. Mi comportamiento era ejemplar, y mi futuro, según todos, prometía ser brillante.

    Entonces, ¿qué fue lo que me pasó? Esa es la pregunta que me persigue, y lo peor es que ni siquiera yo tengo una respuesta clara. Todo comenzó a desmoronarse en la universidad. No sé si fue el cambio de ambiente, las expectativas que no supe manejar, o simplemente una crisis interna que no vi venir. Pero lo cierto es que ahí fue donde todo comenzó a irse al traste, y cuando la cagué, lo hice a lo grande.

    Y aquí estoy, a mis 32 años, siendo mantenido por mi madre. Un fracasado, ni más ni menos. Aunque ella detesta que me llame así, no puedo evitar sentir que es la verdad. Me miro al espejo y solo veo a alguien que ha fallado en cada paso del camino, alguien cuyo potencial se quedó atrapado en esa adolescencia prometedora.

    Pero todo cambió el día en que, después de meses de estar encerrado en mi casa, decidí finalmente salir para buscar empleo. No tenía grandes expectativas, solo la intención de dar un pequeño paso hacia algo diferente. Caminé hasta una cafetería cercana, el lugar donde solía ir cuando las cosas todavía parecían posibles. No tenía mucho dinero, pero al menos para un café me alcanzaba.

    Pero de repente alguien me interrumpe.
    Cuando era pequeño, soñaba con ser muchas cosas: escritor, actor, cantante... La lista era interminable. Pero había algo que todos esos sueños compartían: en cada uno de ellos, yo sería exitoso. Me veía triunfando en escenarios, firmando libros, o escuchando a multitudes cantar mis canciones. Sentía que el éxito era mi destino inevitable. Pero la realidad no fue tan amable. Con el tiempo, esos sueños se desvanecieron como humo, dejando tras de sí solo el eco de lo que pudo haber sido. Nunca logré alcanzar esas metas; de hecho, nunca llegué ni siquiera a acercarme. Cuando era adolescente, todo parecía ir en la dirección correcta. Era el genio de la clase, el que siempre sacaba las mejores calificaciones y el que los profesores elogiaban constantemente. Mi comportamiento era ejemplar, y mi futuro, según todos, prometía ser brillante. Entonces, ¿qué fue lo que me pasó? Esa es la pregunta que me persigue, y lo peor es que ni siquiera yo tengo una respuesta clara. Todo comenzó a desmoronarse en la universidad. No sé si fue el cambio de ambiente, las expectativas que no supe manejar, o simplemente una crisis interna que no vi venir. Pero lo cierto es que ahí fue donde todo comenzó a irse al traste, y cuando la cagué, lo hice a lo grande. Y aquí estoy, a mis 32 años, siendo mantenido por mi madre. Un fracasado, ni más ni menos. Aunque ella detesta que me llame así, no puedo evitar sentir que es la verdad. Me miro al espejo y solo veo a alguien que ha fallado en cada paso del camino, alguien cuyo potencial se quedó atrapado en esa adolescencia prometedora. Pero todo cambió el día en que, después de meses de estar encerrado en mi casa, decidí finalmente salir para buscar empleo. No tenía grandes expectativas, solo la intención de dar un pequeño paso hacia algo diferente. Caminé hasta una cafetería cercana, el lugar donde solía ir cuando las cosas todavía parecían posibles. No tenía mucho dinero, pero al menos para un café me alcanzaba. Pero de repente alguien me interrumpe.
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  • ¿Por qué me quedo muda
    Prendida en tu mirada?
    ¿Por qué todo es lejano?
    ¿Por qué sin ti
    Ya no hay más nada?
    ¿Por qué no existen hadas
    Ni príncipes ni sueños?
    ¿Por qué todo es mentira?
    ¿Por que sin ti
    Ya no hay más vida?

    https://youtu.be/JwifjTKp9N0?si=F0Q6p0np4e1oKvhh
    ¿Por qué me quedo muda Prendida en tu mirada? ¿Por qué todo es lejano? ¿Por qué sin ti Ya no hay más nada? ¿Por qué no existen hadas Ni príncipes ni sueños? ¿Por qué todo es mentira? ¿Por que sin ti Ya no hay más vida? https://youtu.be/JwifjTKp9N0?si=F0Q6p0np4e1oKvhh
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