• ⠀⠀⠀⠀10:00p.m., el aire en la ciudad era frío. Su segundo día en la ciudad y su primera noche en la mansión habían pasado en un silencio demasiado familiar. Pero ella no había vuelto para encerrarse en los recuerdos. Había vuelto para trabajar. Caminó con pasos lentos por la acera, cruzó al llegar a una librería que siempre permanencia cerrada, y atravesó el callejón trasero que daba hacia un bar subterráneo. Bajó las escaleras estrechas y empinadas. Era el tipo de lugar donde la luz era tenue para ocultar manchas y sueños rotos. El lugar perfecto para sus negocios.

    ⠀⠀⠀⠀Así funcionaba. El boca a boca era rápido. Rumores susurrados en bares como este, en foros oscuros de internet, entre aquellos que habían tocado fondo y no tenían a dónde más acudir. Algunos creían que era un mito, una leyenda urbana: "la mujer que concede deseos a cambio de lo que más duele". Otros, que era una estafadora inteligente. Pero los más desesperados... esos eran sus clientes. Los que estaban dispuestos a creer en la mujer de las mariposas rojas y sus tratos que parecían diabólicos.

    ⠀⠀⠀⠀Se sentó en un rincón apartado. Dejó caer su teléfono sobre la mesa. La pantalla mostraba la conversación que había tenido con su cliente, el último mensaje que ella había dejado "𝘠𝘢 𝘤𝘰𝘯𝘰𝘤𝘦𝘴 𝘦𝘭 𝘭𝘶𝘨𝘢𝘳. 𝟣𝟢𝘱.𝘮. 𝘕𝘰 𝘮𝘦 𝘩𝘢𝘨𝘢𝘴 𝘦𝘴𝘱𝘦𝘳𝘢𝘳".

    ⠀⠀⠀⠀El tiempo pasó. El hielo en su vaso se derritió. El asiento frente al suyo permaneció vacío. Su sonrisa relajada se tensó hasta convertirse en una linea delgada.

    —Que decepcionante —susurró para sí.

    ⠀⠀⠀⠀Sacó su teléfono. Marcó el número. Sonó una, dos, tres veces... hasta que una voz mecánica de contestadora: "𝘌𝘭 𝘯𝘶𝘮𝘦𝘳𝘰 𝘢𝘭 𝘲𝘶𝘦 𝘶𝘴𝘵𝘦𝘥 𝘮𝘢𝘳𝘤𝘰 𝘯𝘰 𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘥𝘪𝘴𝘱𝘰𝘯𝘪𝘣𝘭𝘦 𝘦𝘯 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘮𝘰𝘮𝘦𝘯𝘵𝘰. 𝘗𝘰𝘳 𝘧𝘢𝘷𝘰𝘳, 𝘪𝘯𝘵𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘮𝘢𝘴 𝘵𝘢𝘳𝘥𝘦."

    —¿Es el primer trato en mi segunda noche de regreso... y me plantan? Tsk, que maleducado...

    ⠀⠀⠀⠀El cliente podía haberse echado para atrás, pero ella ya estaba aquí. ¿Por qué desperdiciar tal oportunidad? Apoyó la barbilla en su mano y dejo que su mirada recorriera el lugar. Después de todo, la desesperación era un perfume que ella podía oler a kilómetros.

    —Tocará conseguir otro voluntario —exhaló con fingido cansancio— afortunadamente el mundo está lleno de almas perdidas

    ⠀⠀⠀⠀Alzó su mano con la palma hacia arriba. El aire frente a sus dedos se distorsionó, y de esa pequeña ruptura en la realidad surgió una mariposa roja. Se posó sobre la yema de su dedo índice, y Kazuha acercó su mano a su rostro, observando a la criatura de energía pura.

    —Vamos, preciosa —murmuró— ve y tráeme a alguien... interesante ~

    ⠀⠀⠀⠀Sopló suavemente sobre la mariposa. La criatura se dewprendió de su dedo y luego se lanzó hacia la penumbra del bar, volando en una trayectoria serpenteante, como si pudiera oler las emociones humanas. Se deslizó entre las mesas, y se perdió en la oscuridad de un pasillo lateral, dejando una estela de energía caótica que Kazuha podría sentir y seguir fácilmente. Ahora, solo debía esperar y descubrir quien sería el afortunado...
    ⠀⠀⠀⠀10:00p.m., el aire en la ciudad era frío. Su segundo día en la ciudad y su primera noche en la mansión habían pasado en un silencio demasiado familiar. Pero ella no había vuelto para encerrarse en los recuerdos. Había vuelto para trabajar. Caminó con pasos lentos por la acera, cruzó al llegar a una librería que siempre permanencia cerrada, y atravesó el callejón trasero que daba hacia un bar subterráneo. Bajó las escaleras estrechas y empinadas. Era el tipo de lugar donde la luz era tenue para ocultar manchas y sueños rotos. El lugar perfecto para sus negocios. ⠀⠀⠀⠀Así funcionaba. El boca a boca era rápido. Rumores susurrados en bares como este, en foros oscuros de internet, entre aquellos que habían tocado fondo y no tenían a dónde más acudir. Algunos creían que era un mito, una leyenda urbana: "la mujer que concede deseos a cambio de lo que más duele". Otros, que era una estafadora inteligente. Pero los más desesperados... esos eran sus clientes. Los que estaban dispuestos a creer en la mujer de las mariposas rojas y sus tratos que parecían diabólicos. ⠀⠀⠀⠀Se sentó en un rincón apartado. Dejó caer su teléfono sobre la mesa. La pantalla mostraba la conversación que había tenido con su cliente, el último mensaje que ella había dejado "𝘠𝘢 𝘤𝘰𝘯𝘰𝘤𝘦𝘴 𝘦𝘭 𝘭𝘶𝘨𝘢𝘳. 𝟣𝟢𝘱.𝘮. 𝘕𝘰 𝘮𝘦 𝘩𝘢𝘨𝘢𝘴 𝘦𝘴𝘱𝘦𝘳𝘢𝘳". ⠀⠀⠀⠀El tiempo pasó. El hielo en su vaso se derritió. El asiento frente al suyo permaneció vacío. Su sonrisa relajada se tensó hasta convertirse en una linea delgada. —Que decepcionante —susurró para sí. ⠀⠀⠀⠀Sacó su teléfono. Marcó el número. Sonó una, dos, tres veces... hasta que una voz mecánica de contestadora: "𝘌𝘭 𝘯𝘶𝘮𝘦𝘳𝘰 𝘢𝘭 𝘲𝘶𝘦 𝘶𝘴𝘵𝘦𝘥 𝘮𝘢𝘳𝘤𝘰 𝘯𝘰 𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘥𝘪𝘴𝘱𝘰𝘯𝘪𝘣𝘭𝘦 𝘦𝘯 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘮𝘰𝘮𝘦𝘯𝘵𝘰. 𝘗𝘰𝘳 𝘧𝘢𝘷𝘰𝘳, 𝘪𝘯𝘵𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘮𝘢𝘴 𝘵𝘢𝘳𝘥𝘦." —¿Es el primer trato en mi segunda noche de regreso... y me plantan? Tsk, que maleducado... ⠀⠀⠀⠀El cliente podía haberse echado para atrás, pero ella ya estaba aquí. ¿Por qué desperdiciar tal oportunidad? Apoyó la barbilla en su mano y dejo que su mirada recorriera el lugar. Después de todo, la desesperación era un perfume que ella podía oler a kilómetros. —Tocará conseguir otro voluntario —exhaló con fingido cansancio— afortunadamente el mundo está lleno de almas perdidas ⠀⠀⠀⠀Alzó su mano con la palma hacia arriba. El aire frente a sus dedos se distorsionó, y de esa pequeña ruptura en la realidad surgió una mariposa roja. Se posó sobre la yema de su dedo índice, y Kazuha acercó su mano a su rostro, observando a la criatura de energía pura. —Vamos, preciosa —murmuró— ve y tráeme a alguien... interesante ~ ⠀⠀⠀⠀Sopló suavemente sobre la mariposa. La criatura se dewprendió de su dedo y luego se lanzó hacia la penumbra del bar, volando en una trayectoria serpenteante, como si pudiera oler las emociones humanas. Se deslizó entre las mesas, y se perdió en la oscuridad de un pasillo lateral, dejando una estela de energía caótica que Kazuha podría sentir y seguir fácilmente. Ahora, solo debía esperar y descubrir quien sería el afortunado...
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  • "Es hora de trabajar, encargarme de unos empresarios deudores de mi jefe, no puedo permitir que sigan sin pagar, por las buenas o por las malas, o las peores."

    Renjiro cerró el aula con calma, como si nada pesara en sus hombros. Sus estudiantes pensaban que era un hombre brillante, un académico apasionado por su oficio. Nadie sospechaba que debajo de esa fachada impecable se escondía el otro rostro, el que se activaba cuando caía la noche.

    El primer destino fue un despacho privado, donde tres empresarios nerviosos lo esperaban. La mesa estaba cubierta de documentos, contratos que no habían cumplido, promesas vacías. Renjiro se sentó frente a ellos, sacando un pañuelo para limpiar las lentes de sus gafas.
    —He sido claro antes —susurró, su voz tranquila, como si recitara un verso—. Mi jefe no aprecia las demoras.

    Uno intentó justificar el retraso, pero antes de que terminara, el sonido metálico de una navaja plegándose rompió la tensión. Renjiro no levantó la voz, no necesitó amenazar. Bastó un gesto sutil, un movimiento casi elegante… y el silencio volvió a reinar, teñido de un rojo discreto que manchaba los papeles.

    Más tarde, en un estacionamiento subterráneo, el escenario fue distinto. Allí no hubo palabras ni advertencias. Solo un eco de pasos, un susurro en la oscuridad y el golpe sordo de un cuerpo desplomándose. Renjiro trabajaba con precisión quirúrgica: rápido, eficiente, sin alardes. Cuando terminó, apenas una mancha de sangre se deslizó por su guante, que limpió con el mismo pañuelo blanco que antes había usado para sus gafas.

    La noche cerró con él de regreso en su oficina de profesor. Encendió la lámpara, sacó un cuaderno y corrigió un ensayo como si la sangre aún fresca en su memoria fuese solo tinta derramada sobre un papel.

    Para Renjiro, la muerte era un lenguaje. Y él, un académico que lo dominaba en silencio.
    "Es hora de trabajar, encargarme de unos empresarios deudores de mi jefe, no puedo permitir que sigan sin pagar, por las buenas o por las malas, o las peores." Renjiro cerró el aula con calma, como si nada pesara en sus hombros. Sus estudiantes pensaban que era un hombre brillante, un académico apasionado por su oficio. Nadie sospechaba que debajo de esa fachada impecable se escondía el otro rostro, el que se activaba cuando caía la noche. El primer destino fue un despacho privado, donde tres empresarios nerviosos lo esperaban. La mesa estaba cubierta de documentos, contratos que no habían cumplido, promesas vacías. Renjiro se sentó frente a ellos, sacando un pañuelo para limpiar las lentes de sus gafas. —He sido claro antes —susurró, su voz tranquila, como si recitara un verso—. Mi jefe no aprecia las demoras. Uno intentó justificar el retraso, pero antes de que terminara, el sonido metálico de una navaja plegándose rompió la tensión. Renjiro no levantó la voz, no necesitó amenazar. Bastó un gesto sutil, un movimiento casi elegante… y el silencio volvió a reinar, teñido de un rojo discreto que manchaba los papeles. Más tarde, en un estacionamiento subterráneo, el escenario fue distinto. Allí no hubo palabras ni advertencias. Solo un eco de pasos, un susurro en la oscuridad y el golpe sordo de un cuerpo desplomándose. Renjiro trabajaba con precisión quirúrgica: rápido, eficiente, sin alardes. Cuando terminó, apenas una mancha de sangre se deslizó por su guante, que limpió con el mismo pañuelo blanco que antes había usado para sus gafas. La noche cerró con él de regreso en su oficina de profesor. Encendió la lámpara, sacó un cuaderno y corrigió un ensayo como si la sangre aún fresca en su memoria fuese solo tinta derramada sobre un papel. Para Renjiro, la muerte era un lenguaje. Y él, un académico que lo dominaba en silencio.
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  • 𝐂𝐈𝐔𝐃𝐀𝐃 𝐃𝐄 𝐂𝐄𝐍𝐈𝐙𝐀𝐒 – 𝐏𝐀𝐑𝐓𝐄 𝐈
    𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐄𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬

    Los cielos sangraban. Columnas humeantes y cenizas ascendían hasta perderse en la noche, mientras los gritos de guerra resonaban como ecos que rasgaban la noche. Fuego y oscuridad fundidos en uno solo.

    Entre las ruinas, un carro de guerra se abría paso entre los escombros, atravesando una ciudad que estaba condenada y que pronto, lo único que quedaría de ella era un nombre y un recuerdo distante. El suelo temblaba bajo sus ruedas, que esquivaban flechas, espadas, cuerpos y piedras que caían a su alrededor.

    Las llamas recortaron la silueta cálida de un jinete que se abalanzó por el costado del carro. Su espada descendió con furia contra el escudo del héroe abordo, haciéndolo vibrar como un trueno cruzando en el cielo al absorber el impacto.

    El héroe alzó su brazo, arrastrando ambas armas y dejando el espacio suficiente para que el filo de bronce celestial de su espada abriera el abdomen desprotegido del jinete, que cayó desplomado de su montura.

    ────¡Rápido! –gruñó a su compañero que sujetaba las riendas– Tenemos que salir de aquí.

    ────No falta mucho para que lleguemos. Acates nos está esperando del otro lado.

    A lo lejos, la muralla se erigió sobre la ciudad. Un gigante imperturbable a la masacre que se suscitó en el interior de sus muros. El héroe apretó el puño.

    No había podido salvar a su gente. Ni a su ciudad. Ellos los habían abordado durante la noche, arrancándoles la vida en medio de sus sueños. Que tontos, que ilusos fueron al creer que tenían la victoria en sus manos.

    «Más rápido».

    Las enormes puertas del norte estaban abiertas de par en par. Una última oportunidad. El viento silbaba entre las llamas. La ciudad ardía a su alrededor convertida en una tumba. Su tumba.

    ────¡Los muelles cayeron! –su compañero apretó los dientes. Las ruedas saltaron sobre los escombros–. Tomaremos el río subterráneo. Si no nos traga primero, nos escupirá libres a...

    El aire silbó. Un destello de hierro.

    No pudo terminar. Una lanza afilada atravesó su pecho y su grito se quebró en la sangre. Su cuerpo trastabilló y rodó sin vida al suelo.

    Se quedó helado. Todo a su alrededor parecía desvanecerse: el choque de las espadas, las flechas surcando la noche, el rugido de las llamas. Solo escuchaba el golpe seco del cuerpo de su amigo contra las piedras, repitiéndose una y otra vez.

    «No».

    El héroe se inclinó y jaló las riendas con un rugido de furia. Los caballos relincharon, encabritándose y por un instante, el carro se elevó entre la cenizas antes de detenerse en seco.

    El héroe saltó del carro y corrió hacia su compañero caído. Sus dedos, helados y temblorosos, retiraron el casco de su cabeza y apretaron con fuerza aquella mano que pronto comenzaba a enfriarse.

    Su compañero, el hombre que había compartido con él tantas batallas. El que sabía cuándo callar. Cuándo reírse de la muerte para no dejarse tragar por el miedo a ella. Un hermano forjado en el campo de batalla y que en ese momento, se le escapaba de entre los dedos.

    «No...»

    En el borde de la plaza central, una figura gloriosa se alzó entre las sombras y el fuego. El general Diomedes contemplaba la escena con una calma cruel, mortal. Era un agila majestuosa, vigilando desde lo alto, aguardando el momento de descender sobre su presa.

    ────Ustedes vayan por los demás –ordenó a sus hombres, sin apartar la mirada–. El chico es mío.

    Diomedes se inclinó y arrancó una lanza enemiga del suelo, con un movimiento elegante, solemne. La sostuvo como si fuera el cetro de un heraldo de la muerte y sus labios se curvaron en una sonrisa fría, letal.

    ────¡Ah! No temas hijo de la Tejedora de Engaños –dijo con falsa dulzura. Cada palabra destilando burla–. No sufrirás mucho. Pronto te reunirás con tu pobre amigo en el mundo de los muertos.

    Diomedes arrojó la lanza.

    Una voz femenina resonó en el humo denso, llamando al héroe.

    ────¡Eneas!

    El corazón del héroe latió con fuerza. La lanza cortó el aire, la punta reflejando la ciudad sangrando en ruinas.

    ────¡Eneas!

    Alzó la mirada. Entre la bruma espesa y partículas ardientes de cenizas, una figura avanzaba. La habría reconocido en la más densa oscuridad. Pequeña, grácil. Con su cabello color vino flotando con cada paso, sus sandalias doradas corriendo en el caos.

    Era ella. Aquella mujer que lo crío bajo el disfraz de una dulce nodriza. La que lo escuchó en sus noches más oscuras. La que sostuvo su mano cuando nadie más lo hizo. Su confidente. Su guardiana.

    Afro.

    Y ahora corría hacia el sin pensar en el peligro, su rostro celestial pálido del terror.

    Su madre, la diosa del amor había llegado para salvar a su hijo.
    𝐂𝐈𝐔𝐃𝐀𝐃 𝐃𝐄 𝐂𝐄𝐍𝐈𝐙𝐀𝐒 🔥 – 𝐏𝐀𝐑𝐓𝐄 𝐈 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐄𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬 Los cielos sangraban. Columnas humeantes y cenizas ascendían hasta perderse en la noche, mientras los gritos de guerra resonaban como ecos que rasgaban la noche. Fuego y oscuridad fundidos en uno solo. Entre las ruinas, un carro de guerra se abría paso entre los escombros, atravesando una ciudad que estaba condenada y que pronto, lo único que quedaría de ella era un nombre y un recuerdo distante. El suelo temblaba bajo sus ruedas, que esquivaban flechas, espadas, cuerpos y piedras que caían a su alrededor. Las llamas recortaron la silueta cálida de un jinete que se abalanzó por el costado del carro. Su espada descendió con furia contra el escudo del héroe abordo, haciéndolo vibrar como un trueno cruzando en el cielo al absorber el impacto. El héroe alzó su brazo, arrastrando ambas armas y dejando el espacio suficiente para que el filo de bronce celestial de su espada abriera el abdomen desprotegido del jinete, que cayó desplomado de su montura. ────¡Rápido! –gruñó a su compañero que sujetaba las riendas– Tenemos que salir de aquí. ────No falta mucho para que lleguemos. Acates nos está esperando del otro lado. A lo lejos, la muralla se erigió sobre la ciudad. Un gigante imperturbable a la masacre que se suscitó en el interior de sus muros. El héroe apretó el puño. No había podido salvar a su gente. Ni a su ciudad. Ellos los habían abordado durante la noche, arrancándoles la vida en medio de sus sueños. Que tontos, que ilusos fueron al creer que tenían la victoria en sus manos. «Más rápido». Las enormes puertas del norte estaban abiertas de par en par. Una última oportunidad. El viento silbaba entre las llamas. La ciudad ardía a su alrededor convertida en una tumba. Su tumba. ────¡Los muelles cayeron! –su compañero apretó los dientes. Las ruedas saltaron sobre los escombros–. Tomaremos el río subterráneo. Si no nos traga primero, nos escupirá libres a... El aire silbó. Un destello de hierro. No pudo terminar. Una lanza afilada atravesó su pecho y su grito se quebró en la sangre. Su cuerpo trastabilló y rodó sin vida al suelo. Se quedó helado. Todo a su alrededor parecía desvanecerse: el choque de las espadas, las flechas surcando la noche, el rugido de las llamas. Solo escuchaba el golpe seco del cuerpo de su amigo contra las piedras, repitiéndose una y otra vez. «No». El héroe se inclinó y jaló las riendas con un rugido de furia. Los caballos relincharon, encabritándose y por un instante, el carro se elevó entre la cenizas antes de detenerse en seco. El héroe saltó del carro y corrió hacia su compañero caído. Sus dedos, helados y temblorosos, retiraron el casco de su cabeza y apretaron con fuerza aquella mano que pronto comenzaba a enfriarse. Su compañero, el hombre que había compartido con él tantas batallas. El que sabía cuándo callar. Cuándo reírse de la muerte para no dejarse tragar por el miedo a ella. Un hermano forjado en el campo de batalla y que en ese momento, se le escapaba de entre los dedos. «No...» En el borde de la plaza central, una figura gloriosa se alzó entre las sombras y el fuego. El general Diomedes contemplaba la escena con una calma cruel, mortal. Era un agila majestuosa, vigilando desde lo alto, aguardando el momento de descender sobre su presa. ────Ustedes vayan por los demás –ordenó a sus hombres, sin apartar la mirada–. El chico es mío. Diomedes se inclinó y arrancó una lanza enemiga del suelo, con un movimiento elegante, solemne. La sostuvo como si fuera el cetro de un heraldo de la muerte y sus labios se curvaron en una sonrisa fría, letal. ────¡Ah! No temas hijo de la Tejedora de Engaños –dijo con falsa dulzura. Cada palabra destilando burla–. No sufrirás mucho. Pronto te reunirás con tu pobre amigo en el mundo de los muertos. Diomedes arrojó la lanza. Una voz femenina resonó en el humo denso, llamando al héroe. ────¡Eneas! El corazón del héroe latió con fuerza. La lanza cortó el aire, la punta reflejando la ciudad sangrando en ruinas. ────¡Eneas! Alzó la mirada. Entre la bruma espesa y partículas ardientes de cenizas, una figura avanzaba. La habría reconocido en la más densa oscuridad. Pequeña, grácil. Con su cabello color vino flotando con cada paso, sus sandalias doradas corriendo en el caos. Era ella. Aquella mujer que lo crío bajo el disfraz de una dulce nodriza. La que lo escuchó en sus noches más oscuras. La que sostuvo su mano cuando nadie más lo hizo. Su confidente. Su guardiana. Afro. Y ahora corría hacia el sin pensar en el peligro, su rostro celestial pálido del terror. Su madre, la diosa del amor había llegado para salvar a su hijo.
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  • A partir del 10mo al 12vo piso del calabozo, pertenecen al príncipe de una peculiar maldición.

    Un reino prometido, una vida planeada, todo para terminar siendo presa de una maldición como ninguna otra.
    Afligidos por el estado de su hijo, su padre, el Rey, lo envió al calabozo, con la promesa falsa de algún día encontrar una solución.

    Con notoria lástima, acondicionaron aquellos pisos del calabozo para ser su hogar, el cual fue lentamente llenado de cosas, una biblioteca, amplios salones, habitaciones llenas de lujos, todo un palacio en el subterráneo.

    Entre los pasillos se pasean creaturas, guerreros y toda clase de mimic's. El alguna vez príncipe, ahora es ahora el protector de todas esas creaturas que ya no desean regresar a la superficie, pero tampoco tienen el valor de bajar más.
    A partir del 10mo al 12vo piso del calabozo, pertenecen al príncipe de una peculiar maldición. Un reino prometido, una vida planeada, todo para terminar siendo presa de una maldición como ninguna otra. Afligidos por el estado de su hijo, su padre, el Rey, lo envió al calabozo, con la promesa falsa de algún día encontrar una solución. Con notoria lástima, acondicionaron aquellos pisos del calabozo para ser su hogar, el cual fue lentamente llenado de cosas, una biblioteca, amplios salones, habitaciones llenas de lujos, todo un palacio en el subterráneo. Entre los pasillos se pasean creaturas, guerreros y toda clase de mimic's. El alguna vez príncipe, ahora es ahora el protector de todas esas creaturas que ya no desean regresar a la superficie, pero tampoco tienen el valor de bajar más.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Dejen que mi batería se recargue y respondo mensajes... *Está encerrado en un auto, el cual está en un subterráneo y aún sigue resfriado...se muere..*
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  • 𝑰𝒏𝒎𝒐𝒓𝒕𝒂𝒍𝒆𝒔 𝒆𝒏𝒕𝒓𝒆 𝒍𝒐𝒔 𝒎𝒐𝒓𝒕𝒂𝒍𝒆𝒔
    Fandom fantasyverse
    Categoría Otros
    𝐒𝐓𝐀𝐑𝐓𝐄𝐑 𝐏𝐀𝐑𝐀 𝒞𝑜𝓊𝓃𝓉 𝑜𝒻 𝒮𝒶𝒾𝓃𝓉 𝒢𝑒𝓇𝓂𝒶𝒾𝓃 ⚜️

    No era raro para Anraste cruzar planos, y mucho menos era raro adaptarse a ellos a medida que los iba conociendo, lo raro era que un plano terminase por fascinarle tanto como ocurría cada vez que visitaba aquel lugar.

    Bajo 𝘕𝘰𝘵𝘳𝘦 𝘋𝘢𝘮𝘦 un portal se abrió, dejando pasar a una dama de cabellos color otoño, un aura como el fuego mismo y sin duda unos ojos que habían visto miles de guerras a lo largo de las eras.

    Era una dama que rozaba su treintena, tal vez unos veintilargos años, era esa clase de dama que hacía que las miradas se posasen en ella con su presencia, su energía era contraria a los mitos de aquellas damas llamadas 𝘥𝘢𝘮𝘦 𝘣𝘭𝘢𝘯𝘤𝘩𝘦 que se dedicaban a sanar y ayudar a los demás, la energía que irradiaba aquella mujer era caótica y mística, como la guerra misma.

    Sus ropajes cambiaron, ya no eran los mismos que empleaba en su plano, un vestido largo, negro, de satén, con las mangas transparentes y un escote mostrando una ilustración hecha de hilo, le daban aquel aspecto parisino que demasiadas pocas veces había tenido, sus manos cubiertas por guantes de cuero y sus pies adornados con unos zapatos de tacón harto incómodos completaron el look. Su cabello había acabado recogido, a la moda de la época, y sus picudas orejas se disimulaban con parte del recogido que portaba. No había más joyas que en sus orejas, unos pendientes en forma de lágrima que brillaban como los ojos de algún dios olvidado.

    Su paso fue lento para salir por uno de los pasadizos subterráneos que daba al 𝘏𝘰̂𝘵𝘦𝘭 𝘋𝘪𝘦𝘶, era como si conociera perfectamente aquel lugar, como si ya hubiera recorrido aquellas intrincadas callejuelas subterráneas.

    Una vez fuera, se quitó el polvo de las faldas atusándolas, y haciendo volar aquellas partículas por el aire. Suspiró pesadamente, tenía una misión, encontrar el artefacto, estuviera en el plano que estuviera, así... que una vez más tendría que mezclarse con la alta sociedad mortal para encontrar alguna pista.

    ¿Qué mejor lugar que el 𝘗𝘢𝘭𝘢𝘪𝘴 𝘥𝘦 𝘑𝘶𝘴𝘵𝘪𝘤𝘦 para ver cuánto habían avanzado aquellos mortales?
    𝐒𝐓𝐀𝐑𝐓𝐄𝐑 𝐏𝐀𝐑𝐀 [SaintG02] No era raro para Anraste cruzar planos, y mucho menos era raro adaptarse a ellos a medida que los iba conociendo, lo raro era que un plano terminase por fascinarle tanto como ocurría cada vez que visitaba aquel lugar. Bajo 𝘕𝘰𝘵𝘳𝘦 𝘋𝘢𝘮𝘦 un portal se abrió, dejando pasar a una dama de cabellos color otoño, un aura como el fuego mismo y sin duda unos ojos que habían visto miles de guerras a lo largo de las eras. Era una dama que rozaba su treintena, tal vez unos veintilargos años, era esa clase de dama que hacía que las miradas se posasen en ella con su presencia, su energía era contraria a los mitos de aquellas damas llamadas 𝘥𝘢𝘮𝘦 𝘣𝘭𝘢𝘯𝘤𝘩𝘦 que se dedicaban a sanar y ayudar a los demás, la energía que irradiaba aquella mujer era caótica y mística, como la guerra misma. Sus ropajes cambiaron, ya no eran los mismos que empleaba en su plano, un vestido largo, negro, de satén, con las mangas transparentes y un escote mostrando una ilustración hecha de hilo, le daban aquel aspecto parisino que demasiadas pocas veces había tenido, sus manos cubiertas por guantes de cuero y sus pies adornados con unos zapatos de tacón harto incómodos completaron el look. Su cabello había acabado recogido, a la moda de la época, y sus picudas orejas se disimulaban con parte del recogido que portaba. No había más joyas que en sus orejas, unos pendientes en forma de lágrima que brillaban como los ojos de algún dios olvidado. Su paso fue lento para salir por uno de los pasadizos subterráneos que daba al 𝘏𝘰̂𝘵𝘦𝘭 𝘋𝘪𝘦𝘶, era como si conociera perfectamente aquel lugar, como si ya hubiera recorrido aquellas intrincadas callejuelas subterráneas. Una vez fuera, se quitó el polvo de las faldas atusándolas, y haciendo volar aquellas partículas por el aire. Suspiró pesadamente, tenía una misión, encontrar el artefacto, estuviera en el plano que estuviera, así... que una vez más tendría que mezclarse con la alta sociedad mortal para encontrar alguna pista. ¿Qué mejor lugar que el 𝘗𝘢𝘭𝘢𝘪𝘴 𝘥𝘦 𝘑𝘶𝘴𝘵𝘪𝘤𝘦 para ver cuánto habían avanzado aquellos mortales?
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  • ❯ ❯ ❯ ❯ ❯ ❯ ❯ ❯ ❯ ❯ ❯ ❯ #StarterCall #Anomaly

    El sujeto que limpiaba los pasillos del subterráneo de Chamber Street no dejó de señalarla. Dijo que era de madrugada. Que el último tren había pasado hacía rato y que las luces fluorescentes parpadeaban como si alguien jugara con los interruptores. Estaba barriendo cerca del andén 3, justo donde la señal rota zumba sin motivo desde hace meses. Y algo cambió en el aire.

    No lo vio al principio, pero lo sintió como un hormigueo bajo la pie, como si alguien hubiera dejado abierta una puerta al ártico.

    La temperatura, el olor cambió. Algo difícil de explicar, entre podrido y canela, entre polvo y bistec a la plancha.

    Después, dijo que la vio ahí parada, al borde de las vías. Una chica. O una mujer. Joven. Descalza. No se movía, pero su sombra sí. El tipo juró que la sombra se escurría por las baldosas como tinta negra, buscando algo.

    Lo siguiente que recuerda es que estaba en el baño del personal, con la cabeza empapada de sudor, y que no podía dejar de repetir su nombre. Aunque después, cuando le preguntaron, no supo decir cuál era. Solo que empezaba con E... o con eco... o con una especie de garabato en papel.

    Ekkora está ahí ahora. En el andén vacío.

    Los relojes no funcionan. Las cámaras no graban. Y si alguien baja por las escaleras, lo único que va a oír antes de desaparecer es una voz suave que dice:

    — No hay salida, pero sigue avanzando.
    ❯ ❯ ❯ ❯ ❯ ❯ ❯ ❯ ❯ ❯ ❯ ❯ #StarterCall #Anomaly El sujeto que limpiaba los pasillos del subterráneo de Chamber Street no dejó de señalarla. Dijo que era de madrugada. Que el último tren había pasado hacía rato y que las luces fluorescentes parpadeaban como si alguien jugara con los interruptores. Estaba barriendo cerca del andén 3, justo donde la señal rota zumba sin motivo desde hace meses. Y algo cambió en el aire. No lo vio al principio, pero lo sintió como un hormigueo bajo la pie, como si alguien hubiera dejado abierta una puerta al ártico. La temperatura, el olor cambió. Algo difícil de explicar, entre podrido y canela, entre polvo y bistec a la plancha. Después, dijo que la vio ahí parada, al borde de las vías. Una chica. O una mujer. Joven. Descalza. No se movía, pero su sombra sí. El tipo juró que la sombra se escurría por las baldosas como tinta negra, buscando algo. Lo siguiente que recuerda es que estaba en el baño del personal, con la cabeza empapada de sudor, y que no podía dejar de repetir su nombre. Aunque después, cuando le preguntaron, no supo decir cuál era. Solo que empezaba con E... o con eco... o con una especie de garabato en papel. Ekkora está ahí ahora. En el andén vacío. Los relojes no funcionan. Las cámaras no graban. Y si alguien baja por las escaleras, lo único que va a oír antes de desaparecer es una voz suave que dice: — No hay salida, pero sigue avanzando.
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  • 𝗝𝗨𝗘𝗭 𝗦𝗨𝗣𝗥𝗘𝗠𝗢
    ╾ 𝘛𝘳𝘪𝘣𝘶𝘯𝘢𝘭 𝘥𝘦 𝘱𝘳𝘪𝘮𝘦𝘳𝘢 𝘪𝘯𝘴𝘵𝘢𝘯𝘤𝘪𝘢
    • 𝗔𝗽𝗼𝗰𝗮𝗹𝗶𝗽𝘀𝗶𝘀

    ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ - 𝓞𝓷𝓮𝓓𝓪𝔂 -

    Después de que la base a su mando presentara problemas por una repentina invasión de gusanos gigantes subterráneos que podían comer incluso metal y hierro, tuvo que trasladar a algunos civiles hacia otro punto de la base mientras se deshacían de éstos. Fue una lucha continúa por días, pero afortunadamente habían desarrollado armas especiales para tratar con éstas plagas.

    También luego de exterminarlos, se encargaron de reconstruir parte de la base, aunque la reconstrucción llevaría meses. Esos días habían estado siendo difíciles porque recibían muchos ataques, tanto de las criaturas del abismo, infectados, como de las personas mismas. El juez había perdido su sensibilidad humana temporalmente, sacar su arma cada que alguien se le acercaba era más que un reflejo ahora, su escudo.
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    𝗝𝗨𝗘𝗭 𝗦𝗨𝗣𝗥𝗘𝗠𝗢 ╾ 𝘛𝘳𝘪𝘣𝘶𝘯𝘢𝘭 𝘥𝘦 𝘱𝘳𝘪𝘮𝘦𝘳𝘢 𝘪𝘯𝘴𝘵𝘢𝘯𝘤𝘪𝘢 • 𝗔𝗽𝗼𝗰𝗮𝗹𝗶𝗽𝘀𝗶𝘀 ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ - 𝓞𝓷𝓮𝓓𝓪𝔂 - Después de que la base a su mando presentara problemas por una repentina invasión de gusanos gigantes subterráneos que podían comer incluso metal y hierro, tuvo que trasladar a algunos civiles hacia otro punto de la base mientras se deshacían de éstos. Fue una lucha continúa por días, pero afortunadamente habían desarrollado armas especiales para tratar con éstas plagas. También luego de exterminarlos, se encargaron de reconstruir parte de la base, aunque la reconstrucción llevaría meses. Esos días habían estado siendo difíciles porque recibían muchos ataques, tanto de las criaturas del abismo, infectados, como de las personas mismas. El juez había perdido su sensibilidad humana temporalmente, sacar su arma cada que alguien se le acercaba era más que un reflejo ahora, su escudo. ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎
    Me encocora
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  • Hace años, aquel castillo subterráneo estaba lleno de hombres, mujeres y niños cuyo común denominador era sangre de dragón, protegiéndose de la obsesión por los dragones de otras civilizaciones.

    Ahora, el castillo estaba completamente solo de aquella grandeza y en su lugar, solo había creaturas invasoras en los pasillos de aquel sitio.

    Goblins habían transformado los salones en sus hogares, ghouls andaban por los pasillos e inclusive un gazer merodeaba.

    Los únicos ahi, eran Kamil y Abbathor, ambos desterrando de manera violenta a los invasores.
    Porque después de todo, no se podía traer crías a este mundo, si el lugar no fuese seguro para ellas.

    Abby entró a una de las habitaciones, solo para encontrarse con su viejo amigo 𝗘𝗺𝗶𝗹 𝖡𝗅𝖺𝖼𝗄𝗍𝗁𝗈𝗋𝗇𝖾 que al parecer había llegado de visita.

    ── ¿Emil? ── cuestionó la mujer que ya tenía una peculiar pancita. ── ¿Eres tu? ── Sus facciones pronto cambiaron de más salvajes a humanas, feliz de ver a su viejo amigo.
    Hace años, aquel castillo subterráneo estaba lleno de hombres, mujeres y niños cuyo común denominador era sangre de dragón, protegiéndose de la obsesión por los dragones de otras civilizaciones. Ahora, el castillo estaba completamente solo de aquella grandeza y en su lugar, solo había creaturas invasoras en los pasillos de aquel sitio. Goblins habían transformado los salones en sus hogares, ghouls andaban por los pasillos e inclusive un gazer merodeaba. Los únicos ahi, eran Kamil y Abbathor, ambos desterrando de manera violenta a los invasores. Porque después de todo, no se podía traer crías a este mundo, si el lugar no fuese seguro para ellas. Abby entró a una de las habitaciones, solo para encontrarse con su viejo amigo [cancion.olvidada] que al parecer había llegado de visita. ── ¿Emil? ── cuestionó la mujer que ya tenía una peculiar pancita. ── ¿Eres tu? ── Sus facciones pronto cambiaron de más salvajes a humanas, feliz de ver a su viejo amigo.
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  • ¿Acaso es la calma antes de la tormenta? Desde la llegada de aquellos extraños seres, las cosas han estado demasiado tranquilas, por una parte aquel ser de piel azul ha ayudado en la construcción de nuevos hogares en el subterráneo, además, la bruja que lo acompaña se ha encargado de ayudar a los habitantes con sus pócimas.

    Pero sabe que hay algo más, ha captado un aroma especial pero parece que es una persona que sabe bastante sobre sigilo, lo más preocupante es que ha captado aquel aroma cerca de la mansión de Julius.

    ¿Será una aliada o alguien que ha llegado a colarse para susurrar al oído del lord de los vampiros?
    ¿Acaso es la calma antes de la tormenta? Desde la llegada de aquellos extraños seres, las cosas han estado demasiado tranquilas, por una parte aquel ser de piel azul ha ayudado en la construcción de nuevos hogares en el subterráneo, además, la bruja que lo acompaña se ha encargado de ayudar a los habitantes con sus pócimas. Pero sabe que hay algo más, ha captado un aroma especial pero parece que es una persona que sabe bastante sobre sigilo, lo más preocupante es que ha captado aquel aroma cerca de la mansión de Julius. ¿Será una aliada o alguien que ha llegado a colarse para susurrar al oído del lord de los vampiros?
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