Recluida en la sala de contención del complejo subterráneo, Anomaly descansa al fin. Su cuerpo duerme, rendido tras una misión que la exprimió hasta dejarla exhausta… pero no todo en ella disfruta el placer del sueño.

Su cuerpo y su consciencia se hundieron en la oscuridad, pero el instinto, esa segunda alma hecha de alquitrán y hambre, permanece despierto. Ella se enrosca sobre sí misma, pero el alquitrán se alza, se extiende en formas retorcidas y grotescas, vigilando con una atención antinatural.

Cuando pasos se acercan a su “habitación”, la sustancia se retuerce con una marcada lentitud, agónica, definitiva. El cuello se arquea y esa mirada brillante se clava en el paisaje al otro lado del cristal blindado con fijeza obsesiva.

Un gorgoteo brota del alquitrán, húmedo y bajo, más un susurro que cualquier otra cosa, aún así, lleva la intención de un gruñido, una advertencia densa y viscosa.
Recluida en la sala de contención del complejo subterráneo, Anomaly descansa al fin. Su cuerpo duerme, rendido tras una misión que la exprimió hasta dejarla exhausta… pero no todo en ella disfruta el placer del sueño. Su cuerpo y su consciencia se hundieron en la oscuridad, pero el instinto, esa segunda alma hecha de alquitrán y hambre, permanece despierto. Ella se enrosca sobre sí misma, pero el alquitrán se alza, se extiende en formas retorcidas y grotescas, vigilando con una atención antinatural. Cuando pasos se acercan a su “habitación”, la sustancia se retuerce con una marcada lentitud, agónica, definitiva. El cuello se arquea y esa mirada brillante se clava en el paisaje al otro lado del cristal blindado con fijeza obsesiva. Un gorgoteo brota del alquitrán, húmedo y bajo, más un susurro que cualquier otra cosa, aún así, lleva la intención de un gruñido, una advertencia densa y viscosa.
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