Las sombras se retorcían al final del pasillo del metro subterráneo, tal y como si una fuerza invisible las hubiera hecho cobrar vida, arrastrándolas en caóticas espirales. Se pegaban a las paredes, estirándose hacia las luces intermitentes, ocupando los huecos que la oscuridad normalmente rechaza.

El repiqueteo de incontables garras impregnó el ambiente; cada choque contra la losa reverberó por los túneles. El sonido era una lluvia de pequeñas puntas que se acumuló en la garganta de quien escuchara y no dejó espacio para otra cosa que no fuera el miedo. Y golpeó el hedor de la muerte. Un olor agrio y caliente ascendió desde los escalones, llenó las fosas nasales hasta borrar cualquier rastro de perfume o frescor. La pestilencia habló de heridas abiertas y supurantes, carne ennegrecida y fauces hambrientas.

En el suelo, un rastro de sangre indicaba el camino hacia la oscuridad; gotas irregulares derramadas hasta perderse donde la luz no llegaba, un hilo bermellón indicando que aquello, sea lo que fuera, ya había tomado sus primeras víctimas.

Aunque fuera imposible saber que forma tomaría al llegar, aquello se acercaba. La negrura misma pareció compactarse y avanzar, una masa sin contorno, ganando terreno.

También se acercó la Criatura: su enorme silueta encorvada apareció en la penumbra, desde el extremo opuesto. Llevaba un abrigo corroído que pendía de sus hombros y rozaba el suelo, ocultando su cabeza casi por completo, pero no sus fuertes manos cubiertas de cicatrices, echas puño bajo la presión de un inminente enfrentamiento.

Sus pasos fueron lentos, pesados e inevitables.

Se detuvo frente al rastro de sangre y respiró el aire enrarecido, su olfato era mucho más capaz de lo que cabría esperar.

▬▬▬ Quizá debería... correr ▬▬▬murmuró con esa voz desgasta, suave pero profundo; compasión y advertencia, un consejo, nunca una orden▬▬▬ Están hambrientos...

El próximo tren llegaría pronto.
Las sombras se retorcían al final del pasillo del metro subterráneo, tal y como si una fuerza invisible las hubiera hecho cobrar vida, arrastrándolas en caóticas espirales. Se pegaban a las paredes, estirándose hacia las luces intermitentes, ocupando los huecos que la oscuridad normalmente rechaza. El repiqueteo de incontables garras impregnó el ambiente; cada choque contra la losa reverberó por los túneles. El sonido era una lluvia de pequeñas puntas que se acumuló en la garganta de quien escuchara y no dejó espacio para otra cosa que no fuera el miedo. Y golpeó el hedor de la muerte. Un olor agrio y caliente ascendió desde los escalones, llenó las fosas nasales hasta borrar cualquier rastro de perfume o frescor. La pestilencia habló de heridas abiertas y supurantes, carne ennegrecida y fauces hambrientas. En el suelo, un rastro de sangre indicaba el camino hacia la oscuridad; gotas irregulares derramadas hasta perderse donde la luz no llegaba, un hilo bermellón indicando que aquello, sea lo que fuera, ya había tomado sus primeras víctimas. Aunque fuera imposible saber que forma tomaría al llegar, aquello se acercaba. La negrura misma pareció compactarse y avanzar, una masa sin contorno, ganando terreno. También se acercó la Criatura: su enorme silueta encorvada apareció en la penumbra, desde el extremo opuesto. Llevaba un abrigo corroído que pendía de sus hombros y rozaba el suelo, ocultando su cabeza casi por completo, pero no sus fuertes manos cubiertas de cicatrices, echas puño bajo la presión de un inminente enfrentamiento. Sus pasos fueron lentos, pesados e inevitables. Se detuvo frente al rastro de sangre y respiró el aire enrarecido, su olfato era mucho más capaz de lo que cabría esperar. ▬▬▬ Quizá debería... correr ▬▬▬murmuró con esa voz desgasta, suave pero profundo; compasión y advertencia, un consejo, nunca una orden▬▬▬ Están hambrientos... El próximo tren llegaría pronto.
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